13.La carta. Parte II.
Massiel
«Una cosa le pedí a Dios, y no me la cumplió».
Andaba tan perseguida, que la única manera de evitar un desastre fue decirle a mis amigos que ignoraran a Tomás, prometí explicarles después, pero justo llegó él y nos atrapó desprevenidos. Es obvio que se dio cuenta de que lo estaba ignorando.
Después de percatarme de lo grosera que fui, quise compensarlo comprándole algo para comer, pero cuando lo intenté, quien se comportaba de manera extraña, era él. Así que no le di más atención, porque además, ni siquiera se molestó en acompañarme hasta mi casillero. Él sabía que yo odiaba andar sola por ahí, tenía la necesidad de estar acompañada con alguno de mis amigos la mayoría del tiempo, pero era extraño, porque en casa y cuando salía de compras, amaba estar sola.
Me fui al casillero con una sensación extraña, como si estuviéramos ocultando algo, y mis sospechas no eran en vano, pude comprender todo cuando llegué a mi locker.
Por alguna razón en el ambiente estaba el exquisito aroma del perfume de Tomás, lo que me indicaba que había estado ahí, pero ¿haciendo qué?
Mis dudas se despejaron cuando abrí el candado, pues, al sacarlo, la puerta se abrió y dejó caer un sobre blanco. Unas sensaciones extrañas se apoderaron de mi cuerpo, sentía una mezcla de misterio, curiosidad y emoción al mismo tiempo.
Miré a mis costados por si alguien me estaba viendo, y luego de ver que no había nadie, me agaché para recogerlo, lo tomé en mis manos y lo volteé para ver de qué se trataba, pensé en cualquier cosa, menos en lo que vi. ¡Dios mío! ¡Tomás me había escrito una carta!
«No puede ser».
Me congelé en el instante en que vi su nombre. Por las dudas, leí de nuevo, tal vez me había equivocado y había leído mal, pero no, lo que leía era correcto:
"Para: Massiel Cambpell Moore, la más enojona️."
Leer eso me hizo reír, pero no sabía cómo sentirme, era la primera vez que un chico me enviaba una carta, y no quise fiarme hasta poder leer su contenido, porque conociendo a Tomás, seguro era parte de sus jugadas, así que la guardé rápidamente en mi mochila para leerla a solas en mi cuarto.
Después de esconderla en el lugar más seguro de mi mochila, saqué los cuadernos de las respectivas clases que tenía. Sólo me quedaban dos bloques y podría irme a casa.
Deseaba que las clases pasaran lo más rápido posible, pero el tiempo parecía avanzar lentamente, el último bloque se me hizo eterno, y por culpa de Tomás no podía prestar la atención adecuada cuando los profesores hablaban.
«Eso me podía costar una nota».
Luego de tanto mirar la hora, por fin nuestra clase debía terminar. Habían llegado las 18:00 hrs, sin embargo, el profesor todavía continuaba hablando. La clase no era obligatoria y yo no tenía tanta paciencia como para seguir sentada quince minutos más, cuando por norma no me correspondía.
Ordené mis cosas y traté de salir lo más callada de la sala, pero al bajar las escaleras del auditorio, me tropecé y casi me caigo, hice un ruido estruendoso y todos se voltearon a verme. Tomé mi dignidad —que estaba por el suelo— y salí roja como tomate. Escuchaba cómo mis compañeros trataban de evitar reírse, y otros, como mis amigos, simplemente se reían a carcajadas.
«Eso me pasa por ser tan ansiosa».
Me fui corriendo para llegar al estacionamiento, y en la salida de la universidad, justo divisé a Tomás junto a sus compañeros, antes de que me viera, me di la vuelta y me fui por otra salida, la más larga.
«Todo sea por evitar momentos incómodos».
Llegué a casa sin más interrupciones, estaba mi madre y la saludé muy apresurada, obviamente ella notaba que estaba más exaltada de lo normal. Normalmente todas mis llegadas desde la universidad eran pacíficas, caminaba lentamente y llegaba a tirarme al sillón por unos minutos, pero esta vez no lo hice, las únicas excepciones en las que no llegaba a descansar, era cuando necesitaba ir al baño con urgencia, y yo no parecía tener esa necesidad.
—¿Y tú, por qué vienes tan acelerada? —me pregunta mamá desde la cocina. Me detengo a la mitad de la escalera del segundo piso, me volteo lentamente y respondo con una mentirilla.
Mi madre y yo, no teníamos esa confianza como para hablar de chicos, además con el último incidente de mi exnovio Teodoro, las reglas de la casa habían cambiado para mí. No podía llevar a nadie más que mis amigos y amigas, porque a mi familia no le interesaba conocer a los patanes que me hacían sufrir. Desde entonces, no me ha vuelto a preguntar por alguien.
—Es que tengo muchas tareas que hacer, mamá, trabajos y más trabajos —me quejo exhalando con pesadez tratando de sonar lo más normal posible.
Me mira frunciendo el ceño.
—Bien, si tú lo dices... suerte con las tareas —continúa haciendo sus cosas y deja de molestarme.
Entré a mi habitación y busqué la carta en el interior de mi mochila. Me senté en el escritorio y me dispuse a leerla.
Lo primero que noté, fue el olor a su bendito perfume.
«Qué buen gusto tiene este hombre».
La olí un montón de veces, esa fragancia entraba por mis fosas nasales y me hacía suspirar.
«¿Qué demonios? ¡Massiel reacciona!»
Luego de darme una cachetada mental a mí misma, dejé de oler la carta.
Analicé su letra y empecé a sonreír, no podía creer que su letra se entendía. Ya había visto la letra de Tomás cuando estudiábamos a la hora de almuerzo y siempre tenía letras chinas que sólo él podía traducir.
Y esta vez, pude leer con facilidad:
¿Hola? Bueno, no sé cómo partir escribiendo esto, nunca había escrito una carta, así que valora el esfuerzo de este sujeto.
Se notaba que no sabía, pero al menos, lo intentó. Estaba tan ansiosa que seguí leyendo de inmediato.
Quiero ser honesto contigo y te lo escribo en una carta porque te lo he dicho tantas veces en persona y no me crees. Massiel, desde que te conocí, no sales de mi cabeza, no sé qué tienes, pero no puedo dejar de pensar en ti.
Mi corazón se empezó a acelerar cuando continué leyendo, y las sensaciones extrañas me volvían a dominar. Intentaba que eso no pasara, era una lucha interminable entre mis pensamientos y mis sentimientos. Necesitaba autocontrol.
Sacudí mi cabeza para volver a enfocarme en la realidad; el chico más egocéntrico que conocía me había enviado una carta, ¿de amor? ¡Pero qué bobada! ¡Y por qué sentía que mi corazón iba a explotar!
«Ya, basta. Massiel concéntrate. Es Tomás, un Don Juan».
Yo sé que piensas lo peor de mí, pero te juro que no soy el que tú crees. Contigo es diferente, eres la única que habita mi mente.
Ese era exactamente el mismo pensamiento que se me vino a la mente, ¿qué tan real era lo que me decía? ¿De verdad dejó de pensar en otras chicas?
Lo tenía más que claro, me sabía de memoria esos trucos.
Debía haber dejado de leer la carta, pero no pude, algo dentro de mí quería saber qué más tenía para decirme.
Cada día que paso contigo, es en serio, un día perfecto, puedo estar aburrido o desanimado, pero te veo, y llenas mi mundo de luz y de armonía.
«Sí, sí, ¿cómo no?», decía mi mente, y mi corazón decía: «¿Será cierto? Se ríen un montón cuando están juntos y ni siquiera te das cuenta de lo rápido que pasa el tiempo».
Con mucho cariño, tu humilde joven,
Tomás Koch A. "
Sus últimas palabras me sacaron una sonrisa. Sin duda se había esforzado, y después de una larga discusión en mi interior, me parecía que sus palabras eran honestas.
Pero ¿qué podía hacer con ello? No sabía si tenía que responder a su carta, si darle las gracias o qué rayos. Por ahora no tenía idea de lo que haría, quizás al día siguiente se me despejaría la mente y podría tomar una decisión.
Luego se hizo la hora de cenar, cuando bajé la comida ya estaba servida, mi padre y mi hermana ya habían llegado del trabajo. Saludé y me senté, la comida olía tan bien, era lasaña, uno de mis platos favoritos, pero no tenía apetito. Mi mente seguía en un acalorado debate por decidir qué hacer cuando lo volviera a ver.
—Massiel, cariño —me interrumpe mi padre, mientras yo seguía pegada mirando mi plato, buscando respuestas con el tenedor en la comida, como si eso ayudara.
Levanté mi cabeza y lo miré, todos en la mesa tenían sus ojos en mí.
—Disculpa, ¿qué? —dije abriendo mis ojos.
—Te he hablado como tres veces para que me pases la sal —me mira serio.
—¿La sal? —pregunto mientras la busco, y estaba al lado de mi mano, luego se la pasé.
—Ni siquiera has tocado tu comida —comenta mi madre, miré mi plato y aún estaba lleno.
—Ah, es que mis trabajos me tienen la mente ocupada —me excusé y luego metí una cucharada de lasaña en mi boca.
—Hija, tu comida debe estar fría —añade mamá con una mirada reprochadora. Sus ojos verdes me miraban con intención de ver más allá de la fachada que le había inventado.
—Bien, la calentaré y me iré a comer arriba —contesté molesta.
Que los ojos azules y verdes de mi familia analicen cada uno de mis movimientos, no era cómodo ni soportable. Sus miradas eran muy intensas.
Me paré con mi plato y fui a la cocina, puse la comida en el microondas y subí hasta mi cuarto para estar tranquila, pero haberla calentado fue una pérdida de tiempo, ni siquiera seguí comiendo, simplemente no tenía apetito.
«Esto era muy raro».
Me tomé un baño para relajarme y aunque todavía era temprano, me fui a dormir y no lo conseguí. Me daba vueltas y vueltas en la cama sin poder cerrar los ojos, porque sólo podía pensar en una cosa: Tomás. El muchacho estaba complicando las cosas, estábamos tan bien como amigos, y luego de la carta, no sé si nuestra amistad continuará siendo la misma que antes.
Intenté escapar de mis dilemas leyendo, pero esta vez no pude ni concentrarme en la lectura, lo único que quería era que mi mente se callara. Iba a sacar una pastilla para dormir, total, empezaba el fin de semana y mañana podría dormir hasta la hora que quisiera, pero un mensaje de Tomás me frenó.
Todo es por su culpa, si no lo hubiera aprobado, quizás nada de esto habría pasado, quién sabe. En fin, no sacaba nada con arrepentirme si lo hecho ya estaba hecho.
Leí el mensaje habitual de buenas noches y no pude responderle nada y él tampoco se atrevió a preguntarme por la carta.
Necesitaba un consejo, y opté por contarle a Vicente, él podía ser muy molesto, pero cuando realmente lo necesitaba, podía ser muy sensato.
Le mandé un par de mensajes contándole lo sucedido porque me daba vergüenza contarle por llamada. Apenas leyó mi mensaje, me llamó de inmediato.
—¡Massiel! ¡Te envío una carta de amor! —grita emocionado a través del teléfono.
—¿Ah? Sí —rodé los ojos al notar tanto entusiasmo.
—¡Ay, Massiel! Conmigo no te hagas la desinteresada —podía imaginar la cara que el castaño tenía en ese momento—Yo te conozco —añade. Nos quedamos en silencio. Quizás tenía razón, o quizás no.
—No sé —rezongo.
—¿Qué es lo que no sabes? Solo debes tener claro si te gusta, ¿te gusta? —pregunta.
Suspiro, pensando si Tomás me atraía y no sólo de manera superficial, pienso en todo lo negativo y la respuesta parece ser clara.
—No —respondí dudosa—O sea... Ay, no lo sé —agregué, ahora pensaba en lo positivo. Nunca fue el completo idiota que imaginé, a medida que lo conocía me daba cuenta de que era una persona muy interesante y divertida, pero tal vez eso no era suficiente, por el momento...
No quería distracciones, no quería un novio y no quería a nadie en mi vida, simplemente no quería volver a pasar por «eso».
—Vamos, florcilla, dime, ¿qué es lo que te detiene? —me dice con seriedad.
—Ay, Vicente, son muchas cosas —hablé como si fuera obvio y empecé a enumerarlas—Uno: no quiero distracciones, dos: no quiero novio, tres: no quiero nada con nadie en este minuto, cuatro: es muy egocéntrico, cinco: es mujeriego, seis: es, es muy él —me quejo sin saber cómo explicarlo—. Es un puto —corregí.
—Entonces, me parece que ya tomaste una decisión —comentó Vicente analizando mi respuesta, mientras se reía.
Hablar con él me hizo darme cuenta de lo que no quería y básicamente ya había tomado una decisión.
Me despedí de mi querido amigo y después de esa charla por fin tuve paz mental, de un instante a otro me quedé dormida.
Al otro día desperté por los gritos de Alicia.
—¡Massiel! ¡Levántate, se hace tarde! —grita golpeando mi puerta sin parar.
—¡Maldita sea! ¡Déjame dormir en paz, es fin de semana! —grité enojada.
«¿Cómo se le ocurre despertarme un sábado así?»
Miré la hora y era muy temprano aún, recién eran las 08:15 am.
—¡Dijiste que me ayudarías! ¡Hoy tenemos invitados importantes en el restaurante! Cuento contigo, Massiel.
«Oh, mierda».
Hace varios días, mi hermana me había dicho que una mujer importante iba a hacer una crítica al restaurante, eso tenía mucho valor para mi hermana y nuestra familia en general, ya que su crítica se publicaba en los diarios nacionales, y podía hablar muy bien del trabajo de nuestra familia y darnos buena fama, o, por el contrario, podía llevarnos a la quiebra.
Me paré al instante y me vestí tan rápido como pude.
—¡Ya voy, salgo en dos minutos! —respondí tratando de ponerme los pantalones.
Esto aceleraba las cosas, quería hablar con Tomás y decirle que quería que las cosas se mantuvieran igual, que continuaríamos siendo amigos, pero no pensaba decírselo hoy.
Bajé al primer piso con el maquillaje en mi cartera, ya que no tenía tiempo para arreglarme.
Alicia estaba muy nerviosa y me pidió que manejara. Según Google Maps, en nuestro recorrido normal para llegar al restaurante, hubo un accidente y, por ende, había un taco. Supuestamente, la mejor alternativa era hacer un desvío. Sin embargo, yo no conocía todas las calles por las que debíamos seguir y en vez de llegar antes, empezamos a retrasarnos y a estresarnos.
—Dobla a la derecha —me guía Alicia, ella estaba viendo la ruta.
—¿Dónde? ¿Aquí o más adelante?
—Si te digo que dobles, es obvio que es aquí.
—¡Y por qué hablas tan encima! ¡No ves que me pueden chocar! —tuve que frenar casi en seco, ya estábamos demasiado encima, ni siquiera pude encender el intermitente a tiempo.
—Sólo dobla, ¿sí?
—¿Y qué crees que estoy haciendo? —justo en el momento que lograba entrar a la calle correspondiente, el auto se me detuvo.
—¡Qué haces, Massiel!
—Dios, esta porquería se me paró. No fue mi culpa.
—¡Justo ahora, estamos tan atrasadas, sólo tienes que seguir las indicaciones!
—¡Ay, Alicia, para ti todo es fácil! ¿Sabes qué? Ya me cansé —abrí la puerta y me bajé del auto—¡No pienso seguir manejando, hazlo tú!
Alegó un gran rato y luego se puso tras el volante. Ella tenía más experiencia y era más ágil para manejar que yo. Nunca debió mandarme a mí para que lo hiciera.
Tuve que continuar con las indicaciones y no paró de quejarse durante todo el maldito camino. Que las dos nos estresáramos, era la peor cosa del mundo. Ambas teníamos un carácter fuerte.
Finalmente llegamos, vivas, aunque atrasadas, pero no demasiado. Estábamos a tiempo para recibir a la mujer y fue un alivio, hasta cierto punto, porque con todo el ajetreo del viaje, olvidé por completo la manera en que me iba a enfrentar a Tomás.
Si alguien me lo hubiera recordado, todo hubiera sido más simple, me hubiera preparado mentalmente para encontrarme con él. No quería lastimarlo, pero tampoco quería ilusionarlo, ¿cómo se supone que se rechaza a alguien sin dañar sus sentimientos?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro