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JILL

Un año y cuatro meses atrás.

Narra Jill:

—Les juro que sentí un fuego en mi interior cuando me llamó rubia oxigenada. Quise gritarle: ¡es natural imbécil! —les conté a mis amigas, que estaban oyendo la historia con las comisuras de sus labios curvadas hacia arriba.

Se podía decir que ahora estaba un poco más tranquila, porque hace un par de horas estaba que echaba humo por las orejas.

—Es Ashley Peterson, ¿aun no la conoces, Jill? —murmuró Penny con sarcasmo, abriendo la nevera para tomar dos potes de helados.

Estábamos en la casa de Caitlin, nos vinimos aquí luego del instituto para relajarnos un rato, charlar y divertirnos, pero solo recordar lo que había hecho hoy esa arpía hacía que mi estómago se revolviera. Esa imbécil ya encabezaba mi lista negra desde mitad del año pasado. Todo sucedió cuando, en medio de un examen, a ella se le cayó una de sus hojas al suelo, justo al lado de mi silla. Y como buena compañera que yo era, se la levanté para devolvérsela. Pero adivinen a quien de las dos le anularon el examen por haberse copiado. La maldita mintió y dijo que el papel no era suyo, y como estaba en mis manos... ya se imaginarán como sigue la historia.

¡La odio!

Y todavía seguía sumando puntos, hoy se lució. En plena clase de gimnasia, justo cuando estaba por encestar, me arrebató el balón de la mano y me dio un empujón para sacarme del camino, no me caí de culo de puro milagro. Aunque lo peor de todo no fue eso, sino cuando la oí gritarme: eres lenta, rubia oxigenada!"

¡Ella era la rubia oxigenada! ¡Mi pelo siempre ha sido cien por ciento natural!

Sentía que iba a explotar por dentro cuando la oí llamarme así, y lo digo literalmente. Una extraña sensación se removió en mi pecho al sentir tanta ira acumulada junta, si el profesor Madson no hubiese sonado su silbato para ponerle fin a la clase... no sé que hubiese pasado.

Lo más triste de todo era que ella solo lo había hecho para impresionar a su perrito faldero, Zac. Un imbécil que estaba loco por ella.

—Les juro que jamás había sentido una rabia tan grande, era casi incontrolable. Por un momento pensé que estallaría en medio del gimnasio —les expliqué, aun algo extrañada al recordarlo.

—Te creo —asintió Caitlin—. Que bueno que el profesor Madson sonó su silbato, sino sus padres iban a tener que recogerla al hospital.

No sabía si estaba bromeando o si lo decía enserio.

—Tan pequeña, pero tan peligrosa —la siguió Penny, intentando no reírse.

Genial, ahora se estaban burlando de mí.

—¡Se los digo enserio! —intenté no reírme yo también, pero fracase en el intento.

—Anda, trae las cucharas —me pidió mi prima, saliendo de la cocina con los potes de helado entre sus manos.

—¿Tú me crees no? —me dirigí hacia Caitlin, apuntándole con el cucharón que tomé de la mesa.

Ella tomó entre sus manos el recipiente de palomitas de maíz que habíamos hecho hace unos minutos, y llevó sus dulces ojos verdes a los míos. Me sonrió y salió casi corriendo de la cocina, detrás de Penny.

—Claro que no —murmuré a la nada, dejando el cucharón en donde estaba.

Me acerqué al mueble y comencé a buscar las cucharas en el cajón. Tomé tres.

Al girarme casi me da un infarto al ver a Taylor, el hermano de Caitlin, recargado contra el marco de la puerta. Me estaba mirando detenidamente.

¿Cuándo apareció allí?

Fue inevitable que mis mejillas se ruborizaran por la forma en que me estaba observando. O seguramente eran ideas mías, siempre lo consideré... lindo.

Sí, claro.

Bueno, está bien, me encantaba. Estaba loca por él. Desde pequeña que me parecía un chico hermoso, aunque él jamás lo supo, o eso creía.

Ahora lo tenía a un par de metros de distancia, centrando toda su atención en mí. Estaba demasiado guapo con la camiseta azul sin mangas que llevaba puesta, que dejaba a la vista los fuertes músculos de sus brazos.

Tragué saliva al imaginarme entre ellos... ya saben...

Contrólate, Jill, es el hermano de tu amiga.

Eso no ayudaba en nada, en mi pervertida mente solo se incrementaba mi deseo por él. Lo sé, soy una maldita morbosa. Aun así, me sentía culpable cada vez que mi corazón se aceleraba por su presencia, como lo hacía ahora.

Vi una ligera sonrisa asomarse en sus labios, pero rápidamente la disimuló carraspeando.

Me hice la que volvía a buscar algo en el cajón para centrar mi atención en otra cosa que no sean sus ojos, sus labios o su cuerpo.

—Taylor... uh... hola —balbuceé, de espaldas a él.

No sabía que estaba aquí en la casa, ¿no se había ido a la universidad hace un mes?

Le eché una mirada de soslayo y ví que se había adentrado en la cocina, estaba acercándose a mí. Mi corazón pegó un brinco y comenzó a latir rápidamente.

Actúa normal.

—Jill —asintió él, a modo de saludo.

Sus labios ahora tenían una sonrisita que no sabía a que se debía, ¿qué le causaba risa?

Se detuvo a dos pasos de mí, frente al refrigerador. La abrió y tomo de allí una manzana.

Y aquí estaba yo, sujetando tres cucharas, dos tenedores y un cuchillo para ahogarme en helado.

Taylor giró la cabeza y bajó la mirada a mi mano, frunció el ceño con extrañeza al ver todo lo que llevaba.

—Creí ver solo a Penny y mi hermana —afirmó, con una mirada que se notaba desde lejos que lo hacía solo para fastidiarme.

¿Es que le gustaba verme nerviosa?

—Y yo creí que estabas en Stanford —hablé, intentando que mi voz sonara lo más firme posible.

Nos conocíamos desde hace muchos años, había la confianza suficiente para hacerle ese tipo de comentarios.

—Llegué esta madrugada. Solo pasaré el fin de semana aquí y me iré el lunes —explicó, cerrando la puerta del refrigerador y recargándose contra la encimera.

Le dio un mordisco a su manzana y se quedó allí quieto, observándome.

Deseaba ser su manzana.

Céntrate.

¡Juro que lo intentaba! Agh, demasiada perversión para un cuerpo tan pequeño como el mío.

Volviendo al tema, ¿era cierto? ¿Se iría el lunes? ¿Tan pronto? Eso no era suficiente para mí, me gustaría verlo por más tiempo, aunque fuese de lejos.

No debía dejar que notara mi decepción, así que asentí y sonreí por más que por dentro estuviera llorando a mares.

Miré como su boca volvía a morder esa manzana, pero ahora lo hacía en cámara lenta... según yo. Tal cual como hacían en las películas.

Respiré hondo para calmar a mis alborotadas hormonas.

Es solo un chico.

¡Y qué chico! Estaba más bueno que comer el pollo con la mano.

Al parecer, el tiempo volvió a la normalidad, porque Taylor alzó una ceja al darse cuenta que me lo había quedado viendo como una tonta.

Era hora de irme, mis amigas debían estar esperándome en el cuarto de Caitlin.

Sí o sí debía pasar por enfrente de él para llegar a la puerta, y así lo hice. Pero entonces, tomándome desprevenida, su mano sujetó la mía y la levantó a la altura de mis ojos, enseñándome los utensilios que llevaba. De solo sentir su piel haciendo contacto con la mía una revolución de sensaciones se desató en mi cuerpo. Comencé a hiperventilar.

¡Contrólate, Jill!

—No necesitas un tenedor y un cuchillo para comer helado y palomitas —me dijo, quedando peligrosamente cerca de mí. 

Sí, su cuerpo estaba muy cerca del mío. Demasiado. Oh, Dios. ¡Oh, Dios! ¿Desde cuándo se comportaba así conmigo? Esto era completamente nuevo.

¿Y cómo sabía que comeríamos eso? ¿Nos estuvo escuchando a escondidas?

O tal vez se cruzó a Caitlin y a Penny en el pasillo.

—Y-yo lo hago siempre —susurré, con nerviosismo debido a su proximidad.

¡¿Qué?! No puede ser, ¿lo dije en voz alta?

Taylor se rió de mi comentario y terminó apiadándose de mí cuando me liberó finalmente. Sabía que el maldito solo me estaba torturando. Él volvió a su posición anterior, devolviéndome el espacio para que pueda respirar nuevamente.

Mis mejillas no podían estar más rojas. Esto era ridículo. Yo no solía ser así, me consideraba una persona extrovertida, con carisma. Nadie lograba ponerme nerviosa, nadie salvo una persona...

—Está bien —respondió él, volviendo a darle otro mordisco a su manzana.

—Ya debo irme.

Respiré hondo, dispuesta a continuar mi huida, pero su voz hizo que mis pies se clavaran en seco.

—Yo te creo —dijo en un susurro.

Me volteé hacia él, frunciendo el ceño levemente.

—¿Qué? —pregunté, confundida.

Taylor dejó la manzana a medio comer sobre la encimera y miró hacia la puerta por un segundo. Volvió sus ojos a los míos y se acercó lo suficiente para que la conversación que fuésemos a tener nadie más la oyera.

—Tú y yo debemos hablar —dijo tan bajito que apenas fui capaz de oírlo.

Pestañeé, confundida. ¿De qué estaba hablando?

¿Y si ya se dio cuenta de lo que sentía por él y me quería confesar que también estaba enamorado de mí desde el principio de los tiempos?

No.

¡Jill! ¡¿Es que estás fabricando las cucharas o qué?! me gritó Penny desde el otro piso.

¡Están en el segundo cajón! me avisó Caitlin.

—¡Ya subo! —les contesté en su mismo tono de voz.

—¿Mañana estás libre? Realmente necesito hablar contigo —me dijo, ahora con urgencia.

¡¿Me estaba invitando a una cita?! Mi corazón pasó a latir como loco al oír esa pregunta salir de su boca.

—No es lo que tú crees —aclaró rápidamente, haciendo que la emoción que me había embargado cayera en picada—. Es algo muy importante que debes saber cuanto antes.

Fruncí mi ceño aun más, ¿a qué se estaba refiriendo?

—Me estás asustando, ¿sucede algo con Caitlin? —pregunté, ahora realmente preocupada.

Él negó con la cabeza.

—No, no tiene nada que ver con eso.

¿Entonces que era? No podía ahora quedarme con la intriga. No, no iba a hacerlo. Además, pasaría más tiempo con él, y eso me agradaba.

—¿A qué hora te veo? —inquirí, decidida.

Taylor suspiró aliviado. Al parecer lo que me tenía que decir lo estaba inquietando demasiado, ¿que podría ser?

→←

Abrí las cortinas y dejé que la luz del sol entrara a iluminar todo mi cuarto.

Que hermoso sábado. No había una sola nube en el cielo. Y además hoy vería a Taylor, ¿que más se podía pedir?

No te emociones, no sabes que es lo que tiene para decirte.

Cierto, debía actuar con más seriedad. Además, por cómo me lo pidió ayer parecía ser un tema delicado.

¿Me pedirá matrimonio?

Renuncio.

Entré al baño para hacer mis necesidades, me lavé el rostro, los dientes y cepillé mi cabello. Debía apurarme, Taylor dijo que pasaría por mí a las diez en punto.

Me encontraba echa un manojo de nervios, casi ni dormí pensando en eso que debíamos hablar. ¿Es qué hice algo malo? Venía portándome bien... por ahora.

Al volver a mi cuarto, me vestí rápidamente una camiseta roja de mangas cortas, unos vaqueros y mis zapatillas Converse blancas favoritas. Bajé las escaleras de dos en dos y entré a la cocina donde estaba mamá viendo las noticias en la televisión, traía aun su pijama y su cabellera rubia despeinada. A su lado había una taza humeante de té negro.

Éramos nosotras dos en la casa. Solo tenía un hermanastro pequeño que no vivía aquí. Mis padres se separaron hacía muchos años, cuando era una niña. Desde entonces vivo con mi madre, y visito a mi padre y su nueva familia entre días de la semana. Mi relación con él jamás fue del todo buena.

—Hola, mamá —la saludé mientras revisaba la alacena en busca de mi cereal favorito.

Ella no pareció haberse dado cuenta de mi presencia hasta que escuchó mi voz.
Despegó sus ojos azules de la pantalla y los llevó hacia mí.

—Buen día, cielo —me sonrió.

Me serví cereal en un tazón y agregué un poco de leche. Por el rabillo del ojo pude ver que estaba analizándome e hizo la pregunta que más temía:

—¿Saldrás a esta hora?

Por suerte, yo ya había inventado una mentira durante la noche.

Tomé una cuchara del cajón y me giré hacia ella, llevando mi primer bocado de cereales a la boca. Delicioso.

—Caitlin me pidió si la podía ayudar con un trabajo de biología —le contesté con naturalidad luego de tragar la comida.

—¿Desde cuándo te gusta la biología a ti? —me preguntó, soltando una pequeña risilla.

Desde que sabía que existía un ser perfecto como lo era Taylor. También me gustaba la anatomía...

—Desde... siempre —mentí, llevándome otra cucharada de cereal a la boca.

Mamá se rio y negó con la cabeza. Sabía que no tenía caso discutir conmigo.

—Está bien. Envíale mis saludos —añade justo antes de salir de la cocina.

Terminé de comer mi desayuno y se hicieron enseguida las diez.

Busqué mi celular, las llaves, y salí de la casa. No llegué a cerrar la puerta cuando oí un coche estacionarse frente a mí.

Taylor no tenía auto, ¿quién era éste? Ni siquiera se podía ver nada por los vidrios polarizados.

De pronto, respondiendo a mi pregunta, Taylor se bajó del asiento del copiloto y sonrió al verme. Sonrisa que yo le correspondí encantada, como siempre. Caminé hacia él y me saludó con un beso en la mejilla al llegar a su lado.

Debí haber corrido la cara solo un poco y...

—¿Cómo estás? —me preguntó, cortando mis pensamientos.

De maravilla, no podía encontrarme mejor. Me sentía tan emocionada que quería gritar. Sí, gritar y morderlo.

¿Morderlo?

La emoción.

—Bien, ¿y tú? —respondí lo que una persona normal diría.

Me perdí en sus ojazos azules por un momento hasta que volví a oír su voz.

—Bien. ¿Te importa si un amigo nos acompaña hoy?

¿Un amigo? ¿A una cita?

¡Que no es una cita!

—Claro, no hay problema —contesté con una pequeña sonrisa—. ¿A dónde iremos?

—Te contaré adentro, sube —demandó, abriendo la puerta del pasajero para que yo entrara.

Desconfié un segundo en él, en la situación, pero me dije a mí misma que era Taylor, era el hermano de mi mejor amiga, jamás me haría daño, ¿verdad?

Me subí al coche, y su amigo, al que me presentó como Dylan, puso en movimiento el vehículo.

El viaje duró un par de minutos, los cuales ni sentí por estar inmersa en lo que Taylor me estaba contando. Realmente no lo podía creer, tenía que ser una broma, ¿acaso los dos habían bebido antes de ir por mí?

¿Que yo tenía poderes? Quería reírme, pero la seriedad de la expresión de Taylor no me dejaba hacerlo. ¿Podía ser verdad lo que decía?

Me dijo que soy como él, que éramos Ranzes, Rancios, o algo así.

¿Rancios?

Bueno... creo que entendí mal.

También me contó, de camino a no sé donde, que yo aun no había expulsado esos poderes, y no lo haría hasta responder a una emoción demasiado fuerte, cómo casi había ocurrido ayer en el gimnasio por culpa de esa estúpida de Ashley. Y que pertenecía a esta especie de seres desde hacía como tres años. Era imposible.

Casi media hora después, habíamos llegado a un bosque al que nunca había visitado. ¿Por qué nos trajo aquí? Dylan frenó el coche y nos bajamos enseguida del auto.

—¿Qué hacemos aquí? —pregunté, confundida.

Ellos, que ya habían comenzado a caminar, detuvieron sus pasos y se volvieron hacia mí.

Dylan era un chico de unos dieciocho años, que a decir verdad era muy bello, no tanto como creía que era Taylor, pero sí que era muy guapo. Iba vestido con una camiseta azul y pantalón oscuro. Sus ojos eran lo que más resaltaban de su rostro, éstos eran de un gris claro que realmente deslumbraban a quien se los quedaba viendo. Y su cuerpo... bueno, estos chicos parecían haber salido de una maldita revista de moda. Sí, delante de mí tenía a dos jodidos modelos, musculosos, fuertes, altos y bellos. Aunque, en mi opinión, Taylor me seguía pareciendo mucho más guapo.

—Hoy sacarás afuera tu poder, te convertirás en una Raezer por completo —se adelantó a responder Dylan—. No podemos arriesgarnos a que por cualquier simple tontería liberes tu poder delante de personas inocentes, la magnitud de la radiación...

Taylor carraspeó para llamar la atención de Dylan, el cual dejó de hablar de inmediato. Éste lo miró e hizo una mueca, había algo que estaban ocultándome.

—No fue una simple tontería, esa estúpida de Ashley me dijo rubia oxigenada —escupí molesta.

Creí oír una risa que el viento trajo de alguna dirección, o eso imaginé. No lo sé, creo que con todo esto ya me terminé volviendo loca.

Un atisbo de sonrisa se formó en los labios de ambos, pero no dejaron que vaya más allá de esa pequeña mueca.

—Será mejor que empecemos ahora. Tienes suerte de que solo Taylor pueda ver tu energía, sino no estarías aquí ahora —murmuró Dylan, iniciando la marcha por su cuenta.

Taylor le dedico una mirada asesina a sus espaldas, pero no le dijo nada. Extendió su mano en mi dirección y me hizo un gesto con la cabeza para que iniciemos la marcha.

¡¿Está pidiéndome que sujete su mano?! Mi corazón dio un salto y comenzó a latir a trompicones.

Taylor sonrió ligeramente por algo que no entendí, pero alzó una ceja a la espera de que sujetara la mano.

¡Tierra a Jill! ¡Tierra a Jill!

Respiré hondo, solo para intentar aparentar tranquilidad, y sujeté su mano. Sentí un cosquilleo recorrerme la extremidad al hacer contacto con su piel, era tan suave, como siempre imaginé.

Caminamos detrás de Dylan por un rato. Ellos se movían con una agilidad impresionante, y yo era todo lo contrario, más de dos veces casi me caí de frente, pero Taylor estuvo ahí para atajarme. Ahora entendía porqué me pidió que sujetara su mano.

¿Creías que lo haría porque eso era lo que quería él? Tonta ilusa.

El camino por el que avanzábamos estaba lleno de pedruscos y raíces de árboles, era horrible caminar por ahí. No entendía como Taylor y su amigo podían hacerlo sin siquiera tropezarse.

Los árboles cada vez se iban dispersando más, y pronto llegamos a una zona un poco más abierta, donde había rocas de una tamaño generoso y algún que otro árbol de troncos gruesos.

Sentado sobre una gran roca, había un chico de una edad parecida a la de ellos. Vestía una camiseta blanca suelta, que aun así, por sus brazos, me dejaba a la imaginación el cuerpo escultural que debía haber debajo. Y sus ojos... no los veía muy bien desde la distancia en la que me encontraba, pero se veían muy llamativos. Era un chico muy apuesto.

¿Qué clase de seres eran estos? ¡Me encontraba en el cielo!

—¿Cómo estás, rubia oxigenada? —me preguntó apenas me vio llegar.

Y ya comenzaba a odiarlo.

Un momento... ¿cómo sabía de eso? ¿Acaso escuchó la conversación? Oh, no. ¡No iba a permitir que se burlara de mí!

—Sujétenme porque lo mato —le advertí a los otros, mientras ya me disponía a ir contra ese idiota.

Taylor ajustó el agarre de su mano, impidiéndome ir más allá.

—Kyle, controla tus comentarios —lo regañó Dylan.

El imbécil le dedicó un mohín y permaneció sentado, observándome en silencio. Me sentía una atracción de feria. ¡Deja de mirarme!

—¿Y qué es lo que haremos ahora? Yo estoy bien, no necesito liberar... nada —me costaba hasta soltar esa ridícula palabra.

Poder. Liberar tu poder.

—Si tu poder se llegara a liberar frente a Caitlin... —Dylan hizo una pausa solo para echarle una mirada a Taylor.

—No lo hará —respondió aquel.

—¿Qué tiene que ver Caitlin con esto? —pregunté, dando un paso adelante y soltando su mano. Ahora sentía la mía huérfana.

—Hay muchas cosas que debo contarte, Jill —me dijo él, posicionándose a mi lado.

—¿Caitlin sabe de esto? —le pregunté.

—No, claro que no —respondió Dylan por él, utilizando un tono incrédulo.

Le dediqué una mirada de fastidio y volví la vista hacia Taylor, esperando que pueda decir algo más que eso.

—Dylan la protege. Ella es una Raezer también, pero no lo sabe, aun no se transformó, y por eso corre más peligro que tú. En cambio, la energía que tú acumulas dentro únicamente puedo verla yo, nadie más lo hace. Y si llegaras a liberarte delante de ella seguramente se convierta en esto y no es lo que queremos —me explicó.

Perdí mi últimas tres neuronas al oír eso. Y lo peor de todo era que de todas las cosas me dijeron hasta ahora esa fue la más ridícula. Me entraron unas ganas de reír que apenas pude contenerme y terminé soltando una terrible carcajada. Ellos me miraron serios, esperando a que se me pasara el ataque de risa.

—¿De qué energías hablas? —pregunté con incredulidad.

¿Acaso esto era una broma? ¿Hoy era el día de los inocentes?

—¿Quieres pruebas? Te daré tus pruebas —murmuró Kyle, caminando ya en mi dirección.

—¡Kyle, no! —le grito Dylan.

Mi piel se erizó cuando una especie de calor comenzó a acercarse súbitamente hacia mí, pero no alcanzó a tocarme ya que Dylan se interpuso en el medio de los dos. Lo siguiente que mis sorprendidos ojos vieron, fue como un árbol se partía en dos por una fuerza extraña, invisible a mis ojos.

¡¿Qué ha sido eso?!

—¡¿Estás loco?! —gritó Taylor, de repente, plantándose frente Kyle a una velocidad vertiginosa—. ¡No harás lo mismo con ella!

Y entonces, varios árboles y piedras comenzaron a explotar de la nada, rompiéndose en distintos pedazos que salían volando por los aires y de milagro no me daban a mí.

—¡Ya basta! —vociferó Dylan, visiblemente molesto por las actitudes de los otros dos.

Mis ojos iban de un lado a otro, intentando ver todo a la vez, pero sucedía a una velocidad tan rápida que apenas me daba tiempo a ver nada.

¡¿Que mierda era esto?!

Me di la vuelta y eché a correr por donde habíamos venido, esperando que esos locos no me siguieran. Esquivar las pequeñas rocas y las raíces de los árboles no era tarea fácil, una de esas atrapó mi pie y caí de bruces sobre la hierba, mordiéndome el labio inferior por culpa del impacto.

¡Maldición, sí que duele!

Me relamí el labio solo para confirmar mis sospechas, me había cortado y ahora tenía un asqueroso gusto metálico en la boca.

—¡Jill! —grito Taylor a mis espaldas, posicionándose junto a mí en un abrir y cerrar de ojos—. ¿Te encuentras bien?

Me ayudó a ponerme de pie y revisó mi rostro con sus manos. Se sentía bien cada vez que tocaba mi piel, mi cuerpo reaccionaba de manera estúpida, pero era una sensación linda. Sin embargo, ahora estaba asustada, no sabía que estaba sucediendo.

—Estás sangrando —dijo al ver el corte en mi labio.

Le quité la mano de encima mío, aunque me costó horrores hacerlo, y di un paso hacia atrás.

—Estoy bien —contesté—. No quiero volver allí. ¿Qué demonios fue todo eso?

Taylor me miró con gesto grave, pensando sus siguientes palabras.

—Ataqué a Kyle con mi poder, aunque su escudo no permitió que le hiciera nada. Tan solo rebotó en él y pegó en cualquier lado.

Esto era una locura.

—Quiero irme —le ordené con voz firme.

No me hizo caso, sino que me sujetó por los hombros y tuve que levantar la cabeza para poder ver sus preciosos ojos azules.

—Por favor, Jill, necesito que hagas esto. Por Caitlin. Será mucho peor para ella —su mirada suplicante comenzaba a doblegarme muy rápidamente.

Mis ojos viajaron a sus labios, irremediablemente, y Taylor lo notó. Su mirada se volvió tan intensa que casi se me olvidó como respirar. Maldición. Debía retroceder ahora.

—Está bien —le dije, finalmente.

Él sonrió, más aliviado. Sus manos se deslizaron por mis brazos hasta que una sujetó la mía. Jamás iba a acostumbrarme a esa sensación. Todo esto era tan nuevo que no me creía que Taylor estuviera actuando así alrededor mío. Siempre hubo una buena relación entre nosotros, es decir, era amiga de su hermana desde hace muchos años, ya nos conocíamos bien, pero él nunca me vio más allá de eso. En cambio, yo siempre lo deseé, y con lo obvia que era seguramente él ya lo sabía.

—Volvamos —murmuró, tirando de mí para que empezara a caminar y saliera de aquel trance.

Llegamos nuevamente a donde estaban aquellos dos. Dylan parecía sermonear a Kyle en una voz tan baja que mis oídos eran incapaces de oír. ¿Qué relación tenían ellos? ¿Y por qué Dylan parecía ser quien tenía más autoridad aquí?

—Lo lamento —murmuró Kyle, al verme a mí y a Taylor.

El rubio solo puso los ojos en blanco y se volvió hacia mí, soltando ya mi mano.

—La muerte de Eros, mi mascota, fue lo que me llevó a convertirme en esto —murmuró—. Necesitas recordar algo que cause en ti una emoción fuerte.

¿Una emoción fuerte? Bueno, me consideraba una chica bastante pacífica y...

¿Hablas enserio?

Bueno, excluyendo la parte donde esa imbécil de Ashley me ponía de los nervios.

Comencé a rebuscar en mi cabeza algún echo en mi vida que me haya marcado de alguna manera, pero no se me ocurría ninguno. Mi vida no era perfecta, pero era feliz con lo que tenía.

—Tus padres están divorciados, ¿verdad? —preguntó, de repente, Kyle.

Lo miré con los ojos entornados ¿Cómo sabía eso? Bueno, tal vez haya sido Taylor quien le contó, ¿pero porqué lo haría?

—Kyle... —le advirtió el mismo, lanzándole una mirada amenazadora.

—¿Cómo es que sabes eso? —cuestioné con extrañeza.

—Sabemos más de lo crees, rubia —respondió, Kyle.

—Taylor te ha estado vigilando desde hace tiempo —habló Dylan al ver mi cara de confusión—. Desde que sabe lo que eres no solo se ha dedicado a vigilar a Caitlin, también lo hace contigo, siempre que puede.

Mis mejillas comenzaron a arder al oír eso. ¿Taylor me vigilaba? ¿Cómo no me había dado cuenta? Dios mío, ¿me habrá visto bailando en sostén en mi cuarto?

—¿Por qué? —le pregunté a Taylor. Necesitaba una explicación.

—Solo... solo quería ver que estuvieras bien —respondió, visiblemente avergonzado.

—Sí, claro —susurró Kyle, mirando hacia otro lado.

¿Taylor se preocupaba por mí? ¿Desde cuando? Es decir, lo conozco desde hace años, pero jamás me dejó creer que podía preocuparse por mí de esa forma.

¡¿Es que estaba en un jodido sueño?! Quería saltar de la alegría ahora mismo.

—Ya baja esa emoción, podemos oír tu corazón —murmuró Kyle en mi dirección.

¿Oír mi... mi corazón? ¿También tenían una increíble audición?

Ay, no... ¿Taylor también lo escuchó antes? Ahora todo tenía sentido. Era por eso que el miserable sonreía cada vez que mi corazón se aceleraba cerca suyo.

Mi rostro sufrió otro golpe de calor. Dirigí mis ojos primero a Taylor y luego a Kyle, al cual lo fulminé con la mirada. Nadie se metía con mi corazoncito.

—Ella puede lograrlo sin que la molestes —me defendió Dylan, lanzándole una mirada de advertencia a su amigo.

—Entonces, espero que hayas traído una tienda para acampar, porque estaremos todo el día aquí —le replicó aquel.

Su negatividad ya comenzaba a hacerme cabrear. Y lo decía en serio.

—Cállate, Kyle. Ella es capaz —me apoyó Taylor.

—Sí... capaz de tardar demasiado. Solo quiero ayudarla —dio un paso hacia mí, que ya lo estaba acribillando con la mirada, y se cruzó de brazos una vez que estuvimos cara a cara—. Si no fueras tan lenta estoy seguro que tu vida hubiera sido distinta.

Mi respiración se había acelerado por la ira que poco se iba acumulando dentro de mi. Detestaba que me fastidiaran, y este chico que acababa de conocer lo había logrado en un tiempo récord.

Sus ojos verdes, tan exóticos, brillaban con una malicia tan natural en él. Pero no parecía malo, yo podía darme cuenta quienes lo eran y quienes no, y este chico no lo era. Solo no entendía por qué se comportaba así.

—¿A qué te refieres? —le pregunté entre dientes.

—Si hubieras entendido las cosas a tiempo no hubieras permitido que tu padre las abandonara a tu madre y a ti cuando solo tenías seis años.

Mi ira iba en creces, y estoy segura que ya no había retorno. El muy maldito se metió con un tema demasiado delicado para mí. Porque sí, mi padre nos abandonó cuando yo solo era una niña, y decidió formar una familia mejor con alguien más. Mi madre no le rogó, ella no era esa clase de mujer, dejó que se fuera por la puerta de la sala sin decirle ni una sola palabra. Yo a veces me pregunto si realmente lo amaba...

—Tú no sabes nada —mascullé, entornando los ojos y apretando con fuerza mis puños.

Ya ni siquiera oía las voces de Dylan o de Taylor, todos mis sentidos estaban puestos en la persona que tenía frente a mí. Mi mente se imaginó mil formas de matarlo siendo aun una humana. Ya no me importaba en lo que ellos creían que me iba a convertir, tenía pensado lanzarme sobre él y arrancarle esa lengua con mis propias manos para luego enroscársela alrededor de su cuello y asfixiarlo.

—Yo sé todo —dijo, entonces—. Si hubieses sido mejor hija te hubiese elegido a ti y no hubiese tenido que buscarse otra familia.

—¡Ya cállate! —le grité enfurecida.

Apreté aun más los puños, clavándome con fuerza las uñas en la piel. Sentía un fuego quemándome por dentro que se extendía a todas mis extremidades. El pecho me ardía con una intensidad abrumadora. Estaba sintiendo lo mismo que me pasó en el gimnasio, quería explotar de rabia. Y lo peor de todo era que Kyle parecía no querer parar, su mirada me decía que tenía más artillería con la cual dispararme.

—¿Por qué debería hacerlo? ¿Tanto te molesta oír la verdad? ¿O es que solo estás enojada contigo por no haber hecho nada en aquel momento? —la comisura de su labio se elevó en una sonrisita de satisfacción.

El muy estúpido...

Llevé mi puño a su cara para darle su buen merecido, pero me atajó la mano en el aire a una velocidad increíble. Apretó su mano sobre mi puño y tuve que contener un grito de dolor al sentir su fuerza.

Sus reflejos y su fortaleza no se comparaban con la mía, él era mejor. Ellos eran mejores. Yo ahora solo era una simple humana, una debilucha que no podía hacer nada contra su poder. Pero había algo que me caracterizaba, que como humana y como Raezer iba a seguir teniendo: mi carácter porfiado.

—¡Estoy mejor así! ¡Ya no lo quiero! —bramé, soltándome de un tirón de su agarre.

—¡Claro que lo quieres! ¡Solo no tuviste las agallas para decírselo! —soltó con brusquedad, elevando también su tono de voz.

La ira me dominó por completo, ya no había vuelta atrás. El fuego en mi pecho quemó tanto que solo deseaba que se extinguiera.

Y así lo hizo.

Finalmente, explotó en mi interior y salió expulsado hacia afuera con gran ímpetu, llevándose por delante cualquier cosa que estuviera cerca.

No me había dado cuenta el momento en que Taylor y Dylan se habían alejado un par de metros. Solo Kyle estaba delante de mí, y se llevó gran parte del impacto, que golpeó con fuerza contra algo por delante de él.

Los sonidos de la naturaleza se fueron apagando poco a poco, los pájaros cantaban cada vez más bajo, y la brisa casi ni se sentía cuando acariciaba mi piel. La visión se me tornó borrosa. Las piernas no quisieron seguir respondiéndome, y finalmente cedieron ante mi peso. Caí sobre los brazos de alguien, no sé de quien, pero me acogieron contra un pecho calentito. Se estaba bien de esta forma.

¿Así se sentía? ¿Había cumplido con lo que me pedían? ¿O qué era lo que me había ocurrido? Ahora me sentía más ligera, ya no sentía esa molesta sensación de querer explotar delante de cualquiera por culpa de mis emociones. Ya lo había hecho. Y si hubiese sabido que se sentiría así, lo hubiese hecho mucho antes. Se siente liberador.

Tu padre es un imbécil. No sabe de lo que se perdió —susurró esa molesta voz, una vez más.

...

—Buen trabajo —me felicitó Taylor.

Sonreí satisfecha.

Estábamos en mi tercera semana de entrenamiento, y debo decir que con Taylor aprendía mucho más rápido. A veces entrenaba con Dylan o con Kyle la parte física, pero jamás usábamos nuestros poderes, era peligroso, podía morir si algo salía mal.

—Tengo a un buen maestro —murmuré, dándole una palmadita en el hombro.

Eché a caminar antes de que pudiera decir algo, y mientras lo hacía pude ver una pequeña sonrisa formándose en sus labios.

Mi relación con Taylor había mejorado notablemente desde mi transformación. Él estaba pendiente de mí la mayor parte del tiempo y eso me encantaba. Aun no controlaba del todo mi poder, ni mis demás habilidades, así que él siempre estaba ahí para ayudarme. En cuanto a mi escudo... era algo en lo que estábamos trabajando aun. Era lo más difícil para mí. Viéndole el lado positivo, con escudo o sin escudo yo era invisible para cualquier Raezer, a excepción de la persona que estaba a mis espaldas, claro.

Estos últimos días Taylor se acercó un poco más a mí, ya no guardaba tanta distancia como antes, creo que ya entró un poco más en confianza conmigo. Me encantaba esta versión suya. Cada día me resultaba más difícil no mirarle como una tonta enamorada. ¡Es que estaba buenísimo! Y estaba segura que él sabía de sobra lo que yo sentía, mis amigas me decían que yo era un libro abierto.

Estos días me acerqué más a él en un plan diferente. Quise probar hasta donde podía llegar sin que me rechazara, y ayer... ¡Me acarició la mejilla con su mano! No pude dormir en todo la noche pensando en esa delicada caricia suya. Quería que se repitiera, pero tampoco podía presionarlo a que me quisiera, esta vez tenía que venir de él.

Detuve el paso y lo miré sobre mi hombro. Mi corazón pegó un brinco de felicidad al darme cuenta que nunca dejó de mirarme.

—¿Me prestarás ese libro que conseguiste de la biblioteca? Ese que está en francés —le pregunté.

Taylor me dijo que Dylan le había recomendado un libro sobre nuestro mundo, no todo lo que decía era certero, pero había muchas cosas que sí eran reales, y estaba bueno echarle un vistazo. Estaba en francés, y yo sabía defenderme bastante bien en ese idioma, así que iba a intentarlo.

—Ven a mi casa —sugirió entonces.

Me giré por completo para poder verlo mejor. Mi cara debía ser todo un poema, porque él se rio por lo bajo.

—A buscar el libro, digo —añadió rápidamente.

Me vi obligada a darme un par de bofetadas mentalmente para volver a Tierra.

—Claro, sí... a... a buscar el libro —dije en un murmullo, pero pronto caí en la cuenta de algo—. Estará Caitlin, ¿qué le digo a ella?

—Salió con mi madre de compras. No creo que haya inconvenientes —me tranquilizó.

Ya que lo decía él...

Terminé accediendo, por supuesto. Aunque ocultarle las cosas a mi amiga no me gustaba para nada, ella no debía saber esto. No sabía por cuanto tiempo Caitlin seguiría siendo humana, pero Dylan no podía protegerla por el resto de su vida, algún día, por un descuido o cualquier otra razón, ella se transformaría y tendría que aprender a vivir en este mundo tan diferente. Solo me tenía preocupada su reacción al descubrir que la estuve engañando por tanto tiempo...

Sacudí mis pensamientos y me centré en el presente. No podía vivir de lo que fuese a pasar, tenía que vivir el ahora.

Taylor comenzó a avanzar y al llegar a mi lado me tomó la mano, como siempre lo hacía. No entendía por qué, yo ya era una Raezer y mis reflejos ahora eran mil veces mejor. Tampoco me disgustaba, todo lo contrario, me encantaba que lo hiciera. Pero hoy fue distinto, casi vomito el corazón de la emoción cuando sentí que entrelazó sus dedos con los míos. Eso jamás lo había hecho.

¡Agárrenme que me desmayo!

Él oyó los acelerados latidos de mi corazón, pero no dijo nada, y yo tampoco hablé. Me sentía un poco extraña mientras corríamos de esta manera fuera del bosque. Él parecía estar lo más tranquilo del mundo, pero yo estaba echa un lío mental. ¿Es qué había conseguido lo que quería? ¿Ya le gustaba a Taylor? Dios, estaba pensando demasiado las cosas.

Como si te hubiese propuesto matrimonio...

Llegamos a su casa en cuestión de unos pocos segundos. La carrera era lo que más me gustaba de ser una Raezer, me hacía sentir tan libre, aun cuando sabía de sobra que no lo era por completo. Ese maldito de Argus era un tirano.

Entramos a la casa de mi mejor amiga y su perrito se acercó a recibirnos con su alegría habitual, era realmente adorable. Salvo por Rey, no había nadie más en la casa, tal cual había dicho Taylor. Subimos las escaleras y nos dirigimos a su cuarto. La respiración se me quedó atascada en la garganta cuando oí el cerrojo de la puerta. Había que tomar precauciones, ¿no?

Él alzó sus ojos y dio con los míos, que lo miraban expectantes. Debía tomar el bendito libro y salir de aquí, no sé si eran ideas mías o qué, pero había cierta tensión en el ambiente, y no de la mala, ya saben... la sexual. O tal vez lo estaba imaginando. Ya no sabía que era real y que no.

Taylor pasó junto a mí para dirigirse al escritorio a buscar el libro entre un par más que tenía allí. Me acerqué yo también y tomé asiento en la silla mientras lo contemplaba solo a él.

No había ser sobre la Tierra que fuera más hermoso que Taylor. Él era perfecto. El maldito había sido esculpido por los jodidos dioses. Su cabello rubio y corto se veía tan sedoso que sentía la necesidad de pasar mis manos por allí. Y sus ojos... santo cielo, sus ojos. Los míos eran de un azul demasiado claro, nada que ver a los suyos que eran de un azul oscuro, eléctrico. Siempre me habían impresionado, iban a la perfección con su hermoso rostro. Todas sus facciones estaban bien marcadas, su fuerte mandíbula le concedía ese aire varonil que me volvía loca. No se dejaba crecer la barba, pero desde aquí podía ver que ya le estaba volviendo a crecer a pesar de haberse afeitado hace poco.

