DYLAN
Abro la boca sorprendida por lo que me acaba de revelar.
¿Pero qué...? ¿Mató a su familia? ¿Qué me está diciendo?
Al ver que no digo nada, porque estoy más que impactada como para hablar, dice:
—Sucedió cuando liberé mi poder. Como a ti te pasó, a mi también...
Narra Dylan:
—¡Ya déjala! —el grito no salió con la seguridad que quería. Mi voz tembló de solo tener que dirigirle la palabra a él.
Tenía a mi madre acorralada contra el sillón, ella acababa de llegar de uno de sus trabajos. Él detestaba que lo hiciera, pero, ¿de dónde creía que salía el dinero para comprar su maldito alcohol?
Mi padre... o mejor dicho, la escoria de aquel hombre, soltó una risotada burlona al oírme gritar.
—¿Quién te crees que eres tú, mocoso, para decirme que hacer? —inquirió con voz ronca.
Yo me encontraba justo detrás de él, y cuando se dio la vuelta, su fuerte aliento a alcohol me llegó como una bofetada.
Se paró frente a mí para demostrar quien tenía la autoridad en esa casa. Él era más alto, más fuerte, y yo solo era un niño que acababa de cumplir catorce años.
Llevé mis ojos hacia una de sus manos, donde colgaba la botella de alcohol barato. Era repugnante.
—No la vuelvas a tocar —dije con un poco más de seguridad, pero era consciente del temblor de mis piernas.
Y el golpe llegó más rápido de lo que esperaba. Su puño se estampó en mi rostro sin piedad, sin siquiera importarle que yo llevara su sangre en mis venas. La fuerza del impacto provocó que mi cabeza chocara contra la mesa de madera que había a mis espaldas. Sentí la habitación girar por un momento.
—¡Dylan! —gritó mi madre espantada.
Hizo a un lado aquel hombre y cayó a mi lado sobre sus rodillas. No me gustaba que me viera débil, yo podía contra él. Sus golpes no me hacían daño.
"Te mientes a ti mismo", susurraba mi conciencia.
Mi padre nos observó con actitud soberbia y luego caminó hasta la puerta para salir de la casa cuanto antes. Los cristales de las ventanas vibraron por el golpe brusco al cerrar la puerta tras de sí.
Esa era la importancia que le daba a su familia.
Los ojos de mi madre estaban llenos de lágrimas. Odiaba verla así. Me hacía odiarlo a él más de lo que ya lo hacía, y me odiaba a mí mismo por no ser capaz de hacer algo por ella.
Sus manos tocaron desesperadamente mi cabeza, horrorizándose cuando una pequeña gota de sangre tiñó una de ellas.
—Estás sangrando, Dylan —dijo con voz ahogada—. Debemos ir al hospital.
Se levantó de un salto y corrió al baño para luego volver con un trapo húmedo entre sus manos. Se sentó a mi lado y comenzó a limpiar la poca sangre que salía.
—Ya deja, mamá. Estoy bien, no es nada —dije en un intento por tranquilizarla.
De sus ojos brotaban lágrimas de dolor. Sabía que todo estaba mal, pero, ¿qué podía hacer? Aquel tipo la tenía amenazada, según él mataría a cualquiera si llegaba a huir con nosotros. Era una mierda. No veía la hora de crecer para poder enfrentarlo.
—Prenderé el coche e iremos al hospital —volvió a decir con voz firme, pero temblorosa.
Le aparté el cabello que tapaba la mitad de su rostro y la ira comenzó a dominar mi cuerpo cuando ví el gran hematoma que cubría su ojo. Eso no lo tenía por la mañana.
Ella sabía que no podíamos ir al hospital en este estado. Su golpe en el rostro, mi herida en la cabeza... llamarían a la policía y a servicios sociales. Nos alejarían de ella por encubrir a un maltratador. Nos mandarían a alguna casa de acogida quien sabe por cuanto tiempo.
Llevé mi mano a su mejilla y acaricié con delicadeza su piel. Ella se merecía algo mejor.
—El otro día me contaste de la abuela Sarah, debes llamarla. No podemos seguir así —mi voz era casi suplicante.
Los abuelos podrían ayudarnos. Si contratábamos a un buen abogado íbamos a poder meter detrás de las rejas a mi padre y ser testigos del maltrato psicológico que mi madre sufrió durante todos estos años. De esa forma no nos alejarían de ella.
Ya estaba cansado de esta mierda. Todos los días eran iguales. No había día que aquella basura no llegara borracho a esta casa y lo destrozara todo a su alrededor.
—No puedo, tu padre...
—Ese no es mi padre, dejó de serlo hace mucho tiempo —murmuré con odio.
Me puse lentamente de pie para que viera que me encontraba bien, solo había sido un tonto golpe.
Mentira.
—¿Ya ves? Estoy bien, mamá. No necesito ir a un médico. Solo fue un raspón —le dije con una leve sonrisa para restarle importancia.
Mi madre no parecía para nada convencida. Volvió a tocar mi cabeza y al ver que ya no había sangre se tranquilizó un poco.
Sabía que estaba en una lucha interna. Estaba mal no llevar a su hijo al hospital después de semejante golpe, pero si lo hacía se lo quitarían, a ambos. ¿Qué debía hacer en un momento así?
Muchas veces intenté persuadirla para que busque ayuda, pero le temía a aquel hombre. Era un hombre muy violento. Y algo me decía que las personas con las que se juntaba también lo eran.
—Este día no debía ser así —se lamentó, colocando un mechón de su cabello tras la oreja. Y al cabo de tres segundos se dio cuenta de algo—. ¡Tu regalo! Ya regreso, hijo.
Se puso de pie y desapareció de la sala sin dar lugar a réplicas.
Sí, hoy es mi cumpleaños. Catorce años ya. Jamás tuve un cumpleaños tranquilo, estoy acostumbrado a que aquel tipo lo arruine todo.
—¿Otra vez él? —preguntó Ryan, mi hermano, que acababa de llegar de la casa de un amigo.
—Sí, otra vez él —dije entre dientes, conteniendo el enojo del cual se alimentaba mi cuerpo cada día.
Mi hermano conocía muy bien a nuestro padre, no le iba a mentir, con once años ya era capaz de entender todo lo que pasaba aquí.
Afortunadamente, él no sufría lo que yo. Siempre estuve para defenderlo. Solo dos veces sufrió el maltrato de aquel hombre, y todo porque yo no estaba ahí. Tenía que asistir al colegio, cosa que dejé de hacer este año. No puedo dejar a mi madre sola con esa escoria. No quiero hacerlo. Temo algún día llegar y que ella... esté muerta.
Lilith, nuestra madre, era una mujer que se desvivía por su familia. De lunes a sábado se la pasaba trabajando. A la mañana cuidaba a una señora mayor de edad, otras veces hacía limpieza en algunas casas de la zona, y por las noches trabajaba como mesera en un restaurante. No pasábamos mucho tiempo con ella, y por eso, con Ryan, intentábamos mantener el orden en la casa, ayudándola con los quehaceres domésticos. Todo para que luego el malnacido de nuestro padre lo echara a perder.
Según mi madre su vida no siempre fue así. Sus padres, mis abuelos, eran gente que estaban bien económicamente, pero ella jamás pudo adaptarse al estilo de vida que querían darle.
A sus dieciocho años conoció a George, el tipo que hace llamarse mi padre, y su vida cambió por completo. Aquel hombre entró en su cabeza y la endulzó con sus mentiras, solo para luego apartarla de todos los que la amaban. Ella dejó a sus padres, a sus amigos, a todos por él.
Y al poco tiempo se embarazó de mí. Solo era una joven de diecinueve años que había cometido un error, y sin embargo, decidió responsabilizarse por sus actos.
Mi madre se dio cuenta de quién era en realidad la persona con la que había armado su familia al poco tiempo de nacer mi hermano Ryan.
Su único "amor verdadero" se había perdido entre botellas de alcohol, olvidando por completo que tenía una familia que esperaba algo bueno de él.
Ni siquiera recuerdo un solo día en el que aquel tipo compartiera un momento conmigo o con mi hermano. Jamás nos llevó al parque, o nos enseñó a andar en bici. Nunca estuvo en ningún acto escolar, ni en nuestro primer día de escuela. Jamás nos dio amor. Solo maltrato psicológico y físico. A mi madre y a mí, principalmente.
