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LXI

Varios siglos atrás en Atenas, Grecia.

Narra Argus:

Pasé mis dedos entre su cabello como a ella le gustaba que lo hiciera. Adoraba su cabellera rubia, tan suave y sedosa. Amaba pasar tiempo junto a ella, las veces que podíamos vernos entre semanas valían oro.

El prado al que solíamos venir para estar solos no quedaba tan cerca de la ciudad. Aquí no había riesgo de ser encontrados, porque antes de llegar a este bello lugar había al menos unos cuantos minutos de caminata por el bosque.

Amelie abrió los ojos y me pilló viéndola como un tonto. Ella estaba acostada sobre la hierba, con la cabeza apoyada sobre mis muslos. Era hermosa. Sus facciones habían sido esculpida por los dioses, al igual que su cuerpo, que unas cuantas veces me dejó admirarlo, acariciarlo y sentirlo.

—¿Me amas, Argus? —me preguntó, de pronto, con su voz cantarina.

Ni siquiera dudé al responderle:

—Demasiado.

Ella sonrió satisfecha, pero esa sonrisa duró muy poco, ya que fue remplazada por una mueca de preocupación.

—¿Qué ocurre? —interrogué, comenzando a preocuparme yo también.

—Mi padre descubrirá que escapé de mi casa —dijo, angustiada.

Amelie pertenecía a una familia de poder. Su padre era bueno con ella, pero demasiado estricto. Le tenía calculada toda su vida. Si yo estuviese en su lugar también me escaparía de ese infierno.

—Tranquila, él no sabe que estás aquí.

Ella se sentó frente a mí y se llevó una mano a la cabeza, cerrando un momento los ojos. Su ceño se fruncía levemente cuando estaba preocupada, incluso ese gesto en ella me parecía de lo más adorable. Era bellísima, a sus dieciséis años era una de las mujeres más lindas de toda Grecia. Mis ojos la consideraban una diosa. Y yo no era el único, había muchos hombres que habían intentado persuadir a su padre de estar con ella antes de si quiera tocarle un pelo, pero ninguno era suficiente para su pequeña. Ni siquiera yo lo era. Fui criado por campesinos, mi familia era muy humilde, así que ni se me pasó por la cabeza sentarme a charlar con su padre.

—Mi padre encontró un hombre para casarme —soltó de sopetón, mirando hacia un lado.

Mi mandíbula quedó colgando cuando oí eso. Aun así no sé que de me sorprendía, si a esto ya lo veíamos venir. Solo que... justo ahora me tomó desprevenido. No estaba listo para separarme de ella, los meses se pasaron demasiado rápidos. Once meses para ser exactos.

—Tú... él... —balbuceé, no sabía que decir, mi cabeza había quedado en blanco.

Sentía un horrible malestar en la boca de mi estómago. Esto no debía pasar justo ahora, estábamos en nuestro mejor momento.

Amelie pasó reiteradas veces las manos por su largo vestido de color azul. Había algo más.

—¿Hay algo más? —quise saber, inclinándome un poco hacia delante para tenerla más cerca.

Ella me miró unos segundos sin decir nada, como si estuviese pensando si contarme la otra parte o no. Al final, decidió contarme.

—Estoy embarazada.

¿Qué?

Mis ojos se fueron de inmediato hacia su vientre, no notaba nada fuera de lo normal. Eso creía, hasta que Amelie se movió unos centímetros y el vestido se le pegó un poco más al cuerpo, permitiéndome apreciar un pequeño bulto que ya hacía una mínima prominencia en su aplanado vientre.

Santo cielo...

Volví la mirada hacia la suya. No sabía como reaccionar exactamente. Siempre había querido ser padre, adoraba a los niños, solo que este no era el momento indicado, principalmente porque yo no tenía nada para ofrecer más que mi amor incondicional. Tenía ahorros, pero no eran suficientes para comprar una casa y vivir juntos. Y además de eso, estaba su padre. Donde se llegaba a enterar que su dulce hija había perdido su virginidad y no con el hombre que él había elegido... yo era hombre muerto.

—¿Cómo... cómo que estás embarazada? —tartamudeé cual idiota.

—Sí, bueno, las mujeres se embarazan si tienen sexo, ¿lo sabías? —comentó con sarcasmo.

Era imposible. Yo recordaba haber terminado afuera todas las veces que lo hicimos.

¿Seguro?

Maldición. Cerré los ojos con fuerza cuando caí en la cuenta de que hubo algunas excepciones. No pude contenerme, fue más fuerte que yo.

—Lo lamento —susurré sin poder verla a los ojos, sentía una vergüenza terrible.

Por mi culpa ella estaba embarazada. Y yo, a los veintidós años, no tenía la madurez suficiente para cuidar de un pequeño. Aunque podía intentarlo, si ella me dejaba, por supuesto.

—Yo no lo lamento —rebatió ella, colocando una mano en mi mentón para que la vea.

¿Ah, no?

—Quiero tener a este bebé contigo —susurró, extendiendo una gran sonrisa en sus carnosos labios.

Oír eso solo incrementó la alegría que comenzaba a esparcirse por mi ser, llenándome de una energía revitalizante. Ella quería hacer esto conmigo, quería a ese bebé tanto como yo.

—¿Lo dices enserio, Amelie? —pregunté sin poder creérmelo aun.

Ella sonrío abiertamente.

—Sí, claro que sí, Argus —dijo, resplandeciente de felicidad—. Quiero iniciar una vida contigo y nuestro bebé.

Solo había un pequeño problema...

—¿Y tu padre? ¿Cómo se lo diremos? Me matará cuando se entere de esto.

Ella negó con la cabeza y se inclinó hacia mí, dejando sus labios muy cerca de los míos.

—No se lo diremos. Él jamás se enterará. Podemos escapar juntos, ¿que dices?

Mis ojos se abrieron en sorpresa. ¿Estaba segura de eso? Porque como lo dijera una vez más correría lejos de aquí con ella en volandas.

—¿Eso es lo que quieres, Amelie? —le pregunté, esperanzado.

Asintió repetidas veces, sonriendo como nunca antes lo había hecho.

No lo podía creer, no podía ser real. Sabía que había tenido mucha suerte cuando ella me eligió a mí para dejar que la amara, pero esto ya estaba a otro nivel.

Con una gran sonrisa en mis labios, sujeté su rostro entre mis manos y le di un merecido beso. Sus labios eran mi paraíso, podía besarla por horas sin cansarme.

Alejé mi rostro unos centímetros para tomar una bocanada de aire.

—Debemos irnos ahora —le dije, realmente emocionado.

Me puse de pie y la arrastre a ella conmigo para que hiciera lo mismo, pero puso un poco de resistencia.

—Aguarda, Argus —me detuvo, soltando mi mano con suavidad—. Hay algo que debo decirte antes.

¿Hay más?

Ella terminó de ponerse de pie y quedó frente a mí. A pesar de ser alta, yo continuaba sacándole un par de centímetros más.

—Dime, ¿qué ocurre? —le exhorté.

Sus preciosos ojos de color ámbar me miraron con más preocupación que antes, eso me alertó.

—Amelie, dime que ocurre —insistí.

—Yo soy...

¡Allí está, es ella! —un grito no muy lejano interrumpió lo que me estaba por decir.

El alma casi se me cayó al suelo cuando vi lo que se nos venía encima. Una multitud de gente armada corría en nuestra dirección y no precisamente con la intensión de charlar.

¿Qué demonios estaba pasando?

—Ay, no... ¡debemos irnos, Argus! —apremió Amelie, a la vez que sujetaba mi mano y tiraba hacia el lado contrario de aquella horda.

Corrimos velozmente, huyendo de las personas que nos perseguían. Me costaba seguirle el paso, no sabía que ella pudiera correr tan rápido.

—¡Debes explicarme que ocurre! ¡¿Por qué nos están persiguiendo?! —exigí saber en medio de la carrera.

—... ¡pero ella es mi hija! ¡No pueden hacer esto! —alcancé a oír la voz del padre de Amelie entre la muchedumbre.

Conocía a ese hombre, al menos de lejos sabía como era, varías veces estuvo a punto de pillarme con su hija cerca de su casa. Si se llegara a enterar de que su niña salía con un pobre campesino... le daría un patatús.

Entre todos los pretendientes que intentaron conquistar a Amelie, ella me eligió a mí. Era realmente afortunado. Bueno, tampoco es que me consideraba un hombre feo, a mi criterio, por supuesto. Medía metro noventa y tenía el cuerpo bastante en forma, obligado por el trabajo de campo que a veces requería de mucha fuerza. Este último tiempo decidí dejarme crecer un poco el cabello hasta por encima de los hombros, a Amelie le agradaba.

¡Ella dejó de serlo hace tiempo, Dionisio! ¡Tan solo mírala, en estos últimos cinco años no ha crecido nada! —volví a escuchar a los otros.

¿Que no creció nada? ¿Cómo? Ella tenía dieciséis años, ¿no?

—No los escuches —murmuró Amelie, que no dejaba de correr y mirar hacia adelante.

—Aguarda, no puedo ir tan rápido como tú —le dije, respirando agitado.

Esto era muy extraño. Ella estaba en mejor forma, y eso que yo me ejercitaba diariamente...

—¡Corre, Argus, hazlo más rápido! —me apremió—. ¡Lo hago por ti! ¡Yo puedo salvarme de todas formas!

¿Qué rayos decía? Estábamos los dos condenados, a ella la buscaban por algo que no sabía que había hecho, y a mí me iba a matar su padre apenas me viera. Esos hombres estaban armados hasta la nuca, ninguno saldría vivo de esto.

Apresuré el paso lo más que pude para seguirle el ritmo, pero nunca era suficiente.

Eché un vistazo sobre mi hombro y un alivio me recorrió el cuerpo al darme cuenta de que los estábamos dejando atrás.

—¿Puedes decirme que es todo esto? —quise saber, ahora que habíamos dejado a toda esa muchedumbre atrás.

Ella no me contestó hasta que corrimos unos pocos metros más, hasta perder a los otros de vista. Y cuando al fin nos detuvimos, sentí que lo hicimos más por mí que por ella que ni siquiera se mostraba agitada por la carrera, en cambio, yo necesitaba pulmones nuevos.

Amelie se paró frente a mí y respiró hondo antes de hablar, parecía estar preparándose mentalmente para soltar eso tan terrible que hizo y por lo cual era buscada.

¿Habrá asesinado a alguien?

—Raezer —dijo, finalmente —. Eso es lo que soy.

¿Ra... qué?

—¿Qué dices? —le pregunté, confundido.

—No soy una humana —explicó—. Soy una Raezer. Tengo poderes y habilidades que no creerías.

—¿Tus pies tienen poderes, Amelie?

Porque sí que sabía correr...

Estoy seguro de que se hubiese reído si fuera otra la situación.

—Soy más fuerte, veloz, mis sentidos están mil veces más agudizados y...

—¿Y yo también soy eso? ¿Por eso estás conmigo? —le pregunté, asustado.

—No, eres humano, siempre lo serás. Estás a salvo de todo esto.

—Y... ¿no eres una asesina?

Ella frunció los labios y bajó la mirada para escapar de mi escrutinio.

—Hice cosas que... —se detuvo a mitad de la frase, tomándose un segundo para elegir las palabras adecuadas—... yo necesitaba defenderme, Argus. Te juro que no fue a propósito, ellos iban a matarme.

Alzó de nuevo su mirada y pude ver la sinceridad reflejada en sus ojos. No estaba mintiendo.

—¿Ellos? —fruncí en el ceño.

—La gente del pueblo. Hace unos años enfermé de peste, tendría que haber muerto pero sobreviví, y todo porque logré transformarme en esto que soy ahora.

¿Sobrevivió a semejante enfermedad? ¿Qué me estaba diciendo? No había quien sobreviviera a la peste.

—Mi padre sabe lo que soy, él me ha estado protegiendo desde siempre —continuó—. La gente deliraba. Creía que era una enviada del diablo y debía ser destruida, porque la peste no tiene cura, la muerte es la etapa final para el enfermo. Y según ellos, yo volví de la muerte para desatar el caos en la Tierra, así que intentaron atacarme y yo tuve que defenderme. Luego de acabar con unos cuantos, el rumor de lo que creían que yo era se extendió por todo mi pueblo y mi padre decidió que era hora de marcharnos.

—Y por eso te viniste aquí —dije en un murmullo, sorprendido y confundido por toda esa información.

—Sí, no sé como me encontraron, pero debemos irnos ahora. Este es el momento del que hablábamos, Argus, vayámonos lejos, solo tu y yo —sonrió con nerviosismo.

Este último tiempo había llegado a conocerla lo suficiente como para saber que estaba asustada. Amelie tenía miedo de que la rechazara. ¿Cómo podría pensar en una cosa así? No la dejaría por nada en el mundo. Ahora ella y nuestro bebé eran mi mundo entero.

—Sí, larguémonos de aquí, cielo —coincidí con ella.

Su sonrisa se hizo tan grande que podría iluminar el bosque entero. Sus brazos se enroscaron alrededor de mi cuello y me atrajeron contra su cuerpo con más fuerza de la usual. Madre mía...

Mi nariz se hundió en su precioso cabello e inspiró su delicioso aroma, rosas frescas para ser más precisos. Pero entonces, algo llamó mi atención a un par de metros de distancia. Un hombre nos estaba observando escondido detrás de un árbol. Un escalofrío me recorrió la columna cuando mis ojos descendieron a sus manos, las cuales portaban un arma. Él ni siquiera me veía a mí, tenía la mirada fija en Amelie.

Sabía lo que iba a suceder incluso antes de que el sujeto levantara su arma y apuntara contra ella. Sabía que iba a perderlo todo en un chasquido de dedos; a mi novia, a mi hijo, a mi vida entera. ¿Debía dejar que eso sucediera? ¿Qué haría luego de esto? ¿Cómo podría superarlo?

No, no iba a permitir que me la arrebataran de mis manos cuando aun podía hacer algo por ella. Al menos Amelie podría tener una larga vida, ¿no? Criaría a nuestro bebé y se convertiría en una madre asombrosa, estaba seguro de eso. Ella estaba llena de amor por compartir, y hoy no le tocaba morir.

Todo sucedió tan rápido que ni siquiera sé como hice para esquivar la mano de Amelie que intentó sujetarme para que no hiciera lo que tenía en mente. Pero ya era tarde. El disparo sonó con tanta fuerza por el bosque, que espantó a los pocos pájaros que miraban la situación desde las copas de los árboles. El sonido me dejó aturdido por un momento, no entendía que estaba pasando. Solo sentía un ligero ardor y una presión extraña en mi vientre.

¡Noo! —el grito de Amelie se escuchó lejano, al igual que el sonido de la naturaleza.

Bajé la cabeza para ver el inminente desastre; mi ropa comenzaba a mancharse de un liquido rojo que salía de mi abdomen en abundante cantidad. Mentiría si dijera que no me afectó, porque rápidamente comencé a marearme.

Levanté la vista cuando un extraño calor se concentró en un punto preciso junto a mí. Mi mandíbula se quedó colgando cuando vi al hombre que me había disparado ser empujado por una fuerza invisible que lo llevó a partir un árbol al medio. Su cuerpo sin vida cayó sobre la hierba, cubierto de una ligera capa de humo. El olor a quemado no tardó en inundar mis fosas nasales.

Amelie miraba en la misma dirección que yo, respirando agitadamente e intentando controlar una ira jamás antes vista en ella.

Aguarden... ¿ella hizo eso?

Mis piernas se doblegaron cuando la poca energía que me quedaba comenzaba a escurrirse a la par que mi sangre.

—¡Argus! ¡Por favor, mírame! —Amelie intentaba llamar mi atención mientras se echaba a mi lado.

No... ella no podía quedarse aquí. Si la encontraban la matarían y todo habría sido en vano.

—Vete... Amelie... vete —susurré con dificultad, llevando mis ojos hacia los suyos.

Ella negó varias veces con la cabeza. Llevó su mano a mi mejilla y la acarició con dulzura.

—No te dejaré... no pienso hacerlo —dijo, entre sollozos.

¡Allí están! ¡Dispárale a ella! —oí un grito lejano.

¡No, es mi hija! ¡Deténganse! —reconocí a su padre, que continuaba intentando detenerlo todo.

Otro disparo resonó entre los cientos de árboles, provocando que mi corazón se acelerara aun más.

—¡Papá! ¡NOO! —el grito desgarrador de Amelie se me clavó en lo más profundo de mi alma. No soportaba verla sufrir.

No podía girar la cabeza, pero me daba una idea de lo que había pasado. Su padre estaba siendo un estorbo para ellos y lo único que podían hacer era sacárselo de en medio.

Y sin previo aviso, volví a sentir esa fuente de calor junto a mí, pero esta vez yo también fui blanco suyo. Un calor abrazador me traspasó el cuerpo entero y me hizo gritar de dolor, y por más que sentía que estaba en llamas yo no veía nada encima mío.

Amelie...

Quise gritar su nombre, pero las palabras no salían de mi boca. Ya no era dueño de mi cuerpo.

El bosque se vio repentinamente sumido en un silencio sepulcral. Ya no se oía a esa multitud de personas, no se oía absolutamente nada, solo los sollozos de una persona junto a mí.

—¿Qué hice? No pude haberlos matado a todos. Dios mío, ¿qué hiciste, Amelie?—se decía a sí misma.

Mis ojos estaban puestos en el cielo azul, estaba despejado, no había ni una sola nube que opacara semejante obra de arte.

De repente, el bello rostro de Amelie apareció en mi campo de visión. Ella estaba sobre mí, intentando llamar mi atención, pero mi cuerpo se negaba a dar señales de vida. Comencé a hundirme lentamente, algo me arrastraba lejos de este cuerpo. No sé como lo hacía ni a donde me llevaba, pero estaba siendo absorbido por otro mundo. No quería eso, no quería alejarme de su lado. Ningún lugar estaría bien si ella no estaba allí. Podría estar en el paraíso, pero sin Amelie eso no significaba nada para mí.

¡Argus! ¡Argus! ¡No! ¡No me dejes! —la oí gritar entre lágrimas—. ¡No puedo vivir sin ti! ¡No podré hacerlo sola! ¡Por favor, no te vayas!

Esto estaba pasando. Por más que me negara yo ya no tenía voz ni voto. No había vuelta atrás.

Mi querida Amelie, es hora de marcharme. No me odies por esto, no me odies por no poder estar a tu lado en los próximos años. Sé feliz. Has feliz a nuestro bebé. Vive una vida larga, mi amor. Encontrarás a alguien más que te ame como yo lo he hecho, y serás feliz a su lado, lo serás tanto que yo solo formaré parte de tus recuerdos. Solo eso seré, un bonito recuerdo.

La atracción a lo desconocido era cada vez más intensa, insistente. Mi visión comenzó a tornarse negra a medida que me alejaba de este mundo.

¡No! ¡No! ¡Yo te amo! ¡Me rindo! ¡No quiero esto! ¡Me rindo! —lloró aun más fuerte.

Lo último que mis ojos vieron fueron como recostó la mitad de su cuerpo sobre mi torso, llorando desconsoladamente.

Me rindo... me rindo... —fueron sus últimas palabras, las últimas que pude oír.

...

¿Nunca sintieron ese pitido ensordecedor en los oídos? Ese que te desorienta por un breve instante y uno no sabe ni donde está parado, o que ha pasado siquiera.

Todos mis sentidos, excepto la visión, estaban más activos que nunca. Mi cuerpo, a la vez, se sentía extraño. Podía sentir una especie de cosquilleo recorrerme por dentro, no era incómodo, se sentía bien.

Moví mis dedos. Al menos me respondían. ¿Qué había pasado? Me sentía enérgico, como si hubiese dormido más horas de las que podría imaginar.

Los ruidos de la naturaleza se oían con más claridad; los pájaros emitían su bello canto desde lo alto de los árboles, y el viento movía sus hojas y acariciaba mi piel a su paso. Todos los vellos se me pusieron de punto, me sentía increíblemente sensible a cualquier cosa.

Lentamente, levanté mis párpados y enfoqué mi vista en el despejado cielo azul. Al hacerlo, ciertos recuerdos volvieron a mi memoria de inmediato. El rostro de Amelie fue lo primero que mi mente me enseñó, pero no tenía esa gran sonrisa que la caracterizaba, no, sus ojos lucían sumamente preocupados y sus mejillas estaban húmedas y enrojecidas de tanto llorar.

Me incorporé velozmente, pero un leve mareo hizo que aferrara mis manos a la hierba. Debí haberlo hecho con más cuidado.

—Amelie... —su nombre se escapó de mis labios.

¿Dónde estaba ella?

Miré a mi alrededor y me di cuenta que estaba en un bosque. Lo reconocí de inmediato, porque era al que solíamos venir. Miré un poco más y la sangre se me congeló en el cuerpo cuando vi lo último que hubiese querido ver en mi vida.

—¡Amelie! —grité horrorizado.

Ella estaba tendida en el suelo, a mi lado. ¿Cómo no la había visto antes? Sus preciosos ojos miraban fijo hacia un punto cualquiera de la nada. Su piel no tenía el mismo color de siempre, se había tornado más pálida y de un aspecto grisáceo, muerto. Acaricié su mejilla con mi mano y la retiré de inmediato al notar cuan fría estaba.

Dios mío, no...

Mi pulso se aceleró tanto que era lo único que podían oír mis oídos, y mi corazón a punto estaba de salir corriendo de mi pecho.

—¿Amelie? —la llamé en un susurro débil.

Tomé su rostro entre mis manos y la miré a los ojos.

—Amelie, por favor, respóndeme.

¿Cómo es que había sucedido esto? ¿Lograron alcanzarla? ¿Y por qué yo seguía vivo? Miré mi abdomen, corroborando que aun estaba allí la mancha de sangre provocada por el disparo. Levanté mi ropa y abrí grandes mis ojos, sorprendido al no ver ninguna herida de bala, solo sangre seca pegada a mi piel.

¿Qué demonios era esto?

Volví la mirada hacia Amelie. No quería creer que estaba muerta. Me negaba a aceptarlo. Llevaba dentro suyo a nuestro hijo. No puede ser... ¡nuestro bebé! No podía respirar, debía... debía sacarlo.

Comencé a buscar, desesperado, algún elemento filoso con que pudiera cortar su delicada piel. Hasta que recordé que yo traía encima una pequeña navaja para cortar la fruta que encontrábamos aquí en el bosque. Comencé a buscarla entre mi ropa hasta que finalmente di con ella.

—Lo lamento tanto, cielo —le dije a ella, acongojado.

Tu puedes, Argus.

Me arrodillé a su lado y corté primero su fino vestido. Una vez que dejé a la vista su tersa piel, apoyé el filo de la hoja encima y apliqué un poco de presión mientras la cuchilla comenzaba a cortar. Abrí su abdomen de lado a lado. Fue un corte limpio, la navaja estaba bien afilada.

Ahora solo había que... que sacarlo, ¿no? Tenía que meter mi mano dentro y lo encontraría, encontraría a mi hijo.

Deje la navaja en el suelo y respiré hondo, preparándome para lo que haría.

Sin perder más tiempo, metí mi mano dentro de su vientre y mis dedos enseguida sintieron lo que debía ser la cabeza del bebé. Allí estaba, debía sacarlo cuanto antes, no podía pasar un segundo más allí dentro. Con la ayuda de mi otra mano, sujeté a mi hijo de su pequeño cuerpo y lo ayudé a salir al exterior.

Las emociones me embargaron al verlo en mis manos, tan pequeño y frágil...

Corté el cordón que lo unía a su madre y me tomé un segundo para examinarlo mejor. El bebé era demasiado pequeño, su piel no tenía el aspecto de la de un bebé normal, aun seguía siendo un poco roja. Tal vez tenía unos cuatro meses y pico, o cinco. También pude distinguir que era un varoncito.

Mi niño...

Su peso estaba muy por debajo de lo normal. Era tan pequeño que entraba en una sola de mis manos.

El corazón se me estrujó en el pecho al notar que su cuerpo no se movía. Él ya no respiraba. No... ¡no!

¿Cuanto tiempo estuve inconsciente? Esto no podía estar pasándome, no ahora, justo cuando creía que las cosas estaban marchando mejor que nunca.

Apoyé su pequeño y frágil cuerpo contra mi pecho y lo abracé delicadamente.

Ya está muerto, debes superar.

¡No! ¡No! ¡¿Por qué?!

Sin que pudiera evitarlo, una lágrima rodó por mi mejilla, luego otra, y otra más.

Lo había perdido todo. A mi novia, a mi hijo, ellos eran mi familia. ¿Qué me quedaba? ¡Maldita sea! ¡¿Qué me quedaba?!

Abracé a mi hijo por unos segundos más, pensando en todas las cosas que él no vivirá. Es increíble como el amor puede desarrollarse de manera espontánea, y no necesariamente se necesita la presencia física de la persona para amarla. Yo amé a nuestro bebé desde el primer momento en que Amelie dijo que estaba embarazada. Lo amé mucho, tanto que ahora me duele demasiado perderlo.

Incline la cabeza hacia arriba y respiré el aire fresco para intentar calmarme. Eso pareció funcionar un poco.

Volví la vista al rostro carente de expresión de Amelie y un pinchazo agudo atacó mi corazón. Deposité a nuestro hijo sobre el pecho de su madre, cubriéndolo con sus inertes brazos.

Me puse de pie, y me sujeté la cabeza entre mis manos. ¿Qué debía hacer ahora? Me quitaron todo, no tenía nada. No quería volver con mis padres, no podía, no después de haber visualizado una vida nueva, completamente diferente a la que vivía.

Miré a mi alrededor y me quedé estático al ver una cantidad apreciable de cuerpos en el suelo, estaban muertos. Y en ese momento, el viento trajo consigo un asqueroso olor a quemado que no tardé en darme cuenta de que provenía de aquel montón.

Aguarden, ¿esas personas no eran las que venían a atacarnos?

Giré rápidamente la cabeza y visualicé el lugar desde donde aquel hombre me disparó. Definitivamente, allí estaba él, aunque unos dos metros más lejos de su posición original. Su cuerpo yacía en el suelo, de la misma manera que el resto.

¿Amelie lo hizo? ¿Ella los mató a todos?

¿Y qué si lo hizo?

Pues yo no la culpaba de nada. Todo lo contrario, yo hubiese hecho exactamente lo mismo. Esas personas no tenían perdón alguno, merecían lo que les ocurrió. Y juro que si vuelven a levantarse yo mismo seré quien los mande al maldito infierno.

—¡Lo tienen merecido! —grité a la nada, descargando la ira que comenzaba a tomar control de mi cuerpo.

Amelie ya no estaba. No podría volver a ver su sonrisa, su habitual alegría y picardía. Ella era mi luz, pero ahora se había extinguido. La habían extinguido. No podía ver otra cosa que no fuera oscuridad. Todo mi mundo había colapsado, ya no tenía a mi ancla que me sujetaba a la Tierra. Sin darme cuenta ya comenzaba a extrañarla. La extrañaba tanto que mis rodillas tocaron el suelo cuando una terrible angustia comenzó a destruirme por dentro.

¡Amelie! ¡Amelie!

Lloré como nunca antes había llorado. Lo hice tan fuerte que mi pechó dolió, y mi cuerpo lo resintió. Un calor abrazador se encendió en el centro de mi alma y comenzó a consumirme desde adentro, pidiendo una liberación. No iba a poner resistencia, ya todo daba igual. Dejé que ese fuego arrasara con cada rincón de mi cuerpo para que, finalmente, se liberara como una gran explosión, tan potente y bestial que se llevó por delante todo lo que estaba en su camino, incluso perdí de vista a Amelie y al niño. Todo desapareció a mi alrededor, no quedaron ni los árboles, ni los cuerpos de nadie.

Quise ponerme de pie, pero me sentí extremadamente débil. ¿Qué es lo que había hecho? El pánico se apoderó de mí, pero en ningún momento reemplazó ese dolor y esa ira que en estos momento me dominaban. Esos tres sentimientos se unieron y se exteriorizaron una vez más. Fui el centro de esa onda de calor que volvió a salir de mi cuerpo y arrastró las pocas raíces que aun quedaban en el suelo.

No podía con la intensidad de mis sentimientos, esto era incontrolable. Casi no tenía fuerzas para nada.

No sé como hice, pero conseguí ponerme de pie. Caminé unos pocos metros hasta encontrar a Amelie que aun seguía sosteniendo a nuestro bebé en sus ensangrentadas manos, como si su cuerpo sin vida supiera que debía seguir aferrándose a su hijo.

Los cargué a ambos en mis brazos y tropecé varias veces antes de conseguir estabilizarme y echar a correr lejos. Debía alejarme de todo esto. Debía irme tan lejos como lo había planeado con Amelie, donde nadie nos encuentre, donde nadie sea capaz de destruir el amor. Mis piernas corrieron a una velocidad vertiginosa, atravesando nuevas tierras desconocidas a cada segundo.

Ahora me había convertido en lo que ella era. No sé qué es lo que hizo, pero ahora yo era uno de los suyos.

Disminuí el paso muy lentamente, sabía que si frenaba de golpe me caería de bruces contra el suelo y no quería caer encima de Amelie y de mi hijo. No, no quería eso. Aunque me costó, una vez que conseguí detenerme, miré mi entorno. Sí, estaba en la nada misma. Solo había una montaña gigantesca que se interponía en mi camino, y en ella había una pequeña cueva que parecía una especie de milagro que estuviera allí. Ya había comenzado a llover y ese era el único refugio que se veía seguro para pasar el resto del día.

Sin dudarlo, entré en la cueva cargando el cuerpo de mi mujer y de mi hijo. Necesitaba hallar un lugar donde dejarlos descansar por siempre.

Mis piernas se movían de pura inercia por el túnel en que se convirtió lo que parecía ser una pequeña cueva. El camino era interminable, un túnel completamente natural que atravesaba casi por completo la montaña. Mis pies marchaban por su propia cuenta, y mis ojos no hacían más que mirar al frente, parecía una persona sin vida.

¿Aún la tienes?

Una eternidad después, el túnel se transformó en una entrada a una gigantesca cueva. Iluminada por la luz natural que entraba desde distintos sitios que no alcanzaba a ver, era el lugar perfecto para dejar a Amelie aquí. En las zonas donde la luz se filtraba, había vegetación que solo se limitaba a esos pequeños territorios, no se extendía ni un centímetro más ni un centímetro menos.

Me acerqué a una de esas zonas de escasa vegetación y vi que, a diferencia de todo lo demás que era roca, había una pequeña porción de tierra húmeda.

Deposité con cuidado a Amelie en el suelo, que aun seguía aferrando el cuerpo de su hijo, y yo me puse a cavar un pozo con mis propias manos. Me daba igual el dolor que sentía cada vez que mis uñas pasaban por la tierra hasta el punto de sangrar, porque el sangrado duraba medio segundo antes de volver a sanar. Era increíble, pero aterrador.

Me llevó más tiempo del que imaginaba, pero lo logré. Entre lágrimas, conseguí hacer el pozo donde descansaría mi familia.

Tomé el cuerpo de Amelie entre mis brazos y la miré a los ojos por última vez.

