Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

9. Conociéndonos.


Massiel

Luego de analizar la charla que tuve con Tomás, me di cuenta de que él tenía razón —aunque no se lo admitiría—. Desde que lo conocí he sido prejuiciosa, sin siquiera conocerlo. Digo, hemos hablado un par de veces, pero eso no me da el derecho de juzgarlo.

Habitualmente estoy juzgando a los demás y no me doy cuenta, ya que se ha vuelto natural, lo hago desde que salgo de casa hasta que me duermo.

Cuando voy caminando por la calle, lo típico que pienso de forma inconsciente es: que linda su ropa; que feos esos pantalones; que ordinaria, que pituca, etc. Pero la verdad es que nadie me preguntó mi opinión, ni tampoco estoy en razón de hacerlo. Después de todo, la mayoría de las personas se pone la ropa con la que más se siente cómoda, o hace el mayor esfuerzo para simplemente salir. No sé la realidad que hay detrás de una simple apariencia, por lo tanto, debo aprender a dejar de ser prejuiciosa.

«Sé que puedo hacerlo, e intentaré ponerlo en práctica desde este instante».

Voy caminando junto a Tomás y nos vamos a sentar al pasto para comer con mis amigos, porque él no sabe a dónde se fueron sus compañeros.

—¿Qué trajiste de almuerzo? No me fijé cuando sacaste tu comida.

—Amm, tallarines con salsa blanca y champiñones, de ensalada tomate y una pera de postre —responde Tomás.

—Mmm que rico, ¿eres vegano o vegetariano?

Termino mi frase, y me doy cuenta de que lo estoy juzgando sin querer, así que espero que su respuesta sea un sí, o me volverá a decir prejuiciosa.

—No aún, o sea, estoy esforzándome por llegar a ser vegano.

«Que alivio, casi morí cuando escuché su "no" pero era un "no aún"».

—Wow, interesante, pero yo no podría —comenté.

—¿Por qué no?

Lo pensé un poco, tenía que responder algo sólido, pero mi cabeza no puede.

—No sé, es que la carne es tan rica, no podría dejarla... Se me es imposible.

—Bueno a mí también me ha costado, pero luego te acostumbras y vas probando nuevas recetas.

—Sí, me tinca, pero juro que no podría, por ejemplo, si en mi casa hacen un asado de pollo, yo no podría comer sólo ensaladas y papas. No podría.

—Pero te podrías preparar algo más, como una hamburguesa vegana. Tengo un par de recetas que te puedo enseñar.

—Sí, podría ser —me había sorprendido que supiera cocinar, pero evité comentarlo.

—¿Qué tienes que hacer después de clases? —me pregunta.

«¿En qué está pensando?».

No sé qué sucede conmigo, pero de pronto sentí un escalofrío y me sentí un poco nerviosa.

«Qué diablos».

—¿Me dices a mí? —fueron las palabras más estúpidas que pronunciaron mis labios.

Obvio que me decía a mí, a menos que esté hablando con los árboles.

Tomás se ríe.

—Eh, sí —responde.

—Era como una pregunta retórica... Sí retórica, eso era.

—Entonces, ¿tienes que estudiar o hacer otra cosa?

Pienso otro poco, los ensayos de la banda son los miércoles, aún no tengo controles fijados, mi hermana no me ha pedido favores. Así que estoy libre.

—No, no tengo panoramas —dije.

—¿Empezamos hoy con mis recetas?

—Ah —dudo unos instantes—, bueno —respondo con poco entusiasmo. No estaba segura de mi respuesta, pero ya era demasiado tarde para arrepentirme, y no lo quería hacer sentir mal.

—Si no quieres ir, puedes decírmelo.

—No, tranquilo, está bien.

—¿En serio?

—No, si quiero ir —añadí con una sonrisa media fingida.

—¿Segura?

—Que sí, Tomás —rodé los ojos.

—¿Que si qué? —insiste.

«Y ya me hartó, ¿por qué siempre hace tantas preguntas? Ya le dije que sí».

—¡Que si quiero cocinar contigo, maldita sea! —alcé la voz sin darme cuenta, Tomás me miró y estalló en una carcajada.

Me acaba de dejar en ridículo. «Seguro la gente piensa que estoy loca por él».

—Bueno, linda, tranquila, si me lo pides así, ni modo que te diga que no.

Él y sus jugadas, se notaba que era un experto.

—Estás desesperada por nuestra cita —añadió.

«¿Dijo cita?».

—Perdón, ¿qué diablos acabas de decir? —«¿Lo pensé o lo dije?».

—Cita, sí, es una cita —su respuesta confirmó que lo dije en voz alta, y era lo que no quería oír.

—¡No! No es una cita, ¿qué te pasa? Te acabo de conocer —dramaticé avergonzada.

—Sí, te invité y dijiste que sí. Bueno, no es una cita, pero es como si lo fuera porque sólo estaremos tú y yo.

«Tú y yo». Esas palabras resonaron en mi cabeza.

—Sí, «tú y yo» como amigos, estúpido —corregí.

Rodó los ojos y gracias a Dios vi a mis amigos sentados, así que no se hablaría más del tema.

—Allí están mis amigos —apunté a unos jóvenes que yacían sobre el pasto.

—Chiquillos, él es Tomás —anuncié cuando llegamos.

Se lo presenté a mis compañeros, ya que con mis amigos de la banda no compartían el mismo horario y sólo de vez en cuando almorzamos juntos, o nos topamos en algún rincón de la universidad.

Después de que todos saludaran, comimos, y le hicieron la típica entrevista a Tomás para conocerlo. Por suerte nos quedaba la última clase.

Salí del auditorio, y Tomás estaba a la salida, junto a la puerta, «¿esperando por mí?». Esto pasó porque antes de entrar a clase, lo acompañé a su sala para que no se perdiera y después él me acompañó a la mía. En ese minuto no sabía el por qué, pero ahora lo entiendo.

—¿Qué haces aquí? —lo cuestioné mientras me acercaba.

—Te vine a buscar —responde apoyado en la pared con una mano en la cabeza, como si fuera un modelo de revista.

—¿Y eso por qué? —pregunté fingiendo que se me había olvidado.

—Nuestra cita —afirma con mucha seguridad, lo que me provoca una risa.

—Cállate, no es una cita, ya te dije. Ves que la gente puede pensar que es verdad.

Tomás frunció el ceño.

—¿Y a mí qué me importa lo que piensen los demás? ¿Te preocupa que sepan que tenemos una cita? —recalca las últimas palabras.

Mis compañeros habían visto a Tomás entrar a mi clase por error y ahora me miraban con grandes ojos, riéndose como diciendo: "Cita con el perdido". De cierta manera es un tanto gracioso, pero también es vergonzoso para mí porque no me gusta ser el centro de atención.

«Trágame tierra».

Terminó de hablar y me fui molesta caminando apresurada. Él venía un metro atrás de mí.

—Massiel, oye —me llama.

Lo ignoro.

—Massiel —repite.

Lo vuelvo a ignorar.

«Ley del hielo para él».

—Massiel, te estoy hablando —continúa insistiendo.

Lo ignoro por tercera vez.

—Massiel —entona como si estuviera cantando una ópera—Aquí, planeta Tierra.

«Ignorado otra vez».

Por fuera me veía muy seria, pero por dentro estaba muriendo de la risa.

Tomás apresura más el paso, me adelanta y se para frente a mí. Me detengo en seco para no chocarlo.

—Oye —dice. Lo miro con los ojos bien abiertos.

—¿Ley del hielo? —pregunta levantando las cejas.

Yo asiento.

—Si te hago reír, ¿me disculpas?

Lo pensé y asentí.

«Él no me ganaría».

—Tienes como 90 años y me haces la "Ley del hielo" —casi me rio, pero exageró con los 90.

—Como decía mi papá: Ya te están saliendo plumas en el pajarito y todavía no maduras.

«Dios, ¿me acaba de comparar con la pubertad masculina? ¿Cómo se le ocurre?».

No pude evitarlo y me reí.

—¿De verdad tu papá te decía eso? —pregunté aún sin poder ponerme seria.

—Sí, lo decía cuando actuaba con inmadurez —alzó las cejas.

—Que gracioso, si alguno de mis padres me dijera eso, wow, no dejaría de reírme.

—Oye... Massiel... —dice con tono de interrogante, mientras vamos saliendo de la universidad.

—¿Sí? —le dirigí la mirada.

—Tenemos que ir al supermercado primero, verás llegué hace poco y solo compré las cosas necesarias. ¿Te complica si vamos?

—Supongo que siempre estuvo dentro de tus planes, así que bueno, como sea —sonreí.

—¡Genial! —alza un puño en gesto de victoria.

—Oye, relájate un poco —le susurré.

Seguimos caminando unas tres cuadras hasta llegar a un centro comercial. Al parecer Tomás no sabía de otro supermercado aparte del que estaba ahí. Entramos y agarramos un carrito.

—Uy, ¿de casualidad tienes alguna bolsa de género? —me mira con cara de afligido.

Revisé mi mochila esperando encontrar una, y si no, tendríamos que llevar las cosas en la mochila y lo que sobraba en las manos, debido a las nuevas normas relacionadas con el medio ambiente.

Revisé por todos los bolsillos —son muchos—, revolví todas mis cosas y quedó un desastre en el interior de mi mochila, pero encontré una.

—Es tu día de suerte, toma —sonreí dando un saltito, no sé por qué.

Me mira de una forma que no logro descifrar hasta que habla.

—Sí claro, mi día de suerte —dice irónico.

—Ay, deja de quejarte, sólo te equivocaste de sala. ¡Dramático! —comenté.

Me niega con un dedo y empieza a contarme con detalle cada mala situación que pasó.

«No me gusta admitirlo, pero el sujeto es divertido».

—¿Y a qué pasillo vamos? —pregunté para cambiar de tema, ya que habíamos estado dando vueltas sin comprar nada.

Antes de responderme, se detiene en un pasillo vacío —sin ninguna persona—.

—¿Alguna vez te has subido a un carrito del supermercado? —dice entusiasmado.

—Obvio —traté de mentir, sabía en dónde iba a parar todo esto.

—No sé por qué, pero no te creo —me analiza con los ojos entrecerrados y me pongo un tanto nerviosa.

—¿Por qué te mentiría? —dije segura.

—¿Por qué no lo harías?

—Tú y tus preguntas —me quejé rodando los ojos.

—Apuesto a que... —mi debilidad son las apuestas—No eres capaz de subirte al carrito —me desafía.

—Si lo hago, ¿qué ganaría yo? —respondo de igual forma.

—Lo que tú quieras.

«Ja, no me perderé esta oportunidad».

—¿Lo que yo quiera, incluye que hagas algo que yo te diga que hagas?

Se pone pensativo, lo que dije sonó como un trabalenguas.

—Claro, puedes pedirme un beso —se muerde los labios. No me había fijado, pero tenían una forma muy bonita—, o si quieres dos, o... algo más que besos —sonríe con picardía.

—Ya quisieras —alcé las cejas—, pero no pasará ni en tus mejores sueños.

—Ya veremos —se expresó con determinación.

—Déjate de tonterías, hagamos esto —declaré subiéndome al carro y a simple vista no se veía ningún transeúnte. Me acomodé y me afirmé de los costados. Tomás se preparaba para empujarme.

—Uno.

—Dos.

—¡Tres! —gritó victorioso.

Siento como avanzo cada vez más rápido, vamos a dar la vuelta, siento la adrenalina a tope por todo mi cuerpo, y de pronto se cruza un niño. «Mierda». Le ruego a Dios para no chocarlo, cierro los ojos por temor y siento que fuertemente golpeó contra algo duro. Ante el estruendo abrí los ojos y me di cuenta de que no lo chocamos, pero, yo me encuentro tirada entremedio de la mercadería. Sin motivo aparente empecé a reírme como una desquiciada. Supongo que fue la adrenalina, los nervios, el alivio, no sé, creo que fue todo y nada a la vez.

Tomás hizo mal una maniobra y por su culpa me di vuelta y salí disparada dentro del carrito, él se quedó atrás, pero corrió al instante hasta donde yo estaba. Llegó en un segundo, se veía más pálido de lo común. Sin embargo, cuando me vio reír, recuperó el color y empezó a reírse a carcajadas.

Debido al desastre que causamos, un guardia se acercó a nosotros, analizó la escena y nos dio una advertencia. Apenas lo escuché me puse seria y acatamos el reto, pero apenas desaparece, Tomás y yo nos miramos, y volvimos a reímos sin control.

No podía ni pararme, me dolía el abdomen de tanto reír y mi acompañante no era capaz de levantarme, ya que estaba en las mismas condiciones que yo.

—Ay, mi estómago —logro quejarme. Tomás intenta pararme, mientras intentamos dejar la risa atrás.

—Lo siento tanto —se disculpaba entre risas.

—No parece que lo sientas —le reclamo.

—¿Dónde te pegaste, Massi? 

—No sé, creo que en las piernas —respondo con una risita e intento pararme.

Quedamos frente a frente, ambos con una sonrisa de oreja a oreja. Nos quedamos mirando por unos segundos, su vista baja hacia mis labios, y me vienen esos incómodos nervios, de pronto dejo se sonreír y quito mi vista de sus malditos ojos. De forma innata le doy un coscorrón.

—Idiota —sonrío—, eso es por botarme.

—No fue mi culpa, el niño se atravesó —se excusa con las mejillas rosadas.

—Sí, te perdono, no te preocupes —ironicé con una sonrisa.

Finalmente ordenamos el desastre y terminamos de hacer las compras. Tomás eligió un montón de cosas que yo nunca hubiera comprado, ni sé cómo se usan. Después de pagar, la bolsa se hizo pequeña, y no cabían todas las cosas en nuestras mochilas, así que, justamente como no quería que pasara, nos llevamos unas cosas en las manos.

—No jodas —me quejo.

—Quejona.

—¿A cuánto tiempo queda tu departamento?

—Queda cerca, como a unos diez minutos, ni siquiera te darás cuenta cuando hayamos llegado.

—Es mucho tiempo, ya estoy cansada —sigo reclamando mientras salimos del supermercado.

Me da una mirada reprochadora y le devuelvo la mirada sorprendida.

—Se me van a cortar los brazos, Tomás.

—Ya nos falta poco, Massiel —dice.

—¿Cuánto?

—Unos siete minutos.

—¿Y si pedimos un Uber?

—No, ya estamos por llegar.

—¿Ya llegamos? —pregunto cuando se detiene.

—No, pero es para que descanses —dice amable.

—Oh, gracias, que considerado —sonreí dejando las cosas en el suelo.

Pasaron exactamente diez segundos.

—Listo, sigamos —ordena Tomás. Lo miré feo, y simplemente se levantó de hombros.

—Vamos, linda —«Dios, no puede hablar sin dejar de decirme linda». —, tenemos que cocinar.

Sin más, seguimos caminando, las gotas de sudor ya empezaban a recorrer mi frente y mis brazos estaban que se cortaban. El camino era eterno.

—¿Ya llegamos? —pregunté de nuevo.

—No.

—¿Y ahora?

—No.

—Dijiste que eran diez minutos.

Se ríe.

—Tal vez me equivoqué.

—Ag —chisté la lengua.

—Massiel, sólo camina, mientras más hablas más te cansas.

Avancé un par de metros y volví a preguntar.

—¿Llegamos?

—Ya casi.

—Has dicho eso todo el puto camino —alego.

—Porque tú has preguntado todo el maldito rato —exhala con pesadez.

Y así seguimos hasta que entramos en un edificio, registramos el ingreso y luego nos permitieron subir.

Tomás vivía en el departamento N°63, «y el lindo quería que subiera las escaleras, sí seguro». Subimos al ascensor y por fin pude descansar. Apenas bajamos, él abrió la puerta de su piso. Estaba tan agotada que sólo quería sentarme, así que me tomé la confianza de entrar antes que él, dejé las cosas en la cocina, luego pasé al cuarto de estar y me acomodé en el sillón.

—Permiso, y lo siento —dije cuando ya estaba tirada en el sofá.

—Claro, adelante, diría que te pongas cómoda, pero llego tarde —se rio dándome un vistazo.

—No está mal, es muy bonito —comenté luego de analizar el interior—. Ya que estoy aquí, mínimo debería saber tu nombre completo, ¿no?

—Tomás Koch Álvarez.

—Koch —repetí alzando las cejas—, es como scotch, pero sin la ese.

—Mm, sí —emitió un sonido de aceptación—, ya que estás más relajada, ¿quieres jugo?

—Sí, por favor —le supliqué exagerando.

Le ofrecí ayuda para servir, y a continuación me paré y fui a su cocina, era pequeña, pero adecuada para que hubiera dos personas.

Al llegar a su lado me entregó una bolsita con frutillas, de solo sentir su aroma se me hacía agua la boca. «¡Qué delicia!».

Y así empezamos con la preparación de sus recetas. Debo decir que me llevé otra sorpresa, siempre creí que la comida vegana tenía mal sabor, y fue todo un deleite. Me gustó lo suficiente como para seguir cocinándolo. Por supuesto peleamos un poco, digo, él siempre me lleva la contra.

Las horas pasaron demasiado rápido, en un momento miré hacia afuera y ya estaba oscuro, así que luego de ordenar su cocina, Tomás me fue a dejar al metro.

Y antes de irme, casi olvido la apuesta, después de todo, dijo que podía pedirle lo que fuera.

«No sabe lo que le espera».

¡Massiel aceptó el desafío!

¿Qué creen que le pedirá a Tomás?

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro