Cap 10.
Hacía frío. Pensó mientras un escalofrío recorría su cuerpo.
Era curioso que lo viera así, porque aquí siempre hacía frío. Y nunca le había molestado realmente, pero hoy le hacía incluso tiritar.
Y es que tenía que ser el frío, ¿cierto? No podía ser miedo, No. No estaba asustado. Para nada.
...
De acuerdo. Estaba aterrado, ¿sí? Lo había estado desde que despertó y no supo dónde se encontraba. Pero que lo aceptara para sí mismo no significaba que iba a admitirlo en voz alta. No podía mostrarse débil. No es lo que le enseñaron.
Era fuerte. Era valiente. Pero sobre todo...
Era chingón...
Un movimiento a su costado lo regresó a la realidad y logró recordarle precisamente porque no debía mostrar miedo. Tenía que ser valiente por su hermano menor, quien temblaba a su lado, seguramente pasándola mucho peor.
El cómo ocurrieron las cosas daba vueltas en su cabeza. Iban de regreso a casa cuando los azotó una tormenta. Recordaba cómo se aferraba con todas sus fuerzas al cuerpo de su madre cuando el granizo comenzó a impactar contra ellos y vio con horror como su hermano resbalaba cayendo al vacío. Sin pensarlo dos veces se lanzó hacía él.
Los gritos desesperados de su madre y la creciente preocupación de su padre en su cabeza se fueron atenuando hasta que, impactando el suelo con fuerza, dejó de escucharlos por completo.
No supo exactamente cuánto tiempo había pasado desde que despertaron, pero por la nieve que se había acumulado sobre sus cuerpos y cómo no parecía quedar rastro de la tormenta en el cielo, supuso que debieron ser horas.
Inhaló fuerte para volver a su tarea de gritar con fuerza para que los encontraran. Mamá debía estar culpándose por lo que pasó, papá seguro estaba recorriendo la dimensión entera buscándolos y el resto de sus hermanos estarían preocupados.
...
Silencio.
Los suaves sollozos de su hermano, el frío y miedo calándole los huesos y la garganta adolorida después de horas de llamar sin obtener respuesta de vuelta llegaron a él en forma de avalancha. El pequeño perdía sus esperanzas. ¿Y si nunca los encontraban?
Frunció el ceño, en un esfuerzo por contener sus lágrimas cuando, de pronto, una sombra se cernió sobre ellos.
—¿Qué hacen acá?
Su corazón dio un vuelco al levantar la mirada y ver al extraño. Un tipo alto, con garras, un hacha de diamante sobre el hombro, un objeto extraño que ocultaba sus ojos y con un par de orejas de oso negras sobre su cabeza.
El pequeño se puso alerta, este sujeto era mucho más grande y quizás poderoso que ellos, pero tenía que proteger a su hermano.
— ...
—Dale, no me respondas si no querés, pero si se quedan acá se los van a comer o algo.
El extraño sujeto se acercó aún más, agachándose a su altura y dejando el hacha en el suelo. A su costado, su hermanito respingó asustado. El pequeño se movió automáticamente, poniéndose delante suyo para protegerlo mientras miraba al intruso desafiante, siseando y blandiendo pequeñas y apenas afiladas garritas.
Spreen resopló divertido. Era casi como ver a Roier amenazándolo con un zapato. Pelotudo, pero valiente. Una combinación peligrosa pero digna de admirarse.
—Tenés agallas... bien ahí, capo ¿Qué especie sos--
Los inspeccionó un momento antes de abrir los ojos en ligera sorpresa, apenas alcanzando a contener un jadeo.
—Dragones...
Si había una especie considerada prácticamente invencible en Bestia, eran los dragones.
Enormes seres alados que podían surcar los cielos, con cuerpos impenetrables, cubiertos en escamas más duras que el diamante, capaces de escupir grandes cantidades de fuego abrasador que reduciría una aldea a cenizas en segundos y portadores de magia ancestral que les permitía a algunos controlar el viento, el agua o la misma tierra.
El híbrido tragó saliva. Era una fortuna que los dragones, además de ridículamente fuertes, fueran tan sabios. Preferían vivir en paz, aislados en las montañas, lejos del perpetuo conflicto en Bestia. Volviendo a este par, claramente eran crías aún. Bastante pequeños como para representar una verdadera amenaza.
El pequeño que lo desafiaba infló el pecho en orgullo, seguramente al haber sido reconocido como dragón mientras que el otro que se ocultaba detrás ladeaba su cabecita en confusión. Spreen sonrió de lado. Claro, ya grandes eran bestias temibles, pero en este estado, incluso Quackity sería capaz de derrotarlos.
Aunque no quisiera tener que lidiar con su padre.
Mientras los pequeños dragones estudiaban sus movimientos, Spreen agudizó el oído y la vista intentando captar señales de dragones adultos en la zona.
...
Nada. Quizás se separaron durante la última tormenta, dedujo.
—Gruu... gruu...
El "valiente" le habló en balbuceos, y si Spreen de por sí no hablaba dragón, mucho menos entendería a un bebé. ¿Qué es lo que quería?
Los rostros sonrientes de Roier y Vegetta, los De Luque chiflados y obsesionados con las presentaciones, cruzaron por su mente en ese momento, por lo que sin tener realmente otra opción, decidió empezar por ahí:
—¿Yo? Yo me llamó Spreen, soy--
Spreen se detuvo ahí, ante la mirada inocente de los pequeños delante suyo. Eran solo unos bebés temerosos y perdidos, si soltaba de pronto que era el híbrido más fuerte y temido de toda la dimensión solamente los asustaría más.
—Supongo que con el nombre basta —sonrió un poco pensando en la ironía de aquello. Por lo general solo la mención de su nombre bastaba para hacer a muchos huir despavoridos.
Junto con la vez que se presentó con Vegetta, Missa y el resto y Roier, esta debía ser una de esas rarísimas veces que presentarse no provocaba esa reacción.
El híbrido de oso se debatía sus alternativas ante la mirada aun desafiante del mayor de los pequeños dragones. Sin la presencia de otros de su especie a la redonda, era cuestión de tiempo para que el par muriera presa de algún depredador. Viajar con ellos tampoco era una opción, pues solía ser el blanco de varias bestias o híbridos que lo desafiaban todo el tiempo. ¿Quackity? Por favor, el pobre apenas lograba protegerse a sí mismo.
Luego pensó en Rubius, confiaba en él y en su capacidad y fuerza para protegerlos, pero había estado bastante ocupado desde que tomó el mando del asentamiento donde crecieron. Lo último que necesitaba era una preocupación más.
Su debate mental terminó abruptamente cuando el menor salió de su resguardo para acercarse lentamente a Spreen.
Pudo ver la sorpresa en el cuerpo del mayor mientras el pequeño se acercaba a él. Spreen levantó ambas manos en son de paz. El hermano menor entonces llegó a su pierna y tras un par de segundos de meditarlo, se acurrucó contra esta.
Satisfecho con que no lo vieran como una amenaza, acarició ligeramente su cabeza, sonrió de lado levantando la mirada para encontrarse con el pequeño valiente, el cual comenzaba a acercarse también.
Sus miradas se cruzaron...
Y para cuando menos acordó, el pequeño contrajo su cuerpecito para acto seguido lanzarse contra Spreen, golpeándolo de lleno en la boca del estómago y haciéndolo caer de espaldas en la nieve sin aliento.
—¡HIJO DE--
Muy lejos de asustarse por su tono de voz hostil o los colmillos que mostró, ambos pronto se colocaron sobre su cuerpo, bailando y saltando entre trinos similares a una risa.
Spreen arqueó una ceja, observando al par jugando sobre él mientras una idea un poco loca comenzaba a formarse en su cabeza...
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Las cosas no podían ir mejor en Café Karmaland.
Tras varias semanas de operar ya eran un lugar bien establecido en el pueblo y sus alrededores. Y aunque aún no era ni una quinta parte lo que fue en sus mejores años con Vegetta al frente, Roier podía decir con orgullo que era feliz y podía vivir de esto.
Sus habilidades con el café habían mejorado bastante y a pesar de que Aldo había roto algunos platos (y mesas) por no concentrarse lo suficiente en medir su fuerza, parecía que al final habían encontrado un buen sistema para trabajar.
Además Cellbit, en nombre de La Federación, pagaba por todo lo que rompía Aldo. De alguna manera Rivers había logrado convencerlos de que era su responsabilidad.
No lo era. En lo absoluto. Pero la reina tenía facilidad de palabra y un par de manos asesinas con las que nadie parecía querer tener que lidiar.
Roier tarareaba una canción mientras regresaba de la cocina tras lavar los platos del desayuno. Hoy se cumplían cuatro meses desde su llegada a Karmaland, y como él era el dueño y así, decidió que se tomarían ese día libre cada mes.
Juntando algunas mesas y sillones en una esquina, rodeados de tazas de café y postres, pasaban una agradable mañana sin contratiempos. Cellbit le mostraba algunos reportes en su tablet al hechicero, mientras Missa disfrutaba en paz su trozo de tarta de fresa, pues desde la llegada de Aldo, Mariana no había vuelto a molestarlo con su juego de "ver quien aguanta más sin respirar", y ahora ambos titanes solían enfrascarse en peleas de pulsos.
O más bien, Aldo solía humillar a Mariana en peleas de pulsos.
—¡Gané! —gritó Aldo triunfal levantando ambos puños al aire— Por favor, Mariana, ponle más ganas, esto es demasiado fácil.
El aludido contestó con un sollozo falso que consiguió una risa colectiva por parte del grupo.
—Aunque quisiera quedarme todo el día viéndolos jugar a los pulsos en la mesa que hechicé para que no la rompan —habló Juan, rodando los ojos—, opino que podríamos hacer algo más de provecho.
—Concuerdo —respondió Roier, tomando asiento junto a Missa— Y entonces, ¿Missa? ¿Alguna idea?
—¿Yo? —contestó el contrario sorprendido.
—Te toca a ti, es lo justo —continuó Roier sonriente—, el mes pasado jugamos ese aburrido juego de mesa de Juan--
—Que ustedes sean tan malos negociadores y que los hiciera mierda en Monopoly no significa que sea aburrido —contestó Juan, ofendido.
Roier siguió sin inmutarse —Y el anterior a ese, Mariana hizo su torneo todo pendejo de ver quien aguanta más sin respirar.
—¿Torneo? —los ojos de Aldo se iluminaron— Verga, me lo perdí, ¿podemos hacer otro después?
Rodando los ojos, el castaño continuó, palmeando amistosamente el hombro del esqueleto —Así que sí, Missa. Creo que es justo que ahora elijas tu algo que quieras hacer, es lo que hacen los amigos.
Roier podría jugar que vio los ojos de Missa aguarse tan cómicamente como un dibujo animado.
—Bueno... —empezó titubeando, aunque se detuvo a los pocos segundos— No, olvídenlo...
Bien, eso sí que llamó la atención de todos.
—¿Qué es, Missa? —Juan arqueó una ceja.
—No es nada. Es una idea tonta...
—Más tonta que Mariana pensando que puede vencerme, lo dudo —contestó Aldo entre risas.
—No creo que sea tonta —Roier resopló divertido mientras Mariana le reclamaba al nuevo titán— Anda Missa, dilo.
Al ver a todo el grupo mirarlo expectante, Missa tomó aire antes de hablar de nuevo.
—Bien. Pues verán...
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—¿Roier?
Roier parpadeó varias veces tras escuchar su nombre. Seguía dándole vueltas a la plática de esta mañana en el café. Se giró para ver el rostro de Mariana a su lado.
—¿Estas bien? —continuó el titán, al ver que tenía su atención continuó murmurándole al oído— No me digas que ese tal "zoológico2 es un lugar peligroso.
Resulta que apenas una semana atrás, Missa había alcanzado a escuchar a un grupo de niños en el café hablar sobre un nuevo lugar en el pueblo donde podías ir a ver a muchos animales, y desde entonces no había dejado de pensar en eso. Era bastante irónico cómo Missa, de la dimensión de los muertos, sintiera tanta curiosidad de la vida, en cualquier faceta.
"No van a ir al zoológico" dijo Cellbit al instante, argumentando que era demasiado riesgoso y podrían, sin quererlo, revelar su identidad en un lugar repleto de tantas personas.
Luego, de entre la lista de eventos planeados que Aldo leía en voz alta desde su celular, alcanzó a escuchar que había una exposición de osos polares.
"Sin mí" agregó el agente al final, asegurándoles que tenía que acompañarlos después de todo porque era su responsabilidad y dándoles una cátedra que nadie pidió sobre por qué sospechaba que los osos polares tramaban algo siniestro.
Y entonces, después de reposar el desayuno y tras confirmar la hora de apertura, ahora su pequeño grupo conformado por él mismo, dos titanes, un hechicero, un medio muerto y un agente secreto del gobierno obsesionado con los osos polares iban todos caminando muy contentos rumbo al zoológico. El grupo más extraño del universo.
O casi el más extraño...
—No es eso, es solo que —contestó el castaño al fin, externando aquello que lo tenía algo inquieto desde que salieron del café— ¿Crees que estuvo bien que nos fuéramos todos sin avisarle a Spreen?
El híbrido había vuelto a su dimensión un par de noches atrás, y si bien no era exactamente el más simpático, seguía siendo uno de sus nuevos y mejores amigos. No podía evitar sentirse culpable de no haberlo incluido en su pequeña salida.
—Todos tienen sus propias responsabilidades en sus mundos, Roier —empezó Cellbit con una ligera sonrisa—, es normal que no siempre podamos estar todos para hacer algo juntos.
—Lo sé, pero...
—Además, el Spreen es solitario por naturaleza —lo reconfortó Mariana, poniendo una mano sobre su hombro.
—Y si me preguntas a mí, sabiendo que es un sitio repleto de animales, es una suerte que no nos acompañe al zoológico —agregó Juan, girando los ojos—. Conociéndolo, seguro busca la manera de meterse a pelear con algunos y nos terminan echando del lugar.
El resto del grupo rio ante la broma del hechicero, y un Roier mucho más relajado suspiró aliviado. Aunque anotó en su mente asegurarse de llevarle un recuerdo.
¿Qué clase de obsequio podría gustarle? Pensamientos intrusivos idearon enseguida un oso de peluche.
¿Le molestaría o le causaría gracia?
¿Habría osos de peluche gruñones en el zoológico?
Mientras reía pensando en aquello, y tan solo unos diez o quince minutos más tarde, podían ver por fin el gran cartel de bienvenida al zoológico. Él junto con el resto pronto pasaron el gran arco de la entrada y ahora caminaban con calma entre el estacionamiento.
Quizás tenían razón, pensó Roier mientras se acercaban a las taquillas. Ya habría otras oportunidades y lugares que visitar junto con Spreen. Además, Missa se veía super contento.
Sonrió para enfocarse en el momento. Sería un día divertido y sin preocupaciones en el zoológico--
¡CRASH!
Sus pensamientos fueron interrumpidos por un flash, seguido del estridente sonido del metal crujiendo a su alrededor y gritos. Roier levantó la mirada justo a tiempo para ver un par de coches volando por los aires a pocos metros de ellos.
Tal vez pasar tanto tiempo conviviendo con seres de otras dimensiones había atrofiado un poco su sentido común, pues le tomó a Roier unos buenos cinco segundos darse cuenta de que eso no era normal.
—Pero--
Con un gruñido, Juan alcanzó a controlarlos con magia justo antes de que impactaran con fuerza contra el pavimento, haciéndolos levitar lentamente hasta que los pudo colocar nuevamente en tierra.
—¿Qué fue eso? —Aldo abrió los ojos en sorpresa— ¿Un terremoto?
Su pregunta fue respondida apenas el segundo siguiente, pues haciéndose espacio entre otros coches estacionados, se erguía frente a ellos una bestia gigantesca. Apartando entre patadas y empujones los autos a su alrededor, haciéndolos parecer menos que meras latas de aluminio.
Lo primero con lo que Roier lo relacionó fue con un toro, aunque de proporciones descomunales. De pie sobre sus dos patas traseras debía medir al menos tres metros de altura. Pies como pezuñas que rompían el pavimento con cada paso que daba. Un par de grandes cuernos largos y curvos, semejantes a los de los demonios, sobresalían de su cabeza. Lomo ancho y musculoso, cubierto de un pelaje cobrizo y brazos del grosor de una de esas pelotas de yoga, terminando en gruesos dedos con afiladas garras.
Algo que le logró erizar la piel fue la vibración que provocaba su respiración. Un sonido gutural que hacía temblar los cristales de los coches alrededor y lanzaba un denso vapor con cada exhalación.
Pero si Roier pensaba que su respiración irregular era lo peor, es porque no había visto aun sus ojos. Rojos y brillantes en su totalidad y que, aunque parecían desorientados al principio, ahora estaban fijos sobre ellos.
¿Qué clase de criatura era esa?
—Es enorme —escuchó a Cellbit maldecir por lo bajo —¿Qué demonios hace aquí una criatura de Bestia tan grande?
Sus ojos se ensancharon ante la realización. ¿Dijo que era de Bestia? ¿Del mismo lugar dónde venía Spreen?
La inocente imagen del híbrido concentrado comiendo pastel, con restos de betún alrededor de su boca y sin interesarle ni un poco el mundo a su alrededor cruzó por su mente. Le resultaba casi imposible pensar que Spreen y el ser enorme frente a ellos tuvieran algo en común.
Evidentemente tal conmoción había llegado a alertar a todos los que estaban cerca de la entrada del recinto y pronto reinó el caos. Gente corriendo y gritando se hacían paso por los laterales del estacionamiento para huir y en apenas un par de minutos, el lugar estaba desierto.
—Y yo pensaba que Spreen era un bruto —dijo Juan, habiendo movido con magia una pila de coches para obstruir las entradas y salidas, impidiendo que ojos curiosos miraran lo que pasaba—, no pensé jamás encontrarme con un tipo C de Bestia aquí.
Tipo C, recordó Roier en su mente: Hostiles y sin capacidad de comunicarse con los humanos. No era de extrañar que Cellbit ya estuviera enfrascado en una conversación en su teléfono.
—Habla Cellbit Lange —dijo apresuradamente—, necesito un escuadrón en mi ubicación ahora. Tengo un tipo C fuera de control.
Un bufido lo puso alerta, y al girar su rostro hacía la bestia, pudo verla apoyarse en sus cuatro patas para acto seguido comenzar a correr a toda velocidad hacía ellos.
Missa estuvo a su lado en un parpadeo, sujetándolo a él de un brazo y a Cellbit del otro. Roier rogaba al cielo que no estuviera pensando en volar de pronto porque estaba seguro de que gritaría, y por más que se esforzara, estaba seguro de que no sería un sonido muy masculino de su parte.
Pero antes de que el medio muerto pudiera sacar sus alas, vio a Mariana codear a Aldo, una gran sonrisa en su rostro.
—Bueno mien, supongo que esta es tu primera prueba real, ¿listo para detenerlo?
Aldo lo miró con sorpresa una fracción de segundo para después sonreír macabramente, flexionando su cuello de un lado a otro y tronando los dedos de sus manos.
—A huevo.
Pateando el pavimento, ambos titanes se lanzaron al frente para encontrarse con la bestia-toro, tomándolo cada uno por uno de sus cuernos y logrando, aunque con algo de esfuerzo, detener su carrera. Tras asentirse mutuamente, ambos cambiaron su postura, y de un ágil movimiento enviaron a la criatura volando hacia la pila de coches que obstruía la entrada.
El castaño no daba crédito a sus ojos. ¿Este era el poder que tenían los seres de otras dimensiones?
Pero mientras Aldo y Mariana tomaban un respiro, la criatura parecía tener otros planes. Se incorporó de golpe y lanzó un fuerte gruñido al aire, preparándose para correr de nuevo hacía ellos.
Sorprendidos, ambos titanes apenas comenzaban a ponerse en guardia cuando de pronto una bola de fuego turquesa cayó del cielo, justo sobre la cabeza de la bestia, con tal potencia que terminó enterrándolo en el concreto y noqueándolo en el acto.
La bola de fuego cayó entonces a tierra, comenzando a disiparse poco a poco, y de entre restos de llamas, polvo y escombros, Roier pudo visualizar una silueta familiar.
—¡Spreen!
Las orejas de oso de Spreen respingaron al escuchar la voz del castaño, pronto girando su cuerpo para encontrarlo a pocos metros junto con el resto. Acomodó sus gafas de sol que comenzaban a resbalar por el puente de su nariz, ocultando profundos ojos amatistas mientras arqueaba una ceja con sorpresa.
—¿Qué hacén acá?
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Lo siguiente ocurrió en un abrir y cerrar de ojos.
Apenas minutos después de que Spreen dejara a la bestia fuera de combate, varias camionetas negras con el logotipo de La Federación rodearon el estacionamiento. Roier sonrió e inclinó la cabeza en un silencioso saludo al reconocer a un completamente recuperado Fred entre ellos. Sin embargo, el agente al verlo palideció y se llevó una mano a cubrir su nariz alejándose rápidamente...
Roier frunció el ceño hacia Spreen a su lado, quien solo se cruzó de brazos y apartó la mirada. Solo Dios sabe qué clase de cara le habría mostrado para hacerlo correr tan rápido...
—¿Cómo supiste que estábamos aquí? —le preguntó curioso al híbrido.
—No sabía —Spreen se giró a mirar al frente—, andaba buscándolos y escuché a una banda de gente corriendo diciendo que había un animal fuera de control por acá. Por como lo describían, supuse que era un minotauro. Causan un montón de problemas así que vine a encargarme de él.
Claro, Roier dedujo una vez Spreen le había dado nombre a eso que los había atacado. Ahora que lo pensaba bien, la criatura tenía todas las características de cómo describían a los minotauros en la mitología griega.
Contuvo una risa, ¿qué dirían los historiadores si descubrieran de pronto que los minotauros, y seguramente muchísimas criaturas fantásticas más existen en realidad?
—Pues sí que los causó, ¿estas familiarizado con ellos? —preguntó el castaño.
Spreen se encogió de hombros —Algo así. Llevo siguiéndoles el rastro desde hace un tiempo.
Tras aquella pequeña conversación, Cellbit llamó a Spreen para preguntarle algunas cosas. Roier se quedó solo un momento, regresando su mirada al frente.
Mariana y Aldo parecían estar bien, solo quizás algo cansados, Missa estaba al pendiente de ellos. Juan ayudaba a La Federación a hacer algunos movimientos para poder trasladar a la bestia a una van negra gigante para transportarlo mientras Cellbit parecía tomar notas rápidas sobre algo que le decía Spreen.
—Dicen que fue un agujero de gusano.
A su izquierda un par de agentes, ocupados en tomar fotografías de los daños, hablaban entre ellos.
—¿Viste el tamaño de esa cosa? —preguntó el otro en voz baja— El agujero debió ser enorme para que pudiera entrar por ahí.
El contrario suspiró cansado —No solo han aparecido más agujeros, sino que también son tan grandes como para que un minotauro puede entrar ¿qué demonios está pasando en Bestia?
Roier no pudo seguir escuchando su conversación, pues apenas los agentes vieron que no estaban solos, se alejaron. El castaño hizo un puchero, con lo que le mamaba el chisme...
"Por suerte fue a las afueras del zoológico", dijo Cellbit casi una hora más tarde y una vez tenían al minotauro asegurado y montado en un gran camión, pues eso les ayudó a crear una historia creíble sobre lo que era esa cosa:
"Taurus fictitius" lo llamaron, y de alguna forma lograron convencer a la prensa y al mismo zoológico, argumentando que era una "especie tan rara y exótica que no podía filtrarse hasta el día de su llegada"
Y era chistoso que se lo creyeran, porque sí que era un toro ficticio. O al menos es lo que creían en esta dimensión.
Lamentablemente, a pesar de que ese desastre fue evitado, no todo resultó bien al final, pues tras el altercado, el zoológico cerró sus puertas por varias semanas para poder hacer las reparaciones necesarias, arruinando la tarde de diversión con otros seres vivos que Missa anhelaba tanto.
Aunque sus ojos volvieron a iluminarse con la promesa de regresar después.
Tras asegurarse de que la situación estaba bajo control y después de que Cellbit diera unas últimas órdenes a su gente, el grupo, ahora sí 100% extraño tras la reincorporación de Spreen, regresaba a Karmaland.
Roier soltó un largo suspiro. No fue el día que planeaban, pero sí que estaba cansado.
—Bueno —empezó una vez estuvieron frente al café—, no se ustedes, pero a mí tantas emociones me dieron hambre, ¿pedimos pizza?
Apenas logró poner la mano sobre el picaporte cuando Spreen se abrió paso entre el resto, adelantándose hasta él y cubriéndola con la propia. El castaño se giró a mirarlo confundido.
—Che, Roier... me olvidé decirte —empezó, apartando la mano—, traje un regalo de Bestia.
—¿Un regalo? —intervino Juan, sonriendo con sarcasmo— Déjame adivinar, ¿la cabeza de uno de tus enemigos?
Spreen lo ignoró —En realidad son dos.
—¡¿Dos cabezas?! —gritó angustiado.
—¡Cerra el orto! —explotó contra el hechicero— ¡No es nada de eso! Es...
Miró por el rabillo del ojo a Roier.
—Ya lo verán...
Con más preguntas que respuestas, Roier giró el picaporte y dio un paso adentro, la campanilla dejando un ligero eco tras su paso.
El café estaba en total silencio y justo cómo lo habían dejado tras salir por la mañana. Sin saber exactamente que buscar, miró de un lado al otro, no encontrando nada fuera de lo común.
De pronto escuchó un ruidito y justo después un par de objetos del tamaño de su cabeza salieron de detrás de la barra, rodando por el suelo, casi como si se persiguieran el uno al otro entre las patas de las sillas y mesas del café.
Roier arqueó una ceja al identificarlos, mucho más confundido que antes
—Son... ¿huevos?
Su voz pareció alertar al par que se detuvo en ese instante. Sus ojos debían estarlo engañando, pues casi podía jurar que lo estaban mirando. Hubo un pequeñísimo destello de luz y de cada uno de ellos salieron un par de patitas, parecidas a las de un reptil y una pequeñita cola a juego.
Con sus nuevas patitas, ambos se echaron a correr hacía su dirección. Roier instintivamente dio un paso hacia atrás, su espalda chocando con el cuerpo de Spreen, quien colocó una mano sobre su hombro y levantaba la palma contraria al frente en señal de alto.
—Alto ahí —habló el híbrido en voz alta pero tranquila.
Los huevitos pararon enseguida, su mirada se alternó entre él, Spreen, él de nuevo, Spreen de nuevo, y terminaron mirándose mutuamente antes de hacer algo parecido a asentir.
Spreen los estudió un momento más, y tras ver que los dos no mostraban signos de querer lanzarse contra ellos, soltó un suspiro, bajando su mano.
—No son hostiles —dijo girándose hacia Roier—, pero dan unos cabezazos que te cagas.
Sin embargo, tan pronto Spreen se distrajo, ambos huevitos saltaron hacía el castaño quien, al verlos por el rabillo de ojo, inconscientemente abrió ambos brazos para recibirlos contra su pecho.
—¡Gruu! ¡Gruu! —trinaban ambos, acurrucándose contra él de la misma forma que haría un cachorro.
Tanto Spreen como Roier miraban al par con sorpresa mientras, cansado de que no lo dejaran entrar al café, Mariana empujó haciéndose paso, riendo bajito al ver por encima de sus cabezas la escena.
—Pues felicidades, Roier. Supongo que ya eres mamá.
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Siendo Spreen el experto en Bestia, además del claro culpable de que estos dos seres estuvieran aquí, todos pronto exigieron una explicación.
Sin embargo, cómo bien dicen: uno no puede pensar con el estómago vacío. Tomó unos minutos de persuación, pero tras ver que el par de huevitos eran lo más alejado a ser hostiles, el grupo estaba ahora en una mesa, comiendo la pizza de la que había hablado Roier antes.
Y hablando de Roier, a él hacía mucho que se le había olvidado que tenía hambre, pues tras comer apenas un trozo, dirigió toda su atención a los huevos sentados sobre su regazo.
No sabía que era más extraño: relacionar a Spreen con un enorme y aterrador minotauro, o con este par de adorables criaturas que ronroneaban cada vez que los acariciaba.
—No dejés que su apariencia te engañe —finalmente satisfecho, Spreen empezó—, a pesar de verse inofensivos, son originarios de Bestia. Dragones, para ser exactos.
—Ya veo, dragones —murmuró Roier por lo bajo.
...
Espera...
Cellbit y Roier gritaron a unísono:
—¡¿DIJISTE DRAGONES?!
—Vos que te sorprendes —el híbrido se dirigió al mayor—, sabían que hay dragones en Bestia, Maxo hasta hizo un reporte de eso.
—Bueno, pero no por saber que existen imagine que fueras tan imprudente cómo para traerlos hasta aquí —le recriminó Cellbit, poniéndose de pie y rodeando la mesa para llegar hasta el castaño— Se que aún son crías, pero siguen siendo criaturas en extremo raras y potencialmente peligrosas, no es muy inteligente tenerlos aquí.
—Lo más que van a hacer es rasguñar las patas de las mesas —Spreen trató de minimizar el riesgo—, o si tenés mala suerte como yo, te llevas un cabezazo.
En algun punto, claramente aburridos de la conversación, ambos saltaron del regazo del castaño y comenzaron a correr alrededor del café.
—¿Por qué siguen ahí dentro? —preguntó Roier, frunciendo el ceño, haciendo clara alusión a que, a pesar de ser conscientes del entorno, seguían aun en su cascarón.
—Los dragones bebés suelen quedarse en sus cascarones por un buen tiempo, incluso después de nacer —empezó Cellbit, mirándolos con cautela— A pesar de ser de una especie superior, aun son demasiado débiles para afrontar un lugar tan hostil como Bestia. Sus caparazones son tan duros e impenetrables como las escamas de sus padres lo que les permite estar seguros hasta que logren controlar mejor su poder. Usan magia ancestral para sacar sus extremidades a voluntad.
Bien, eso explicaba cómo pudieron sacar sus patas y cola. Una duda menos.
Quedaban un millón.
El castaño dejó que las palabras del mayor asentaran en su mente mientras observaba al par de huevitos. Se levantó de un salto, tirando la silla detrás suya al ver a uno de ellos a punto de chocar con la barra, pero este, sin dejar de correr, se desvió en el momento justo.
Parpadeó sorprendido —¿Pueden ver? ¿Aun dentro del cascarón?
—Ven perfectamente —Spreen volvió a hablar, siguiendo su mirada y de brazos cruzados— Su magia les permite percibir todo a su alrededor, no necesitan hacer huecos para eso. Si sacan las patas y la cola es solo por comodidad.
—Ay si —Juan rodó los ojos—, esconderse en un cascarón y sacar los pies con magia es super sencillo, cualquiera podría hacerlo.
—Juan —Missa lo observó divertido—, ¿estas celoso?
—Yo nada más digo que si son taaaaan buenos usuarios de magia pues ellos hubieran vencido al minotauro, ¿o no? Y por cierto —el hechicero se giró a ver a Spreen—, mucha explicación de los dragones pero no nos has dicho por qué vergas están aquí. ¿Los trajiste para presumir?
—Hubo una tormenta horrible en Bestia. Los encontré varados en medio de la nada. No había rastro de su madre ni de su padre cerca.
— ...ah
—Verga —Mariana murmuró—, no quisiera ser Juan ahora mismo.
—Si wey —Aldo le hizo segundas—, imagínate ser tan pendejo cómo para querer competir con dos pobres bebés perdidos.
—¡NO SABÍA! ¡¿OK?! —Juan, rojo hasta las orejas, explotó contra los titanes— ¡TODO HUBIERA SIDO MÁS FÁCIL SI EN LUGAR DE COMER PIZZA EL IMBÉCIL DE SPREEN HUBIERA EMPEZADO POR AHÍ!
Mientras Juan se moría de vergüenza, Roier dirigió su atención de nuevo al par de huevitos, sus ojos cargados con tristeza mientras escuchaba a Cellbit hablar en voz baja.
—¿No encontraste cuerpos? —murmuró en un hilo de voz, seguramente para que los pequeños no lo escucharan.
Spreen negó con la cabeza. Una extraña combinación de alivio e impotencia en su rostro.
—Bestia se mantiene en constante cambio, por las peleas territoriales y eso. Y ellos que llevan siglos viviendo en las montañas seguro no saben moverse bien en tierra. Y no es cómo si supiera a dónde llevarlos.
Sintiéndose observado, Roier despegó la vista del par de huevitos y miró al otro lado de la mesa, encontrando la mirada oscura de Spreen sobre él.
—Luego pensé en Karmaland —continuó en voz seria—. Vos dijiste que este podía ser un hogar, ¿no? No soy experto, pero creo que es justo lo que estos dos necesitaban.
Los ojos de Roier se abrieron de par en par, para luego achicarse, dando paso a una gran sonrisa.
—Sí. Lo dije y lo mantengo. Si mi abuelo se empeñó tanto en hacer de este un hogar al que siempre se puede regresar, no voy a venir yo y quitárselos.
Si. Definitivamente pasar tanto tiempo rodeado de Spreen y el resto había atrofiado su buen juicio y sentido común. Pero no podían culparlo. No cuando ahora sabía que dos pequeños, que antes de dragones eran niños asustados, solo se tenían el uno al otro.
Cellbit, a su lado, suspiró cansado.
—Es muy lindo de tu parte haberlos rescatado, Spreen. Y también es tierno que Roier esté dispuesto a darles un hogar. Pero creo que todos aquí sabemos que no pueden quedarse aquí para siempre
Roier llevó una mano a su barbilla —Es verdad. Seguro sus padres están preocupados.
—Bueno, sí —el mayor rió bajito—. Aunque yo lo decía más por el hecho de que van a crecer y convertirse en seres enormes y peligrosos.
—Ah claro... eso —respondió el castaño igual con una risa. ¿Lo ven? Falta de sentido común.
Cellbit continuó —Necesitan volver a casa y con los suyos cuanto antes.
—¿Escuchaste algo de lo que dije? —Spreen jadeó cansado, apoyándose sobre la mesa— Estuve dos días buscándolos en los alrededores. Y no es cómo que pueda tenerlos todo el rato allá —suspiró—. Rastrear dragones es re complicado.
Cómo si fuera justo lo que esperaba escuchar, Juan se levantó de golpe.
—Eso es porque no nos tenías a nosotros —dijo con un gesto de superioridad— Claro, tú eres muy bueno siendo una bestia de fuego y toda esa mierda, pero conmigo y mi magia y Missa que puede volar seguro podemos ayudar. Hasta puede que Mariana aporte algo.
—Míralo al baboso —Mariana ignoró por completo el insulto de a gratis—, después de cagarla quedando como idiota frente a los nenes ahora quiere remediarlo.
—Sé admitir cuando me equivoco —el hechicero se cruzó de brazos—, y si lo que necesitamos es encontrar a sus padres, con nuestras habilidades pienso que será pan comido.
Missa pestañeó varias veces.
—Espera Juan. No estás insinuando--
—Así es —se cruzó de brazos—. Iremos a Bestia.
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El resto del día pasó en un parpadeo. Y con ambos huevitos jugando entre ellos, riendo divertidos y acurrucándose junto a él para dormir, Roier solamente confirmó que los pequeños efectivamente parecían más bebés que temibles dragones.
¿Y cómo no confirmarlo? Si en todo el día no se despegaron de él.
Spreen mencionó algo sobre tener cuidado, sobre todo con el mayor, pues cuando menos lo esperabas podía darte un cabezazo.
Honestamente creía que el híbrido exageraba. Uno rasguñó a Missa mientras jugaban por la tarde y el otro puede que haya pateado a Aldo en la espinilla cuando el titán se burló de su tamaño. Pero nada más que eso. Con él, por lo menos, eran completamente adorables.
Al día siguiente, un par de horas antes de abrir, todo el grupo estaba dentro de la habitación de "Solo personal autorizado", de frente al gran portal.
—¿Por qué no puedo ir? —Aldo se cruzó de brazos mientras encaraba al resto.
—Porque estas muy verde aun, mi Aldo —Mariana revolvió su cabello, divertido—, aun no controlas por completo tu fuerza. Además, no piensas dejar a Roier acá solo, ¿o si?
El castaño sonrió, golpeando amistosamente a Aldo con su hombro.
El plan era simple: con Spreen al frente, Juan, Missa y Mariana entrarían los cuatro al portal hacía Bestia junto con los huevitos, irían directamente al lugar dónde los encontró y buscarían pistas o algo que les indicara cómo encontrar a sus padres. No debía tomarles más de un par de días.
Al ser una misión que requería precisión y en un terreno mucho más hostil que Pion, Aldo no podría ir. Por supuesto, que Roier y Cellbit como humanos los acompañaran estaba por completo fuera de discusión.
Mientras Aldo se cruzaba de brazos y murmuraba algo sobre "ya verán cuando sea más fuerte que van a rogar por mi ayuda", Roier apretó el agarre en los dos huevitos que descansaban en sus brazos.
Quería ir. Obviamente quería ir y poder ver con sus propios ojos cómo era otra dimensión. Y el que fuera precisamente Bestia, la misma tierra de donde venían seres temibles como el minotauro, adorables como este par y Spreen, una especie de equilibrio que siempre era tan misterioso sobre todo, solo hacía crecer más y más su curiosidad.
Pero ayer, casi como si Spreen leyera su mente, le dio un "no" rotundo, apoyado completamente por Cellbit.
Hizo un puchero. Sabía que era lo correcto. Esta dimensión y Karmaland eran su lugar.
Pero--
—Hay que salir ya.
La voz de Spreen interrumpió sus pensamientos. Frente al portal, él junto con el resto del grupo que viajaría a Bestia estaban en su forma real.
—Anda, damelos —continuó refiriéndose a los huevos y extendiendo ambos brazos hacia el castaño.
Roier sacudió su cabeza para despejarse. Sonrió asintiendo y acercándose al híbrido llevando a ambos en brazos.
—Va, supongo que aquí nos despedimos. Tengan cuidado, Bobby, Pulido.
Silencio.
—¿Quiénes? —Spreen arqueó una ceja.
Y Roier lo miró como si el raro fuera él.
—Son sus nombres. La neta me harté de nomas estarlos llamando "hey" y "tu
Sonrió satisfecho mientras con la cabeza señalaba a cada uno:
—Este, el que dijiste que es el mayor, es Bobby. Y el pequeñito es Pulido. Están chidos, ¿no? No solo tienen el nombre de uno de los mejores cantantes de todos los tiempos, también es para no confundirnos y pues llamarlos por su nombre y así.
Silencio de nuevo.
—Roier —bufó Spreen—, sos el peor nombrando bestias... y encima dragones.
—¿Apoco sí? —el castaño lo miró desafiante— ¿Y tú eres muy bueno o qué?
—Mejor que vos, seguro.
Spreen se cruzó de brazos mirando al par de huevos aun refugiados en los brazos del castaño.
Bobby lo miró un segundo, antes de regresar toda su atención a Roier. Por otro lado, el tal "Pulido" sostenía su mirada, curioso.
Quizás Bobby no era tan mal nombre después de todo. Era casi como "Bully", que le quedaba bien pues el muy hijo de puta seguía intentando darle cabezazos en cualquier oportunidad.
Pero este otro nombre no lo terminaba de convencer del todo...
—Ramón —dijo después de un rato, sin despegar la vista del pequeño.
—¿Ramón? —repitió Roier, y para su sorpresa, el pequeño se removió contento en sus brazos— Pues parece que le gusta, va. Pero ¿por qué Ramón?
—Tiene cara de Ramón.
—¡Ni siquiera tiene cara, es un pinche huevo!
Una risa estuvo por salir de sus labios, pero Spreen logró retenerla en el último segundo. ¿Qué demonios hacía aquí nombrando huevos?
Al nombrarlo, creas un vínculo. Vínculo que ni él ni Roier necesitaban pues la despedida podría ser más dura después.
El rostro triste del castaño cruzó su mente y Spreen gruñó por lo bajo. Tenía que romper ese vínculo antes de que se hiciera más fuerte. Sería brusco si era necesario.
—Igual no sé por qué perdés el tiempo con eso si no los vas a volver a ver —el pelinegro rodó los ojos, de nuevo extendiendo sus brazos—, dámelos ya. Nos vamos.
Roier hizo un puchero, pero entendió. Bajó la mirada para despedir al par con una sonrisa.
—Fue lindo conocerlos. Suerte encontrando a sus padres, Bobby, Ramón.
Se acercó al híbrido para entregárselos en brazos.
Sin embargo...
—Hey--
Bobby enroscó su cola alrededor de la muñeca derecha de Roier y Ramón se aferraba con sus patitas a su sudadera. Ambos negándose a saltar a los brazos del pelinegro.
—Paren de jugar —resopló cansado Spreen, tomando a cada uno con una mano y comenzando a forcejear— Soltalo ya.
—¡Grrr! —Bobby gruñó desde dentro de su cascarón, usando una patita para rasguñar al híbrido.
Ramón por su lado se acurrucó más contra el pecho del castaño, sus garras tomando más de la tela de su ropa.
No queriendo emplear toda su fuerza para no lastimarlos a ellos ni a Roier, Spreen trató de dialogar un par de veces más.
Y llamenlo loco, pero estaba seguro de que Bobby le había sacado la lengua, burlándose de él bajo su cascarón...
Así que, sintiendo una vena palpitar en su cabeza, esta vez sí que empleó toda su fuerza.
—¡SOLTALO, BOBBY! ¡RAMON!
—¡GRRRRRRR!
Ambos huevitos gruñeron a unísono mientras Spreen conseguía separarlos un poco del pecho del castaño. Ambos entonces blandieron sus pequeñas garras afiladas y se aferraron a los brazos de Roier, traspasando su sudadera como diminutas agujas enterrandose en su piel.
—¡AUCH! —se quejó el castaño, entre garritas afiladas y jalones de Spreen— ¡ME LASTIMAN, DEJEN DE PELEAR!
Missa, junto con el resto, miraba la escena con expresión preocupada.
—¿N-no deberíamos ayudarlos?
—Nah —Juan rio por lo bajo—, es bastante divertido.
Cansado del ir y venir de parte del par de dragones y tras ver una expresión de dolor en el rostro del castaño, Spreen dejó de insistir, jadeando cansado.
Satisfechos con su trabajo, Bobby y Ramón se acurrucaron de nuevo en el pecho de Roier, vibrando en algo bastante parecido a un ronroneo.
— ...
—Pues parece que se encariñaron contigo —Aldo rompió el silencio.
—Yo lo dije, mien. Eres cómo su mamá ahora. Te quieren mucho.
—¿Qué? —respondió Roier, visiblemente confundido— ¿Por qué?
Spreen lo miró por debajo de sus pestañas. ¿En serio acababa de preguntar eso?
A pesar de que él mismo le dijo que solo los dejara en paz, Roier los alimentó, jugó con ellos hasta muy tarde, les contó un cuento para dormir, durmió abrazándolos contra su pecho y hasta los había nombrado.
Y pudo decirlo en voz alta y dejar al castaño en ridículo, pero honestamente, el solo tener que explicar que sabía eso último porque los espió mientras dormían haría que el que quedara en ridículo fuera él...
—Muy lindo y todo, pero es un problema —Juan habló—, ¿y si su verdadera madre los está buscando? Tienen que irse ya.
—Esta difícil si se niegan a soltar a Roier —contestó Mariana, cruzándose de brazos.
Mientras el grupo seguía hablando, Roier miró al par de huevitos entre sus brazos, tragando saliva antes de hablar.
—Sé que dijeron que no... pero... ¿y si los acompaño?
—No.
La respuesta de Spreen fue instantánea, fuerte y clara, y la esperaba para ser honesto.
—Es demasiado peligroso para alguien tan débil como vos —continuó, extrañamente serio— Solo con poner un pie allá, tu vida está en riesgo.
En cualquier otra situación, Roier no hubiera desperdiciado la oportunidad para discutir con el híbrido sobre su propia fuerza, pero al menos sobre esto, sabía que no estaba exagerando en lo absoluto.
Y solo recordar al minotauro del día anterior se lo terminaba de confirmar. Bestia estaba repleto de criaturas de ese tipo, no se trataba de ningún juego.
Tras varios segundos donde todos parecían debatir sus opciones, Juan resopló sonoramente.
—Creo que estamos exagerando un poco. Claro, es un lugar peligroso, pero no es cómo si Roier fuera a ir solo. Si nos quedamos juntos, creo que entre Spreen, Missa, Mariana y yo podemos mantenerlo a salvo.
—Juan, te entiendo, pero debes recordar que los humanos son seres muy fragiles —Cellbit intervino, en voz grave— ¿Recuerdas como a Missa casi lo atacan unos lobos? Si le pasó a él que es un no-humano, ¿qué le espera a Roier?
—Si, pero--
—¡No voy a llevar a Roier allá!
La voz del híbrido salió un poco más fuerte de lo que él mismo planeaba, logrando callar la discusión de Juan y Cellbit, y que Bobby y Ramón se sobresaltaran.
El castaño sabía que todo era problema de su propia falta de fuerza o talento, pero algo cálido se extendió en su pecho al pensar en que, de una u otra forma, Spreen parecía querer protegerlo con eso.
Aunque eso los dejaba con el problema inicial.
—¿Y qué hay de ellos?
Sorpresivamente, esta vez fue Aldo quien habló, todas las miradas se posaron sobre él mientras continuaba en tono ligeramente molesto.
—Entiendo que el lugar es peligroso para Roier cómo humano, pero ellos son solo bebés. Fueron separados de su familia y luego transportados a otro mundo que no conocen... —apretó los puños—, yo mismo tuve miedo cuando me enteré de que no soy de esta dimensión, pero siempre tuve a mi familia... no quiero imaginarme como se sentirán ellos.
Las palabras de Aldo parecieron tener un efecto tanto en Cellbit cómo en Spreen. Al sentir a Bobby y Ramón removerse entre sus brazos, Roier tomó una decisión.
Se acercó nuevamente al pelinegro hasta quedar cara a cara con él.
—Yo soy la primer persona en saber que soy débil. Pero de verdad quiero ayudar a estos dos.
Spreen suspiró.
—Roier--
—Y también sé que tengo de amigos y clientes de Karmaland a los más fuertes. Confío en que podrán mantener a salvo incluso a alguien tan débil como yo —continuó el castaño—. No me gusta depender de otros, pero... solo por esta vez...
Bobby y Ramón se movieron ligeramente en sus brazos para mirar expectantes al híbrido.
Spreen miró por el rabillo del ojo, buscando a Cellbit, quizás esperando que el agente le ayudara en convencer a Roier de la pésima idea que era esta.
—Si lo pones así —Cellbit contestó, pensativo—, creo que tienes un buen punto. No digo que esté a favor, pero solo será una visita corta y por un bien común... pero me temo que tendré que acompañarlos. Si las cosas se ponen feas, Roier y yo regresaremos de inmediato. ¿Entendido?
—¡Si! —Roier contestó contento— ¡Prometo hacer caso!
—Bien, pues está decidido —Juan juntó ambas manos con una sonrisa—, aunque ahora que se nos unen tenemos que volver a planear el viaje.
—No se vale —Aldo se cruzó de brazos— ¿Entonces me toca quedarme aquí yo solo?
—Alguien tiene que hacerse cargo del café, ¿no?
Regresando al interior café, el grupo se enfrascó en una charla entre risas. Bobby y Ramón saltaron fuera los brazos de Roier y corrieron a jugar entre las mesas a perseguirse el uno al otro.
Entre la pequeña conmoción, solamente Roier se dio cuenta de cómo Spreen, en silencio, volvía escaleras arriba a su habitación.
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Tras discutirlo de nuevo, y con la incorporación de Roier y Cellbit al viaje, decidieron dejarlo para el día siguiente, después una noche de sueño reparador.
Roier miraba el techo de su habitación frustrado. Hacia mucho que debía estar dormido, pero la emoción de saber que en pocas horas viajaría a otra dimensión lo tenían más despierto que nunca.
Aunque si era completamente honesto, también sentía algo de nervios.
La dimensión de las bestias era un lugar peligroso. Eso le quedaba claro, tanto por las charlas con Spreen cómo por vivir de primera mano una experiencia cercana con una bestia de allá.
Miró a su costado, sonriendo con ternura al ver a Bobby y Ramón acurrucados. Era casi imposible imaginar que este par de adorables huevitos pronto crecerían para ser imponentes dragones, a los que incluso el pelinegro respetaba.
Jadeó cansado llevándose una mano al rostro, no conseguiría nada si se quedaba aquí acostado. Cuidando no despertar al par de hermanos, Roier se levantó y sin molestarse en cambiar su ropa para dormir salió de su habitación, escaleras abajo.
El interior del café por la madrugada era una imagen casi eterea. Suave luz de luna filtrandose entre los vitrales, envolviendo todo en halos azules y morados.