—Te perdono —susurré—. Perdono la condena que me has puesto, pero no perdonaré a otros, no. No dejaré que esta historia se vuelva a repetir. Dos especies distintas no pueden enamorarse, Amelie, hoy descubrí que jamás hay final feliz.

Coloqué un mechón de su cabello tras la oreja, y dejé una de mis manos sobre las suyas, que sostenían a nuestro hijo con firmeza.

Limpié mis ojos, empañados por las lágrimas y besé su frente.

—Tú me cediste tu poder y algún día entenderé cómo y por qué, pero te prometo que traeré paz a este mundo. No habrá diferencias entre especies. Lo que tú eras, lo que yo soy, lo que los humanos son... ellos son los monstruos. Ellos son los asesinos. Y por eso acabaré con todos, me lleve el tiempo que me lleve. Solo una especie triunfará, Amelie. Lo haré por ti, por nuestro hijo, y por nuestro amor.

La coloqué con cuidado en el pozo que armé con mis propias manos, y vi su precioso rostro por última vez. La mujer más preciosa del planeta. El cielo se ganará dos ángeles y dibujará sus estrellas.

Con un nudo en la garganta, eché tierra al pasado y sepulté mi vida humana, llorando las últimas lágrimas con ello.

Me puse de pie torpemente y caminé un par de pasos hacia atrás, sin quitar la vista de ese pequeño rincón que volverá cobrar vida en un tiempo. Sí, será el lugar más bello de la cueva.

Debía salir de aquí, ahora.

Me di la vuelta y cuando estaba a punto de echar a correr, algo me detuvo y me impidió seguir. Ese algo era una roca que actuaba de pedestal para un objeto que me dejó deslumbrado apenas mis ojos se lo toparon.

Era realmente hermoso.

...

Una horrible sensación se ha asentado en la boca de mi estómago al verlos nuevamente. Dylan y Caitlin. Ellos me recuerdan mucho a mí, al amor que sentía por mi Amelie. Y a pesar de pertenecer a la misma especie, ellos no son como yo. Nadie es como yo. Por eso me he visto obligado a escoger una de las dos especies pertenecientes a los Raezers para que viviera conmigo, y desde luego no iba a ser la más poderosa.

Todos estos años he intentado que esos Raezers cedan sus poderes, podría llegar a una igualdad de especies, pero es imposible. Al menos mis discípulos se mantienen unidos pensando que algún día lo lograrán. Lo he intentando por años, décadas y siglos, pero solo el amor es tan fuerte como para renunciar a la propia vida.

Mi Amelie, ¿por qué no pudiste ser más fuerte? No cualquiera hace lo que tu hiciste, lo entiendo. No cualquiera condena a otro a la vida eterna, una vida llena de miseria y sufrimiento. Si ella me lo hubiese consultado antes, ¿cual creen que hubiese sido mi respuesta a vivir una eternidad sin la persona que amamos, desconsolados y llenos de un dolor imposible de aliviar? Exacto, jamás lo hubiese querido. Pero ahora es lo que me toca vivir, y yo a ella la perdoné hace mucho, mucho tiempo.

Mis ojos pasearon por la cueva hasta detenerse en un sitio en especial. Pocos días después de haber comenzado todo, me encargué de tapar cada hoyo por el cual se filtraba la luz de afuera, exceptuando uno. Una zona siempre está iluminada, es necesario para que la única flor que crece cada año en estas fechas pueda nutrirse. Es realmente increíble, la magia persiste en esta cueva desde el primer día que la encontré. Quito los ojos de aquel sitio sobre el cual derramé muchas lágrimas en un pasado, y vuelvo a enfocar toda mi atención en las dos personas que están frente a mí, esperando mi siguiente movimiento.

Admito que al verlos en los mismo uniformes que mis Raezers, una idea tentadora ha surgido en mi mente. Ellos tendrían el suficiente poder como para proteger al Duxilum, no necesitaría a nadie más que ellos. Pero el mismo poder con el que pueden protegerlo, puede destruirlo. Y sé muy bien que ese es el motivo por el que están aquí.

Regla numero uno: jamás tener compasión; y estos dos niños no serán la excepción. Desobedientes y rebeldes, están poniendo en peligro todo por lo que me esforcé.

¿Creen que se saldrán con la suya? Bueno, creo que ellos también me subestimaron. Quien me cedió su poder albergaba una vida dentro, y esa vida también llevaba la magia corriendo por su venas.

Sí, soy más poderoso de lo creen. ¿Quieren ponerme a prueba? Bien, entonces me conocerán realmente.

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