He aguantado muchos golpes que le correspondían sin ningún sentido a Ryan, era muy pequeño para vivir lo que yo viví por culpa de ese sujeto. No quería que sufriera. Al menos alguien en esa casa debía ser feliz, o intentarlo al menos.
No se podía vivir así. Nadie debía pasar por esto.
El resto de la tarde transcurrió tranquila. Como todos los años, mi madre se tomó el día libre para mi cumpleaños. Nos sacó a pasear a Ryan a mí al parque de diversiones más cercano. No solemos venir a estos lugares, no contamos con tanto dinero, pero hoy fue la excepción.
Un poco de maquillaje bastó para ocultar la triste realidad de la vida de ella. Sin embargo, mamá sonreía como si todo estuviera bien. Fingía estar feliz por nosotros. Odiaba que fingiera.
Ya era medianoche cuando dejé sobre mi mesita de noche el libro que recibí de regalo por mi cumpleaños. Un libro de fantasía. Donde todo podía suceder. Nada era imposible. En aquellos libros podía escapar de la realidad por un rato. Me gustaba hacerlo. Quería vivir inmerso en aquellas historias por siempre.
—¡¿Qué fueron a dónde?! —el estridente grito de mi padre me puso en alerta de inmediato.
Pude oír el murmullo de la voz de mi madre, pero no escuchaba con claridad lo que decía.
—¡¿Te piensas que puedes gastar el dinero en cualquier idiotez?! —bramó realmente cabreado.
Su voz se escuchaba rara, no me extrañaría que estuviese ebrio.
Me levanté de un salto de la cama y pegué la oreja a la puerta.
—Dylan... —llamó mi hermano con temor desde su cama.
Ambos dormíamos en la misma habitación. Teníamos una cama de dos pisos, él dormía arriba y yo abajo.
—Shh —siseé para que guardara silencio. Quería escuchar lo que sucedía del otro lado de la puerta.
Sentía el corazón en la garganta. Los latidos me retumbaban con fuerza en los oídos. Tenía mucho miedo de lo que ese desgraciado pudiera hacerle a nuestra madre.
—¡Solo quería darle al niño en su cumpleaños un día de paz alejado de ti! — le gritó ella de vuelta—. Ni siquiera lo saludaste, eres peor que la mierda.
Vaya... jamás ella le había contestado de esa forma. Nunca se animó siquiera a alzarle un poco el tono de voz.
Mis piernas temblaron de solo pensar en la reacción de él.
—¡Maldita! ¡¿Quién te crees que eres para hablarme así?!
Seguido de aquella vociferación se oyó un estruendo que me heló hasta los huesos. Abrí la puerta con rapidez y la sangre se agolpó en mis pies cuando vi aquella escena:
Mi madre estaba tirada en el suelo, cubierta por los cristales de un espejo el cual momentos antes colgaba de la pared. El maldito la empujó sin siquiera medir su fuerza.
Ella estaba consciente, aturdida, pero consciente. Pude ver como de su brazo se deslizaba un hilo de sangre.
No...
—¡Hijo de puta! —le grite cabreado mientras salía de mi cuarto y corría hacia donde estaba parado, con su habitual botella en la mano, observando a mi madre.
Me abalancé sobre él y alcancé a darle unos cuantos puñetazos en su horrible rostro. Pero entonces, me alejó de un empujón y aprovechó el momento para propinarme una fuerte patada en el abdomen que me arrojó de espaldas contra el suelo.
Por el rabillo del ojo pude ver como Ryan corría hacia donde estaba nuestra madre y la ayudaba a ponerse de pie.
Váyanse de aquí. Aléjense de esta casa lo más rápido que puedan o no habrá una segunda oportunidad.
—¡Estoy cansado de ti, pequeño pedazo de mierda! —me gritó completamente fuera de sí.
Sus ojos estaban rojos y cristalizados. Su asqueroso aliento desprendía un fuerte olor a alcohol.
El segundo golpe llegó. Mis costillas reclamaron piedad cuando su pie se incrustó en ellas.
Tercer golpe. Mi cabeza sintió la poderosa patada que me dejó la visión nublada por un segundo.
—¡Aprenderás a no desobedecer a tu padre! —espetó iracundo.
Yo me había aovillado en el suelo. No tenía fuerzas para levantarme. Sabía que había algo mal dentro de mi cuerpo, tal vez estaba perdiendo sangre.
Una repentina opresión en el pecho me aturdió todos los sentidos. Solo tardé un par de segundos en recomponerme. Intenté ponerme de pie, pero mi cuerpo se negaba a obedecerme.
—Dylan... —se oyó el débil susurro de mi madre.
Ryan había logrado ponerla de pie. Cargaba el peso de ella sobre su hombro. Mi hermano me miraba con desespero, sus ojos brillaban por las lágrimas que comenzaba a derramar.
Cuarto golpe. Mi mejilla recibió todo el impacto de sus nudillos.
Una poderosa corriente alcanzó de pronto mis extremidades, y un calor intenso vino acompañado de ésta.
No entendía que me sucedía. Sentía que me quemaba por dentro. Parecía que mis órganos se rasgaban cada vez que inhalaba un poco de aire.
Quinto golpe. Sentí el gusto metálico de la sangre en mi boca. Quise vomitar.
¿Por qué debía soportar esto? ¿Qué es lo que hice mal?
Cerré mis ojos justo cuando el sexto y último golpe llegó.
De pronto todo terminó para mí. Para todos.
Las voces se oían distantes. La visión se me tornaba borrosa y oscura de a momentos.
No sabía exactamente cuando tiempo había estado inconsciente.
La casa estaba en llamas, no se podía respirar dentro. Mis pulmones reclamaban oxígeno, pero sabía que aún así no moriría. Yo ya estaba muerto.
Dos personas que no reconocí entraron dentro. Miré a un costado y quise gritar cuando vi un cuerpo calcinándose. Sabía de quien se trataba a pesar del aspecto irreconocible. Solo unos pocos minutos más y no quedaría nada de él. Y quería que eso sucediera. No se dan una idea de cuanto deseaba que el fuego lo consuma completamente.
¿Estaba mal que deseara eso?
Cerré mis ojos otra vez por lo que sentí una eternidad.
De repente, unas manos me levantaron del suelo y me sacaron de allí.
Cuando volví a abrir los ojos, vi el cielo como si lo hiciera por primera vez. Tenía un color azul intenso, su claridad me enceguecía. Los ruidos se oían con un poco más de claridad, a pesar del aturdimiento en el que me encontraba sumergido.
—Estarás bien, hijo —dijo una voz masculina a mi lado.
Era un bombero. Fue él quien me sacó de la casa.
—Debo... volver —susurré a duras penas—. Mi madre... mi hermano.
Me recostaron sobre una camilla. Los sonidos de las sirenas de los coches policías y de las ambulancias me aturdían.
Mis extremidades no querían responder a mis ordenes. Debía sacar a los dos de allí, no podía abandonarlos.
—Estarás bien, lo prometo —volvió a repetir el hombre con gesto de preocupación. Sus ojos estaban tristes, me miraba como si sintiera lástima de mí.
¿Qué estaba pasando? ¿Qué fue lo que ocurrió?
Mi mente se negaba a colaborar, había creado un muro que bloqueaba todos mis recuerdos.
Pensar me agotaba. Ya no tenía fuerzas. Ni siquiera sabía como es que todavía mis párpados estaban levantados. Quería dormir. Lo único que quería hacer ahora era desconectarme de la realidad.
Lo último que recuerdo antes de caer en un sueño profundo era lágrima que caía del ojo del hombre bombero. Sabía que todo había cambiado para mí, pero ahora no quería enfrentarme a eso. No iba a hacerlo.
...
Narra Caitlin:
—No fue tu culpa, Dylan —es lo primero que digo cuando termina de contármelo todo.
Intento contener con todas mis fuerzas las lágrimas que escuecen en mis ojos, pero se me hace casi imposible. Jamás creí que Dylan tuviese que pasar por todo aquello. Sabía que su vida había difícil de niño, pero nunca imaginé que tanto.
Su valentía es innata. Dylan toda su vida ha intentado proteger a los que ama, y eso es algo increíble de su parte.
—Ellos estarían vivos si no fuese porque mi poder... —suelta un suspiro al no poder ser capaz de terminar la frase.
Si no fuese porque su poder se liberó por culpa del violento de su padre.
De pronto su gesto se endurece, adoptando una expresión fría.
—El fuego lo consumió todo. No quedó nada de ellos —continúa al notar mi silencio—. Lo único que me aliviaba en ese momento era saber que aquella mierda que tenía como padre ya estaba en el infierno. Y yo acababa de salir del mismo.
Me estremezco al oírlo hablar así. No puedo siquiera imaginar cuanto odio se le puede tener a una persona. No soy quien para decir esto, pero su padre se lo merecía. Se merecía lo que le sucedió. Personas como él no deberían ni existir. No es Dylan quien tiene la culpa de la muerte de su familia, sino su padre. Aquel es el verdadero el asesino.
—Si tú no cumplías ese día los catorce... —dejo la frase incompleta, incapaz de poder terminarla.
Ya no existiría. Tú jamás lo conocerías.
Iba a pasar toda mi vida buscando a alguien que ya no estaría aquí. Toda mi vida buscando a un amor inexistente.
Me lanzo a sus brazos y lo abrazo con todas mis fuerzas. Necesito hacerlo, y creo que él también lo necesita. Sus brazos me rodean y me mantienen allí junto a él, haciéndome sentir protegida, amada.
Me aparta con delicadeza y me observa a los ojos.
—Encontré el cielo en ti, Caitlin —dice en un susurro.
Mi corazón se pone a latir como loco al oír eso.
Coloca sus dedos bajo mi barbilla y alza mi rostro para que quede a la altura del suyo. Una sensación reconfortante me relaja el cuerpo cuando sus labios se posan sobre los míos. Una de sus manos se desliza hacia la parte baja de mi espalda, dejando por su camino un sutil cosquilleo.
Puedo sentir como poco a poco Dylan aumenta la intensidad del beso, y yo por mi parte correspondo gustosa. Sé por qué lo hace. Me necesita. En estos momentos no quiere a nadie más aquí más que a mí. Sus emociones son un mezcla de sentimientos encontrados. Hablar de su pasado ha desatado una batalla interna la cual él había puesto en pausa para no tener que enfrentar el hecho en aquel momento. Pero ahora ya no está solo, yo puedo ayudarlo a enfrentar ese temor que por tanto tiempo ha mantenido oculto.
Su beso es ardiente, cargado de ansias. Sus labios reclaman los míos como si fuese la última vez que los besará.
Entonces, mis oídos son capaces de escuchar en la lejanía el estridente sonido de mi teléfono dentro el coche de Dylan. Jamás dejo de sorprenderme de mí misma y de lo que soy capaz de hacer.
No quiero atender. Este momento es de Dylan y mío. Nadie debería interrumpirlo.
Ambos hacemos caso omiso al sonido del teléfono, sin dejar de besarnos en ningún momento. Pero un minuto después el móvil vuelve a interrumpir el momento.
—Si es Jill la mataré —musito, apartándome de su boca a regañadientes.
Dylan asiente, dándome la razón con una ligera sonrisa en los labios. A continuación, me sujeta la mano para correr a la par hacia el coche.
—Mamá —contesto la llamada apenas me subo al auto.
Dylan entra un segundo después y pone en marcha el coche.
—¿Dónde estás, hija? —pregunta algo... ¿ansiosa?
¿Qué ocurre?
—De camino a casa —respondo de inmediato—. ¿Qué sucede?
—Es tu... abuela, cielo —dice de pronto. Puedo notar la angustia desde el otro lado de la línea—. Tuvo una descompensación, está internada.
La sangre huye de mi rostro al recibir la noticia. Se siente como un baldazo de agua fría.
Dylan coloca una mano en mi muslo en señal de apoyo. Está oyendo todo, claro.
¿Pero cómo es posible? Se la veía bien hace una semana, la última vez que nos vimos.
—P-pero... ¿como? —pregunto desconcertada—. Debemos ir a verla, ya estoy en...
—Cariño, logré conseguir solo dos boletos de avión que quedaron a último momento. Iremos tu padre y yo, además no puedes ingresar a verla, está en la unidad de cuidados intensivos.
¿Qué? ¡No!
—Pero mamá...
—Hablamos cuando llegues, cielo—sentencia antes de colgar el teléfono.
¡Me acaba de colgar!
No pienso quedarme de brazos cruzados, tengo que estar ahí y apoyarla aunque sea desde la sala de espera.
—No puedo quedarme aquí, yo también debo estar allí. Usaré mis piernas, hasta puedo llegar más rápido que ellos —digo a la par de mis pensamientos.
—¿Y cómo explicarás a los demás tu repentina llegada? —pregunta Dylan intrigado.
—Yo... bueno...
Les dirás que Dylan tiene un Jet privado.
—Caitlin, ella está en cuidados intensivos, ¿por qué no vas a verla cuando mejore? Puedo acompañarte si quieres —propone, frenando el coche en un semáforo en rojo.
Cierro los ojos y echo la cabeza contra el respaldar del asiento. No sé que hacer. Es mi abuela, quiero estar allí. Ella lo haría por mí también.
—Bien —acepto totalmente desconforme con la idea. No es lo que en realidad quiero hacer.
Entro a mi casa luego de que Dylan me dejara justo en frente.
—Frank, lleva las maletas a la entrada, el Uber no debe tardar en venir —escucho la voz de mi madre en la planta superior.
Estoy por subir las escaleras cuando la veo a ella bajar. Sus ojos se encuentran cristalizados y en su rostro se refleja la preocupación.
—Caitlin, ya estás aquí —dice apenas me ve al pie de la escalera—. Que bueno verte. Nuestro vuelo sale en una hora, así que ya tenemos que marcharnos.
—Sin mí... —digo apenada.
Mi madre se acerca a mí y toma mi rostro entre sus manos. Sus ojos azules me recuerdan mucho a los de mi hermano. De cerca puedo notar el color gris azulado de las ojeras bajo sus ojos. No estaría equivocada si llegara a decir que puede ser que haya estado llorando un poco.
—Estaremos comunicadas todo el tiempo, lo prometo. Si quieres puedes decirle a tus amigos que vengan aquí. En la habitación de huéspedes hay una cama grande por si alguno se quiere quedar a dormir.
Ni siquiera termina de decir eso que ya estoy pensando en que Dylan no dormirá allí, claramente.
Miro a mi perro Rey acercarse hacia donde estamos y baja las orejas al darse cuenta que nos marchamos. Bueno, yo no. No se quedará solo.
—Está bien —contesto arrastrando las palabras.
—Tú, niña, ya sabes que debes y no hacer, ¿verdad? —me dice mi padre mientras baja las escaleras con dos maletas en las manos.
Sé muy bien que esa advertencia va por Dylan.
Volteo los ojos y me cruzo de brazos.
—No incendiaré la casa, descuiden —respondo otra cosa a la que tendría que ser en verdad.
Descuida, papá. Procuraré mantener mi control con Dylan. Aunque no puedo controlarlo a él...
El sonido de un coche fuera de la casa da el aviso de que mis padres ya deben partir.
—Bueno, estaremos aquí apenas tu abuela mejore. Te dejé suficiente dinero para que tengas por si precisas y el refrigerador está lleno. No faltes al instituto —dice mi madre eso último en un tono autoritario.
Me besa la mejilla y susurra un "te amo" antes de acercarse a la puerta, lista para marcharse.
—Cuídate, mi amor —se despide mi padre de mí—. Cualquier cosa nos llamas, tendremos los teléfonos encendidos todo el tiempo. Te amamos.
Me da un beso en la coronilla y abre la puerta para que mi madre salga primero.
Sonrío levemente al verlos, incluso cuando la puerta se cierra. Mis padres son como una misma persona, a donde va uno siempre lo sigue el otro. Jamás se separan. Están en las buenas y en las malas. Ese es el tipo de amor que desde pequeña he deseado tener. Un amor fuerte que nunca cambie a pesar del tiempo, de los años.
Me doy la vuelta dispuesta a ir a la cocina por un bocadillo, pero casi me da un infarto al ver a Dylan parado al final de las escaleras, recargado de lado contra la pared.
A veces me sumerjo tanto en mis pensamientos que no noto lo que ocurre a mi alrededor, o no siento la atracción que me une solo a una persona, a aquella que me observa con cariño a unos pocos metros de mí.
—Pareces un fantasma, ya deja de aparecerte así —digo con una leve risita.
Camino hacia la cocina, sintiendo su presencia detrás de mí.
—¿Quieres un bocadillo? —le pregunto mientras abro el refrigerador.
—¿Cómo estás? —cuestiona de pronto, sin contestar lo que le pregunté.
Cierro el refrigerador al no encontrar allí algo que me apetezca ahora. Camino hacia la alacena y tomo una bolsa de malvaviscos que encuentro para mi suerte.
—No lo sé, confundida y sorprendida a la vez.
Me volteo a ver a Dylan que está parado en el umbral de la puerta, observándome atentamente.
Abro la bolsa de dulces y tomo uno para llevarlo directo a mi boca.
—¿Quieres? —le ofrezco acercándome hacia él.
Sus ojos no dejan de verme, puedo notar cierta... ¿compasión? En ellos.
—¿Por qué me miras así? —le pregunto con cierto recelo.
Dylan niega con la cabeza y desvía la mirada.
—Lo lamento, solo me dejé llevar por tus emociones —murmura apenado.
—No lo hagas, no estoy muy estable emocionalmente desde que soy una Raezer —intento bromear, pero no es más que la verdad.
Dylan sonríe levemente y se acerca a darme un beso en la sien.
—¿Habrá pijamada en tu casa hoy? —pregunta un poco más animado, cambiando totalmente el tema.
—Solo serás tú, ¿quieres? —digo casi suplicante—. Por hoy no tengo ganas de estar con nadie más
¿Podrá resistirse a mi cara de cordero degollado? No lo creo.
Dylan sonríe ampliamente y toma un malvavisco de la bolsa, que se lleva inmediatamente a la boca.
—¿Pedimos una pizza? —propone.
Me agrada la idea. Nada mejor como una pizza para subir el ánimo.
La noche transcurre tranquila. La pizza, deliciosa como siempre. Jugamos a los naipes y logro patearle el trasero en las tres rondas.
O puede ser que te haya dejado ganar...
Shh, deja que disfrute mi victoria.
Pasadas las diez de la noche decidimos irnos a dormir a mi cama. Los brazos de Dylan son mi lugar preferido en el mundo. Además huele a jabón. Sí, nos hemos bañado. Aunque no quiero que se preste a malinterpretaciones, cada uno lo ha hecho por su lado.
¿Hubieses preferido que estén los dos en la misma ducha, Caitlin?
No me des ideas, conciencia.
Nos quedamos en silencio por un buen rato. Ninguno quiere romper el pacífico silencio en que se ha sumido la habitación.
En mi cabeza no deja de dar vuelta la imagen de un niño de ojos grises que es victima de la violencia de quien se supone que debería amarlo y protegerlo. Y pensar en ello solo provoca que quiera bajar al infierno y volver a matar a su padre.
—¿Por qué jamás supe la verdad de tu familia? —pregunto en voz baja.
Detesto que me oculten la verdad. Pero también sé que no puedo recriminarle nada. Con todo lo que vivió respeto que haya querido mantener consigo su pasado. Admiro que haya logrado salir adelante después de todo. Yo no creo poseer esa gran valentía.
Dylan ajusta un poco más su brazo en torno a mi y me acerca ligeramente más cerca de su cuerpo.
—No es algo que quiera recordar. Además tenía miedo de lo que llegaras a pensar de mí —responde casi en un susurro.
—¿Qué podría pensar de ti, Dylan? No tuviste la culpa. Y jamás creería lo contrario —digo con determinación.
Puedo sentir su pequeña sonrisa a mis espaldas, contra mi cabello. Mis palabras parecen relajarlo.
—Descansa, mi dulce Caitlin —susurra con cariño, provocando que cierre mis ojos e inicie la cuenta regresiva para sumergirme en un plácido sueño.
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