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"¡Oh amor poderoso!

¡Que a veces hace de una bestia un hombre y otras, de un hombre una bestia!"

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En algún momento de la fiesta que Tony elaboraba —por tercera vez en lo que iba de la semana— James se encontró a sí mismo caminando hacia la figura esbelta de Natasha Romanoff sentada a unos metros de distancia mucho antes de ser consciente de sus propios actos. Ella había arqueado una ceja teñida de calculada diversión al tenerlo frente a ella, el soldado clavando ese par de esferas cerúleas que le sabían a mar. A cielo.

A invierno.

—Baila conmigo —no había sido una petición, pero tampoco una orden.

La pelirroja parpadeó un par de veces, y miró la palma extendida de James para luego viajar a su rostro embebido en una mueca ansiosa de hito en hito.

Suavizó sus facciones. Y sonrió. Bucky adivinó un brillo distinto en los orbes de esmalte indescifrable de la espía cuando envolvió su mano sobre la suya, dosificando su calor. El hielo de sus ojos se desvanecía.

Se evaporaba conforme ambos cuerpos se acercaban.

El castaño enredó su brazo de metal alrededor de la estrecha cintura de la mujer, sin la menor intención de soltarla por un largo tiempo. Natasha detectó el tinte posesivo en el toque de Barnes ocultando —sin mucho éxito— un mohín astuto.

Los dedos de su extremidad restante trazaron su camino en el otro en una caricia dulce, cálida; como dos pieles que se buscan, se exploran y se aceptan.

James reconoció una suave corriente franqueándole las rodillas. Tragó saliva, pensando que las cosas con la rusa siempre habían fluido con inquietante naturalidad. Sin embargo, nunca se había sentido tan extraviado como cuando esa mañana del sábado —luego de haber pasado toda la noche en vela— se había planteado darle un sentido, un significado a la amplia gama de emociones que le provocaba la vengadora.

Toda su vida —al menos la que recordaba como Soldado de Invierno— se había reducido a un solo objetivo: obedecer.

Habían fragmentado y reconstruido su mente, su cuerpo y su alma y lo habían convertido en la pesadilla de las personas que él había jurado proteger.

Un mito

Una máquina.

Un asesino.

Un monstruo.

Y aun así...

Ella lo hacía...

—Creo que estoy enamorado de ti —las palabras escaparon de sus labios antes de que pudiera si quiera detenerlas.

Silencio.

Natasha soltó una risita corta. Barnes se asombró de ver un ligero matiz rosáceo coloreando sus pálidas mejillas.

Más...

—Ya lo sabía —contestó, dibujándose una sonrisa diferente. Genuina— Ya comenzaba a preguntarme cuándo tú te darías cuenta.

James no pudo soportarlo más. Y la besó.

Humano.