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IV

Incontables veces he deseado poder tener una historia como la de las novelas que leo. Fantasía, ciencia ficción y romance son mis tres géneros literarios favoritos. Moriría por que las historias narradas en esos tipos de libros fuesen reales. Que seamos capaces de hacer cosas humanamente imposibles. Que la vida no se acabe en un abrir y cerrar de ojos. Que podamos amar eternamente.

Todas esas ideas pasan por mi cabeza mientras miro el techo de la sala de mi casa. Estoy tirada sobre la alfombra, abrazando mi valioso libro. ¿Existirán los vampiros? ¿O algo parecido?

Vuelvo a mirar las hojas del libro. ¿Por qué Bella se tardó tanto en adivinar el secreto de Edward? Yo hubiese resuelto el caso en cuestión de minutos. No. Segundos.

Milisegundos.

Nanosegundos.

El único secreto tan personal que yo guardo es haberme orinado en la cama hace dos años. Una catástrofe. Solo que se sentía tan real el retrete en mi sueño...

Volviendo al libro, estoy en una de las mejores partes. Edward está por besar a Bella en el bosque, luego del paseo por el prado.

«Vaciló... No de la forma habitual, no de una forma humana, no de la manera en que un hombre podría vacilar antes de besar a una mujer para calibrar su reacción e intuir cómo le recibiría. Tal vez vacilaría para prolongar el momento, ese momento ideal previo, muchas veces mejor que el beso mismo».

Solo un poco más...

—¡Bésame, Edward! ¡Ya bésame, por favor! —el estridente vozarrón de Taylor me vuelve transportar a la tediosa realidad.

Cierro el libro de golpe y giro el cuello a un lado. Mi hermano está a unos pasos de mí, recargado contra un mueble donde guardamos la vajilla «costosa». Veo que no tiene a quien más molestar. Estamos solo nosotros dos, nuestros padres trabajan a estas horas. Mamá es agente de bienes raíces y papá es abogado. Hay veces que por las tardes ninguno de los dos está, como es el caso de hoy.

—Eres muy molesto, ¿lo sabes? No puedes interrumpirme en el mejor momento —digo con fastidio.

—¿Ese es el mejor momento? —se mofa.

Ruedo sobre la alfombra hasta quedar boca abajo.

—No, el mejor momento será cuando te des la vueltas y me dejes seguir leyendo —contesto—. Además, ¿cómo has podido leer la página desde ahí? ¿Acaso tú también eres un vampiro?

—No, yo soy mejor que eso —sonríe con arrogancia.

—Ya quisieras.

Amor de hermanos, siempre es el más sincero.

Taylor se sienta en el sofá y saca el teléfono del bolsillo de su pantalón.

Esto no puede oírlo jamás de mi boca, pero debo admitir que mi hermano es agradable físicamente. Listo, ahora que lo dije siento el contenido de mi estómago subiendo por mi garganta.

Seremos hermanos, pero somos dos polos opuestos. Partiendo de que somos de diferente sexo, él es rubio y yo castaña. Además, me considero demasiado holgazana como para que alguien me crea pariente suyo. A diferencia de mí, Taylor se ejercita bastante, le gusta mantenerse en forma. Tiene disciplina y constancia. En cambio, yo tengo... tengo...

Salud.

—Salud. Exacto.

Taylor levanta la mirada de la pantalla del teléfono y alza una ceja.

—¿Qué? —pregunta, confundido.

¿Lo dije en voz alta?

Sí.

Me levanto del suelo y acomodo mi cabello hacia atrás.

—Lo importante es tener salud, ¿o no? —sonrío, dándome ánimos a mí misma.

Soy patética.

Él bloquea su teléfono y me mira con rareza. Seguro está intentando recordar el día en que me caí de la cuna y quedé así.

—En fin, ¿qué tal el instituto? —pregunta, cambiando rotundamente de tema.

Un par de ojos grises resplandecen en mi memoria como faros.

—Interesante —me limito a responder.

—¿Solo eso?

Recuerdo la cosa esa rara que sabe hacer y me entra un escalofrío.

—Aterrador —añado.

—Bueno, así suele ser la preparatoria.

Su impoluto rostro y su cuerpo esculpido por dioses se plantan en mi memoria.

—Pero muy hermoso.

Taylor se queda pensando en eso último que acabo de decir. Entrecierra los ojos y me mira suspicaz. Ya se ha dado cuenta que del instituto no estoy hablando.

—¿De quien hablas?

Me obligo a bajar de sopetón de ni nube.

—¿Yo?

—No, el presidente —responde sarcástico.

Pongo los ojos en blanco y me acerco a una mesita decorativa para dejar encima el libro.

—De nadie, ¿de quien podría estar hablando?

Sus ojos se entornan con sospecha.

—No lo sé, tú dime.

Con Taylor hemos sido muy unidos desde pequeños, lo considero un gran amigo. Pero sobre estos temas es difícil hablar con él, es un poco —demasiado— sobreprotector.

—No hay nada que decir —me cruzo de brazos.

—¿Cómo se llama el chico? —insiste.

—Dylan.

Casi me hundo la dentadura del manotazo que me pego al taparme la boca.

¿Seré estúpida?

Taylor permanece en silencio por los próximos diez segundos. No sé que estará pensando, pero seguro lo está malentendiendo todo.

Igual que tú.

—Solo es mi compañero de mesa, nadie importante —añado.

—Tu compañero de mesa muy hermoso.

Mis mejillas comienzan a calentarse.

—Eres un idiota.

—¿Tú crees?

Quiero marcharme rápidamente de aquí, pero enseguida recuerdo algo importante. Fuerzo una tierna sonrisa en mis labios antes de hablar.

—Tengo que hacer tarea de Química. ¿Me ayudas?

Él me observa unos segundos más, pensativo. La charla terminó, él lo sabe. Como no le queda otra opción, termina suspirando.

—Claro —acepta—. Trae tu cosas.

Subo las escaleras de dos en dos hasta llegar a mi habitación. Mi cálida habitación. Sus paredes tienen un tono rosado que no cambio desde hace años. Incluso hay algún que otro cuadro colgado de cuando era niña. No me molestan, así que seguirán allí por el tiempo que lo crea conveniente. Mi parte favorita de este pequeño refugio es el ventanal en el que tantas noches me he visto con la mirada perdida en el cielo, o con un libro en una mano y una taza de café en la otra.

Una vez que me hago con el cuadernillo y un lápiz, regreso a la sala. Taylor no está allí. Estoy a punto de llamarlo, pero entonces lo escucho en la cocina. Está hablando por teléfono con alguien. Hubiese seguido con mis cosas, pero me llama la atención que esté hablando en voz baja.

Sé que está muy mal, pero no me puedo resistir a escuchar la conversación. Me acerco un poco y pego mi espalda a la pared.

... no, no es así. Eres un idiota —le oigo decir.

Parece molesto.

Taylor guarda silencio por un minuto entero. Está escuchando lo que le responden, puedo oír en la lejanía la distorsionada voz de la otra persona. ¿Será su mejor amigo, Rody?

Mientras tanto, yo miro la mancha que hay en la punta de mi zapatilla. Creo que es hora de lavarlas.

—No —contesta de pronto con brusquedad. ¿Para qué me preguntas si harás lo que se te de la regalada gana?

De nuevo silencio.

Los segundos pasan y no vuelvo a oír su voz. ¿Habrá cortado?

Estoy a punto de marcharme cuando veo el calzado de alguien más junto a mí.

Ay, no...

Levanto la cabeza con lentitud, completando de a poco la imagen de esa persona. Taylor aún tiene el teléfono pegado a la oreja, y su mirada es de completa reprobación.

¡Disimula!

Me tiro rápidamente al suelo para fingir que estoy buscando algo.

—Se me perdió el lápiz, ¿lo has visto?

—Lo tienes en la mano, Caitlin.

Las ganas de darme la frente contra el suelo no me faltan.

—Sí —contesta Taylor a la persona que sigue del otro lado de la línea—. Te hablo luego.

Me levanto del suelo con cara de arrepentimiento.

—Te juro que no escuche nada —me apresuro a decir.

—¿Segura? —se cruza de brazos y enarca una ceja.

—Tan segura como lo estoy de no saber nada de Química.

Por suerte, Taylor esboza una media sonrisa y decide dejar el tema de lado.

—Ven, vamos a cambiar eso —me indica, enfilando hacia la mesa de la cocina.

La tarde transcurre tan rápido que apenas nos damos cuenta cuando el sol se oculta.

La clase improvisada ha salido de maravilla, todo me ha quedado más que claro. A decir verdad, Taylor podría ser un excelente profesor.

Ahora tengo ventaja sobre mis compañeros. Con mi hermano avanzamos hasta los tres primeros temas se verían en las siguientes clases. Es increíble.

Luego de cenar un exquisito plato de pasta que mamá cocinó, subo a lavarme los dientes. Mi hermosa cama me espera para abrazarme con sus suaves sábanas.

Los parpados comienzan a ceder apenas toco la almohada. Y antes de caer en un sueño profundo, mi mente imagina unos preciosos ojos grises que me observan atentamente.

...

No quiero ir. No quiero ir. ¡No quiero ir!

Lloro aún más fuerte. Quiero quedarme en casa. ¿Por qué mamá no lo entiende?

—Cariño, ya deja de llorar —dice ella, desde el asiento del conductor.

Ella conduce un lindo auto, uno grande y espacioso. Yo voy en la parte trasera. Pateo su asiento para que me saque de aquí. Quiere llevarme a mi primer día de colegio, pero no entiende que yo no quiero.

—Caitlin, cielo, cuando vuelvas podemos ir por un helado.

Veo sus relucientes dientes blancos en el pequeño espejo que apunta hacia mí. Ella es muy linda.

Le digo que sí. Sí quiero un helado. Sin embargo, no logro controlar las lágrimas.

No me gusta el colegio, los niños son crueles, siempre lo han sido conmigo. Se burlan de mí porque soy la más pequeña. Todos son más altos que yo.

—Hemos llegado —avisa mamá.

Sorbo por la nariz mientras espero entre lágrimas a que me saque de aquí. No puedo escapar.

Ella se baja del coche y me saca de la parte trasera, tomándome en brazos. Hundo mi nariz en su cuello y la abrazo con fuerza.

—Harás amigos, jugarás, aprenderás cosas nuevas y también...

Su voz se silencia en mi cabeza. Ahora mi mirada se encuentra puesta en aquel niño que está a unos cuantos metros de mí. Es mucho más grande que yo, así que no podríamos jugar. Sus ojos me observan con la misma curiosidad con la que yo lo miro.

No sé quien es.

El chico me regala una tímida sonrisa que yo no tardo en corresponder.

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