Dejé que mi mirada bajara por sus fuertes brazos, deleitándome con sus músculos, era un espectáculo para mí. La camiseta que traía puesta, de un color gris claro, me impedía ver el resto, aun así sabía que seguía siendo impresionante. Incluso creía que la gran cicatriz que tenía en el costado de su cuerpo le confería cierta belleza. Habíamos hablado de ese tema hace un par de días atrás. Me sorprendí cuando me enseñó esa marca, jamás creí que el poder de nuestros amigos pudiera hacernos semejante daño. Era por eso que no me permitía entrenar mi poder ni con Dylan ni con Kyle, principalmente con aquel último.

—Aquí está —dijo, entonces. Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para apartar los ojos de ese cuerpazo.

Taylor extendió el libro en mi dirección, el cual yo tomé entre mis manos. Sin querer, nuestros dedos se rozaron por una milésima de segundo, tiempo suficiente para despertar las mariposas de mi vientre.

—Gracias —le sonreí.

Se quedó observándome en silencio mientras yo estudiaba el diseño por fuera. Su tapa era igual a la de un libro antiguo, parecía tener unos buenos años. Y así me lo confirmaron sus hojas, que tenían un aspecto amarillento por el paso del tiempo. Ojeé rápidamente un par de páginas para ver su contenido; además de los textos en francés, había esquemas, dibujos y extraños símbolos.

Estaba tan sumida en lo que estaba haciendo que me sobresalté cuando un par de manos se colocaron a cada lado de mi cuerpo, justo sobre los apoyabrazos de la silla. Alcé rápidamente la cabeza y me encontré con su rostro a un par de centímetros del mío, se había inclinado para poder quedar más cerca de mí.

Empecé a hiperventilar por su proximidad y mi corazón metió la quinta para comenzar a latir como loco.

—¿Qué has hecho conmigo? No puedo quitarte de mi cabeza —confesó en un susurro.

Si no hubiese estado sentada me hubiera caído de culo al oír eso, lo juro.

La silla, al ser de rueditas, se movió lentamente hacia atrás hasta chocar contra la puerta del armario, sobresaltándome al sentir el pequeño golpe.

Las palabras se me habían quedado trabadas en la garganta, ni siquiera podía emitir un murmullo.

Para mi sorpresa, Taylor llevó su mano a mi mejilla y la acarició suavemente, tal cual lo había hecho ayer. Mi corazón no podía ir más rápido, saldría corriendo de mi pecho en cualquier momento. Y él lo oyó. Descendió su mano por mi cuello, tomándose el tiempo en acariciar con suavidad mi piel, la cual se estremecía con el roce de sus dedos. Llegó hasta mi pecho y dejó su mano extendida sobre mi corazón.

—Siempre late tan deprisa —murmuró—. Cielos, no puedo tocarte sin creer que te dará un infarto.

Mis labios quisieron curvarse en una sonrisa, pero debió de haberse salido cualquier cosa.

Dios, si no se alejaba no resistiría tanto tiempo. Tenía sus labios demasiado cerca, quería probarlos, nunca había sentido tan fuerte esa necesidad.

Su mano volvió a ascender, acariciando nuevamente mi cuello, mi mandíbula y una vez que llegó a mis labios, sus dedos los acariciaron con delicadeza. Cerré los ojos y jadeé suavemente al sentir un estremecimiento en una zona inexplorada de mi cuerpo.

Maldición, esto era demasiado para mi pobre cuerpecito.

El libro se cayó de mis manos y Taylor llegó a sujetarlo rápidamente antes de que se estrellara contra el suelo. Oí como lo arrojaba sobre el escritorio sin apartarse ni un solo centímetro de mí.

Esperé un par de segundos, pero al no sentir la textura de sus labios, el calor de su piel, volví a abrir los ojos. Su mirada estaba puesta en mis labios y sus pupilas se habían dilatado, podía notarlo desde aquí, pero no parecía querer acercarse. O sí, no lo sé. Lo único que sabía era que lo estaba pensando demasiado.

¿Por qué no se acercaba? ¿Qué problema había?

Coloqué mi mano en su nuca, dándole a entender que lo estaba esperando.

A este paso me iban a salir arrugas, hombre.

—Yo no... no sé si pueda hacerlo —murmuró, de pronto.

Mi mano cayó desilusionada sobre mis muslos cuando él se alejó y volvió a erguirse.

¿Qué? ¿Y ahora qué le pasaba?

No iba a negar que su rechazo me dolió en lo más profundo del alma. Él no podía hacerme eso, era como poner en la cara de un hambriento un plato de comida y luego arrebatárselo. Eso era maldad.

¿Es qué no le parecía linda? No me creía la gran cosa, pero tampoco era un maldito monstruo. O tal vez él era...

—¿Eres gay? —le pregunté, poniéndome de pie.

La pregunta lo tomó desprevenido, ya que se quedó boquiabierto mirándome sorprendido. Pasaron solo dos segundos los cuales me parecieron eternos, antes de oír:

—Jill, estuve a punto de besarte, ¿y me preguntas si soy gay?

Haber oído esas palabras viniendo de él causó una revolución de mariposas en todo mi vientre.

¿Cómo se sentirá besarlo? Este último tiempo mi mente solo se dedicó a imaginar esa escena. Siempre creí que sus labios sabrían como la gloria misma. Y estuve tan cerca de probarlos...

—Sí, pero no lo hiciste —rebatí.

Él dio un paso hacia mí, y me observó a los ojos con determinación. La tensión entre ambos ahora había aumentado más que antes, ya se estaba haciendo insostenible.

—No soy gay —declaró—. Entrenamos juntos, soy tu mentor, estaría mal aprovecharme de ti de esa forma. Y además eres la amiga de mi hermana y...

—Eso estaría mal —terminé la frase por él—. Todo este maldito mundo está mal, lo que somos, lo que hacemos, ¿qué es lo que está bien, Taylor?

Casi podía oír su cabeza procesando mis palabras y analizando todas las opciones.

¿Acaso me equivocaba? Por Dios, teníamos poderes, nos matábamos los unos a los otros como si la vida no valiera nada. Y eso no solo ocurría en el mundo de un Raezer. ¿Qué estaba bien hoy en día?

Taylor era demasiado estricto consigo mismo, siempre lo había sido, no iba a dar su brazo a torcer. Estaba perdiendo el tiempo aquí, lo mejor sería marcharme con la poca dignidad que me quedaba antes de que llegara Caitlin.

Lo esquivé y fui a buscar el libro que él había arrojado sobre el escritorio, pero antes de que mis dedos siquiera pudieran tocarlo me vi jalada del brazo hacia atrás, quedando a un palmo de distancia de la única persona que podía hacer que mis piernas temblaran con solo una de sus miradas.

Taylor me sujetó el mentón y me obligó a verlo a los ojos. Podía sentir su respiración golpeando en mis labios.

—Tú eres lo único que está bien —dijo en un susurro.

Y entonces, sin más rodeos, unió sus cálidos labios con los míos. Cerré los ojos y todo mi ser suspiró de alegría al sentir ese primer contacto. Me iba a desmayar en cualquier momento, mis piernas parecían de gelatina. Lo único que fui capaz de hacer fue rodear su cuello con mis brazos para poder acercarme más a él. Taylor hizo lo mismo, pero con mi cintura, bajó sus dos manos allí y me apegó lo más que pudo a su escultural cuerpo.

Nuestros labios se movían lento al principio, saboreando el dulce momento, pero pronto el beso se volvió más intenso. De golpe, el ambiente se tornó más caluroso, nuestras pieles ardían, esto era el maldito infierno. Enredé mis manos en su cabello y tiré suavemente de él, eso lo volvió loco. Su lengua se abrió paso por mi boca y enseguida se encontró con la mía que lo esperaba gustosa.

Sí, besarlo era el maldito paraíso, como siempre me imaginé que sería...

Taylor me arrastró consigo cuando tomó asiento sobre la silla de escritorio. Me senté a horcajadas de él mientras seguíamos comiéndonos nuestras bocas. Éramos jóvenes, nuestras hormonas se habían disparado hasta la estratósfera y el deseo era casi irrefrenable.

Mis manos se deleitaban con los músculos de sus brazos, de sus hombros y de su fornida espalda. En cambio, sus manos, más grandes y fuertes que las mías, se deslizaban con afán por toda mi espalda, presionándome contra su torso para no dejar espacio entre nosotros.

Cada centímetro de su cuerpo me dejaba ver cuan poderoso era, incluso esa parte de su anatomía que había comenzado a cobrar fuerza.

¡Virgen santísima!

Un gemido sordo se escapó de mi boca al sentir su virilidad. Sentí un poco de vergüenza, debo admitirlo, no sabía por qué había hecho eso. En cambio, Taylor me miraba maravillado. Una de sus manos subió hasta mi mejilla y con su pulgar acarició mi ligero rubor.

—Eres tan hermosa —susurró para mi sorpresa, a centímetros de mis labios, sin dejar de mirarme con esa fascinación.

Sonreí tímidamente y fui yo esta vez quien lo besó. Intenté que fuera un beso tranquilo, pero los dos estábamos bastante... acalorados. Al parecer no era la única que estaba acumulado las ganas de poder besarlo.

Mis manos bajaron con presteza hasta el dobladillo de su camiseta y la deslizaron hacia arriba, dejando a la vista el increíble cuerpo que se cargaba. Taylor me ayudó a quitarse la prenda por encima de la cabeza, y la arrojo a cualquier lado.

Nos estábamos yendo de las manos, si seguíamos avanzando ninguno de los dos iba a poder parar.

Incliné la cabeza a un lado cuando sus labios descendieron a mi cuello para dejar besos húmedos que me hicieron estremecer.

Madre mía...

Desafortunadamente, un ruido en la planta baja nos puso en alerta a los dos. Taylor se apartó de mi cuello y miró hacia la puerta sin decir nada. Estaba escuchando.

Yo aproveché a verlo por un segundo. Sonreí con ternura al ver su cabello revuelto y sus labios rojos e hinchados por el beso. Seguramente yo debía estar igual.

Deberías ir a probártelo con esa chaqueta negra de la que hablabas —se oyó la voz de Caitlin.

Sí, tienes razón —le respondió su madre.

¡Mierda!

—Carajo —masculló Taylor.

Me levanté de un salto y le pasé su camiseta que se vistió en tiempo récord.

Mierda, mierda, ¡mierda! Si Caitlin me descubría aquí iba a estar en serios problemas. Además sería una terrible amiga si se enteraba las cosas de esta manera.

Espantada, miré a todos lados por una salida rápida. ¡La ventana! Corrí hacia ella, aunque aun algo atontada por todo lo que había pasado aquí.

—¡Espera! —me llamó Taylor en voz baja.

Tomó el libro por el que habíamos venido y se acercó a toda velocidad hasta donde estaba. Me lo entregó y luego plantó un tierno beso de despedida en mis labios.

—Lamento que tengas que irte así —se disculpó, un poco apenado—. Nos vemos luego, ¿vale?

—No te preocupes —susurré.

Mis ojos volvieron a perderse en el cielo que habitaba en los suyos.

—Será mejor que me de una ducha de agua fría —suspiró él, mirándome igual de perdido que yo.

Sonreí.

Ambos pudimos oír un par de pasos subiendo por las escaleras. Esa era mi señal de huida.

Taylor también oyó eso y desapareció de mi vista como por arte de magia. Medio segundo después, se oyó correr el agua de la ducha de su baño, y rápidamente lo tuve de nuevo frente a mí. Él iba a abrir la boca para decir algo, pero un par de toques en la puerta, seguidos de una voz tan conocida para los dos, no le dejó hablar.

Taylor, ¿ya llegaste del gimnasio? —preguntó Caitlin desde el otro lado de la puerta—. Tengo algo para ti.

¿Él gimnasio? ¿Así llamaba él a las practicas en el campo de entrenamiento? Quería reírme, pero me contuve.

Caitlin ni siquiera oyó mi voz. El oído humano es muy poco preciso. No extrañaba ser una humana por ese lado.

—Estoy por entrar en la ducha. En cinco minutos bajo —respondió Taylor, elevando la voz para que lo oyera.

Está bien, te espero en el salón —contestó ella.

—Será mejor que me vaya —le dije en un susurro.

Le di un beso rápido, y saqué los pies fuera de la ventana. No sé que pensarían los vecinos si me llegaran a ver ahora.

—Ve con cuidado, e intenta usar tu escudo, ¿está bien? Avísame cuando llegues —me dijo, justo antes de que saltara fuera.

Me miró a través de la ventana y me regaló una hermosa sonrisa, luego desapareció velozmente.

Me di la vuelta y decidí que sería mejor caminar hasta mi casa en vez de correr. Quería pensar un rato.

Vaya día...

Si antes creía que estaba enamorada de Taylor, ahora definitivamente sabía que él sería el padre de mis hijos.

Que exagerada.

Sonreí como una tonta cuando recordé sus besos. Esperaba que esto durara mucho tiempo, o al menos el suficiente para poder disfrutarnos más, la vida era corta y había que vivirla.

Sí, había que vivirla...

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