No queriendo encender las luces y alertar a sus amigos escaleras arriba, en silencio caminó hasta la puerta principal, había pensado en beber algo, pero pensándolo bien quizás un poco de aire fresco le ayudaría a conciliar el sueño.
Al abrir y cerrar la puerta tras suyo con lentitud, la campanilla apenas alcanzó a hacer eco en el silencio de la noche.
Cerró los ojos e inhaló profundamente. El ligero aroma de las flores que adornaban las ventanas de Karmaland por fuera llenando sus sentidos, ayudándolo a calmar un poco su nerviosismo.
Esta calma no era algo que pudiera experimentar durante el día, no con el café siempre ocupado con gente yendo y viniendo ni con sus divertidos acompañantes no-humanos y sus ocurrencias, pensó mientras abría los ojos de nuevo mirando al frente. Por supuesto no había ni un alma despierta a esta hora.
Por eso, se sorprendió bastante cuando notó por primera vez a la persona sentada en el alfeizar de la ventana, y la cual había estado observando sus movimientos desde que salió por la puerta.
—¿Spreen?
Preguntó al aire pestañeando un par de veces. Como si no estuviera del todo convencido de que quien estaba sentado en calma, entre rojas amapolas y acianos azules e iluminado por la luz de la luna, era el híbrido.
—¿No deberías estar dormido? —le respondió con otra pregunta, regresando su mirada al frente.
Sintiendose casi como un niño que acababa de ser atrapado fuera de la cama a mitad de la noche, Roier de igual manera apartó la mirada.
—No podía dormir —contestó encogiendose de hombros—, por lo de mañana, creo.
Se quedaron en silencio un momento tras aquello, ocupados mirando la luna en el horizonte.
—Che, Roier —la voz del pelinegro fue baja, pero en el silencio de la noche, Roier pudo escucharla con claridad— ¿Posta vas a ir?
El castaño suspiró —Si.
Quizás Roier esperaba que eso desencadenara otra discusión como la que tuvieron antes frente al portal, pero por el contrario, Spreen solo siguió hablando.
—Se que lo dije una banda, pero Bestia es un lugar peligroso, mucho más de lo que Cellbit o yo podamos describirte. Morirías en minutos de ir vos solo allá.
Roier sonrió. Era bastante adorable cómo para Spreen parecía imposible poder decir en voz alta "Me preocupo por vos" y en su lugar lo disfrazaba con cosas similares a los insultos.
Giró sobre sus talones, atrapando a Spreen mirandolo y sosteniendo su mirada.
—Lo sé, pero de todos modos voy.
—Ya se —Spreen rodó los ojos—, por Bobby y Ramón.
Los ojos de Roier se abrieron ligeramente ante esto. Por supuesto que en gran parte era por ese par. No iba a quedarse de brazos cruzados sabiendo que su familia los estaba buscando.
Pero si era realmente honesto...
—Claro que es por ellos... pero también...
"Lugares tan maravillosos que parecieran sacados de un cuento de hadas..."
La voz titubeante del castaño captó la atención de Spreen. Se giró para mirarlo cabizbajo, su cabello iluminado por la luna, la piel de sus brazos y piernas descubiertas ligeramente erizada por el frío de la noche.
—Creo que también es... curiosidad —continuó en voz baja—, me gustaría saber más, ¿sabes? Y a decir verdad... me interesa saber cómo es el mundo de donde vienes...
Cerró los ojos. Esperando algo cómo:
"¡SOS PELOTUDO!"
O
"¡¿QUERES MORIR?!"
Pero en su lugar, escuchó a Spreen reir.
Y hubiera sido hermoso, si no hubiera notado el evidente tono de ironía con el que lo hizo...
—Creéme, Roier —le contestó, regresando su atención a las flores del alfeizar—, no te perdés de nada.
—Sí, claro —esta vez Roier rodó los ojos— Bestia: Tierra hostil y la fregada. Por favor, Spreen, no puede ser tan terrible.
Spreen lo estudió unos segundos hasta que un recuerdo cruzó su mente.
—Pues —empezó, sus ojos viendo al frente, pero mucho más allá—, hay veces rarísimas en que el sol sale de entre las nubes. Cuando pasa y si tenés suerte, podés ver bajar algunos rayos. Lo que toca la luz en Bestia es algo hermoso y lo recordás el resto de tu vida...
Roier apenas pudo imaginar la escena —¿Lo ves? Suena genial, ¿qué viste tú?
—Nunca lo ví —se encogió de hombros.
—¿Y cómo sabes que pasa entonces? —presionó Roier.
Spreen entrecerró los ojos, regresando unos años en el tiempo —Digamos que me lo contó alguien en quien confío... —sacudió la cabeza— Así que no, supongo que no hay nada que al menos yo conozca de Bestia que valga la pena resaltar. Además--
"--mientras más sepas sobre mí, vos--"
Roier vio como los labios de Spreen seguían moviéndose, pero no alcanzó a escuchar aquello último, pues el sonido lejano de una ambulancia logró opacarlo.
—¿Yo qué? —preguntó confundido.
Spreen lo miró un segundo.
—Nada.
Y de un salto, bajó del alfeizar, caminando hacia la entrada del café y abriendo la puerta.
—Igual sé que sos re terco y no vas a cambiar de opinión, así que en lugar de andar acá cagandote de frío deberías volver adentro y dormir, nos esperan días ocupados.
Roier alcanzó a aguantarse el estornudo que amenazaba por salir de su boca. No le daría el gusto al híbrido de burlarse por su pobre elección de ropa.
Caminó los pocos pasos que lo separaban de la puerta que le sostenía Spreen.
—Tranca, voy a protegerte.
La voz de Spreen llenó sus sentidos, al haber sido susurrada en su oído tan pronto pasó a su lado.
Se giró a mirarlo sorprendido, pero al parecer el verdadero sorprendido fue él, pues pudo ver un tenue rojo en la punta de su nariz.
—T-tengo que hacerlo —agregó rápidamente—, vos tenés esta estúpida confianza en nosotros, y si no lo hago, Cellbit me va a romper las bolas todo el rato.
Roier contuvo una risa, contestó canturreando y susurrando también.
—Mi héroe.
—Cerra el orto.
—En recompensa, cuando regresemos te hago otros tacos.
Spreen arqueó una ceja, frunciendo los labios.
—¿Vos crees que podés comprarme con comida todo el tiempo?
—¿Los quieres o no?
Y Spreen rio de nuevo, bajito, entre dientes. Pero esta vez genuino...
Y tal como Roier lo sospechaba: realmente hermoso...
—Dale...
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¡SORPRESA! 🥚🥚
Con la llegada de Bobby y Ramón tenemos dos nuevos personajes en nuestra bonita historia, ademas de algunas menciones que quizas hagan su aparición después 🤭 (o no? quien sabe)
PERO BASTA DE ESO!! ROIER VA A VIAJAR A OTRA DIMENSION!! ENTUSIASMO!! CUANTO TIEMPO TARDARA EN MORIR?? 😄 (no)
Mil gracias por leer y perdon por la tardanza! Llevaba ya varios días que no lograba terminar este capitulo!
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