Café
— Mien, te dije con leche. ¡No café puro!
— Ay, si apenas te escuché. ¿Por qué no hablas más fuerte?
— Perfecto. ¿Qué te parece si te empiezo a gritar?
El chico alto tomó a su amigo por el cuello de la camisa beige con su correspondiente nombre en ella, y se acercó a su costado.
— ¡Así es mejor! ¡¿No?!
Le gritó en el oído. A lo que el más bajo reaccionó empujándolo lejos.
— ¡Ya, Mariana! ¡Ya te entendí! Pinche pendejo bizco…
Las últimas palabras salieron más como un murmullo mientras el hombre volvía a su lugar en la cocina. Mariana claramente lo oyó pero decidió rodar los ojos e ignorarlo.
Esto es lo que pasa cuando decides trabajar con tu amigo en la misma cafetería. Un completo caos, pero te acostumbras…
Por lo menos, Mariana ya estaba más que acostumbrado a vivir entre caos. Su vida era uno.
Todos los días debía levantarse a las siete de la mañana, ponerse su uniforme (una horrible camisa beige con un pantalón oscuro) para luego llegar al café y, por si faltaba más vergüenza, colocarse encima de esas mismas prendas un delantal marrón. Realmente no veía razón alguna para que el color de sus uniformes tuviera que combinar con el café. Parecía ropa de abuelo. En fin.
Así daba comienzo a su jornada, tranquilo. Cómo siempre. Porque los horarios más difíciles eran entre las doce y las cinco, ya que, al ser la única cafetería cercana a una universidad, era él lugar indicado para esos pobres estudiantes. Sí, eran horarios realmente difíciles cuando llegaban todas esas largas caras a tratar de revivir con litros y litros de café, así poder volver a sus tediosas clases. Pero era una muy buena ganancia.
Y Mariana se apiadaba de esos pobres tipos. Pues él era uno de ellos. Bueno, ahora no porque su periodo de exámenes había acabado sino estaría comiéndose el tarro de café a cucharadas para poder terminar de leer esos largos PDF que siempre tenían más relleno que contenido.
Si fuera un día como esos, Mariana saldría del trabajo para ir a clases, de las clases directo a la cama y luego de vuelta al trabajo.
Sin ningún tipo de descanso.
Ugh, no lograba entender cómo su amigo (y compañero de trabajo) lograba mantener todo en equilibrio.
Roier era muy pendejo pero parecía tener todo en orden. Su empleo, sus clases, ¡Incluso una relación estable!
Imposible.
Mariana apenas podía salir los fines de semana. Y eso si no caía muerto en la cama el día anterior.
Por suerte hoy parecía ser un día más pacífico. Un poco al menos. Digamos…
— ¡Roier, deja de mensajearle a tu novio y termina el pedido!
— ¡Eso es pura envidia, pendejo!
El chico de gafas resopló y dejó caer su pequeña libreta sobre el mostrador mientras tomaba asiento frente a la caja registradora.
Estaba exhausto.
Al menos ya no quedaba nada para terminar su turno y largarse de allí. Además la cafetería se encontraba más solitaria en ese horario. Sólo había unas pocas personas para atender. Cosa de la cual se encargaba Mariana. Al igual que manejar la caja y preparar algún que otro café.
Normalmente él no hacía el papel de mesero pero ante la ausencia de su otro amigo; Aldo, por culpa de una gripe, era lo que quedaba.
Además, Roier se ocupaba completamente de la cocina.
Cuando no se mensajeaba con cierto argentino…
Mariana frunció el ceño y comenzó a maldecir mentalmente a su amigo, pero se relajó al momento de escuchar el ligero sonido de la campanilla que indicaba el ingreso de un nuevo cliente.
El joven "mesero" suspiró y volvió a tomar su libreta a la vez que se ponía de pie.
De reojo pudo ver como la persona entraba y tomaba asiento cerca de la ventana. Parecía ser otro universitario.
El chico agarró el menú que siempre estaba repartido en cada mesas y lo observó mientras Mariana se acercaba a él.
Sólo unos minutos. Sólo un cliente más y ya podría visualizar su cómoda cama y las suaves sábanas en ella.
— Buenas tardes, mi nombre es Mariana. —Se presentó casi sin ganas. Manteniendo su vista en el bolígrafo y la libreta en sus manos.— ¿Qué puedo ofrecerle?
Pasaron unos largos segundos en silencio para el disgusto del empleado, así que acomodó sus redondos anteojos y levantó la mirada con curiosidad.
Ojos verdes.
Eso fue lo primero que vió delante suyo. Un par de ojos verdes detrás de unas gafas que lo observaban sin ningún tipo de reacción. Parecía ¿Perdido?
Mariana volvió a fruncir el ceño con incomodidad y aclaró su garganta intentando animar al joven para que respondiera algo. Pero este solo desvió velozmente la vista hacia la mesa como si hubiese sido descubierto haciendo algo penoso. El rubor en sus orejas no mejoraban la situación.
El más alto se quedó perplejo por el accionar ajeno. Pero decidió que iba a ignorar eso, contar hasta tres y volver a hablar:
— Ok… ¿Ha visto algo en nuestro menú que le interesó?
El desconocido tamborileó los dedos sobre la mesa con una actitud nerviosa. Incluso Mariana pudo notar como la mirada del chico recorría el menú sin cesar debajo de ese cabello rubio que se colaba sobre su frente.
De repente, el hombre levantó su mano y señaló dudoso una esquina del papel. El castaño dudó por unos segundos pero finalmente se inclinó y echó un vistazo a lo que indicaba.
— Café negro con tostadas… Bien…
Leyó en voz alta para luego anotarlo en su libreta con muchas dudas. No era necesario escribir un pedido así de corto pero esa situación le resultaba tan incómoda que el trozo de papel fue su único escape.
— Enseguida se lo traigo.
Dijo de forma apurada dando una amable sonrisa que parecía más una mueca.
El rubio se volvió hacia él y abrió la boca como si estuviera a punto de decir algo pero automáticamente la cerró arrepentido.
Mariana solo huyó de la escena, nuevamente detrás del mostrador porque eso había sido… raro.
Le informó sobre el pedido a su amigo, y se apoyó en la mesada comenzando a preguntarse:
¿Qué le pasaba a ese tipo? ¿Es que no sabía hablar o que?
Oh… ¿Y si era mudo?
Mierda. Quizás había sido un poco irrespetuoso con él.
Bueno eso no es su culpa, él no tenía idea.
Suspiró y observó por un momento al cliente.
El muchacho rubio aún seguía leyendo el menú mientras se rascaba la nuca con un semblante algo confundido.
… ¿Acaso sabe leer?
Ok. Eso no era de su incumbencia. Sólo debía atenderlo y ya.
En menos de diez minutos el pedido ya estaba listo. Así que Mariana lo puso en una charola y se encaminó hasta la misma mesa de antes.
Cuando llegó, primero dejó el café frente al chico y a un lado las tostadas.
— Espero que lo disfrute. —Dijo esta vez tratando de sonar más amable, y agregó— Cualquier cosa no dude en llamarme… o en levantar la mano.
Y le regaló una pequeña sonrisa que fue respondida con ese mismo semblante confundido y un asentimiento dudoso.
Quizás Mariana esperaba al menos un “gracias” de su parte, pero cuando el rubio intentó hablar nuevamente se quedó callado.
Así que solo bajó la charola y dió media vuelta regresando a su lugar.
Al mismo tiempo que la mirada de ojos claros siguió al mesero sin que se diera cuenta.
~ • ~
A Mariana le encantaría poder decir que ese suceso solo pasó una vez.
Que fue algo casual. Algo que no se repetiría.
Pero no.
El rubio volvió a aparecer en la cafetería una y otra vez. Siempre tomaba asiento en la misma mesa y Siempre pedía algo diferente.
Pero Nunca decía una sola palabra.
Mariana comenzaba a impacientarse con este tema y había varias razones para hacerlo.
La primera era que; el desconocido SI hablaba. ¿Cómo lo sabía? Pues en una de sus tantas visitas, pudo verlo atendiendo una llamada en su teléfono. Mariana lamentablemente estaba muy ocupado como para escucharlo pero logró ver cómo el chico movía los labios, sonreía y hasta se reía.
Ah, pero cuando Mariana volvió a atenderlo. Inmediatamente se quedó mudo.
Y si eso no fuera lo suficientemente raro…
El muchacho siempre señalaba algo diferente en el menú, y muchas veces ni siquiera le gustaba lo que pedía. Sus muecas de disgusto por algunas cosas no pasaban desapercibidas para el mesero.
Mariana se preguntaba: ¡¿Por qué no le respondía?! O ¡¿Por qué seguía viniendo allí si nada le gustaba?!
¡Es ridículo!
Al alto le causaba molestia, pero más que nada curiosidad.
Así que una vez, despues de tantos días analizando lo que al rubio le gustaba y lo que no, decidió hacerle un pedido personalizado. Esperando que su acto “bondadoso” fuera bien recibido y con un simple “gracias”.
Eso es todo lo que Mariana necesitaba.
— ¡Buenos días!
Saludó el más alto con un exceso de energía. Causando que el pobre chico se estremeciera en su lugar y casi botara su teléfono.
A Mariana no le importó. Ya tenía la charola lista así que simplemente comenzó a dejar las cosas frente al hombre.
— Un Latte, jugo de naranja y pastel de manzana. —Ordenó mientras tomaba cada cosa. Cuando terminó, giró la charola y se la colocó debajo del brazo con una sonrisa.— Hemos visto que quizás hay algunas cosas que no son de tu gusto en nuestro menú, así que intentamos preparar algo más adecuado para ti. ¿Qué opinas?
De vuelta, esa mirada confundida que le daba el desconocido.
El rubio observó a Mariana, luego al pedido en frente suyo y nuevamente a Mariana. Antes de responder, tragó nerviosamente y volvió a tamborilear sus dedos sobre la mesa.
Y abrió la boca.
Mariana elevó las cejas con esperanza y agudizó sus oídos. ¿Era la primera vez que iba a agradecer?
La primera vez que lo escucharía hablar.
— Ah… Thanks- ¡I mean! Damn. —El rubio repentinamente sacó su teléfono y tecleó algo con rapidez antes de volver a hablar.— I… Gra- ¿Gracias?
Mariana se había congelado en su lugar.
Fue como si le tiraran un balde de agua sobre la cabeza.
— Oh… Tú…
Trató de hablar pero su mente aún estaba procesando la información.
¡Claro! ¿Cómo no lo había pensado antes?
El tipo no respondía porque HABLABA INGLÉS.
Tardaba tanto en leer el menú porque HABLABA INGLÉS.
Lo veía confundido cada vez que decía algo porque HABLABA INGLÉS.
¡Ese tipo no debía entender ni una palabra!
El de ojos verdes hizo una pequeña mueca con sus labios cuando el rostro sorprendido del mesero fue muy obvio. Entonces, sus mejillas comenzaron a tomar color y desvió la mirada.
— I… This is embarrassing… (Esto es vergonzoso) —Murmuró juntando sus manos sobre la mesa. Entonces tomó un largo respiro.— Y-yo no hablar español bien…
Las comisuras de Mariana intentaron elevarse pero contuvo muy bien su risa. Las palabras ajenas parecían una muy buena imitación de Tarzán y se escuchaba horrible. Pero bueno, no podía culparlo. El tipo al menos se estaba esforzando.
Incluso era algo adorable... Un poco.
Además, ¿Quién era él para juzgarlo?
Mariana era algo avanzado en el inglés (lo básico) pero aún así, hace mucho tiempo no lo practicaba así que podía estar un poco oxidado. De todas formas lo intentó.
— Ok, I understand (Lo entiendo), don't worry. (no te preocupes) —Respondió el alto con el acento más mexicano existente. El contrario parecía un poco emocionado de escucharlo hablar en su mismo idioma.— I thought you were… Verga, ¿Cómo se dice?
Se preguntó a sí mismo mientras pensaba en la palabra correcta. Definitivamente su pronunciación no era la mejor pero por lo menos así se podría comunicar con el pobre chico.
— I thought you were… ¿Voiceless? (Creí que eras ¿Mudo?) Puta madre, perdón. I'm the worst with the English, man. (Soy el peor con el inglés)
— ¡Oh! No, no, no. You're really good. (Eres muy bueno) I'm sorry for not having answered the other days. (Perdón por no haber respondido los otros días)
Se apresuró a decir el chico de gafas a la vez que se giraba completamente hacia él con una sonrisa comprensiva.
Y honestamente. El gringo era guapo.
— It’s okay. Sorry for judging you, man. (Está bien, perdón por juzgarte) —Se disculpó algo avergonzado. Por un momento creyó que el hombre solo estaba siendo descortés con él al no darle ninguna respuesta. Pero claro, no le diría eso o quedaría más pendejo aún.— By the way, emm… This is on us. Take it as an… apology, creo. (Por cierto. Esto va por nuestra cuenta. Tómalo como una disculpa)
Mierda. Ahora se sentía como un idiota.
¿Cómo no se dió cuenta antes? De vez en cuando llegan estudiantes de intercambio a la cafetería. Pero al menos esos pocos saben algo de español.
¿Cómo llegas a un país sin tener ni idea del idioma? Oh, ya lo estaba juzgando de nuevo. Pobre hombre.
Mariana soltó un suspiro.
— Ahh… Just let me know if you need anything… (Solo avísame si necesitas algo)
Cuando el joven mesero se volteó listo para volver a la cocina y contarle todo el tonto suceso a su amigo, la voz de su cliente recurrente lo detuvo a mitad de camino.
— Uhm, excuse me… Your name is… ¿Maria?
La cara de Mariana fue un completo poema al escuchar el nombre erróneo que salió de la boca del chico. Tomó una larga bocanada de aire y volvió a contar hasta tres antes de responder.
— It’s Mariana. Not Maria. Mariana.
— Ouh, sorry. Well… —Se disculpó realmente arrepentido. En su defensa, el nombre en la camiseta se veía demasiado pequeño.— Mariana, I need something. (Necesito algo)
— Okay. What do you need? (¿Qué necesitas?)
El de ojos verdes pareció dudarlo por unos segundos hasta que se armó de valor y lo dijo:
— Well, look. You’re very good with English so… Maybe… If you want… Would you teach me Spanish? (Quizás, si tú quieres ¿Me enseñarías español?)
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