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Yo y Mis Vueltas de Cabeza

He aparcado el coche cerca del puente de las Delicias, en cuyo muelle de la orilla izquierda se ubica la noria turística, y aunque anochezca ya, y la luz escasee, desde arriba me da tiempo a comprobar que Bruno todavía no está en la taquilla. No me gusta el detalle, mi reloj  marca las seis y veintiocho minutos y yo sí seré puntual.

    Bajo las escaleras hasta el muelle y tampoco veo que haya llegado. Quizás esto sea una señal para que me marche.

     Álvaro estaría ya aquí, no tengo más que añadir.

    —Alex. 

    Pero entonces siento su presencia a mi espalda cuando ha dicho mi nombre y es irremediable que cada terminación nerviosa de mi cuerpo no vibre con su contacto.

    —No te recordaba tan bonita —me susurra al oído Bruno. 

     —¿Estabas escondido?

     Me he girado para verlo, que no piense que ese halago me seducirá, le hace falta mucho más que eso para derretirme.

     Creo.

     ¡Mierda!, como por ejemplo sonreírme mientras se muerde el labio inferior como está haciendo ahora. 

     —¿Qué quieres que te diga, que temía que no vinieras y me dejases plantado?

     —Es bueno saber que eres humano —contesto seria.     

     —Pues dime lo que quieres oír de mí para que ese gesto agrio desaparezca de tus labios, y te haga sentir mejor. —Y es decirlo y mirarlos con una caída de párpados que, junto a su sonrisa anterior, comienza a calentarme.

     Consejo de hermana pequeña: No les digas a tus hermanos varones que controlas la situación respecto a otros hombres. No seas ilusa.

     —Dime que estás tan nervioso como yo con todo esto.

     Mira que he podido aprovechar y decirle miles de cosas, pues yo voy y me delato como una mojigata en su primera cita, como ya me dijera Gabi.

     Bruno no es como Álvaro, empiezo a darme cuenta de que él es de poco hablar,  lo que a su vez suple con miradas, gestos y sonrisas. Expresión en su máximo significado de la palabra. Y si además lo enfatiza con sus actos ya no necesita decir más.

     Con decisión, pero mucha delicadeza. Bruno toma mi mano para que la palma quede hacia arriba. De nuevo la mía está fría, de nuevo siento la calidez de otra piel en ella. Yo las miro sin entender. 

     —¿Te basta con esto? —pregunta cuando pone la suya encima.

     La vibración es instantánea, y la noto tanto en la palma como en el dorso al tenerla sujeta él por ambos lados con las suyas.

     —¿Por qué no fue así la primera vez? Estábamos más relajados en aquella cafetería, mucho más decididos que ahora.

     —Porque no éramos nosotros.

     —¿Ah, no? Pues yo te recuerdo muy bien —digo sonriendo un poco. Un poco, que no se crea que esto me divierte demasiado. 

     —No, porque tú eras la chica que se equivocó y en algún momento me descubrirías, y yo la cita que si no te salía bien, no te quitaría el sueño.

     —¿Y quiénes somos hoy? —Quiero saberlo principalmente para ver dónde me sitúa él.  Está claro que Bruno no será exclusivo para mí mientras exista Álvaro, y quizás yo tampoco lo sea para él cuando quede con alguien más.

     Y no, no he metido la pata al elegir la palabra que me identifica con Álvaro,  tenía que pensar en él y hacerlo partícipe de esto.

     —Solo somos Alex y Bruno tratando de no estropear algo que podría funcionar —dice sonriendo con timidez, o eso quiero ver en él. 

     Miro nuestras manos, parecen que ya han dejado de temblar. Él, que ve mi incomodidad por el contacto, las retira y las mete en sus bolsillos traseros.

     Bruno busca con su mirada algo a nuestro alrededor.

     —Te invitaría a un café, pero no veo dónde hacerlo.

     Normal, no hay cafeterías, conozco la vereda del río de montar en bicicleta los domingos, con Lexi, de ahí que lo eligiera.

     —En cuanto al café, eso es algo que nunca volveremos a tomar tú y yo.

     Él me mira de inmediato. 

     —Vaya.  —Su sonrisa se ha ido, no dudo de que esté tenso por cómo se le marca el entrecejo—. ¿Y tienes otras exigencias que añadir a tu acuerdo?, ¿o podemos hablarlo juntos y decidirlo a medias?

     —No, por mí solo será eso. —Porque si no comienzo a diferenciarlos a ambos, será cierto que acabe loca—. Tú eres el que tendrá que explicarme cómo lo haremos. ¿Tú me llamas o yo te llamo?, ¿vale un WhatsApp, o ha de ser una respuesta inmediata?

     —¿Por qué te empeñas en verlo como algo diferente? Sería como cualquier otra relación. Cuando nos apetezca.

     —¿Igual que otras? ¿Me recogerás en el trabajo alguna vez? —Y Bruno no puede contestar a eso porque baja la cabeza—.  ¿Conoceré algún día a tus amigos o a tu familia? —Sigue callado, sigue sin levantar la cara—. ¿Conducirás por mí cuando a Lexi le pueda ocurrir algo estando contigo, porque esté demasiado nerviosa para hacerlo yo? 

     —Alex —dice al fin al oír el nombre de mi hijo.

     —Ya te lo digo yo, Bruno. No, no harás nada de eso porque seremos un secreto, ¿verdad? 

     Y esto es lo que necesitaba para abrir los ojos.

     Me doy la vuelta deseando terminar con este absurdo, pero soy incapaz de marcharme cuando Bruno pone la mano en mi hombro y se adelanta hasta ponerse frente a mí. 

     De nuevo cara a cara, de nuevo temblando. Al menos yo, la que parece más débil de los dos.

     —Yo no quiero que esto se quede en un dormitorio, Alex, lo que digo es que jamás compartiremos uno.

     ¡Eso ya lo sé, joder!

     —¿Qué mierda me pasa que sabiéndolo no puedo negarme?

     —No eres tú sola —confiesa asustado—, la atracción que sentimos es mutua. 

    —¿Y tan fuerte es que aquí sigo? —pregunto cuando él ya se acerca a acariciar mi cara.

     —¿Te haría sentir mejor saber que yo tampoco me puedo alejar?

     El silencio es idóneo para mirarnos a los ojos sin otra distracción.

     —Ayudaría bastante, sí. —Mi sonrisa es tímida—. Porque todavía no nos besamos y esto es de lo más ridículo.

     Bruno me abraza porque presiente que me puedo poner a gritar de un momento a otro, y no está equivocado, me estoy volviendo loca.

     Me lo merezco por ser una puñetera egoísta. No puedo terminar con Álvaro porque eso haría que Bruno ni se me acercara, pero es que tampoco quiero dejar a Álvaro yo, cuando estoy tan bien a su lado.     

     —¿Sabes qué es lo peor?, que sé que voy a comportarme como una zorra y no siento remordimientos —afirmo con rotundidad en vista de mis cambios de decisiones.

     —No vuelvas a decir eso —me ordena Bruno cuando me he tranquilizado. Me mira a los ojos sin darme opción a huir de su mirada—, no hay nada sucio en nuestros deseos. Y tú eres libre de expresarlos como quieras.

     Tiene toda la razón, ¡qué coño!,  son mis sentimientos y los de nadie más. Vale que ahora mismo estén divididos entre dos hombres, pero solo si hago lo que deseo de verdad, puede que vuelvan a unirse y acaben escogiendo a uno solo de ellos, o incluso los deposite en un tercero que no haya llegado aún a mi vida. 

     Quizás deba pasar por esto para saber qué quiero de las relaciones. Mira si no el inútil, que hasta hace muy pocos días, con todo lo que me hizo en el pasado, tenía más papeletas que ellos dos de hacerme feliz en pareja, y ya ni me acuerdo de todo lo que una vez lo quise. Además, si no pruebo con ambos, ¿cómo sabré el que elijo?

     —¿No vas a quitarme la lágrimas de los ojos? —le pregunto a Bruno sonriendo, cuando él arruga su entrecejo por la duda—. Que no vayas a decirme nunca “te quiero” no te va librar de comportarte como un follamigo empático y educado.

     —¿Y eso cómo se hace? —Bruno tiene una sonrisa preciosa,  que le hace a él más precioso todavía.

     —Pasa tus pulgares por mis párpados inferiores y desliza las lágrimas hacia el exterior de mis ojos. Cuidado con el rímel —digo sonriendo—, y con ponerme demasiado cachonda, porque yo no beso en la primera cita.

     La risa de Bruno es contagiosa.

     —¿Ves, Alex? —contesta sonriendo abiertamente—. Por cosas como esta eres tú y no otra mujer. Eres una jodida montaña rusa de emociones que quiero tener en mi vida.

      —Buenoooo —comento mirando hacia arriba, es totalmente de noche y las luces de colores de la noria se ven mucho más.

      —¿Quieres subir?, ¿ahora? —pregunta cuando ya estoy tirando de su mano para acercarnos a la taquilla.

     —Pues claro, no será una montaña rusa, pero en altura se le parece bastante. Y el estómago se te revuelve de igual manera, ¿no? 

     —Una imagen muy agradable la que me he hecho de mí mismo ahí arriba —dice con cara de asco para luego acabar riendo.

     Y ya no tengo que decirle nada más, porque es él quien me entrega los dos tickets.

     Corro para entrar en la próxima cabina que se quedará libre,  obligándolo a él a hacer lo mismo detrás de mí. Estas son cerradas y espaciosas, con capacidad para seis personas que viajen de pie, y que en nuestro caso, solo ocuparemos nosotros.

     Cuando entramos, yo voy directa a uno de los ventanales exteriores. Sevilla nunca dejará de sorprenderme por su belleza, por su luz radiante ya sea de día o de noche.

     —Oye, Alex, —Bruno se sitúa a mi espalda y planta sus manos en el cristal,  dejándome encerrada entre sus brazos—, técnicamente es nuestra segunda cita, ¿crees que podríamos besarnos hoy?

     —¿Ah, sí, la segunda ya? —contesto sonriendo—. Ha de ser muy técnicamente después de solo veinte minutos y un café a medias.

     —Veinte minutos, un par de llamadas y varios mensajes en los que yo he sido muy sincero. Sí, yo creo que ya es la segunda cita 

     Apoyo la frente en el cristal, sonriendo. Mi espalda recibe su calor y pienso que no quiero estar en otro lugar ahora mismo. 

     Hasta que se me cruza por la mente un recuerdo parecido, cuando soy yo la que percibe el calor de la espalda de Álvaro en mis pechos,  mientras vamos en su moto. 

     Me sonrojo al compararlos a los dos, ¿será que ambos me complementan?

     Bruno quiere una respuesta sobre mi beso y para ello comienza a lamer mi cuello, el que yo le expongo para que lo acaricie mejor con sus labios, con su barbilla.

     —Bruno.

     La sola sensación de que se me vea excitada tras el cristal, me provoca más. Nunca antes había hecho nada parecido y me sorprendo al descubrir que no me importa exponerme así si es con Bruno, cuando una de sus manos sigue en el cristal y la otra presiona mi vientre, cerca del pubis, para acercarme más a él. 

     La noria gira, y no es lo único. Mi cabeza también comienza a dar vueltas por la cuestión que me planteo, ¿puedo hacerlo?,  ¿puedo estar con los dos? Acabo de conocer a dos hombres, sencillamente perfectos, y creo que mi situación no es tan diferente a cómo sería medir ambas posibilidades de relación, aunque una de ellas no se pueda llamar así jamás, claro está. 

     No soy la primera, ni la última persona en salir con otras dos hasta saber qué quiero de ellas, y no tengo por qué avergonzarme de lo que me hacen sentir al mismo tiempo.

     Por eso tuerzo mi cabeza lo justo para encontrar los labios de Bruno junto a mi cuello. 

     —Hola —me dice él cuando me tiene tan cerca.

     —Hola —contesto yo.

     Ambos sonreímos en la boca del otro, y casi se nos puede oír gemir. El calor de su aliento me provoca, tanto que termino por abrir mis labios. Él juega con ellos y profundiza con su lengua para excitarme, más de lo que ya hace su cuerpo en contacto extremo con el mío. Y cuando ya me tiene entregada a su beso, me hace girar por completo para sostener mi cuello entre sus manos. Frías, suaves. Grandes. Manos que fantaseo que me acarician más allá de la ropa que me cubre hoy.

     —Alex.

     —Mmmm.

     —Debemos parar.

     —¿Sí? —No sé ni cómo Bruno puede hablar, cuando yo solo quiero besarlo.

     Alcanzo su cintura para obligarle a que se pegue más a mí. Él se ríe antes de volver a hablar:

     —No, en serio, debemos hacerlo. —Pero bien que me besa de nuevo para dejarme sin voluntad.

     —Y, ¿por qué? —pregunto con un quejido infantil para que no me quiten mi caramelo. Dulce. Extremadamente dulce con sabor a café. 

     No puede ser que Bruno me haya convencido y ahora no quiera mis besos.

     —La noria se detuvo. Nos echan —dice él sonriendo.

     Abro los ojos que, desde que sus labios entraron en contacto con los míos, yo cerré. Compruebo que la noria está parada, que ya nosotros no estamos solos y que, por el contrario, entra más gente a la cabina dándonos las buenas noches.

     Y gracias a eso precisamente, a que es de noche, espero que no puedan ver mi cara roja de la vergüenza, mi pecho latiendo desbocado o mis piernas, en su unión, temblando del deseo. 

     Tengo que dejar de besar con esta entrega porque pierdo la noción del tiempo, del espacio y hasta de mi propio cuerpo. O mejor todavía, que Bruno y Álvaro dejen ellos de besarme con esas ganas que me vuelven  gilipollas.

     Bruno toma mi mano para poder salir de la cabina, y yo se la doy, sonriendo.

     —Besarte sin interrupciones será mi nuevo objetivo, ¿qué te parece? —me dice Bruno cuando ya hemos descendido y pisamos el suelo firme.

     —Y como ya sabes que puedes convencerme… ¿no? 

     Él tira de nuestras manos, que siguen unidas, para poder abrazarme. Y es así cómo nos miramos a los ojos, sin escapatoria.

     —Lo que sé es que si besas así de bien en público, no quiero perderme el pase privado.

     Mi sorpresa es inmediata.

     —No lo hago de manera diferente, creo.

     —Yo por si acaso, estaré ahí para cuando tú quieras.

     Y el nuevo beso que me da es mucho más dulce, pausado, como la propia promesa que Bruno me ha hecho.

         

     

     La noche ha sido perfecta incluso para mí, que en menos de una semana he sabido en un par de ocasiones lo que el significado de “noche perfecta” puede transmitir en una cita. 

     No he tenido nada de nervios durante nuestra conversación, y todo han sido risas y confidencias entre Bruno y yo, como el primer día,  y es por eso que ahora puedo ver su propuesta con otros ojos. Me he comportado mucho más comprensible y menos agresiva con él, sobre todo llegado el punto de su explicación. 

      —Aún no me siento preparada, necesito ir despacio. 

      —Tómate el tiempo que necesites, no quiero que te sientas obligada a nada, y serás libre de terminarlo cuando quieras para no salir herida —me dijo mientras cenábamos en un restaurante italiano.

     De nuevo debía poner límites a las coincidencias entre ambos,  y quise alejarme todo lo posible de los recuerdos de Álvaro, solo así podría crear los nuestros propios.

     —¿Herida? ¿Y por qué tengo que ser yo la que salga herida? —pregunté sonriendo.

      —Bueno… Yo no cruzaré esa línea en cuanto a los sentimientos, ya te lo dije.

      —Ya, pero eso no es algo que puedas asegurar antes de iniciar una relación siquiera, Bruno, porque ninguna experiencia igual a otra previa que hayas tenido —insistí bebiendo de mi copa para disimular mi sonrisa.

     —Pero sí es algo que puedo tratar de controlar desde el inicio si tengo mis objetivos claros.

     —Ok. —El hecho de estar ya sentada cenando con él me implicaba en lo que fuera que íbamos a tener, pero yo tenía que insistir una vez más—, entonces según tú, si no te enamoras de mí, te evitas problemas en el futuro.

     —Puede sonar cobarde, pero sí, es una buena manera de decirlo.

     —¿Y no te das cuenta de que así también evitas tener las cosas buenas que te aporta una pareja?

     —No he tenido demasiadas relaciones, por lo tanto no sería algo que fuera a echar de menos.

     —Pues si yo que he tenido solo una,  soy capaz de ver lo bueno, tú no deberías perdértelo —dije tratando de sonar triste, pero mi sonrisa me delató.

     —¿Y qué me estaría perdiendo exactamente contigo? —preguntó él riendo abiertamente.    

     —Ten cuidado, Bruno. —No quise responderle porque tenía una mejor teoría al respecto—. Solo el hecho de que te plantees la pregunta deja abierta la posibilidad de enamorarte de mí.

     Su risa como carcajada es contagiosa, es más, la gente del restaurante sonreía al mirarnos. Yo puedo corroborarlo porque también acabé riendo con él. 

     —Ya hemos llegado, ¿te veo el domingo? —digo cuando ya estamos delante de mi coche. 

     La cena ha estado bien, pero la noche se queda aquí. Es cierto que no es nuestra primera cita para darnos un beso, pero sí lo sigue siendo para que acabe con un polvo.

     El trayecto ha sido corto, tan solo del restaurante a la calle de enfrente, unos cien metros, pero Bruno no quería que viniese sola y se ha excusado con  la poca seguridad, siendo de noche como es, con la oscuridad de la zona, o con los otros conductores borrachos y… bla, bla, bla. Puedo decirle que me acompaña porque no quiere despedirse de mí tan pronto, pero eso ya lo irá viendo él con nuestras próximas citas.

     —También puedo ir mañana al refugio, así veo a los animales a ver qué se me ocurre para las fotografías de tu perfil.

     Se ha apoyado en el capó del coche a la espera de verme entrar en él. Vaya, se cruza de brazos para ponerse cómodo. Hemos estado hablando del perfil de Instagram y se le ve con ganas de ayudarme.

     —No sería buena idea, Bruno —confirmo con una sonrisa—. Los sábados llevo a Lexi para que juegue con ellos. 

     —Entiendo.

     —Míralo de este modo, no eres tú, es que mi hijo es muy inteligente y no se creerá que solo seas el fotógrafo.

     —Tiene cinco años, ¿lo dices en serio?

     Me apoyo sobre él,  que con gusto me recibe sujetando mi culo para colocarme en su entrepierna. Hace frío, pero ya casi se me olvida que mi cuerpo puede notar la baja temperatura. 

     —Y tanto que lo digo en serio. No puedo prometer que no se me escape una mirada, una sonrisa o un roce cuando esté a tu lado y me delate. —Con esto último me permito mover la pelvis para que la caricia sea más íntima. Bruno suspira mientras sonríe.

     —¿Cómo coño eres tan persuasiva? —pregunta resignado.

     Me río a carcajadas en vista de su buen humor al verse asediado por mis besos.

      —Eso es algo que tendrás que ir descubriendo. Pero… ya será el domingo.

      La despedida es tan solo un beso fugaz que él no puede rechazar. Subo al coche riendo y antes de que Bruno se haya movido siquiera del capó, donde él también reía, mi teléfono suena. Tengo un hijo y un trabajo de atención las veinticuatro horas, no me puedo permitir ignorar la llamada.

     —Hola, Álvaro. 

     Bruno, que me miraba sonriendo, ha visto mi rostro cambiar de expresión. Lo sabe, sabe que él está al otro lado aunque no me haya oído, porque me he puesto seria.

     —Había pensado compensarte esta noche con una cena exclusiva, mañana, ¿qué me dices? 

     —Claro. —No tardo ni un segundo en asentir y suspiro de alivio al ver que ambas citas no coinciden en el día. 

     Abro los ojos, que cerré para no ver la cara de Bruno, y es así cómo compruebo que él se ha ido sin despedirse de mí.

    —Me encantará cenar contigo —digo llena de emoción por contar todavía a mi lado con un hombre como Álvaro—, pero tendrá que ser para tres. Tengo a Lexi este fin de semana.

     —¡Genial!, ¿y él qué es, más de burguer o de pizza?

     —¿Quién?, ¿Lexi? —Río a carcajadas—, a veces pienso que no es mío, le fascina el sushi.

     —¡No me jodas!

    —Como te lo cuento, es inteligente y exigente. 

     —¿Qué?

     ¡Mierda!, esa conversación no era con él. 

     Desde ya te digo que loca es poco para cómo puedo terminar yo.

Acepta mi café, y cuéntame qué te parece☕️

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