—¡Luccio!

Un chirrido endemoniado, unos pasos a toda prisa, la respiración entrecortada, un felices fiestas a trompicones y otro lo siento para el saco roto. 

—Pensaba que no vendrías.

No esperaba ver lo que vio. No quería verlo. Intentaba taparlo con el pelo, suelto y enmarañado. Alzó la mano para sopesar su mejilla magullada en la palma. Ella reaccionó alejándose de él, de su contacto y su calor. El rojo incandescente dejaría tras de sí una horrorosa mancha violácea.

—¿Luccio?
—Está bien... Déjame abrazarte solo un poco más. No te alejes otra vez. 

El pequeño cuerpo que envolvía con sus largos brazos convulsionaba ligeramente y en silencio, y en aquel baile de tristezas inconfesadas se vio a sí mismo años atrás. Cuatro años atrás. Abrazando a un cuerpo pequeño y frío mientras convulsionaba por el llanto incontrolable. 

—Ahora todo estará bien.