VII
Lo primero que se me ocurre hacer una vez que reacciono es mirar debajo de mi cama. Lo sé, es medio estúpido de mi parte, pero en estos momentos estoy desconfiando hasta de las cortinas del cuarto.
Nada debajo de la cama, ni en el armario. Camino hasta la ventana y miro fuera, no creo que alguien haya saltado dos pisos. Esto es ridículo. Me alejo de la ventana y me paso una mano por la cabeza, caminando de un lado a otro.
¿Quién me dejó esta nota? Es realmente aterrador. ¿Habrá sido alguien de mi familia? ¿Mi hermano? ¿Mis padres? Suena descabellado. Además, ¿por qué lo harían?
Me quedo leyendo esas palabras por unos pocos minutos más. ¿Esa letra no la vi antes?
Piensa, Caitlin.
Al parecer hoy me perfumé con repelente. No solo debo guardar distancia de Dylan sino que... Un momento. ¿Esto podría relacionarse de alguna forma con ese chico? ¿Podría ser posible?
Sí, y el entró a tu cuarto a dejar eso bajo tu almohada...
De repente, el corazón se me sube a la garganta cuando escucho dos golpes en la puerta. Mis piernas han dejado de pasear nerviosas, ahora se han tensado por si tienen que echar a correr.
—¿Puedo pasar? —la voz de mi hermano se hace oír al otro lado de la puerta.
Un sensación de alivio me embarga al oír su voz.
—Pasa —le indico.
Oh, no. ¡La nota! No hago tiempo ni a levantar el pie, la puerta se abre y mi hermano se queda parado bajo el umbral, observándome con extrañeza. Trae colgado sobre su hombro un trapo de la cocina.
No creo que pregunte.
—¿Qué tienes en la mano? —pregunta, señalando el papel que estoy arrugando en un puño.
Genial.
—Yo... ¿esto? —me río con nerviosismo, levantando el puño delante de mis ojos—. No es nada, solo... solo estaba escribiendo una... ¿poesía?
—¿Me lo preguntas a mí? —alza una ceja mientras una ligera sonrisa parece querer asomarse en sus labios.
—¿Tú de casualidad entraste a mi cuarto? —intento sonar natural, relajada.
Inténtalo mejor.
—¿Por qué lo haría? —se limita a responder, da un paso dentro y entrecierra los ojos en mi dirección—. ¿Sucede algo?
—No, no es nada. Es que no encuentro mi lápiz... verde —me invento.
¿Un lápiz verde? ¡Vamos, Caitlin! Pudiste haberlo hecho mejor.
—¿Escribes una poesía con un lápiz verde? —se burla.
Sí, ya sabe que estoy mintiendo. Mi hermano me conoce incluso mejor de lo que yo me conozco.
—Sí, siempre —intento sonar lo más convincente posible.
—¿Puedo leerla? —extiende una mano en mi dirección, pero yo retrocedo un paso.
—¡No! Quiero decir... aún no la he terminado.
—Entonces muéstrame lo que tienes —se encoje de hombros. Me analiza el rostro por unos segundos antes de darse la vuelta y recargarse contra la pared, de brazos cruzados. Inclina levemente la cabeza, dándome a entender que puedo comenzar cuando quiera.
Bueno, maldita genio, es hora del show.
Me tomo un segundo para encontrar las palabras adecuadas. ¿Quiere oír una poesía? Entonces tendrá su poesía. Aliso entre mis manos el papel arrugado y finjo que leo de allí.
—Una poesía me dijeron que haga, no sé si sea buena en esto, escribí todo el principio, pero aun me falta el resto.
Taylor oculta su sonrisa detrás de su dedo índice mientras escucha todo atentamente.
—Aun no tengo un tema en específico, ni tampoco el titulo hecho, debo trabajar más duro si no quiero reprobar esto.
No sé de donde salen esas rimas, pero lo estoy haciendo bien, ¿verdad?
Tú sigue, me estoy divirtiendo.
—Y llegando a su fin esta extraña poesía que he hecho con esmero, espero que te marches de aquí antes de que te dé una patada en el trasero.
Nunca mejor dicho.
Taylor se hecha a reír negando con la cabeza. Se aleja de la pared y encara hacia la puerta.
—No creí que fueras a montar este circo, pero admito que te la has inventado bien —dice, mirándome sobre su hombro—. La cena está lista, ven a la mesa.
Lo veo salir del cuarto y cerrar la puerta a sus espaldas.
Silencio. Lo único que hay a mi alrededor es solo eso, un horrible silencio.
No esperes que te aplauda.
Siempre arruino todo, no es que sea perfecta como Taylor, a veces los genes fallan. Pero con lo que acaba de ocurrir no creo que vuelva a preguntar, ¿no? Aunque le he mentido y detesto sentirme así. Mi hermano y yo somos muy buenos amigos desde pequeños, aunque debo decir que entrando en mi adolescencia la relación ha cambiado un poco desde que se ha vuelto más sobreprotector de lo normal. No tolero ser controlada por nadie, deseo mi propia independencia.
Estrujo la hoja que sigue en mi mano y respiro hondo. He perdido el apetito. Me resulta realmente inquietante que alguien haya entrado a mi cuarto a dejarme esto. ¿Y si es una broma? ¿Y si fue Taylor quien la dejó para jugarme una mala broma? Yo le mencioné a Dylan...
¿Pero por qué todo me lleva a pensar en él? Dios, es el único en quien desconfío.
Guardo el sobre en el cajón de mi mesita de noche y salgo de la habitación con una falsa sonrisa en el rostro.
En la sala ya están todos sentados a punto de comer. Tomo mi lugar y observo el plato que tengo frente a mí. Había dicho que había perdido el apetito, ¿cierto? Bueno, acaba de regresar.
...
Hace quince minutos que estoy con la nota en la mano porque no puedo conciliar el sueño. Las piezas no encajan en mi cabeza, no soy buena intentando resolver problemas. Lo único que he podido descifrar es que Dylan no fue quien dejó la carta aquí. En primer lugar esta no es su letra, comparándola con la que vi en su cuadernillo, y en segundo lugar, ¿por qué se estaría refiriendo a sí mismo en tercera persona? Idiota.
Luego de darle vueltas al asunto durante unos largos minutos el sueño termina ganando la batalla. Siendo incapaz de mantener los parpados abiertos por más tiempo, me dejo arrastrar hacia un mundo diferente.
La oscuridad es lo único que reina a mi alrededor en estos momentos.
Me quedo quieta en mi lugar, sin siquiera parpadear para no perderme la oportunidad de ver salir cualquier rayo de luz de su escondite.
Una cálida brisa se arremolina a mi alrededor y una delicada caricia en mi mejilla me hace estremecer de pies a cabeza.
Abro de golpe los ojos, sintiendo el corazón golpear con fuerza dentro de mi pecho. Tengo las sabanas enredadas por todo el cuerpo y me siento sofocada. Me limpio una gota de sudor que comenzaba a descender por el costado de mi mejilla y miro la hora en el reloj sobre la mesita de noche: son las cinco y media de la mañana. No puede ser, ¿por qué me pasa esto a mí? Debía despertar en poco más de una hora.
Me tomo unos segundos para despabilarme por completo. El techo se ve entretenido.
Me estremezco al recordar lo que soñé. La sensación fue tan real que... Vale, mejor me dejo de tonterías.
Gimo con fastidio cuando pongo los pies sobre el suelo alfombrado, yo solo quería seguir durmiendo. Ahora es imposible volver a hacerlo, no entiendo por qué soy así.
De pronto, una fresca corriente de viento entra por la ventana provocando que se me erice todo el vello de mi cuerpo. El verano acabará pronto y dará lugar al tan esperado otoño. Es una de mis estaciones favoritas del año. Los árboles comienzan a desteñirse, a perder sus matices. Las hojas se desprenden y decoran las calles de diferentes tonalidades de marrones y amarillo. Es muy bello de ver.
Con aquel recuerdo visual en mente, me acerco a la ventana y la cierro. No recuerdo haberla abierto antes de dormirme.
Estás paranoica. Basta ya.
¿Cómo no podría estarlo si alguien me advierte que debo alejarme de no sé quien? Ya no sé si creer si esa persona es Dylan realmente.
Me dirijo hacia el baño y abro el grifo de la ducha. Esto es lo que necesito. El agua tibia cae por mis hombros y barre todas las tensiones que he acumulado durante la noche. Sí, debo relajarme. Es más, luego desecharé esa estúpida nota. Quien lo haya hecho puede meterse su advertencia por donde más le guste.
Pero entonces, aquella sensación que me afecta cuando estoy cerca de una sola persona se hace presente en este preciso momento. Dylan. Asomo la cabeza por la cortina de la ducha y miro el baño con desconfianza. El no podría estar aquí, ¿o sí? La rara sensación desaparece casi al instante.
¿Qué ha sido eso?
Meto la cabeza dentro de nuevo y dejo mi rostro bajo el agua. Debo tranquilizarme. Tengo que hacerlo. Respiro hondo y tomo el jabón para continuar bañándome.
No pasan ni cinco minutos cuando escucho un golpe seco desde algún sitio del piso de arriba. ¿Ya se han levantado todos?
Termino de bañarme rápidamente, me envuelvo en una toalla y salgo del baño para ir a mi cuarto a vestirme. Tomo de mi armario una camiseta y unos vaqueros y no tardo en vestirme.
Creo oír un par de susurros provenir del pasillo, pero me olvido de ello al oír los ronquidos de mi padre. Es temprano aun, aunque ya deberían de estar por despertar. Mientras tanto, continuaré por donde quedé en mi libro preferido. Mis hermosos vampiros ya deben de estar extrañándome.
Solo pasan quince minutos de lectura cuando el sonido de mi celular me avisa que se me ha olvidado cargar la batería. Genial. Lo conecto al enchufe y mientras tanto aprovecho a secar mi cabello.
Una vez lista, me cuelgo la mochila al hombro y bajo las escalera, lista para desayunar.
Menú del día: un tazón de cereales. La cocina y yo no somos muy amigas.
Ya estas lista para casarte y formar una familia. Dios se apiade de esas pobres almas.
Mi madre entra minutos después con una bata a medio cerrar, despeinada y aún medio dormida.
—Lo lamento cielo, me he quedado dormida. ¿Quieres que te prepare un desayuno rápido?
Le enseño el tazón de cereales y le sonrío.
—Es lo mejor que pude hacer, pero descuida ya deben de estar por llegar las chicas.
Ella asiente, pero sin embargo comienza a cocinar el desayuno para los demás.
Taylor llega al cabo de unos segundos con el ceño fruncido y la mandíbula apretada. Creo que alguien se ha levantado con el pie izquierdo. Se sienta y fija su mirada en la mesa. Lo miro por un rato mientras mastico mi cereal.
—¿Qué miras? —me pregunta irritado.
—A ti —respondo, llevándome otra cucharada de cereal a la boca.
Es extraño, él jamás se comporta de esta manera.
Rueda los ojos y se cruza de brazos, recostándose contra el respaldar de la silla.
—¿Qué tienes? —pregunto curiosa.
—No he tenido una buena noche —suspira.
—Deberías estudiar menos.
Taylor suelta una risa desganada y asiente levemente.
¿Qué le hace tanta gracia?
—Debería —dice finalmente, pasándose la mano por todo el rostro.
De manera inesperada vuelvo a sentir la misma energía que sentí anteriormente en la ducha. Es como una especie de fuerza que me guía hacia algún lugar, como si fuera un imán que me atrae hacia algo. Todo es muy confuso, comienzo a sentirme débil y la cabeza me estallará en cualquier momento.
Entonces, la cuchara se resbala de mi mano y cae en el tazón, provocando un estruendoso ruido.
Con la cáscara de un huevo en la mano, mamá se voltea para ver que ocurre. Por otro lado, Taylor enarca una ceja en mi dirección.
No, no puede estar pasándome esto ahora...
Cuando estoy a punto de levantarme para ir a mi cuarto o a algún otro lado que no sea éste, la molesta sensación desaparece como por arte de magia.
¿Qué demonios...?
Estoy pensando seriamente si mi estado mental es el correcto. Yo creía que esto sucedía solo si solo estaba cerca de Dylan, pero al parecer no es así.
Presa de una inevitable confusión, vuelvo a tomar la cuchara y sigo comiendo como si no hubiese sucedido nada.
Sé muy bien que Taylor está debatiéndose si preguntar o no, pero creo que debe temer que vuelva a soltar otra mentira como la de ayer. Estoy a punto de preguntarle si tengo un moco en la cara ya que no deja de mirarme, cuando el auto de Penny se hace oír justo afuera.
Me pongo de pie rápidamente y me apresuro en despedirme de todos. Pero antes de poner un pie fuera de la cocina me detengo al recordar algo.
—Mamá, ¿tú has entrado a mi cuarto por la noche?
—No, cariño —responde mientras da vuelta la tortita en la sartén.
El chirrido que hace la silla de Taylor al levantarse bruscamente me sobresalta.
—Maldición, olvidé que debía llevar dos libros a la biblioteca.
—Faltan diez minutos para que abra sus puertas —le recuerda mamá.
—Lo sé, pero debo estar allí apenas abra, me suspenderán si no devuelvo lo prestado.
Jamás estudiaré medicina, ya perdí la cuenta de todos los libros que mi hermano ha tenido que leer.
—Está bien, ve con cuidado —asiente ella.
Luego de que Taylor abandona la cocina, ella dirige su atención a mí.
—¿De qué hablábamos, hija?
Suelto un suspiro de cansancio y niego con la cabeza.
—Nada, no te preocupes —le resto importancia. Le doy un beso en la mejilla y salgo de la cocina.
Definitivamente este será un día muy extraño.
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