XIII
El vuelo de regreso a Idaho fue más ameno que el de ida. Dormí durante todo el viaje, así que no tuve ningún problema. Salimos a eso de las doce y regresamos a Boise a las dos de la madrugada.
Miro a través de la ventanilla del coche mientras nos movemos rumbo al instituto. Es muy temprano y aun no he logrado despertarme por completo. Mis padres me dieron permiso para faltar hoy, pero me negué a hacerlo. Como dije en un principio, realmente me importa mi historial de asistencias.
—¡¿Qué es lo que voy a hacer?! —exclama Penny en plena crisis nerviosa.
Jill suelta un suspiro cansino ante el dramatismo de su prima.
Bueno, tal vez no esté exagerando. Yo estaría en su misma situación. ¿Pueden creerlo? El hijo de la hermana de la amiga de su abuela, el cual llamaremos por su nombre, Thomas, la invitó a salir esta noche. Ambos tuvieron buena química en la fiesta de su abuela y quedaron en volverse a ver. El problema que aqueja a mi amiga es que dice no tener absolutamente nada que ponerse para la cita.
—Tienes un armario repleto de ropa, iré a tu casa y te ayudaré a escoger algo —intenta calmarla Jill.
—Está bien —asiente un poco más aliviada ahora que tiene el apoyo de su prima.
Llegamos al instituto al cabo de unos pocos minutos. Penny aparca el coche en uno de los tantos lugares vacíos del estacionamiento. Hemos llegado veinte minutos más temprano, mi amiga casi no durmió por culpa de la ansiedad. Salvo por Jill, que parece fresca como una rosa, Penny y yo nos parecemos a dos zombis.
Entre charlas cruzamos las puertas que nos conducen al interior del edificio, pero, en una de esas, una sensación muy familiar provoca que mi cuerpo se estremezca de forma inmediata.
Otra vez no...
—¿Qué ocurre? —me pregunta Jill al darse cuenta que he aminorado mi marcha, quedándome dos pasos por detrás de ellas.
La intensidad de la energía va en aumento a medida que los segundos pasan, incitándome a dejarme llevar por ella. Hoy no me lo cuestionaré, atenderé ese llamado. Estoy cansada de luchar contra esta fuerza, pierdo energía cada vez que intento hacerlo. Necesito explicaciones, a pesar de que las respuestas vengan de la última persona con la que querría entablar una conversación. Dylan es como una caja de sorpresas, no sé que esperar de él cada vez que lo tengo cerca.
—Quiero ir al baño antes de entrar a la clase —miento rápidamente.
—Está bien, nos veremos después —dice Penny.
Jill frunce ligeramente las cejas, pero no dice nada. Giro a la derecha para tomar el corredor que me conduce a los baños, perdiendo de vista a mis amigas.
Maldita mentirosa.
Mis pies parecen de plomo mientras se mueven hacia la puerta doble, esa que tiene pegado un letrero donde dice salida de emergencia. Los rayos de luz matutinos me pegan de lleno en el rostro cuando salgo nuevamente al exterior.
Me resulta extraño que esta energía me guíe fuera del instituto, ¿a dónde me lleva? Se supone que Dylan ya tendría que estar aquí, como mucho debería estar llegando.
Mis piernas se mueven con apremio por el estacionamiento. A medida que avanzo y me acerco a mi objetivo mi cuerpo parece ir poniéndose más malo. Se siente como si a cada minuto se agregara un ladrillo más sobre mis hombros. Me gustaría decir que estoy familiarizada con esa sensación, pero no es así. Jamás me acostumbraré a eso, porque no es algo que permanece siempre constante y a un mismo grado. Sino que cada vez que vuelvo a sentir esa energía ésta se hace más intensa, como si mi cuerpo se fuese rindiendo poco a poco a ella.
Cuando quiero darme cuenta me encuentro a dos calles del instituto, en un pequeño parque. ¿Por qué me trajo hasta aquí?
Sigo el camino invisible que dibuja frente a mí aquella extraña fuerza, hasta que mis zapatillas se adentran en el césped cubierto por el rocío de la mañana.
Mis pasos son firmes y decididos, ni siquiera vacilo al caminar. Solo freno en seco cuando una parte de mí siente que ha llegado a su destino.
Miro atentamente mi alrededor, deteniéndome en las pocas personas que están aquí. Algunos trotan, otros pasean a sus perros y solo veo a una persona sentada en una banca de espaldas a mí. El joven está leyendo o algo parecido, ya que su cabeza mira hacia abajo todo el tiempo. Su fuerte y ancha espalda me dejan saber quien es sin siquiera mirarle el rostro, lo reconocería de aquí a la China. Su corto cabello oscuro se mueve ligeramente con la suave brisa que revolotea a su alrededor. Ese aire misterioso y oscuro que lo envuelve me atrae, incentivándome a acercarme para resolver todas mis dudas respecto a él. Pero ¿cómo pararme enfrente suyo sin parecer una acosadora? Si él llegara a voltear me vería a mí observándolo como una psicópata.
Genial.
¿Qué pasó con la valentía que sentías hace cinco minutos?
Comienza a evaporarse. ¿Cómo le explico que lo encontré sin parecer una loca? ¿Y si hice mal en venir?
Cobarde.
De todos modos no entiendo que hace él aquí a estas horas de la mañana.
Pregúntaselo.
De pronto, como si yo hubiese gritado su nombre, Dylan gira súbitamente la cabeza en mi dirección.
Mi rostro palidece al sentir sus ojos puestos en mí. Me gustaría decir que tengo la excusa perfecta, pero no. Fantástico.
Su entrecejo se frunce al verme parada en medio del parque con cara de idiota. A continuación, se pone de pie y comienza a caminar hacia mí. Sus manos cargan una libreta y un lápiz.
