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Cap 4.

Spreen se removió por enésima vez en su silla, tratando de encontrar una posición más cómoda.

Aunque si era completamente honesto, el problema no era la silla.

Llevaba ya un rato sentado ahí, pero a pesar de que todos a su alrededor parecían estar disfrutando del animado ambiente, él seguía sintiéndose fuera de lugar. Instintivamente llevó una mano a la parte superior de su cabeza buscando acariciar una de sus orejas, gesto que desde muy pequeño lograba relajarlo.

Gruñó levemente al cerrar los dedos en el aire. Es verdad, las había ocultado.

Miró de un lado a otro con ojos entrecerrados. Todos parecían estar demasiado ocupados en sus asuntos, quizás si era lo suficientemente rápido podría transformarse de vuelta sin que lo notaran.

...

Sacudió la cabeza varias veces para desechar el pensamiento intrusivo. Esa idea era casi tan mala como la de haber aceptado venir hasta aquí en primer lugar.

Spreen siempre se sintió orgulloso de sus sentidos hiper desarrollados. Eran útiles en Bestia, su dimensión, pero en un ambiente tan diferente como el café, parecían representar más bien una desventaja. Una que lo hacía sentir extrañamente vulnerable.

Pues mientras en Bestia se veía obligado a agudizar sus sentidos para poder detectar el peligro y mantenerse a salvo en el hostil y desolado entorno, aquí dentro y sin esfuerzo alguno podía oír cada palabra, oler cada aroma, sentir cada vibración del suelo hacía la mesa y ver con lujo de detalles cada sonrisa en los rostros de las personas a su alrededor.

Abrumado, bajó la mirada a la mesa frente suyo, apretando los puños contra su regazo.

¿Qué estaba haciendo acá?

A la mierda. Esto no solo fue una mala idea, fue una tontería.

Estudiando su ruta de escape, Spreen apoyó ambas manos sobre el filo de la mesa y los pies firmemente contra el suelo para impulsar la silla hacía atrás con su cuerpo, estuvo por levantarse y salir de ahí cuando una taza de color rojo se posó en la mesa frente a sus ojos, logrando captar por completo su atención.

Y todos sus sentidos que hace apenas segundos estaban por estallar por el cúmulo de sensaciones, se enfocaron solo en eso.

Vapor danzando en suaves ondas, mezclándose entre sí hacia arriba hasta desaparecer en el aire, un aroma igualmente intenso y dulce que le hizo relamerse los labios inconscientemente, y una casi imperceptible calidez emanando de la taza a sus manos aun sujetándose de la mesa. Entre la reconfortante sensación agudizó un poco la vista para ver en su interior...

...

¿Era eso un oso?

—Es chocolate caliente.

Alzó la mirada lentamente para encontrarse con grandes ojos avellana mirándolo con un sentimiento que no podía identificar del todo. Si tuviera que describirlo, diría que es el total opuesto a lo que solía recibir en Bestia.

—Disculpa el oso tan desastroso —continuó en voz baja mientras recorría la silla a su lado para sentarse—, pero es que han pasado varios meses desde la última vez que hice uno. Y ni te preocupes por pagar, la casa invita, después de todo es tu primera de, espero que un montón, visitas aquí.

Vegetta De Luque. El barista y dueño de Café Karmaland.

Missa se lo describió como un hombre amable, sabio y que preparaba la mejor tarta de fresa que probó jamás. Y aunque Spreen no tenía manera de comprobar nada de eso solo con verlo, y hubiera apreciado mucho más una descripción sobre su apariencia, no había que ser un genio para deducir que se trataba de él.

Tras varios meses de insistencia por parte del Missa, su auto denominado amigo y al cual había rescatado de una manada de lobos hambrientos después de haber entrado accidentalmente y perderse en Bestia, había logrado convencerlo de venir a este lugar en la dimensión de los humanos.

"¡Vegetta es increíble, Spreen!" Le había dicho con ilusión "Sabe tantas cosas de la vida" "¡Te prometo que no te arrepentirás!"

Buscó al chico con la mirada, pero este seguía platicando con aquel titán de gafas encubierto y el tipo extraño de disfraz de mago, por la forma en que reían, intuyó que eran amigos desde antes de conocerle a él.

Suspiró desganado. No iba a interrumpirlo cuando claramente se lo estaba pasando bien. Regresó su atención al hombre quien seguía a su lado para finalmente contestarle.

—Ya, igual puedo pagar, no hay problema, pero... —murmuró en voz baja, acercando nuevamente su silla a la mesa y enarcando una ceja ante la bebida frente suyo, el pequeño osito de crema que flotaba sobre el oscuro líquido en su interior ya comenzaba a desintegrarse por el calor—, no sé yo si Missa se lo dijo... pero, aunque él sea mayor que yo, no soy un niño.

Lejos de enfadarse por la repentina confianza, algo en su casual forma de hablar pareció alegrar a Vegetta, quien relajó los hombros y soltó una pequeña carcajada.

—Bueno muchacho, discúlpame, —golpeó amistosamente su espalda—, no sé qué tengas tú, pero es que fue verte y de inmediato pensé en mi nieto, por eso no pude evitar prepararte su bebida favorita en su taza favorita.

—¿Chocolate caliente con un osito? —resopló el híbrido, claramente divertido— ¿Qué? ¿Tiene 9?

—Casi, 19.

Bien, primer error en la para nada increíble descripción que le hizo Missa: el hombre muy sabio no era. Alguien en serio debería explicarle a Vegetta que no podías decir "casi" cuando hablabas de 10 años de diferencia.

Así que alguien de su misma edad seguía tomando chocolate caliente con un osito de crema servido en una taza de... ¿qué decía ahí, "Spiderman"? Spreen sintió un escalofrío recorrer su espalda al ser comparado con alguien tan inmaduro.

—Bueno, cómo alguien que también tiene 19 puedo decirle que no todos a esta edad somos infantiles cómo el... pibe —logró cambiar de "boludo" a "pibe" en el último segundo, rodando los ojos antes de apartar la mirada de la taza para mirar de nuevo a Vegetta.

No sabía exactamente que reacción esperar por parte del hombre, pero que le sostuviera la mirada sin perder la sonrisa no estaba entre sus opciones.

—Su nombre es Roier, y en su defensa, soy yo quien sigue insistiendo en prepararle esto las veces que nos vemos, aunque no te sabría decir si lo disfruta realmente o solo lo acepta para no romperme el corazón —dijo resoplando nostálgico—, pero sea como sea, lo que sí sé es que no tienes que ser un "pibe" cómo dices para que te guste el chocolate caliente.

"¿Y a quién carajo le importa? Ni siquiera pregunté su nombre..." fue el pensamiento fugaz que pasó por la mente de Spreen y logró retener antes de ofender gravemente al hombre.

Suspiró cruzándose de brazos. Solo vino para que Missa dejara de insistir y con suerte tomar algo bueno. ¿Qué hacían debatiendo de pronto sobre la edad máxima para tomar chocolate caliente y de si el nieto del viejo lo hacía o no?

Vegetta hizo un sonido de profundo pensamiento, llevándose una mano a los labios.

—Pero también es verdad que el chocolate caliente no es para todos —continuó, mirando la taza humeante frente al híbrido— Y tengo gran variedad de cosas, dime ¿puedo ofrecerte algo má--¡AAAH!

Los instintos de supervivencia de Spreen por poco se activan y estuvo a un segundo de transformarse de vuelta al ver a Vegetta golpear la mesa con ambas manos y levantarse de un salto, una expresión de completo horror en su rostro. Alertado, Spreen miró repetidamente en todas direcciones.

—¡¿Qué?! ¡¿Qué?! —dijo agitado, ¿había acaso entrado algo peligroso por el portal?

—¡¿PERO QUE CLASE DE ANFITRION SOY?! —habló totalmente mortificado— ¡NI SIQUIERA HE PREGUNTADO TU NOMBRE, MUCHACHO!

— ...

"Excéntrico" era una mejor definición para Vegetta De Luque, dedujo Spreen volviendo a relajarse.

—Creí que Missa le había dicho ya.

—Oh, lo hizo —contestó sentándose nuevamente—, un chico adorable. Estaba muy feliz de que aceptaras venir, pero aunque me lo dijo, es justo qué te lo pregunte yo también, son modales, hijo mío. Así que ¿por qué no te presentas?

El híbrido alzó ambas cejas, aburrido, antes de rendirse y contestar.

—Spreen.

Silencio.

—Ah... ¿e-es todo? —Vegetta preguntó, cauteloso.

—Sí, obvio —Spreen parpadeó varias veces— ¿Qué más espera?

—Pues... no sé, ¿algo más sobre ti?

El menor frunció el ceño y carraspeó antes de responder.

—Spreen. Híbrido de oso. De la dimensión de las bestias.

...

—Ya, creo que no me he explicado bien —Vegetta soltó una risita, llevándose una mano al pecho—, y también es verdad que es de mala educación pedirle a alguien que se presente sin haberse presentado primero, ¿te parece si empiezo yo para darte un ejemplo?

"¿Tengo opción?" Spreen mordió su lengua para no decir lo que pensaba mientras asentía ligeramente.

Dicho esto, el mayor aclaró su garganta dramáticamente y empezó en voz alta y clara.

—Mi nombre es Vegetta De Luque, mi edad no es relevante. Soy el orgulloso dueño de Karmaland y el orgullosísimo abuelo de Roier De Luque —sonrió con todos los dientes—, mi bebida favorita es el café negro con solo una pizca de azúcar y mi comida favorita es la pasta a la crema, nada de picante. Lo que más me gusta hacer es atender Karmaland y mi mayor sueño es que mi Roro encuentre su mayor sueño.

Y finalizó alzando ambas manos al aire. En medio de su discurso algunos comensales giraron a su mesa y aplaudieron ligeramente.

—Y así es como haces una buena presentación, muchacho. Tu turno.

—Ni en pedo, estás chiflado.

Bueno, Spreen acababa de descubrir que tenía un límite en las veces que podía guardarse sus pensamientos para sí mismo.

—¿"Chiflado"? Ostias, pues esa es nueva...

Las palabras salieron tan naturalmente de sus labios que no se dio cuenta de que las había dicho hasta que Vegetta le había respondido, llevándose una mano al mentón y masajeando mientras miraba hacia el techo.

"Mierda..." pensó el híbrido para sus adentros. Missa en serio le agradaba y lo menos que quería era causarle problemas siendo que él fue quien lo invitó a venir en primer lugar.

Carraspeó, nervioso —Escuchá, no--

Algo realmente angustiado debió reflejarse en su rostro, pues tan pronto Vegetta lo miró, lo interrumpió con una sonrisa y agitando una mano en el aire despreocupadamente.

—Oh, tranquilo, muchacho, no me ofende en lo absoluto.

—¿No? —parpadeó un par de veces, curioso, apoyando los antebrazos sobre la mesa sin dejar de mirarlo cómo buscando cualquier signo de que estaba mintiéndole. No encontró ninguno— ¿Posta?

—Nop —contestó cómicamente, reclinándose en su silla de atrás hacia delante—, hace ya mucho tiempo que dejé de permitir que las palabras de otros me afecten, pero oye, aprecio mucho que quisieras disculparte, habla muy bien del tipo de persona que eres... —sonrió sugestivamente mientras detenía su vaivén— Dime Spreen, ¿tienes pareja? ¿No te gustaría conocer a mi nieto? Es un partidazo, ya te lo digo yo, heredó mi belleza.

Spreen miró de reojo la puerta de "Solo personal autorizado" por donde entró hace ya casi una hora atrás, quizás aún estaba a tiempo para huir.

Pero dentro de lo ridículo de la situación, algo había llamado su atención.

—¿Qué es eso de que ya no permitís que las palabras de otros te afecten?

—Pues justo lo que es, muchacho —alzó un dedo al aire, en gesto de sabelotodo—, hay un dicho muy bueno que dice, "palos y rocas pueden romper mis huesos, pero a las palabras se las lleva el viento", ¿o qué? ¿Vas a decirme que tú vas ahí por la vida escuchando y dejando que lo que dicen de ti influya en quien crees que eres?

"Spreen es tan egoísta..."

Spreen tuvo que sujetarse del filo de la mesa una vez más cuando una pequeña voz dentro de su cabeza lo distrajo de su conversación con el hombre.

"Es un despiadado..."

"Una completa abominación..."

No una, ni dos, decenas... cientos de voces sin rostro, repitiendo las mismas palabras que usaban para describirlo, cada una peor que la anterior, poco a poco callando las voces y ruidos del café.

Apretó los dientes tratando de bloquearlas, pero cómo siempre, era inútil.

"¿Sabes a cuantos debió haber matado ya? Es un sádico..."

"Es un desalmado, sin corazón..."

El aire de pronto se volvió denso, dificultándole respirar. Trató de volver a enfocar sus sentidos en la taza frente suyo, pero pronto sintió como su visión comenzaba a oscurecerse de los bordes hacia dentro, sumiéndolo todo en oscuridad.

Inhala... exhala...

Pestañeó varias veces, su mente casi lograba salir de ese torbellino, pero entonces, una sola frase se alzó entre todos los murmullos; una voz distorsionada, fuerte y clara:

"𝘌🆁𝘦🅢 𝘂🅝 𝓶𝕠𝚗𝒔𝓽𝐫𝘂🄾"

—¿Spreen?

La mano ligeramente más grande y callosa del mayor se posó sobre su derecha, se giró a mirarlo bruscamente con ojos bien abiertos.

Vegetta tragó duro para mantenerse firme. Nunca había visto tanto dolor e ira contenidos en ningún lado cómo en los ojos negro profundo del chico junto a él...

En silencio, mantuvo sus ojos sobre los del menor, sin preguntar, sin juzgar. Y de pronto Spreen pudo identificar lo que emanaba de ellos:

Calidez. Incluso más que la del chocolate aun sobre la mesa entre ellos. Vapor dulce y cálido que nubló sus sentidos de manera reconfortante hasta que las voces de su cabeza desaparecieron por completo y regresaba al entorno tranquilo y agradable de Karmaland.

¿Qué clase de persona era Vegetta De Luque?

—Spreen —empezó después de un rato, en voz baja—, no sé por lo que hayas pasado, pero que sepas que nadie más que tú puede definir quién eres.

Con su respiración mucho más calmada, el híbrido resopló irónicamente, sorprendiéndose a sí mismo de a este punto no haber retirado su mano aún.

—Es fácil para vos decirlo —contestó haciendo una mueca y apartando la mirada—, acá en tu café de cuento de hadas donde atendés humanos y seres de otras dimensiones que te quieren una banda, y lo peor que te ha pasado es que un pelotudo venga y te diga "chiflado".

—Olvidas que te llevo muchos años de ventaja, te sorprenderías de escuchar lo que me han dicho —respondió sonriendo de lado con suficiencia—, pero no porque a mí me digan "chiflado", o lo que sea que digan de ti significa que tengamos que serlo, ¿o sí?

"Obvio no" es lo que Spreen debió responder, pero honestamente comenzaba a dudarlo.

Tantos años de escuchar a casi todos en Bestia referirse a él de manera tan despectiva sin conocerlo lograban jugar con su cabeza, mezclando opiniones externas con lo que era su propia identidad.

Spreen era fuerte. De seguir así, se atrevía a decir que dentro de unos años sería el más fuerte de Bestia, pero en una dimensión tan hostil donde la ley es "el fuerte vive, el débil muere" eso podía ser tanto una ventaja como una maldición.

Y tantas personas no podían estar equivocadas... quizás si era un monstruo después de todo...

No quiso ni pensar que tan patética debió ser su expresión al pensar aquello cuando Vegetta le dio un ligero apretón a su mano.

—No tienes que hablar de eso si no te apetece, pero si me permites un consejo, Spreen...

El aludido levantó el rostro para volver a encontrarse con los ojos y sonrisa del mayor.

—Tú eres el dueño de tu vida, solo tú eliges como vivirla. Y no digo que sea fácil, porque no lo es... pero que sepas que cuando necesites recordarlo, o quieras un lugar donde puedas ser tú mismo, siempre puedes volver aquí.

Vegetta De Luque.

Cuando Missa le habló de él semanas atrás, llegó a pensar que su descripción era terrible. Pero, muy por el contrario, era bastante acertada, simple, pero acertada.

Era amable, como una taza de chocolate caliente, y bastante más sabio de lo que aparentaba bajo ese bobo optimismo.

Aunque aún tendría que comprobar aquello sobre la tarta de fresa...

—...carne.

Vegetta parpadeó un par de veces.

—¿Qué?

—Es mi comida favorita —dijo haciendo un mohín y apartando la mirada, avergonzado, agradeció internamente haber ocultado su verdadera forma, o juraría que sus orejas bajas lo delatarían— Igual me como cualquier cosa, pero si tengo que elegir... sería carne...

Fue decirlo y parecía que el hombre de un momento a otro se pondría a llorar de alegría, tomando con ambas manos la derecha de Spreen, lo miró con ojos bien abiertos y brillantes.

—¡Espectacular! ¡Qué sepas que no solo vendemos café! ¡También hacemos platillos increíbles! ¡Ya te prepararé uno en tu próxima visita! ¡¿Y qué más?! ¡¿Qué te gusta hacer?! ¡¿Cuál es tu mayor sueño?!

Con una risa baja, Spreen se liberó del agarre del hombre para cruzarse de brazos y apoyarse sobre la mesa antes de contestar.

—Pará, no flashes confianza, una cosa a la vez —lo miró con una sonrisa sarcástica— ¿Qué clase de anfitrión sos si andás por ahí acosando a tus clientes?

—¡TIENES RAZON!

Spreen no se dio cuenta, pero mientras reía con el hombre junto suyo, del otro lado del café Missa miraba la escena con una mezcla de alegría y alivio.

—Pero bueno, volviendo al lio —se puso de pie y junto ambas manos con una sonrisa—, todavía tengo que cambiarte la bebida por algo más a tu altura ¿qué te preparo, muchacho? ¿Café? ¿Un té quizás?

Spreen lo observó fijamente antes de devolver su mirada a la taza roja frente suyo.

Si la miraba con cuidado, se veía vieja, había perdido mucho del brillo característico de la porcelana y tenía algunos rayones, incluso le faltaba un pequeño trozo en el borde lo que ocasionó una pequeña grieta por la parte delantera. Pero, dentro de todas aquellas imperfecciones, también pudo ver el sumo cuidado que tenían con ella a pesar de tantos años.

Sea quien sea el tal Roier, él y su abuelo definitivamente la veían como una especie de tesoro.

La tomó con cuidado antes de continuar.

—No, tranca —sonrió ligeramente llevándola hacía su boca y dando un sorbo—, con esto estoy joya. No tenés que ser un pibe para que te guste el chocolate caliente, ¿verdad?

Vegetta soltó una gran carcajada mientras Spreen se hundía en su asiento, tomando con calma el resto de su bebida y repasando en su mente las últimas preguntas del hombre.

¿Qué le gustaba hacer? No lo tenía del todo claro. ¿Su más grande sueño? Nunca lo había pensado en realidad.

Pero algo en la hospitalidad de Vegetta le hizo no preocuparse en eso de momento. Ya tendría tiempo para pensar que le respondería al hombre en otra ocasión...

—Bueno, nuestro primer encuentro fue algo extraño y ciertamente te trajo algunos malos recuerdos, así que avísame cuando vuelvas a venir y hacemos una fiesta.

Spreen lo miró confundido.

—¿Una joda? —enarcó una ceja, ¿qué tenía que ver una cosa con la otra? — ¿Por qué?

—Oh, ¿no lo sabías?

La campanilla de la puerta principal sonó indicando la llegada de nuevos clientes, Vegetta comenzó a trotar hacía allá para recibirlos antes de continuar, mirando a Spreen sobre su hombro con una sonrisa de oreja a oreja.

—¡La mejor forma de animar a alguien es haciéndole una fiesta!

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—¿Spreen?

El pelinegro regresó a la realidad tras escuchar la voz de Roier a un lado suyo, se giró lentamente para encontrarse con los mismos grandes ojos avellana de sus recuerdos, observándolo entre confundido y preocupado.

—Llevaba rato hablándote... ¿estás bien?

Si le pidieran a él describir a Roier De Luque, diría que es un chico castaño, piel trigueña, re exagerado, asustadizo y hasta insufrible...

El castaño ladeó la cabeza, parpadeando un par de veces al no obtener respuesta.

"Basta solo con mirarlo, tiene sus mismos ojos"

Pero a pesar de los años, las descripciones de Missa a pesar de ser demasiado simples, seguían siendo mucho mejores y acertadas...

Apartó la mirada de aquellos ojos y la llevó hacía el resto de la mesa. Missa y Mariana habían dejado lo que sea que estuvieran haciendo para verlo expectantes, Juan lo miraba aburrido, apoyando su mentón en su palma.

¿Cuánto tiempo estuvo perdido en sus pensamientos?

Bufó divertido al seguir sintiendo la mirada penetrante del chico a su lado, definitivamente él y Vegetta eran familia, también eran parecidos en lo de ser unos preocupones.

—Tranca, todo bien... —contestó finalmente— solo recordé algo.

Se levantó un poco de su asiento para alcanzar otra rebanada de pizza antes de que Roier lo interrumpiera de nuevo.

—Ah, ya pasó mucho tiempo, seguro ya está fría--

Spreen, ignorándolo monumentalmente, sopló fuerte sobre la rebanada ahora en su mano y acto seguido Roier pudo ver vapor emanar de ella y escuchar el más ligero siseo del pepperoni sobre la misma.

—Oh, claro —rodó los ojos—, olvidé que eras el oso amo y señor del fuego y toda esa mamada.

—Tiene sus ventajas, ¿viste? —contestó el híbrido, mostrando colmillos antes de llevarse la rebanada a la boca y darle un gran mordisco.

—Ya —Roier rio bajito, satisfecho de ver que al menos el chico había vuelto a la "normalidad"—, bueno, al menos está todo bien.

—Pues no, Roier, no está todo bien.

Mariana alzó la voz mientras se ponía de pie, los cuatro pares de ojos del resto se posaron sobre él, sorprendidos por la repentina seriedad del más alto.

Roier lo miró, preocupado. Tenía razón, quizás había bajado la guardia por el buen rato en la pequeña e improvisada fiesta, pero esta seguía siendo una situación complicada, ¿no?

¿Qué tendría a Mariana tan angustiado? ¿El tema del portal? ¿El destino del café?

Tras varios segundos de suspenso, el titán volvió a hablar:

—Se nos acabaron las bebidas.

O eso... el castaño rodó los ojos. Podían ser seres fantásticos, pero era hasta gracioso ver cómo reaccionaban ante las cosas más simples.

—Un solo favor les pedí —habló Juan, poniendo los ojos en blanco—, que mientras yo armaba todo esto ustedes tres se encargaran de comprar las cosas, ¿tan difícil es calcular bien comida y bebidas para cinco?

—Bueno, perdón, mien —Mariana frunció el ceño mientras volvía a sentarse—, somos seres de otras dimensiones, no científicos.

"Un oso, un titán y un esqueleto entrando a una tienda..." Roier no pudo contener una risa ante la graciosa imagen mental mientras se levantaba.

—Yo voy a comprar más, ¿qué quieren?

—No, Roier, ¿cómo crees? —Missa lo detuvo sosteniéndolo del brazo— Eres el invitado, yo voy.

El castaño negó con una sonrisa.

—Esta literalmente aquí a la vuelta, y aparte ustedes ya hicieron un chingo.

—Pero--

—Si tanto quiere ir él, dejalo que vaya, Missa —lo interrumpió Spreen, aun bastante ocupado en su comida.

El chico mitad esqueleto pareció planteárselo, pero antes de darse cuenta, Roier ya se había sacudido el brazo de su agarre.

—No me tardo, igual traigo varias cosas y ya ustedes eligen.

Sintiendo las miradas del resto tras suyo, se encaminó a la puerta de Karmaland, envuelta en enredaderas y flores. Con el corazón en la boca, Roier tomó el picaporte y cerrando los ojos dio un paso fuera...

...

...

El sutil sonido de la campanilla indicando que la puerta fue cerrada detrás suyo y el inconfundible silbido del tren a la lejanía animaron a Roier a abrir lentamente los ojos.

Ahí estaba de nuevo, de pie, fuera de Karmaland, en el mismo pueblo de su infancia, todo se veía exactamente igual que un par de horas atrás cuando llegó.

Sonrió divertido. ¿Quién diría que en este preciso momento del otro lado de la puerta del café se extendía un mundo completamente diferente?

La voz de Vegetta resonó en su cabeza:

"Ve y echa un vistazo..."

"Si es mucho para ti, puedes venderlo"

"Pero si crees que puedes y quieres intentarlo, puedes quedártelo y hacer de este tu hogar"

Sin saberlo aún, en su corazón, Roier ya había tomado una decisión. Sacudió la cabeza varias veces.

—Un paso a la vez, Roier —dijo para sí mismo—, primero a comprar las bebidas...

Dio un pequeño saltito para emprender la misión en curso, pero apenas había alcanzado a dar cuatro o cinco pasos cuando notó por primera vez el par de camionetas negras estacionadas frente al café.

No tuvo mucho tiempo para pensar en eso cuando de una de ellas salió un hombre alto y en traje, acercándose lentamente hacía él mientras ajustaba su corbata, donde pudo ver bordada la imagen de una cúpula que se le hacía extrañamente familiar.

¿Dónde había visto eso antes?

El vago recuerdo de un bolígrafo tirado en el suelo cruzó por su mente por una fracción de segundo, justo antes de que el extraño se pusiera frente suyo y le hablara sonriente.

—¿Roier De Luque?

Genial. ¿Todos en este pueblo lo conocían o qué?

—¿Sí? —respondió cautelosamente.

Manteniendo una sonrisa que honestamente comenzaba a perturbarlo, el hombre en traje le tendió una carta de presentación, el castaño la tomó y le dio una última mirada antes de leer el contenido.

El mismo logo de la cúpula y solo dos palabras en negro sobre fondo blanco:

— ¿"La Federación"? —arqueó una ceja, solo por el nombre parecía una gran empresa, aunque nunca había oído hablar de ella.

Evidentemente el hombre sentía gran orgullo por su lugar de trabajo, pues apenas pronunció el nombre, se irguió digno.

—Somos una agencia del gobierno —empezó, expandiendo su sonrisa—, nuestro lema es sencillo: Enjoy the dimension. Disfruta la dimensión, y nuestro trabajo es hacernos cargo de todos los fenómenos que la ciencia no puede explicar.

Vaya, los hombres de negro, pensó Roier con diversión, se hubiera sorprendido de no ser por todos los eventos que había vivido las últimas horas.

—Ya, así que van por ahí grabando videos de avistamientos de fantasmas y extraterrestres —contestó entre risas.

—...

Roier esperaba que su evidente menosprecio por su "labor" molestara al hombre para ver algo más que esa boba sonrisa en su rostro, pero, por el contrario, esta se ensanchó aún más, llegando por un segundo casi a parecer sacada directamente de una película de terror.

Roier sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—Aunque hay algunas secciones que se dedican a eso... —respondió inclinándose un poco hacia Roier, quien instintivamente dio un paso hacia atrás— nuestras principales áreas de interés son poderes extraños, habilidades supernaturales y sobre todo...

Entrecerró los ojos antes de continuar en un susurro.

—Seres de otras dimensiones que representen una amenaza a la nuestra.

Las palabras cayeron como un balde de agua fría sobre Roier mientras veía en su mente los rostros de los chicos del otro lado de la puerta.

Este tipo no estaba bromeando y mucho menos era una casualidad que estuviera aquí. Lo sabía.

Sin haberse aun recuperado del shock inicial, el extraño le tendió esta vez un sobre de manila, Roier lo tomó en acto reflejo y curioso miró en su interior.

Sus ojos se ensancharon al leer las primeras líneas.

—Esto es...

—Son los papeles para la compra del sitio 560, o Karmaland como lo llaman coloquialmente —interrumpió el hombre—, como ve, usted no tiene que preocuparse de ningún aburrido trámite, todo está ya arreglado, y si me permite decirlo, conseguimos un excelente precio, al menos veinte veces su valor en bienes raíces, no tendrá que preocuparse por el dinero en un buen tiempo. Tiene una semana para tomar sus pertenencias, ah, y si necesita ayuda con eso, nuestros trabajadores estarán más que complacidos en ayudarle con el movimiento, por supuesto, sin cargo alguno, además--

—¡A ver espérese! —Roier finalmente salió de su trance, frunciendo el ceño ante el hombre— ¿de qué está hablando?

El hombre parpadeó confundido —¿Hay algún problema con la documentación?

—El problema es la pinche documentación —escupió el castaño, dejando caer con fuerza el sobre al suelo—, ¿quién chingados dijo que voy a vender el café?

Y justo cuando Roier comenzaba a pensar que el tipo tenía esa sonrisa tatuada en el rostro, esta desapareció lentamente, hasta convertirse en una mueca seria y claramente hastiada.

—Me parece que no ha entendido, señor De Luque —dijo en voz baja mientras sus ojos perforaban los del castaño—, esto no es ninguna oferta ni sugerencia, es un hecho en el que usted no tiene voz ni voto.

—¿Apoco sí, pendejo? —lo retó— Mi puto nombre en las escrituras no dice lo mismo.

El hombre suspiró, llevándose el dedo pulgar e índice al puente de la nariz.

—Debí saber que el jefe no le explicaría una mierda —dijo en voz baja—, ni siquiera entiendo cómo es que llegó a ser jefe en primer lugar...

Roier frunció el ceño.

—Tú y tu jefe me pelan la--

—En todo caso —interrumpió el hombre de traje—, hemos confirmado que ya ha entrado en contacto con los sujetos 27, 326, 33 y 06 en este lugar, y más alarmante aun, que no lo reportó a las autoridades y está considerando conservarlo. Que sepa que el café no es de nuestra incumbencia, pero no podemos dejar pasar por alto el portal que alberga, señor De Luque, supongo que entiende que un portal que permite viajes entre dimensiones es mucho más peligroso de lo que puede imaginar.

—Obvio, no soy pendejo —contestó Roier de mala gana—, sé que puede salir alguien realmente peligroso--

—No es tan simple —volvió a interrumpir el hombre, su tranquilidad y sonrisa ya bastante olvidadas— ¿Ha pensado en el alcance que tenemos como humanos? Por ejemplo, aún tenemos enfermedades sin cura en nuestra dimensión, ¿qué oportunidad tendríamos si alguien infectado de algo desconocido de otra dimensión entrara en la nuestra? ¿Y qué tal si existe una dimensión donde las rocas son diamantes? Cualquiera con acceso podría romper por completo la economía mundial, y no hablemos de las guerras que esto podría ocasionar. Es demasiada presión para que lo controle usted solo, ¿no cree?

El rostro de Roier se arrugó aún más. Eso... tenía mucho sentido, debía admitir. A decir verdad, no había parado a pensar tan a detalle en las posibilidades de tener acceso a un portal de ese tipo y lo que pudiera implicar.

No quería ser el causante de una tercera guerra mundial. Con un demonio, solo era un chico de 22 años que ni siquiera sabía qué hacer con su vida.

—Dijiste que lo único que les interesa es la puerta, ¿no? Digamos que acepto —susurró en un hilo de voz—, ¿qué pasaría con el café?

—Obviamente sería demolido para construir una base de operaciones y mantener control del portal.

Roier bufó mirando al suelo. Claro, agencia del gobierno, ¿qué esperaba?

—Entiendo.

Escuchó al hombre suspirar y por su tono de voz estaba seguro de que había vuelto a sonreír, en su campo de visión logró verlo agacharse y recoger el sobre del suelo antes de tendérselo de nuevo.

—Me alegra ver que lo entienda, señor De Luque, ahora, si pudiera firmar los papeles.

Roier tomó el sobre imitando la misma sonrisa perturbadora del hombre frente suyo, para acto seguido romperlo en dos ante la mirada sorprendida del contrario.

—Dije que entiendo lo que dice, y pues no, no me parece, así que no, no el café no está a la venta. Por favor retírense de inmediato.

Esta vez la sonrisa del hombre se desvaneció en un abrir y cerrar de ojos.

—¿No escuchaste nada de lo que acabo de decir? —escupió, dejando completamente de lado su falsa formalidad de antes y dando otro paso al frente.

Esta vez Roier no retrocedió.

—Lo escuché perfectamente, pero parece que el que no entendió nada eres tú —contestó, cruzándose de brazos y con ojos entrecerrados—, no van a demoler el café de mi abuelo, primero muerto, y ya váyase a la verga.

—¡SOLO ERES UN NIÑO QUE NO ENTIENDE NADA!

El rostro colérico del hombre de traje debió ser suficiente para que Roier le bajara dos tonos a su repentino (y algo estúpido) valor.

No lo fue.

—Al menos no soy un viejo anciano amargado que no acepta un "no" por respuesta.

—¡ERES UN--

Si Roier tuviera una máquina del tiempo que le hubiera permitido regresar unos segundos y cambiar su respuesta para no seguir provocando al hombre... honestamente no hubiera cambiado una mierda, merecido lo tenía.

Pero mentiría si dijera que no se sorprendió cuando vio al hombre levantar su puño contra él. Sus ojos se abrieron de golpe, mas mientras su mente gritaba porque se moviera de la trayectoria del inminente puñetazo, sus piernas se quedaron congeladas en su sitio.

Y por un momento, todo lo que pudo hacer es enfocarse en sus sentidos. Mirar. Escuchar. Sentir... todo ocurrió cómo en cámara lenta.

Su corazón a mil por hora. El puño volando hacia su rostro. El sonido de una campanilla. Una mano firme tomandolo del brazo y jalándolo hacía atrás...

Y Spreen delante suyo, esquivando el golpe y conectando su propio puño contra la nariz horrible del tipo horrible de la sonrisa horrible. 

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Buenas! 🤙

Un poco sobre la historia de Spreen con Vegetta, donde aprendemos que el oso solo es un incomprendido 😭 y la entrada triunfal (no) de La Federación, que pasará después? lo averiguaremos! 🫵

Muchas gracias por leer!! 🫶❤️

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