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Yo y Mis Pesadillas

—Gabi lo llamó pesadilla —repito por vigésima vez, y Álvaro me escucha sin mayor expresión en su rostro, la misma que tenía Bruno hace un minuto que se levantó de la mesa para ir a la barra. La misma expresión que el inútil dejó en mí cuando se fue. Cero mueca de diversión, cien por cien descontento con él.

     Álvaro pasa su mano por mi espalda creyendo que eso aliviará mi preocupación. Es un amor, pero en este momento no puedo pensar en otra cosa que no sean las palabras de mi hermano.

     La cena terminó, y con ella la desafortunada intervención del inútil, la metedura de pata de René con Luján y la desaparición de este último, puesto que Nines regresó una hora más tarde sin dar explicaciones de él, cuando ya terminábamos de comer la tarta y dar sus regalos a Gabi. Es ahora y ninguno de nosotros tiene el valor de preguntarle por nuestro hermano en vista de la actitud alocada de mi amiga, su ingesta descontrolada de alcohol o ese llanto nervioso que le dura un minuto para luego reír como desquiciada. Sí, Nines lo está pasando mal, pero ya me dejó claro que quería pasar “el trance” sola: no te alarmes por mí, Alex, que las penitas de amor, con un polvo rapidito se quitan. 

     Y yo no pude aconsejarle nada para eso.

     Así que la fiesta continúa al otro lado del comedor, en la zona de baile, para todo aquel que no seamos ella o yo.

     —¡Lo llamó pesadilla, joder! —exclamo mientras dejó caer mis codos en la mesa y escondo mi cara entre las manos.

     —Sí, Alex, y tú misma me dijiste que no tomara en serio, siempre, lo que pudiera decir Gabi.

     —Pero este no es uno de esos momentos estúpidos suyos, Álvaro —digo ya mirándole a los ojos—. Gabi es amigo de mi ex y sabe de los pocos huevos que pueda tener conmigo.

     —¿Seguimos hablando de lo mismo? —Bruno se sienta al otro lado, trae un vaso de agua para tratar de tranquilizarme, ¿en serio?, me sentaría mejor un chupito de whisky, pero ahora no discutiré con él.

     —Sí, de lo mismo —le contesta Álvaro.

     Me sorprende ver con qué aplomo están llevando ellos mi preocupación por el inútil, cómo de unidos se ven ante la situación que a mí me enloquece, ¿se lo toman tan en serio solo por ser yo?

     —¿Y qué crees que te pueda hacer tu ex? —me pregunta Bruno pensativo. Y yo sonrío al ver su gesto cómplice, ese de apartar el flequillo de mis ojos.

     —Temo lo que le diga, a partir de ahora, a Lexi de mí.

     —¿Lo crees capaz de envenenar a su hijo?, pues necesitará mucha suerte, porque Lexi es muy listo —dice Álvaro, para nada preocupado. 

     —Y te adora, mujer, ya verás que no se deja engañar.

     Ambos tratan de hacerme ver un rayito de luz al final del túnel de la desconfianza que me ha creado el inútil. 

     —Oye, no sabía yo que se os daba tan bien la psicología infantil, sois buenos analizando a los críos.

      Mi comentario ayuda a que la “pesadilla” en la que me encontraba se desvanezca un poco. Los tres acabamos sonriendo con bastante timidez.    

     —¿Y qué hay de nosotros? —Bruno hace una pregunta que ensombrece de nuevo mi esperanza, puesto que su cara también se oscurece con la pena.

     —No te entiendo. —No, de verdad que no lo hago.

     —Que si crees que lo que pueda decir ese tío de ti te hará replantearte lo nuestro y acabes por arrepentirte. 

     Y ha sido Álvaro quien me ha dado la explicación.  Lo miro extrañada.

     —No —digo de inmediato, y me nace acariciar su cara para calmarlo—. Me ha costado mucho llegar hasta aquí, Álvaro, y asimilar lo que me pasaba con vosotros, así que no dejaré que nadie me diga cómo he de luchar por lo que quiero.

     —Al menos parece que lo sigues teniendo claro —interviene Bruno.

     Joder, vuelven al inicio, a las dudas sobre mí.

     —Por supuesto que lo tengo claro. —Y mi mano contraria acaricia su nuca—. Mi hijo está por encima de todo, Bruno, pero por ahora no entendería mi elección con vosotros, así que hasta entonces, cuando deba poneros etiquetas en su vida, seré egoísta y pensaré solo en mí.

     Bruno entiende que me vendría bien su contacto y desliza su mano por mi espalda, como hacía también Álvaro.

     Los tres nos quedamos retraídos y en silencio.

     Y es que, debido a la tela fina de mi blusa, he podido notar que ellos se han encontrado en una de las caricias que me daban, que sus propias manos se terminaron por rozar. Para mí ha sido un instante extraño, a la vez que cálido y placentero, pero creo que ellos lo han visto, más bien, vergonzoso.

     Sentir a Bruno y a Álvaro confundidos, cuando se ven tan tímidos y tan tremendamente sexis con ese sonrojo en sus mejillas, me ayuda a olvidar cualquier enfado que pudiera tener.    

     Y como yo quiero más contacto con ellos, echo las manos a cada pierna que tengo junto a mí. 

     Sus dueños se miran de inmediato esperando a que yo hable. 

     —La pregunta ahora es si vosotros seguís queriendo estar conmigo cuando todo con mi ex se convierta en una pesadilla.

     Esta vez no hay miradas entre ellos, los dos permanecen callados, y, casi puedo adivinar,  que se ponen nerviosos.

     —Vámonos —resuelve Bruno ya puesto en pie.

     —Sí. Gabi lo entenderá —le apoya Álvaro para seguirle.

     Ambos me tienden la mano para que me levante de la mesa, al igual que ellos. 

     No quiero perder más tiempo.

     —¿Ahora?

     —¡Claro! —exclama Bruno.

     —¿Los tres juntos? —pregunto totalmente desubicada. Sobre todo por lo mucho que me gusta la idea.

     —Y antes de que lo piense más, por favor. —Bruno mueve su mano por si todavía no la veo delante de mí, para que me apresure y así no le haga pensar demasiado.

     —Yo después de esto creo que no volveré a pensar en la vida.

     La broma de Álvaro me pone nerviosa, tanto que me estremece la expectativa de dejarme llevar sin pensar yo tampoco.

     —Dadme un minuto para hablar con Gabi y nos vamos.

     Beso a los dos en las mejillas y corro en busca de mi hermano.

     Lo encuentro bailando con su mujer y un par de amigos. Y lo mejor de todo es que aún no se ha quitado su medalla de oro del cuello, el puñetero lo está disfrutando de veras, diga lo que diga.

     —Gabi —llamo su atención cogiendo su brazo.

     —¡¡Ratona!! —grita él antes de abrazarme. A este se le da mejor que a mí calmar sus nervios con el alcohol —. ¡Esta es la mejor fiesta de mi vida!

     A su grito, esta vez generalizado, Gabi levanta los brazos para que la gente celebre con él.  Sonrío al ver que todos levantan sus vasos para acompañarle. 

     Recibo su abrazo, pero en realidad lo que yo quería era despedirme.

     —Me aplastas, Gabi, y no puedo hablar.

     Él me hace caso y me deja libre de tanto amor inesperado.

     —Vete antes de que se me pase la euforia y quiera hacértelas pagar.

     —¿Estarás bien? —pregunto sonriendo.

     —No mejor que tú. 

     Mi hermano me guiña el ojo al ver que Bruno y Álvaro ya salen del local con sus chaquetas puestas.

     —Venga, no los hagas esperar —pero detiene su nuevo beso cuando Álvaro ha regresado hasta nosotros.

     —Era mi regalo para mañana cuando hubieras procesado el alcohol, pero ahora mismo ni yo sé dónde despertaré —dice al ponerle en la mano a Gabi las llaves de su moto. Nos deja mudos con el detalle,  y eso que para mí hay una sorpresa más, porque sonríe—. A menos que sea en casa de Alex. 

     Mi respuesta es encogerme de hombros mientras la cara de mi hermano es de pura felicidad.

     —Te la he dejado en el taller.  Y recuerda que si le pasa algo, te quemo el garito.

     —La cuidaré, descuida.

     Álvaro coge mi mano para que salga con él. Ahora sí, beso a Gabi y abandono la fiesta tras despedirme del resto de los Muñoz con un adiós en grito.

     —Debo de estar borracho para dejarle la moto —dice Álvaro cuando caminamos hacia dios sabe dónde, ya en la calle.

     Freno en seco para poder hablarle y que me mire a los ojos. 

     —Y lo peor es que no lo estás, y sabes muy bien lo que haces —le digo yo sonriendo.

     —Al parecer esta noche no dejo de hacer cosas extrañas.

     Y su mirada me enciende hasta el punto de sonrojarme, pero de la vergüenza.

      —Ojalá no te arrepientas de lo que te queda por hacer. —He bajado la cabeza, quizás se ha arrepentido.

     Álvaro me obliga a mirarlo de nuevo, cuando, con ambas manos, sujeta mis mejillas.

     —Lo mismo me pidió Bruno, Alex, y aquí sigo.

    Alvaro señala hacia el lugar en el que Bruno espera inquieto a que nos decidamos a acercarnos a él. 

     —¿Y si de verdad nos emborrachamos?, piénsalo. Siempre será mejor decir que fue culpa del alcohol si no es lo que esperamos —propongo como último recurso.        

     —Pero entonces mañana verás que todo ha pasado de igual modo.

     —Deja de hablar tan bien y de llevar la razón. —Ha sido decirlo y encoger el rostro en señal de desaprobación, cosa que parece que le hace gracia, porque Álvaro sonríe para abrazarme a continuación. 

     —Vamos, por favor, que estoy a un solo paso de mandar esta nueva lealtad con Bruno al carajo.

     Sonrío y me dejo llevar hacia Bruno, sin negarme y sin perder más tiempo. 

     Sin pensar, que eso, hace rato ya, dejé de hacerlo.


     Esto de ser tres parece ser lo justo en cuanto a las decisiones se refiere; siempre hay mayoría mientras que todos estemos implicados.

     La idea de ir a tomar una última copa, para que pudiéramos relajarnos, y así iniciar con menos presión nuestro nuevo proyecto común,  fue de Bruno, y por supuesto se encontró con mi total aprobación —no iba  ser tan tonta de decir que no cuando sigo nerviosa por lo que haremos—, mientras que ir al destino en taxi, la que fue idea de Álvaro, ganó al paseo de Bruno. Y de nuevo todo gracias a mí SÍ absoluto, por nada del mundo dejaba yo de estar tan cerquita de ellos. Natural, tenía frío y los zapatos de tacón me estaban matando, así que me parecía genial ir sentada en el asiento de atrás al calor de ambos.

     Y de nuevo pensé en esa maldita palabra: Entre. Entre. Entre.

     Por eso mismo ahora estamos dentro del coche de un desconocido, al que todavía no le decimos a dónde queremos ir, y que permanece callado mientras conduce sin rumbo por las calles de Sevilla, oyendo nuestras opciones antes de llegar a un acuerdo. Algunas hasta nos provocan risas o muecas de asco.

     Ya hemos descartado varias propuestas por el exceso de gente, ruido y dinero, y en esto último yo fui tajante, no por tener dos novios, voy a permitir que paguen ellos. El resto de alternativas se encontró con dos NOES rotundos por alguno de nosotros, que no permitieron siquiera ser analizadas por la capacidad, el sonido o la economía doméstica.

     —Mi casa —dice Álvaro de repente dando la dirección al conductor.

     Bruno y yo giramos la cabeza en su dirección, a nuestra izquierda, y yo tengo que decir que es un mentiroso, su perfil derecho es igual de atractivo que el izquierdo, tanto como el rostro entero de Bruno.

     —¿Estás seguro? —pregunta este sin creérselo del todo. Indeciso a su vez.

