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Yo y Mi Ex

Necesito acabar con esto.

     Tengo que pensar. Aunque a decir verdad no he dejado de hacerlo desde que Bruno, Álvaro y yo decidimos dormir, cuando en menos de dos horas después recibí un mensaje del inútil, en el que me decía que me amaba más de lo que ellos jamás podrán hacerlo compartiendo mi cuerpo. Es lo único que he hecho, recapacitar sobre la última etapa de mi vida a su lado, y no permitiré que esa extraña culpa, teñida a su vez de vergüenza y asco propio, que él me quiere hacer tener, me pueda perjudicar con mi hijo.

     Sí, superada la euforia inicial y el éxtasis posterior al deseo de estar con Álvaro y Bruno, el primer inconveniente que tuve que oír en mi contra fue la voz de mi propia conciencia, y esta llegó clara e inconfundible con un tono de voz imperativo: Termina con él o él lo hará contigo. 

     Por eso me he marchado del piso de Álvaro hasta poder acallarla. 

     Admito que haberlo hecho a escondidas, cuando me aseguré de que ellos sí dormían, y dejarlos en la cama sin una explicación previa, no me deja en buen lugar. Pero confío que esa horrible decisión no me perjudique, al contrario,  que me ayude a aliviar, precisamente, esa culpa/vergüenza/asco que todavía siento y que he de eliminar.

     Pero entiéndeme, no puedo pedirles una relación de confianza  a Bruno y Álvaro cuando soy yo la que no podrá entregarse al cien por cien por estar cargando con esos veinte años de amor por el inútil. Hoy que despierto oliendo a dos perfumes diferentes, con el sabor aún de dos bocas diferentes, en la mía, y el recuerdo húmedo de mi vagina por haberse dejado tocar por dos hombres diferentes, más que nunca he de dejarlo ir.

     Entro a casa de mis padres con impaciencia, necesito llevarme a Lexi conmigo, solo él puede ayudarme.

     Atravieso la casa a oscuras y corriendo, y me dirijo a las habitaciones. Todavía es temprano, mis padres duermen, seguro que acabaron anoche agotados con tanto nieto que cuidar, el bebé de Cris los habrá tenido despiertos de madrugada.

     —Lexi, cariño —digo al entrar a mi dormitorio. 

     Mi hijo no me oye, por eso me acerco hasta su cama, donde me arrodillo para destaparlo.

     —Lexi, vamos, tienes que levantarte, vamos a ver a papá. 

     —Alex, ¿qué ocurre? ¿No dormías fuera? —quiere saber mi madre, desde la puerta,  cuando me ve besar a Lexi y levantarlo de su camita para hablarle al oído—. ¿Estás bien?

     —No te esperábamos hasta esta noche, hija —interviene mi padre con cara somnolienta, a su lado. Se ve igual de preocupado que su mujer, y no lo culpo, mi llegada, cuando todavía no amanece, es alarmante.

     —¿Qué te pasa? —me pregunta ahora ella cuando he mandado a mi hijo a que se quite el pijama. Nos vamos, pero antes él tiene que vestirse y coger su mochila, la que tiene preparada siempre para ir a casa de su padre.

     —Voy a llevar a Lexi con el inútil, mamá, 

     —¡Espera, ¿qué?! —A mi madre no le ha importado chillar aunque pueda despertar a su nietos,  está viendo que voy a llevarme a uno de ellos en sus narices.

     Para tratar de impedirlo, entra al dormitorio. Me retiene por el brazo y hace que la mire. Mi padre no quiere intervenir demasiado, se vuelve a su dormitorio para dejar que nosotras lo solucionemos, solas.

     —¿Qué te pasa  para tener que ir a ver  a ese hombre?

     —Solo quiero estar con Lexi, mamá, no puedo dormir y lo llevo a ver a su padre. —No voy a decirle más, como mujer adulta e independiente que soy, desde hace años, yo resuelvo mis problemas, pero sobre todo porque la quiero, y acabaría por hacerle daño saber que el inútil tiene una información sobre mi vida privada que puede utilizar en mi contra con Lexi.

     —Es domingo, y demasiado temprano para hablar nada con él. Espera a desayunar por lo menos. He hecho café.

     Sonrío ante su chantaje.

     —Mamá, gracias, pero no puedo.

     Y no miento. No puedo, de verdad. 

     Porque necesito solucionarlo todo antes de que Álvaro y Bruno despierten, o el inútil de veras nos hará daño.

     —Escucha,  mamá  —le digo al tomarla por sus brazos y abrazarla—, estaremos bien, no te preocupes.

     —Pues no lo parece, Alex, estás blanca,  y temo por tu anemia.

     Lexi ya está con nosotras, solo le queda esperar a que yo coja algo de ropa y podremos irnos 

     —Tengo que ir a verlo, compréndeme, mamá. 

     Muy a su pesar, creo que lo hace por cómo me mira. Ella desiste y deja que me cambie de ropa, lo hace con una sonrisa comprensiva, como le he pedido, así le cueste la vida dejarme ir sin entender demasiado.

     —Tu padre y yo seguimos estando aquí para lo que necesites. Llámame cuando lo tengas todo aclarado, ¿sí?

     Suelto el aire en una risa falsa. ¡Aclarado, dice!, como si eso fuera posible desde que conozco a Bruno y a Álvaro, como si yo tuviera un ápice de cordura en mi cabeza desde que esta misma noche me he dejado besar por ambos, manosear e ir más allá de los límites del respeto a mi cuerpo por los dos a la vez. Nada a partir de ahora estará claro para mí.

     —Quizás eso sea en otra vida, mamá. 

     —Alex, cariño, no me asustes. 

     Y como solo necesito ponerme un pantalón vaquero, mis botas y una sudadera con la chaqueta, en menos de un minuto salgo por la puerta mientras le digo:

     —Te llamo luego. Te quiero. Y ahora, regresa con papá. 

     Mi madre no baja las escaleras conmigo, supongo que oír la puerta de la calle para ella será suficiente despedida. Ha hecho bien, porque, ¿cómo quieres que la hubiera mirado una vez más a los ojos, sin echarme a llorar? Tengo miedo del inútil y enfrentarlo no lo hace menos doloroso.

     Y cuando subo a Lexi al coche y amarro bien su sillita para poder irnos, dejo caer, mejillas abajo, esas lágrimas que he estado conteniendo desde que saliese del piso de Álvaro. 

    —Mamá, ¿podemos parar para comprar regaliz? —pregunta mi hijo desde su pequeño mundo sin ver mi llanto.

     Míralo, no se puede ser más feliz que él, y su sonrisa reflejada en el espejo retrovisor, ahora mismo, es lo que más me importa. ¡Qué equivocada estaba!, no puedo ser egoísta y pensar solo en mí. cuando lo tengo a él mirándome con sus ojitos emocionados.

     —Claro, tesoro, pero recuerda que a papá le gusta el negro.

     —Entonces, uno y uno —resuelve encantado de poder llevarle al inútil su propio regalo.


Duelo de miradas, duelo de rostros serios, a ver quién de los dos habla primero. Mis piernas, con el movimiento rítmico que delatan mis nervios retrasan mis palabras.

    Estoy sentada frente al inútil, ambos en la mesa del comedor de su casa. La vi lo suficientemente ancha para mantener las distancias, y la escogí precisamente por el símil que conlleva su función como “mesa de diálogo”. Lexi no, él está en su dormitorio, pensando qué quiere hacer durante el día con su padre. ¿Que por qué?, mi hijo lo adora  y no entendería que hayamos venido hasta su casa para luego no pasar el domingo con él porque su madre se ha vuelto loca de remate, y tal como hemos llegado, nos hemos ido.

     —Explícame porque estás en mi casa… —Mira su móvil—, a esta hora.

     A decir verdad jamás estuve aquí dentro, siempre hemos hecho el intercambio de Lexi abajo, en el portal. Miro las cuatro paredes que forman la habitación, todas desnudas, sin muchas más cosas en ella que las meramente funcionales.

    —Yo no la llamaría casa cuando parece que estuvieras a punto de mudarte y lo tuvieras todo envuelto en cajas de cartón.

     —No creo que hayas venido a redecorar el piso, Alex. Y en cuanto a los pocos muebles que tengo… te recuerdo que vivo solo y que solo estoy de paso hasta poder alquilar algo más barato. ¿Vas a contármelo o tengo que localizar a esos tíos para que me lo cuenten ellos?

    Siempre fue muy intuitivo. 

    —Necesito poner fin a lo nuestro.

    —¿Y para eso traes a Lexi? —pregunta irritado. 

    —Creo que estando él te será más difícil lastimarme —admito como verdad suprema de mi vida.

    —Mierda, Alex, no puedes decir eso.

     —¿Y qué pensabas? Has estado creándole falsas esperanzas sobre nuestro regreso.

   Se frota la cabeza con desesperación, lo veo además acorralado.

     —Con Lexi no.

     —Me lo suponía. Por eso te corresponde a ti contarle mi situación con Álvaro y Bruno.

    Él deja ver el inicio de su enfado a través de sus fosas nasales abiertas.

     —¿Y por qué yo?, hazlo tú. O puedes pedir ayuda a tu familia, es enorme. Cualquiera querría ocupar mi lugar, se les veía encantados con echarme de tu vida, anoche.

    —Es tu hijo. Jamás te quité ese derecho con ellos, no dramatices ahora. 

    —¡Me echaron a la calle, Alex! ¡Ni siquiera Gabi me apoyó! —grita como si el ofendido por los Muñoz anoche hubiese sido él. 

    —Y cuando por fin logro que abra los ojos contigo —digo pensando en el dolor de mi hermano—, vengo yo ahora a pedirte el favor de mi vida.

    —Será que todavía no quieres deshacerte de mí. Ya se lo dije a tus… amigos.

    Se echa hacia atrás en el asiento para cruzarse de brazos. ¿Y piensa que así me intimidará?, ¿con esa sonrisa presuntuosa, mientras se burla de lo que yo pueda sentir por Bruno y Álvaro?

    —Mis novios —digo para herirle, para darles su lugar a ellos así me haya despertado cuestionando nuestra atípica relación por su culpa—. Ya lo sabes.

    —Pues bien que estás aquí ahora,  en mi casa. 

     —Sí, y es para poder verlos a ellos sin arrepentimiento alguno. —Él está echado hacia atrás y yo adelanto mi cuerpo en la mesa para que me oiga bien—. Todo comienza aquí. No puedo iniciar nada con ellos si tú no lo aceptas, si no permites mi elección. 

     Pongo ambas manos sobre la mesa, abiertas, para dejar claro que el diálogo cordial y educado que soy capaz de mantener está en peligro si me sigue cabreando. Solo que miro esos ojos, que se parecen tanto a los de Lexi y que una vez me enamoraron, y de nuevo trato de ser humana con él.

    —Me lo debes, Dani, por favor. 

    Hasta aquí llegó mi rencor.

     Hacía años que no lo llamaba por su nombre y me sorprendo al comprobar que no se ha removido nada bonito en mi estómago. No es como cuando oigo, digo e incluso pienso otros nombres más recientes en mi vida, y cuyas sílabas y fonética despiertan mi lado sexi, divertido y romántico. Dos nombres, para ser más exactos, que se me meten en las entrañas.

     —Nunca te pedí nada, ni cuando me vincularon con tus fraudes. Y lo hago ahora, Dani, entiéndelo. —A ver si nombrando la causa de nuestro divorcio yo sí remuevo sus recuerdos bochornosos.

     Él exhala el aire mirando el techo de su vacía habitación. De su vida vacía.

     —¿Eres, en lo más mínimo, consciente de lo que me pides, Alex?, ¡te perdería para siempre! —exclama dolorido.

    —Hace años que lo hiciste, Dani.

    —Pero Lexi no merece…

    Ha sido nombrar a su hijo y perder todo el coraje que tenía acumulado contra mí. De eso jamás podré quejarme, ama a su hijo tanto o más que yo.

    —Soy yo la que no me lo merezco, Dani —Suena demoledor, pero es cierto.

    —Alex.

     Y él coge mis manos para besarlas. No, la mesa no era lo suficientemente ancha para mantenernos separados.

     —Dani, por favor, dime que te apartarás sin hacerme daño, ya es difícil con el resto del mundo y sus prejuicios.

    Él apoya su frente en nuestras manos, y cuando levanta la vista, veo en sus ojos la rendición. Un cansancio latente al que él mismo necesita ponerle fin.

    —Lo haré —dice con un quejido que ahoga su garganta. 

     —Gracias —interrumpo emocionada.

    —Yo hablaré con Lexi de nuestra ruptura, no puede creer que vivirá de nuevo conmigo.

     —Trae en su mochila una foto de nosotros tres juntos, cuando aún era un bebé. Te costará resetear su cerebro.

     —Mierda.

     Dani se levanta de la silla y cierra la puerta que separa el salón del pasillo de las habitaciones, y yo sé que lo hace por mantener intactos los oídos de nuestro hijo de lo que tenga que decirme.

     —En cuanto a lo de ellos, serás tú quien se lo diga a Lexi, hasta entonces solo te pido discreción, le costará entender tus sentimientos divididos por esos dos.

    —¿Divididos? —pregunto asustada. No ha entendido nada—. Dani. —Me levanto para ponerme a su altura. Me apetece tocarle la cara ahora que ya no puedo hacerlo con su pelo, porque lo lleva tan rapado últimamente que se ha vuelto casi inexistente—. Si estoy aquí, es por eso mismo, los quiero con la misma intensidad. Y no es tiempo para decidirme, lo que necesito, es para entregárselo a ellos, para definir nuestra nueva relación desde el inicio.

    —No sé cómo no supe darme cuenta anoche, cuando vi tu cara al mirarlos.

    —Exageras, no lo hago de manera especial con ellos. —Quito importancia a su teoría elevando mis hombros.

    Dani me sitúa frente a un espejo. Sonrío. Mira tú. Ni un cuadro, ni un perchero, ni un jarrón hay en esta triste habitación, eso se la suda, pero es tan presumido que tiene un espejo junto a la puerta de la entrada. Antes muerto que dejarse ver en la calle sin estar atractivo.

    —Esa de ahí es tu mirada “para nada especial”, y me jode reconocer que ahora es por mí —dice situado a mi espalda para reflejarse también, conmigo.

     —No sabía yo que fueras tan observador. —Y acabo por hablar a su reflejo en el espejo.

    —Aprendí contigo, Alex. ¿O por qué crees que empezó a gustarme la hermana pequeña de Gabi a la que todo le fascinaba y que se cuestionaba cualquier cosa? No siempre has tenido ese cuerpo perfecto de mujer.

    —¡Oye, tú!, ¡retira eso! —Pero no puedo enfadarme, más bien me hace gracia.

    —Ayer los mirabas con admiración, con entrega —dice cogiendo mis brazos e impidiendo que desvíe, así, la mirada de nuestros ojos en el espejo—. Al de la chupa de cuero, el fantasma del vino, lo miras con dulzura,  con una sonrisa permanente en la boca. Y esos ojitos tuyos, que pestañean soñadores, se vuelven golosos, como cuando te relames los labios al comer azúcar.

    —No digas tonterías. —Y acabo por reír.

     —Y así mismo miras al moreno macarra con pinta de intelectual.

     —Estás enfermo.

     Hacía tanto tiempo que no me reía así con él que hasta me olvidé de cuánto me gustaba hacerlo. Pero bueno, ¡he de estar gilipollas, o no se entiende! ¿ya casi olvido, también, que la broma que me gastó con Hacienda nunca me hizo reír del todo?

   —No me puedes negar la corriente de atracción que tenéis. ¡Si se oyen hasta tus suspiros, por el amor de dios! El calor que desprendes de tu cuerpo sofoca a cualquiera que esté a tu lado. Lo de sonreír con él, ya me descoloca, parece que a veces quisieras asesinarlo, pero siempre después de comértelo a besos, claro.

    —Te estás riendo de mí.

    —¡Qué más quisiera yo que todo fuera una broma de las mías! Pero no lo es, Alex. Los devoras con esos ojitos glotones que una vez me miraron así.

     Pero ¿cuándo el inútil abandonó el cuerpo de Dani para dejarlo hablar con tanta cordura y razonamiento?

    —Debiste quedarte inútil para siempre, ¿sabes?

     —Sí, me dolería menos —admite sonriendo.

    Giro sobre mis pasos para mirarlo a la cara. 

    —No es fácil admitir que me gustan dos hombres, Dani. Mírate tú si no, con tu actitud de anoche.

    —Me comporté así precisamente porque te quiero. El resto del mundo no debe preocuparte. 

     —Pero me costará encajar, con ellos, en los convencionalismos de la gente.

    —¿Eso es lo que más te preocupa? No te escogí para ser la madre de mi hijo solo por tu genética de belleza, recuerda que no siempre…

    —Tuve un cuerpo de mujer perfecta.  —Y por eso se lleva un golpe. 

    —No —corrobora riendo—, lo  que realmente me sedujo de ti fue tu perseverancia, testarudez y paciencia.

    —Ya —admito con los ojos vueltos—, y es por eso mismo que todavía pago tus deudas, mi infinita paciencia contigo. 

    —¿Ves a lo que me refiero? —Dani me abraza para darme las gracias—, eres valiente, cualquier otra mujer en tu lugar hubiera huido del país, y hasta del globo terráqueo de ser posible, para no dejarme ver a Lexi, pero ¿tú lo hiciste?, no, te quedaste a enfrentar a esos cabrones de Hacienda. 

    —Bueno, no es que me puedan llevar presa esta vez por estar con dos hombres., ¿verdad? —asimilo de repente.

    —Ahí tienes la respuesta. —Para mirarme a los ojos Dani necesita enfrentarme—. Jamás te importó la opinión de la gente, ¿por qué empezar a escuchar lo que puedan decir ahora? 

    —¿Lo dices en serio?      

     —Y debo de estar loco si con ello voy a perderte —murmura para sí mismo, haciéndome sonreír.

    —No sé, Dani, tengo miedo de que rechacen nuestra opción y eso merme mis fuerzas.

     —Si hasta ahora has evitado que alguien pudiera decirle a Lexi algo malo de mí, ¿qué te impide callarlos a todos cuando tú eres la adulta que puede defenderse?

    —La loca voy a ser yo si te escucho sobre esto.

     —Sí, otra cualidad tuya que me atrajo antes de que te salieran las tetas.

    —Cochino. —Y Dani esquiva mi nuevo golpe cuando me abraza de nuevo—. Creí que harías de mi vida una pesadilla desde anoche.    

     —Sigo tentado de hacerlo, no creas —confiesa sin pudor.

   —Tu actitud me descoloca, Dani, ¿qué te ha hecho cambiar de opinión? 

    Dani mira la puerta tras la cual está nuestro hijo, sin romper del todo el abrazo conmigo.

    —No puedo hacerle eso a la madre de Lexi.

     —Entonces, ¿por qué te has estado comportando como un cerdo conmigo estos dos meses?

     Mantenemos el abrazo, él en concreto me besa la frente.

    —¡Ay, cariño!, porque después de la última vez creí que había una posibilidad para lo nuestro —dice todavía esperanzado.

    —Sabes que no voy a volver contigo, ¿verdad?

    Dani acepta mi sonrisa como lo que es, el cariño que siempre le tendré por haberme dado a Lexi. Pero hasta ahí.

     —Lo sé, Son dos y no puedo luchar contra eso. Y ahora vete o me harás llorar —dice para no tener que darme más explicaciones, porque seguimos frente al espejo y un hombre como él no llora—. Relájate, pon tus proyectos en orden que yo me encargo de Lexi esta semana.

    —Gracias —contesto ya yendo hacia el dormitorio de Lexi para decirle que se queda con su padre—. Y si me entero que vuelves a llevarlo en el coche sin la silla de seguridad, te corto los huevos.

    —¡Fueron cinco minutos! —Se queja como haría su hijo, de manera infantil.

    —Cortártelos me llevará solo dos.

     —¡Eso, tú no dejes que me desenamore de ti! —grita sin intención, esta vez, de enfadarme, ha sido para hacerme reír.

     Le mando un beso con la palma de la mano y corro a despedirme de mi hijo, si me doy prisa llego antes de que Álvaro y Bruno despierten y lean la nota que les dejé en la cama.

Acepta mi ☕️ y dime qué te parece.

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