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LX

Continúa narrando Dylan:

El pasillo se encuentra completamente vacío. Todavía sigue en el suelo los restos de sangre que Caitlin devolvió mientras tenía la espada incrustada en su vientre. Y Sarah tenía razón, el boquete en la pared y la sangre en el suelo no pasan desapercibidos. Demonios. Será mejor que nos demos prisa. Debemos recorrer cuatro pasillos. Y solo ruego porque el turno de mi abuela aun no se haya acabado.

—Vamos —demando, tirando de la mano de Caitlin para iniciar la marcha.

Esto es realmente tenebroso, no entiendo por qué el imbécil de Argus no se actualiza. Debería usar electricidad aquí, las antorchas no iluminan lo suficiente. Incluso, con una buena iluminación y un par de retoques que le quiten esa sensación fría, triste y solitaria, este lugar sería una pasada, hasta podría usarse como centro turístico. En un marco donde los Raezers no existieran, desde luego.

Caminamos unos cuantos metros hasta llegar a la primera intersección y me asomo en la esquina para ver si del otro lado hay alguien. Por suerte, estamos solos.

—Sigamos —digo en un susurro.

Agradezco haberme infiltrado en el castillo hace un tiempo, me ha permitido trazar un pequeño mapa en mi cabeza. Recorrí muchos pasillos sin que nadie lo notara. Bueno, lograron atraparme la última vez, pero conseguí lo que quería. Pude leer las páginas de aquel libro que, desde que Sarah me había comentado sobre eso, estaba muy ansioso por ver. El libro de los Osados, solo Argus lo tiene en su poder. Maldito estúpido, si yo pude verlo cualquiera puede hacerlo.

Mis pies caminan casi por inercia. No voy a mentir y decir que la energía negativa que hay aquí no me afecta, porque lo hace. Mis pies parecen de plomo, aunque todavía me responden.

—¿Cómo estás? —le pregunto a Caitlin, echándole un breve vistazo.

Ella parece estar llevándolo bien dentro de todo, no es esa Caitlin llena de energía que conozco, pero está haciendo su mejor esfuerzo. Y eso que no tuvo el entrenamiento que Kyle, Taylor, Jill y yo tuvimos con Sarah; gracias a ella adquirimos más resistencia ante la energía negativa que desprenden.

—Bien —responde, regalándome una sonrisa de boca cerrada, luego mira nuestras manos y hace una mueca —Me está sudando la mano.

No lo había notado hasta ahora, tal vez sea porque a mí también...

—No pienses en soltarme. Nuestro escudo nos protegerá bien —insisto, hablando en voz baja para evitar ser escuchados.

—Dije que no lo haría —rueda los ojos, ya cansada de oír lo mismo tantas veces.

Se lo recuerdo, por las dudas...

Estamos a punto de llegar a la segunda intersección cuando una puerta se abre a nuestras espaldas, con Caitlin giramos la cabeza como búhos.

—... pues no sé, estoy segura de que alguien las habrá tomado. Ahora Argus nos castigará cuando le pidamos otro par de insignias —murmura una voz femenina, parece preocupada.

Vemos salir del cuarto a una joven, seguida por otra. Ambas llevan sus uniformes, desde luego, pero la que más destaca de las dos es la última que veo salir, que lleva un impresionante cabello de color castaño oscuro, lleno de pequeños rizos por doquier. La que está hablando, por el contrario, tiene el pelo colorado y completamente lacio. A la luz de las antorchas puedo notar los cientos de pecas que cubren su rostro.

Maldición, ¿por qué no se han ido con el resto a esa... caza?

—Sí, puede ser. Tal vez nos haga abandonar nuestros poderes por una semana. Deberíamos preguntarle a Mered... —la chica de cabello rizado guarda silencio al vernos parados como estatuas en medio del pasillo.

Un solo movimiento y las aniquilo. No pienso arriesgar la vida de Caitlin, ni la de las miles de millones de personas que están allí afuera.

—¿Hola? —la pecosa es la primera en hablar. Su ceño se ha fruncido ligeramente.

Los dos pares de ojos nos analizan de arriba a abajo, pasando primero por nuestros trajes y deteniéndose en la insignia que llevamos en el pecho. Luego, casi al mismo tiempo, ambas suben la mirada hacia mi rostro, y unas sonrisas casi imperceptibles se forman en sus labios. Puedo imaginarme lo que están pensando y les aseguro que no me gusta para nada.

La mano de Caitlin estruja la mía con una fuerza que casi que deja sin circulación. Veo que también se ha dado cuenta.

—Hola —se adelanta a contestar ella por mí.

Ambas se ven obligadas a dirigir los ojos hacia mi chica. La forma en la que la miran, tan despectivamente, provoca que mi estómago se vea invadido por una bola de fuego que intenta salir afuera, golpeando y quemando todo a su paso.

