|Arrepentido de volver|
Sucio.
Oscuro. Solo un poco más silencioso que el exterior, pero al menos la ausencia de personas −exceptuando al joven sentado sobre uno de los lavabos− lo consolaba.
No sabía manejar un ambiente como ese, aunque no terminaba de desagradarle. Sentía una especie de curiosidad, una inclinación por ver el mundillo de colores neón, aerosoles y sustancias de extraña procedencia desde su zona de confort. Había olvidado acceder a la invitación de Maya, por lo que verse metido en un centro comercial que se caía a pedazos, con un montón de jóvenes haciendo ruido y sus mentes fuera de ese espacio-tiempo, no era exactamente la manera de pasar su fin de semana como lo tenía planeado.
Esa noche tuvo una pista. Una verdadera, algo que le devolvió la esperanza.
Se levantó sin contestar a su pregunta, en dirección al interruptor. Sus manos aún tenían rastros de tierra bajo las uñas, debía llegar rápido a casa para bañarse. No le gustaba ensuciarse si no se divertía.
− ¿Lo mataste? −insistió la vocecilla chillona y cambiante tras él− No le diré a nadie, lo prometo. –sus dedos pegajosos se enredaron en el suéter que traía puesto, halando de este como un muñeco desgastado− Me hubiera gustado ver, es todo.
−Regla número uno –le recordó de mala gana, arrodillándose para buscar en una de las cajas amontonadas en el lugar, sin mirar en su dirección−. Solo le di al cuerpo de Schatten un lugar para descansar —sacó una navaja, miró sus años en el mango y en su poco filo, chasqueando la lengua para terminar regresándola−. No es un espectáculo que merezca ser visto.
Alguien tocó dos veces la puerta, dibujando una mueca de fastidio en sus labios que no pudo reprimir. Estaba cerca, debía irse por las sombras para no levantar sospechas. Siguió buscando hasta hallar el objeto y dudó por un segundo en lo que estaba a punto de hacer. Pero ya no le importaba.
−No es para ti, solo guárdalo –lanzó a sus pies una pequeña llave, cerrando las cajas con desgano y prisa− Olvida lo demás, quiero esto devuelta cuando regrese ¿entendido?
−Yo...quiero ir contigo −susurró su acompañante dando un paso al frente, pero desistiendo de la idea al ver su expresión.
−Cuatro. Y sabes que no me gusta repetir.
−Entendido, Caín.
El grifo se quejó por segunda vez cuando lo cerró. El agua fría lo sacó del recuerdo a la par que desordenaba sus cejas y se columpiaba en forma de gotas entre sus pestañas. Tomó una bocanada de aire antes de secarse las manos en su camisa. No había rastro de los cortes en ellas, tampoco cicatrices o marca alguna que indicara lo sucedido esa noche.
−¿Quieres?−le ofreció el muchacho aún sentado en los lavabos con un cigarro de marihuana entre los dedos pálidos− Pareces tenso, bro.
−No, estoy bien.
−¿Cuántas veces escuché esa mentira? −el rubio no llegó a entender de qué hablaba− Malditos mentirosos −le dio otra calada para luego botar el humo por la nariz tosiendo sutilmente mientras sonreía triste−. ¿Sabes qué es lo peor, Ken? Si se entera que vine, estoy frito.
−¿Hiciste algo malo?
−¿Te hago una lista? −su sarcasmo fue secundado por una carcajada forzosa− Se nota que eres niño de ciudad. Ahí te ves.
El chico acomodó su gorra antes de salir y Caín volvió adentrarse en los detalles de su mente. Schatten, un tipo muerto, era una pista confiable. Sentía que debería significar algo, sin embargo, eso se había perdido entre otros recuerdos junto con el sentimiento que en algún instante de su vida debió experimentar. Aquel cadáver ya estaría descompuesto, procesado por lombrices y alimentando el suelo para cumplir el ciclo. En las noches, cuando el insomnio lo manejaba a su antojo, maquinaba toda clase de posibilidades en las que su cuerpo inerte pudo haberse enfrascado. No estaba seguro si lo habían sepultado, quizás había sido comida para perros o el festín de los cuervos que observaron sigilosos cada paso que dio en su estadía a la intemperie.
El reflejo del muchacho que salió hace unos momentos se hizo presente y le tapó la boca antes de encerrarse con él en uno de los cubículos.
−Si haces ruido, te mueres.
No hubo explicación más allá de la sensación ocasionada por un objeto apuntándole el costado que lo conminó a subir entre empujones al inodoro. El chico de la gorra se apoyó en la tapa del mugroso tanque para evitar caerse mientras Caín intentaba mantener los pies fuera de la vista bajo la puerta. Escuchó unos pasos aproximarse antes del chirrido característico del metal y dos pares de calzados con prisa de esconderse.
El quejido del grifo ahogó un susurro, sus hombros se tensaron cuando las manos pálidas se posaron sobre él e intentó apartarlas recibiendo a cambio un apretón de su parte. Empezaba a cansarlo tener que aguantar ese comportamiento, estaba dispuesto a golpear su cuerpo contra las baldosas quebradas hasta que divisó un objeto bajo su cuello portado por su acompañante. La navaja en su yugular lo incomodaba, pero sucumbió a guardar silencio ante la amenaza.
−...así conseguí los videos. −alcanzó a escuchar, la voz connotaba vergüenza− Te juro que no los vi yo, pero tenía que enterarme tarde o temprano de que me está viendo la cara de estúpida. Es que... ¡argh! −se quejó, llenando toda la habitación de ruido y obligando a la curiosidad del rubio adelantar su mirada por la rendija de la puerta− Es una maldita, ¿cómo me hizo esto a mí? ¡A mí! Mierda.
Las piernas de Caín se empezaron a debilitar, pero hizo un esfuerzo para mantenerlas en el aire, apretando el abdomen mientras escuchaba la respiración del muchacho sobre su cabeza.
−Dices que no te cae bien Haey, ¿pero le pediste un favor? −el chico gato ordenó su cabello con el agua de sus manos, mirando a su molesta amiga de reojo− Oh, vamos, Hulkie. No puedes ponerte así solo por una chica.
−Qué irónico que lo digas −sorbió por la nariz, limpiándose una lágrima con el mismo enojo que profesaba el tono de sus palabras− Si es tan fácil, entonces olvida a tu novio muerto y cógete a ese rubio con nombre de cristiano que trajiste.
Quizás Caín no era el único a quien la huesuda le quitó una parte de él.
−Is not the same −la corrigió, poniéndose atrás de ella para masajear sus hombros intentando calmarla−. Eres dueña de todo esto. Mira tu rostro, Maya, mira ese culo −le propinó un pequeño golpe en la falda que la hizo reír− Quien tenga tus muslos de aretes será muy afortunada.
−Habla la voz de la experiencia. −atinó a decir, notablemente más tranquila− Pero, ¿igual te lo quieres coger, cierto?
−Puerca –empujó sin fuerza su cabeza luego de sacudir su melena verde−. Tengo que decirle algo, ¿hay un lugar más apartado donde podamos hablar?
−El segundo piso está vacío, le diré a seguridad que los dejen pasar −su móvil vibró en sus manos y pudo distinguir cómo el nombre en la llamada ensombreció en su rostro−. Es ella, luego me cuentas que tal estuvo su "charla".
−¿Por qué le hablas como si nada? –se extrañó, abriéndole la puerta
Pero ella no respondió, limitándose a sonreír antes de contestar su teléfono.
∘◦◦∘
El olor del cigarrillo se había impregnado en su ropa, provocando que Maya se acercara a su cuello invadiendo la existencia de su espacio personal que parecía desconocer, preguntando si se metía algo más "fuerte" y, de ser así, mantuviera a su mejor amigo lejos de esas porquerías.
Steve había estado tomando alrededor de media botella de wiski desde que lo encontró, pero al acabarse fue a buscar más bebidas que el rubio no planeaba consumir y los dejó sentados en muros que rodeaban las escaleras eléctricas.
−Nunca le había pedido un favor a Haey −cambió el tema prontamente, ignorando las explicaciones acerca del olor a hierba− El muy perro intentó que cayera varias veces, sin éxito. Hasta ahora.
−¿Y eso es malo?
Ella lo miró con la misma indignación que le causaría enterarse que regalan tragos en su establecimiento. Escondió ambas manos en el bolsillo con la mirada perdida en el licor derramado a sus pies minutos antes. Si se hubiera sentado unos centímetros más atrás, no llegaría al piso.
−Es amo y señor de tu alma hasta que canceles tu deuda. –declaró, mirándolo quisquillosa con el cabello verde sobre sus ojos, sin apartarlo− ¿Qué estarías dispuesto hacer por conseguir lo que quieres?
Te encontraré, no importa qué.
−¿De qué hablan?
Maya se acomodó la falda y cruzó sus piernas cubiertas de mallas antes de repetirle la pregunta a su amigo. Este dejó los vasos al lado del muchacho, mirándolo por unos instantes que no pasaron desapercibidos por los presentes.
−Lo que sea −reprimió una sonrisa, rozando de forma sutil su meñique con la mano de Caín−. Lo necesario para que esté feliz y a salvo.
El teléfono de Maya empezó a vibrar en el instante que planeaba escarbar más a fondo en la respuesta del chico gato. Al colgar, miró a su amigo negando con la cabeza mientras tomaba otro sorbo de su vaso. Unas manos se posaron sobre la cintura de Maya, haciéndola dar un respingo y provocando que escupiera un poco de su bebida.
−Te encontré, pequeñita −la muchacha le dio varios besos en la cabeza, sentándose detrás suyo para que pudiera apoyarse en su pecho− Pensé que estarían en la fiesta, ¿qué hacen aquí?
−Caín no es muy fan del ruido y este −dijo señalando a Steve− no lo iba a dejar.
−Entonces ¿los preferiste antes que a mí? −pasó sus dedos por los brazos de Hulkie, quien rodó los ojos apenas la escuchó− Te dije que iba a estar cerca del DJ...
−Tenemos que irnos –interrumpió el pelinegro tomando la mano del chico por la clara incomodidad que le causaba la presencia de Samira− ¿Les avisaste?
Su amiga asintió. Caín solo caminó a su lado por las escaleras sin cuestionar el lugar de destino y seguridad los dejaron acceder al segundo piso. Durante el recorrido, miraba los barandales pensando en lo que sucedería si alguno de los dos llegara a caer desde esa altura. ¿Morir de esa manera sería algo doloroso? ¿Le habrá dolido mucho su asesinato? Incluso si lo fue, esa cuestión tomaba un segundo plano comparada con hallar al autor del crimen.
Llegaron hasta las dos hileras de tiendas vacías. Los muros estaban muy desgastados, la pintura se caía a pedazos y el grafiti que cubría las paredes era lo único que indicaba presencia humana en su interior junto con las envolturas y algunas mantas hediondas tiradas en el suelo. No habían limpiado ese espacio tanto como el lugar que utilizaban para la fiesta y las personas que llegaron antes a saquear lo que pudieron no habían ayudado.
Steve se acomodó en una esquina, moviendo las manos de forma inquieta, rascando sus jeans. Parecía tratar de calmarse a sí mismo sin mucho éxito. La paciencia del rubio iba descendiendo conforme pasaban los segundos, sin tener razón alguna para estar en ese lugar o aquello que "debía decirle" como le mencionó a Maya en el baño.
−¿Te comió la lengua el gato? −cuestionó, cortante
El chico cayó en cuenta del largo tiempo que estuvo en silencio y empezó hablar lentamente, un poco nervioso. "Tengo algo que decirte.." "Pero no sé cómo hacerlo.." "Quizás suene loco, pero.." Cada suspenso innecesario impregnado en sus oraciones lo arrastraban a perder la calma, sin entender el motivo para tantas vueltas a un asunto desconocido.
−Solo promete que no te irás −finalizó con aquella petición que lo tomó por sorpresa, impulsándolo acercarse un paso hasta el pelinegro debido a la curiosidad−. Deja que te explique, no puedo perderte...otra vez.
No puedes perder lo que nunca tuviste.
Aquellas palabras resonaron en su cabeza, como la canción de cuna que solía escuchar de niño y la suave mano de una mujer sobre su cabello cantando y susurrándole al oído:
"Duerme ahora, mientras no conozcas el mal."
−¿Otra vez? −dudó, oscureciendo el tono de su voz
−Por fin te encontré –Las palabras que escuchó en medio de sus pesadillas, todas esas noches cuando hasta la respiración se le hacía pesada−. En el bar, creí que eras otra ilusión, pero no. Eras tú.
La sangre de sus venas se heló, impidiendo que pensara con claridad. Los ojos de Steve se veían tan brillantes en medio de esa oscuridad, recorriendo sus facciones ante la expectativa de una respuesta, una muestra de agradecimiento que no recibiría.
−Me conoces. −el corazón empezó a golpear su pecho con mucha fuerza, lo sentía rugir en su cabeza y sus manos se contrajeron en forma de puño produciendo el blanqueamiento de sus nudillos.
−Mejor que tú mismo −se adelantó a decir, con una sonrisilla triunfal− Deseé tanto tiempo este momento, solo para verte.
−¿Y por qué debería creerte? −bufó, tratando de convencerse de lo irreal que sonaba esa situación, pero tenía mucho sentido. El hecho de mentir por él, los favores, no haberle preguntado más sobre su pasado, dejar que un extraño viviera bajo su techo. A menos que no fuera un extraño− Ya sabes que no recuerdo nada. Pruébalo.
Steve se acercó, pisando el rastro de vidrio roto entre ambos y, dirigiéndose hacia su oído, pronunció aquello que encendería una chispa en la mente del amnésico joven.
−No te arrepientes de volver a la vida, ¿o sí, mi amor?
CONTINUARÁ
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