Llegaron a casa de él, que no estaba muy lejos del café. La decoración era sobria, elegante y fría. El viento azotaba con fuerza el edificio mientras se refugiaban del vendaval en aquel piso con calefacción.

Él se dirigió a la cocina y ella se quedó en medio de la espaciosa sala sin saber muy bien qué hacer. Se deshizo del abrigo y lo miró preparar dos tazas de leche con cacao y miel.

—No tengo chocolate.
—Está bien, gracias. Querrás explicaciones.
—¿No has venido a eso?
—La verdad, no pensé que nos encontraríamos.
—¿Y si no hubiera pasado por allí?

No podía decirle que todo era mejor que volver a su casa. Que un monstruo la esperaba en el rellano cada vez que se oían sus llaves.

—Supongo que no soy tan lista después de todo.
—Eso está claro.
—¿Disculpa?
—Pensabas esperar a la intemperie frente a un negocio cerrado quién sabe por cuánto tiempo por si pasaba el hombre al que rechazaste hace casi tres meses.
—Suena ridículo.
—Es ridículo.
—Soy ridícula.
—No. Algo excéntrica, quizás, pero no ridícula. Ahora, ¿vas a contarme qué está pasando?
—Es una historia muy larga.
—Tengo tiempo. Ven, siéntate.

Arropada por el familiar olor a cacao y colonia se dejó llevar y soltó a los demonios. Narró, dejando fuera algunos detalles, los abusos, la mala relación con su madre, el juicio que perdió contra ella, su relación con Alma...

Una cálida lágrima solitaria rodó por la mejilla áspera de él.