Grita y nadie parece escucharlo. En un improvisado escenario, una lámpara volcada ilumina el calor de la mina, mientras muebles y platos rotos yacen en el suelo como testigos mudos. En el centro del salón, un baúl viejo protesta y sobre él, un ser de baja estatura persiste con la mirada fija en la oscuridad, vigilante ante la llegada de cualquier obstáculo. Su prójimo se sofoca poco a poco mientras grita, inmutable el diminuto se sumerge en sus pensamientos sobre el tesoro dorado que tanto desea.

El pequeño minero sueña despierto con los túneles repletos de riqueza, pero sus memorias le llevan de vuelta a la verdad de los duros años excavando en vano y de las rocas que jamás le han dado nada. Frente a él, una máxima escrita hace muchos años y que se resiste al olvido: "la raíz de todos los males es el amor al dinero", pero el miserable parece estar ciego ante su malvado deseo de ser rico.

El calor aumenta y los gritos se van disolviendo como agua en las profundidades, mientras el pequeño permanece sentado sobre el cofre totalmente inmutable, mudo, reflexivo, con su pico en mano y su mente en el tesoro. El silencio es la única respuestas al que agoniza, pero su amigo espera calmado a que todos sus obstáculos se fusionen con la oscuridad. La codicia ha invadido su alma, piensa en la gran cantidad de oro que se llevará consigo, sin tener que compartirlo con nadie. Triste alma, este ser tan pequeño es solo carne y hueso, maldad y engaño.

Finalmente el silencio. Ya puede ir en busca de la recompensa, el oro es solo suyo. Se aleja del lugar, mientras una calma lúgubre celebra su victoria sobre los gritos de auxilio, derrota los lamentos de muerte y triunfa sobre los alaridos de súplicas. El baúl, ya inerte, observa cómo la pequeña criatura se aleja sin mirar atrás. El gran codicioso se levanta y se dirige al oro sin remordimiento. Ya frente a la veta dorada, justo cuando cree que es hora de excavar su riqueza, es sorprendido por un grito lejano que anuncia la llegada de más gente. Los túneles se llenan con la respuesta al clamor extinto, en el fondo del baúl inerme.

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