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IX


Me incorporo rápidamente, sintiéndome angustiada y desorientada por aquel mal sueño. Mis manos estrujan las sábanas mientras mi corazón ralentiza sus latidos. ¿Que clase de sueño fue ese?

Pesadilla mejor dicho.

Bueno, que haya participado Dylan podría convertirla en una.

¿De verdad crees eso?

Me refriego el rostro con ambas manos, exasperada por la situación. ¿Por qué ahora sueño con ese chico? Ni que fuera tan importante para mí. Apenas lo conozco.

Pues, no cualquiera te tiene una semana entera pensando en él.

Resoplo con fastidio al pensar en eso. Aun espero que aparezca por la puerta del aula y se siente junto a mí. Idiota.

Giro la cabeza y veo que el despertador marca que solo faltan tres minutos para que comience a sonar. Bueno, es un progreso. Últimamente no vengo durmiendo bien, me despierto muchas veces durante la madrugada, cosa que antes jamás me sucedía.

Me echo hacia atrás y fijo la mirada en el techo. No quiero cerrar los ojos porque ese bosque vuelve a aparecer otra vez delante de mí. Y él también. Su voz, su mirada, su tacto...

Por más real que se haya sentido sé que no es verdad, solo fue un producto de mi imaginación. Y a decir verdad me apena que sea así. No entiendo este comportamiento en mí. Ese chico realmente se ha portado grosero conmigo reiteradas veces, no merece que lo tenga en pensamientos y mucho menos en mis sueños. Por mucho que su físico me parezca atractivo, si es un idiota seguirá siendo un idiota con un rostro bonito. No debo dejarme llevar por las apariencias.

Bajo el disfraz de un ser extremadamente cautivador, podría estar el discípulo del diablo.

...

—Te ves terrible —me dice Jill una vez que subo al auto.

Me abrocho el cinturón y echo la cabeza hacia atrás en el asiento.

—No me lo recuerdes —murmuro con cansancio.

—¿No has dormido? —me pregunta Penny mientras conduce hacia el instituto.

Sí, pero no.

—Una pesadilla me despertó —confieso sin ánimos.

—Tranquila solo ha sido una. Yo siempre tengo la misma pesadilla cada cinco días —Jill mira a su prima y se lleva una mano a los ojos para dramatizar el momento—. No volveré a hacerle masajes en los pies a la tía Molly.

Su comentario me causa gracia y me río por primera vez en el día. Me cae bien su tía Molly.

Me detengo a observar el exterior. Los vidrios se encuentran un poco empañados. Hoy no hay un buen clima, parece que lloverá en cualquier momento.

No tardamos mucho tiempo en llegar al instituto. Agradezco estos pocos minutos con mis amigas, me ayudan despabilarme para no parecer un zombie viviente.

—Las veo luego —me despido de ellas justo frente a la puerta de mi salón.

—Adiós —responden ambas al unísono.

Entro al aula que se encuentra más revoltosa que nunca. Mis compañeros están sentados en todos lados menos en sus asientos, charlando y riéndose como siempre.

Y yo aquí, más simpática que nunca yendo a sentarme a una mesa vacía para hablar con la pared a mis espaldas.

¿Algo de esa oración que no haya sido sarcasmo?

No.

Ya me he acostumbrado a estar sin acompañante en mi mesa. Trevor no volvió a acercarse a mí luego de la última vez, creo que le dejé bien en claro que no lo quiero cerca mío.

Para mi desgracia, hoy tendré arte en la primera hora. Se han cambiado los horarios ya que la señora Jones no podrá venir, por lo tanto el profesor Stone será quien tome su lugar. Según él, el arte tendría que ser una asignatura diaria ya que te ayuda a conectar cuerpo y alma.

Yo creo que está demente. Ya con solo soportar la densidad de esa materia una vez a la semana me basta. Aunque no diría lo mismo si supiera dibujar, o hacer algo bien, mejor dicho.

Extraño a mis amigas, años anteriores tuvimos la suerte de coincidir en varias asignaturas o al menos en dos, pero este año no ha pasado lo mismo. Odio que sorteen los lugares. Hay asignaturas que yo estoy haciendo en el primer semestre y que a ellas les tocará hacer en el segundo, y viceversa.

Mis pies se mueven sin ánimo hacia mi respectivo asiento. No entiendo por qué estos días me anduve sintiendo desanimada. Tampoco quiero darle el espacio a la porción de mi conciencia para que saque a relucir sus teorías, las cuales son completamente erróneas.

Pero entonces, mis pies se clavan en el suelo cuando lo veo. Junto a mi asiento se encuentra ese chico. Dylan. ¿Qué hace aquí?

Sus ojos conectan con los míos en cuanto siente mi mirada puesta en él. Mis mejillas se colorean en una milésima de segundo y en mi estómago se crea un nudo que me hará escupir el desayuno. Doy por hecho que ya sabe que su presencia causa un efecto en mí. Esto nunca me había pasado antes con nadie. Se siente extraño.

Veo que se ha dignado a venir. ¿Una semana entera fueron suficientes vacaciones para el señor?

De seguro te extrañaba.

Sí, claro. Ese también debe ser el motivo por el que ha faltado una semana entera.

Puedo sentir esa energía chispeante que de alguna forma muy extraña aparece cada vez que conecto con él. Allí está, latente, sin falta. Aun sigo sin entender que es eso y por qué desaparece cuando él rompe la conexión conmigo, como lo acaba de hacer ahora.

Suelto un suspiro al ver que ha bajado la mirada a sus manos, como si fuesen más interesantes que...

¿Que tú?

Que cualquier otra cosa. Eso es lo que iba a decir.

Camino hasta mi silla con la mirada puesta en él, en ese asesino serial que ha entrado a mi habitación y ha osado poner sus largos y varoniles dedos en mi almohada. ¡En mi almohada!

Porque exagerada se nace. Anoten eso.

Me siento a su lado sin decir absolutamente nada. Mantengo la mirada al frente para no hacer contacto con visual con él, pero me distrae mucho la suave atracción que comienzo a sentir hacia su persona. Esto es incómodo.

De reojo, alcanzo a ver que Dylan, en un gesto distraído, se lleva una mano a la mejilla y acaricia su incipiente barba. El recuerdo de la abofeteada que le di en mi sueño aparece de repente y no puedo evitar sentir mis mejillas incendiarse poco a poco.

Él me lanza una mirada rápida, puedo notar que una sonrisa curva levemente sus labios. ¿Se está riendo? ¿De qué rayos se ríe? Además, ¿por qué me está mirando? Eso solo provoca que mi rostro comience a arder.

—¿Qué? —la pregunta sale de mi boca sin darme tiempo a procesarla antes.

No puede ser, acabo de hablarle.

Pues así se inicia una conversación.

—Nada —me responde él tranquilamente.

Entorno levemente los ojos, desconfiando de cada letra de esa simple palabra. Y sin ánimos de seguir la charla vuelvo la vista al frente.

—¿Por qué te ruborizas tan seguido? —me pregunta de repente.

Mi corazón da un brinco en su sitio al oír nuevamente su voz. ¡Me sigue hablando! Debe ser la charla más larga que hemos tenido hasta ahora, luego de lo de la clase de francés, por supuesto. Sigo sin olvidar lo cretino que fue conmigo ese día.

Mis mejillas se calientan el triple que antes y fracaso en el intento de ocultar mi rostro entre el cabello.

—Como ahora —continúa torturándome.

Es suficiente. Nunca nada bueno sale de esa boca.

—¿Te molesta? —me atrevo a enfrentarlo.

Dylan dirige su vista hacia la mesa para romper el contacto visual conmigo. Sin embargo, yo sigo taladrándolo con la mirada.

—No, te queda adorable —le oigo murmurar.

Espera... ¿Qué? ¿QUÉ? Pongan pausa que me he perdido de algo. ¿Éste chico a mi lado es realmente Dylan?

—¿Qué has dicho? —musito sorprendida.

No sé qué más me sorprende, que sepa decir cosas lindas o que intente mantener una charla conmigo.

Vuelve sus alucinantes ojos grises hacia los míos y arquea una ceja.

—Que te hace agradable.

¿Agradable? Yo creí haber oído otra cosa.

Creíste mal.

No estoy muy segura de lo que ha dicho, además si le agradara creo que se notaría. Pero capaz en el fondo, muy profundamente, escarbando en la oscuridad de su ser, yo le agrade un poco.

—Entonces, ¿yo te agrado? —le pregunto con timidez.

—No —se limita a responder con mirada neutra.

¿Es una broma? ¿Ha dicho que no? Me dan ganas de darle otra bofetada, pero esta vez una real. Ya me cansé de seguir su tonto juego.

—Eres un idiota —espeto molesta.

Sus ojos escrutan mi rostro por unos segundos, como si intentara memorizar cada facción, cada detalle, hasta que vuelve la mirada al frente sin responder a mi grosería, ignorándome como siempre suele hacerlo.

Me echo hacia atrás en la silla, de brazos cruzados y echando humos por las orejas. Dylan logra sacar lo peor de mí, lo felicito.

El profesor ya se encuentra en medio del salón, parece estar terminando de dar la explicación que me acabo de perder.

—... y también necesito que armen un círculo alrededor del salón con las mesas, van a tener que sentarse de frente a la pared. Y recuerden, conecten, chicos. Sientan el verdadero arte.

¿Qué?

—Luego podrán ponerse a trabajar —concluye.

Todos se ponen de pie y empiezan a arrinconar las mesas contra las paredes.

—¿Quieres quedarte así hasta que termine la clase? —le oigo decir a Dylan con sarcasmo. Ya se ha levantado, está esperando que yo haga lo mismo para poder mover la mesa.

—Lo siento —me levanto con torpeza, tomando mi mochila en brazos.

Levanta la mesa como si fuera un saco de plumas y la da vuelta, pegándola contra la pared. Tampoco tuvimos que movernos mucho, ocupamos la última mesa justamente. Colocamos las sillas del lado opuesto, con vista a la pared, y tomamos asiento. Es muy raro estar así.

¿Y ahora qué?

Dylan comienza a trazar diversas líneas en su hoja, mientras yo... yo lo miro sin saber qué hacer.

La clase entera ya se ha puesto a trabajar. Ha crecido el bullicio alrededor, todos se ríen y charlan mientras miran a su compañero de banco y a la hoja.

Observo a hurtadillas a Dylan que se ve muy enfocado en su dibujo.

—¿Cuánto necesitas ver? —pregunta de repente.

Giro la cabeza hacia el lado opuesto, completamente avergonzada. Me siento como una niña a la que la han descubierto robando galletas de la alacena.

Dylan parece recapacitar unos segundos hasta que llega a la brillante conclusión de que esa no es manera de hablarle a alguien. Suelta un suspiro antes de voltear su cuerpo hacia mí.

—Mírame y dibújame. Es sencillo.

¿Qué demonios? Me vuelvo a verlo con el entrecejo fruncido.

—No te creas tan importante, preferiría hacer otra cosa —le digo sin tapujo alguno.

Dylan alza ambas cejas y me mira sorprendido, luego una sonrisa se insinúa en sus labios. Bueno, mis palabras no lograron el efecto que quería. Tal vez porque en vez de infundir miedo, a su lado debo parecer un tierno gatito. Lo que no sabe es que este tierno gatito tiene garras. Unas garras muy filosas.

Sí... por supuesto que sí. Nadie duda de eso.

Me gustaría mantener mi postura desafiante firme, pero mi atención se ve acaparada por sus labios y su perfecta sonrisa de propaganda de televisión. Es como si el cielo se abriera ante mis ojos.

El asunto aquí es que el clima ha comenzado a tornarse algo... pesado. Otra vez vuelvo sentir esa atracción hacia él, me llama cada vez que siento que conectamos. Es imposible poder pensar en otra cosa.

—Como tú quieras, Caitlin. Yo no seré el que repruebe —suelta mordaz, rompiendo esa mágica conexión que había surgido.

Ha vuelvo a levantar ese muro inquebrantable a mi lado. Este chico tiene más cambios de humor que cualquier persona que haya conocido antes.

Controlando las ganas que tengo de tomar su cuello con mis manos, tomo un lápiz y empiezo el dibujo que me quedará tan horrible como su personalidad.

A cada minuto le pego una buena ojeada para no olvidarme de los detalles.

Lo disfrutas, ¿verdad?

No me quejo, pero sigue siendo un idiota con un bonito rostro.

A los quince minutos se me da por mirar su hoja y por poco se me cae la mandíbula contra la mesa al ver aquella ilustración a medio terminar. Es la mitad de mi rostro dibujado tal cual lo haría un artista.

—Que buena memoria... —musito deslumbrada.

Dylan hace caso omiso a mi voz y continúa como si yo no hubiera dicho nada.

Vuelvo a mi hoja y continúo dibujando... algo. Nunca he sido buena en esto, no nací con ese atributo. Pero no puedo decir lo mismo de la persona junto a mí, realmente tiene talento. Los detalles de mis ojos son tan realistas que parece más una foto que un dibujo hecho por él.

—Es extraño —empiezo a decir, no muy segura de querer mantener una charla con él—. No puede ser que tu dibujo tenga tanta precisión sin siquiera tener que verme a cada tanto.

Dylan se remueve en su asiento sin quitar la vista de la hoja.

—No eres fácil de olvidar —dice en un susurro demasiado bajo.

La punta de mi lápiz se quiebra por la fuerza de más que le aplico. Lentamente quito la vista del papel y la dirijo hacia él.

¿Qué acabo de oír? Tiene que ser mentira.

—¿Cómo? —el tono de mi voz delata cuan sorprendida estoy de su comentario.

—Eres fácil de dibujar —contesta, encogiéndose de hombros.

¡Eso no es lo que dijo! Yo estoy segura de que dijo otra cosa.

Me doy vuelta con el entrecejo fruncido y sin contestarle.

¿Qué soy fácil de dibujar? No sé si tomármelo como un insulto o qué.

No entiendo por qué una parte de mí siente una leve ilusión al pensar que dijo lo primero. Es decir, es Dylan Waight, el maldito nuevo Adonis de la secundaria. Todas las chicas lo miran, todas quieren llamar su atención. Pero el tan solo... las ignora. Ninguna es suficiente para él. ¿Por qué pienso que yo podría serlo? Digo, tampoco es que mi autoestima es así de bajo, soy una chica normal. Me gusta mi cuerpo, y estoy contenta con lo que soy. Solo es que considero que hay muchas chicas que destacan en esta escuela por su belleza. Aquellas chicas que solo piensan en qué llevarán puesto el día del baile de graduación, aquellas que pelearan por llevar una tonta corona en su cabeza que no significa nada fuera de esta institución. Esas chicas son las que los chicos mueren por llevarse a la cama y sentirse ganadores en este último año de preparatoria. Pero creo que ese no es uno de los objetivos de Dylan, todo lo contrario, las evade, ni siquiera he visto que las mire al menos un segundo. ¿Será gay? No descartaría esa posibilidad, aunque tampoco lo he visto mirando chicos.

Volviendo a la realidad, ¿por qué estoy perdiendo segundos de mi preciada vida pensando en sus gustos?

Le saco punta a mi lápiz y sigo con el tonto trabajo.

Pasan unos silenciosos treinta minutos hasta que termino mi "obra de arte". Me quedo observando el papel unos segundos.

¿Enserio, Caitlin?

De reojo miro el dibujo de mi compañero. Mis ojos casi se salen de sus órbitas. Este chico es la reencarnación de Picasso. Mi rostro está plasmado en su hoja con cada mínimo detalle. Ha dibujado el mechón ondulado que se ha soltado de mi coleta y cae sobre mi frente; también ha trazado las finas cejas que enmarcan unos ojos verdes tan idénticos a los reales; y no se ha olvidado de salpicar con un marrón claro las escasas pecas que decoran el puente de mi nariz y mis mejillas. Con precisión trazó las curvas leves de mi nariz, remarcando un suave brillo en la punta. Los labios los ha hecho con un grosor moderado, coloreados con un rosa claro y contorneó delicadamente las líneas de mi mandíbula. Observo la precisión de cada hebra de mi cabello y como lo ha sujetado en una coleta floja que deja fuera unos pocos mechones de pelo. Su dibujo es perfecto.

—Vaya... —murmuro impresionada.

Deja su lápiz a un lado observando su trabajo. Debe de sentirse más que orgulloso, yo si llegara a hacer algo así lo enmarcaría y colgaría en medio de la sala de mi casa.

Dylan quita los ojos de la hoja y se encuentran con los míos. Su mirada indiferente no me da pista alguna de lo que pueda estar pasando por su mente en estos momentos. Solo puedo notar el incremento de la energía que siento a nuestro alrededor desde que ha comenzado la clase, atrayéndonos, cautivándonos con su exquisita esencia. Él parece tener mejor control sobre eso, si es que también la siente. Por mi parte siento curiosidad por ir más allá de eso, entregarme a esa gravedad que me atrae solo a él.

Mi corazón palpita con fuerza dentro de mi pecho y el calor sube a mis mejillas. La fuerza que circula a nuestro alrededor cambia drásticamente, incitándonos a acercarnos. Pero ninguno hace amago de moverse, solo permanecemos inmóviles con las miradas clavadas en la del otro.

Tengo que romper la conexión cuando comienzo a marearme y porque el señor Stone se encuentra parado detrás de nosotros esperando que le enseñemos nuestros trabajos.

Me acomodo nerviosa en mi asiento esperando que Dios se apiade de mí y abra un agujero en la tierra para que me trague.

Le entrego apresuradamente mi dibujo para que el veredicto sea rápido y la bofetada a mis sentimientos como artista duela menos.

—Bueno... no está mal —concluye con su distintiva voz ronca.

Y esa es su devolución. Ha intentado ser lo más generoso que pudo, pero aun así he tomado su mensaje como: "mi hijo de tres años lo haría mejor que tú".

A continuación toma la hoja de mi compañero y sus ojos brillan al ver tal ilustración.

Y sí, lo entiendo. A mí también me ha dejado boquiabierta.

—Exquisito. Una obra de arte sublime. Por cosas como estas amo mi trabajo. Tienes un gran futuro como artista, señor Waight —dice con entusiasmo.

Tengo ganas de hacer una bola de papel mi dibujo y comérmelo.

—Gracias, profesor Stone, pero sinceramente esto es un pasatiempo, no es precisamente a lo que me dedicaré.

El profesor frunce los labios y deja el trabajo de vuelta en su lugar.

—Que desperdicio de talento —le oigo decir por lo bajo cuando se aleja de nosotros.

Otra vez solos, quedamos en silencio. Yo mirando mi hoja y Dylan con la mirada perdida en la suya. Miro el mío y solo me dan ganas de romperlo. Siento ganas de reírme al ver uno de los ojos en un ángulo poco natural...

—Yo creo que lo has hecho bien —le oigo decir a Dylan entre el barullo de voces.

Me giro hacia él con una ceja de alto a la espera de que lance una carcajada. Tiene que ser una broma.

—Lo digo en serio —continúa—. Toma, puedes quedártelo —desliza su hoja sobre la mesa hasta que choca con mis dedos.

¿Me lo está obsequiando? ¿Quién es este chico y que ha hecho con el intolerable Dylan?

—Yo... —me ha dejado sin palabras. No entiendo su nueva actitud.

—No voy a aceptar un no.

Lo sostengo en mis manos un instante y sin poder evitarlo paso un dedo sobre las líneas de mi rostro que ha trazado a la perfección.

—Gracias —digo sinceramente. Realmente no me esperaba este gesto de su parte.

Lo coloco con cuidado dentro de mi libreta para que no se arrugue y la guardo dentro de mi mochila.

De pronto, la situación se torna incómoda para mí cuando me pongo a pensar en que debería darle el mío.

¿Estás loca? ¡No lo hagas si no quieres espantarlo!

Cuando lo tomo con el fin de deshacerme de ese intento de dibujo, la hoja desaparece velozmente de mis manos.

—Y éste me lo quedo yo —dice con una sonrisa burlona.

No llego ni a contradecirle que ya lo está guardando en su mochila.

—Como gustes —suspiro derrotada. Seguro se deshaga de ese mamarracho en cualquier momento.

Observo como se inclina para dejar su mochila en su lugar. A decir verdad no está tan mal este Dylan que se preocupa por mis sentimientos, es más, si continúa así hasta podría acostumbrarme...

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