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VIII

De camino al instituto he estado pensando si correspondería preguntarle a Dylan sobre aquella carta. Él es la única persona de la que últimamente he estado intentando alejarme. No conozco a nadie que no me quiera cerca, yo sola me encargo de expulsar de mi vida a ese tipo de gente. Y ojala fuera así de fácil con este chico que no deja de entrometerse en mis pensamientos. Aun así, puede que sea un error hablar con él ahora, capaz no tiene nada que ver con esa nota y quedo como una loca en frente suyo. Sería una vergüenza.

¿Prefieres quedarte con la duda?

No, tampoco quiero eso.

¿Y qué esperas, mujer? Vergüenza es robar.

Está bien. Maldición, no puedo ser tan cobarde. Le preguntaré si fue el quién dejó esa nota debajo de mi almohada.

Por Dios, suena patético ahora que lo pienso. Soy patética.

¿Cómo podría meterse en mi casa, en mi cuarto y dejar eso bajo la almohada? Suena ridículo hasta en mis pensamientos.

Ahora me encuentro de pie, fuera de la clase de biología. No quiero entrar y tener que ver a Dylan, ese chico me pone los pelos de puntas. Y con el solo hecho de pensar que debo verlo de frente a sus encandilantes ojos grises, me da un extraño hormigueo en el vientre.

Debes enfrentarlo. Ahora.

Por Dios, solo es un chico. Un simple chico. Jamás me acobardé frente a nadie, ¿por qué lo haría ahora?

Tomo una buena bocanada de aire y llena de valor entro al salón. Lo primero que recibo es una bola de papel en el rostro.

Que maduros.

Camino por el pasillo que se forma entre los pupitres y un inesperado sentimiento de decepción se instala en mi pecho al ver que la silla contigua a la mía está vacía.

Tanta preparación mental para nada.

¿Por qué habrá faltado?

Debería sentirme feliz por no tener que soportar su presencia durante el día, pero no me siento así. Es extraño. ¿Por qué me siento decepcionada? Aunque, admitiré que una pequeña parte de mí suspira de alivio por no tener que enfrentarme a él.

Tomo asiento y espero tranquilamente el inicio de la clase, pero solo pasan tres escasos minutos antes de que la desgracia en persona se sitúe a mi lado. Trevor se ha sentado cómodamente junto a mí.

Lo que me faltaba.

—¿Cómo estás, Caitlin? —pregunta, mientras saca un par de hojas de su mochila.

—Estaba bien —suspiro, cruzándome de brazos.

Hasta que tú llegaste...

Él se da cuenta de la indirecta dos segundos más tarde, pero la ignora olímpicamente y el muy idiota me sonríe.

—¿No te molesta que me siente aquí, verdad? —me guiña un ojo y amplía más su sonrisa.

No lo puedo creer, ¿el muy descarado me está coqueteando?

—Ya lo has hecho —murmuro con cierto fastidio.

El profesor saluda al entrar al salón y Trevor se queda con las palabras en la boca una vez que da inicio a la clase.

No existe ser más detestable que él.

Dylan.

No, Trevor Williams supera a cualquiera. Aún recuerdo la vez que en un examen de cuarto año apareció mágicamente su nombre en lugar del mío. Y adivinen donde aparecía un lindo "Caitlin" con un pequeño corazón sobre la "i". Claro que sí, en la hoja suya que hizo pasar por mía. ¡Yo nunca dibujo corazones! Trevor se había tomado el atrevimiento de cambiar mi nombre por el suyo en aquella prueba. Y desde ese momento, ese chico pasó a mi lista negra.

Creo que ahora comprenden por qué lo detesto tanto.

La hora transcurre demasiado lenta para mi gusto. El engendro que tengo a mi lado no para ni un segundo de retocar su perfecto cabello rubio, me agota.

Tomaría una tijera y...

El timbre toca y pego un salto de la silla del susto. Me había perdido demasiado en mis pensamientos maniáticos. Me levanto lo más rápido que puedo, dejándolo al otro de nuevo con las palabras en la boca.

—¿Qué miras, Caitlin? —pregunta Penny, antes de darle un gran mordisco a su manzana.

Ya me encuentro en la cafetería con mis amigas, como rutina de todos los días.

—Nada —respondo con los ojos puestos en todos lados menos en los suyos.

Puede que Dylan este sentado en alguna de las mesas que nos rodean...

—No te veo muy segura de lo que dices.

Centro mi mirada en ella y sonrío inocentemente mientras me llevo una patata frita a la boca.

—Por cierto, hoy no podremos alcanzarte hasta tu casa, Jill y yo debemos desviarnos para hacer algunas compras que mi madre nos ha mandado a hacer para la fiesta de la abuela. A no ser que quieras acompañarnos.

—Yo que tú no iría —susurra Jill con pesadumbre.

Ya me imagino recorriendo doscientas tiendas en busca de algo que se le ha puesto en mente a la madre de Penny. A esa mujer siempre se le ocurren las ideas más descabelladas.

—Descuida, iré en autobús —me apresuro a decir.

Cuando la hora del almuerzo se acaba, me dirijo a paso decidido hacia la clase de español. Tengo que admitir que una parte de mi está impaciente por ver a Dylan y no entiendo por qué. Cruzo la puerta y veo que todos los pupitres están ocupados, excepto el que se encuentra al fondo.

Bueno... puede que Dylan no haya querido venir hoy al instituto. Me pregunto si será por mí.

Seamos realistas, Dylan ni si quiera te presta atención cuando está contigo.

Me gustaría cerrar el pico de la vocecita de mi conciencia, pero sé que tiene razón. Yo debo ser una torpe chica para sus ojos. Y para los míos él debe seguir siendo un imbécil.

Luego de haber cursado todas las asignaturas de hoy, salgo fuera del instituto y busco mi celular dentro de la mochila para poder llamar a mi padre, capaz él esté libre y pueda pasar por mí, de esa manera me ahorraré el viaje en autobús. Pero empiezo a entrar en duda de haber traído el teléfono conmigo cuando luego de haber sacado todo lo que llevo dentro, no lo veo por ningún lado. Hasta que recuerdo que lo dejé cargando esta mañana arriba de mi mesita de noche.

—Perfecto —mascullo.

Solo son unas pocas manzanas, tampoco moriré si lo intento.

Tres kilómetros. Que te diviertas.

Sí ya se lo que piensan, soy muy perezosa. Y lo reconozco, sé que lo soy. Debería cambiar. Algún día...

A paso ligero dejo atrás las primeras calles. Camino frente a una panadería, también frente a la fachada de un enorme edificio de un adinerado empresario; paso por un lavadero de ropa, también por la puerta de una tienda de mascotas, entre muchas otras.

Estoy a mitad del camino cuando me doy cuenta de que ya solo veo casas, he dejado las tiendas atrás. Con la mirada en el suelo e intentando no pisar las rayas de la acera, llego a un punto en que comienzo a sentirme observada.

Miro hacia atrás y a los costados para asegurarme que no haya nadie, pero eso aun no me tranquiliza. Incluso los vellos de mi nuca se erizan cuando la sensación de que alguien me mira aumenta de intensidad.

Mi corazón comienza a latir con más fuerza, enviando más sangre a mis extremidades que se preparan para correr. La adrenalina se ha disparado en mi cuerpo, aumentando el triple mis sentidos.

Apresuro el paso intentando mantener la calma, pero es imposible. Es una sensación punzante, como si los ojos de esa persona tuvieran el poder de clavarse en mi nuca como si fuesen agujas.

El único sonido que se oye en la calle es el del auto que pasa junto a mí y se pierde a mis espaldas. A continuación, un silencio sepulcral se extiende a mi alrededor. Ni siquiera una de esas plantas corredoras que aparecen en el lejano oeste quiere cruzarse en mi camino. Esto no me da buena espina.

Corre.

Cuando estoy a punto de iniciar una carrera hasta mi casa, casi me da un infarto cuando una mano me toca el hombro. Suelto un grito agudo y me giro bruscamente, interponiendo mis brazos por delante e incluso una pierna.

—Eh, ¿qué ocurre? —pregunta mi hermano, que me observa perplejo.

Llevo una mano a mi pecho que sube y baja muy deprisa. Bajo la guardia de inmediato al darme cuenta de que es solo él.

—Maldita sea, Taylor, me has dado un buen susto. ¿Qué haces aquí? —digo sin aliento.

Analiza mi expresión de susto por un segundo y luego mira alrededor, como si buscara algo.

—Me entretuve en la biblioteca, ¿y tú? —contesta con expresión seria, sin dejar de mirar por encima de mi cabeza.

¿Está allí desde que me fui de la casa por la mañana? Que chico raro.

Eso es lo que te quiere hacer creer a ti.

Mentiroso...

—A mí no me quieras mentir, yo ya sé lo que traes entre manos —suelto con presunción, ahora un poco más relajada.

Él regresa sus intensos ojos azules hacia mí, observándome confundido y sorprendido a la vez. Antes de que pueda decir algo continúo hablando yo.

—Tú te ves con alguna mujer. No puede ser que te la pases encerrado en tu cuarto leyendo. Sí claro, tú estás leyendo los mensajes que te manda ella. ¿A la biblioteca? Te vas a su casa, donde ahí... —me detengo antes de imaginar cosas que me van a dejar un trauma permanente—, no quiero ni imaginar lo que hacen, pero nada aburrido seguro.

Taylor se limita a observarme con expresión neutra mientras escucha con atención todo lo que digo. Al terminar mi discurso, transcurren unos cinco segundos de silencio antes de oír su sonora carcajada.

—Me descubriste —afirma para mi sorpresa.

Mi mandíbula por poco toca el suelo al oír eso.

¡¿Es enserio?! La mataré, quien quiera que sea le arrancaré todos los pelos de su cabeza, uno por uno.

¿Celosa?

¿Celosa? ¡¿Yo?! ¡¿YO?!

—Pero no se lo digas a nadie, hice un acuerdo con la señora de la biblioteca. Me pidió que no le dijera a nadie que le gustan jóvenes de mi edad —continúa.

¿La señora de la biblioteca? ¿La que tiene ochenta años?

¡Le gustan mayores!

No... puede... ser...

Taylor vuelve a estallar en carcajadas al ver mi expresión de espanto.

¡Por Dios, podría ser su abuela!

—Solo bromeo, Caitlin —dice, negando con la cabeza.

¿Era una broma? ¿De verdad?

—Entonces... ¿no hay ninguna chica? —intento confirmar mis sospechas.

—Tú eres la única chica en mi vida. Eres mi princesita —sonríe con cariño.

Así me llama desde que tengo uso de razón.

Sonrío satisfecha por su respuesta, a pesar de que no haya negado mi pregunta.

Pasa un brazo por encima de mis hombros y me apega a su cuerpo mientras iniciamos el trayecto que queda hasta la casa.

—Últimamente te noto muy rara. ¿Ocurre algo que quieras contarme? —dice luego de un breve silencio.

Su pregunta me toma desprevenida y lo único que se me ocurre hacer es negar con la cabeza. Un incómodo silencio se extiende entre ambos. Las ganas de que un auto me pase por encima no me faltan.

—Respecto a lo de esta mañana... yo no me sentía bien y te traté como si tú tuvieras la culpa —confiesa arrepentido, rompiendo ese silencio asfixiante.

Gracias a Dios que decidió hablar primero.

—Todos tenemos nuestros días, descuida —digo con una leve sonrisa dibujada en los labios.

Estos días yo tampoco estuve del mejor humor. He tenido diversas emociones que procesar desde que han arrancado las clases. Todos sabemos el por qué de eso.

Taylor camina con la mirada puesta en las baldosas de la acera, manteniendo su entrecejo levemente fruncido. Lo que sea en lo que está pensando parece perturbarlo.

—¿Y qué es lo que te ocurre a ti? —decido preguntarle.

Chasquea la lengua y niega levemente con la cabeza.

—No es nada. Solo me siento un poco cansado, es difícil a veces cuando tienes una gran responsabilidad en tus manos —dice esto último casi en un susurro.

Debe ser agotador, ingresar al mundo adulto no debe ser para nada sencillo. Cargas con muchas más responsabilidades. Ya debes pensar en que cada decisión que tomas puede afectar para bien o para mal tu futuro. Y mi hermano se encuentra en medio de un obstáculo gigante el cual debe saltar con calma: su carrera universitaria.

—Vuelvo a repetirte lo que te he dicho esta mañana: estudia menos. Te saldrá sangre por los ojos si te presionas así —suelto una pequeña broma para aligerar el ambiente. Mi hermano se ríe.

—El estudio es lo más fácil de todo. Tú no te preocupes —sentencia.

¿Y qué le inquieta tanto?

Taylor cambia de tema al comenzar a hablar de una película sobre zombies, que se ha estrenado hace unos días. Por si no lo sabían ambos amamos esas cosas. Desde pequeños compartimos el mismo gusto por películas sobre el tema. Personas siendo mordidas, tripas fuera del abdomen, terror y más terror. Lo sé, mis gustos son raros.

Caminamos a casa hablando de esas cosas y dejando el otro tema de lado. Nos hará bien pasar unos minutos juntos charlando de trivialidades.

...

¿Cómo me siento? Frustrada, así me siento.

Dylan no ha ido en toda la semana al instituto y no he podido preguntarle aquello que me está dando vueltas en la cabeza desde hace ya varios días. Es de locos lo que quiero hacer, culparlo de algo que ni yo estoy segura...

Pero si él no tiene que ver con eso, ¿quién más?

Hago a un lado el libro de Crepúsculo que acabo de terminar, una vez más. Esta vez me ha llevado más tiempo del que creía en terminarlo, últimamente la lectura no me resulta una distracción, me da más que pensar.

Es plena madrugada y en unas horas debo ir al instituto. Comenzar la semana sin energía es una idea que no me agrada mucho. Me tiro hacia atrás sobre la almohada y me quedo observando el techo.

¿Recuerdan aquella nota que apareció bajo mi almohada hace una semana? Bueno, desapareció al otro día. Cuando quise tomarla para volver a leerla antes de dormir, me di cuenta que no estaba donde la había dejado. Mágicamente había desaparecido.

O puede ser que la hayas botado a la basura sin darte cuenta.

Bueno, puedo ser muy despistada a veces.

Me tapo con la sabana hasta la cabeza y cierro los ojos con la esperanza de poder dormir. Contaré ovejas si es necesario.

Doy un leve respingo cuando la brisa fresca me acaricia la piel. No sé dónde me encuentro, no distingo absolutamente nada, todo está completamente oscuro.

Desesperada por encontrar una salida, corro lo más rápido que me dan las piernas. Siento el corazón en mi pecho palpitando demasiado fuerte.

Llevo las manos a mis orejas, intentando amortiguar en vano el fuerte zumbido que se apodera de mis oídos.

Y entonces, sin previo aviso, una intensa corriente eléctrica me golpea de lleno el cuerpo entero. Caigo con brusquedad sobre el suelo, retorciéndome de dolor. Esto es demasiado. Cierro con fuerza los ojos, absorbiendo aquel dolor que ha logrado desarmarme por completo.

Pero todo cambia cuando levanto los párpados. Me sorprendo al darme cuenta de la nitidez con la que soy capaz de ver. ¿Dónde estoy? Ahora todo es diferente. Poco a poco se van haciendo visibles las cosas que me rodean; árboles, rocas y más árboles. Estoy en un bosque, pero no sé cual.

El sonido de los pájaros se oye desde lo alto de los árboles. El suave viento mece sus hojas con delicadeza, acariciándolas a su paso. Entrecierro los ojos cuando los rayos del sol pegan directo en mi rostro. Llevo una mano a mi frente para cubrirme de la luz y así poder ver un poco mejor. Visualizo una montaña a los lejos, es muy grande, realmente intimidante.

—Caitlin... —se oye que susurran a lo lejos.

Observo en todas direcciones intentando dar con la persona que acaba de pronunciar mi nombre. Me quedo inmóvil cuando veo a alguien en la lejanía, sentado de espaldas a mí. Por su contextura parece ser un hombre. Un hombre joven. Se me hace familiar. Su postura, su atuendo oscuro, su...

Dylan.

El corazón se me sube a la garganta cuando lo reconozco.

Es él.

Y como si hubiese gritado su nombre él voltea a verme con una expresión de desconcierto. Observa rápidamente a los lados y luego corre hacia mí a una velocidad sobrehumana.

Es imposible...

—¿Qué haces aquí? —pregunta con un deje de ansiedad en la voz.

La verdad es que ni yo sé que hago aquí. No entiendo como he llegado a este lugar, lo último que recuerdo es... ni siquiera lo recuerdo. Genial. Esto parece un maldito sueño.

¡Eso es! Un sueño. Estoy soñando. Eso explica todo, incluyendo la rapidez con la que se movió él.

Me tomo un segundo para observar a Dylan. Esto es increíble, es como si realmente estuviera frente a mí. Soy capaz de ver cada detalle de su bonito rostro. Aunque sé que él no está aquí conmigo, solo es un producto de mi imaginación.

No es real. Nada de esto es real.

Podría hacer cualquier cosa, soy dueña de mi sueño. Dueña de todo, hasta de él. Aquí nadie manda más que yo.

No es necesario darle una orden a mi cerebro, mi mano se dirige por su propia cuenta contra la mejilla de Dylan.

¡Eso es por no aparecer por una semana!

La fuerza con la que impacta provoca un fuerte estruendo en el bosque, pero aun así no mueve más que un milímetro su cabeza. Por otro lado, yo debo fruncir los labios para contener la palabrota que quiere escapar de mi boca. Eso me ha dolido más de lo que pensaba.   

Él cierra sus ojos como si estuviera absorbiendo un dolor que en realidad no existe. No hay dolor físico. No es capaz de sentir ese tipo de dolor. Él siente algo más que yo no puedo entender. Dylan oculta algo, lo sé. Nada de esto es normal. ¿Realmente estoy soñando?

Luego de unos segundos de silencio regresa la mirada hacia mí. La intensidad con la que sus ojos me observan es abrumadora.

—Debes volver.

Hago caso omiso a lo que acaba de decir y hago la pregunta del millón.

—¿Dónde estamos? —mi voz tiembla, siento un nudo en la garganta.

—Regresa, Caitlin.

No dice más que eso, no quiere responderme.

—Solo eres parte de mis pensamientos, no eres real —le digo, intentando convencerme a mí misma también de eso.

—Lo seguiré intentando las veces que sea necesario para mantenerte con vida.

Sus palabras suenan tan convincentes que por un momento dudo si realmente es un sueño esto. Mi estómago cosquillea al oírle decir aquello.

—¿Qué dices? —pregunto en un susurro.

Pierdo la imagen de Dylan cuando mi visión se nubla por unos cortos segundos, como si hubiera una pequeña interferencia.

De repente, su mano sujeta la mía con firmeza y comienza a caminar para el lado contrario llevándome consigo a rastras. Todo mi ser vibra al sentir su tacto, su proximidad. Aun así debo mantenerme firme, no iré a ningún lado con él. Intento soltarme, pero mi fuerza no se compara con la suya. No lo entiendo, ¿qué demonios ocurre aquí?

—Suéltame. No iré contigo —me planto delante de él, haciéndolo frenar en seco.

Dylan se queda inmóvil en el lugar, mirándome fijo. Luego, ya no soy su centro de atención, su mirada se posa en el espesor del bosque, como si estuviera escuchando algo.

Yo no escucho nada.

—¡Corre, rápido! —me grita de repente.

No llego a dar un paso cuando algo invisible se estrella contra ambos. Yo salgo despedida hacia atrás, pero Dylan no sufre daño alguno.

—¡CAITLIN! —su grito hace eco entre los árboles. Con la vista al cielo observo como varias aves salen de sus escondites despavoridas tratando de huir.

Un intenso calor crece por todo mi cuerpo. Mi alrededor se distorsiona, ya nada parece igual. La oscuridad vuelve a envolverme y mis sentidos se apagan lentamente.

—Has vuelto —susurra su cálida voz.

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