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|Sentirse vivo|


La situación se asemejaba a caminar sobre la cuerda floja y temer decir alguna pendejada que rompa el equilibrio del denso ambiente. Caín quería guardar silencio, su plan original era dormir y no tenía disposición de cambiarlo por problemas ajenos. La mujer se dio vuelta quitándose el cinturón de seguridad y miró al rubio con una sonrisita traviesa que no fue del agrado de su acompañante.

−Si vas a viajar gratis, cierra la boca y mira al frente.

Ella no parecía escucharlo. Solo cuando le permitieron subirse con ellos hasta la ciudad se mostró agradable, pero empezando el recorrido no dejaba de mirar por el retrovisor a Steve, casi deseando aventarlo por la puerta, sin tener en cuenta quién estaba pagando el viaje. Al muchacho le había parecido casi una locura que el rubio la conociera, aunque no tardó mucho en comprender que ninguno iba a dar detalles de su breve encuentro en la ciudad. Alice se acomodaba el cabello inconscientemente cada dos minutos y treinta y dos segundos según el cálculo del cansado chico. Tenía las puntas maltratadas, un desgastado esmalte celeste en sus uñas, casi no quedaba rastro del característico tono rojo en sus labios y la sonrisa se le perdía por instantes viendo el paisaje oscuro.

−¿Cómo se conocen? −preguntó sin mirar al portador del paraguas− No recuerdo verte en la escuela. No creo que fueran amigos en ese entonces. Aunque...−dudó por un instante, pero se corrigió rápidamente− No. No te ves como los raritos de ese lugar.

Justo cuando Steve se proponía a responder con cara de pocos amigos, Caín le explicó que eran primos lejanos y se quedaba en casa de los hermanos por un tiempo. Eso le servía para recordar la falsa identidad, adaptarse, saber manejar situaciones parecidas que podrían tener lugar en un futuro. Se le ocurrió mencionar su trabajo para cambiar el tema, ya que aún no estaba cómodo hablando de sí mismo y ella no podía quedarse quieta en su asiento, a pesar de que su posición le daba una buena vista de su escote al chofer que no desaprovechaba en admirar de reojo.

−Espera. ¿Pizzería Jojo's? −esta vez miró a Caruso, con una mezcla de sorpresa y burla iluminándole el rostro− ¿Trabaja para Chloe? Y yo pensando que aún te quedaba algo de orgullo, gato callejero.

−Pues deja de pensar tanto en mí. –cambió de asiento para cortar la distancia con ella− ¿Y a quién le dices gato, bitch?

Estaba muy claro que se conocían y no se agradaban.

Se acomodó el abrigo recostándose nuevamente contra la ventana, una pequeña separación con la puerta daba espacio a la entrada del viento que secaba su frente y lo adormecía ayudándolo a ignorar la disputa de los otros pasajeros.

−¿Y cómo va la enana? Esa lesbiana rarita, ¿cómo se llamaba..?

−Maya. −respondió entre dientes − Le va muy bien, mejor que a ti, sin duda.

−Ajá. ¿Y por qué no le pediste empleo a ella? Si mal no recuerdo, la última vez que hablaste de mi hermana, no la bajabas de pendeja.

−Eso era para ti −la corrigió−. Ella es hipócrita.

Caín sintió un brazo recostarse en su hombro, verificando si dormía. Fingió estarlo para que no lo molestaran y pudieran callarse de una vez, teniendo el mínimo de respeto hacia su cansancio. Escuchó la tela del asiento frente suyo rozar con los jeans ajustados de la chica al acomodarse y el cuerpo de Steve acercándose, mientras le pedía a Alice cerrar su ventana porque su "primo" era friolento. La enérgica voz de Alejandra Guzmán contenida por el volumen de la radio hasta hacerla apenas audible era, sin contar la maleza, rocas, ramas, y algunos insectos, lo único que llenaba el vehículo de sonido. Obtuvo un viaje tranquilo, pero sin posibilidad de conciliar el sueño, recordando aquellos días en ese lugar.

Tenía frío, apenas podía moverse sin que su estómago rugiera exigiendo alimento, la sed también hizo acto de presencia hasta que pudo robarle una botella con agua a los cazadores. Si se quedaba hasta ese entonces, el invierno se hubiera convertido en una amenaza mayor que aquellos hombres con rifle.

La temperatura subía ligeramente conforme se acercaban a la ciudad, observó por la ventana olvidándose de poder dormir y su aliento empañaba ligeramente el cristal.

−¿Sabes a qué me recuerda esto, nene? −miró por el retrovisor hacia el rubio que negaba con la cabeza. Tampoco le interesaba enterarse− Al día en que Chloe y yo seguimos al gato después de la escuela y lo vimos entrar a-

−El recorrido terminó, Alicia –la interrumpió, haciendo que el chofer se detuviera donde habían acordado−. Ve por clientes nuevos para que me pagues lo del taxi, ¿quieres?

−Púdrete, gato.

−Yo también te quiero, puta.

Dejaron a Alice muy cerca al parque donde había pasado su primera noche, se despidió levantando el dedo corazón en dirección al pelinegro y con dos besos en las mejillas de Caín.

−Ahora que hueles a jabón, hasta te doy descuento.

Le sonrió coqueta antes de perderse entre las personas que pasaban. El chico gato miraba su móvil extrañado, abriendo ligeramente la ventana contraria a ellos. Antes de bajar, el muchacho tomó las mejillas del rubio y las limpió con sus pulgares haciendo formas circulares en su piel.

−Tenías su labial barato −se excusó mostrando sus dedos con un imperceptible tono rojo en ellos−. No dejes que nadie te bese.

∘◦◦∘

Ven, acaricia mi ego.

Seré tu guardián. Tu sombra. No te dejaré ir, nunca.


Dame más.

Te seguiré sin importar nada. Grita mi nombre, gímelo. Lo necesito.


Te impondré mi voluntad.

Aquellas voces fueron lo único que pudo recordar de los sueños esa noche, tardó mucho más en levantarse con todo el cansancio que le disponía casi no dormir y gastar las pocas energías que tenía en su trabajo. Antes de bajar las escaleras, escuchó que los hermanos conversaban ávidamente en la cocina.

−¿Ya me presentarás al desafortunado? –escrudiñó el menor una vez más, tratando de sacarle la verdad− ¿Crees que no te escuché llegar a las cuatro de la mañana?

Dreany solo sonrió, tomó asiento señalando la azucarera vacía a su hermano para que la llenara. Mientras lo hacía, se acomodaba su bata y levantó su taza ligeramente para aspirar el delicioso aroma de su café. Estaba teniendo una buena mañana.

−¿Fue antes o después de que entraras a la habitación de Caín mientras dormía? –dio una pausa para beber y continuó con voz enternecedora− Hermanito, nunca olvidamos las malas mañas, ¿cierto?

−¿Entonces? –insistió, como si no hubiera escuchado lo anterior

−Ve por nuestro invitado, el desayuno se enfría. Oh, casi lo olvido −alcanzó a detenerlo con una mano sobre su hombro y una expresión satisfecha−. Me gusta esa sonrisa, pero que no te meta en problemas esta vez.

Caín había regresado a su mesita de noche, donde anotó las voces en la libreta antes de que el menor de los Caruso entrara a buscarlo sin tocar la puerta. ¿Qué era exactamente lo que estaba logrando con esas notas? Solo le decían lo que ya sabía. Aquel hombre se lo dejó claro esa noche, lo que hacía no servía, tenía que buscar más. ¿Pero qué? ¿Dónde?

−Gracias por lavar los platos –se colocó sus argollas doradas debajo de los cuatro agujeros en su oreja derecha y otro bajo los tres de la izquierda− Tengo que irme, pero Steve estará libre hoy y dijo que cocinarían, como en los viejos tiempos.

−¿Viejos tiempos?

−Disculpa, no quise recordártelo –tomó su bolso del sofá y apresuró el paso hasta la salida−. Suerte en tu trabajo.

Dreany y Steve se asemejaban en algunos aspectos. Ambos eran calurosos, acostumbrados a dormir con poca ropa. Organizados, activos e independientes. Les gustaba salir tarde, llegando a horas extrañas de manera tan sigilosa que mayormente solo eran capaces de percibirse entre ellos. Aunque su presencia en el vecindario no corría la misma suerte.

Varias veces, en medio de las idas y venidas del trabajo, las vecinas del frente con sus ligeros abrigos ceñidos al cuerpo y las canas teñidas amontonadas en sus cabezas, solían seguirlos con la mirada hasta perderse en el trayecto. Susurraban entre ellas, frunciendo ligeramente las cejas casi inexistentes dibujadas con mal pulso, y llamando a los niños para que regresaran a sus hogares de manera inmediata, sin rechistar. Algunas veces, ni tuvieron que pedirlo. Todos ahí parecían evitar a los Caruso, aun cuando, a percepción suya, los hermanos no mostraban intenciones de que hubiesen eludido socializar.

Cuando terminó, secó sus manos con un trapo floreado, antes de bajar la ropa sucia que se había acumulado los últimos tres días en un costado de su cuarto hacia el pequeño espacio que servía como lavandería. Separó la ropa por colores, como le había enseñado Dreany la primera vez. Le faltaba un bóxer, buscó por su habitación muchas veces sin éxito y lo dio por perdido con cierta extrañeza. El ruido de la lavadora empezando a trabajar lo aturdía, obligándolo a regresar a la sala justo cuando Caruso entraba por la puerta principal tarareando una cancioncilla alegre mientras llevaba las bolsas que traía consigo hasta la cocina. No lo había escuchado salir.

Lo ayudó a guardar lo comprado y se ofreció para cocinar el almuerzo, sin tener idea de lo que iba hacer. A pesar de las negativas, Steve terminó cediendo ante la insistencia y accedió a que pelara dos papas.

−¿Qué le dijiste a Dreany sobre mí? −soltó sin más, pasando el cuchillo afilado por la piel del tubérculo− Soy un extraño en esta casa, pero ella parece creer que nos conocemos.

−Conozco a mi hermana –aclaró, despegando su vista del fuego para ver a su acompañante−. Jamás hubiera dejado que te quedaras más de dos días –echó ambas piezas de pollo en la olla, provocando que el aceite reaccionara al contacto y pequeñas partículas salieran volando como el agua de una pileta mientras se freía−. A menos que crea que eras mi mejor en amigo en secundaria y nos separamos cuando me mudé.

Caín dejó la papa pelada en un recipiente y continuó con la otra luego de lavarla, escuchando el ruido de la olla y una campana de bicicleta proveniente de la calle.

−¿Y por qué me ayudas?

−No me habías hecho tantas preguntas antes. –sonrió, con los ojitos casi brillándole− ¿Esto quiere decir que tienes cierto interés en mí?

−¿De qué hablas? Solo quiero saber por qué tu..¡mierda! –chilló ante el ardor que le producía el corte en su pulgar. El espeso líquido rojizo que brotaba fue aplacado por otros labios mientras lo sujetaba por la muñeca.

−Hey, suéltame –Steve lamió la herida, provocándole una mueca mientras intentaba zafarse de su agarre− Argh, voy a lavarlo.

−Eso hago. ¿Porque desechar tu sangre? −lo miraba como si hubiera dicho algo estúpido y tomó su nuca para acercarlo− Ven. Prueba –liberó su pulgar y lo introdujo en la boca del rubio antes de que este pudiera reaccionar y apartarlo−. Traeré venditas, no te muevas.

Ignorando el mandado, subió las escaleras hasta el baño para enjuagar el corte, aún con el fresco sabor en su boca. El agua se teñía de rojo perdiéndose en la tubería al mezclarse con el líquido incoloro, pero el grifo seguía corriendo y las manos de Caín se movían solas al lavarse agresivamente entre ellas. Tenía sangre en todo el brazo. Podía verlo, era muy claro. Sus temblorosas extremidades estaban manchadas con tinta carmesí impregnada a tal punto que, por más que clavase las uñas en su piel, no desaparecía. Recordó esas manos suaves que lo tocaban, los jazmines, las almendras, su cabello picándole la nariz y esa tarjeta blanca. Diminuta, improvisada. Aumentaba la velocidad de su respiración, la fuerza de sus movimientos, la presión en sus encías y el dolor en sus brazos.

«Límpiate, Caín. Limpia tu pecado. Límpialo.»

Recuperó un recuerdo incompleto atascado en algún rincón, el sentimiento encendió su pecho y la comezón devoraba su cráneo. Sacudió la cabeza con insistencia, solo quería que parara, dejar de sentirlo. Desordenó su cabellera, tiró de ella, veía al espejo y a su rostro distorsionarse con cada segundo que pasaba. ¿Quién era la persona que se reflejaba? Su cuerpo temblaba del susto mientras el reflejo arrugaba su rostro con una sonrisa tétrica y levantaba una de sus manos sangrientas hasta embarrar el cristal que los dividía.

Debes encontrarme. Hazlo y seré tuyo.

Su caja torácica se comprimía. El pequeño cuarto lo asfixiaba, acercándolo a esa figura que no era él. A esa sonrisa que no era la suya. Porque en ese instante algo cambió, ya no tenía miedo, solo ira y desconocía el motivo.

¿De qué se reía ese hijo de puta? ¿Qué le parecía tan gracioso? ¿Su dolor? No podía contenerse en ese punto. Concentró la fuerza que el coraje el brindaba e impactó un golpe certero en el rostro casi irreconocible, rompiendo el espejo en varios pedazos de distintos tamaños y formas.

−¡Basta! –Steve cerró el grifo pisando el suelo mojado y sujetó la cara del rubio buscando su mirada perdida en el lavabo− Mírame. Hey, mírame. No es real, ¿de acuerdo? Lo que estés pensando o lo que crees ver, no existe.

−¿Por qué estás tan seguro? –preguntó apartando sus manos, dejando un poco de sangre en su mejilla derecha

−Estás conmigo –susurró, intentando calmarlo y sosteniendo su mano para cubrir con una vendita el corte de su pulgar−. Eso significa que te mantendré a salvo de todos, hasta de ti mismo.

Caín miró los cortes en sus dedos y nudillos causados por el vidrio, la adrenalina había escondido el dolor en primera instancia y ahora empezaba a dejar atrás sus efectos. La sangre se había esfumado de sus brazos, el reflejo agrio no divisaba burla y aquel ardor en su pecho se mudó a sus manos haciéndolo sentir vivo.

Eso sentía. Vida corriendo por sus venas. Manchando su rostro. Dejando restos en su boca. Una vida que le había sido arrebatada, pero que volvió a él para llevarse al maldito responsable hasta la tumba.

∘◦◦∘


−¿Lo tienes?

Voltea la siguiente hoja del periódico, con el viento abrazando su abrigo de lana. El hombre sobó su nuca sin verlo, seguía fingiendo hablar por teléfono sosteniéndolo con evidente inquietud.

−No pude sacarle copia, pero tengo fotos –retiró el móvil de su oreja−. ¿Estás seguro de lo que hablamos?

−No juego con este tipo de cosas, oficial –su acompañante suspiró con desgano y seleccionó las imágenes antes de mandarlas. Él confirmó la entrega, sonriendo de lado en un gesto de victoria−. Considere cancelada su deuda.

Cerró el periódico mientras saboreaba el momento. Era hora de sacarle la venda de los ojos, siempre fue un crédulo, no había madurado en lo absoluto. Rompió su trato por una razón: la verdad.

Podría costale unas cuantas noches y favores cobrados, pero lo valía.

−Mantenme informado.

Se levantó para seguir su camino, despidiéndose del oficial y asintiendo hacia aquella petición que no planeaba cumplir.




CONTINUARÁ

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