KYLE
Narra Kyle:
Habíamos llegado a Idaho justo a tiempo para la fiesta en la casa de los tíos de Debbie. Tenían una casa hermosa, recuerdo que era muy grande. Luego de la fiesta, sus tíos nos habían invitado a pasar la noche allí.
—¿Me ayudas?
Estaba quitándome los zapatos cuando escuché el sonido de su dulce voz.
Volteé a ver y la encontré a Debbie en medio de la habitación, luchando con el cierre de su corto vestido de color cereza. Era una hermosa prenda que hacía lucir cada una de las curvas de su cuerpo.
—Claro, cariño. Aguarda un segundo —respondí mientras me quitaba el otro zapato.
Vestir de traje era lo más incómodo que podía existir. Aún me quedaba por quitar la camisa y el pantalón, pero tendrá que ser luego.
Caminé hacia ella, ubicándome justo por detrás. Hice a un lado su espeso cabello de color castaño y tomé el cierre del vestido, deslizándolo lentamente hacia abajo. La piel desnuda de su espalda quedaba al descubierto a medida que el cierre se abría. Deposité un tierno beso en su tersa piel, y luego otro, y otro más.
La tomé de los hombros y la giré con cuidado para poder verla a los ojos. Esos preciosos ojos verdes que podían ponerme de rodillas con solo un pestañeo.
—Este vestido es uno de mis favoritos —le susurré sobre los labios.
—¿De... verdad? No lo... no lo sabía —respondió acalorada. Su voz tembló por mi cercanía.
Sí que lo sabía. Se lo vistió a propósito.
Coloqué una mano sobre su trasero y la apreté contra mi querido amigo que comenzó a cobrar vida.
Ya hacía un año que estábamos juntos, el mejor de mi vida. Debbie era un chica paciente, bondadosa y atrevida a la vez. Era una combinación perfecta.
Nos conocimos en una de las fiestas universitarias en Oregón, ambos teníamos dieciocho años cuando cruzamos palabra por primera vez. Ella estudiaba Arte y yo Negocios. No pudo haber escogido mejor carrera que la representara. Para mí, ella misma era el Arte. Tan hermosa, tan inteligente y talentosa.
Presioné mis labios contra los suyos, manteniendo una mano en su trasero y otra en su cintura.
Debbie correspondió enseguida mi beso, como si mis labios fueran la droga de ella. Comencé a deslizar el borde del vestido lentamente hacia arriba, hasta que su mano me detuvo.
—Kyle —dijo mi nombre entre risas —. No podemos hacerlo aquí. Alguien podría entrar.
—Debiste pensar en eso antes de que presionaras tus piernas mientras bajaba el cierre de tu vestido —contesté seductoramente.
Volví a devorar sus labios apasionadamente, como si fuese la última vez que fuera a hacerlo. Su lengua junto a la mía bailaban en una danza erótica que ninguno quería terminar.
—Me detendré ahora antes de que se me haga imposible —dije a regañadientes.
Debbie tiró de mí y volvió a unir nuestros labios por un minuto más.
—Sabes que esa idea me agradaría si no estuviésemos aquí —susurró sobre mis labios. Luego, se apartó y comenzó a desvestirse delante de mí. En sus labios había una sonrisa provocadora que me volvía loco.
Maldición. Compórtate, Kyle.
Hice acopio de todo el autocontrol que había dentro de mí y me di la vuelta para terminar de quitarme la camisa y el pantalón.
—Quiero chocolates —dijo Debbie como una niña caprichosa.
No puede ser...
—¿A esta hora? —pregunté extrañado. Eran las dos de la madrugada.
Ella asintió y comenzó a buscar algo en su maleta.
—Podríamos ver una película juntos —propuso con una amplia sonrisa—, con muchos chocolates y comida chatarra. ¿Tú que dices, amor?
¿Cómo podía negarme a su sonrisa?
—Está bien —acepté finalmente—. Me cambio y voy a la tienda.
Por suerte, la tienda que estaba abierta las veinticuatro horas del día solo estaba a unas dos calles de aquí. Iba a ser un viaje corto.
—Voy contigo —se apresuró a decir ella, encontrando al fin lo que buscaba: la película "Un paseo para recordar".
No, no podía dejar que vaya. Sería un mal novio si dejara que saliera a la calle a estas horas de la madrugada.
—Quédate aquí. Iré yo, será rápido —le dije mientras me cambiaba el pantalón del traje por uno más cómodo. A su vez, Debbie se estaba vistiendo una camiseta que sacó de la valija, y unos Leggings.
—Quiero acompañarte —contestó testaruda.
Discutir sería un caso perdido. Ella era demasiado persuasiva, conseguía cualquier cosa que se proponía.
—Bien —contesté a regañadientes.
El lugar estaba cerca, iba a ser rápido.
—Elige tú lo que quieras —le dije a Debbie una vez que entramos en la tienda.
No había nadie más que nosotros dentro, y el hombre de la caja, por supuesto.
Mientras Debbie elegía la comida para llevar, yo tomé uno de los folletos que había sobre el mostrador.
"La economía en el siglo XXI". Interesante, éste se vendrá conmigo.
Pasaron unos cinco minutos cuando se oyó un fuerte estallido que hizo que arrojara a la mierda el folleto que había comenzado a leer.
Volteé a ver y dos tipos habían volado la puerta de vidrio de una patada.
¿Qué carajos?
—Esa sí que ha sido una buena entrada —murmuró uno de ellos, el rubio, con una ancha sonrisa en el rostro.
Ambos eran altos y robustos. El de la izquierda traía el cabello rubio recogido en un moño. Sus facciones fuertes y bien marcadas le daban un aspecto peligroso.
El otro, en cambio, tenía un rostro más amigable que su compañero, pero no menos peligroso. De cabello castaño y corto, tenía un pequeño piercing en la nariz que lo distinguía.
Ambos vestían prendas negras. Era una especie de... ¿uniformes? Traían una diminuta insignia en la parte más superior e izquierda de su pecho. Era un símbolo raro de color plata, parecido a un rombo.
Antes de que pudieran verme, me alejé agazapado lo más que pude del mostrador.
Debía encontrar a Debbie.
Avancé entre los estantes repletos de mercadería y llegué hasta el final de la tienda, donde la encontré sentada en el suelo, con los ojos cerrados y las manos tapando sus orejas.
Me acerqué rápido hasta ella y se sobresaltó cuando tomé una de sus manos.
—Shh... soy yo, Debb —le dije en un susurro para evitar que gritara.
Sus ojos asustados se toparon con los míos y el mundo volvió a estabilizarse.
—Kyle —dijo en un frágil murmullo. Se abalanzó hacia mí y me abrazó con todas sus fuerzas—. Tengo mucho miedo.
De fondo, se oyó por un corto segundo el grito del hombre que se encontraba en la caja. Lo extraño de todo es que no hubo tiros, tal vez estaban asaltando con un cuchillo. Mi corazón comenzó a bombear con más fuerza de solo imaginarlo.
El abrazo de Debbie resultó ser tan reconfortante como esperaba. Su aroma era como una inyección de adrenalina para mí.
—Estaremos bien, pero debemos salir de aquí, ahora —susurré en su oído para que no nos escucharan.
—No, no se irán a ningún lado —dijo la misma voz que escuché al principio.
Con Debbie nos dimos vuelta rápidamente y nos sobresaltamos cuando vimos al rubio de pie junto a nosotros. ¿En qué momento llegó hasta aquí?
—Están aquí, Caleb —le avisó a su compañero—. Encontré al novato, este es tuyo.
¿Novato? ¿Se refiere a mí?
Su compañero, el del piercing, llegó en un abrir y cerrar de ojos junto a nosotros.
¿Cómo hizo eso?
—Viene con compañía —dijo el tal Caleb, con una sonrisa burlona en el rostro. Sus ojos miraban con deseo a Debbie.
¡No!
Me levanté lo más rápido que pude y lancé una piña al rostro de aquel tipo. Gran error. La velocidad con la que se movió fue tan rápida que esquivó sin problemas mi puño, pero yo no alcancé a frenar antes de que mi mano chocara contra la pared que estaba detrás de él.
El dolor se extendió desde la punta de mi extremidad hasta mi hombro. Contuve con todas mis fuerzas las ganas de maldecir a todas voces. Estoy más que seguro que mi meñique se fracturó.
—Qué estúpido —dijo Caleb, molesto por mi arrebato.
Se acercó hasta Debbie a una velocidad asombrosa y le propinó una gran bofetada.
¡NO! ¡MALDITO DESGRACIADO!
Estaba a punto de lanzarme nuevamente hacia él hasta que escuché las palabras que me hicieron temblar por dentro.
—Vuelves a intentarlo y la mato —dijo así sin más.
No... no puedo arriesgarme a eso. Maldición, ¿en dónde nos metimos?
—Déjenla ir, por favor —les supliqué, es lo único que podía hacer.
—No, no. Ella se quedará aquí. No podríamos dejar ir a tu incentivo —respondió el rubio.
¿Mi incentivo? ¿Qué quiso decir con eso?
De repente, el castaño me tomó del cuello y mis pies se elevaron del suelo. La fuerza que tenía no era normal. Ellos dos no eran humanos, no podían serlo.
Necesitaba aire con urgencia, no podía respirar.
—¿Eres nuevo en esto? ¿O aún no has muerto? —me preguntó Caleb, viéndome a los ojos.
—No... sé... de qué... estás... hablando —conseguí decir a duras penas.
—¡Ya déjenlo! —gritó Debbie. Alcancé a ver como tomó una botella de vino del estante de atrás suyo, y se la partió en la cabeza al rubio que se encontraba a un lado de ella, hipnotizado con el sufrimiento que su compañero me estaba causando.
El contenido de la botella se esparció en todo el cuerpo de aquel tipo y terminó en un gran charco en el suelo.
—Oh no, Max, tranquilo —le advirtió Caleb a su compañero, mientras tanto, mis pies volvieron a tocar el suelo y el aire volvió a correr por mis pulmones.
El rubio, o mejor llamado Max, giró hasta quedar frente a Debbie, y de un movimiento veloz le quitó el resto de la botella rota que aún ella tenía en la mano. Ninguno de los tres esperaba su próximo movimiento. Ni siquiera su compañero, que se quedó boquiabierto cuando Max incrustó el borde filoso en el vientre de mi novia.
—¡NOO! —grité horrorizado.
Eso no acababa de suceder. Tenía que ser una maldita pesadilla.
De un movimiento rápido, el rubio extrajo el filo de la botella de su interior, junto a una gran mancha de sangre que no tardó en aparecer en su lugar. Un segundo después, Debbie perdió la fuerza en sus piernas y cayó contra el duro y frío suelo.
—¡DEBBIE! —bramé encolerizado—. ¡SUELTENME!
—No era necesario hacerle eso, Max —dijo su compañero entre dientes.
—Ya no importa —contestó como si nada, luego me señalo con un movimiento de cabeza—. Fíjate si consigues algo de él, sino seguiremos buscando.
Las manos de Caleb aún seguían sujetándome, pero al menos tenía las mías libres.
De mi bolsillo tomé el teléfono y el dinero que traía conmigo y lo arrojé al suelo.
—Ahí tienen mi teléfono y mi dinero. Ya váyanse —les dije, intentando contener en vano las lágrimas de enojo que rodaban por mis mejillas.
¿Por qué tenía que pasarnos esto a nosotros? ¿Que hicimos mal?
Los dos comenzaron a reírse a grandes carcajadas, aunque eso ni me importaba. Mis ojos estaban puestos en ella, que se encontraba aovillada en el suelo, con una mano sobre la herida y un gran charco de sangre a su alrededor. Debía recibir ayuda médica de inmediato.
Mi corazón se estrujó en mi pecho cuando de sus ojos comenzaron a brotar algunas lágrimas mientras me veían a mí. No dejaban de verme a mí.
Ella va a estar bien. Tiene que mejorar. Me repito esas palabras unas mil veces para no convencerme de lo contrario.
Caleb me había acorralado contra la pared. En ese brusco movimiento golpeé la cabeza contra el concreto con una fuerza desmesurada. La vista se me nubló repentinamente y no era capaz de distinguir las figuras con claridad.
De pronto, sentí como algo extraño se removía en mi pecho. Era una extraña sensación de calor que golpeaba con fuerza contra los huesos para intentar huir.
¿Qué era eso?
¿Y qué es lo que querían ellos? Ya les di todo lo que tenía.
Debbie necesitaba mi ayuda y yo no podía dársela. No podía hacer nada por ella. Si algo le sucedía me lo iba a culpar por el resto de mi vida.
Si tan solo me hubiera oído cuando le dije que vendría yo solo a la tienda...
—Dame tu poder y todo acabará —me dijo Caleb con prisa.
No entendía de que poder hablaban. Parecía que tenía en frente mío a dos personas que acababan de escapar de una institución mental.
Mi vista voló hacia Debbie, que seguía en el suelo, agonizando. Sus ojos luchaban por mantenerse despiertos.
Resiste, mi amor.
—Te repito una vez más —murmuró Caleb en mi oreja—. Dame tú...
—¡Oye, mocoso! ¿Qué estás haciendo aquí? —lo interrumpió, de pronto, Max.
Tanto Caleb, como yo, giramos la cabeza hacia donde Max observaba.
Un niño, de unos catorce o quince años, de cabello oscuro y estatura mediana, miraba la situación con atención, sin miedo alguno. Sus ojos de un color gris plata eran lo primero que llamaban la atención en él. Miró en la dirección de Debbie y su gesto se endureció cuando comprendió todo. Sus ojos se dirigieron únicamente al rubio, el cual un segundo después salió disparado hacia atrás hecho una bola de humo.
El olor a quemado no tardó invadir todo el lugar y en filtrarse por mis fosas nasales.
¡Mierda! ¡¿Qué era todo eso?!
Caleb me arrojó con fuerza al suelo e incrustó su pie en mi cuello. Con mis manos intenté apartarlo, pero su fuerza superaba a cualquiera que intentara moverlo. Además, yo contaba con menos fuerza en la mano derecha ya que tenía una fractura en un dedo.
Sabía que este sería mi fin. Lo supe cuando una película de mi vida comenzó a pasar por delante de mis ojos. Siendo el último año el más feliz de mi vida.
—Kyle... —oí el débil sonido de su voz. Su dulce voz.
Giré la cabeza hacia un lado y me encontré con el rostro de Debbie a un metro del mío.
Mi corazón se terminó de romper en miles de fragmentos al verla así y no poder hacer nada al respecto.
El tiempo se detuvo entre ambos. Ahora solo éramos nosotros dos. No había nadie que pudiera interrumpir nuestro pequeño momento.
Una lágrima corrió por mi mejilla cuando me puse a imaginar que tal vez estos serían los últimos segundos junto a ella.
Yo estaba seguro de que iba a morir. Lo sentía a medida que el pie de Caleb se iba hundiendo lentamente contra mi cuello. El tiempo ya no era el mismo en la pequeña burbuja que habíamos creado con Debbie. Entre nosotros las horas corrían con normalidad, pero del otro lado el tiempo se había vuelto en cámara lenta para ellos.
Ella podría vivir. Si la llevaban con urgencia a un hospital tal vez podrían detener la hemorragia, y ella tendría una vida normal, feliz. Conocerá a alguien más que la ame como yo la amé durante todo este tiempo, se casará, tendrá hijos y los verá crecer. Y con el transcurso de los años ya no le dolerá mi recuerdo...
Muchos dirían que un año no es nada, pero durante este tiempo junto a ella aprendí a amar, a respetar y sobre todo a valorar. Mi año junto a Debbie fue una vida para mí.
Me hubiese gustado poder verla reír una vez más, acariciarla, o hacerle el amor una última vez. Quien hubiese creído que el beso que nos dimos en la casa de sus tíos sí sería el último.
De repente, sus labios se movieron para gesticular un "te amo". A continuación, exhaló por última vez, su rostro se relajó completamente, y sus ojos se quedaron fijos observándome, vacíos, ya sin rastros de vida.
No, Debbie...
Yo también estaba listo.
El tiempo volvió a la normalidad y Caleb terminó por matarme. O eso creí hasta que ví como aquel niño se deshizo de él en un pestañeo.
De todas formas, nadie pudo hacer nada ante la ola de calor que enseguida chocó contra mí y me obligó a responder.
Sentía que aquello rasgaba cada órgano, cada tejido y cada vena. Me pedía una liberación. Y yo decidí dársela.
Al fin me sentía en paz.
...
Narra Caitlin:
Abro la boca para decir algo, pero la vuelvo a cerrar de inmediato. En una situación así no hay palabras de consuelo.
Me pongo en el lugar de Kyle y siento una punzada de angustia al imaginar su despertar, Debbie ya no iba a estar ahí a su lado. Debió ser duro para él.
Ahora entiendo su insistencia porque no vaya en busca de Dylan. El me advirtió, al igual que a ella. Ahora no quiere repetir la historia.
Kyle se limpia con rapidez una lágrima que ha escapado de su ojo. No creo que haya sido la mejor idea hacerlo hablar del tema, pero necesitaba saber su secreto. Hace tiempo que estoy tratando de penetrar esa barrera que el mismo se ha puesto, aquella que no hace más que alejar a la gente de su lado.
—No es necesario que digas nada —Kyle decide hablar primero.
—Lo lamento —es lo único que puedo decir.
—No tienes que sentir lástima de mí, Caitlin. Ese es mi pasado, ya no vivo en él —dice con determinación—. Lloré y me culpé cada noche de mi vida. Si tan solo no hubiese...
—Todas las cosas suceden por algo. Tú no tienes la culpa de nada, ¿entiendes?
Kyle se mantiene en silencio por los próximos segundos, su cabeza está gacha, con la mirada perdida en un punto cualquiera.
—No iré a buscar a Dylan —digo para su alivio—. Así que puedes estar tranquilo.
Su cabeza gira hacia mí y asiente a modo de agradecimiento.
Kyle tiene razón, es muy peligroso que me lance a la boca del lobo sin antes estar preparada. No será mucho, pero tal vez marque la diferencia.
Su historia de alguna forma me ha cambiado la manera de ver la realidad. La vida puede escaparse de nuestras manos en un chasquido de dedos. Nosotros no somos nada en este mundo tan grande. Debemos vivir más, amar más y disfrutar más de los momentos junto a nuestros seres queridos.
Sin pensármelo dos veces, me pongo de pie y envuelvo mis brazos en torno a su cuerpo.
—Gracias por aparecer en mi vida, Kyle —murmuro con timidez.
Él parece un poco sorprendido al principio, pero no tarda en devolverme el abrazo. Puedo sentir los golpeteos de su corazón en mi oreja, es relajante, se siente bien estar así. Admito que Kyle me agrada mucho más que antes.
La semana transcurre demasiado rápido para mi gusto. Siento que entre el estudio y el entrenamiento ya casi ni tengo tiempo para mí o mis amigas.
Dylan sigue sin dar señales de vidas. A este paso, mis sentimientos hacia él comienzan a ocultarse en un rincón oscuro en mi corazón. Kyle no quiere tocar el tema, y Sarah ha estado tan ocupada estos días con su trabajo que no hemos tenido tiempo para charlar.
¿Sabían que Sarah es una pequeña empresaria? Según me ha explicado Kyle, la familia de Edmond inició años atrás un emprendimiento en joyas. Lo heredó él y luego se sumó Sarah cuando se conocieron. Era fácil mantener su anonimato cuando tenían personas trabajando para ellos.
Hoy en día, Sarah continúa con el negocio que su esposo le dejó. Y adivinen qué, Kyle trabaja junto a ella desde hace unos dos años. Lleva el control de los gastos que se hacen y le ayuda a mantener la organización financiera de la empresa.
A mi también me resultó extraño oír eso. Al parecer Kyle no es tan inmaduro como parece ser. Y repetir nuevamente la secundaria debe ser un insulto a su inteligencia, de seguro ni se debe estar esforzando en estudiar.
Durante el transcurso de los días, el entrenamiento se ha puesto mucho más intenso. Kyle se ha encargado de perfeccionar mis reflejos, mi escudo y mi poder.
El problema aquí es mi escudo. Éste no quiere obedecer mis ordenes. Se me hace difícil mantenerlo afuera por más de tres minutos, y Kyle presiona cada vez más para que me concentre en hacerlo. Es muy frustrante.
El día de ayer Kyle ha vuelto a faltar al instituto, y Jill debía acompañar a su madre a una cita con el médico. Por lo tanto, estuvimos Penny y yo solas en la hora del almuerzo.
Repiqueteo los dedos en el posa brazos del auto mientras miro por el parabrisas del auto.
Hoy es un día gris y lluvioso. Casi no hay gente caminando por las calles, solo vislumbro unos pocos paraguas.
Papá es quién me está llevando hoy al colegio. Penny se ha quedado dormida y avisó que llegaría un poco más tarde.
—Qué tengas un buen día, cariño —se despide mi padre, dejando un pequeño beso en mi coronilla.
—Tú igual —respondo, curvando levemente mis labios en una sonrisa.
—¿Paso por ti luego? —se ofrece amablemente—. No tengo mucho trabajo por hacer hoy.
Miro el cielo y veo que está encapotado de nubes grises. No creo que podamos entrenar hoy con Kyle.
—Tal vez me vuelva con mis amigas, pero cualquier cosa te llamo —le digo.
¿Piensas llamarlo con una banana?
Cierro los ojos cuando me doy cuenta de mi error.
Tuve que contarles a mi padres la verdad sobre lo que sucedió con mi teléfono. Bueno, omitiendo detalles. Solo les dije que se golpeó dentro de mi mochila y dejó de funcionar, listo.
Hubiese seguido el tema en secreto si Taylor no hubiese intentado llamarme hace tres días atrás. El muy idiota llamó a mi madre para preguntarle por qué no podía comunicarse conmigo. Y ya se imaginarán como sigue la historia...
—Necesitarás un teléfono para hacerlo —me recrimina mi padre.
Sonrío culpable y pestañeo repetidas veces.
—Te quiero, papi —le digo con voz aguda. Decido usar mi mejor táctica para ablandar su corazón. Eso me ha funcionado desde que soy una niña.
Mi padre rueda los ojos y luego se inclina para abrir la guantera del coche. De allí saca un paquete de tamaño mediano, de peso muy ligero, envuelto en papel de regalo. Lo deposita en mi regazo y espera expectante a que lo abra.
No puede ser...
Rompo el envoltorio con rapidez y mis ojos se iluminan cuando veo la caja de un nuevo teléfono celular.
¡Es genial!
La emoción desborda de mí mientras abro la caja y veo el interior. Nada. Me llevo la desilusión más grande de mi vida cuando no veo absolutamente nada.
¿Pero qué...? ¡Me ha engañado!
Volteo a ver a mi padre que no puede dejar de reírse.
¡No es justo!
Estoy a punto de decirle una sarta de cosas cuando de su espalda saca el teléfono que debía estar en la caja.
—Te merecías un castigo —dice luego de calmar su risa.
Me entrega el teléfono y sonrío de oreja a oreja mientras lo veo, es más grande que mi mano.
—¡Gracias, papi! —exclamo con efusividad.
Me desabrocho el cinturón de seguridad y le doy un gran abrazo.
Realmente no esperaba esto. Me ha sorprendido.
—Tu madre y yo decidimos dártelo como regalo de cumpleaños, como ya no falta mucho...
—Es realmente hermoso, gracias —vuelvo a repetir con sinceridad.
Iniciando la cuenta regresiva para el próximo teléfono.
Tú cállate. A este lo cuidaré.
Eso mismo dijiste con los anteriores.
Me despido de mi padre y me bajo del coche. Me apresuro a llegar a la puerta de entrada del colegio para evitar mojarme más de la cuenta. Tampoco quiero romper mi teléfono antes de aprender a usarlo.
Una vez en los pasillos, mientras me dirijo al aula correspondiente, enciendo mi nuevo teléfono y me quedo maravillada por los gráficos que tiene. Definitivamente este es mucho mejor que el anterior, que con suerte podía descargar dos aplicaciones y ya era demasiado para la pobre memoria del aparato.
Antes de entrar al aula, me aseguro de que sea la clase correcta viendo que todos mis compañeros estén allí.
Cruzo el umbral de la puerta y me dirijo a mi asiento sin prestar atención a mi alrededor. Hay un gran bullicio dentro. Solo quito los ojos de la pantalla del móvil para ver rápidamente que el asiento contiguo al mío está ocupado. Al fin Kyle se ha dignado en venir. Hoy me tendrá que decir por qué está faltando a clases.
Cuando estoy por llegar a mi pupitre me detengo en seco cuando en realidad veo a Kyle sentado en una mesa justo por delante de la mía.
—¿Qué haces allí? —le pregunto extrañada.
Miro a la persona que está ocupando el asiento junto al mío y mi respiración se detiene de inmediato.
No... otra vez no.
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