Sopa de chocolate con nubes de azúcar
No sabía nada de ella. La veía todas las tardes, después de comer, en aquel café del centro. No sabía su nombre, ni en qué trabajaba. Solo sabía que no era un amor a primera vista, si no que lo había cultivado a sorbos.
Él tecleaba en su portátil concentrado en su pantalla. Aquellos documentos no se iban rellenar por arte de magia. Ella entró con paso firme, golpeando el suelo con sus tacones rosa. Eso fue lo primero que vió de ella. Ni su brillante sonrisa ni sus grandes ojos color Coca-Cola, sino sus tacones rosa palo. Pidió un chocolate caliente con nubes y se sentó en la mesa redonda de la esquina. Sacó un pequeño libro de su pequeño bolso y se puso a leer. Fruncía ligeramente el ceño cuando se concentraba en las pequeñas letras. Entonces él dejó de mirarla para seguir trabajando. No era su intención escuchar su conversación con la dueña del café. La oyó por casualidad. Igual que no era su intención mirarla cuando la vió salir casi corriendo a las 4:30 en punto. Las pequeñas letras de su portátil empezaron a bailar frente a sus ojos tres horas y dos americanos más tarde. El siguiente sería otro día.
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