Prólogo
El viaje en tren fue algo largo, pero no por eso aburrido. Aunque "divertido" tampoco parecía la palabra adecuada para describirlo...
No era angustiante ni emocionante tampoco, debía ser una mezcla entre ambas...
Lo que era claro es que Roier era un manojo de nervios.
Jugaba con sus manos y miraba por la ventanilla todo el tiempo, observando curioso la gente que subía y bajaba en cada estación. Fue como a la mitad del trayecto que se dio cuenta de cómo conforme se alejaba de la ciudad, la cantidad de gente en su vagón iba disminuyendo hasta quedar prácticamente solo.
La grabación en el altavoz indicando su parada, y la última de la línea, lo puso alerta, de pronto el tiempo pasó volando. Se levantó de un salto, maldiciendo por lo bajo al sentir sus piernas cosquillear tras varias horas de estar sentado, y tan solo un par de minutos después ya estaba fuera del tren.
Sacó del bolsillo de su sudadera una pequeña tarjeta y jugó con ella entre sus dedos unos segundos, casi como reuniendo fuerzas antes de llevarla frente a sus ojos. Solo dos sencillas palabras destacaban de un lado, escritas en bella y dorada letra cursiva con relieve sobre profundo negro: "Café Karmaland".
Suspiró con melancolía antes de darle media vuelta y con su mano libre teclear la dirección en su celular, iniciando las indicaciones de navegación para finalmente ponerse en marcha.
¿Cuánto había pasado desde la última vez que estuvo aquí? ¿15 años? A pesar del tiempo y los muchos cambios en su vida, el pueblo se veía exactamente igual que cuando era un niño, casi como si el tiempo se hubiera detenido aquí.
Fue cuestión de minutos de caminata bajo el sol para que Roier comenzara a arrepentirse de sus decisiones. Retiró por enésima vez los castaños mechones rebeldes que escapaban del agarre de su bandana antes de que se pegaran a su frente por el sudor, había escuchado que en esta época del año haría calor, pero no creía que fuera para tanto. En algún punto tuvo que detenerse y despojarse de su sudadera roja, la cual ahora colgaba amarrada en su cintura.
La miraba moverse de un lado a otro con sus pasos. Su madre insistió en que la dejara en casa, pero ¿cómo podría hacerlo?
Fue un regalo de su abuelo cuando aún era un adolescente, lamentablemente calculó mal su talla la cual era demasiado grande para él; decidió guardarla para después, pero para cuando fue lo suficientemente alto para usarla ya había quedado olvidada en el fondo de su guardarropa.
Al menos hoy quería usarla.
"A continuación, gire a la izquierda, su lugar de destino estará a la derecha"
La vocecita proveniente del celular sacó a Roier de sus pensamientos quien parpadeó confundido un par de veces antes de detenerse, ni siquiera había estado poniendo atención a las direcciones, sus pasos lo guiaron automáticamente hasta su destino. Algo en su subconsciente aun recordaba el camino.
Durante el viaje se preguntaba qué tipo de sentimiento le evocaría volver a ver este lugar, se sorprendió gratamente al sentir únicamente felicidad.
—"Café Karmaland" —murmuró con una sonrisa, alternando la vista entre el mapa del celular y el pequeño establecimiento ahora frente a él.
Miró a ambos lados antes de sacar una antigua llave de su bolsillo, abrió apresuradamente y cerró tras de sí.
El más sutil aroma a café, impregnado en los muebles y paredes, llenó sus sentidos como un golpe cargado de nostalgia.
A decir verdad, no sabía que esperaba encontrar una vez estuviera dentro, pero ver el lugar limpio y ordenado no era lo que había imaginado. Era casi como si el tiempo no hubiera pasado allí.
La barra principal, que antes parecía inalcanzable, ahora se veía pequeña a su lado. Las grandes cafeteras industriales, que de niño le atemorizaban por los fuertes ruidos y vapores, ahora eran bastante comunes para él. ¿Y el lugar siempre fue así de pequeño? Roier sonrió divertido, casi podía verse a sí mismo con seis años corriendo alrededor de todo el lugar, ocultándose bajo las mesas y trepando sillas jugando a ser un superhéroe.
Ver el Café Karmaland tal y cómo lo recordaba llenó su pecho de calidez. Aunque pensándolo bien no tenía razón para sorprenderse; su abuelo Vegetta siempre fue un maniaco del orden. Conociéndolo, muy seguramente estuvo ocupado manteniendo el local en excelentes condiciones... hasta el último día.
—Volví, abuelo... —susurró con melancolía.
En las afueras de la gran ciudad, a menos de diez minutos de la estación de trenes, en un pequeño y pintoresco pueblo, estaba el acogedor Café Karmaland.
Roier vivía a tan solo unos minutos a pie, por lo que solía pasar gran parte del tiempo en el café con su abuelo. Sin embargo, cuando cumplió seis años, se mudó junto con sus padres a la gran ciudad.
De niño, en su inocencia, Roier creía que el Café Karmaland sería propiedad de Vegetta para siempre ¿Quién diría que ahora, después de haber fallecido, se lo dejaría a él?
Era un buen negocio, llevado por Vegetta durante varias décadas, aunque siempre lo hacía parecer fácil. Aun recordaba su figura tras la gran barra, siempre amable y sonriente, no había que ser un genio para entender que para él Karmaland era mucho más que solo un café. Era un hogar.
Roier sintió un tinte de ansiedad ante el pensamiento ¿Podría realmente manejar el café solo y cuidar y honrar Karmaland tanto como lo hizo él?
Con 22 años y recién graduado de una carrera que nunca le interesó, Roier no tenía claro aún qué quería hacer con su vida. Aunque ser el nuevo dueño, único empleado y barista de una cafetería alejada de la gran ciudad tampoco era lo que tenía en mente.
—Tendría que aprender a hacer café primero —pensó con ligera vergüenza.
Planteando sus opciones, su mirada vagó entre los muebles y estanterías antiguas, hasta que una cortina negra en la esquina bajo las escaleras llamó su atención.
¿Siempre estuvo ahí? Honestamente no lo recordaba. Antes de darse cuenta ya estaba justo frente a ella, corriendo la tela hacia un lado, y se encontró con una puerta que decía en grandes letras doradas: "Solo personal autorizado"
El pequeño Roier de seis años se hubiera intimidado con eso y se hubiera alejado, pero el Roier de 22 años, heredero y próximo dueño del café, debía conocer todos los cuartos de su nuevo establecimiento, ¿verdad?
Giro el picaporte, abrió y entró decidido.
Dentro encontró una sala, y en el centro, lo que la misteriosa puerta resguardaba era...
...
Otra puerta.
Roier tuvo que tallarse los ojos para asegurarse que veía bien, volteó a ambos lados esperando encontrar algo más, pero no había nada, ni muebles, ni ventanas, ni nada.
Solo una puerta grande y majestuosa en medio de la habitación.
—¿En serio? —resopló, arqueando una ceja— ¿Una puerta para otra puerta y ya?
Cerrando tras suyo, y adentrándose en la habitación, se hizo paso al centro, rodeando la sala por completo. Confirmó sus sospechas al ver que la extraña puerta no estaba anclada a ninguna pared ni mucho menos conectaba con otra sección del café.
Una vez volvió a estar frente a ella, la examinó con detenimiento.
—Quizás el abuelo la compró para ponerla luego en la entrada —dijo para sí mismo, extrañado—, aunque se ve demasiado ostentosa, no es muy su estilo...
Era una preciosa puerta doble, solo un poco más grande del promedio, con bonitos detalles de flores tallados en la madera. Los acabados en color dorado casi como... espera... no podía ser oro, ¿o sí? Y en lugar de un sencillo picaporte, tenía dos grandes y elegantes manillas.
Y a pesar de saber que no encontraría nada del otro lado, Roier se vio de pronto tentado a abrirla.
Dio un paso al frente y jaló de la manilla, frunciendo el ceño al ver que no se abría por más fuerza que pusiera.
"Increíble" pensó mirando hacia arriba "¿En serio, abuelo? ¿Era necesario cerrarla con llave?"
Estuvo por volver a sacar la carta con las indicaciones que le había dejado Vegetta, para ver si dejó algo dicho sobre una llave extra, cuando, por el rabillo del ojo, notó por primera vez el pequeño pero elegante letrero colgando de la puerta con la palabra "Cerrado" escrita en letra cursiva.
Resopló divertido. Incluso estando muerto su abuelo seguía haciéndole bromas...
—Y bueno —giró los ojos y dijo con sarcasmo—, habrá que abrirla primero ¿no?
Sabiendo que no haría ninguna diferencia, pero queriendo honrar la memoria de Vegetta, Roier movió sus manos hacia el letrero, girándolo para cambiarlo a "Abierto".
No debió pasar nada con esa simple acción, pero, muy por el contrario, ocurrió todo. Y demasiado rápido.
Un clic. Una campanilla. Una luz. La puerta abriéndose.
Y un chico caminando desde el otro lado, fuera de ella y hacía el interior del café.
Roier no supo de dónde encontró el valor suficiente para no salir corriendo, pero sí que retrocedió hasta chocar su espalda contra la pared más cercana en la pequeña habitación.
Solo entonces el intruso pareció notar su presencia. Se giró a mirarlo con unos ojos amatista que parecían de otro mundo. Roier los hubiera admirado más si no fuera porque lo miraban amenazadoramente, arqueando una ceja hacía él.
"Tranquilo, no puede ser real", pensó tratando de calmarse "Ni modo que saliera de ahí como si nada, pendejo. Solo es un producto de tu imaginación"
Pero entonces, casi como si hubiera leído sus pensamientos, "el producto de su imaginación", habló.
—¿Quién sos?
Roier lanzó un grito nada varonil al mismo tiempo que se quitaba un zapato para arrojárselo justo a la cara. Su grito se intensificó cuando el extraño gruñó en respuesta, frotando su cara justo donde le había dado el golpe y pateando el zapato hasta el otro lado de la habitación.
Era real.
Y peor aún, ahora estaba molesto.
—¡Eso debería preguntarte yo! —exclamó mientras tomaba su zapato restante y se ponía en guardia— ¡¿Quién chingados eres tú?! ¡¿De dónde vergas saliste?! —lo apuntó amenazadoramente— ¡Y ni te atrevas a dar un paso más o no respondo!
El extraño sonrió de lado, ignorando por completo su pregunta con un bufido.
—¿Y qué me vas a hacer? ¿Matarme con eso? Quiero verte intentarlo.
La mente de Roier era un remolino. Inhaló y exhaló un par de veces para relajarse y tratar de ordenar los hechos.
Veamos, su abuelo le dejó en su testamento las escrituras de Karmaland, junto con la llave y una carta.
Tras varias semanas de duelo y después de mucho pensarlo, finalmente decidió venir hasta aquí y ver el lugar.
Encontró esta misteriosa puerta en una habitación que nunca antes había visto.
Y un extraño chico salió de ella, un chico que ahora lo observaba con curiosidad y hostilidad.
Al menos el tipo no parecía dispuesto a atacarlo por ahora. Bajando un poco su arma (zapato), se tomó un momento para observarlo detenidamente.
A pesar de ser más corpulento y ligeramente más alto que él, Roier sabía que no podía ser mucho mayor, quizás hasta tenían la misma edad.
De ropa iba bastante normal, tomando en cuenta que salió de la nada. Playera de manga corta turquesa con cuadros blancos y negros en las mangas, pantalones negros y grandes botas del mismo color. Tragó saliva, tratando de ignorar el hecho de que sus brazos estaban cubiertos con cicatrices.
Subió lentamente su mirada hasta su rostro. Su piel era blanca, con rasgos tan bien definidos que parecían esculpidos. Penetrantes ojos púrpuras enmarcados en largas y oscuras pestañas, cabello ondulado y negro como la noche, dos bonitas orejas de oso...
...
...
¿Espera, qué?
—Calma Roier... —murmuró para sí mismo en un hilo de voz—, solo estás alterado, obviamente esas orejas no son de verdad...
—Obvio son de verdad —respondió el extraño, claramente ofendido— ¿Qué dirías vos si de pronto alguien te dice que tu cara de pelotudo no es de verdad?
La primera reacción de Roier debió ser miedo. ¿Cómo era posible que lo hubiera escuchado tan claramente si apenas emitió sonido?
Pero su mente solo repetía la palabra "pelotudo" una y otra vez...
—¡¿A quién vergas le dices pelotudo?! ¡Ven y dímelo a la cara, cabrón! —respondió inflando las mejillas, desafiante.
Y Roier hubiera mantenido su postura, porque oye, ¿y el insulto de a gratis? Pero entonces su mirada viajó hasta las manos del intruso y se dio cuenta de que, si sus orejas eran reales, esas uñas largas y negras como garras también podrían serlo...
Estuvo por disculparse cuando lo escuchó resoplar con evidente diversión en su voz.
—Tenés agallas para hablarme así —habló sin mirarlo, mientras de su bolsillo sacaba un par de gafas de sol y las colocaba sobre sus ojos— Bien ahí, capo.
Una pequeña vocecita dentro de su cabeza lo felicitó: ¿De pelotudo a capo en segundos? Oye, nada mal...
—Da igual —antes de que Roier pudiera volver a hablar, escuchó al contrario continuar—, si estas acá supongo que es porque Vegetta confía en vos, ¿dónde está?
La mención del nombre relajó evidentemente al castaño, aunque también lo llenó de más preguntas.
—¿Conoces a mi abuelo? —parpadeó sorprendido y algo aliviado, tal vez no era tan peligroso.
Roier pudo ver ambas cejas del extraño alzarse en sorpresa por detrás de sus gafas, y el más ligero y adorable movimiento de sus orejas, dónde pudo ver varios piercings, ante su respuesta.
—¿Vos sos el nieto de Vegetta? —se llevó la mano al mentón, pensando un poco antes de continuar— Sos Roier, ¿no? ¿Roier De Luque?
—Si... —finalmente Roier suspiró, sintiendo el peso abandonar sus hombros, Vegetta era reservado con su vida privada, pero si llegó a contarle a este sujeto sobre él eso quería decir que no solo lo conocía, sino que confiaba en él.
—Pero no has respondido mi pregunta ¿De dónde chingados saliste? —aun cauteloso, pero bastante más calmado, Roier apuntó de nuevo a la puerta en el centro de la habitación— A-ahí no había nada, tampoco podías estar escondido atrás, yo miré antes de abrir.
El extraño gruño en fastidio, dándole a Roier una vista perfecta de un par de afilados colmillos y una clara invitación a no volver a hacerlo enojar...
—Que quilombo explicarte, igual no se si vas a creerme, por tu reacción supongo que el viejo nunca te lo contó.
Por "el viejo" suponía se refería a su abuelo, Roier no pudo evitar preguntarse qué clase de relación tuvieron cómo para que se sintiera con la familiaridad de llamarle así.
Una ligera brisa acompañada del sonido de una campanilla proveniente de la puerta lo sobresaltó, aunque el intruso solamente miró sobre su hombro para nada impresionado.
—Pará, igual Juan te lo explica mejor.
—¿Quié--
No tuvo tiempo de preguntar quién demonios era el tal Juan cuando sintió como la habitación comenzaba a temblar, ¿un terremoto? No, venía de la puerta.
Intentó acercarse más, pero fue bruscamente jalado del brazo por el extraño, alejándolo de la puerta y prácticamente arrojándolo hasta que su espalda chocó con la pared tras suyo.
—¡¿Q-qué haces?!
—Evitar que te caigan encima, boludo —resopló aburrido.
Para cuando Roier acordó, la puerta se abrió de par en par y de ella salieron tres sujetos.
—¡Vaya! -gritó el primero— ¡Hasta que abres, Vegetta!
Su vestimenta era bastante extraña... una gran capa roja, traje azul, un gigantesco y brillante medallón verde una bandana roja y lentes redondos.
—¡Sabiogetta! —le siguió una voz casi llorando —¡Ha pasado tanto tiempo! ¡¿Por qué no abrías el café?!
Tenía un traje celeste, una capa con capucha morada y una máscara de calavera cubría la mitad superior de su rostro.
—¡Que tristeza! —intervino una tercera voz— Todavía que sabes cómo nos gusta venir, en serio...
El último era bastante alto, en un traje amarillo y con capa blanca, también usaba gafas, aunque bastante más pequeñas que las del primero.
Su clara familiaridad con el lugar no pasó desapercibida para Roier, quien los miraba con ojos muy abiertos desde el otro lado de la habitación hasta que después de un tiempo los tres cruzaron miradas con él.
Tras varios segundos bastante incómodos y confusos, fue el chico calavera quien rompió el silencio.
—¿Vegetta? —parpadeó varias veces— ¿qué te pasó?
—Te recordaba más grande y... bueno, viejo... sin ofender —agregó el de capa blanca.
—A ver, pendejos —el chico de capa roja volvió a hablar— ¿Están ciegos, o qué? ¡Obviamente no es Vegetta!
—¿Igual vos no debiste notarlo tan pronto llegaste gracias a tu "increíble poder", eh, Juan? —el chico de orejas de oso interrumpió, cruzándose de brazos y sonriendo con superioridad— Vaya mierda de mago resultaste ser.
—¡Hechicero supremo! —respondió claramente molesto— ¡Y cuida lo que dices, oso asqueroso!
Mientras ese par discutía y el chico calavera trataba de detenerlos, Roier observaba la escena sin dar crédito, su mente corriendo a mil por hora.
Hace unos minutos estaba recordando su infancia en el pueblo y el café de su abuelo, y ahora estaba frente a cuatro locos que salieron de una puerta que daba a la nada.
El chico de capa blanca pareció notar su temor y se acercó a paso lento, levantando ambas manos en son de paz al ver al castaño saltar un poco por la impresión.
—Pero si no eres Vegetta ¿quién eres entonces? —lo miró con sospecha— Espera... ¿no serás un ladrón?
—¡¿Qué?! —Roier pareció recuperarse de su shock inicial al escucharlo, llamando la atención de todo el grupo con su grito— ¡¿Y ustedes qué o qué?! ¡¿No es más pinche raro que cuatro extraños aparezcan de la nada?!
—A ver, a ver, a ver —el tal "Juan" dejó de lado su pelea para enfrentarlo— No somos ningunos extraños ni nada aquí, somos clientes habituales de otras dimensiones, es todo.
...
—Oh claro, eso tiene sentido... —sonrió Roier a su pequeña multitud antes de volver a gritarles completamente alterado— ¡Dijo nadie nunca!
Esta mañana, Roier tomaba el tren hacia el pequeño pueblo de su infancia, con dudas sí, pero también con la posibilidad de una vida tranquila llevando el negocio de su difunto abuelo.
Y ahora estaba de pie frente a cuatro seres que aseguraban venir de otro mundo.
Al parecer su vida no sería tan "tranquila" como se lo imaginaba...
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Hemo vuelto con nueva historia 📣📣
Esta vez basada en mi segunda ruta favorita de un otome que amo 🩷 si lo conocen, bien ahí! Si no, pues será todo una sorpresa 🤭
Quería subir esto desde hace varios días pero anduve mala de salud, ya andamos mucho mejor! Espero no tardar tanto en actualizar esto pipipi 😭
Y ya estaría, mil gracias por leer! Y nos vemos en la próxima parte 🫶🩷
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