Debes calmarte, Dylan.

Respiro profundamente para intentar tranquilizarme. Debo intervenir.

—Estamos buscando a Aaron, ¿lo vieron por aquí? —improviso sobre la marcha.

¿Quién carajos es Aaron? Pues no lo sé.

—¿Aaron? ¿Aaron Colvert? —pregunta la de cabello rizado.

—El mismo, ¿lo vieron? —afirmo, desplegando una gran sonrisa.

Las dos se quedan mirándome, deslumbradas, tan así que ninguna se atreve a pestañar. La mano de Caitlin estruja de vuelta la mía, pero no dice nada. Puedo sentir, además de la tensión y el miedo que siguen latente en su menudo cuerpo, un atisbo de celos asomándose desde algún rincón de su ser. No quiero mirarla, pero estoy seguro de que las está ametrallando con la mirada. Si no apuramos la situación, esto terminará feo. Y no para nosotros dos precisamente.

—Sí... pero no te conozco, ¿por qué jamás te he visto por aquí?

Lo que más me molesta es el singular de su oración, ¿es que Caitlin es invisible?

—Mi novia y yo somos del área sur del castillo —vuelvo a mentir, esta vez enfatizando la palabra "novia" para recordarles que no estoy solo.

Caitlin levanta el mentón con orgullo y las mira a ambas con una pequeña sonrisa de victoria en sus bellos labios.

Esas dos arpías entrecierran los ojos en su dirección. Casi puedo ver los cuchillos invisibles que le lanzan.

Bueno, nadie se mete con ella frente a mí. Tendrán su merecido por provocar a mi chica.

—Aaron acaba de llamarnos para vendernos un par de insignias que ha conseguido de por ahí, ya saben, de contrabando —disminuyo el volumen de mi voz para decir eso último en un susurro, como si no quisiera que nadie más me escuchara—. Nunca se sabe cuando se perderán estas pequeñas —señalo el pedazo de metal en mi pecho—no me imagino el castigo que pueda imponer Argus si fuera el caso, sería espantoso.

Es gracioso de ver como el rostro de ambas adquieren un tono blanco como el papel. Y al ver que las palabras se les han quedado trabadas en la garganta, continúo en lo que estaba:

—Oí que a un chico lo obligó a estar casi un año sin sus poderes. Fue tanta la angustia y abstinencia que los años se le vinieron encima en unos pocos meses. Pobre chico, lucía tan joven...

Creo que he conseguido lo que buscaba. Sus caras de espanto son dignas para una película de terror. Las dos jóvenes por poco se tropiezan de lo apuradas que se dan la vuelta, echando a correr despavoridas en busca de quien les robó sus insignias. Hoy más que nunca admiro la audacia de mi abuela.

—Que malo —la voz de Caitlin me hace girar hacia ella, que me mira con una pequeña sonrisita de satisfacción dibujada en sus labios —. Aunque fue muy inteligente. Me gustó.

Sonrío al oír eso. Me acerco un poco más para depositar un beso rápido sobre sus suaves labios. Mi corazón salta de alegría cada vez que la beso, es como una inyección de adrenalina.

—Lo tenían merecido, no me gustó nada como te miraban —comento, tirando de su mano para continuar nuestro camino. No podemos perder más tiempo.

—Si tú no intervenías lo iba a hacer yo, y charlar estaba en lo último de mi lista —dice entre dientes.

Y no lo dudo. Podía sentir su odio aumentar en creces mientras estábamos frente a esas Raezers. Temía que si ella atacara cayeran más de sus compañeros por el alboroto, y ahí sí que se hubiese puesto todo bastante feo, no voy a mentir.

Doblamos en una esquina, hacia la derecha, y avanzamos un poco más. Puertas, puertas y más puertas. Desde aquí se pueden oír las voces de unos cuantos Raezers dentro. Supongo que serán salas comunes o cuartos de dormir, y no habitaciones de tortura.

Mientras seguimos nuestro camino, una de las puertas que dejamos atrás se abre justo por detrás nuestro. Caitlin y yo reaccionamos de inmediato y pegamos nuestras espaldas contra el muro de piedras, guardando absoluto silencio.

—Vuelvo enseguida —dice el único chico que sale de la habitación, con un vaso vacío en la mano.

El joven luce de unos veinte años, de altura media y piel pálida, lleva su cabello teñido con un tinte rubio.

¡No cierres la puerta! —le avisa alguien desde adentro del mismo cuarto —. Ya no soporto el olor a pies de PJ.

¡Oye! —se queja quien supongo debe ser PJ —, tus pies tampoco tienen olor a margaritas.

El chico se ríe por lo bajo y deja la puerta tal como se lo pidieron. Ni siquiera se da cuenta de nuestra presencia, ya que enfila hacia el lado opuesto de nosotros. Gracias a Dios. Eso ha sido un golpe de suerte.

Caitlin suspira aliviada y cierra los ojos, echando la cabeza hacia atrás.

Estoy a punto de estirar el pie para avanzar, cuando nuestra suerte cambia repentinamente.

La puerta a nuestro otro lado se abre y se oyen las voces de unos cuantos dentro, parecen estar divirtiéndose.

¡Vamos, amigo! ¡No te vayas! —se ríe uno de ellos —. En esta nueva ronda te aseguro que ganarás.

¡No seas mal perdedor! —le grita otro, burlándose de él.

Toma las cartas, te toca dar a ti —se oye una nueva voz.

Esta bien —suspira, resignado. Sus pasos se vuelven hacia dentro, dejando la puerta también abierta.

Perfecto, justo lo que nos faltaba.

—¡Eso es! ¡Así me gusta, compañero!

—Necesitas un descanso, recién has vuelto de buscar a esos imbéciles que quisieron infiltrarse. Anda, reparte.

Mi cuerpo se tensa al oír eso. Tal vez ese logre reconocernos si pasamos frente al cuarto. Debemos volver y tomar otro camino, si es que se puede. Pero entonces, un par de trotes al final del pasillo nos ponen en alerta de inmediato. Giramos la cabeza rápidamente en esa dirección, y enseguida reconocemos a la persona que se acerca. No estoy seguro si debería alegrarme o no de que esté aquí. Aquí en este mismo sitio. Ahora. En medio de este gran problema. Porque no lleva un traje puesto.

—Allí están —dice Kyle al vernos, mientras su trote se convierte en una caminata. Caitlin comienza a hacerle gestos y señas para que guarde silencio, pero él solo frunce el ceño y la mira como si estuviera loca—. ¿Qué? Me tenían preocupado, recorrí unos cuantos pasillos hasta encontrarlos. Tuve que deshacerme de un par de Raezers que parecían novatos luchando, ¿el infeliz de Argus bajó el presupuesto de los entrenadores? —se burla, riéndose de su propio chiste.

Si salimos vivos de esta lo mataré con mis propias manos, aunque creo que ni siquiera tiempo de eso voy a tener. En un abrir y cerrar de ojos, todos los Raezers que se encontraban en las habitaciones charlando animadamente, se mueven a la velocidad de la luz y nos rodean, listos para atacar al más mínimo movimiento.

¡Mierda! ¡Maldito Kyle!

Caitlin aprieta mi mano con fuerza, recordándome que nosotros somos más fuertes que ellos, que podemos aniquilarlos con solo una descarga de nuestra energía.

Kyle me da una rápida mirada y asiente casi imperceptiblemente. Supongo que esa es la señal.

El tiempo a mi alrededor se vuelve más lento, permitiéndome apreciar todo con más detalle; como los inconfundibles gestos de disgusto de algunos de estos seres repugnantes al vernos metidos dentro de sus uniformes, casi que podrían vomitar por los ojos. Bueno, de todas formas el sentimiento es mutuo.

Puedo sentir como mi poder se remueve con insistencia dentro de mi cuerpo. Mi pecho palpita por expulsar esa gran carga de energía que está de más. Y esa fluidez de mi poder sé muy bien que se debe a la persona que está junto a mí. Caitlin está lista para atacar, es más, lo hará incluso si me niego. Por supuesto que la ayudaré, esto es un trabajo en equipo y los dos estamos aquí arriesgándolo todo.

Dos de ellos desfundan sus armas y nos apuntan a Kyle y a mí.

—No debieron haberse metido en la boca del lobo —murmura uno de ellos.

—Aquí nadie le teme al lobo —contesta Kyle con una pequeña sonrisa en los labios.

Y antes de que alguno de su última exhalación, Caitlin y yo disparamos contra ellos un gran campo de energía que se extiende por ambos lados del pasillo, hasta llegar a la siguiente intersección. Solo uno llega a efectuar un disparo, y vaya uno a saber donde ha quedado incrustada la bala.

Todas las antorchas que iluminan el pasillo se apagan, dejando el lugar sumido en la oscuridad, aunque tenuemente iluminado por la luz de la luna que se filtra por las ventanas.

—¿Están todos bien? —pregunta Caitlin, una vez que todo acaba.

Mis ojos se adaptan a la oscuridad y soy capaz de distinguir todo con mejor detalle de lo que podría un humano.

—Eso no importa, debemos encontrar el pasadizo ahora mismo, puedo oír sus pasos viniendo hacia aquí —contesta Kyle, apresuradamente.

Tiene razón. Debemos movernos ya mismo.

Ahora no importa ir con cautela, da igual, ya saben que estamos aquí. Avanzamos a una velocidad vertiginosa el tramo que nos queda hasta llegar al pasillo donde Sarah dijo que estaría la vitrina con la armadura esa.

—Allí está —susurra Kyle por lo bajo, solo para que nosotros podamos oírlo.

—¿Cómo sabes de esto? —le pregunta Caitlin.

—Me crucé a Taylor. Me actualizó de la situación en diez segundos, pero lo perdí de vista —responde el otro.

—¿Mi hermano sigue aquí? —Caitlin se coloca frente a Kyle, arrastrándome consigo.

—Sí, hasta hace un momento. También estaba... —se detiene a mitad de la frase cuando recuerda algo. Preocupado, comienza a mirar por ambos lados del pasillo, como si de casualidad fuese a encontrar lo que se le perdió—. ¿Dónde está el señor...?

—Aquí —lo interrumpe a mis espaldas una voz que me resulta bastante familiar.

Los tres nos volteamos al mismo tiempo. Alzo las cejas en sorpresa al ver al... ¿señor Madson? ¿Qué hace aquí el profesor de gimnasia? ¿Kyle lo trajo?

—¿Qué está haciendo aquí? —le pregunto al hombre, sin rodeos.

El profesor, de unos treinta y tantos años, aparece en nuestro campo de visión. Es extraño verlo sin su silbato al cuello. Aunque va vestido como siempre, jamás se quita la ropa deportiva. En cuanto a la expresión de su rostro... sí, es la misma de siempre. Este sujeto no se aguanta ni así mismo.

—Yo lo traje, mientras más seamos mejor —se adelanta Kyle en decir.

No es que me moleste su presencia, sino que no era necesario que viniera a poner su vida en riesgo. Con Caitlin y nuestro poder sabremos defendernos bien. Además, Kyle y Taylor son buenos luchadores también.

—Tenía una cuenta pendiente con alguien de aquí, por eso me retrasé —se explica—, lo estuve buscando, pero la maldita rata está escondida.

—Más de la mitad dejó el castillo para cazarnos —digo mordaz —, tal vez se fue con ellos.

—Ya lo encontraré luego —masculla.

—Debemos darnos prisa —nos recuerda Caitlin, soltándome para posicionarse junto a la vitrina. Coloca sus manos en la parte trasera de madera y la empuja hacia adelante, como si abriera una puerta. Sorprendentemente, la vitrina se mueve con más facilidad de lo que aparenta, dejando a la vista un pasillo secreto mucho más iluminado que en el que estamos—. Encontramos el pasadizo —sonríe.

Le regalo una sonrisa y ella vuelve a tomar mi mano para avanzar juntos dentro. Kyle entra después de nosotros y atrás de él lo hace el profesor Madson que cierra la "puerta" de nuevo. El murmullo lejano de los otros Raezers desaparece apenas la vitrina vuelve a su lugar.

—Eh... chicos, necesitaría un poco de ayuda antes de seguir —oigo que dice Kyle.

Volteo a verlo y frunzo el ceño al notar que tiene la mano sobre su hombro izquierdo. Una mueca de dolor cruza su rostro por un instante.

—¿Qué tienes? —le pregunto.

Quita la mano de allí y con la iluminación que ahora hay aquí puedo apreciar un pequeño agujero en su camiseta negra. El reflejo de la luz sobre la aureola que rodea el agujero es lo que me permite apreciar la mancha de sangre, además del repugnante olor metálico que llega a mi nariz. Esto de tener el sentido del olfato mucho más sensible que el de un humano... a veces no es favorable.

—Déjame que yo te la quito —se ofrece el señor Madson, dando un paso hacia adelante.

—No, no, muchas gracias, pero no —Kyle se niega rotundamente—. Mira las manazas que tienes, un dedo tuyo me abrirá un cráter en la piel.

El profesor Madson resopla, haciéndose a un lado sin siquiera responderle.

Yo creo que la respuesta la verá en su calificación final.

—Caitlin lo hará —dice, entonces. Sorprendida y horrorizada, ella abre la boca para oponerse, pero Kyle no la deja —. No tenemos todo el día, ya estamos bastante retrasados. Ven aquí y quítame la bala de adentro, por favor.

Caitlin me echa un vistazo rápido y yo me encojo de hombros. Supongo que no hay opción, ella es quien tiene la mano más pequeña y delicada entre los cuatro.

—Está bien —responde, finalmente. Traga saliva sonoramente y suelta mi mano para colocarse frente a Kyle.

—Hazlo con cuidado, recuerda que seguimos entrenando juntos.

Caitlin levanta la cabeza y lo mira entre las rendijas de sus ojos.

—Dices otra cosa más y te la quitaré con una pala —le advierte.

Kyle voltea los ojos y se prepara para lo que viene.

—Estoy listo —avisa con los parpados fuertemente apretados.

—Es una niñita —murmura el profesor Madson por lo bajo, pero todos alcanzamos oírlo —, he soportado cosas peores.

Kyle está a punto de protestar, pero Caitlin mete su dedo índice dentro del agujero, haciéndolo ver estrellas, galaxias y el universo entero. Sí, se muy bien como es ese dolor.

—No grites o nos encontrarán —le recuerdo.

—¿Me ves... con cara... de querer... gritar? —consigue decir a duras penas.

Bueno...

—Sí.

Miro con atención a mi novia, la veo más pálida que de costumbre, pero está haciendo un buen trabajo. Gira la mano en circulo, recorriendo la bala con su dedo, seguramente para poder hacer un gancho y arrastrarla hacia atrás. Es lo que suelo hacer yo cuando recibo un disparo.

—Mierda, Caitlin, no estás haciendo un batido, deja de rebuscar allí dentro y saca ese maldito pedazo de metal —se queja el otro, haciendo todo tipo de muecas.

—Cállate —lo regaña ella, muy concentrada en lo que hace.

Mueve su mano lentamente hacia atrás y, para alivio de Kyle, consigue extraer la bala.

—Listo, ¿mejor? —le pregunta ella, mirando con curiosidad la bala en la palma de su mano.

—Sí, gracias. Por suerte no me dolió —responde él.

—Sí, es lo que creí —murmura con sarcasmo el profesor Madson.

—Sigamos —demando, tomando a Caitlin de la mano y expandiendo nuestro escudo.

—Tengo un pequeño agujero en mi escudo. ¿Crees que tarde en repararse? —me pregunta Kyle, al cabo de unos segundos de caminata.

El pasadizo está bastante descuidado, se nota que nadie más lo usa; hay telarañas en los muros y polvo por donde mires. También es más estrecho que los demás pasillos aquí en el castillo, una persona claustrofóbica no la pasaría muy bien.

Alcanzo a ver unas escaleras hundirse al final de este tramo.

—En menos de cinco minutos tendría que estar solucionado. Solo ruega que tu energía no escape por allí —le respondo, echándole un rápido vistazo.

Llegamos a las escaleras que son de esas tipo caracol.

—Son como unos treinta pisos —dice el profesor Madson al asomarse—. Si queremos hacer esto rápido tendremos que correr. En dos segundos estaremos junto al Duxilum.

—¿Seguro? No sabemos con que nos vamos a encontrar allí abajo —acota Kyle.

Ambos tienen razón, si no nos damos prisa llegaremos mañana al centro de la montaña. Pero a la vez, tampoco estamos seguros de lo pueda haber allí abajo.

—Hay que arriesgarnos —dice Caitlin.

Estoy a punto de dar mi opinión cuando un ruido a nuestras espaldas hace que nos giremos a toda velocidad. Alguien nos ha encontrado.

La "puerta" se abre y una persona se infiltra dentro, cerrándola nuevamente. Todos nos ponemos a la defensiva por si debemos atacar.

—Aguarden —nos avisa Kyle—, ¿ese no es...?

—Taylor —susurra Caitlin, visiblemente aliviada.

En un pestañeo, él está a nuestro lado, sumándose al equipo. Sus ojos caen en mí y en Caitlin, parece un poco tenso. Seguramente espera que le caiga la bronca de nuestra parte por habernos traído hasta aquí con este fin.

Su hermana se acerca a él y no se aguanta en darle un gran abrazo, ella parece mucho más preocupada de lo que aparenta. Los dos han sido muy unidos desde pequeños, tienen una conexión especial que yo jamás entenderé, tal vez porque cuando tuve un hermano no tuve tiempo de disfrutar los momentos junto a él. Aunque pensándolo bien... no hubo muchos momentos que disfrutar.

Caitlin se aparta con suavidad y los ojos del rubio caen sobre el señor Madson.

—¿Profesor Madson? ¿Qué hace usted aquí? —pregunta, asombrado.

El hombre voltea los ojos y responde con sarcasmo:

—Solo he venido a recorrer este agradable lugar turístico, los chicos me están haciendo un tour, ¿te quieres apuntar?

—Sí, usted no ha cambiado nada —dice Taylor con una ligera sonrisa en los labios—. Eres el único al que no he logrado agradarle —dice, con fingido pesar.

—Tu cara de niño bonito no me engaña a mí, muchacho —le contesta el profesor—. No has vivido ni la mitad de lo que viví, y sé muy bien que una sonrisita de niño bueno y excelentes calificaciones no lo son todo.

¿Ah, no?

—Yo tampoco te he extrañado, profesor —masculla Taylor por lo bajo, pero el otro alcanza a oírlo.

—Philip para ti, no soy más tu profesor —dice, con su habitual mal humor.

—A mi no me dejas llamarte Phi... —comienza a decir Kyle, pero enseguida lo interrumpe.

—Señor Madson para ti, aun sigo siendo tu profesor.

Quiero reírme de la cara de idiota con la que se ha quedado Kyle, pero enseguida reparo en la seriedad de la expresión del rostro de Caitlin. No quita la mirada de su hermano, que también ha notado el brusco cambio de humor. De seguro se lo esperaba. Ni siquiera dice algo, solo espera a que ella explote. Y así sucede.

—¡Eres un idiota! —espeta ella, intentando mantener a raya el volumen de su voz—. ¿Cuándo pensabas decirnos esto? ¿Hace cuánto planearon esto tú y Sarah?

Taylor frunce los labios. La culpabilidad asoma en sus ojos por un instante, pero lo disimula mirando hacia un lado.

—Estos días se estuvieron preguntando donde estaba, bueno, ahora ya saben que es lo que estuve haciendo —dice mordaz.

—Te das una idea de todo lo que arriesgaremos, ¿verdad? —le pregunto, a ver que tan seguro está de hacer esto.

No es que me esté echando atrás, simplemente quiero saber si se da una idea de que podemos perderlo todo en un chasquido de dedos.

Taylor da un paso hacia mí y se pone a la altura de mis ojos. Sí, puede ser que él sea unos dos o tres centímetros más alto, pero casi ni se nota la diferencia. Me detengo un segundo a contemplar sus ojos, no me había detenido a prestarle atención antes. Una o dos horas atrás, cuando me estampó contra la pared de mi casa al darse cuenta de que Caitlin y yo lo habíamos hecho finalmente, lo único que vi en ellos era enojo, no noté los otros matices. Pero ahora, desde aquí, puedo ver y casi sentir el dolor que carga encima.

—La perdí, Dylan, perdí a Jill. ¿Qué me queda además de un corazón destrozado? Esto lo hago por ella también, vengaré su muerte. Estos malditos pagarán por lo que hicieron.

—Nos tienes a nosotros —susurra Caitlin, usando un tono un poco más suave.

Él sonríe sin ánimo y da un paso atrás.

—Y por eso no veré como los matan a ustedes mientras duermen sabiendo que podemos detener esto.

—Oigan, no quiero interrumpir este momento tan cursi, pero el señor Madson ha desaparecido —observa Kyle, preocupado.

¡Idiota! ¿Por qué hizo eso? Es mejor ir todos juntos, no sabe lo que le espera allí abajo. Bueno... ninguno lo sabe.

—Se ha adelantado, debemos ir tras él—mascullo, asomándome por las escaleras a ver si veo algún rastro suyo.

Nada.

—¿Estás lista para esto?—le pregunta Taylor a Caitlin, colocando una mano sobre el hombro de ella.

Está preocupado, lo sé. Taylor sabe que su hermana solo tuvo unos pocos meses de entrenamiento, eso no es suficiente si lo comparamos con los años de trabajo intenso que tuvimos nosotros tres.

—Muy lista —responde ella con seguridad, a pesar de todo.

Él inhala profundo, como si quisiera llenarse de coraje para dejar ir a su hermana pequeña a la boca del lobo.

Que abra los ojos y vea a su alrededor. Ya estamos en ella.

—Bien, vamos —dice, al fin.

A toda velocidad, iniciamos el descenso por las escaleras hasta llegar al final de la misma, donde nos damos cuenta que hay una especie de puerta que se mimetiza a la perfección con la piedra de la montaña. El único detalle es que alguien ya la ha abierto, y ha dejado una fina ranura por la cual entra un poco de luz.

—El señor Madson —susurra Kyle, que lleva la delantera, acercándose para echar un ojo por el pequeño espacio abierto—. No se ve nada, solo rocas.

—Hay que entrar —dice Taylor en su mismo tono, justo por detrás de mí, aun sobre el primer escalón.

Kyle abre la puerta solo lo suficiente para que podamos atravesarla. En silencio, salimos uno a uno hacia la cueva donde se haya esa dichosa piedra, el Duxilum

Debo admitir que este pasadizo está bien oculto. Al cerrar la puerta casi ni se nota la diferencia con la verdadera pared de piedra. Y además, en la parte donde hemos aparecido ahora, la luz no ilumina mucho, lo que permite que sea aun más dificultoso encontrar esa puerta, a pesar de tener la vista muy desarrollada.

El lugar es inmenso. A donde se mire solo hay rocas. El techo está a unos cuarenta metros por encima de nuestras cabezas, y el mismo se encuentra cubierto por muchas estalactitas de todos los tamaños y filos. También hay estalagmitas esparcidas por el suelo, varias de ellas ocultan la puerta que conduce a la otra parte del castillo de la cual venimos. Como dije antes, el pasadizo está bien oculto, ¿quién se pondría a mirar por aquí? Cualquiera pensaría que solo hay rocas y... rocas. Nada interesante.

Nos movemos con sigilo, asegurándonos de pisar con cuidado el suelo, hay muchas piedras pequeñas que podríamos patear sin querer.

Caitlin me codea y me hace una seña hacia un punto más adelante.

Maldición.

A un par de metros de nosotros, el profesor Madson se encuentra sentado, escondido detrás de una prominente estalagmita que cubre por completo su cuerpo. Él nos ve rápidamente y hace una seña con su mano para que nos quedemos donde estamos.

¿Qué piensa hacer? ¿Quedarse ahí hasta mañana? Debemos encontrar el Duxilum y...

Ni siquiera mis pensamientos son tan rápidos como la gran descarga de energía que casi impacta de lleno contra nosotros. De milagro, un grupo de estalagmitas nos han hecho de escudo y nos han salvado de lo que hubiese sido una potente descarga contra nuestros escudos. Los cuatro nos dispersamos entre las grandes rocas que encontramos junto a nosotros. Caitlin y yo nos cubrimos en una, Taylor y Kyle lo hacen en otra diferente.

Giro la cabeza para dar con los preciosos ojos de Caitlin que me miran con ese cariño que reboza por cada poro de su piel. No luce asustada, solo preocupada. Sabe lo que nos espera, esto no será fácil. Nos estamos enfrentando a lo peor de todo. Ya no es batallar contra dos, tres o una docena de Raezers, ahora nos enfrentamos a un enjambre furioso de ellos. Nos hemos metido a su colmena y harán lo que sea para proteger a su reina, pero no la de carne y hueso, sino la inanimada, la mágica, la que los mantiene con vida: esa maldita piedra.

El idiota que se cree rey de ellos puede protegerse solo, no necesita a nadie más. Y él es el único que tiene la fuerza para arrojar semejante campo de energía como el de recién.

Sí, Argus está aquí con nosotros.

El silencio se ha asentado con fuerza en el lugar, lo único que se oye son los latidos descoordinados que golpean con fuerza en el pecho de sus dueños.

—Salgan ahora, quiero ver sus caras —una gruesa y profunda voz rompe el incómodo silencio que se ha extendido por cada rincón de la cueva, dejando un leve eco retumbando en las paredes, que rápidamente desaparece.

Argus.

Caitlin se tensa a mi lado, tanto que su mano se cierra fuertemente alrededor de la mía. Madre santa, creo que sobrevaloré su fuerza.

Acerco mi mano libre a su mejilla y se la acaricio delicadamente con mi pulgar. Ella lleva sus ojos a los míos y me atrapa con su profunda mirada. Sus preciosos ojos verdes son todo lo que está bien para mí, una sola mirada de ella puede relajar hasta la más pequeña fibra de mi cuerpo.

"Estaremos bien, tranquila", gesticulo con mis labios, acomodándole un mechón de su cabello detrás de su oreja. Ella asiente en respuesta y respira hondo, intentando relajarse.

—Dylan, Caitlin, Kyle y... el último que no sabía que era un Raezer. Te lo mantuviste bien oculto, ¿verdad, Taylor? —continúa Argus—. No quiero ponerme violento, ¿por qué no salen de su escondite y tenemos una amistosa charla?

Amistosa las pelotas. Apenas nos tenga a la vista no dudará en atacarnos, él no pondrá en peligro a la piedra. Respecto a eso, aun no he visto al Duxilum, este pequeño apartado no muestra mucho de la gran cueva. Solo sé que está aquí. Es extraño, pero puedo sentir una ligera atracción hacia una dirección en particular. Un instinto me dice que es hacia objeto por el cual estamos aquí.

Miro a Caitlin y veo que sus ojos se dirigen con preocupación hacia donde se esconde su hermano. A nuestra derecha, Taylor se encuentra junto a Kyle, escondidos tras una gran roca que está un poco apartada de la nuestra, a unos tres o cuatro metros aproximadamente.

De nuestro otro lado, a una distancia similar, el profesor Madson está escondido detrás de esa enorme estalagmita.

Taylor frunce el ceño al escuchar todo lo que dice Argus. Y sí, lo mantuvo bien en secreto hasta la última batalla donde perdió a su novia, seguramente alguno de sus discípulos le habrá ido con el chisme. Malditos infelices. Aun duele la partida de Jill, era muy querida por todos, más aun por Taylor.

Aun creo que esto ha sido muy precipitado, pero sin ese dolor que él siente en estos momentos, ¿cuándo hubiésemos tenido las agallas para hacerlo? Taylor ha sido quien nos ha impulsado a todos a ponerle fin a esto. Cada uno con sus propios motivos, claro. El profesor Madson quiere ajustar cuentas con no se quién. Kyle quiere vengar la muerte de Debbie, su novia, y seguramente lo hará por Rowan, el hermano de Miracle. Caitlin lo está haciendo por su mejor amiga y por su abuela, si este mundo no existiera ninguna de las dos hubiesen fallecido. Y Taylor desde luego que lo está haciendo por Jill. Siempre estuvo enamorado de ella, y aunque lo negó a muerte al principio yo supe desde el primer momento que los vi juntos que terminarían en pareja. Pero ahora le quitaron a su mitad, a su alma gemela, eso era ella para él...

Y solo quedo yo. Hago esto por mi madre y por mi abuelo, el hombre que hizo esto posible. Sin su ayuda jamás hubiésemos estado listos para lo que sucederá en este lugar.

Pero a pesar de todas esas personas que perdimos, todos estamos impulsados por la muerte de una de nosotros, de una de nuestro equipo. Todos vengaremos hoy la muerte de Jill.

—¿No saldrán? —esa odiosa voz vuelve a hablar otra vez, sacándome de mi ensimismamiento—. Está bien, como quieran, yo puedo hacerlos salir.

Se escucha un murmullo bajo por un momento y al segundo un par de pasos entran desde algún sitio de la cueva, trayendo consigo el sonido de un forcejeo.

—¡Ya suéltame, Nicholas! —grita una persona que reconocería de aquí a Marte.

Mi corazón se detiene un instante, a la par de mi mundo. Todo se congela por un minuto. Reconocería esa voz donde sea. ¿Cómo podría olvidar a la persona que me acogió entre sus brazos cuando no tenía a nadie? ¿O aquella primera vez que oí su voz al despertar en una camilla de hospital después de que me sacaran con vida de ese incendio? Desde ese momento supe que toda mi vida cambiaría, por fin iba a poder descansar de los malos tratos que recibía por mi padre alcohólico. Creía que mi vida mejoraría por completo, pero solo una parte fue así. Salí de un infierno para volver a meterme en otro. Aunque solo bastó encontrar a Caitlin para poder tener un pedacito de cielo. Caitlin siempre ha sido mi cielo. Y pude encontrarla gracias a la persona que me salvó en un inicio y ahora necesita mi ayuda. Sarah me necesita.

Sin pensármelo dos veces, suelto la mano de Caitlin para poder salir en busca de mi abuela, pero ella vuelve a aferrarse a mí y, sin querer hacerlo, la arrastro conmigo al descubierto de la roca, exponiéndonos a ambos.

¡No! ¡Maldita sea, Caitlin!

Y lo peor de todo es que Taylor ha seguido los pasos de su hermana, y Kyle los de Taylor. Esto ha sido como una cadena, he salido yo y he tirado de los demás eslabones.

Ni siquiera pierdo tiempo en lanzarles una mirada asesina a mis amigos, mis ojos se pierden en las personas que están frente a mí, a una buena distancia de nosotros, claro. No son tan idiotas.

Argus se encuentra encabezando todo este jaleo, como siempre. A su lado están tres personas; dos de ellas sujetan por los brazos a mi abuela, evitando que fuera a escaparse. Aun así ella ha dejado de forcejear, ahora su rostro tiene una expresión de preocupación que se me clava en el alma. Y sé muy bien que no está preocupada por ella y por lo que Argus pueda hacerle, sino por nosotros. El arrepentimiento se refleja en su mirada cuando sus ojos cruzan con los míos.

—Ahora veo que nos entendemos —murmura Argus al tenernos en frente suyo, mientras una sonrisa cínica se forma en su asqueroso careto.

El uniforme Raezer le queda aun más ridículo a él. A diferencia de todos, su uniforme va completo con una capa negra sobre su espalda, demostrando su distinción y supremacía ante los demás. El maldito imbécil se cree rey o algo así. Siempre he creído que está chiflado.

Aprieto la mano de Caitlin solo para corroborar que sigue allí y que está protegida con nuestro escudo. Argus se da cuenta del pequeño movimiento que he hecho y enseguida sus ojos bajan a nuestro amarre.

Cualquier movimiento que haga juro que atacaré con nuestro poder, me lleve a quien me lleve por delante.

Sarah.

Aunque me duele en lo más profundo de mi corazón, ella eligió. Y estoy completamente seguro que ahora mismo ella está pensando lo mismo que yo.

Desde aquí puedo oír el rechinar de muelas de Argus mientras continúa viendo nuestras manos. No sé bien que pueda estar pasando por su retorcida mente, pero no me gusta nada el odio que desprende su mirada cuando vuelve la vista hacia mis ojos. Su sonrisa cínica se ha desvanecido, ahora un aura fría y mala lo envuelve por completo.

Quiero pensar lo contrario, pero esto se pondrá realmente feo.

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