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20. Sorpresas.


Massiel

Al día siguiente decidí visitarlo para salir de las dudas.

Entré en el gran edificio para registrarme, pero no me dejaron entrar porque Tomás no quería recibir visitas. Al menos él estaba ahí, y eso me daba un poco de tranquilidad, pero realmente quería verlo.

Me las ingenié para entrar diciendo que mejor visitaría a un pariente en el mismo edificio, anoté un número de departamento que ya estaba anotado antes, y listo.

«Engañar al conserje había sido demasiado fácil».

Subí por el ascensor hasta llegar al departamento de Tomás y esperé unos segundos en la puerta antes de entrar, porque escuché más de una voz. Me acerqué más a la puerta y al parecer discutía con sus padres.

Para ser sincera, fui bastante desconsiderada, lo más probable era que había faltado a clases por la crisis familiar.

Sentí pasos hasta la puerta y alcancé a escaparme para ponerme de espaldas frente a otro departamento. Miré disimuladamente, por la puerta salió Tomás, se veía pálido y confundido, sus padres sólo se quedaron viendo. La mujer estaba llorando y hombre ni siquiera la consolaba.

«Eso fue grave».

Era un asunto familiar en el que no debía meterme, pero era demasiado tarde como para no hacerlo. Esperé a que ellos volvieran al interior y cerraran la puerta para luego correr al ascensor.

Cuando llegué al primer piso, Tomás acababa de salir del edificio. Salí sin registrar mi salida y el conserje me gritó enojado.

Afuera, en la calle miré a todos lados, hasta que logré divisarlo. Caminaba lento y cabizbajo.

—¿Tomás? —dije con sutileza, lentamente se voltea hacia mí y sus lágrimas cayeron, me acerqué y lo abracé tan fuerte como pude. No imaginaba ver a este hombre llorar, siempre es valiente y tiene una sonrisa en la cara.

Quería preguntar qué había ocurrido, pero tampoco quería ser inoportuna, por supuesto debía darle espacio y esperar a que se calmara. No pasó mucho tiempo y se apartó de mi cuerpo, secó sus lágrimas, pero su rostro aún estaba húmedo, así que pasé mis manos por sus mejillas para limpiarlo.

Traga saliva y aclara su garganta antes de hablar.

—Ya sé todo —susurra pasando sus manos por el pelo, parece que es demasiado para él—. Desconozco a mis padres, Massiel, no sé con quién he vivido todos estos años —se lamentaba con una enorme tristeza y buscaba alguna explicación entre el vacío.

Me hubiera gustado tener las palabras precisas para mitigar su dolor, pero sólo pude asentir.

—Tomás, ¿te parece si nos sentamos en algún lugar y hablamos más tranquilos?

Asintió.

Sin pensarlo, tomé su mano y me apretó con fuerza como si no quisiera soltarme nunca. Su mano estaba helada y temblorosa, podía sentir su ansiedad a través de ella, pero mientras caminábamos se fue relajando.

Lo llevé a mi auto y conduje hasta un lugar no muy lejano, pero muy tranquilo. Durante el camino no dijo nada.

Llegamos a un parque y nos sentamos allí, bajo la sombra de un árbol.

Pasaron unos minutos hasta que se recostó en mis piernas y las abrazó con sus manos, yo acariciaba su cabello y su rostro en busca de poder darle consuelo.

Tomás miraba al vacío, demasiado quieto, pero pensante. Su nariz y sus mejillas se empezaron a poner rojas, cerró los ojos y cayeron dos silenciosas lágrimas.

Saca sus manos de mis piernas y se limpia la cara, suelta un gran suspiro y voltea su rostro hacia el mío.

—Ya estoy listo —habla la con voz ronca y entrecortada. Le sonrío levemente de labios y sigo acariciando su rostro, sin querer y sin pensarlo, mis manos bajaron por su cuello y llegaron a sus musculosos brazos.

Por alguna razón no podía dejar de contemplarlo, lo que me impedía estar demasiado seria.

—No sigas que puedo perder el control —dice soltando una risita pícara, sonreí apartando mis manos de inmediato.

—Es broma —añade riendo, provocando sus margaritas y achinando sus ojos, luego toma una de mis manos y suelta de repente lo que tanto me quería decir.

—Lo dieron en adopción —me revela con dolor y quita su mirada de la mía para continuar—, porque estaba enfermo —termina y su mirada se vuelve fría otra vez.

Me quedé sin palabras.

Ahora podía comprender por qué le había afectado tanto saber la verdad sobre su mellizo, lo que me decía era horrible, no podía imaginar cómo me sentiría si mis padres hubieran hecho algo así, era un asunto demasiado grave.

—Lo...lo siento —titubeé—. No tengo palabras —dije despacio con un poco de culpa, fui yo quien hizo que llegara a este punto.

—No te preocupes, para mí es más que suficiente con que estés aquí conmigo —dice dulce, mientras se acomoda para quedar frente a mí, a muy pocos centímetros.

Tenerlo así de cerca me revolvía todo y me hacía sentir mariposas en el estómago. Llevaba demasiado tiempo resistiéndome a sus anhelados besos.

«Tal vez mi paz no estaba en alejarme de las relaciones, tal vez podría encontrarla en él».

Nuestros rostros se desarmaron quedando inexpresivos y se acercaban más y más peligrosamente. No pude quitar mis ojos de los suyos, la atracción era demasiado fuerte. Sube una de sus manos y toma mi rostro suavemente.

Siento su calor en mi cara, mis mejillas se sonrojan, miro sus labios con deseo de que choquen con los míos y nos volvamos uno sólo. Nuestras narices se rozan, y nuestro aliento se mezcla, cierro los ojos y me fundo por fin en sus labios, cálidos y suaves. Lo tomo con delicadeza del cuello por detrás de su nuca y lo apego más a mí.

Partimos con un beso suave y lento, que poco a poco se volvió más salvaje, aunque sin ser grotesco. No me quería despegar, quería seguir saboreándolo, pero una insistente llamada nos impide continuar.

De mala gana, saco el celular de mi bolsillo y contesto. Era una llamada de Vicente.

«Que inoportuno».

Tomás se gana más a mi lado y me besa toda la cara, lo que me causa cosquillas.

—Tomás, déjame —le digo entre risas, pero no se detiene y besa mi cuello, causando que me riera como loca.

—¿Cómo que Tomás? Hablas con Vicente —se queja mi amigo por llamada.

—Lo sé, es que... —me quedé en silencio, ¿cómo le decía que Tomás me estaba comiendo a besos?

—¿No me digas que lo estabas haciendo y yo te interrumpí? —largué una risa exagerada. Tomás estaba tan cerca que oía lo que me decía Vicente y ambos nos reímos.

—¡No! ¡Deja de hablar estupideces! —dije riéndome aún.

Tomás sugiere que lo ponga en altavoz para oír mejor y escuchamos la risa avergonzada de Vicente.

—Si fuera así, no hubiéramos parado por ti —comenta Tomás con una risa nerviosa, yo lo miro avergonzada y siento como mis mejillas se vuelven rojas.

Vicente suelta una risa desmedida.

—Tomás, ¿contamos contigo para la noche? —luego de estar más sosegado, dice Vicente haciendo referencia a la noche de eliminación.

—Mierda —se queja Tomás, lleva sus manos a su cabeza y tira de su sedoso cabello.

—¿Tomás? —insiste Vicente.

—Lo había olvidado —responde Tomás con el ceño fruncido.

Quité el altavoz y seguí con la llamada.

—Oye, no creo que Tomás pueda ir esta noche, no está pasando por un buen momento —comenté tratando de no hablar demasiado.

Tomás se sumerge en sus pensamientos.

—Entiendo —comenta Vicente—. Creo que nuestra última alternativa es que tú seas nuestra salvadora —se expresa con preocupación, dándome a entender de que debo hacerlo sí o sí.

—Lo haré, aunque no prometo salvarnos de la humillación —comenté y finalicé la llamada.

—Lo siento mucho, Massi —se disculpa Tomás mirándome con ojos apenados.

Una media sonrisa se formó en su rostro.

—No te preocupes, no es problema tuyo —dije parándome en el aire. Mi mente sólo pensaba en una cosa en ese momento: ensayar para la presentación, pues no iba a dejar que mis amigos fueran derrotados tan fácilmente.

—Tomas, tengo que irme a ensayar —le informé—¿Vienes conmigo?

—No, gracias, necesito tiempo a solas para pensar.

—Bien, si me necesitas sólo llámame, ¿sí? —deposité un beso en su frente. Él asintió y se quedó recostado en el pasto.

Dejarlo así me hacía sentir egoísta, porque debería haberme quedado para apoyarlo, pero, por otro lado, él necesitaba ese espacio a solas.

Me fui a la casa de Felipe, donde ensayé todo lo que pude, y, aun así, no estaba convencida de mi avance. Era como un bebé que daba sus primeros pasos: tropezaba, tambaleaba y me caía una y otra vez; me enredaba con las baquetas o se me caían, tocaba el plato equivocado, y apenas avanzaban las canciones, la falta de coordinación era evidente en mí.

Esta situación era realmente estresante, tanto para mí como para mis amigos. Ni siquiera tenía ánimo para alentarme porque sabía que haría el ridículo en el escenario, además los nervios me estaban comiendo por dentro.

Mis amigos intentaban apoyarme y me daban la confianza para intentar una y otra vez, sin embargo, no era suficiente.

Miré la hora y ya estaba anocheciendo, estaba tan concentrada en intentar aprenderme las canciones, que no me dio hambre hasta que vi que eran las 7:55 pm. Ya no tenía más tiempo para ensayar, apenas logré aprenderme bien una canción.

La competencia de eliminación empezaba a las 8:30 pm. Aún tenía que darme una ducha y cambiarme para el evento.

—Nos vemos allá —hablé en un hilo, estaba más ansiosa de lo que pensaba.

—Massiel, relájate, todo saldrá bien —me alienta Vicente mientras me abraza. Yo tenía claro que en el fondo eso no pasaría.

—Lo que hagas estará bien —dice Felipe.

—Además, si no fuera por ti, ya nos habrían descalificado —comenta Bárbara.

Asentí y me fui a casa, aunque tenían razón, no estaba satisfecha con lo que sabía tocar y solo una intervención divina podría solucionarlo.

Pero claro, ni por arte de magia podía aprender la batería en un día, seamos realistas, no tenía escapatoria.

Me maquillé y me vestí adecuada para la presentación. Me puse un short que apenas tapaba mis pequeñas pompis, unas pantis negras transparentes, una polera oscura oversize que cubría mi short y unas botas largas que llegaban sobre mis rodillas.

—¿Y tú, a dónde vas vestida así? —me regaña mamá antes de que pudiera salir.

—Tengo que tocar para la banda, somos finalistas y Felipe se lesionó el brazo —comenté tirando mi polera más abajo, mientras ella me daba una mirada examinadora de pies a cabeza.

—Está bien, espero que ganen. Eso sí, te quiero en casa a más tardar a la una de la madrugada, no quiero que te quedes en ninguna fiesta.

«Si supiera que tampoco estoy para fiestas».

—Sí, mamá, lo que digas —respondí desanimada.

—Pero irás con tu hermana.

—No, cualquier cosa menos eso —me niego molesta.

La idiota de Alicia aún no daba la cara para disculparse como debería.

—Claro que lo harás, teníamos un acuerdo, estabas castigada y no has respetado tu castigo —dice empezando a fruncir el ceño.

—¡Dime lo que quieras, pero yo no iré a ningún lado con esa traidora psicópata! —dije escapando lo más rápido que pude antes de que mi mamá me alcanzara. Subí al auto y me fui.

Por la ventana la veía gritándome cosas.

«Éramos la vergüenza del barrio».

Sabía que cuando regresara me esperaría un sermón eterno, me quitará los permisos y probablemente me dejará sin celular.

Pero prefería eso en vez de lidiar con Alicia.

Llegué al lugar y solo me esperaban a mí para ir a tomar sus asientos. Esta vez éramos los segundos en presentar.

Todos lucían fenomenales, y había más gente que el primer día, lo que me aterrorizaba aún más.

Empezó la presentación de "Las rocas" y no dejé de mover los pies durante todo el espectáculo, estaba a punto de conseguirme algún calmante, aunque en realidad no lo haría porque me daban temor las consecuencias.

Nuestros rivales fueron alabados por largos aplausos, ellos eran realmente buenos, y claro tenían mejor baterista que nosotros.

Después de tres minutos de aplausos, era nuestro turno.

«La hora de intentar no hacer el ridículo, o sea misión imposible».

Subimos al escenario y estaba temblando, mis amigos me dieron golpecitos en la espalda y me animaron un poco.

«¡Caramba, ya estábamos empezando!».

Ni la voz para iniciar me lograba salir y empecé retrasada. La gente que nos había recibido con aplausos ahora estaba en silencio.

Volvimos a intentar por segunda vez, y logré tocar mejor hasta que una baqueta se me cayó.

Juro por mi madre que estaba en el mismísimo infierno, era un tomate.

De repente, alguien me tocó el hombro y me asusté. Me volteo pensando que alguien me iba a eliminar por tocar tan feo.

—Sorpresa —susurró Tomás en mi oído. Sonreí aliviada, él tomó mi lugar y empezó a tocar.

Mágicamente estaba ahí, salvándome como siempre lo hacía.

Por fin, una presentación digna del grupo.

Los miraba desde atrás, verlos tocar con tanta energía y motivación, llegaba a ser inspirador. Se ganaron al público nuevamente, eran totalmente expertos. Diría que podrían ganarse el primer lugar, pero como yo estuve tocando al principio, el desenlace era incierto.

Terminaron su presentación con largos aplausos, incluso pedían que siguieran tocando más, sus canciones eran bastantes pegadizas.

Ansiosa me acerqué a los brazos de Tomás y lo abracé por eternos segundos. No podía creer lo que había hecho, mis amigos y yo estábamos más que agradecidos, ellos definitivamente eran los más felices. Felipe subió al escenario y se unió al abrazo grupal.

Teníamos que esperar 20 minutos para que los jueces tomaran una decisión.

Bajamos a sentarnos y Tomás sujetó mi mano, lo miré y sonreí apegándome a él. Ahora las fans no se le acercaban tanto, en realidad las ahuyentaba con la mirada.

Vicente y los demás nos molestaban. Claramente mi mejor amigo ya les había comentado a los demás sobre nosotros.

Ahora todas las chicas del grupo teníamos pareja, y el único soltero, —pero nunca solo—, era Felipe.

Tener a Tomás a mi lado me hacía sentir plena, aunque también tenía el miedo de que en cualquier momento me podría cambiar por otra. Más ahora que se estaba haciendo popular tan rápido.

Las inseguridades se empezaron a hacer presentes en mi mente.

Me había hecho una promesa a mí misma, pero ya no sabía si podía cumplirla.

Cada vez que él estaba a mi lado, sentía esas locas mariposas en mi estómago y se me estaba haciendo difícil negarme a quererlo.

Tomás me saca de mis pensamientos.

—Oye, bonita —me dice pasando una mano por delante de mis ojos.

—¿Sí, bonito?

«¿Eso acaba de salir de mi boca?».

Me iba retractar y no pude.

—¿Crees que soy bonito? —alardea.

—No, eres horrible —ironizo riendo.

—Tú eres hermosa —me habla con una sonrisa coqueta. Sonreí y besé su mejilla.

—Gracias por venir —dije mirando sus profundos ojos cafés.

Se acercaba un beso, pero una estúpida fan quería una foto con él. La miré indignada y besé a mi hombre un buen rato antes de que se tomaran la foto. Tomás me miró sorprendido con una sonrisa.

Pasó el tiempo y era hora de la verdad.

Habló el animador.

—¡Rockeros presentes, denles un gran aplauso a estas espectaculares bandas! —el público obedece y hace ruido—¡Hoy todos son ganadores, pero solo tenemos un primer lugar! ¡Fue una decisión muy difícil! —se escucha el redoble de tambores. Estamos todos abrazados con los nervios hasta la coronilla—¡La banda ganadora esta noche...! —los segundos en silencio aumentaban la tensión—. Son: ¡Los dementes! Ganan por dos puntos.

El ruido se volvió ensordecedor, el público se volvió loco, y nosotros estábamos a mil. Necesitaba escuchar esto unas tres veces para estar segura de que no estaba soñando. Gritábamos como si no hubiera un mañana, la sensación y el momento era único. Todo lo que habíamos hecho valió la pena.

Entre los chicos y la banda levantaron a Tomás, gracias a él estábamos donde estábamos, era su momento y se lo merecía.

Estaba tan orgullosa, que no cabía dentro de mi ser.

Mi madre estaba loca si esperaba que llegara temprano a casa, esto se merecía un fiestón.

Por fin el beso, ¿les gustó cómo sucedió?

Espero que sí.

😚

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