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|Se busca|


Por primera vez, Caín podía vislumbrar las posibilidades que tenía en frente. Su trabajo estaba asegurado; Chloe abrió la pizzería media hora tarde sin dar razones, lo que le permitió llegar a tiempo luego de ir por un cambio de ropa a la casa Caruso. Estuvo pensando en qué excusa usar por presentarse con el rostro herido, pero ella lo había visto golpeado y no hizo preguntas al respecto. Se limitó alcanzarle el botiquín para que se curara, le encargó ayudar a los cocineros, lavar los trastes y botar la basura, así evitaba cualquier comunicación con los clientes que pudieran llevarse una mala imagen del negocio.

Steve se había ofrecido a limpiar sus heridas, pero no hubo tiempo y si se acercaba otro poco habría terminado golpeándolo también. Estaba enojado; odiaba que le hubiera ocultado cosas tan importantes, la sangre le hervía cuando recordaba las palabras de Dominique e incluso llegó a pensar en que debía tomar un camino distinto y no regresar a casa de los Caruso, sin embargo, la estabilidad de su empleo y la necesidad de dinero se lo impedía.

Terminó llevándose el maletín consigo porque estaba seguro de que el pelinegro recordaba la contraseña y era capaz de quemar todo lo que hallara en su interior sin importarle las consecuencias. Meditó encontrar otra manera de obligarlo a obedecer sin incluir el dolor físico que, contrario a sus deseos, terminaba excitándolo. Sabía que aun requería de su presencia, pero se encargaría de que eso no durara más de lo necesario.

Steve lo aguardaba en su habitación; el rubio había sido muy claro cuando le prohibió esperarlo fuera del local como hacía normalmente, amenazándolo con irse ahora que tenía la información suficiente para encontrar a su hermano.

Estaba nervioso desde la mañana, se culpaba de ese aprieto por haberle pedido algo a Haey y seguirlo hasta su auto cuando iba a comprar. Si no fuera por eso, el chico que subía las escaleras no estaría herido, molesto y negándole el placer de ver sus ojos avellana.

Se resignó a contemplarlo cargar el maletín fuertemente cuando pasó por su lado y terminó cerrándole la puerta en la cara sin dejarlo hablar.

Caín no había dejado de pensar en otra cosa durante su jornada y no quería interrupciones; estaba ansioso, así que se sentó en la cama e introdujo la combinación, respirando hondo antes de abrirlo por completo y verter su contenido sobre el colchón.

Cayeron varias hojas, un sobre transparente y una pequeña grabadora con una cinta roja pegada a un lado. Se centró en lo primero que había llamado su atención: una fotografía suya.

Tenía el cabello castaño, ondeado, cayéndole en la frente y alrededores hasta detenerse en su nuca. Los ojos vacíos, mirando directo a la cámara sin rastro de una sonrisa y, apenas perceptible, una pequeña cicatriz a la altura del mentón.

No pudo evitar tocarse el mismo lugar, sintiendo el relieve. Y siguió leyendo aquel cartel que llevaba por título y en letras grandes "Se busca"

«Samuel Richter Kern. Solicitado por la justicia. Acusado del asesinato de su hermano y cómplice de múltiples delitos. A quienes suministren información que permita su captura, se le ofrece como recompensa: $10 000»

Frunció el ceño y negó con la cabeza ligeramente. Era un montaje. Eso debía ser, una broma del mayor para asustarlo, pero no funcionaría. Apartó su vista del anuncio y revisó las hojas que lo acompañaban, indagando en el paradero de su pariente.

En la primera estaba impresa la noticia del hallazgo de un cadáver en descomposición dentro del bosque cerca de Hexensatz. Al principio pensaron que los animales se lo habían comido luego de matarlo, debido a las marcas de colmillos y saliva que encontraron en los huesos, pero después se anunció que el cráneo fue destrozado con una roca pre mortem.

No pudo emitir sonido al continuar leyendo y descubrir que la ropa ensangrentada y la ficha dental correspondían a Saúl Ritcher Kern.

En las siguientes páginas solo encontró testigos que confirmaban haber visto a su hermano de camino al bosque y, poco tiempo después, Samuel había salido del pueblo tras él, con una maleta de mano en medio de la noche.

Pasó de ser el asesino de su hermano al causante de un incendio; junto al testimonio de un policía que le adjudicaba el deceso de su compañero en las siguientes páginas. También era investigado por muertes al azar en el pueblo y desapariciones cuyos cuerpos nunca se encontraron.

Un monstruo como los demás.

Un fantasma.

Alguien que merecía un final peor al que tuvieron sus víctimas.

Las descripciones que le dieron aquellos entrevistados que conocían o habrían tenido contacto con él antes del crimen le resultaron flechas que atravesaban su mente y alma. ¿Por qué? Él no podía ser un monstruo.

Todos estaban equivocados.

Quiso tomarse un momento para entender lo que había leído y pensar en una explicación lógica que no le diera por resultado lo descrito en papel. Las paredes se le fueron encima y sintió que la garganta se le cerraba, llevándose la mano al pecho solo para constatar que su frecuencia cardiaca se había acelerado. La caja torácica le pesaba y respirar se traducía en una odisea.

Volvió la cabeza mirando a sus piernas y su cabello cayó como una cortina alrededor de su rostro húmedo por el sudor. Se arrulló a sí mismo moviéndose de atrás hacia delante, intentando calmarse con una cancioncilla recurrente en su memoria que le transmitía calma en sus noches duras.

Apenas sentía sus extremidades inferiores y la incredulidad se inyectó en su piel intentando contrastar con el miedo emergente que le picaba todo el cuerpo.

Eso no podía ser cierto. Todo era un plan de Dominique para que se alejara de Steve, para lastimarlo por haberlo preferido. Debía ser consecuencia de aquel ego desmesurado y estúpido que cargaba el mayor, sin relación alguna con su vida pasada, simplemente una treta de alguien con una obsesión por culpar a otros de su desdicha amorosa.

Porque Caín no mataría a su hermano, no sería capaz de semejante acto. Quizás lo había pensado cuando el odio lo cegó en la intemperie, cuando su instinto pudo más que su voluntad y conciencia o en el momento en que sus manos se mancharon de carmín para no volver a ser las mismas sin importar cuánto las limpiara.

Sabía que su relación podría no ser la mejor; estaba preparado para encontrarse con un Saúl reacio, terco y lejano, pero no para un esqueleto que descansaba desde hacía ocho años en el cementerio a un lado oeste de Hexensatz.

Estaba preparado para enfrentarse a un asesino que mató a su hermano, no para darse cuenta de que él era uno.

Dejó las hojas a un lado, aquellas que contenían pecados que no se atrevía a pensar en voz alta y con la negativa constante de adjudicárselos. Sacó casi tres decenas de fotos del sobre transparente, se notaba que eran fotografías de las originales, como si alguien las hubiera tomado en secreto con el propósito de enseñarlas. En las primeras aparecía muy normal, en una cafetería, una biblioteca, un centro comercial, pero al pasar de imágenes se dio cuenta de que era un seguimiento y se tornaron escenas nocturnas. En una de ellas, Caín se encontraba con un hombre dentro de un restaurante y sobre el mantel de la mesa se hallaba algo semejante a una carpeta de archivos que no logró distinguir bien por la calidad de la imagen. En la siguiente, el hombre le estrechaba la mano, luego, el entonces castaño, salía del lugar mirando hacia ambos lados y se perdía en alguna esquina. No hubo fotos del rostro de aquel hombre ya que estaba estratégicamente situado tras una columna, impidiendo la visión del lente. Tampoco supo cómo había salido de ahí, pues en la siguiente imagen con vista al local dejó de aparecer.

No entendía nada, no sabía por qué le había tocado vivir algo así y deseaba no haber vuelto. Dominique podía tenía razón y en realidad estaba confundido o, quizás, habría enloquecido luego de haber matado a su hermano.

Ese pensamiento aun le escocía el pecho.

Intentó imaginarse sosteniendo la roca que le causó la muerte, ejecutando los golpes repetitivos, constantes y sin dudas. La manera en que su cabeza se deformó, sus ojos saliendo de sus cuencas, la piel rasgándose para finalmente darle paso a los sesos y colorear la naturaleza del tinto que habitaba su interior.

Sintió náuseas y, como pudo, salió de la habitación tambaleando hacia el baño, se encerró y dobló el cuerpo frente al lavabo, pero tenía el estómago vacío desde la mañana y solo sentía los músculos contrayéndose e intentando expulsar algo. Lo que fuera. Sus ojos enrojecieron por el esfuerzo, dejándolo sin ganas de seguir tratando de quitarse esa sensación de encima.

No seas marica. Compórtate.

Tragó saliva. Aún lo sentía en su cabeza, pero era diferente esta vez. Hubo un eco; como si estuvieran en el mismo cuarto pequeño, a menos de un metro de distancia. Las manos le temblaron cuando subió la vista para encontrarse con aquella estructura amorfa, oscura, cuyo rostro yacía ensangrentado y sonriéndole del otro lado del espejo.

Un escalofrío le recorrió la espina dorsal y sintió los vellos de sus brazos erizarse ante su presencia. Nunca le había parecido tan real. ¿Y si, después de todo, sí estaba volviéndose loco? ¿Y si la culpa lo hacía alucinar? ¿Era cierto todo lo que había dentro de ese maletín?

Deja de pensar estupideces y concéntrate.

No reparó en el insulto, estaba ensimismado en la forma tan anormal en la que articulaba las palabras, de manera que los músculos faciales parecían tan delgados y flexibles que al sonreír su boca abarcaba la mitad del lugar donde deberían estar sus mejillas. Miró correr un hilo de sangre por la comisura de sus labios y cómo se oscurecía la sombra negra que le ocultaba la cabeza casi por completo.

¿En qué se supone que debería concentrarse? No le quedaba nada si era él quien debería ser castigado y no impartir la ejecución. De ser el caso, le hallaría más sentido a su regreso como una condena que lo había destinado a sufrir, convirtiéndolo en un caminante sin rumbo ni retorno.

Me estas hartando.

Lo odiaba. Detestaba a fondo a aquel ser frente a él y deseaba tenerlo en ese plano físico para ahorcarlo hasta descubrir su identidad cuando el alma se le fuera del cuerpo. Se empezaba a convertir en una manía cansina el ocasionarle los dolores de cabeza cuando no obedecía y hacerlo creer que su cien exploraría en cualquier momento. A pesar del temblor en su pecho que se formó a causa de la rabia e impotencia, decidió acallar sus pensamientos autocompasivos y, en cuanto vio que el rastro de esa sonrisa había desaparecido dejando solo la nube negra, estática en su lugar, cayó en cuenta de que se sentía patético.

Pasó un minuto de silencio absoluto entre ambos, un incómodo momento donde la reprimenda no era necesaria cuando el sentimiento de vergüenza era mayor.

Tienes que volver y recuperarlo.

− ¿El qué?

Se atrevió a preguntar y a su mente regresó el pesado recuerdo del relicario y las muchas veces que revolvió esa casa buscándolo. No quería volver, alguien podría reconocerlo y no le apetecía repetir lo sucedido. Sin embargo, morir de un dolor de cabeza no era su expectativa de deceso favorita. Tampoco sabía de qué más era capaz el hombre frente a él y, por el momento, le resultaba un peso menos dejarse guiar por alguien que parecía conocer su verdadero origen.

Asintió y, al percatarse de que no quedaba más que decir, se aclaró la garganta al mismo tiempo que se lavaba las manos.

− ¿Yo lo maté?

No es calavera de tu costal.

−Entonces, ¿quién hizo esto?

Es lo que vine averiguar.

∘◦◦∘


Luego de ducharse tomó el móvil y revisó las conversaciones exportadas en busca de su fuente. Le ordenó a Steve buscar a alguien que desbloqueara el celular y así pudo hurgar más a fondo en la vida del mayor. Sabía que era un prestamista por hobbie aunque se ganara la vida como inversionista; no le iba mal si podía permitirse ciertos lujos y obtener una red de contactos que lo llevaran hasta uno de los pueblos.

Con el dinero que encontró en la billetera de Dominique fue a un café internet cerca de su trabajo y buscó todo lo que pudiera sobre Hexensatz, sin mucho éxito. El condenado pueblo apenas y tenía señal, no daban pase a reporteros y muy pocas páginas serias parecían interesarse por este. Logró hallar un extraño blog en línea; alguien que se hacía llamar «Inti» posteaba semanalmente sin revelar su identidad por lo que denominó "motivos legales". De vez en cuando subía alguna imagen, pero la mayoría eran narraciones de sucesos dentro del lugar.

"Hoy amaneció muerto, como nosotros. Bueno, éste más que otros, jajaja. Encontraron a un viejo tendido a pata suelta en su cama, nadie lo había visto por una semana o dos, pero como aquí no meten las narices donde no les incumbe, cerraron el hocico hasta que empezó apestar. Los polis dicen que fue natural, pero nadie les cree. ¿Será otro de la ola de muertos que les comenté? Son libres de opinar."

Verificó las publicaciones y, en efecto, escribió sobre varias desapariciones sin resolver, con algunos cuerpos que lograron ser hallados en los alrededores dentro de maletas y bolsas. Habían estado investigando cerca de un año, pero no tuvieron pistas que revelar al público. Siguió leyendo hasta toparse con la última publicación hecha hacía ocho años. Revisó la fecha y la comparó con los reportes en su contra, el blog quedó inactivo solo unos meses antes de la muerte de Saúl.

"Leí algunos comentarios preguntando de qué me rio si lo que pasó fue triste. Eso es lo malo de los niños de ciudad, creen que todo lo gracioso proviene de cosas felices y rosas, pues no. A veces está en la desgracia ajena. Y si no les gusta, ¿por qué me leen? Es mi puto blog y me rio de lo que se me dé la gana, parásitos de la Pachamama."

Todo indicaba que se había hartado de las críticas, aunque sus seguidores especulaban que el responsable de las desapariciones lo había ahuyentado, incluso se esparció el rumor de que habían dejado sus restos esparcidos por todo Hexensatz como advertencia para todo aquel que siguiera investigando esos casos.

Hacía una semana habían tocado la puerta y Caín se acercó a las escaleras con curiosidad. En toda su estadía no había escuchado sonar el teléfono de la casa, la presencia de alguna visita ni el llamado de la puerta, con excepción de las ocasiones en que alguno de los Caruso olvidaba la llave, pero ellos se encontraban dentro en esa ocasión. Al bajar, Dreany miraba al exterior con el ceño fruncido.

−Dile que Steve está ocupado –Volteó a verlo y bufó, haciéndole una seña con la cabeza para que se acercara−. Te buscan.

Una mujer que parecía estar en sus treinta, con el cabello recogido en un moño alto, le tendió la mano a modo de saludo.

−Debe ser el joven Samuel, ¿cierto? –susurró, asegurándose que la otra chica no estuviera cerca antes de volver a un tono natural de voz− El señor Vial requiere su dispositivo móvil de inmediato. También quiso expresarle lo siguiente, y cito: «Deberías darme las gracias por la sacudida de ayer; como ya sabrás, solo estaba sacando la basura. Dejaré el tema por ahora; devuélveme el celular y siéntete afortunado de que no te cobro lo que sacaste de mi billetera.»

La mujer se despidió en cuanto obtuvo lo ordenado, no sin antes aceptar el recado que Caín le concedió, puesto que parecía haberle caído en gracia el muchacho.

∘◦◦∘

−Dormirás conmigo.

Llegada la noche junto al cansancio después de un día de trabajo, Caín lo atrajo a su habitación alcanzándole una libreta con varias hojas arrancadas.

» Escribirás todo lo que diga, no importa si tiene sentido o no. Sin preguntas, solo hazlo, ¿entendido?

La orden lo deleitó como un chorro de miel, su voz era tan dulce y sombría que no le apetecía escuchar más allá de lo que su frecuencia alcanzara.

Steve se acomodó en la cama con la libreta entre las manos; intentaba calmar a su pecho que insistía en ser tan ruidoso que no lo dejaba escuchar las respiraciones del rubio a plenitud.

Sintió que entraba en las garras de Morfeo alrededor de las dos de la madrugada, mantuvo el silencio para no interrumpirlo y se procuró algunos mordiscos en la lengua para no rendirse al cansancio. Últimamente le costaba mantenerse concentrado en las clases; rondaba a su mente todo lo relacionado a su compañero de alcoba. Apenas podía evitar suspirar cuando rememoraba aquella sonrisa fugaz que le brindó en el apartamento de Haey. Cielos, esa sonrisa. Luego recordó aquella mano posándose en su cabeza frente a la mirada de Martín; por un lado, el toque suave le adormecía el alma, por otro, los celos lo carcomían. No quería volver a verlo cerca de Caín, confiaba en que este último hubiera conseguido toda la información posible y no tuviera necesidad de llamar a su puerta de nuevo.

Pasó las yemas de sus dedos por encima del papel, que el chico le confiara una tarea tan importante era una clara señal de lo que sentía, era mutuo. Una confianza plena.

En cuanto sintió un pequeño relieve la curiosidad hincó sus manos, no pudo soportarlo y tomó el lápiz para cubrir la hoja con carbón. Con ayuda de la linterna de su móvil terminó de leer las palabras que escritas en la última parte que había sido arrancada y ahora relucían entre las sobras como líneas blancas, hasta darse cuenta de que era una lista. Era confuso porque no hallaba semejanza o algún hilo de conexión entre ellas. ¿Ambulancia? ¿Toallas?

No tenía sentido, pero su letra era muy bonita. Guardaría esa hoja como un recuerdo más.

− Lo hiciste...tú...Schatten...

Steve empezó a escribir, pero sus palabras se volvieron inaudibles y confusas, seguidas de la agitación cuando respiraba y los tonos roncos que le supieron a gemidos ahogados, bajo los cuales, sus dedos se contrajeron cada cierto lapso de tiempo de manera involuntaria sobre las sábanas.

Conocía las reglas, no podía tocarlo hasta que fuera necesario o él se lo pidiera, pero eso no le impedía desear ayudarlo de alguna manera a salir de ese dolor en el que parecía inmerso.

−Solo...quiero irme.

Caín soltó un gruñido antes de ponerse de lado recargando su cabeza sobre una mano y volvió a quedarse en silencio. Caruso tragaba saliva, lo tenía tan cerca que le era imposible escribir el resto. Dejó la libreta bajo su almohada y apagó el móvil antes de acomodarse frente a él.

Su rostro era precioso; no había rastro del labio roto y terminó por fascinarle lo rápido que sanaba, definitivamente tenía consigo la presencia de una criatura divina. Amaría contar cada pestaña, cada centímetro de su piel, pero tenía que conformarse con admirarlo bajo la tenue luz que se escurría entre las cortinas y la misma que era tan escasa en comparación a la penumbra del cuarto.

Sin embargo, no pudo reprimir la dureza que se formó dentro de sus shorts grises realzando algunas de las figuras de Mickey Mouse que tenía impresas. Escucharlo de esa forma había logrado excitarlo; introdujo una de sus manos para calmar sus ansias y terminar con eso antes de que despertara. Se fijó en la hora que marcaba su móvil y calculó que le quedaban alrededor de setenta minutos antes de que se cumpliera el máximo de cuatro horas y media que solía durar el descanso de su compañero.

Le molestaba verlo tan abatido en las mañanas, no era sano que conservara ese horario y esas solo eran las ocasionales noches de suerte.

Se dejó llevar por sus recuerdos; el cabello recién cortado cuyos restos guardó en su habitación, el olor del bóxer extraviado que lo acompañaba cada noche, el sabor de su sangre, el roce de su mano desordenando su cabello como antes, su expresión cuando lo reconoció aquella noche en su jardín.

Ya no tenía que contentarse con recuerdos que había repasado cientos, miles de veces, ahora tenía material fresco, el autor de todas esas fantasías vivía, dormía bajo su mismo techo y compartían la misma cama.

Su mente se llenaba de suspiros cortos y quedos, controlados para no interrumpir el descanso del hombre a su lado; apenas iba a mitad de camino cuando sintió una mano enredarse en su nuca y acercarlo tanto a su boca que los labios apenas se rozaban.

−Ve abajo. Ahora.

No se había dado cuenta de que la respiración de su acompañante también denotaba urgencia. Este volvió a su posición original y, por un momento, Steve lo sintió impaciente, así que dejó de atenderse para centrarse en él; haría lo que fuera por su ángel. Quitó las sábanas para llegar hasta su miembro y acarició su dureza por encima con incredulidad mientras sonreía. ¿Le estaba demandando atención? Si tan solo supiera que no debía molestarse por ello, ya la tenía toda. Todo él le pertenecía desde que lo conoció.

Le bajó el pijama solo un poco; su cuerpo era pesado y el joven no ayudaba mucho ya que apenas había levantado las caderas volviendo rápidamente a su relajo. Decidió comenzar con esa destreza que había cultivado con la esperanza de poder mostrársela algún día, de tener la oportunidad. Lo tomó con la izquierda y empezó masturbarlo luego de escupirle dos veces. Lo escuchó aspirar hondo y se lo metió a la boca sin poder contenerse, tenía que disfrutar del sabor y los sonidos que iban escapando de él conforme pasaban los minutos. Necesitaba oírlo darle ánimos, quería saber si estaba haciéndolo bien, si le provocaba más; conocía que su actuar solo podía ser permitido por él y deseaba escucharlo darle luz verde para tocar el resto de su agitado cuerpo. Estaba seguro que el rubio podía sentir la temperatura cálida de su interior, el pre semen mezclado con su saliva enjuagando su sexo y los movimientos constantes que lo acercaban al clímax.

Quería volverlo loco, antojarlo hasta que le pesaran todos esos años de ausencia que estuvo esperándolo, añorando su presencia, pero también aspiraba a satisfacerlo cuanto antes porque sabía que él odiaba que lo hicieran esperar y conocía a la perfección la crueldad de su enojo. Cuando sintió que se ahogaba lo sacó de su boca, solo para envolverlo con la izquierda nuevamente y brindarle lamidas profundas desde la base hasta la punta. No tardó mucho en notar lo poco que faltaba para que acabara.

Se tentó a coger el teléfono para capturar aquel sueño materializado, pero la oscuridad no le permitía divisar bien dónde lo había dejado y se rindió ante la satisfacción que estaba a punto de brindarle.

−Ma..Martín..

Steve detuvo su mano ante la voz quebrada que inundó sus oídos y no se atrevió alzar la mirada.

» Maldición...Martín, muévete de una vez.

Sus manos empujaron su cabeza agarrándolo por el cabello y lo obligaron a engullirlo casi por completo hasta tocarle la campanilla causándole una arcada. Continuó con la repetición por un rato y luego se apresuró en masturbarlo al sentirlo cerca. Golpeó levemente su rostro con el miembro, lo pasó por sus mejillas y labios y dejó que el glande tocara su lengua una vez más antes de que se viniese en ella.

El gemido de complacencia que soltó su ángel hizo explotar su interior, el temblor en su vientre valió cada segundo y el suspiro de alivio que nació de su boca lo reconfortó. Lo había hecho bien, no necesitaba palabras para saberlo y estaba seguro de que tampoco las obtendría. Se maldijo por no haber alcanzado el móvil y usado la linterna para contemplar el impecable orgasmo que aquel ser perfecto le había permitido darle. Tragó con brío los restos y volvió a su lado para corroborar su teoría con un atisbo de decepción.

Caín seguía dormido.

∘◦◦∘

La mujer llegó cargando una pila de papeles que dejó sobre el escritorio de su jefe quien se despedía del intermitente antes de cortar la llamada; era hora de irse.

−Salúdame a la niña, Betty. ¿Cuántos tiene ya? ¿Ocho?

−Nueve, señor Vial. Los cumplió en abril. ¿Cómo sigue? Sabe que agradezco los días libres, pero creo usted los necesita más que yo.

Había transcurrido menos de dos semanas desde que su jefe se accidentó y no quiso hacerle más preguntas, pero aún con el ojo morado y su dificultad para caminar se la pasaba más tiempo en la oficina que ella misma. El doctor la había llamado para confirmar su reposo de una semana como mínimo y él se había ausentado tan solo un par de días.

−Viviré, ¿es lo que importa, cierto? No quiero quedarme tirado en cama; ¡moriría de aburrimiento! Y ese sería el peor de los destinos.

−El joven Samuel le dejó una nota cuando fui por lo que ordenó la semana pasada; no se lo había mencionado porque pensé que no se sentía bien.

−Y hablando de destinos...Déjala en la basura, tengo que hacer unas llamadas.

Ella asintió y dejó la nota sobre su escritorio antes de retirarse. Quiso evitarle tener que sacar el pequeño papel de la basura cuando la curiosidad le ganara; conocía a su jefe y estaba segura de que no le gustaría lo que estaba a punto de leer.

«Por al menos dos semanas seré yo lo primero que venga a tu mente cada vez que te mires al espejo. Ese será tu regalo, viejo rabo verde.»

CONTINUARÁ




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