LVIII
Nos detenemos cuando vemos al imponente muro de piedra alzarse frente a nuestros ojos. Casi ni nos ha costado subir la montaña, nuestros pies se han movido con presteza por la superficie rocosa, esquivando con agilidad la demás vegetación. Dylan decidió tomar un camino el cual no suelen vigilar. No sé que pensar sobre eso, que él lo sepa quiere decir que ha venido varias veces aquí y detesto imaginarlo.
Intento apartar esos pensamientos de mi cabeza y centrarme en lo que tengo delante de mis narices. Hemos aparecido en uno de los costados de la anticuada arquitectura, y debo decir que es increíble. No estoy segura de a que siglo pertenecerá, pero el musgo crecido y el color de la piedra parecen tener unos buenos años. Jamás vi un castillo en persona. Me siento dentro de un cuento. Esto sería perfecto sino corrieran en riesgo nuestras vidas, claro.
Desde que mis pies han tocado este suelo no he dejado de sentir esa incómoda sensación de debilidad que me quiere tirar a bajo, es muy molesto.
—¿Ya volvieron Maggie, Ted y Fred? —oímos que pregunta alguien en la cima de aquella muralla, nosotros no podemos verlo desde aquí, pero por su voz parece un chico joven.
—No... —responde el otro con cierto recelo.
—¡¿Y no avisaste?! ¡¿Eres idiota, Owen?! —le reprocha entre gritos, luego parece hablarle a otro—. ¡Necesito refuerzos, debemos recorrer el perímetro!
—Mierda —masculla Dylan por lo bajo—. Debemos irnos ya de aquí.
—¿Y Taylor? —pregunto en su mismo tono, comenzando a desesperarme por no encontrar ninguna pista sobre donde podría estar.
Dylan echa un vistazo al castillo y su alrededor, algo inseguro.
—Tal vez ya se cargó a ese Raezer y está volviendo a Idaho —dice, con la esperanza de que le crea.
Ni él lo hace.
Estoy a punto de abrir la boca, pero me quedo muda cuando oímos unas cuantas pisadas a nuestro alrededor.
—¡Cubran toda la zona! —grita la misma persona que escuchamos un minuto antes arriba de la muralla.
No, no, no. Es hora de irnos de aquí. ¡Ahora!
—Dylan... —susurro con temor, sujetando con fuerza su mano.
Estamos rodeados, no tenemos escapatoria. Solo nos queda...
—Entraremos —dice, entonces—. Nos esconderemos hasta que esto se calme y luego nos largamos.
Asiento, de acuerdo con su idea, y sigo sus pasos por el borde de la muralla hasta llegar a la parte trasera. Ahora ir hacia allí es la mejor opción que tenemos, la parte delante ahora está infestada de Raezers.
—Subiremos por esa ventana —me señala la ventana abierta sobre nuestras cabezas. La misma debe estar a unos diez metros de altura.
Esto es una locura. No sabemos que habrá allí arriba, ¿cómo podemos entrar a ciegas?
¿Tienes una mejor opción, niña Einstein?
Maldición.
—Está bien —respondo a regañadientes.
Dylan comparte conmigo una mirada cargada de preocupación.
—Iré yo primero para asegurarme que no haya nadie, y apenas te de la señal sube tú.
Asiento como respuesta.
¿Por qué presiento que algo no saldrá bien de esto? No es por ser negativa, pero estar aquí me da demasiada mala espina. Y lo peor de todo es que debo hacerlo si es que quiero vivir para encontrar a mi hermano. Siento un nudo en la garganta al recordar que una bala podría quitarle la vida en un abrir y cerrar de ojos.
Respiro hondo para intentar calmarme y dejar de pensar en eso.
Dylan alza la mano para acariciar mi mejilla con dulzura. Acerca su rostro y me da un beso corto.
—Te veo allí arriba —susurra sobre mis labios.
—Ten cuidado —le digo una vez que da un paso atrás.
Él me sonríe para tranquilizarme, pero me es imposible dada las circunstancias.
Lo veo dar un ágil salto y treparse del marco de la ventana. Mi ritmo cardíaco comienza a aumentar una vez que se adentra al cuarto.
Los segundos pasan y no lo veo asomarse. Vamos, Dylan, sal de una vez, por favor.
Mis ojos no dejan de mirar la negrura que tiñe al espeso bosque, es realmente abrumadora.
—¡Ustedes cuatro vayan a cubrir la parte trasera! —demanda una voz femenina.
La saliva se me queda atragantada cuando escucho eso.
Estoy a punto de echar a correr para el lado contrario cuando veo a Dylan asomarse desde arriba. Gracias a Dios. Me hace una seña con la cabeza para que suba ahora.
De pronto, puedo oír unos cuanto pasos acercándose a donde me encuentro.
¡Ya sube!
No pierdo más tiempo. Flexiono mis piernas y me impulso con ímpetu hacia arriba. Dylan estira sus brazos fuera de la ventana y me sujeta prácticamente en el aire.
—Ya creía que... —comienzo a decir en un murmullo bajo, pero Dylan me silencia cuando me tapa la boca con una mano.
Deja mis pies en el suelo y me señala un punto en la habitación.
La sangre huye de mi rostro cuando veo a una persona durmiendo en una de las cuatro camas que hay en este cuarto, las demás están vacías.
Imposible darnos cuenta si aquí había alguien o no, nos encontramos rodeados de una carga extremadamente negativa que brota hasta de la misma piedra de las paredes del castillo, cualquier rincón de este lugar nos engañará. Ahora más que nunca necesitamos suerte. Suerte para no encontrar una habitación repleta de Raezers.
Dylan destapa mi boca y coloca un dedo sobre sus labios para que guarde silencio. Yo solo me limito a asentir, viendo de reojo a aquel chico de cabello rizado que está de espaldas a nosotros. Se oye su pausada respiración, está profundamente dormido.
¿Qué haremos ahora? ¿Debemos matarlo? Si ni siquiera se ha dado cuenta de nuestra presencia. Una parte de mí quiere hacerlo, quiere ver como se retuerce del dolor al sentir nuestro poder, pero la otra parte de mí, más humana, siente compasión por él, ¿por qué lo mataríamos si no nos ha dado motivos?
Bueno, sus amiguitos sí...
Dylan procesa todos mis sentimientos en un silencio que me pone de los nervios.
Me hace una seña con la cabeza para que lo siga. Al parecer ha llegado a la misma conclusión que yo.
Esto es ridículo, deberíamos matarlo como ellos lo hacen con nosotros. Solo que si también lo hiciéramos, eso nos convertiría en la misma porquería que lo son ellos. Atacamos solo cuando nos atacan, no matamos por matar.
Camino con sigilo por detrás de él mientras mis ojos no se quitan de encima de aquel joven que descansa plácidamente en su cama. Dylan abre la puerta con mucho cuidado y saca la cabeza afuera, al corroborar que no hay nadie, sale él primero y luego me señala que lo haga yo también, saliendo finalmente al lúgubre corredor, tenuemente iluminado.
Suelto el aire que había estado reteniendo allí dentro y tomo la mano de Dylan, me siento más segura así. Nuestro poder y escudo es más fuerte cuando estamos juntos.
—Eso estuvo cerca —murmuro en voz baja, solo por si hay alguien cerca.
El pasillo parece estar vacío, no hay ni un alma rondando por este piso. Que extraño...
Pasamos por delante de una estatua de un caballero con armadura. Entre sus manos sostiene una espada, de lo que parece ser plata, que apunta su afilada hoja hacia el suelo. Por tener sus cuantos años se encuentra muy bien conservada. Y por más que esté vacía, siento que nos observa...
¿Quién dice que está vacía?
Siento un escalofrío de solo imaginarlo.
Pasamos por delante de tres puertas, pero ninguna abre, todas tienen llave. Genial. Nos estamos entregando en bandeja aquí nosotros solos.
De repente, algo suena a nuestras espaldas que nos sobresalta a ambos. Ni siquiera nos da tiempo a girar, algo es arrojado contra nosotros a una velocidad vértigo. Bueno, solo tardo medio segundo en darme cuenta de que no le ha dado a Dylan.
Una horrible presión se instala en mi vientre, a la altura de mi estómago, acompañada de un pequeño, casi imperceptible, ardor. Y solo bajar mis ojos es suficiente para poder ver la espantosa imagen que provoca que toda la sangre de mi cuerpo baje a mis pies, o a mi abdomen, mejor dicho. La punta de la misma espada que vi momento atrás en aquella armadura, sobresale de mi vientre unos treinta centímetros, y con ella una buena cantidad de sangre que se esparce rápidamente por mi blusa.
Quiero emitir algún sonido, pero siento un nudo en la garganta que no me deja articular palabra alguna. La adrenalina corre a raudales por mis venas, tan así que ni siquiera puedo sentir el dolor. Tampoco puedo moverme, mis pies me sostienen de pura inercia, ¿eso es bueno, no? Al menos no me ha rebanado la médula.
—¡No! —grita Dylan a mi lado, horrorizado.
Con las repentinas náuseas tocando puerta en mi esófago, giro débilmente sobre mi eje, lo suficiente para ver al culpable. Y, efectivamente, allí lo veo. Su cabello rizado se mueve ligeramente cuando inclina la cabeza a un lado, observándome con una sonrisa cínica en sus labios. Es extraño, pero me resulta familiar su rostro, ¿donde lo he visto antes? Pero algo más llama mi atención: su cabello. Los rizos de su cabello castaño son muy similares a... Un momento, ¿no es el chico que estaba durmiendo en la habitación por la que entramos? ¿Cómo es que está aquí? ¿Fingía estar dormido?
Ahora que lo tengo a vista entera soy capaz de notar algo curioso. Su energía. No soy capaz de sentirla como lo hacía en el cuarto hace unos segundos atrás. Él... él es un rastreador.
Bingo.
Dylan no llega a terminar de levantar el pie cuando un borrón cruza a toda velocidad por nuestro lado y se lanza sobre aquel chico, estampándolo contra la pared.
¡Es Taylor!
—Haz algo o le arrancaré los ojos con mis manos y se los haré tragar —murmura Dylan, en dirección a mi hermano, y luego vuelve toda su atención hacia mí—. Estarás bien, tranquila. Déjame ver como... como sacarte esto.
Solo hay una forma de sacarla y no quiero ni imaginar cuando llegue ese momento. Sé que no moriré por esto, pero tampoco es para nada agradable tener un metal atravesando mi abdomen de lado a lado.
Mis ojos se deslizan por su cuenta a donde mi hermano sujeta con fuerza del cuello a ese malnacido. Me estremezco al oír los huesos de su cráneo sonar cuando le golpea con fuerza la cabeza contra la pared. El chico va a gritar, pero Taylor ajusta aun más el agarre de su mano entorno a su cuello, haciendo que se atragante con sus propias palabras.
—¿Me recuerdas pedazo de mierda? —el tono de voz que utiliza mi consanguíneo es tan gélido y carente de emoción que incluso hasta a mí me causa un poco de temor.
Sin previo aviso, la espada se mueve un centímetro dentro de mí, lo que causa que mi boca emita un grito que es amortiguado por la mano de Dylan. El dolor comienza a aumentar de intensidad poco a poco.
—Lo siento, preciosa —murmura él, realmente preocupado, tanto que casi ni presta atención a lo que está pasando con Taylor y aquel sujeto—. Pero no puedo quitarla sin que no duela.
—¿Disfrutaste hacerlo? Fue fácil jalar el gatillo, ¿verdad? —continúo oyendo lo que le dice al chico—. La mataste, hijo de puta. Le quitaste la vida delante de mis ojos.
Ese... ese es... ¿Thomas? ¿Pero como? Mi amiga estuvo saliendo con un chico de... ¿cuantos años? ¿Cien? ¿Doscientos? Sarah seguramente lo debe conocer. ¿Ella estará aquí?
Aun con la espada clavada en mi vientre, mi mandíbula queda colgando al oír eso.
De reojo, puedo ver como ese malnacido intenta atacar a Taylor con su poder, pero lo que no sabe es que el escudo lo protege. No tiene nada que hacer contra él. Ni siquiera tiene la fuerza suficiente para quitárselo de encima, tal es el odio en el cuerpo de mi hermano que ni diez Raezers podrían contra él en este momento. Es eso, o tal vez los rastreadores no cuentan con la habilidad de luchar, por eso siempre se mueven con sigilo alrededor de su presa.
Mis pensamientos se ven interrumpidos cuando una arcada me obliga a inclinarme ligeramente hacia adelante para vomitar una buena cantidad de ese líquido rojo, viscoso y de sabor amargo. El movimiento de mi cuerpo provoca que la espada se entierre un poco más en mis tejidos, y ahora sí soy capaz de sentir el inminente dolor que me azota el cuerpo el entero. Incapaz de soportarlo, mis piernas ceden y caigo de rodillas, sobre el charco de sangre, sujetando con mis manos la espada para evitar que siga moviéndose.
—¡Taylor, necesito ayuda! —le pide Dylan a mi hermano, desesperado, sosteniéndome por los hombros para impedir que me desplome y la espada se entierre aun más.
Esto me está quitando casi toda mi fuerza. La espada tiene que ser de plata, no hay forma sino.
Mi hermano voltea hacia la dirección de donde ha provenido la voz y sus ojos se abren tan grades cuando me ve a mí que casi se salen de sus cuencas. Al parecer, su mente estaba tan ofuscada en encontrar a ese sujeto que ni siquiera nos había notado a Dylan y a mí, no hasta ahora. Pero esa pequeña distracción es más que suficiente para que Thomas le propine una patada que lo lanza contra el muro de enfrente, dejando un gran boquete en éste.
No, él no puede ganar de nuevo. No puede hacerlo. ¿No tuvo suficiente con arrebatarnos a Jill? ¡¿Qué más quiere?! ¡Él no puede ganar otra vez!
Le quitó la oportunidad a una persona de crecer, ser feliz, amar, disfrutar la vida, conocer el mundo entero. Mi amiga era una buena persona, ella más que nadie se merecía vivir. ¡Jill se merecía vivir!
—Taylor... mátalo —mascullo a duras penas, conteniendo la ira que comienza a crecer en mi pecho y quema todo a su paso. Incluso, por un breve momento, dejo de sentir el dolor.
Todos, incluido Thomas, se giran para verme a mí, que sigo de rodillas en el suelo, con las manos sujetando el filo de la espada que sale de mi vientre, ni siquiera los cortes en las palmas de mi mano me interesan ahora.
Lágrimas de rabia se acumulan en mis ojos, pero no me permito dejarlas salir. Ya suficiente humillación siento en estos momentos, no me humillaré aun más.
Mi hermano es el primero en reaccionar. Nadie más que él entiende lo que siento en estos momentos. Él la amaba demasiado, y lo único que quiere es vengar su muerte para poder dormir en paz.
Taylor se recupera tan rápido que a ese miserable no le da ni tiempo a tomar aire cuando es quemado vivo delante de mis narices, cayendo de frente contra el suelo. Por más que no he podido ver el poder que lo ha aniquilado, reparo en el ligero humo que desprende su cuerpo, y el fuerte olor a carne asada que invade el pasillo entero.
Puedo notar el peso que mi hermano se quita de los hombros al instante. Todo su cuerpo se relaja, como si volviera a respirar después de tanto tiempo.
—Taylor... —vuelve a llamarlo Dylan, con urgencia.
Los brazos se me están comenzando a cansar, no sé cuanto tiempo más logre mantener inmovilizada la espada.
Taylor aparece junto a mí en un abrir y cerrar de ojos, y se inclina para sujetarme por el brazo.
—Si no lo matabas tú lo iba a hacer yo, y te aseguro que no iba a ser tan suave con esa mierda —murmura Dylan, a la vez que se coloca a mi otro lado. Da un vistazo rápido al pasillo para asegurarse que nadie esté viniendo.
—Lo único que importa es que ya lo mandé al infierno —le responde el rubio—. Seguro tendrá un lindo encuentro con Aiden.
Entre los dos logran levantarme. Sería complicado si uno solo lo hiciera, ya que por detrás hay unos cuantos centímetros del mango entrando por mi espalda y por delante la filosa punta espera poder rebanar a quien se le ponga enfrente.
—Llevémosla a la habitación donde estaba ese maldito hijo de...
Dylan se ve interrumpido por mi gemido de dolor al sentir la espada moverse otro centímetro.
—Mierda. Lo siento, amor —murmura él, llevando su mano libre sobre la mía para inmovilizar aun más el arma.
Mi estómago quiere sentir ese agradable cosquilleo cada vez que oigo esa palabra salir de su boca, pero lo único que siento es el incontenible vómito de sangre que vuelve a inclinarme involuntariamente hacia delante. El suelo se tiñe de rojo una vez más. El dolor a esta altura es casi insoportable. Esto es una verdadera tortura. Si fuese humana creo que hubiese deseado hace rato morir de una buena vez.
Por un corto instante mis pies flotan en el aire, cuando de un movimiento supersónico me llevan nuevamente hacia el cuarto por el cual entramos. En medio de la habitación, Taylor se posiciona a mis espaldas y Dylan lo hace delante de mí, guardando cierta distancia para no clavarse la punta de la espada.
A pesar de no ser él quien tiene un metal atravesándolo de lado a lado, tiene su rostro contraído en una mueca de dolor. Por supuesto que está sufriendo tanto como yo, puede sentir cada una de mis emociones con la misma intensidad.
—Estarás bien, tranquila —vuelve a repetirme, tal cual en el corredor.
Si debo ser sincera, su rostro bañado en angustia no me tranquiliza para nada.
—Yo le quitaré esta cosa —dice mi hermano, entonces—. Dylan, tú... ya sabes que hacer —a esto último lo dice entre dientes y un poco resignado.
¿De qué habla?
Los ojos de mi novio se desvían hacia mis espaldas por un breve segundo, como si no creyera haber oído esas palabras de la boca del otro.
Frunzo con fuerza mis labios cuando mi cuerpo vuelve a sufrir una oleada de dolor en lo más profundo de mis entrañas. ¿Que como se siente? Pues, duele como mil demonios. Se siente como si llevara una bola de fuego dentro, y cada vez que se mueve quema y hace estragos en mis órganos. Lo peor de todo es que el ardor que siento es como tirarse alcohol en una herida abierta.
Quiero gritar, pero eso atraería a un puñado de Raezers hasta aquí y eso es lo último que quiero ahora. Así que, con las lágrimas a punto de caer por mis mejillas, hago mi último esfuerzo por aguantar esta insoportable agonía.
Mi mirada busca desesperadamente la de Dylan, es mi refugio, me trae paz y calma. Y por fin la encuentro. Sus preciosos ojos grises me observan con una intensidad que me pone los vellos de punta. Lo único que quiero hacer ahora es dejarme llevar por ellos, es la única manera de dejar de pensar en todo esto. Pero Dylan va más allá de eso, sube la mano que estaba ayudándome a fijar la espada y me acaricia dulcemente la mejilla. Todo mi cuerpo reacciona a ese simple roce, a pesar de las circunstancias. A nuestro alrededor surge esa mágica energía que nos incentiva a buscar, a desear más del otro. Y como si él estuviese leyendo mis pensamientos, une nuestros labios para besarme con una lentitud exquisita. Sus labios saben como siempre, son dulces, suaves y cálidos, están hechos a mi medida. Solo que ahora puedo notar un ligero sabor metálico, amargo, mezclándose en nuestras bocas. Aunque eso es lo de menos, ninguno de los dos hace amago de apartarse, ahora es imposible hacerlo. Mis manos sueltan finalmente la espada de plata y suben casi por su propia cuenta hasta su cabello para enredarse en él. Ya no siento dolor. Ya todo se encuentra en calma. Ni siquiera se si estoy tocando el suelo, porque ahora me siento flotar en una nube, mi propia nube que me transporta al cielo cada vez que lo beso.
Entonces, de un momento a otro, siento una ligera presión en mi abdomen, y casi al mismo tiempo Dylan coloca sus manos entorno a mi cintura para apegarme lo más que puede a su glorioso cuerpo. Como amo a este hombre. Lo amo tanto que hasta me aterra sentir esto por él al nivel de no ser capaz de vivir sino está junto a mí.
—Bueno, bueno, ya está bien —el vozarrón de Taylor nos pincha la hermosa burbuja que habíamos creado alrededor nuestro, y nos obliga a separar nuestros rostros.
No puedo evitar que el calor se concentre en mis mejillas, no pretendía que mi hermano presenciara eso.
—Podrías haber esperado un poco más —le reprocha Dylan, con cara de pocos amigos.
—¿Por qué? Si ya terminé aquí —le contesta Taylor del mismo modo.
Bajo la vista hacia mi vientre y me llevo una gran sorpresa al ver solamente un pequeño corte de unos seis o siete centímetros en mi blusa, rodeado de una gran areola de sangre. La espada no está. ¡La espada ya no está!
Mentiría si dijera que no duele nada, pero al menos comienzo a recobrar mi fuerza. Mi cuerpo comienza su rápido proceso de recuperación, en tan solo unos pocos minutos estaré como nueva.
—Límpiate la boca, pareces salida de una película de horror —me sugiere Taylor.
¿De qué habla? Ni que llevara puesto labial.
Veo un espejo en una de las esquinas de la habitación y no dudo en acercarme a aquel.
Madre mía.
Ahora entiendo a que se refiere. Todo mi barbilla y la mitad de mi boca tienen los rastros de ese líquido carmesí que devolví dos veces allí fuera del cuarto. Y, sin embargo, besé a Dylan. ¡Lo besé! La vergüenza me tiñe las mejillas una vez más al darme cuenta de eso.
—Tuve miedo de besarte, lo juro. Pensé que tal vez me clavarías tus colmillos —bromea Dylan.
Me giro hacia él y le hago un mohín. Veo a Taylor curvar ligeramente los labios hacia arriba al oír eso.
Me limpio la boca con la misma remera que ya está echada a perder. Ahora al menos ya no parezco un disfraz de Halloween.
O tal vez sí...
Taylor parece ansioso, ya que no deja de cambiar el peso de su cuerpo de una pierna a otra. Él parece darse cuenta que yo noto eso y camina con apremio hacia la puerta.
—Esperen aquí —dice, de pronto, saliendo al pasillo como una exhalación y cerrando la puerta a sus espaldas.
¡¿Qué?! ¡No! Debemos aguardar aquí hasta que todo se calme y podamos salir de este maldito lugar.
El rostro de Dylan tiene la misma expresión que el mío. Ninguno de los dos entiende nada.
—¿Qué le sucede a ese imbécil? —se pregunta a sí mismo casi en un susurro.
De repente, se siente la presencia de una energía negativa mucho más fuerte del lado externo de la habitación, justo en el corredor.
Maldición, alguien viene.
Dylan aferra su mano a la mía y siento como extrae parte de mi escudo para unirse al suyo y formar uno más resistente y fuerte.
Aunque no es a prueba de espadas.
Estoy a punto de decirle a Dylan de saltar por la ventana cuando la puerta se abre y se cierra a una velocidad que apenas alcanzo a ver. Ya no estamos solos. El pulso se me acelera apenas mis ojos la ven. Su cabello rubio platinado está peinado, como de costumbre, en un prolijo moño. Y lo que más me da escalofríos es ver que también lleva ese horrible uniforme que todos tienen aquí, pero a ella no le combina con ese rostro compasivo que siempre ha portado. No, no le queda para nada bien.
—Tú —masculla Dylan, desconcertado.
Ni él ni yo podemos salir del asombro. Es ella quien habla a continuación, ya que nosotros no somos capaces de pronunciar ni media palabra.
—Hola —nos saluda Sarah, decidida a hacer frente a la situación a pesar de todo. Sus ojos oscilan entre los míos y los de su nieto, esperando cualquier tipo de reacción, pero al ver que ninguno dice nada, añade: —Tenemos que hablar.
¿Por qué presiento que este día cambiará por completo?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro