4. Pecado imperdonable
♥ Capítulo 4 ♥
Pecado imperdonable
La mano del chico agarrando mi brazo, la oscuridad permanente que llena la habitación, el miedo infinito que invade por completo mi cuerpo. Nada puede ser peor.
Deseo con todas mis fuerzas escapar de esta situación, necesito hacerlo, pero por más que quiero no puedo.
—¿Quién eres? —escucho que dice en un susurro, sobresaltándome demasiado—. ¿Christine, eres tú?
Agacho la cabeza, tratando de esconderme, sintiendo un miedo infinito que me enloquece. Aunque la habitación está bastante oscura, él podría verme, y entonces todo estaría perdido sin posibilidad de recomponerse.
De repente, siento que su agarre se debilita, dejando por completo mi mano en libertad.
Suspiro con gran alivio, queriendo escapar antes de que me reconozca... pero una luz tan potente como el mismo sol me hace detenerme.
Comienzo a temblar con más intensidad. La habitación está completamente iluminada, todo se ve a la perfección, nada puede salvarme de esta situación. Me encuentro de espaldas a la cama donde se encuentra el chico, el cual no dice palabra, esperando algún milagro que me haga desaparecer por arte de magia.
Él no dice nada, yo quiero escapar pero no me atrevo. ¿Qué sería lo correcto?
—Tú no eres Christine —me dice de repente—. ¿Quién eres?
—Y-Yo... —comienzo a tartamudear, a temblar sin control al sentir que el chico se ha levantado de la cama y que ahora toca mi hombro.
—¿Tú...? —pregunta el chico, esperando una respuesta a la vez que comienza a darme la vuelta él mismo para verme.
—¡N-No, déjame! —grito completamente asustada, bajando la cabeza al notar que ambos estamos frente a frente—. ¡Y-Yo debo irme, yo no...!
Cierro los ojos al percibir sus dos manos que me agarran, impregnándome de una profunda angustia que hace latir mi corazón con fuerza. Ya ni siquiera puedo decir una palabra, me encuentro por completo inmovilizada y nada me da fuerzas para nada.
—¿Quién eres? —escucho que me pregunta con mucha más suavidad, aún sujetándome con sus manos—. Tranquila, no te haré nada. Solo quiero saber tu identidad.
Abro los ojos lentamente, aún demasiado asustada, quedándome absorta al ver su rostro frente al mío. Luego, de forma inconsciente, comienzo a observarlo. Sus ojos son marrones, grandes y muy profundos, de una tonalidad tan intensa como el café. Sus cabellos, por el contrario, son rubios como el mismo oro, algo despeinados por el sueño pero igualmente hermosos. Es un humano maravilloso.
—¿Eres amiga de Christine? —me pregunta, sacándome de mi abstracción—. Nunca te había visto por aquí.
—B-Bueno, yo...
—Eres muy bonita —asegura con una sonrisa, alzando una de sus manos hasta mi cabello—. Pareces un ángel.
Palidezco ante esas palabras, deshaciéndome de su roce con horror.
—¿Q-Qué dices? Y-Yo no soy un ángel, no lo soy, no...
El chico hace una mueca de extrañeza, comenzando a reír después.
—Ya lo sé, tranquila —dice con una sonrisa—. Es solamente un piropo, para hacerte saber lo hermosa que eres.
Suspiro con alivio ante esas palabras, sintiendo que el alma me regresa al cuerpo. Ese chico no puede saber mi verdadera procedencia, no debe saber que efectivamente soy un ángel. La superiora lo dejó muy claro antes de mandarme al mundo de los humanos: Nadie, excepto la chica que iba a ser mi protegida, podía saber que soy una criatura de los cielos. O de lo contrario las consecuencias serían tan nefastas como el mismo infierno...
—¿Cómo te llamas? —me pregunta, observándome con una profundidad que me llena de nervios.
—¿Y-Yo?
—Sí, claro —asiente con la cabeza—. ¿Quién más?
—M-Me llamo... —comienzo a decir con apenas voz—. M-Me llamo... An... An...
—Angeline —escucho que dice una voz familiar, una que se está acercando hasta nosotros y que nos observa con extrañeza.
Me quedo paralizada al verla. Christine ha entrado al cuarto, nos está viendo; se ha dado cuenta de que el plan ahora es imperfecto.
—¿Es tu amiga? —pregunta el chico, mirando a Chris—. Nunca me habías hablado de ella.
—Sí, es una antigua compañera del colegio —asegura ella—. Sus padres están de vacaciones, y a ella no le gusta la idea de quedarse sola. Por eso le he propuesto que pase unos días aquí, con nosotros. ¿No te molesta, verdad?
El chico me mira con curiosidad, desviando la mirada de inmediato hacia Chris.
—No, claro que no me molesta —contesta con una agraciada sonrisa, volviendo a clavar su mirada en la mía—. Puedes quedarte con nosotros todo el tiempo que desees, Angeline. Bienvenida a casa.
—G-Gracias —contesto con timidez—. P-Prometo no causar ningún problema.
El chico asiente con la cabeza, sin dejar de sonreír, provocando que los nervios que sentí desde el primer instante vuelvan a resurgir.
***
Observo a Christine apenada, triste, avergonzada por no haber cumplido correctamente con mi pedido. Ella me ha asegurado que no pasa nada, que ya habrá otra ocasión para culminar con el plan, que de alguna forma la podré ayudar. Sin embargo, yo no puedo dejar de sentirme mal.
—Vamos, Angeline, no te preocupes —me dice ella con relativa calma—. ¿Brad no se ha dado cuenta de tu beso, verdad?
Abro mucho los ojos, quedándome pensativa por unos instantes.
—¿Se llama Brad? —pregunto en un susurro, logrando que ella asienta en modo de confirmación.
—Así es —contesta—. ¿Verdad que es un chico hermoso?
Trago saliva, desviando la mirada de la suya mientras comienzo a morder mi labio inferior.
—Tranquila, amiga —me dice con una sonrisa—. No me pondré celosa aunque aceptes que ese chico es un bombón. Eres un ángel, no una humana. ¿Acaso podría sentirte como un peligro a mi alrededor?
Trato de sonreír ante su comentario, aunque en realidad no tengo ningunas ganas de hacerlo. No entiendo por qué, pero después de ese primer encuentro con el chico, me siento triste, melancólica, sin ánimos de nada.
Y lo peor es que creo saber la razón...
***
La noche ha llegado, y consigo la tranquilidad absoluta que impone el silencio.
Chris está durmiendo en su cuarto, al parecer siempre se acuesta temprano y el día de hoy no va a ser ninguna excepción. Antes de darme las buenas noches, me ha contado un poco más de su vida. Me ha asegurado que acude todos los días a la asociación, que adora la naturaleza, y que los animales son su devoción. Además, me ha enseñado unos extraordinarios bocetos, los cuales ha elaborado ella misma con sus manos, y que son el resultado de su gran afición al dibujo. Sin duda, es una chica con mucho trabajo.
Suspiro, mirando todo a mi alrededor. Me encuentro sobre el sofá de la sala, el cual se ha determinado como mi cama, tratando de conciliar un sueño que el día de hoy parece ser imposible.
Recuerdo el chico, el beso que plasmé sobre sus labios, y su mirada tan profunda que hizo temblar hasta el último hueso de mis manos.
—Angeline.
Me reincorporo de golpe al escuchar esa voz. Todo está oscuro, mucho más que anteriormente en la habitación, y no puedo ver absolutamente nada.
Sin embargo, esa voz sí puedo recordarla...
Un hormigueo recorre mi cuerpo al notar un contacto de piel que roza mis manos, al percibir una textura tan suave como las alfombras de seda que están sobre el suelo. Comienzo a temblar. Ni siquiera puedo ver una sombra, ni la silueta de esa persona, y aunque sé a la perfección de quién se trata, eso me pone aún más nerviosa.
—¿Q-Qué...? —trato de preguntar con un hilo de voz, deslizándome por los cojines del sofá para tratar de escapar.
—Tranquila... —me dice esa misma voz en un susurro, agarrándome suavemente de las manos—. Solo vengo a devolverte el beso que me robaste...
Trago saliva, quedándome inmovilizada. Él se había dado cuenta de ese beso... Creí que no, pero estaba enterado por completo.
—N-No, yo... —comienzo a tartamudear, sin saber qué decir—. Y-Yo...
Pero no puedo decir nada. No cuando siento sus manos que sujetan mi nuca, que acarician mis cabellos con ternura, y que el sentir de sus labios sobre los míos comienza a fundirme en unos sentimientos que nunca antes he vivido.
Y lo peor es que ahora lo comprendo todo, que efectivamente sé la razón por la que minutos antes me sentía deprimida, que entiendo la causa de mi tristeza ante el primer encuentro con Brad.
Ese humano me gusta, sus labios son una perdición para mí, estar entre sus brazos es una maravilla sin fin.
Pero es un pecado imperdonable que no me puedo permitir...
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