Bueno... ¡Corre!
¿Ahora quién es la cobarde, maldita conciencia?
Dylan se detiene a dos metros de distancia de mí. Ladea ligeramente la cabeza esperando una respuesta.
—Yo... yo solo estaba... —quiero decir algo inteligente, pero no se me ocurre nada.
—¿Qué haces aquí, Caitlin? —pregunta entre molesto y extrañado.
Mi nombre sale de sus labios como una melodía. Un tenue cosquilleo se instala en mi vientre al oírlo. ¡No! Este no es el momento.
Al ver que no respondo vuelve a atacarme con otra pregunta.
—¿Estabas espiándome? —no paso por alto su tono crítico.
—¡Claro que no! —intento defender lo indefendible—. No te creas tan importante.
Sus ojos no dejan de analizarme en ningún momento. Puedo jurar que él es capaz de percibir el ligero temblor de mis piernas y los irregulares latidos de mi corazón.
Pero entonces, ocurre algo que le da un giro completo a la situación. Dylan acomoda la libreta bajo su brazo, pero al tener toda su atención encima mío no se da cuenta que coloca las hojas mirando al suelo, por lo que dos trozos de papel se desprenden del cuadernillo e inician su inevitable descenso hacia la hierba. Automáticamente, mis ojos viajan a la hoja donde hay un increíble dibujo de... ¿mí?
¿Qué?
Mis pulmones exhalan bruscamente el aire en ellos y mis corazón incrementa el triple sus latidos.
¿Qué demonios es eso? ¿Por qué hizo un dibujo de mi rostro en primer plano?
¡SANTO DIOS! ¡ES UN ACOSADOR! ¡UN ASESINO SERIAL! ¡VETE DE AQUÍ, CAITLIN!
Dylan parece salir del pequeño trance en el que había entrado y cambia la dirección de su mirada. Gracias a Dios, porque ya comenzaba a marearme. Sus ojos se dirigen a donde apuntan los míos y a una velocidad increíble recoge ambas hojas. Parpadeo confusa al verlo moverse con esa rapidez, ¿eso es normal?
La pregunta correcta sería, ¿qué es normal en él?
Mis piernas ni siquiera responden, no estoy muy segura si puedan volver a hacerlo. Es como si me hubiesen atornillado al suelo.
Dylan regresa su mirada a la mía con una mezcla de sorpresa y recelo. Esto no se lo esperaba, eso está más que claro. Solo que ahora intentará explicar lo inexplicable y comenzará a mentir. Lo confirmo basándome en los hechos reales ocurridos hace unos cinco minutos. Yo tomé la misma postura que él cuando me sorprendió acosándolo desde lejos. Me mentirá. Volverá a ocultarme las cosas como siempre lo hace.
Es un psicópata. Un lunático. Un acosador. Es Dylan.
—No lo entenderías —dice en su defensa.
¿Eso es todo lo que dirá? ¿Es una broma?
Sus ojos me observan con tal intensidad que la extraña fuerza que me trajo hasta aquí comienza a recaer sobre mis hombros con más peso del que puedo soportar. Debo irme ya de aquí.
Giro sobre mis talones y con cierta torpeza comienzo a correr lejos de él.
Sé que nada bueno saldrá de esto si continúo acercándome a Dylan. Lo mejor será que de ahora en más lo evite por completo. Sí, debo hacer eso. En clase me sentaré en otro pupitre si es necesario.
Pero como al universo últimamente le gusta hacer de mi vida un drama, no se va a guardar la oportunidad de que yo haga una salida extremadamente dramática en este momento. Por supuesto que eso es lo que decide hacer. Mis pies se enredan entre ellos y me hacen caer desparramada sobre la hierba.
Esto es realmente humillante. Mátenme ahora mismo.
Estoy por ponerme de pie cuando alguien se aparece mágicamente a mi lado para ayudar. Sus fuertes y grandes manos se amoldan a mi cintura, y sus brazos se contraen para ayudar a ponerme de pie. A pesar de que la tela de mi camiseta sirve de barrera, siento la calidez de su piel como si no tuviera nada encima. Mi interior se remueve en respuesta a su tacto.
—¿Estás bien? —su aliento roza sutilmente la piel de mi oreja, provocándome una tonta reacción interna.
Debo ser fuerte. Debo ser fuerte.
Lo aparto de mí de un empujón y me alejo de él lo más rápido que me permiten mis torpes pies, dejando una buena distancia entre ambos. Respiro una buena bocanada de aire antes de hablar.
—Quiero que te mantengas alejado de mí —le advierto con la voz temblorosa.
Importándole tres cominos lo que dije, de unas dos zancadas se coloca en frente de mí. Debo levantar la cabeza para poder dar con sus ojos. Es increíble lo pequeña que me hace sentir a su lado. Soy como un insecto.
A pesar de todo, la tonta de mí se maravilla por el increíble color de sus ojos. Son lo más bonito que vi en mi vida.
—Yo no fui quien te buscó ahora —murmura Dylan con voz grave.
El corazón me late muy fuerte. Trago saliva sonoramente y Dylan dirige fugazmente su vista hacia mi garganta. Siento las mejillas arder.
Sí, yo lo busqué, pero porque hace esa cosa rara que me guía hacia él. ¿Qué culpa tengo? Además esto ahora no se trata de mí, ¿por qué está dibujándome? Lo único que me hace creer de él es que es un acosador.
Estoy a punto de abrir la boca, pero él me gana de mano.
—Olvídalo —sentencia antes de pasar de mí y comenzar a caminar en la dirección contraria por la que vine.
Con la respiración agitada y la cabeza hecha un lío, lo veo alejarse sin pensar en detenerlo. Es la mejor decisión por ahora.
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