     —Es eso, o decirle a este hombre que nos deje bajar aquí,  y aún así,   todavía, seguiríamos sin decidirlo. —Álvaro se encoge de hombros, sonríe. Su mirada risueña y juguetona me convence.

     —Vamos Bruno, yo tengo frío. Y prefiero seguir en el taxi hasta que lleguemos a casa de Álvaro. 

     Con todo el valor del mundo, recuerda que dejé en el local de la fiesta cualquier juicio racional que me quedara en el cerebro, por ellos, acaricio la rodilla de Bruno. Él pega un bote por lo inesperado de mi contacto. Su inquietud me hace sonreír.

     —Si te quieres echar atrás lo entenderemos, Bruno. Alex y yo podemos continuar solos la noche, ¿verdad, cariño? —susurra Álvaro por detrás de mi cabeza para que Bruno también se entere. Yo personalmente lo he hecho, he procesado cada palabra y el significado final, junto a su aliento cálido, ha ido directo a mi nuca para hacerme temblar del deseo.

     —No pienses que me voy a rajar, Álvaro. Y si Alex tiene frío es porque esa mano que la acaricia no es la mía, ¿verdad, cariño?

     Dos oídos tengo, dos novios, también. Y los dos se han encargado de hacerme entrar en calor con sus susurros. 

     No sé cuánto tardaremos en llegar, pero de seguir encerrada aquí, “entre” ellos, me bajo del taxi para que me dé el aire gélido de la madrugada.

     —No, ni hablar —acierto a decir con la voz entrecortada—. No haremos nada solos, Álvaro. —Y me he dirigido a él, para luego hacer lo mismo con Bruno,  lo miro—, y serán las cuatro manos o no será ninguna, Bruno.

     —¿Eso es lo que quieres,  que estemos juntos los tres? —pregunta Álvaro. 

     —No lo sé, ¿piensas que es muy pronto para planteármelo? 

     —Ya he dicho que referente a esto no pensaré más, Alex, solo actuaré como lo siento —dice al besarme la mano.

     —¿Bruno, y tú? —quiero saber yo. En esta votación no cabe que dos estemos de acuerdo y el tercero se niegue. Ha de ser unánime.

     Porque yo también actuaré según mis sentimientos.

     —¿Estás segura de que querer hacerlo así? No podría soportar que te arrepintieras, y en consecuencia quisieras terminar con esto —se interesa Bruno.

     Suspiro profundamente. 

     Con todo lo racional, ordenado y metódico que dice ser en las relaciones de parejas, y esa manera borde que a veces tiene para expresarse, Bruno me ha demostrado ser el más apasionado de los dos. Y todo él contrasta con la sensibilidad arrolladora de Álvaro, su carisma espontáneo y las ganas que tiene siempre de satisfacerme, en todo. 

      —Solo sé que lo quiero hacer, Bruno. Con los dos —digo llevando mis manos más arriba de sus rodillas, donde hace rato comenzaron. 

     —Alex —dicen al unísono, haciéndome partícipe del deseo con el que lo han dicho ambos.       

     Cierro los ojos. Sonrío. 

     Como el espacio en el taxi es tan reducido y previsible en sus dimensiones, puedo coger sus manos sin necesidad de abrir los ojos. No temo equivocarme. 

      —Ya hemos llegado —dice el taxista rompiendo la nueva sensación que despertaba en los tres.

     Ahora sí, los miro a ambos y asiento con la cabeza. Todo está decidido. Ellos también quieren estar conmigo, porque sonríen al ver nuestros dedos entrelazados.


     El piso parece pequeño si tengo en cuenta que ya puedo ver la cocina, a la derecha, sin haber pasado de la entrada. Pero se ve acogedor.

     —¿Qué te parece? —me pregunta Álvaro mientras  enciende la calefacción y me ayuda con el abrigo. Cierto, en la entrada también hay un perchero en la pared, y me divierte ver con qué familiaridad Bruno ya ha puesto su chaqueta en él.

     —Es bonito —digo sonriendo.

     —Muy blanco. Muy limpio —advierte un curioso Bruno mirándolo todo—, se nota que no tienes perro, ni a nadie durmiendo en tu sofá.

     Su comentario me hace sonreír.

     —Ya, eso puede cambiar hoy, ¿no? Solo hay una cama —admite Álvaro sin dejar de reír.

     Siento subir el rubor a mi cara cuando ambos me miran. No sé si dormiré, ni siquiera si lo harán ellos, y de hacerlo alguno de los tres, tampoco sé en qué lugar lo haríamos. ¿Y por qué me miran así?, ¿acaso han descubierto que he pensado en esa única cama?

     —Uf, tengo calor —admito con la vergüenza instalada en mi piel—. Necesitamos esa copa que nos relaje. Yo la traigo. 

     Como consejo podría estar bien; corre a beber para sofocar tus calores. Pero en mi caso concreto de nada sirve ya cuando el alcohol acabaría por avivar más ese fuego que me consume.

      —Alex —me dice Álvaro situándose delante—, no tienes que acelerar nada…

     —Todo fluirá, ya lo verás —interviene Bruno, y sin permiso llega hasta nosotros para observarme de igual manera.

     Que distintos se ven del inicio de la noche. 

     De nuevo están frente a mí, uno de brazos cruzados el otro con las manos en sus bolsillos, pero ahora sonríen levemente para dejarme ver la verdadera razón de que me gusten tanto. Su atractivo está en cómo me miran.

     —¿Quieres que mejor hablemos un poco? —propone Bruno. 

     —Pongo música si lo prefieres —sugiere Álvaro.

    ¿Es en serio? ¿Me están vacilando con esa actitud de; yo pasaba por aquí y si follo, eso que me encuentro?, ¿ni siquiera están impacientes por ver quien me besará primero?, porque yo no dejo de planteármelo.

     No veo mal que traten de convertirlo en algo casual, para que surja todo con naturalidad entre nosotros, pero ¡que no se pasen de listos, joder, que esto dejó de ser casualidad cuando decidimos ser tres y subir a este piso! Porque bajo mi experiencia, y desde que dejé de ser adolescente, además, practico el juego de seducción siempre en una dirección. Que me perdonen si esta vez son dos y no sé a cuál de ellos dirigirme antes.

     —O podemos también beber para que yo pueda decidir cómo lo haremos —insisto yo, lo que hace que ambos sonrían al ver que puedo cruzarme de brazos como ellos.

     —De acuerdo, Alex, podemos beber —apunta Bruno. Y esa sonrisa se la comía yo en este momento dándole el honor de ser el primero.

     —No tienes de qué preocuparte, no seré yo quien te diga que no. A nada —asegura Álvaro cogiendo mi mano. ¡Ay, por dios!, que me parece que quiero que el primero sea él.

     —Acabaré por decirte siempre que sí. A todo —dice ahora Bruno incluyéndose en la ecuación. Ha dado un paso que lo sitúa a mi espalda

     Él es el encargado de cruzar los límites del decoro que nos separa a los tres. Bruno me sujeta por la cintura y hace que me abandone a la sensación de placer, de paz,  que me proporcionan sus dedos clavados en mi piel, y todo ello ante la mirada de Álvaro.

     —Estáis haciendo que me sienta muy deseada —murmuro sin darme cuenta que he curvado mi cuerpo hacia atrás.

     —De eso se trata, preciosa —me contesta Álvaro pasando sus dedos por mis labios, consiguiendo que cierre los ojos para memorizar su contacto. 

     —¿Qué?, ¿desearme?

     —Y que no tengas dudas —concluye Bruno mientras noto su beso en el cuello.

     El calor de ambos cuerpos sobre mí me gusta, me hace estremecer. Un bombardeo de imágenes sexis, atrevidas y demasiado explícitas, de mí siendo complacida, invaden mi cerebro, hoy más caliente que nunca. 

      Pero todo eso deja en jaque a mi imaginación, cuando pasa a ser una realidad. 

Acepta mi café y dime qué te parece ☕️

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