Yo en una Relación
Cuando era pequeña y descubrí que me gustaban los chicos solo tuve un único objetivo en mente: que Richi, el repetidor de tercero de secundaria, que cayó en mi clase, me pidiera salir para darme así mi primer beso. Obviamente, meses después, no fue Richi el afortunado, y eso me llevó a asimilar, a tan temprana edad, que no bastaba con desearlo mientras lo apuntas en tu diario o te vas a dormir pensando en él, ¡tienes que hacer algo! Consejo que no he seguido ahora, veinte años después, porque tomar café y ver carreras de GP no te ayuda demasiado.
¿O crees en serio a Dani cuando dijo que él me eligió para madre de su hijo? Y una mierda. Fue a mí a la que le gustó el amigo calladito e inteligente de Gabi, del instituto, que además no abusaba de la confianza de mis padres en las invitaciones familiares, el que compartía mi gusto por aquel grupo de pop flamenco de los años noventa.
Yo lo escogí, yo me moví y me acerqué a él. Desde entonces no lo hago con ningún otro, de ahí que acudiese a citas a ciegas, ningumo despertó nunca mi interés.
Hasta conocerlos a ellos.
Fue con Bruno que permanecí sentada en aquella cita oyendo su cautivadora voz y su risa contagiosa, y yo me subí sola a la moto de Álvaro esa misma noche, para luego quedarme prendada de su carisma y de su humor, al igual que de sus ojos azules. Y mi decisión fue acudir a las citas posteriores de cada uno, y a otras que yo misma propuse, para llegar hasta donde lo hicimos anoche: A una entrega de confianza entre los tres que quedó impregnada en nuestros cuerpos.
Por eso, al verlos en la puerta de mi casa, ahora, con esos rostros tiernos e indecisos, doy el paso que me hace abrazarlos. Juntos.
A la vez.
Bruno cierra sus ojos en cuanto los suelto, no quiere hablar y es Álvaro quien me saluda con ese HOLA que se hizo tan habitual y especial entre Bruno y yo. Sonrío.
—Hola, pasad, por favor —contesto nerviosa. Y confusa, no pueden haber llegado hasta aquí para terminar conmigo de esta manera, en silencio y enfadados, ¿verdad?
Me retiro de la puerta para que puedan entrar. Al menos no se niegan a hacerlo.
Sus miradas cargan con demasiados reproches, aunque quieran ocultarlo se ven dolidos por lo que les hice esta mañana. Quizás no les sirva de mucho alivio mi disculpa, pero quiero intentarlo, y es lo primero que hago.
—No debí irme, no debí hacerlo a escondidas, y es por eso que entiendo que me hayáis tenido sin respuesta cuando os he llamado. Jamás debí dejaros esa nota, joder, ¡no sabéis cómo me arrepiento!
¿Por qué no me hablan?, ¿por qué se miran entre ellos sin permitirme entrar en esa conexión muda que mantienen? Van a hacerlo, van a terminar conmigo.
—¿Hablas de tu arrepentimiento? —Bruno arranca, pero no termina por decir demasiado cuando Álvaro también quiere hacerlo.
—¿Te refieres a la nota? —Álvaro parece encontrar las palabras que a Bruno le faltaron. Yo asiento en silencio para reafirmar las mías, para que ellos puedan perdonarme.
—¿Nosotros no hicimos nada para que te fueras? —insiste Bruno, quien ha debido de pasarlo muy mal a juzgar por la sorpresa de su cara.
—¿No estás, entonces, enfadada con nosotros? —me pregunta Álvaro igual de incrédulo.
¿Todo ha sido por mi culpa?
—Ay, por dios, ¿eso es lo que pensábais de mí? —me tapo la boca asombrada por el malentendido que he provocado.
Bruno saca de su bolsillo trasero el papel que les dejé esta mañana al despertar. Y lo lee con calma.
—«Tengo que acabar con esta pesadilla. Lo siento». Un poco sí, la verdad.
En realidad, escucharlo de su boca, ahora, me da asco, ¡¿se entiende que llamé pesadilla a lo que vivimos?! Después de esto ahogo a Gabi con la cinta de su medalla por haber metido esa palabra en mi subconsciente.
—Perdonadme, por favor —pido de lo más sincera—, sonaba mejor en mi cabeza.
Jamás fui buena para expresarme por escrito, ni dando excusas parece que lo sea mucho ahora. Ojalá y no me lo tengan en cuenta.
—¿Y era necesario no saber de ti hasta hace solo una hora? —Bruno aún no termina de creerse mi arrepentimiento y arruga ese papel en su mano.
—Fui a tu casa esta mañana —me dirijo a Álvaro—. Y aún no me dices donde vives tú —le digo a Bruno, y no es una excusa esta vez, lo juro. ¡Me queda tanto por descubrir de Bruno!, ¡por saber de los dos! —¿Qué iba a pensar si no, cuando no os encontré allí?, pues que me costaría rectificar mi error.
Bruno le da un golpe en el estómago, del revés, a Álvaro.
—Te dije que nos quedáramos a esperar —le recrimina él, enfadado.
—No estaba muy lúcido, precisamente —le contesta para luego hablar conmigo, y no sé si lo hace molesto por ese golpe o por lo que le hice yo—. Es lo que tiene despertar de la mejor noche de tu vida y ver que todo fue una pesadilla, ¿verdad, Alex?
Que Álvaro sea bueno hablando ya no me coge por sorpresa. Ha dado con las palabras perfectas para herirme, hacerme pensar en mi error y al mismo tiempo agradecerme que haya formado parte de su maravillosa noche para hacerme sentir más miserable. Si me hubiera dado una hostia con los cinco dedos, no me dolería tanto.
—Deberíamos hablar de lo que me ocurrió —les propongo esperanzada puesto que aún siguen aquí.
Doy un paso hacia ellos. Álvaro, el que parece más resentido de los dos, por ahora, no me lo dejará pasar.
—¿Sabes la de mierda que se puede llegar a imaginar cuando alguien te abandona sin explicación, Alex?
Seguro que está pensando en ella por la cantidad de veces que se lo habrá hecho durante su relación intermitente.
—Conmigo no tendrás que volver a imaginar nada malo, te lo prometo. —Acaricio su mejilla cuando llego a él, quien acepta mi atención buscando un mayor contacto con mi mano—. Estoy aquí, Álvaro, yo no soy ella.
Nuestra miradas se comunican al ver nuestras propias sonrisas.
Pero no me olvido de Bruno. Tomo su mano porque sin él, el perdón que pueda darme Álvaro no será del todo completo.
—No dejaré una nota nunca más que te haga confundir, Bruno, créeme.
—Promete mejor que si vuelve a ocurrirte algo, antes hablarás con alguno de los dos. —La orden de Bruno se oye seria—. Porque siendo tres en esto, es lo que hay, Alex, que siempre haya uno de nosotros, al otro lado, en el que puedas confiar.
—Estaremos ahí —sentencia Álvaro.
—Y me siento afortunada por ello, de verdad.
Dos manos, dos novios, dos caricias en sus rostros.
—¿Por qué te fuiste así? —Y siendo Bruno el que siempre parece más seguro, de nuevo es quien necesita respuestas.
—Tuve la necesidad de enfrentar a Dani. Su percepción de lo nuestro podía lastimar a Lexi —digo con el valor que ellos me dan—, y veo pronto darle explicaciones a su edad.
—¿Eso nos toca ahora, explicar lo nuestro? Nunca me importó la opinión de los demás —asegura Bruno. Y yo sonrío, porque si algo sé de él es que no necesita darlas para seguir viviendo, y el simple hecho de que se lo plantee por mí ya le hace muy valiente.
Pero por eso mismo también debería entender que no todos podemos deshacernos tan alegremente de los juicios morales, esto no es como romper el compromiso con tu novia por espanto al compromiso sin amor o meterte en medio de un matrimonio a la espera de ser el elegido, es luchar por una relación que pocos apoyarán.
—¿De quién te acordaste? —Álvaro es mucho más espabilado, adivina de qué se trata, pero no que sea una persona concreta.
—De mi madre. Estar bien con Dani, y no temer sus reacciones, hará que pueda enfrentar a cualquiera que cuestione lo que tenemos.
—Porque perderíamos nosotros si la eliges a ella.
—No —me apresuro a responder a Álvaro—. Os busqué esta mañana para evitar esto precisamente, que salgamos heridos. Pero al no veros me asusté.
Ambos se miran. Intuyo que tras esa mirada se esconde un pacto para perdonarme, o no, todavía no me queda claro que vayan a hacerlo.
—Alex, debemos hablar antes de…
—De nada —corta radicalmente Bruno a Álvaro.
—¿Como que de nada, Bruno?, Alex se fue y nosotros hemos estado hablando…
—De nada —insiste Bruno.
—¿Nada, joder? —Y él no quiere dejarlo pasar.
—Alvaro, hagamos como que no ha pasado nada.
—A mi me ayudaría a olvidar este día. —Estoy de acuerdo con Bruno.
—¿Ves, tío? No tiene sentido que volvamos a asustarnos ninguno de los tres —interrumpe Bruno.
Los nervios que descubro en Álvaro no me gustan, esas ganas de contradecir a Bruno, de contarme lo que hayan estado hablando durante todo el día… ¿Es que se ha replanteado nuestra relación por ser tan similar a la que compartía con ella y con Nacho estos años? No, Bruno también está con él en esto y yo pude sentir, ayer, la conexión que mantienen, nada que ver con el odio, la envidia o los celos que pueda tenerle a Nacho. Álvaro aprecia a Bruno, y acabará por quererlo, ya verás.
—Lo que Álvaro quiere decirte, Alex, es que te hemos echado mucho de menos, ¿verdad, colega? —le dice Bruno evitando que pueda romper con nosotros. Su sonrisa cómplice me ayuda a comprender el silencio de Álvaro.
—¿Es cierto, Álvaro?, ¿me echaste de menos? —pregunto emocionada.
Él mueve la cabeza, callado, para confirmarlo, mientras lo beso en agradecimiento.
Bruno pasa su brazos por mis hombros para acercarme hasta él, se aferra a mi cuello para poder abrazarme, y cuando además aspira el aroma de mi cabello, lo hace todo más real entre nosotros.
Hemos vuelto. Están aquí, conmigo. No me alejan de sus vidas como pensé, esta mañana, que hacían.
—Joder, ¿estaría mal que te besara ahora, Alex?
Y la pregunta de Álvaro no encuentra mi respuesta, puesto que sigo abrazada a Bruno, sino la del propio Bruno cuando aparta mi cara para mirarme.
—No cuando yo deseo hacer lo mismo. —Él deja caer su frente sobre la mía.
Encuentro su boca y, sin profundizar demasiado, lo beso. De espalda, echo mi mano hacia atrás buscando el rostro de Álvaro para que se acerque y también pueda darle su beso. Igual de sincero, igual de entregado.
Ya apartada de ambos, y bajo sus atentas miradas encendidas, no solo por el deseo, sino por la curiosidad, comienzo a desvestirme.
—¿Qué haces? —murmura Álvaro con timidez.
—Joder, Alex, no. —Pero por su mirada sé que Bruno dirá a continuación un Sí.
Un pantalón de chándal que cae al suelo dejando ver que no llevo ropa interior, un jersey de lana con cremallera que cae de igual modo. Solo permanezco con la camiseta de mangas cortas y el sujetador elástico deportivo.
—Quiero que lo hagáis. Más besos, más caricias por parte de los dos. Quiero mucho más de vuestros cuerpos.
Álvaro es quien esta vez me coge en peso. Se agacha hasta elevarme, me tiene sujeta por debajo del culo. Desde mi nueva altura sus ojos brillan de manera especial, debido al resplandor de su sonrisa. Peino su pelo desaliñado para poder admirarlos mejor.
—Anda, llévame al dormitorio. Sabes el camino. —Y le guiño un ojo en recuerdo de la vez que estuvimos juntos en él.
Pero actúa de un modo extraño.
—No, Alex. Lo haremos juntos.
Me deja en el suelo con mucho mimo y cuidado, y tras besarme, muy levemente, me da la mano.
—¿Vienes, Bruno? —lo llama para que haga lo mismo que él. Este sonríe tímidamente y espera a que yo se lo permita. ¿Cómo voy a negarme? Le digo que sí con la cabeza, sonriendo.
Bruno no tarda en acercarse a nosotros y los tres nos dirigimos al dormitorio. Mantengo la mano de Álvaro cogida y camino por detrás de él, mientras que Bruno me lleva sujeta por los hombros y besa mi cabeza.
Desayunar con dos personas a las que te une mucho más que una atracción física, y después de una noche de complicidad en el sexo, no es más diferente de lo que pudiera serlo con una sola persona.
Mírame, estoy encantada con mi nueva situación, la que se magnifica rodeada por ellos.
Las miradas pícaras entre nosotros se suceden en dos direcciones por encima de los bordes de nuestras tazas de café, —té en el caso de Álvaro. El roce de nuestras manos, inocente y con doble intencionalidad, se da al encontrarnos en la mesa para coger el pan, inocencia que ya perdimos la noche anterior con caricias extremas sobre mi cuerpo, por un despiste de ellos sobre los suyos. Y los comentarios divertidos, a la vez que serios por estar hablando de nuestros trabajos para el día que comienza, nos hace mucho más que amantes. Compañeros.
Bruno y Álvaro guardan silencio mientras les digo que me tomaré la semana libre para poner en orden lo nuestro, me da la impresión de que dejan de respirar, incluso, cuando les digo que Lexi estará con su padre y dispongo de mi tiempo, y es que les he propuesto a continuación que se queden a dormir todas las noches, conmigo.
—Yo madrugo —es la excusa absurda de Álvaro, ¡como si a mí me costase mantenerme despierta con la cafeína en vena que tomo!
—Yo tengo a Tyrone. —La excusa de Bruno es peor. Creo que ha olvidado que soy veterinaria, que amo a los animales y que aquí sería bien recibido incluso en mi cama.
No quiero reirme al ver el nerviosismo de ambos, pero es imposible.
—Madrugaré contigo —digo a Alvaro cuando me levanto de la mesa, lo he besado para que no pueda negarse—. Y tú puedes traer a Tyrone, hará compañía a los pájaros y cobayas de Lexi—. Mi beso a Bruno no solo cierra su boca, Álvaro calla expectante—. A menos que queráis que me mude con vosotros, claro.
Álvaro se quema con el agua hirviendo de su té, por la sorpresa, y Bruno escupe café a tiempo de no quemarse igual.
—No te vas a dar por vencida, ¿verdad? —me pregunta Bruno.
Niego que vaya a hacerlo, con la cabeza, mientras sonrío.
—Y ahora me dirás que no te gusta esa cualidad persistente de mí. Tú decidiste subir a mi montaña rusa, chaval.
Él, atento a mis movimientos, me sostiene por la cintura para dejarme caer sentada en sus piernas.
—Y no bajaré de ella mientras tú quieras estar conmigo. —Sus caricias en mi mejilla son el preludio de un beso tierno.
—¿Ves lo sencillo que ha sido? —comento con guasa.
—Está bien. Dame una hora para recoger mis cosas y las de Tyrone.
—Yo voy a necesitar por lo menos cuatro horas. —Álvaro consigue hablar y se apunta a hospedarse en mi casa—. Ese sofá es pequeño para los tres.
Bruno y yo lo miramos sin entender.
—¿Y qué pretendes hacer?, ¿traer el tuyo? —pregunto riendo.
—Comprar otro —responde como si fuese obvio. Y no lo es para nada, no acepto ese regalo.
—¿Qué?, espera, no vas a hacer eso —insisto
—Será una semana, tío, no vas a quedarte a vivir aquí.
—Gracias, Bruno. —Al menos a uno todavía lo tengo de mi lado.
—Eso lo dirás tú —le contesta Álvaro—. Consideradlo una inversión para cuando lo haga. Algunos traen su cepillo de dientes, ¿no?, pues yo traeré un sofá.
—He dicho que no. —Me levanto y me pongo a su altura—. Serán siete noches, y si no estamos a gusto en este sofá, siempre podremos irnos a la cama.
—Eres insaciable, cariño.
Y esa es toda su respuesta cuando me besa fugazmente para ir al dormitorio a vestirse.
—Álvaro, he dicho que no.
Bruno nos sigue hasta la habitación, pero bueno… ¿ahora le hace gracia ver que él otro comprará un sofá tamaño familiar? Para no querer compromisos bien que se apunta a uno que puede durar los doce meses sin intereses.
—Amo tu cama, ya lo sabes —dice algo más sensato—, pero también amo al Betis, así que elige, ¿sofá, o tele para el dormitorio?
—Hostia puta, el Betis. Se me olvidaba que esta semana hay Europa League.
—¡Bruno, creí que me ayudarías con esta locura!
—Y lo hago, de verdad —dice riendo con Álvaro cuando ambos chocan sus manos—. Mejor compra el sofá, colega, la tele nos distraería en la cama con Alex.
—¡¡Bruno!!
Los dos me miran todavía sonriendo, y yo no voy desdecirme, es un regalo demasiado caro.
Pero ¡se me acaba los argumento!
—Es inútil que penséis en ver el fútbol esta semana, porque cuando termine con vosotros, cada noche, no vais a tener ganas de otra cosa que no sea pillar la cama, pero para dormir —aseguro acompañando mis palabras con un cruce de brazos autoritario—. Y la que está de vacaciones al día siguiente soy yo.
Sus miradas se encuentran en el rostro del otro. Ya están con esos silencios que solo ellos entienden, con esa comunicación muda que tan bien se les da, para luego sonreír con picardía.
—Somos dos, Alex. ¿Quién crees que se agotaría antes? —dice Álvaro orgulloso de su técnica para hacer que me corra. Y yo he tenido que cerrar las piernas con ese recuerdo latente en mi cerebro, de anoche mismo.
—Vale, eso son diez minutos y ¿qué?
—Que también serían dos lenguas —contesta Bruno. Y esa sonrisa torcida de su boca se la quitaba yo a besos con la mía.
La temperatura del dormitorio aumenta conforme lo hace la frecuencia e intensidad de nuestras respiraciones, está claro que sabemos exactamente qué piensan los otros dos. Gemidos que se adivinan por cómo nos miramos los tres.
—Y veinte dedos, lo sé —digo a media voz. Sigo cruzada de brazos, y porque no puedo cruzar las piernas, que si no, también lo haría.
—Hagamos la prueba, a ver si llego hoy a tiempo al curro. —Álvaro se dirige a la ventana y corre las cortinas para darnos intimidad. Bruno se encarga de cerrar la puerta, cosa que no necesita, no saldré huyendo.
—Hablamos de una media de tres orgasmos en veinte minutos, ¿no Álvaro? —Bruno busca la aprobación de su nuevo colega para dejarme fuera de opinión.
—Claro. El que tu le provoque, el mío, y uno a medias. —Álvaro sonríe y espera a que Bruno lo apruebe.
No les diré nada, pero me gusta la manera que tienen de complementar los pensamientos del otro si voy a salir ganado con el resultado.
—¿Alex? —Ahora sí que buscan mi consentimiento.
—De acuerdo, tres —digo, tanto convencida como excitada—, así que ya solo os toca decidir quién empieza.
Y observo impaciente sus rostros sexis y traviesos. Sonrientes ellos, sonriente yo.
Ese labio que Álvaro muerde, y que yo también apresaría entre mis dientes, o esa lengua de Bruno que humedecen los suyos, y que, por supuesto, ya quiero comérmela.
Sus miradas excitantes han quemado mi cuerpo a cada centímetro de su recorrido, igual que ahora arde la boca de Álvaro a su paso por mi cuello. Lo que tanto le gusta hacerme, lo que tanto me excita que haga.
—¿Quieres hacerlo más excitante, Alex? Cronométralos —me pide. Y el aire de sus palabras me estremece al contacto con su saliva.
Sonrío por su comentario. Completa y evidentemente rendida ante él.
—No hará falta, sé que lo conseguiréis.
Álvaro me devuelve la sonrisa al verse reconocido como tan buen amante mientras va deshaciéndose de mi ropa poco a poco. Con dolorosa lentitud, sus manos me acarician en el proceso y hacen que me queje de su roce con varios gemidos.
Sin perder la sonrisa, él se arrodilla delante de mí, mientras que Bruno, a nuestro lado, me ayuda a levantar una pierna para ponerla sobre la cama.
—Gracias por la confianza —dice un Bruno juguetón, y conocedor de su propia técnica, también, ya que su efectividad conmigo siempre ha sido del cien por cien en los primeros cinco minutos.
Bruno no espera a oír mi respuesta, utiliza la yema de su dedo pulgar al contacto con mis labios para que los abra y hable. Y sí, la boca se me abre, pero la muy traidora no se mueve para otra cosa que no sea lamer ese jodido dedo.
No puedo hablar debido a la maldita intromisión, la de un dedo de Bruno que juega con mi lengua, la de dos de Álvaro en mi interior, ya dispuestos a todo.
—¿Por qué no mejor enumeras tus orgasmos? —dice Álvaro desde ahí abajo con el puto aire de sus palabras. Y en sustitución de sus dedos, ahora, desliza la lengua por la raja de mi entrepierna.
—Álvaro…
—Cuenta, Alex. —Y esa orden me revela que el primero de esos orgasmos no tardará en llegar.
—¡Joder! —exclamo, para mover a continuación la pelvis y que no se convierta en demasiado tiempo de espera, procurando seguir así el ritmo de las lamidas que me da.
Bruno sostiene mi cabeza para poder devorarme la boca con sus besos. Besos que son húmedos y agresivos, y todos ellos dados con urgencia.
—Avísame antes, para que pueda sustituirlo yo.
—Sí —murmuro con la respiración acelerada.
—Lo quiero a medias, Alex —insiste Bruno.
—Sí…, sí.
Y mi afirmación va dirigida a ambos, para complacer la petición de Bruno, para asegurarle a Álvaro que estoy siendo complacida por él.
—Este otro lado es genial contigo, cariño. —Ese susurro en mi oído, con tremendo mensaje, arrasa con mis entrañas.
Y entonces, cuando Bruno chupa el lóbulo de mi oreja para extraerme más gemidos, llego al clímax en realidad.
—No voy a poder ya, Bruno —digo al notar que me he corrido en la boca de Álvaro. ¡Puta respiración sobresaltada que no logro controlar!
—¿Ese fue el primero? —pregunta el muy listo.
Y bien que lo sabe.
Álvaro se levanta del suelo, mientras recupera mi sabor de sus labios, con la legua. Bruno no pierde el tiempo, se pone un condón y ya está listo. Su pantalón cae al suelo cuando lo pisa para salir de él antes de coger mis piernas y llevársela a su cintura.
—Agárrate a mí, tendrás otro antes de recuperarte.
Asiento con la cabeza.
—Bruno. —Y él me mira sonriendo.
—¿Qué? —pregunta al empotrarme contra la pared. Una, dos. Tres veces.
—Lo siento, no he podido... —logro decir recibiendo sus frenéticas embestidas, ya. Mi cuerpo se eleva y desciende sin esfuerzo, para empalarse en la zona más dura del suyo.
—No lo sientas, nos correremos juntos a cambio, ¿sí?
—Sí
—¿Puedo ayudarte?
La pregunta de Álvaro nos coge desprevenidos, no quiero que Bruno se detenga, ahora no. Ya casi lo tengo, se lo debo, y es evidente que él no parará hasta alcanzar su orgasmo como me prometió.
Y entonces ambos se miran, hablan entre ellos sin palabras.
Un silencio que les da la solución en tan mágica conexión que se tienen.
Bruno sustituye el apoyo de la pared, a mi espada, por el pecho de Álvaro.
—¿Qué hacéis?
—Relájate, Alex. Tú solo disfrútalo —me pide Bruno sonriendo a la vez que abren los cachetes de mi culo para poder deslizarse mejor en mi interior.
Y ya lo creo que lo haré.
Sustituyo el cuello de Bruno por el de Álvaro, detrás de mí.
—¡Álvaro!
A mi grito, puedo oír su risa. Y es que me sostiene por los pechos mientras los amolda a sus propias manos. Tan suaves, tan expertas que son en apretar al límite del dolor.
—Así. No pares, Bruno.
Podrían ser la demanda de mi deseo, pero resulta que es la de Álvaro, quien repele con su pecho duro los empujes que me da Bruno haciendo que yo, en respuesta, me clave más en él. Estoy a punto de tener el segundo orgasmo y Álvaro lo adivina:
—Cuenta.
—No pares, Álvaro —le pido yo cuando ha decidido pellizcar mis pezones erectos.
—Alex, tranquila, que yo todavía no acabo.
Le digo a Bruno que sí con la cabeza, que me calmo, que no me moveré demasiado para poder esperarlo, pero ¡Álvaro tiene que colaborar y dejar de magrear mis pechos!
Las caderas de Bruno se mueven a mayor velocidad, sus penetraciones aumentan en cuestión de segundos.
—Bruno.
—Un poco más Alex.
Puedo hacerlo, puedo esperar. No estoy tan caliente, ¡joder! solo se trata de controlar mis hormonas. Claro que eso solo sería posible de no tenerlo entre mis piernas, jugando a descontrolar mi ritmo e intensidad, ¡pues que no permita que Álvaro me toque o me diga al oído que en cuanto lo consiga será él quien me folle, luego, por detrás!
—¿Alex?
—Sí, hazlo ya.
No hace falta más. Al oírme Bruno libera su éxtasis en mi interior, a la vez que mis piernas se aflojan como inicio del mío propio.
Lo hemos logrado, y juntos, hasta respiramos al mismo tiempo, tratando de sincronizarnos.
—Danos unos segundos, colega —dice Bruno ya recuperado, pocos segundos después.
No temo por la reacción de Álvaro, entenderá que lo que necesitamos ahora Bruno y yo es ese abrazo que intensifique nuestra unión.
Y de repente, cuando me veo al calor de un solo abrazo, admito lo vacía que me hace sentir la ausencia de Álvaro, que no acaricie mi cuerpo, que el suyo propio no esté junto a mí.
Busco el cobijo ardiente de Bruno cuando mis piernas caen laxas al suelo.
—No me dejes caer, mantente al otro lado, ¿si? —digo con la voz rota por la explosión de sentimientos que he tenido con ese único abrazo.
Sentimientos tan extremos por ambos, tan sensibles por mí.
Bruno sonríe antes de buscar mi boca. Nuestro beso llega pausado, suave y delicioso, igual que el momento tan íntimo que hemos vivido.
Y tal como Álvaro asumió que sobraba en esa intimidad nuestra, Bruno adivina que no quiero volver a separarme de él.
—Tranquila, hazlo, ve con él. Sabrás hacerlo bien.
Giro sobre mis pasos y veo a Álvaro que nos observa, callado y a la espera de mi decisión.
—Eso ha sido el segundo, campeón —le digo con un guiño de ojo, llegando hasta él junto a la cama.
—Lo sé —contesta Álvaro sin saber a dónde quiero llegar. Pero al menos sonríe.
—Y dijisteis que serían tres.
—También lo sé. —Pero entonces ya no parece tan perdido, porque se acerca a mí para ver con más detalle mi próximo movimiento. Álvaro sonríe mientras se desnuda, es listo, o yo soy muy predecible con mis ganas de él.
Me tumbo a lo largo de la cama y flexiono mis piernas sin dejar de ver la tensión de todo su cuerpo. Todo, incluido su miembro erecto.
Alargo una mano para llamar a Bruno, y le digo a él:
—Te dije que podrías acabarlo tú.
Su mirada desciende de mis ojos a mi humedad vaginal, la que no dudo que verá apetecible a juzgar por cómo se ha lamido los labios al arrodillarse delante de ella. Un brusco agarre de mis tobillos, y Bruno hace que mi culo quede suspendido en el borde del colchón. Me veo obligada a buscar apoyo en sus hombros con los pies.
—Y te debo el tuyo a tí —digo a Álvaro, mirando hacia arriba, a mi lado.
Me río a carcajadas mientras veo lo que tarda Álvaro en ponerse de rodillas junto a mi cabeza. Nada. Y está tan duro ya, tan húmedo. Tan grande que es, visto desde aquí abajo, tan caliente al tacto de mi mano que ya lo exprime.
Abro la boca y mi lengua sale dispuesta a disfrutar de él, coincidiendo con la lengua de Bruno que ya entra en contacto conmigo.
Quiero un instante para hablar antes de que los gemidos, por lo que me hace Bruno, o Álvaro ocupe mi garganta, me lo impidan.
—No solo vamos a necesitar un sofá más grande, tiene que ser cama, también. Porque no creo que llegue el viernes y me pueda levantar de él si van a ser tres cada noche.
Y bueno, no me importa esperar a que dejen de reír para que terminen lo que empezaron, sé que aún tenemos cinco minutos y que ellos son capaces de lograrlo.
Acepta mi ☕️ y dime qué te parece.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro