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XIX- parte I


Cuando reparo en que no traigo mi mochila conmigo, ya es tarde. Dylan se ha marchado y he quedado con cara de tonta frente a la puerta de mi casa. Genial. Las llaves y mi teléfono estaban allí. Solo espero que Dylan se percate de eso y me lleve las cosas al instituto mañana.

Ahora solo quiero tirarme en mi cama y dormir hasta que el despertador me taladre los oídos como de costumbre.

Giro el pomo de la puerta y por fortuna la encuentro abierta. Me adentro en su interior, observando el silencioso y vacío vestíbulo. No se oye nada en ninguna habitación. ¿Dónde está mi madre y mi hermano? Papá ya debe estar en Nueva York.

Rey es el único que viene a recibirme, pero apenas se acerca comienza a mostrarme sus dientes emitiendo un gruñido poco amigable. ¿Qué le ocurre? Jamás tuvo ese comportamiento conmigo. Me hace sentir un bandido en mi propia casa.

—¿Qué sucede contigo, amiguito? —apenas termino de decir aquello, Rey profiere dos ladridos amenazadores que me hacen retroceder unos pasos atrás. Éste no parece mi perro.

—¡Rey! —lo regaña Taylor, en la que aparece por las escaleras.

El perro parece volver en sí; agacha las orejas y camina agazapado hacia algún rincón de la sala.

—¿Qué sucede con él? —le pregunto a mi hermano.

—No lo sé —contesta tajante—. Yo me pregunto lo mismo de ti.

Baja la escalera con sus fríos ojos azules fijos en mí.

—¿Qué hice yo? Solo quise saludarlo.

—¿Dónde estabas? —pregunta, aun con ese tono distante—. Te estuve llamando y no respondías.

Bueno, si tuviese mi teléfono encima lo hubiese hecho.

—¿Y mamá? —intento evadir su pregunta para no tener que pensar en una mentira. No soy buena mintiendo.

—En lo de Stacy —responde. Stacy es su amiga, se conocen desde que yo tengo uso de razón—. ¿Tú dónde estabas?

—Yo... bueno... estaba con Jill, fui a visitarla, parece que Penny le contagió el resfrío —me invento sobre la marcha. Espero que se la crea.

—No estabas con ella —contesta muy seguro de sí mismo.

¿Cómo sabe qué no?

—¿De quién era aquel vehículo del que bajaste? —continúa interrogándome sin darme tiempo a procesar una mentira que pueda tapar a la anterior.

Maldición. No puedo mentir sobre algo que ya notó. Además, ¿me estaba espiando desde la ventana? Eso es muy bajo hasta para él.

—¿Esto es un interrogatorio? —suelto a la defensiva, ya irritada por su actitud.

Soporté demasiado este día. No voy a dejar que agregue un peso más en mi cabeza. Jamás podría decirle lo que ocurrió esta tarde. Eso será un secreto que mantendremos Dylan y yo.

Paso por su lado sin decir más nada. Iré arriba a tomar una ducha que me refresque la mente y quite un poco la angustia de este día.

Al subir los primeros tres escalones, mi hermano me detiene sujetando mi brazo. Se acerca un paso, quedando los dos a la misma altura por primera vez. Me quedo algo sorprendida al ver como sus ojos chispean de una repentina rabia contenida.

¿Acaso tuvo un mal día?

—Solo me preocupo por ti —intenta sonar comprensivo, pero la tensión en su agarre demuestra lo contrario.

Me suelto de un jalón, fulminándolo con la mirada.

Llego a casa esperando hallar tranquilidad y lo único que encuentro son más peleas.

—No tienes que hacerlo —musito entre dientes.

Taylor sonríe sínicamente, retrocediendo un paso.

—¿Qué tan segura estás de eso? No tienes idea de la vida, Caitlin.

Sus palabras realmente duelen. Intento demostrar que no me importa, sabiendo muy en el fondo que sí.

A pesar de que en parte él tenga razón, es así como uno va aprendiendo. Y la manera más fácil de hacerlo es dándose los golpes uno mismo. No necesito guardaespaldas en mi vida.

—¿Y tú sí? —replico con la respiración agitada y una incómoda sensación removiéndose en mi pecho.

Me doy la vuelta y comienzo a subir las escaleras de dos en dos.

—Cuando ese chico te lastime no quiero verte llorar. No digas que no te lo advertí —murmura a mis espaldas.

No volteo a verlo, sigo subiendo hasta que llego a mi cuarto. Cierro la puerta de un sonoro portazo y me apoyo un momento sobre la madera.

¿Qué sabe él de Dylan? Ni siquiera lo conoce.

Taylor está llevando su rol de hermano mayor a otro extremo. No necesito que me trate como si tuviera seis años.

Ahora una nueva visión de la realidad se dibuja frente a mí. Debo estar abierta a una nueva perspectiva, y no puedo dejar que nadie me prohíba crecer.

Ni siquiera mi propio hermano.

...

La ducha me ha relajado un poco mis tensos músculos. Estos se encontraban tan agarrotados que por un momento llegué a pensar que necesitaría una sesión de masajes de veinticuatro horas como mínimo.

Taylor vino hace una hora a mi cuarto. Había encargado pizza. Me dejó tres porciones en un plato sobre el escritorio y luego se marchó. No intercambiamos palabras. Engullí la pizza en silencio, mirando una serie en mi laptop.

De todas formas, no consigo relajarme del todo. Sigo pensando en lo último que me dijo Dylan antes de marcharse.

¿Vendrá a verme hoy?

No parece de aquellos que no cumplen su palabra...

Aun así, ¿cómo explico quién es él a mi familia? ¿Podremos hablar sin que mi hermano esté sentado junto a mí, mirando a Dylan como si fuese carne fresca?

Cierro el grifo de la ducha y salgo, lista para secarme y vestirme mi cómodo pijama: un bóxer de color gris y una camiseta de tirantes rosa. Como verán no espero visitas. Si Dylan llega a aparecer, mañana me disculparé y le diré que me quedé dormida.

Hoy realmente necesito descansar.

Voy a la cama, me acuesto y fijo la mirada en la luna llena que se refleja a través de mi ventana, aun la tapan unas pocas nubes que quedan de la tormenta del día de hoy. Espero que mañana el sol sea quien me despierte y me de los buenos días.

Los ojos se me van cerrando de a poco, hasta que pierdo la noción del tiempo.

Sus manos son muy fuertes. Rodean mi cuello hasta el punto de sentir mis pulmones colapsar.

No respiro. ¡Necesito oxígeno!

Abro los ojos de inmediato, incorporándome en la cama hasta quedar sentada, sintiendo mi respiración demasiada agitada.

Son las tres de la mañana, según dice el aparato sobre la mesita.

Esa ha sido una de las peores pesadillas que he tenido hasta ahora. Tan vívida y... real.

Me tomo unos minutos para intentar tranquilizarme. Digo "intentar" porque la sombra de una persona sentada en la silla de mi escritorio provoca que el corazón se me suba a la boca del susto.

¡¿Qué es eso?!

Estoy a punto de encender la lámpara, cuando recuerdo que la bombilla se quemó el día de ayer.

La suerte siempre a mi favor.

Siendo sarcástica ¿no, Caitlin? ¡Pero este no es el momento! ¡Vinieron a asesinarte!

Giro la cabeza hacia ese lugar, más que aterrada, hasta que me doy cuenta que aquella sombra ha desaparecido inesperadamente. ¿Qué? No puede ser, ¡yo lo vi! ¿O lo imaginé? Ya no... no lo sé. Tal vez el miedo que pasé durante la tarde ahora me persigue en sueños.

Me echo hacia atrás y me tapo por completo con las sabanas. Ahora siento cierto pavor a la oscuridad. Dios, ya me terminé por volver loca.

No entiendo como podré relajarme sabiendo que hay personas que quieren matarme, según lo que me confesó Dylan. Es realmente...

—Caitlin —susurra alguien en la habitación, cortando el hilo de mis pensamientos.

El estómago se me cierra de golpe y abro los ojos grandes, como un búho.

Lentamente saco la cabeza de entre las sabanas, temblando como una gallina, y observo la penumbra en la que se encuentra sumergida mi habitación.

Allí, parada junto a la ventana, está la misma sombra que vi sentada hace unos minutos. ¡Jesús! Puedo sentir como la sangre huye rápidamente de mi rostro. Se mueve un paso y un grito casi se escapa de mi boca de no ser porque una mano cálida me la tapa de inmediato.

—Soy yo, tranquila. No quiero que despiertes a toda la ciudad —susurra en mi oído.

¿Dylan?

Le hago la mano a un lado, haciendo un esfuerzo sobrehumano para poder verlo en la oscuridad.

Y allí está él. Al enfoco mejor la vista, me topo con el brillo de sus ojos platinados.

—¿Estás loco? ¿Qué haces aquí? ¿Cómo entraste? —lo invado a preguntas cuando me vuelve el alma al cuerpo.

Entre la oscuridad distingo una sonrisa divertida en su rostro.

¿Qué le hace gracia de esto? Yo estoy rogando porque no nos escuche ni mi hermano ni mi madre, que supongo ya debe estar en su habitación durmiendo.

—Sí, muy loco —responde—. Dije que vendría. Y... ¿Cuál era la última pregunta? Ah, sí, entré por la ventana.

—Sabía que eras un demente.

¿Y si alguien lo vio entrando? Podría estar viniendo la policía en este momento y él sigue aquí.

—¿Tenías una pesadilla? —pregunta, sentándose en el borde de la cama.

¿Qué? ¿Hace cuánto tiempo está aquí?

—¿Cómo lo sabes?

—Te oí desde afuera. Susurrabas muy bajo —contesta, jugando con un hilo de la frazada que está a mis pies.

Un momento, ¿me oyó desde afuera susurrando?

—Es una habilidad que tú también tendrás pronto —dice rápidamente, contestando la pregunta que formulé en mi cabeza.

Permanezco en silencio, observándolo, tratando de procesar cada cosa nueva que me va diciendo.

—Debo ir al baño —murmuro rápidamente, sin darle tiempo a decir nada.

Me choco la mesita de noche y el escritorio antes de llegar a la puerta que me conduce al baño. Por suerte llego sana y salva... o eso creo.

Ahora sí, al fin sola.

¡¿Qué demonios está haciendo él aquí?!

Si pudo entrar sin que yo lo notara, vaya uno a saber cuantas veces lo hizo antes.

Si es que lo hizo.

Mi corazón se acelera un poco al imaginar a Dylan verme durante las noches, o en cualquier otro lado sin que lo notara.

Como en Colorado.

Me observo en el espejo e intento arreglar un poco la maraña de pelos. Bueno, tampoco es que puedo hacer mucho a estas horas de la noche. Lo cepillo un poco y luego lo sujeto en un moño casual. Suficiente.

Una vez que tomo el respiro que necesitaba para calmarme, vuelvo a mi cuarto.

Me sorprendo al ver la débil luz de mi lámpara inundando una pequeña parte la habitación.

¡Milagro!

—¿Acaso tenemos poderes de electricidad o algo así? —pregunto asombrada.

—Estaba floja la bombilla —responde, con un leve encogimiento de hombros.

Que inteligente.

—Ah... claro, ya lo sabía. Solo... solo me olvidé de ajustarla. Siempre ocurre eso —balbuceo como la idiota que soy.

Eres mala mentirosa, Caitlin, ¿lo sabes?

Me echa un rápido vistazo, enarcando una ceja.

—Bonito pijama —suelta de repente.

Sé muy bien que solo tengo puesto un bóxer, que se adhiere a mí como una segunda piel, y una remera de tirantes.

Eso no cubre demasiado que digamos...

¡No es mi culpa, no contaba con que este ser alienígena fuese a meterse a mi cuarto como un bandido!

Con las mejillas ruborizadas, me acerco rápido hasta la cama y me siento en medio, cubriéndome las piernas con la sábana.

Soy muy feliz con mi cuerpo, no me avergüenza nada de él. Es solo que al lado de Dylan, siento que ni yo ni nadie es suficiente para él. Su cuerpo, su jodido cuerpo digno de un Dios griego, no merece ser tocado por cualquier mano.

Sus dedos se posan en mi barbilla y me obligan a levantar la mirada. Lo encuentro unos centímetros más cerca, clavando sus intensos ojos en los míos.

A la débil luz de la lámpara, sus deslumbrantes ojos gris plata son los que resaltan entre las demás facciones. Son realmente hipnotizantes.

—No deberías avergonzarte, lucirías hermosa hasta con una bolsa de papel encima —confiesa en tono divertido, pero también sincero.

Un subidón de adrenalina estimula mi corazón y mi estómago, reproduciendo en cuestión de segundos las pocas mariposas que rondaban por allí. Además, esa mágica energía que siempre está a nuestro lado crece cada vez más, atrayéndonos como dos imanes. Se siente bien ahora que no me afecta; me atrae a él de una manera agradable, insistente, pero cálida. No niego que eso me asusta, porque aun le sigo teniendo cierto respeto. Pero más me atemoriza el hecho de estar sintiendo algo por él, que es lo primero que encabeza la lista de mis miedos.

Aleja su mano de mi rostro y la coloca sobre su rodilla, con la cabeza gacha. Parece pensativo. Me da la impresión que se está reprendiendo internamente por haber tenido ese gesto conmigo.

De un momento a otro, la atracción entre ambos comienza a reducirse lentamente, similar a cuando bajas el volumen de la televisión con el control remoto. Alguien posee un control que puede manejarnos a su antojo. Y les aseguro que esa no soy yo.

—Necesito que me digas que es eso, por favor —suplico en voz baja.

Debe haber una explicación lógica a aquello que me está carcomiendo la cabeza desde el inicio de clases.

Dylan suelta un pequeño suspiro antes de poner toda su atención en mí.

—No la sientes solo tú. Yo también puedo notarla —confiesa al fin—. Esa atracción no es más que nuestros pensamientos saliendo al exterior, envolviéndonos a ambos.

—¿A qué te refieres? —pregunto, con más dudas que antes.

Por momentos me pregunto si no habrá alguna cámara filmándonos. Cuando termine de creérmelo todo entrará un conductor por la puerta y me dirá que todo esto es para un programa de la televisión.

"Ilusionando a idiotas" conducido por Harry Flynn.

Que ingeniosa, conciencia.

—Si piensas en mí podré saberlo —sonríe ligeramente al decir eso, pero enseguida vuelve a ponerse serio—. Es extraño, solo contigo me sucede. De todas formas, hace años aprendí a controlarlo.

¿Pensar en él atrae esta fuerte conexión entre ambos? Entonces, las veces que esa energía me llevó hacia Dylan era porque yo estaba en sus pensamientos...

¿Y cómo es eso de que hace años?

—¿Años? Si nos conocimos hace poco —señalo confundida.

Sus ojos se entristecen un poco cuando digo aquello. Su mirada pasa de mí a cualquier otra parte de la habitación, intentando mantener el menor contacto visual posible conmigo. Parece incómodo.

—¿Qué sucede? —pregunto con temor a su respuesta. No es fácil perturbarlo. Lo que tiene en mente no creo que sea algo que vaya a agradarme a mí tampoco.

—Caitlin, yo te conozco desde que eras una niña. Te vi por primera vez cuando tú solo tenías seis años —responde, mirándome con cautela, esperando mi reacción.

Y justo en ese preciso momento el mundo deja de girar. El tiempo se detiene. Ya nada más existe. Solo soy yo y mis recuerdos...

Mi mami no lo entendía. ¿Por qué era tan difícil para ella ver que yo no quería ir a ese feo colegio?

Las lágrimas no dejaban de rodar por mis mejillas.

Los niños eran malos conmigo. Siempre estaban burlándose de mí.

Miré a los lados en un intento desesperado por encontrar una forma de salir del coche. Era imposible, el cinturón me mantenía segura en mi sillita en la parte trasera del auto.

—Cariño, deja ya de llorar —dijo ella—. Luego podemos ir por un helado.

Me sonrió por el espejito que colgaba sobre cristal.

Quería el heladito, pero no quería ir a esa escuela. Creí que sería más fácil. No dormí a la noche pensando en el día de hoy.

Asentí en respuesta mientras secaba inútilmente mis mejillas.

Los niños se burlaban de mí por ser la más pequeña de todos. A pesar de ser la primera en cumplir años, aun seguía siendo muy bajita para mi edad.

—Hemos llegado —anunció mi mami.

No... no quiero ir.

¿Por qué no podemos ir a tomar el heladito ahora?

La puerta trasera se abrió y en cuestión de segundos ya estaba en sus brazos.

Yo ya tuve una cita con tu maestra cielo, los niños no te molestarán más. A veces, ellos pueden ser crueles, ¿sabes? Tú no debes dejar que eso te afecte. Eres hermosa y...

Me sequé la última lágrima que caía sobre mi piel y en ese mismo instante dejé de oír a mi mami. Ahora solo quería poner toda mi atención en aquel niño que se encontraba a unos metros lejos de mí.

Dylan. El niño se llamaba Dylan.

No podía dejar de verlo, era muy bonito.

Él me sonrió, luego de eso solo vi la oscuridad.

Salgo de ese recuerdo para entrar inmediatamente en otro.

Era el cumpleaños número diez de Penny. Todos estábamos en la parte trasera de su casa corriendo por el jardín. Ella sujetaba mi mano mientras esquivábamos a los demás niños.

Yo me reía fuerte, era muy divertido. No debíamos dejar que los niños elegidos nos tocaran, si lo hacían perderíamos.

—¡Hay que escondernos! —me gritó, con su voz cargada de puro júbilo.

Asentí.

Nos refugiamos en su casita del árbol.

—Hay un niño que me gusta —dijo Penny tímidamente al cabo de un minuto.

—No le des un beso, que asco —hice una mueca de disgusto.

—No seas infantil, Caitlin. Los niños pequeños dicen eso, nosotras ya somos grandes.

Me detuve un momento a pensar en lo que dijo. Tenía razón, tenía que dejar de comportarme como una niña.

—¿Quién es? —pregunté curiosa.

—Al que le dicen cabeza de zanahoria—dijo frustrada—. Son muy tontos. Él es muy dulce, solo que no lo conocen.

Se acercó a la puerta y la abrió.

—Es ese de allí, ¿lo ves?—señaló un punto del suelo.

Penny se apartó, dejándome lugar para poder ver. Dios, esto estaba muy alto...

Observé el jardín en busca del chico de cabello naranja, creo que su nombre era Nolan. Pero antes de que lo encontrara, mis ojos se cruzaron con otros, de un color gris plata, que me observaban desde una esquina del jardín, alejado de todos los demás. Su apariencia era un poco más mayor que la de cualquier niño de aquí. Dylan, ese era su nombre. Lo sabía, no sé cómo ni porqué, pero lo sabía. Era muy hermoso. Aunque lo más extraño de todo era que él me estaba mirando incluso antes de encontrarme con su mirada, como si todo este tiempo me hubiese estado siguiendo.

No sé que fue lo que ocurrió, pero lo último que oí fue el grito de Penny. Y luego caí en un abismo que no parecía tener fin.

Pestañeo repetidas veces para despertar de mi ensoñación.

Santo Dios...

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