3. Si dejaras de llamarme linda.
Massiel
Realmente sentí la necesidad de ayudar al chico, debió ser engorroso estar en sus zapatos, después de todo en parte fue mi culpa por decirle que no coqueteara. Aquellas tipas, a las que detesto por cierto, dijeron que el mesero —no recuerdo ni su nombre— había intentado robarles, pero que no lo hizo porque una de ellas se dio cuenta. Suena poco creíble, ya que en un local de alta gama, nadie sería tan estúpido como para arriesgarse de tal forma. Hay cámaras y guardias de seguridad en cada rincón. No sé cómo Alicia les creyó tan fácil, aunque pensándolo bien, quizás no confiaba del todo porque es un novato.
En fin, fuera del drama, que hombre tan insoportable, se jura el Dios de las conquistas. Me pregunto, qué pasará por su cabeza, seguro cree que cualquier chica cae de rodillas ante él por ser un coqueto atractivo. Pero la cosa conmigo no es sencilla, no busco ni un revolcón ni algo serio, solo quiero un tiempo para mí misma.
Creo que ya derramé suficientes lágrimas por hombres idiotas, lo que menos necesito es un chico arrogante y egocéntrico en mi vida.
Nada me haría más feliz que no topármelo seguido, o no volver a verlo, digamos que su manera de socializar no me simpatiza, pero seamos realistas, es casi imposible que no suceda, porque mi adorada hermana siempre está necesitando de mi ayuda en el restaurante.
«Hubiera querido un descanso de él por al menos un par de días, sin embargo, mis deseos no fueron suficientes».
Cuando terminamos de hablar, me subí al auto, y miré por el espejo retrovisor para ver si venía algún vehículo y no se veía ninguno, pero lo vi subiéndose a una bicicleta. Desde lejos no parecía ser tan pesado como en realidad lo era. Luego miré hacia el frente y conduje hasta encontrarme con un semáforo. En la espera, alguien golpea bruscamente mi ventana, y casi me da un micro infarto, me giré molesta para ver quién casi me mata, y el solo hecho de reconocerlo me alteró más.
—¡Qué haces, tarado! —le grité con las cejas aún más fruncidas. Efectivamente era el camarero.
—Hola —saluda sonriente, sin quitar su estúpida mirada de la mía.
—¿Me estás siguiendo o qué? ¿Se te perdió algo? —pregunté indignada sin quitarle la mirada, quería transmitirle mi molestia.
—Sí, te estoy siguiendo —se queda callado un segundo, acto seguido empecé a subir mi vidrio—. Bueno no, si lo digo así da un poco de miedo —añade entre risas relajadas.
«Empiezo a pensar que si es un poco raro. ¿Debería preocuparme?».
—Entonces, ¿qué quieres? Habla rápido que el semáforo cambiará en cualquier instante —le digo seria. No había nada que me pusiera más tensa que retrasarme en el semáforo, te tardas un poco y te cae una lluvia de bocinazos e insultos.
—Bueno, preciosa, te quería avisar que tienes un neumático pinchado —responde al fin, señalando hacia mi derecha.
—Mierda, ¿es en serio? —ratifico intentando ver mis ruedas por las ventanas y espejos..
—Si quieres, puedo ayudarte —sugiere amable.
—No, gracias —sonrío irónica, él se burla ante mi respuesta.
—Seguramente sabes cambiar un neumático, eres una chica —dice sarcástico levantando las cejas, y lo interrumpo apenas escuché que dijo chica.
—¡Claro que sé! ¿Qué piensas, que por ser mujer no puedo hacerme cargo de mi auto? —contesté molesta, su estúpido comentario de mirarme en menos me hizo enojar.
«Aparte de engreído, machista. No lo tolero».
—No es lo que quise decir, pienso que mientes porque no quieres aceptar mi ayuda —sigue riéndose.
—Te dije que sé hacerlo, ahora puedes irte. Agradezco que me avisaras, pero no necesito tu ayuda —Traté de sonar relajada, pero se escuchó todo lo contrario.
Me escucha y aún así, mantiene la sonrisa burlona.
Por suerte, el semáforo cambió a verde y tuve que avanzar para orillarme en un espacio más grande, bajé del auto y abrí el maletero. Me di cuenta que el muchacho había hecho lo mismo que yo, estacionó su bicicleta a un costado y colocó sus manos directo en mi maletero.
—¡Oye, deja mis cosas ahí! Yo las bajo, no toques mis herramientas —grito apartando sus manos de lo que me pertenecía.
Cualquiera que me viera pensaría que soy una lunática, y no lo soy, solo pierdo la paciencia muy rápido.
—Vamos... Deja que te ayude, tú me ayudaste allí dentro, déjame compensarlo —Insiste.
—No es necesario —dije bajando las cosas. Me saqué la chaqueta para trabajar más cómoda y quedaron a la vista mis tatuajes. No es que sea una presumida, pero son hermosos, por algo me los tatué.
—Por favor —sigue suplicándome y por fin se calla un segundo—¡Wow! Yo tengo ese mismo —añadió tocando uno de mis tatuajes.
«Y esa fue la gota que rebalsó el vaso».
—¡No! —espeté más que molesta—¡Y no me toques! —añadí sacando frenéticamente sus manos de mi antebrazo.
Cualquiera que se meta con mi espacio personal sufrirá las consecuencias de mi mal carácter.
—De acuerdo, de acuerdo, ya entendí —dice dando un paso hacia atrás y levanta las manos para alejarlas de mí.
Al ver que sus ojos me miraban con asombro casi paralizados, me di cuenta que estaba muy a la defensiva. Avergonzada dirigí mi vista hacia una esquina, respiré con calma y traté de comunicarme sin gritar. No creo que sea tan difícil.
—Disculpa, no fue mi intención gritarte así, ¿qué habías dicho de mi tatuaje? —el pobre parecía un perrito al que habían regañado.
Rió luego de verme más relajada.
—Decía... Que yo tengo ese mismo —señala, sin tocarme esta vez.
—Mentira —comenté sonriente buscando en algún lugar ese tatuaje que él mencionaba.
—Yo nunca miento —me dice girándose y se levanta la camisa.
«¿Qué hace?» Pensé, pero lo que vi a continuación respondió a mi pregunta, pude notar mucha similitud con el mío; era el rostro de un hermoso tigre, con trazos claros y oscuros que le daban un aspecto realista. Sin embargo, el que él tenía era más grande y debido a su palidez resaltaba más.
No puedo negar que me impresionó, según mi tatuador mi diseño era personalizado, pero ya veo que pudo hacérselo a alguien más.
Después de cubrirse la espalda, se volvió hacia mí y casi me pilla observándolo desprevenida.
—Pensé que bromeabas —digo riendo.
—Ya ves que no, hablaba en serio. Como sea, dejarás que te ayude, ¿cierto? —vuelve a insistir como por quinta vez.
—De acuerdo, si es la única forma de que te vayas —dije rodando los ojos, él sonrió nuevamente—, pero —añadí una advertencia—, sólo harás lo que yo te diga, o no harás nada.
—Si es lo que quieres, entonces acepto, linda —responde arremangando su camisa, dejando a la vista su piel cubierta por más tatuajes, pero todos diferentes a los míos. Pensé que este chico era el típico tipo rubio, engreído e hijo de papito.
—Si dejaras de llamarme linda, quizás me agradarías —añadí con una sonrisa fingida.
—¿Hay algo que no te moleste? —se expresa con las manos.
—Sí, pero todo lo que proviene de ti es una molestia —declaré intentando poner la llave en el tornillo, pero no podía porque estaba oscureciendo y las luces que habían alumbraban menos que una vela.
—A ver, yo lo hago, tú no sabes hacerlo —afirma quitándomela.
Me quedé mirándolo con el ceño fruncido, y me puse a reír cuando vi que él tampoco pudo hacerlo. Agarré mi celular y prendí la linterna.
—Ahora sí, intenta de nuevo —expongo alumbrando entre la rueda y el auto.
—Eso, eso, eres muy inteligente, que bueno que no sólo seas linda —habla como si pensara que dice un cumplido y en realidad es todo lo contrario.
«¡Si no deja de llamarme linda, le daré un golpe!».
Apagué la luz proveniente de mi celular en señal de irritación.
—Vamos, préndela, que no veo nada.
—No lo haré —me niego de forma infantil.
-—¿Por qué? ¿Eres estúpida? Parece que no eres tan inteligente como pensaba.
«Auch, ¿me acaba de llamar estúpida?
¿Quién diablos se cree?».
—¿Estúpida? ¿Te parece que alguien que te dio una mano es estúpida? —me expreso atónita.
—De hecho, podrías ser estúpida por eso —se burla entre risas.
«Juro por Dios, que no lo soporto».
—¡Uy! ¡Eres tan desagradable!
—¿Y tú te crees muy simpática? —me pega una mirada seria.
—No, de hecho soy súper antipática.
—Lo sé, no es difícil darse cuenta, linda —añade la última palabra con intención de fastidiarme.
No soporté su trato, no aguanté más y lo empujé levemente hacia atrás donde estaba mi auto.
—Auch, no me empujes tan fuerte que me puedo caer —se queja sin siquiera moverse un milímetro y se forma una sonrisa limpia en su rostro—Ya, enciende la luz que quiero irme a casa —añadió.
La encendí, ya que realmente era una estupidez lo que hacía.
«¿Por qué me comportaba así?».
—Gracias, Massiel —exagera elevando la voz.
—¿Y cómo te llamabas, pesado? —pregunté alumbrando su rostro.
—Tomás —responde sonriente, mientras se pone de pie y se acerca a mí.
Retrocedo un poco.
—¿Qué haces? —inquiere con cara de extrañado.
—¿Qué haces tú? —le consulto algo confundida tratando de no sonar nerviosa.
—Me paro —responde haciendo un gesto con sus manos.
—Allí está la rueda —le indiqué tratando de desviar el tema.
—Perfecto, ya es hora de que hagas tu parte —me ordena mientras me queda mirando. Supongo que es mi turno de hacer algo, así que lo hago sin quejarme y le entrego mi teléfono para que me ilumine.
Me acerco, pongo en pie la rueda y la ruedo hacia él, en ese lapso suena su celular, pero no contesta y corta la llamada.
En breves minutos terminamos de cambiar la rueda pinchada por una buena. Le ofrecí llevarlo a su casa en agradecimiento —mas por cordialidad que por interés— pero dijo que no quería estropear mi joya poniendo encima su bicicleta, así que tampoco insistí.
—Adiós, preciosa —se despide dando un beso en mi mejilla. Acción que no vi venir.
Seguir quejándome era inútil e hice oídos sordos.
—Gracias por la ayuda, Tomás —dije media incómoda.
Volví a retomar el camino para conducir a casa de Daniel, pues la banda quería celebrar la grabación de una nueva canción, que por cierto, será presentada en una competencia. «¡Que cosa tan emocionante!».
Mientras manejaba al ritmo de Miley Cyrus, recibí la llamada de un número desconocido, y por experiencia, respondí poniéndola en altavoz.
—¿Si? Diga —contesté esperando escuchar una voz, pero en vez de eso, escuché una risa familiar.
—Pensé que no contestarías, linda —«Tomás tenía que ser».
—¿Cómo conseguiste mi número? —pregunté desconcertada.
—Cuando me pasaste tu celular, me llamé desde el tuyo y guardé tu número.
«Maravillosa jugada».
De ahora en adelante tendré que ponerle contraseña a mi celular. Nunca tuve la necesidad de hacerlo porque en casa hay adultos que respetan la privacidad de los demás.
—Vaya, ahora entiendo por qué no respondiste la llamada —dije entre risas, quizás debería asustarme, pero no, es gracioso.
—Bueno, espero que me agregues como "Tomás, el lindo" —dice entre risitas.
—Claro que sí, galán —ironicé.
—Bien, Massiel, que llegues bien —añade.
—Adiós —me despedí a secas cortando la llamada.
Nunca alguien había conseguido mi número tan rápido, eso es un nuevo récord.
Sigo mi camino y segundos antes de llegar, Vicente me llama para preguntarme si iré, y le he dicho que ya voy llegando. Literalmente corté su llamada y toqué la puerta.
—¡Por fin llegas, florecita! —anunció Vicente cuando abrió la puerta. Me saludó de beso y me hizo pasar.
—¡Ey! —sonreí—Mi castaño favorito.
Entré y como era costumbre, tenían varios tipos de bebestibles sobre la mesa. Me senté junto a Vicente, y Sofía, mi segunda mejor amiga, una mujer de pelo castaño y preciosos ojos verdes que resaltaban sobre su piel trigueña. Ella es más introvertida que yo, pero muy inteligente y sana. Ni ella ni el "Bicho" —como le dicen a Vicente— toman alcohol, en las fiestas son como nuestros padres.
Bailamos y nos reímos un buen rato, y después de comer algo, fumamos —todos menos Sofi y Vice— una yerba nueva, Felipe la había conseguido y prometía ser una de las más relajantes. Fumé un poco, y en un abrir y cerrar de ojos ya eran las dos de la mañana.
Mi mejor amigo fue el responsable de trasladar a los ebrios y drogados para asegurarse que todos llegáramos a salvo a casa. Cuando llegó mi turno, Sofía venía en otro vehículo detrás de nosotros, mientras mi queridísimo amigo manejaba mi auto. Aunque ellos no lo han dicho abiertamente, ambos se atraen y espero de todo corazón que se den la oportunidad de estar juntos.
Traté de entrar lo más silenciosa posible a mi casa, incluso me saqué las zapatillas para evitar hacer hasta el más mínimo ruido, pero apenas subí un escalón, se encendió la luz del living. Me volteé y estaba mi padre sentado en el sofá y mi madre acababa de encender la luz.
«Lo único que me faltaba, el interrogatorio».
La discusión no salió bien, mis padres son estrictos, así que me castigaron dos semanas sin poder salir después de las seis, y para colmo, Alicia me regañó por ser tan grosera con Tomás. Si tan solo supiera lo irritante que es, estoy segura de que no lo defendería. Bueno, ¿a quién engaño? Después de todo es un chico gentil, aunque irritante.
Mientras no tenga que socializar a menudo con él, no tendremos problemas.
Gracias por leer, comentar y votar 🥰.
Si tienes alguna sugerencia o crítica constructiva, puedes hablarme por privado, siempre será bienvenida tu opinión.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro