Yo y Los Dos
Con el postre terminado y los niños a punto de salir a jugar al jardín de los abuelos, se da por terminado el almuerzo festivo por el cumpleaños de Gabi. Para mí es hora de hablar con los gemelos cuando el resto de la familia tomará un café o una copa de sobremesa antes de la verdadera fiesta de esta noche.
Nico se da cuenta de mi intención y me pregunta si todo está bien cuando he levantado de la silla a Cruz, y Cris lo ha imitado para no dejar solo a su gemelo en mis manos. Sí, que no se alarme, todo está bien, será una charla que los tres hermanos menores necesitamos.
Por si acaso, y los gemelos no lo entienden, Luján se acerca a amenazarlos.
—Os portáis correctamente, nada de insultarla y nada de hacerla llorar, ¿lo habéis entendido?
—Porque para ponerla enferma con tus insultos ya estás tú, ¿no?
Ahí llevan toda la razón, aunque no sea del todo cierto que nuestro hermano me insultara.
Luján hace cuadrar su mentón para no golpear a Cris delante de nuestros padres y hermanos. Pero yo sí lo hago por él cuando le doy un golpe en la nuca que lo desestabiliza.
—A mi dormitorio, ya —ordeno como si ambos críos fueran Lexi.
Gabi no quiere ser menos que yo y le da otra colleja a Cruz, para que espabile y suba conmigo. Este se revuelve para defenderse, puesto que se la ha dado gratis, pero ve a René decirle que no con la cabeza y me sigue escaleras arriba, callado, como hace su igual.
Nunca imaginé verme en una situación tan desagradable con mis gemelos, los que por afinidad de edad son mis favoritos, de ahí que esta charla sea para que me devuelvan la comprensión y confianza que parece que han perdido.
Cris se sienta en la cama, Cruz lo hace en la ventana, y a mí me dejan como opción, de nuevo, la silla del escritorio de Lexi, que no utilizaré esta vez, no quiero sentirme pequeña.
De pie, me dirijo a ellos.
—Hablaremos de vuestra ridícula actitud y comentarios infantiles conmigo y mis amigos.
—No es cierto que lo sean cuando ya pasan los límites de una amistad, ¿no crees? —dice Cris combirtiéndose en primer vocal del dúo.
—Solo a mí me corresponde dejarles atravesar esos limites, Cris.
—¿Aunque no sea del todo correcto? —pregunta Cruz.
—Yo establezco qué es lo correcto para mí, Cruz. Si no, mirad esto —digo mientras los obligo a mirar el dorso de mi mano derecha, que tengo en alto ante sus ojos.
—¿Qué hay con eso? —contestan mirando la marca del anillo de casada que me puso el inútil en el altar, la que todavía no desaparece después de tres meses que hace que me lo quité.
Y es que hasta entonces lo he conservado en el dedo no sé por qué extraña razón, creo que por sabotear yo misma las citas a ciegas que pretendía tener. Hasta que me dije: basta de tonterías, Alex, no te cargues en tu orgullo. Y así fue cómo en mi último cumpleaños abrí los ojos y me auto regalé la fundición del oro, hecha unos lindos pendientes.
—Y mirad también esto. —Y ahora les muestro la cicatriz de mi cesárea de Lexi. Es casi inapreciable, pero tanto ellos como yo sabemos que está ahí, ¡la noche que les di a todos, en la sala de espera del hospital, con mis nueve horas de parto!
—La vemos, sí —vuelven a decir los dos.
—Pues entonces comprenderéis que necesité follarme al inútil para tener a mi hijo, ¿no?, y que no sé la cantidad de veces que lo hice por diversión, gusto o calentón desde que nos hicimos novios hace quince años.
—Pudiste ahorrarte la información conyugal, Alex —interviene Cruz.
—No le veo el sentido —recalca Cris.
—Pues es sencillo. Quiero que calculéis la de veces que lo hice sin tener en cuenta vuestra opinión o la de ningún otro, y mucho menos sin pedir vuestro permiso para ser una mujer libre y sexualmente activa.
—Podías hacerlo, eres adulta, ¿no? —se burla Cris.
—Exacto, una mujer adulta, sin compromiso, pero con muchas ganas de encontrar a alguien, ahora, que merezca la pena. Por eso mismo no daré explicaciones a nadie si quiero estar con dos hombres, la responsabilidad de mis relaciones es solo mía.
—Y supongo que te responsabilizas también del dolor.
—Por supuesto…, espera, ¿qué?, ¿de qué dolor hablas? —pregunto a Cris que ya se ha levantado de la cama.
—No me quedaré impasible si puedo evitar que alguien salga herido con todo esto, Alex.
—Cris, nadie va a lastimarme.
—Te has enamorado de ambos, ¿no es así?, y alguien acabará sufriendo por una mala decisión.
Miro a Cruz cuando ha hablado.
—No, Cruz, yo todavía controlo mis emociones, no puedo hablar de amor tan pronto, es cariño…
—Hemos conocido a los dos, Alex.
—¿Y qué?
Cruz niega con la cabeza, supongo que ha caído en el encanto de Bruno y Álvaro, y de alguna manera no querrá perder a un cuñado cuando yo me decida por el otro.
—Que dolerá.
Y dale con eso.
Que dejen de hablar alternativamente, me están mareando ahora que Cris está al lado de su gemelo, en la ventana. Al menos les agradezco que no quieran estar de pie, así no parezco lo pequeña que me hago bajo sus miradas comprensivas. ¡Y yo que los vi siempre unos críos sin querer madurar!, ahora me enfrento a dos hombres hechos y derechos, Preocupados por mí.
—Dejadme sitio —les pido moviendo el culo entre ellos para sentarme también. Cruz me coge una mano y Cris me besa la otra—. Debisteis esperarme para crecer tan de repente, así sería más sencillo patearos las pelotas sin remordimientos.
Nuestras risas alivian la tensión que manteníamos.
—¿Cuándo piensas admitirlo, Alex?
—¿El qué?
—Que no se trata solo de diversión, Alex —quiere convencerme Cruz.
—Lo sé, dije que siento cariño por ellos, chicos.
—Ya —dice uno poco convencido.
—Seguro que es cariño —ironiza el otro.
—¿Recuerdas las vacaciones del verano del 2008? —me pregunta Cruz ahora dando un giro radical a la conversación.
Estos dos y yo deberíamos dejar de remontarnos a recuerdos del pasado para hablar entre nosotros. No quiero ver sus marcas o cicatrices si va a consistir en eso, aunque me da que la de ellos, vistas sus caritas de pena al nombrar esa fecha en concreto, son más bien cicatrices del alma.
—¿Cómo olvidarlas? —digo con una enorme sonrisa.
Y no por ser el primer verano como novia del inútil, que también, ya que él sí marcó mi vida para siempre con lo que más amo de este mundo, que es mi hijo, sino por ser el último en el que coincidimos toda la familia. Aquel verano papá celebraba su jubilación anticipada con la inminente incorporación al mando de la empresa por parte de René y Luján, y quiso reunir a todos sus polluelos para festejar, con sus parejas de entonces, en la costa de Cádiz. Quince días sin salir de un nido alquilado, con piscina y barbacoa que hizo las delicias de la gran familia que formamos.
—Nosotros tampoco lo logramos.
Uy, han hablado a la vez, lo echaba de menos.
—¿Qué os pasó?, ¿demasiado alcohol que no superáis aún? —pregunto con una sonrisa que ellos no comparten ya.
—Hubo una chica de Badajoz… —empieza a contar Cruz.
—...que nunca pudo decidirse por uno de nosotros —termina diciendo Cris.
—Seguimos heridos, Alex.
—Aunque apenas hablemos de eso, seguimos heridos por ella.
Me dejan muda, yo pensé que…
—¿Ese dolor es vuestro?
Miro a un lado y a otro constantemente, no quiero perderme sus caras. No hablaban de lo que pudiera pasarme a mí, sino de lo que pueda ocurrir con Álvaro y Bruno, de lo yo que les pueda hacer con mis dudas o mi falta de acierto cuando elija.
—Que yo me entere, ¿es que seguís enamorados de ella después de tantos años?
—¡Noooo, por dios! —exclama Cris. Menos mal, mi cuñada me cae bien, y desde que nació el bebé de ambos parece que hasta nos entendemos con eso de ser las dos mamás más jóvenes de la familia. Y la de Cruz me cae igual de bien aunque no tenga expectativas puestas aún en la maternidad—, hablo de la inseguridad que te crea el otro, para el resto de tus relaciones.
—Saber que siempre podrá haber otro tío que te… —Cruz habla por su gemelo mientras ambos se miran—, pues eso, que te joderá la vida por cruzarse en tu camino.
—Ah, vale. Si es por eso, no os preocupéis. Nadie tenemos asegurado que no nos sustituyan alguna vez, recordad que conmigo, el inútil utilizó el dinero. Además, mi caso no es el vuestro, porque ellos ni siquiera están emparentados.
—No lo has entendido —asegura Cruz.
—Sí que lo he hecho —contesto ofendida porque dudan de mi inteligencia—, no podéis miraros al espejo sin saber cuál de los dos hubiera acabado con esa chica, y si de haberlo hecho alguno, al otro le quedaría la duda de ser el acertado. Pero yo no tengo ese problema, ellos ni se parecen físicamente, ni se conocen emocionalmente.
Mis gemelos se golpean la frente. Cruz toma la iniciativa.
—A ver, ratona, lo que decimos es que está mal lo que estás haciendo, no podrás jugar con los sentimientos de ambos por mucho más tiempo sin que uno salga perjudicado.
—No lo digáis así, es ofensivo —les recrimino—, no solo juego yo, ellos conocen las reglas desde el primer día.
—Pero jugar con fuego es peligroso, Alex —dice exagerando puesto que yo todavía no he quemado a nadie.
—Cuando uno le pone los cuernos a su pareja casi siempre mantiene el secreto, y lo que hiere al otro es descubrir del engaño. Yo, en cambio, les he dicho la verdad en todo momento, no pueden decir que están siendo engañados o utilizados por mí.
—Esa excusa que te has inventado durará el tiempo que tardes en enamorarte tú, y será cuando tengas que sacrificar a uno de los dos de esa ecuación.
Me agobio, me asusto de nuevo. No puedo hacer eso, yo no quiero lastimarlos.
—No. —Me levanto como un resorte para mirarlos de cara—. Bruno y Álvaro son dos personas diferentes. Esa chica vuestra, ¿qué tenía?, ¿veinte años?, era una niña. Seguramente no sabría que quería por entonces, y se enamoró tan solo de vuestra imagen. Yo sé lo que quiero, quiero los detalles de Bruno, sus risas y su aplomo, quiero las charlas con Álvaro, su carisma y espontaneidad. Quiero los besos de los dos, poder mirar los ojos de ambos mientras es a mí a la que miran.
Estoy temblando, no consigo disociarlos porque en realidad lo que caracteriza a uno, también son virtudes del otro. Álvaro es sonrisas, pies en la tierra y cosas por descubrir. Bruno es conversación de madrugada o de cafés interesantes, así como es seducción y chispa. Dos cuerpos, un mismo ser.
—La he cagado, CC —digo al darme cuenta yo también. Me pongo de pie, la superficie de la habitación se me queda pequeña para tanto paseo de ida y vuelta —, esto ya no se trata de atracción física o de pasarlo bien con dos hombres maravillosos, creo que sí que me estoy enamorando.
—¿De cuál de los dos? Y contesta rápido, Alex, no le des tiempo a tu cerebro para pensar, ¿Bruno o Álvaro?, ¿Álvaro o Bruno? Tic, tac, tic, tac… A, B o B, A —me pide un impaciente Cris que se lleva un codazo de Cruz, todavía a su lado.
—Menuda chorrada acabas de soltar, capullo —le recrimina nuestro hermano ganando tiempo para mí.
Y de pronto son ellos los que se hacen reproches por aquella chica.
—Todavía estoy convencido de que ella hubiera dicho mi nombre una y mil veces que le hubiéramos preguntado aquel verano.
—Pero también habría pensado en mí en las mil ocasiones. —Cruz parece convencido, a la vez que enfadado, de haber sido el elegido de entonces—. ¿No es eso lo que te pasa, Alex?
Estos dos debieron quedarse inmaduros para siempre, los prefiero con sus bromas, puesto que las teorías que me proponen no son del todo descabelladas. He pensado en uno cuando abría la boca para decir el nombre del otro.
El abrazo de mis hermanos al verme callada me calma, pero solo por el instante de confesarles:
—No sé qué voy a hacer, chicos, no sé. No puedo elegir.
—Solo te queda intentarlo, ratona.
—Para que no salgas herida tú.
¿Ves?, si al final ese dolor iba a ser mío.
—¿Y por qué no puedo ir a la fiesta del tito Gabi?
Lexi ha comido demasiado azúcar, brinca en la cama dispuesto a continuar celebrando un cumpleaños que a él le importa poco, solo sabe que habrá otra tarta de chocolate para devorar. Todavía no se pone el pijama y tiene el pelo húmedo de la ducha, debe vestirse o pillará un resfriado.
—Ya lo hemos hablado, cariño, esta fiesta es de mayores.
—Tú dices que soy mayor.
Sí, pero para comer solito, que no quiera enredarme con mis enseñanzas maternas.
—Los niños os quedáis con los abuelos. Y vístete ya, antes de que me vaya tienes que estar en la cama.
—No —dice mientras bota en dicha cama una y otra vez—, papá y tú vais, yo quiero ir también.
—Lexi, para, o despertarás a tus primos pequeños.
—No —repite como malcriado que no ha sido hasta ahora—. Papá dijo que yo podía ir.
Detengo el nuevo bote que iba a dar al cogerlo por los brazos, mientras con la toalla le seco el pelo. No quiero dejar en mal lugar al inútil, pero no voy a permitir que se meta en las decisiones que me corresponden estando Lexi conmigo.
—Papá se ha equivocado de hora, Lexi, él no sabía que ya lo hemos celebrado aquí en el nido de los abuelos, esta tarde. La nueva fiesta del tito es solo para nosotros, vosotros tenéis que dormir.
—Yo quiero ver a papá.
Es la hora, Luján golpea la puerta para enseñarme el reloj de su muñeca al tiempo que mueve la cabeza para indicarme que nos debemos ir.
—Mira, mejor te vas a la cama y yo mañana te cuento lo que he hablado con él y le digo que te mande muchas fotos de la fiesta —insisto al aceptar su chantaje.
—Vale, pero dale un beso por mí. —Y en menos de dos minutos tiene su pijama puesto, me besa y se echa en la cama para que lo arrope. Sonrío, tendrá cinco años, pero es listo como él solo—. Mami, estás guapa hoy.
—Gracias, tesoro —contesto riendo. Chantajista y embaucador, no quiero pensar que se parezca a su padre—, y ahora, cierra los ojos, la abuela subirá en un rato para apagar la luz.
Tras su abrazo de osito y su beso meloso, me dirijo a la puerta, de donde Luján ha desaparecido para darnos intimidad.
Pero mi hermano me espera en el pasillo para no dejarlo pasar.
—Sabes lo que está haciendo, ¿no?
—Claro, es un niño, Lu, le gustan las fiestas de cumpleaños y no las distingue —digo sonriendo al pensar en mi hijo.
Él me besa la cabeza cuando echa su brazo por mis hombros para bajar juntos las escaleras.
—Me refiero a su puñetero padre, Alex. Pone a Lexi en un dilema emocional contigo, mientras lo utiliza para que te acerques a él.
—Y eso que pensábamos que era tonto del culo.
—Hablo en serio, ratona.
—Lo sé —admito más asustada de lo que aparento. Mi hijo es tan vulnerable a su edad que cualquier cosita que se le diga puede condicionar su futuro— una muestra más de su inseguridad. —Y acabo excusando al inútil a sabiendas de que eso puede perjudicar a su hijo.
—Será que ha visto lo que todos ya vimos.
—¿El qué?
—Que pronto habrá otro hombre en la vida de Lexi.
Detengo mis pasos justo en mitad de las escaleras.
—Yo no lo veo tan claro, Lu —le digo a la única persona que puede entenderme por no tener pareja estable—, sabes de sobra que me debato entre dos hombres, que la elección es difícil porque necesito estar con los dos.
Porque yo lo sé, más concretamente, desde esta tarde que los gemelos me lo han hecho ver tan claro. Me estoy enamorando.
O son los dos, cosa más que improbable, o no será ninguno.
—Pero para Lexi no habrá más que uno, aunque para ti no sea así.
—¿Qué me quieres decir?
Mierda, si él es el experto en esto, tengo que oírlo.
—Que la etiqueta que todos verán de novio de mamá tan solo podrá ser para uno, el otro deberá ejercer de amigo. Tuyo y de Lexi.
—¿Y quién lo dice?
—Deberías preguntarte, mejor, quién no cuestionará tu elección de pareja.
—¡Joder! ¿Ahora que me cuesta decidir quién complementa a la mujer, tengo que elegir también quién lo haria con la madre que soy?
—Difícil elección, ¿verdad? —dice serio y compungido—, por eso permanezco solo, Alex.
—¿Y te compensa?, ¿eso es lo amargo para ti de todo esto?, ¿el no tener una familia convencional?
—Yo no he dicho eso.
—Tú estabas en contra de seguir a la masa, Lu, ¿qué te hace dudar ahora?
—¿Sabes qué? Llegamos tarde, Alex, ya hablaremos de mí otro día. —Y baja, sin esperarme, el tramo de escalones que le faltan.
—No, espera, tienes que aconsejarme ahora que estarán los dos allí —digo cuando corro hacia él.
—¿Cómo que los dos?, ¿a la vez?
Mi hermano se ha detenido para girarse a mirarme.
—A ver, Luján, que te he dicho varias veces que quiero estar con ellos.
—Ya, pero yo creí que lo que necesitabas era tiempo para conocerlos bien porque eres lenta para decidir, nada más.
—Ayúdame, por favor, porque no sé cómo haré para presentarlos hoy, porque no se esperan que esté allí el otro —confieso a mi hermano como no hice con ellos en su momento.
Luján me aparta de la puerta del salón para que nuestros padres no le oigan.
—¡Alex, por dios, que acabas de joder los principios de una relación así! —dice mientras levanta su dedo pulgar—. Uno, siempre debe haber consentimiento de sus miembros. —Y ahora levanta el índice—. Y dos, conocimiento previo. Todo lo demás a parte de eso, es pura diversión con el sexo.
—¿Que yo he hecho qué? Pero ¡si yo no sabía lo que quería hasta hace un rato que hable con CC, Lu! ¿Es eso lo que quiero, pertenecer a una pareja de tres?
¡Ay, no!, que no puedo dejar de temblar cuando es mi cabeza la que no para de dar vueltas. Mi hermano me abraza muy fuerte para que lo logre.
—Tranquila, Alex, cuesta admitirlo, pero tú ya lo has hecho, campeona. Quieres una relación poliamorosa.
La presión que ejerce en mí me calma, aunque su susurro diciendo que lo haré bien no me reconforta demasiado, ¡si aún no sé ni cómo se lo diré a los implicados!
—¿Dolerá, Lu? —pregunto asustada por la influencia de los gemelos.
—No menos que cualquier otro desengaño amoroso cuando llega, ratona. Claro que, recuerda que al ser doble, es doble también la satisfacción.
—Oye, yo también quiero mi abracito, chicos.
Y es ahí que vemos a Nines en el salón con mis padres.
Muchos interrogantes quedan resueltos de inmediato, ¿Luján se ha enamorado de mi amiga, y es por ella que está dispuesto a renunciar a sus principios en cuanto a las relaciones?
—Hola, Nines —digo repuesta, en parte, porque sé que la noche no comienza para mí.
—Al fin bajas, amiguita, la fiesta empezará sin nosotras. Hola, Luján.
Y al ver la sonrisa de mi hermano, cuando le habla Nines, todo queda dinamitado en mi interior. Si él, que ha vivido durante años el poliamor, ahora se plantea una relación monógama, ¿qué coño hago yo abandonando la monogamia para adentrarme en la búsqueda del poliamor?
Acepta mi café, y cuéntame qué te parece☕️
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro