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|Bienvenido|


El aliento se escapaba de su boca, las marcas en su cuello contrastaban contra la palidez que apenas mostró cuando el joven de mirada fría se abalanzó sobre él y lo aprisionó contra la mugrienta pared. Había intentado ponerle condiciones a cambio de decirle lo que sabía, intentando acercarse más a su rostro, pero Caín estaba cegado, algo dentro de él lo guiaba en sus acciones y solo quería escuchar respuestas.

−No te estoy preguntando, niño –susurró entre dientes, ladeando la cabeza− Es una orden. Dímelo.

La presión se intensificó, podía sentir los latidos del corazón y la mandíbula caer sobre el dorso de su mano. Le quitaba paulativamente el oxígeno, pero Steve parecía disfrutarlo.

−No pares, sigue. Sigue –suplicó, sus mejillas se sonrosaron mientras jadeaba−. Esto me trae tantos recuerdos...

Bajó la intensidad de su agarre, asegurándose que pudiera respirar lo suficiente para modular sus palabras y evitar que perdiera el conocimiento. Pero Steve se negaba hablar. Parecía inmerso en su propio mundo, viéndolo sin perder detalle, encantado de ese salvajismo que le proporcionaba a su cuerpo y el temblor en sus piernas no parecía provenir del miedo. Mostrándole una sonrisa amplia que solo lograba sacarlo más de sus casillas, se dejó guiar por sus manos, quienes intentado forzarlo, solo lograban dejar marcas en su piel.

−¿Quién lo hizo? –preguntó, liberando el cuello del chico para tomarlo por los hombros y sacudirlo− ¡¿Quién me hizo esto?!

−Si lo supiera, ya estaría muerto –tosió levemente, recuperando la respiración y la sonrisa que le adornaba el rostro desapareció. Intentó tocarlo en forma de consuelo, pero Caín arrugó el entrecejo a modo de advertencia−. Aunque...sé dónde puede estar.

Pareció arrepentirse en el momento que terminó la frase.

Los corderos van al matadero.

Caín insistió, pero el chico volvió a guardar silencio. No respondía al maltrato físico, parecía excitarle la idea de ser asfixiado, sin mostrar miedo a la muerte y no cabía otra idea en la mente del rubio más allá de eso.

"...también veo miedo de por medio" recordó las palabras del hombre como si fueran alguna especie de acertijo, retrocediendo unos pasos sobre el vidrio roto.

− ¿A qué le temes? ¿Por qué te callas como un maldito cobarde?

La espalda de Steve se deslizó hasta terminar en el suelo, abrazando sus rodillas y rascando su nuca, siguió dudando hasta apenas resignarse.

−Si vas, te asesinarán −espetó, convencido−. Ya te lo dije, no puedo perderte otra vez. Hazme lo que quieras, pégame, ahórcame, trátame como un perro...,lo que sea, pero no te lo diré.

−Entonces, me voy −respiró profundo, emulando estar calmado y caminando hasta la salida−. Si no vas ayudarme, solo estorbas.

Su rostro se iluminó ante la idea de regresar a casa.

−Sí, vamos, seguro Drea ya preparó la cena y-

−No estás entendiendo −lo interrumpió con el semblante ensombrecido−. No iré a ninguna parte contigo hasta que me digas dónde encuentro al bastardo. Me iré lejos y nunca volverás a verme. Estaré en peligro allá afuera, ¿eso quieres? –el pelinegro negó asustado. Caín pudo divisar cómo la simple imagen corrompía su mente y una sonrisa nació esta vez de su boca− Entonces dilo.

−Déjame mostrarte –susurró cabizbajo, intentando ponerse de pie− Haré una llamada e iremos en tu descanso. Solo prométeme que no iras a ningún lado sin mí.

Se veía tan asustado, como un ciervo frente a las fauces del león, reconociendo el destino que le esperaba. Entendiendo que no podía controlar a una bestia que apenas disfrutaba el goce de su libertad.

∘◦◦∘

Se acomodó el abrigo por tercera vez, apoyando la cabeza en el asiento junto a Caruso, cabeceando medio dormido. La pesadilla que lo había despertado esa madrugada no evitó que el dejo de emoción que se incrustó en su cuerpo aquella noche perdiera vigencia. Salieron muy temprano, justo cuando el sol tomaba fuerzas y las vecinas chismosas aún no mostraban señales de vida a través de las cortinas, con sus ojos pequeños y escurridizos, siempre atentos.

Una de ellas se acercó al rubio el día anterior cuando salía a sacar la basura, inventando que su hijo había perdido su pelota favorita mientras jugaba cerca de la casa y preguntando si el muchacho era tan amable de ayudarla a buscar. Caín era consciente del engaño, pero decidió seguirle el juego y ver qué tramaba. Era bajita, de caderas anchas como paréntesis, dedos regordetes y labios finos listos para hablar cuando sintiera alguna señal. Recorrieron una cuadra en silencio absoluto, buscando la dichosa e inexistente pelota, hasta que ella no aguantó más y empezó a preguntar acerca de su relación con los Caruso.

−No soy una metiche, joven, pero siento que debo decírselo. No es seguro vivir con ese par –advirtió ella, disminuyendo la velocidad de sus pisadas−. ¿Nunca se preguntó dónde están sus padres?

−Deja de mirarme –espetó, viéndolo con un ojo cerrado. Sentía su mirada clavada en él desde que partieron, eso era lo único que hacía, no respondía preguntas, se limitaba a observar.

Estaba enojado. No solo con el chico que lo acompañaba, también consigo mismo. Desde un principio, el guía hacia sus repuestas estuvo cerca, durmiendo bajo el mismo techo, mirándolo en la oscuridad de la noche frente a su cama, vigilándolo desde la acera mientras trabajaba e intentando pasar desapercibido con cada roce "accidental" que tuviera lugar. Supo todo aquello mucho antes de saber el por qué. En su defensa, nunca se imaginó que un tipo cualquiera pudiera ofrecerle algo más que trivialidades en su búsqueda por la verdad. Planeaba irse de su casa en cuanto consiguiera un lugar para quedarse, pero ahora las cosas habían cambiado.

Para bien o para mal, debía mantenerlo cerca.

Divisaron a un grupo de jóvenes pidiendo aventón en medio del camino, las chicas se veían un tanto ansiosas, metiendo sus manos en las poleras y con las faldas manchadas de rojo. Los muchachos a su lado tenían las mangas remangadas sosteniendo una mochila, un skate y el bate lleno de clavos que intentaba ocultar uno de ellos. Todos sonriendo hacía los ocupantes del auto, con las miradas oscuras, casi vacías y siguiéndolos hasta dónde la niebla se los permitió.

−Si uno de esos condenados chamacos me daña el auto, tu pagarás las reparaciones. Ya lo sabes, Steve.

Él asintió.

−Falta mucho, podemos regresar cuando quieras.

De nuevo esa insistencia por huir. No lograba entender por qué no solo le daba la dirección y algo de dinero para el taxi. Aún con su ferviente negativa en ir, no aceptaba que Caín acudiera aquel lugar sin su presencia.

−Quiero un nombre. –demandó, girando su torso y subiendo una de sus piernas al asiento que los separaba− Te seguí hasta aquí y acepté que callaras, pero me estoy congelando y no sé a dónde me llevas, dame el maldito nombre, ahora.

Caruso dejó salir el aire de sus pulmones pesadamente, cerrando los ojos para hundirse en su lugar. Se veía tan cansado, las ojeras que apenas se percibían la primera vez que lo vio adquirieron color. Era una imagen irreal tenerlo cerca, los labios rosados moviéndose sin decir nada, el cabello abundante cayéndole sobre esos ojos que lo miraban con una mezcla extraña de miedo y lujuria. Siguiendo el camino de su viaje a Macerie Circus, la temperatura descendía conforme avanzaban y el gordo conductor mantenía bajo el volumen de Pedro Suárez Vértiz y su guitarra, almacenados en el viejo reproductor.

−No saldrá nada bueno de acercarse a los pueblos, por algo están aquí, en medio de la nada −intentaba explicarle en vano−. No hay razón para entrar en la boca del lobo. Entiende, por favor.

−Mi razón está bebiendo cerveza en ese lugar como si yo nunca hubiera existido –refutó entre dientes−. No voy a descansar hasta tener al bastardo pidiéndome clemencia y es mi última palabra.

Llegaron en poco más de una hora. No hubo más conversaciones entre ambos a excepción de Steve intentando ofrecerle algo de comer y beber, recibiendo negativas. El viento golpeó su cara en cuanto descendió del vehículo, pisando la tierra húmeda y, manteniendo sus manos en el bolsillo del abrigo, dio un par de pasos hasta el letrero en forma de lápida ubicado frente a ellos y una silueta familiar apareció entre la niebla como un fantasma.

−Con que tú eres el famoso Caín –dibujó una sonrisa en esos labios enrojecidos que contrarrestaban su pálida piel, acercándose lo suficiente para tocar su hombro en un gesto amistoso que realmente escondía una amenaza silenciosa− Steven hablaba mucho de ti, creí que nunca vendrían a visitarnos.

−Steve. –lo corrigió, haciendo una seña al conductor para asegurarse que los esperara− Será rápido, Mike, tenemos que regresar antes que anochezca.

−No seas aguafiestas, bro. El día recién comienza –dio media vuelta indicándoles que lo siguieran y su voz cambió al tono de un locutor de radio presentando su programa−. Bienvenidos a Hexensatz, corderos descarriados. Espero que sobrevivan al recorrido...

El chico estaba calmado, moviendo sus manos mientras daba indicaciones e ignorando por completo lo que pasó en el baño. Steve se mostró extrañamente serio, alcanzó a darle una pulsera blanca con una especie de código a un lado que sacó de su mochila y caminó en silencio mirando la calles.

Hexensatz no se asemejaba en nada a la ciudad.

Lo primero que notó fueron los pocos habitantes circulando juntos a esa hora. Llegó a contar seis personas, pocos se voltearon a mirarlos sin curiosidad evidente mientras los que restaron solo omitieron su presencia. Las voces y sonidos exteriores eran audibles y tolerables a su gusto por el silencio necesario. No tenía una imagen clara del pueblo, pero aquellos datos hacían parecer que las premoniciones que su cabeza fabricaba estaban destinadas hacerse realidad.

− No pierdan sus pulseras de identificación o todos nos meteremos en problemas. ¿Ya saben dónde quieren ir primero?

Caín no lo había pensado, ¿dónde podría pasar el rato un asesino? Algún callejón, un hospital mental, una casa abandonada...

−La preparatoria –mencionó, acomodando su mochila sin mirar al guía y adelantándose− Vamos por el atajo, no quiero pasar por el bar a esta hora.

Se metieron en el camino angosto que se ofrecía entre casas continuas como una ratonera, hasta llegar a un parque con árboles chatos y venosos, de gruesos troncos y hojas caías de triste apariencia. Pasaron al lado de una capilla pequeña, rodeada de tierra, donde el Caín llegó a distinguir una figura a través de la ventana.

−No son muy creyentes por aquí, ¿cierto? –objetó, al ver el estado en que se encontraba la infraestructura y las pintadas obscenas en ella.

−La religión está mal vista. A las brujas no les agradaría proteger a hijos cuyos padres las condenaron a muerte.

No entendía muy bien a lo que se refería, pero empezaba acostumbrarse a ello, solo asentía a cualquier información adicional.

−¿Y por qué hay un cura en la capilla?

−¿Qué? –paró en seco y miró su reloj con asombro− Otra vez no, padre Wendsay...Sigan ustedes, voy por el comisario.

Mike se fue alejando ante la duda que se manifestaba en la mente del rubio, luego de ver al hombre vestido de negro sumergiendo el rostro de la mujer en una enorme tina.

−Pensé que iríamos por el otro camino.

El chico señaló la dirección contraria. Luego de que su amigo los dejara, Steve regresó los pasos hasta el otro extremo de la calle con la única premisa de enseñarle algo.

Parecían personas aburridas en pleno silencio mañanero, no había perros ni gatos a la vista, tampoco niños. Aun así, se sentía observado, pero esta vez no se trataba del muchacho que caminaba frente a él sin prestarle atención.

−Están muertos –Su voz se le antojaba asustada del solo emitir sonido−. Fueron esos dos. La policía les siguió el rastro y por eso vinieron aquí, lejos de ese pueblo maldito lleno de sus semejantes. Debe salir de esa casa, joven, antes que le hagan daño.

Lo miró una última vez, intentando recordar algún indicio sobre quién era y dónde lo había conocido, pero fue inútil.

«¿Qué otros secretos me escondes, niño?»

Caruso se detiene mientras mira la casa frente a ellos, quemada casi por la mitad.

El fuego. Aquel ardor que sintió esa noche en el rostro observándola consumirse, un brillo en sus ojos ocultos bajo la capucha antes de alejarse intentando no mirar atrás y recordando la imagen una y otra vez.

Tal como le aconsejó el hombre, había regresado.

−Bienvenido a casa.

CONTINUARÁ

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