Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

XII


—¡Caitlin!

Volteo a ver quien me ha llamado y observo a mi pequeño primo, Bradley, de seis años, corriendo hacia mí. Su cabello ha crecido bastante desde la último vez que lo vi, sus rizos se mueven en todas direcciones mientras se acerca hasta donde estoy.

—Pequeño demonio a la vista —susurra mi hermano mientras mira lo mismo que yo.

—¡Hola, Brad! ¿Cómo estás? —le sonrío con cariño una vez que llega a mí.

Este niño, así como cualquiera lo ve a simple vista, luce como un angelito. Facciones suaves, sonrisa tierna y ojos desbordantes de alegría. Pero cualquiera que lo conoce mejor sabe que tiene encarnado un pequeño demonio. A nosotros ya no nos engaña.

—Bien —responde con lo justo. El niño está interesado en enseñarme a mí y a Taylor otra cosa. Es por eso que ha venido hasta nosotros.

Termino de confirmar mis sospechas cuando se para en puntas de pie y nos deja a la vista sus pequeños dientes de leche. Oh, uno ha desaparecido.

—¡No me digas! ¿Ha venido el hada de los dientes? —le pregunto mientras sacudo sus hermosos rizos.

Él asiente con vehemencia y saca algo de dinero del bolsillo de su pantalón.

—Me ha dejado diez dólares —nos enseña.

—¡Qué bien! ¡Felicidades!

Extraño sentir esa ilusión. A medida que crecemos vamos perdiendo por el camino toda esa magia que nos acompaña desde niños. Los castillos se derrumban y las sirenas se pierden en lo profundo del océano, esperando que en algún momento volvamos a recordarlas. El mundo que construimos con nuestra imaginación se desmorona y es reemplazado por otro el cual nos vemos obligados a aceptar. Ese mundo se llama realidad. Desde ese momento solo lo tangible y observable es creíble.

Ya finalizado conmigo, se acerca a Taylor para mostrarle lo mismo. La única diferencia es que a él le pide que lo cargue en brazos. ¿Qué problema tienen mis brazos?

No son tus brazos, es tu altura.

—Pequeño, ¿en qué pelea te has metido? —le dice mi hermano en broma mientras lo carga sobre sus hombros.

—No le des ideas, Taylor —lo regaña la tía Sussan. La madre del pequeño ha aparecido justo por detrás nuestro, casi me da un infarto.

Ella es una mujer alta y esbelta, con el cabello igual que el del niño. Es increíble esto de los genes...

Mi hermano no puede evitar reírse, hasta que recibe sin querer una patada del chiquillo en el mentón. Y es en ese momento cuando toda diversión desaparece de su rostro.

—¡Abajo! ¡Abajo! —grita el niño en las alturas, luchando para escaparse de allí y así no ser interceptado por su madre.

Taylor lo deja nuevamente en el suelo y se vuelve hacia mí, refregándose el mentón con la palma de su mano.

—Te dije que era un demonio —dice por lo bajo para que la tía Sussan no lo oiga.

Asiento, muy de acuerdo con él.

A veces pienso que hubiese sido lindo tener alguna prima de mi edad con quien charlar. Somos seis primos en total y tuve la mala suerte de ser la única mujer entre ellos. No estoy interesada en oír sobre los partidos de fútbol, baseball o sobre fiestas y borracheras, sinceramente eso no es lo mío.

—¿No quieres tomar nada? —me pregunta mi hermano una vez que el pequeño Bradley y su madre se alejan.

Observo a Taylor que tiene en su mano un vaso de no sé qué al cual le da unos tragos a cada tanto. Él va vestido para la ocasión con una camisa de jean con las mangas dobladas hacia arriba, hasta la altura del codo, un pantalón oscuro y unos zapatos.

—Sabes que no bebo alcohol —hago una mueca al ver el líquido dentro.

Realmente no le siento gracia a esas bebidas, tienen un gusto amargo que a mis papilas no les resulta para nada agradable.

—Me refería a un jugo —dice de manera socarrona.

Pongo los ojos en blanco y me cruzo de brazos, enfocando mi vista en la fiesta.

—No, gracias —suspiro.

La noche está hermosa, el cielo se ha llenado de estrellas y no hay ninguna nube a la vista. La fiesta de mi abuela se está realizando en el jardín de su casa, que por cierto es muy espacioso. Por suerte toda la familia está presente, ya extrañaba verlos a todos reunidos.

—¿No te parece que ese vestido es muy corto? —la voz de Taylor hace que gire la cabeza nuevamente en su dirección.

—Fue un regalo de la abuela, y a mí me encanta. ¿Qué problema hay? —le digo con el entrecejo ligeramente fruncido. Detesto cuando se pone en ese tonto papel de hermano sobreprotector. Al menos en este momento no tiene sentido.

Taylor blanquea los ojos.

—No digo que no sea bonito, solo que...

—¿Qué? —le interrumpo—. Ya tengo edad suficiente para decidir como debo vestirme y para muchas otras cosas más.

Para demostrar mi punto, le quito la bebida de la mano y le doy un gran sorbo, sintiendo como una mezcla de alcohol con jugo de frutas se desliza por mi garganta. Esperaba un gusto peor, horrible y desagradable, pero esa mezcla frutal me gustó en comparación con otras que probé. Qué extraño.

—Esto no tiene casi nada de alcohol —observo al terminar de tragar el líquido.

Taylor me quita el vaso con rapidez y entrecierra los ojos, lanzándome una mirada de advertencia.

—Cuando cumplas tus dieciocho podrás tomar lo que quieras. Mientras tanto, esto está prohibido para ti —me reprende con aire autoritario—. Y no, no puedo beber mucho alcohol, por eso diluyo la bebida.

Continuaría discutiéndole, pero en cierto punto tiene razón, aun no soy mayor para beber.

—Ya podré hacer lo que quiera dentro de poco —doy por finalizado ese asunto, pero ahora me queda uno más—. ¿Por qué no puedes beber alcohol?

Que yo recuerde no toma ninguna medicina.

—No me ayuda a rendir con el estudio —responde con un leve encogimiento de hombros.

Tiene otro punto. Mi hermano siempre se ha esforzado por alcanzar el mejor promedio en todo.

Deberías seguir su ejemplo.

Tal vez algún día.

A los pocos segundos, dos de mis primos, Mike y Tristán, que tienen la misma edad que Taylor, se acercan a charlar con nosotros. Ambos son muy divertidos, siempre me han caído bien. El primero de ellos es alto y con el mismo cabello que Bradley, pues es su hermano. Sus ojos de color café brillan con su habitual picardía. Y el segundo, Tristán, me recuerda mucho a Taylor, por sus ojos azules y cabello rubio. Los tres mantienen un físico similar.

—Mira esos bíceps, ¿cuántas horas ejercitas por día, Ty? —le pregunta Tristán a mi hermano, tocando su brazo para comparar con el suyo.

Taylor abre la boca para responder, pero Mike se le adelanta.

—Las mismas horas que tú en la maldita consola.

Tristán voltea a verlo con una sonrisita burlona.

—Oye, no te metas con eso, la última vez que jugamos te di una paliza, ¿lo recuerdas?

—Y luego perdiste contra mí —es el turno de mi hermano de dejarlo mal parado.

Mike y Taylor se ríen del mohín que hace Tristán, pero ninguno da el pie para seguir molestándolo.

—¿Y tú como estás, prima? Un pajarito me dijo que ya tienes novio —dice Tristán en mi dirección.

Taylor casi escupe la bebida que se había mandado a la boca.

En la familia nunca falta quien habla de ese tema, en este caso le tocó a mi primo ser el idiota del comentario.

Los tres pares de ojos se posan en mí, esperando una respuesta a eso. Puedo sentir el calor que se acumula en mis mejillas de manera inevitable.

No, no puedo dejar que se salga con la suya, le seguiré el juego.

—Pues sí, tengo novio —miento descaradamente.

Mike y Tristán dirigen su mirada automáticamente hacia Taylor, que tiene el rostro descompuesto.

—¿Es enserio? Yo solo estaba bromeando —murmura Tristán.

—Tranquilo, Ty. Lo buscaremos y le daremos su merecido —afirma Mike, golpeándole el hombro a mi hermano para hacerlo reaccionar—. Nadie se mete con nuestra pequeña Caitlin.

¿Merecido a quién? Quiero reírme de sus caras, pero me contengo.

—A ver, muchachos —los detengo, haciendo aspaviento con las manos—, si quiero tener novio puedo tenerlo sin que ninguno deba interferir. Además era mentira, solo le seguí el juego a Tristán. Ya puedes respirar, Taylor.

Puedo notar el alivio en el rostro de mi hermano. Los otros dos curvan sus labios en una sonrisa.

—Sí, los siguientes años serán divertidos para Taylor —comenta Tristán con sarcasmo.

Me marcho de allí con una sonrisita de orgullo, dejándolos a ellos charlar sobre un partido de baseball que Mike sacó a colación.

—¡Hey! —escucho de repente un grito a lo lejos—. ¡Caitlin!

Me volteo a ver quién me llama y una gran sonrisa se plasma en mi rostro al reconocerlo. ¡Ha venido! Corro a toda velocidad hasta donde se encuentra aquel joven de cabello negro azabache y me lanzo sobre él.

—¡Aiden! —exclamo con alegría una vez que lo rodeo con mis brazos.

Aiden es el vecino de mis abuelos, lo conozco desde niña. Siempre que vengo a Colorado encuentro un momento para pasar una tarde con él, es un muy buen amigo.

Este último tiempo solo estuvimos hablando por mensajes de texto, no habíamos tenido la oportunidad de vernos desde hace casi dos años. Él no estuvo por aquí las veces que yo he venido.

—¡Mírate que grande estás! —su voz retumba en su pecho.

—Exagerado, tampoco es que pasaron diez años —me aparto de él entre risas.

—Estás bellísima —me da un rápido vistazo y vuelve sus ojos a los míos.

Sonrío por su cumplido sin vergüenza alguna, siempre que nos vemos me dice lo mismo.

—Gracias.

Bueno, él tampoco está nada mal, todo lo contrario, el tiempo que pasó parece que ha favorecido su apariencia. Su rostro se ha estilizado bastante desde la última vez que lo he visto. También puedo notar que ha estado ejercitándose mucho más, los músculos de sus brazos resaltan bajo la camisa a cuadros que trae puesta.

—No nos vemos hace casi dos años —murmura pensativo—. Perdona que las veces que estuviste aquí yo no estaba.

—No te preocupes, tu madre me dijo que vienes en ocasiones a visitarla —le digo, según lo que averigüé—. Me alegro que esta vez hayamos coincidido.

Aiden asiente, de acuerdo con mis palabras.

—Me mudé con mi padre a Kansas, necesitaba un cambio —afirma, llevándose una mano al cabello para desordenarlo un poco, confiriéndole un aire rebelde—. ¿Y qué hay de ti?

—Todo sigue igual. Ahora estoy en mi último año de preparatoria, nada nuevo —suelto una pequeña risa nerviosa al pensar en eso último.

Nada nuevo...

—No te creo —murmura perspicaz—. Necesitamos ponernos al día, de seguro tienes mucho que contar. ¿Sabes? En Boise tengo una tía a la que iré a ver, y será en la semana de tu cumpleaños. Si quieres... ya sabes...

—Te voy a estar esperando —termino la oración por él, sonriendo por semejante noticia.

He extrañado mucho a Aiden, mi fiesta de cumpleaños será mil veces mejor si él está allí.

Sus ojos negros adquieren un brillo especial al oír mi respuesta. Nos quedamos mirándonos las caras por unos segundos en los que puedo notar que algo en su mirada ha cambiado desde la última vez que lo he visto, como si ahora pudiese ver más allá de mí. La intensidad de su mirada me golpea tan fuerte que debo agachar la cabeza para ocultar el rubor que ha asaltado mis mejillas.

¿Qué demonios me ocurre? Por favor, es Aiden, nos conocemos desde pequeños.

Ya no son pequeños, déjame decirte. Él es un chico y tú eres una chica.

Mi mirada hacia él cambia un poco al pensar en eso. Es verdad, ya estamos grandes. Los dos somos casi adultos, y debo decir que mi amigo ha salido bastante beneficiado de eso. Aiden se ha convertido en un chico muy apuesto, no recuerdo haber prestado atención nunca en eso.

De pronto, el recuerdo que llega a mi memoria me golpea como un guantazo de concreto. Nosotros solo teníamos doce años.

—Me gustas —admitió Aiden, que estaba sentado frente a mí, sumamente concentrado en armar un rompecabezas.

Levanté rápidamente la cabeza del juego y lo miré con una sonrisa en los labios.

—¿Qué dijiste? —le pregunté solo para cerciorarme de que oí bien.

Sus ojos volaron a los míos y se río algo nervioso.

—Yo no dije nada, ¿por qué? ¿Qué oíste?

Lo observo atentamente por un segundo y luego regreso mi atención al rompecabezas que estamos armando en la sala de su casa.

—Nada, seguro fue la televisión.

Casi me olvido de ese día. Después de esa especie de confesión me obligué a mí misma a olvidarme de eso, ¿para qué poner las cosas raras entre nosotros? Además Aiden jamás volvió a mencionar algo por el estilo. Pero ahora, al ver su mirada, me recuerda a la de ese niño que una vez admitió con timidez aquello.

De pronto, la música aumenta de volumen y algunos invitados se ponen a bailar, llenando la improvisada pista de baile en cuestión de segundos. Aiden aprovecha el ruido para acercarse a mi oído y susurrar:

—¿Vamos adentro?

Los vellos de mi nuca se erizan al sentir su aliento rozando mi piel. ¿Qué demonios me sucede? ¿Por qué ahora siento que esas dos palabras ocultan algo más? Tiempo atrás eso significaba ir a sentarnos a ver una película en el sofá o ir a cualquier parte a charlar de la vida.

Esto es ridículo. Aiden es mi amigo, estoy segura que mi cabeza solo está confundiendo las cosas.

Estoy a punto de responderle que sí cuando una mano se posa sobre mi hombro.

—¿Cómo estas, Aiden? —por encima de la música puedo distinguir la inconfundible voz de mi hermano.

Las facciones del mencionado se endurecen al ver a Taylor, pero logra recobrar la compostura rápidamente. Sí, bueno, nunca se han llevado muy bien estos dos.

—Taylor, tanto tiempo sin verte —murmura Aiden con voz neutra.

—Solo unos cuantos meses —mi hermano sonríe forzosamente y dirige su vista hacia mí—. ¿Bailamos, hermanita?

Estoy por responderle que no cuando me veo arrastrada hasta la pista de baile que se formó, sin poder hacer nada al respecto.

—Eso ha sido grosero —le reprocho, una vez que me oriento en tiempo y espacio. Todos a mi alrededor se mueven sin darme tiempo a ponerme en sintonía con ellos.

—¿Por qué? No hice nada malo, solo quería bailar contigo.

—Me viste que estaba ocupada —señalo.

Taylor me hace dar un pequeño giro que provoca que el vestido se despliegue como una delicada flor.

—No, solo vi que estabas hablando con Aiden —murmura con una ligera sonrisita de satisfacción. Cree que se ha salido con la suya.

Aprovecho el siguiente giro para cambiar de compañero de baile y tomar la mano de mi otro primo, Stephan, de tan solo trece años. El niño sonríe con cierta timidez al principio, pero enseguida entra en confianza y comienza a moverse con ciertos pasos que hasta mí me dejan sorprendida.

Taylor se ríe de la habilidad del pequeño, pero enseguida es interceptado por mi tía Ellen, que arrastra a mi hermano al centro de la pista.

Durante los siguientes minutos nadie se ha quedado sentado, todos han venido a la pista de baile a mostrar sus increíbles pasos de los años ochenta. Incluso mi abuela se ha puesto a mover las caderas con mi abuelo.

Me detengo un segundo solo para buscar a Aiden con la mirada, pero no lo encuentro. ¿Dónde se habrá metido?

Camino fuera de la pista de baile solo para recuperar el aliento, nunca me había movido tanto en mi vida.

En el trayecto a la mesa por un vaso de agua, algo llama mi atención. Cerca de los arbustos que decoran el muro que divide la casa del resto, veo la figura de un chico que no había visto antes en la fiesta. Agudizo lo más que puedo la vista y, entonces, el corazón me da un vuelco al reconocerlo.

No, no puede ser él. Es imposible.

Lleva una camisa completamente negra con un pantalón haciéndole juego. Su cabello esta revuelto como siempre y sus ojos grises parecen reflectores en medio de la noche. Tiene a su favor que la luz no lo esté iluminando precisamente a él, pero puedo apreciar con bastante detalle su figura.

Dylan.

La viva imagen de la perfección masculina está parado a unos metros de mí, analizándome detenidamente. Mis piernas comienzan a temblar de solo sentir el poder de su mirada.

¿Cómo es qué entró? ¿Qué hace aquí?

Miro a mis espaldas y veo que todos siguen en su propio mundo, disfrutando de la fiesta como si nada. ¿Nadie lo vio entrar?

Me vuelvo hacia Dylan y veo que ahora está de espaldas a mí con la cabeza gacha, como si estuviese revisando algo entre sus manos.

Esto no está bien.

Mis pies comienzan a moverse por sí solos hacia él. Los nervios aumentan a medida que me voy acercando. ¿Qué debo decirle?

¿Tú?

No, es cierto. Él me debe dar una explicación, y una muy buena.

Cuando estoy a solo dos metros de él, se da la vuelta tan rápido que me aparto un paso lejos del susto. Y no es justamente Dylan a quien veo, sino a mi tío Patrick tecleando en su teléfono móvil.

¿Qué?

—Sobrinita —murmura él sorprendido —. ¿Ocurre algo?

Se lleva el teléfono a la oreja mientras espera tanto mi respuesta como la del otro lado de la línea.

Vete.

—Yo... eh... solo venía a saludarte, pero veo que estás ocupado —me invento sobre la marcha.

—No, no, está bien. Yo solo... ¿Jefe? —me hace una seña con el dedo para que lo espere mientras atiende a la otra persona que le ha respondido—. Sí, soy yo... Recién me avisaron que tres de los arquitectos...

Me aparto unos metros para darle su privacidad, y así de paso ordenar un poco mi cabeza que a punto está de hacer cortocircuito.

No puedo creer que haya podido confundirlo con Dylan. Es ridículo. ¿Qué haría él en Colorado? No tiene sentido.

Sentido no tiene tu reacción. ¿Qué sucede, Caitlin? ¿Seguirás negando que ese chico no provoca nada en ti?

No es eso... yo solo...

Admite que Dylan te gusta.

No me gusta.

Sí te gusta.

No me gusta.

Sí.

No.

Sí.

No.

No.

Sí.

¡Ja!

Tal vez un poquito.

La voz de mi conciencia guarda silencio cuando al fin confirmo lo que tanto quería oír. Ya ni siquiera puedo disimularlo, soy demasiado obvia. Pero en mi defensa, ¿quién no caería en su hechizo? Espero no ser la única que piense eso...

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro