Yo y Mi Iniciativa
La mañana siguiente pasa volando. Lexi se despertó temprano para jugar con su pareja de agapornis, y es que mi hijo es tan listo que al intuir que algo pasaba con la protectora quiso traerse dos ejemplares a casa. No pude negarme, así yo salvo a dos pajaritos y él está contento. Y claro tuvimos que disponer un lugar cómodo en el lavadero para que ellos se adaptaran pronto a su nuevo hogar.
Hoy comemos en el nido, es domingo y las tradiciones se mantienen aunque seamos adultos, así que la liga de fútbol ameniza también los almuerzos de la familia Muñoz.
Mis hermanos y mi padre llevan dos partidos enganchados a la tele y como mis cuñadas quieren saber de mis relaciones con Álvaro y Bruno, me toca preparar el café. Mamá me ayuda.
—No entres en muchos detalles con ellas —me susurra mi madre mientras coge la bandeja con las tazas para llevarlas al patio—. Tienen una lengua muy larga.
—¿Lo dices por lo que les puedan contar a mis hermanos?
La semana pasada ya fui parte de la “comida” familiar.
—Y por ellas mismas, que la envidia es muy mala, hija.
Me río por el comentario en sí, no porque me alegre de que ellas envidien el cacao mental que tengo.
Y es llegar a la mesa y todas se lanzan a dar su opinión.
—Gabi está entusiasmado con Álvaro, no he visto a tu hermano tan feliz desde que compró aquellas ruedas para su moto de ahora.
—No es para tanto, a Gabi le gusta su moto más que él —le contesto riendo.
¡Madre mía!, nueve años con Gabi y dos hijos en común y mi cuñada todavía no sabe ponerle nombre a la moto que “ahora” tiene su marido. ¡Y fueron unas llantas lisas lo que compró, por dios, que hable con propiedad!
—Uy, tu hermano Cris se ha quedado maravillado con el trabajo de Bruno. Lo ha visto en Facebook y quizás le proponga una colaboración —dice su mujer.
—¿Desde cuándo Cris sigue a Bruno? —Joder, que yo lo hago desde hace solo veinticuatro horas.
—Cielo, tienes tanto que aprender de las redes... Cruz apoya esa colaboración también. —Y las dos mujeres de CC chocan sus manos en alto.
Pero ¿desde cuándo estas dos están interesadas por los entrenamientos de mis hermanos y sus hábitos de vida saludable? ¡Se acaban de comer un cuarto de tocino en el puchero con medio bollo de pan, coño!
Miro a la mujer de René, mamá tenía razón, ella fue quien se fue de chivata la última vez. Me cruzo de brazos a la espera de oír su teoría.
—Ya sabéis la opinión de mi marido, que para algo fue quien los presentó.
—Sí, y también fue el culpable del enredo con Bruno, porque se negó a darle una foto de Álvaro a su hermana. —La de Gabi está que muerde por defender a Álvaro.
—Lo hizo con la mejor de las intenciones, para que Alex no se dejase deslumbrar por un físico bonito. —La de Cruz alaba el fallo que tuvo René porque prefiere a Bruno. La de Cris mueve la cabeza en un sí continúo para corroborarlo.
¡Y de bonito nada! ¡Álvaro es extraordinario, casi se puede decir que ha salido de un puñetero anuncio de Jean Paul Gaultier!
—Dos mejor que uno para olvidar al inútil, y eso solo hará que Alex escoja al adecuado. —Vaya. ¿La de René no toma partido por ninguno ahora?, ¿es que le gusta más lo extraordinariamente guapo que puede ser Bruno?
Mi madre escucha y calla sin interceder demasiado, pero sonríe con maldad porque aquí puede liarse una buena entre todas ellas, cuando parecen más interesadas en defender a sus candidatos que sus propios maridos.
Lo que hace que recuerde que tengo más hermanos, y que Luján seguro que me aprueba estar con los dos. Por otro lado, Nico todavía no se ha pronunciado a favor de ninguno, supongo que él y su mujer tienen mejores cosas que hacer en Londres que estas cuatro chismosas y sus parejas aquí en Sevilla.
—Ay, mira, iré a llamar a mi hermano Nico que seguro que tiene una vida más interesante que la mía.
El escándalo que montan es tal que no basta con cerrar la puerta del patio para que desaparezca cuando ya subo las escaleras a mi dormitorio. Todos conservamos el nuestro de niños, unos más que otros, claro, porque yo duermo muchas noches aquí por Lexi, y Luján, que ahora es que lo sé, lo hace porque su casa es el picadero de sus relaciones.
—¿Qué haces que no estás abajo con todos? Juega el Madrid, ¿no?
René salía de la habitación que compartía con Luján y hemos coincidido en el pasillo.
—Tenía una llamada.
—A eso vengo yo, abajo es imposible con tanto jaleo. ¿Estás bien? —Que no crea que no lo he notado.
—Sí, vuelvo al partido.
Cojo el brazo de mi hermano para detener su huida, porque no me engaña, está huyendo de mí.
—¿Y qué tenía esa llamada que te ha puesto tan nervioso? —Abro los ojos tanto que hasta me duelen, para luego arrugar el entrecejo por la sospecha—. ¡René Muñoz!, no será algo desleal con tu mujer, ¿verdad? No te tengo por un viejo verde.
Pero ¿qué les ha dado a mis hermanos para tener una vida sexual tan activa?
—Más respeto, ratona, no se trata de eso, jamás me fijaría en otra mujer.
—Entonces explícamelo, porque te veo avergonzado conmigo.
René duda un instante, pero acaba por contármelo.
—Es por la empresa, no quiero que papá oiga que no va todo lo bien que debería y que tendré que despedir a algún peón. De hecho ni siquiera Luján debe enterarse, prométemelo.
—Creí que la obra en las bodegas donde trabaja Álvaro sí que iba bien.
—Esa todavía no la cobramos, y los sueldos de enero no esperan.
—¿Y qué podrías tú solucionar un domingo por la tarde? —pregunto, porque mi hermano todavía no me dice toda la verdad.
René cierra los ojos y baja la cabeza, ese gesto lo delata, es vergüenza, culpa e ignorancia, hace igual desde que era un adolescente, cada vez que lo pillaban haciendo alguna estupidez con el alcohol, los pitillos o las apuestas en los billares del barrio.
—René, ¿qué has hecho?
—Nada.
—Seré la pequeña, pero también soy la más espabilada de la familia, René, habla.
—Por algo Lexi es tan inteligente, porque si es por el inútil de su padre…
—No me hagas la pelota con Lexi y habla.
—¡He pedido un préstamo, ¿estás contenta?! —confiesa con un murmuro que no evita su enfado conmigo.
—¿Un domingo por la tarde? —la que ahora está de veras enfadada soy yo.
—Los prestamistas trabajan toda la semana, Alex, no descansan. Dinero es dinero.
—¿Y por qué uno particular?
—Porque mi banco no me lo concedería.
—Mierda, René, con esos tipos los intereses te asfixiarán.
—Lo sé, pero no me queda otra alternativa.
—Sí, pedírselo a tus hermanos.
—¿Y admitir que no he sabido llevar la empresa de papá?
—Guárdate el orgullo para otro momento, con esos tipejos hasta puedes perder la empresa si te descuidas.
—¡Son cinco empleados, Alex, no soy un canalla como para dejarlos en la calle!
¡Joder, es cierto, yo tampoco! Que luche a favor de los animales no significa que los humanos no me importen.
—Ok, René. Vamos a ver qué podemos hacer, por ahora no cojas ese dinero, por favor, dame un par de días para pensar, ¿sí?
—Eres una soñadora, ratona, el dinero no cae del cielo. Y es por eso que el inútil te vio una presa fácil hace años.
—No menciones a ese inútil y al dinero en la misma frase —digo con la cara seria.
Pero él se pone más serio aún, ni siquiera lo hace como un padre, sino como un juez dictando sentencia.
—Tienes una semana, Alex, no dispongo de más tiempo. Si no, aceptaré el préstamo.
Veo como mi hermano se marcha derrotado escaleras abajo y no puedo sentirme peor por él. Ama su trabajo y ha conseguido mucho para la empresa Muñoz desde que la heredase de nuestro padre, no es justo que los pagos que otros no le hacen se le retrasen tanto. Tengo que hacer algo por él.
De buena gana anulaba mi cita con Bruno. Lo ocurrido hace unas horas con René no me permite estar al 100% centrada en él, sigo tratando de ver una salida a su problema ahora que el mío con la protectora pasa a segundo plano.
Tengo una llamada al móvil. Ojalá sea Bruno para decirme que no viene, eso me dejaría la noche libre para pensar en otra cosa que no sean sus besos.
Pero no, pensaré en los besos de Álvaro, ya verás.
—Hola —digo decaída.
—¿Qué te ocurre? —pregunta él preocupado.
—¿Tan deprimente se me oye?
—Hombre, verás, ya me he acostumbrado a tu saludo cantarín y ese hola me ha sonado un poco fúnebre.
Mira, una buena comparación la de Álvaro, la protectora se muere y la empresa de reformas de René está desahuciada.
—¿Tú quieres un perro? ¿O tienes diez mil euros para dejarme? Porque solo así resucitaré.
—A tus salidas todavía no me acostumbro —dice transmitiendo su buen rollo con una risa—. Y eso solo se arregla hablando mucho contigo.
Me gusta la idea. Álvaro tiene la capacidad de hacerme sonreír, claro, que Bruno también lo hace sin esfuerzo y hoy es su turno. Uy, eso ha quedado fatal, debo evitar pensar en ellos como si estuviesen en la cola de un supermercado, porque, ¿qué sería el producto a consumir?, ¿yo?, ¿mi cuerpo? Visto así, la expectativa es muy buena, ya lo creo, que ambos me satisfagan con sus manos, con sus bocas…
—Alex, ¿eso es un sí?
—¿Un sí a qué? —pregunto fuera de la realidad, porque hablábamos por teléfono y yo me he dispersado en mis fantasías eróticas. ¿Ves? Humor o no, Álvaro hace que sonría.
—Nos falta comunicación, Alex, lo puedo entender cuando nos besamos, cuando me miras golosa o me tocas, pero ¿por teléfono también te pones cachonda conmigo? —Está graciosillo hoy, y eso me gusta, además de hacerme olvidar por un rato los problemas, me está coqueteando.
—¿Y qué propones?, ¿que deje de besarte para que emplee la boca al hablar?
—Hablar cara a cara está sobrevalorado, me vale por teléfono, tú no dejes de besarme cuando nos veamos.
Me río a carcajadas llamando la atención del resto de los presentes. Verdad, que no lo dije, no estoy sola.
Como mis padres son los canguros de Lexi para esta noche, él duerme aquí para mañana ir al cole y ahora mismo está viendo la televisión con su tío Luján y sus abuelos mientras yo espero a Bruno.
—Muchas gracias, Álvaro, ya me encuentro mucho mejor, creo que eso de los diez mil euros puede esperar, ¿quieres un perro, o un gato?, podrían ser un par de cobayas, con eso me conformo.
—¿Tratas de hacer de mi casa tu nuevo refugio? Recuerda que comparto piso —pregunta sonriendo.
—¿De verdad trato de hacerlo? —Yo hago igual, sonrío—. Me conformo con saber las dimensiones de tu dormitorio, al menos cabrá el perro de tu amigo, ¿no?
—Es suficiente para los tres, sí.
—¿Qué tres? —¡Ay joder!, que yo he pensado en Bruno. En mí, en ellos.
—Tú, yo... y el bichito que me quieras colocar.
—Claro, ya vamos pensando en eso, ¿vale?, ahora tengo que dejarte.
—Mañana…
—No sé, Álvaro, no sé todavía qué haré mañana.
—Lo entiendo.
Y ha colgado el teléfono sin que pueda decirle que me llame para quedar.
Y en lugar de la llamada de Álvaro, con su disculpa, la que recibo es la de Bruno con un reproche.
—Llevo cinco minutos fuera.
—Salgo ya, perdona, hablaba con Álvaro.
Coño. Bruno da por finalizada la llamada también, sin más saludo de su parte. Ha estado seco, frío. Distante.
Todos sabemos que las motos tienen algunas ventajas respecto a los coches, aunque admitamos que la comodidad no sea precisamente una de ellas. Aquí, en el coche de Bruno, voy sentada sin necesidad de perjudicar mi espalda y con la calefacción puesta, así que puedo decir que sí, que estoy a gusto físicamente. Pero lo que es moralmente, ya ni te cuento. Estoy hecha una mierda, y para eso la moto es mucho mejor transporte. No tengo que aguantar el silencio de mi compañero de viaje si estoy sentada a su espalda.
Porque es así como va Bruno, callado, concentrado en lo que ocurre fuera del coche. Un taxista encabronado con el tráfico tiene más conversación que él. Y llámame exagerada, pero estoy segura de que su actitud retraída es por Álvaro.
A mi beso de saludo le siguieron un par de palabras de buenas noches que ahí murieron. Ya no he vuelto a oír su voz.
—La noche ha arrancado mal, ¿no crees? —Lo pregunto solo por decir algo, porque lo sé de sobra. Mal, y a cada segundo que pasa va a peor.
—¿Por qué lo dices? Todavía no comienza para nosotros.
—Ese nosotros nos hace demasiado plural —digo seria.
Yo al menos lo he mirado al hablar, que no me venga con la excusa de que está conduciendo, sé que es posible desviar la mirada un momento de la carretera.
—Tiene que serlo, somos más de dos, Alex.
Vaya, cuando desperté esta mañana, tras una noche de incertidumbres con Álvaro, lo que menos pensé era acabar el día igual o que lo haría filosofando sobre las relaciones de parejas y el número de sus miembros.
Uno más uno nunca serán tres, como él pretende hacerme ver.
—Ese es el problema, Bruno, que estando juntos debemos ser solo dos para que esto funcione.
—¿Hablas de ser dos, tú y yo?, ¿o Álvaro y tú? Porque estoy en esto gracias a ti.
Ahí está su mirada y, aunque sea tan solo un instante, me duele.
¿Es que no ve que saldremos heridos con esta absurda relación?
—Siempre fue una mala idea hacerte caso, no sé cómo me he prestado a esto. —Giro por completo mi cuerpo hacia él para que no dude de que lo estoy mirando—. Quizás si no me hubieras puesto en el dilema de seguir viéndolo para que tú y yo comenzáramos, podría haber sido algo natural. Estaría conociendo a dos hombres y marcando mi propio ritmo sin ser necesariamente obligada a veros por turnos.
—Ya sé que tienes pareja y que me toca esperar tu llamada, no es algo que necesite oírtelo decir a todas horas.
—No puedo estar tan pendiente de no hacerlo, Bruno, ya me resulta difícil ocultárselo a él. —Me ha cogido desprevenida, ¿y qué?
—¿Sabes qué pienso?, que quieres hacerme ver lo genial que sería tener una relación contigo, y que por mi estúpida actitud, yo me la estoy perdiendo y Álvaro no.
—Yo no hago eso, gilipollas. —Creo que después de esta noche ya no habrá nada que mantener entre Bruno y yo—. Es mi primera vez en una relación tan atípica, disculpa que no sepa cómo hacerlo mejor.
—Pues para empezar no deberías hablar de él si no es extremadamente necesario.
De Álvaro lo admito, es el que está siendo traicionado y veo comprensible que no quiera saber del otro, de él no, no merece consideración, Bruno tiene que joderse si me apetece alabar las cualidades de Álvaro.
—¿Y ya está?, ¿crees que por no decir su nombre, Álvaro no se entrometerá entre nosotros?
—Al menos para mí sí, me ayudaría bastante cuando estés conmigo —dice sin ocultar su asco.
—Ya entiendo, no estás del todo seguro y eso merma tus ganas, ¿no, machote?
Me he cruzado de brazos en actitud prepotente.
—¡Alex, joder!, ¡que dicho así parece que soy incapaz de tener una erección contigo!
—¡Pues así lo siento yo!, ¡que como esto se reduce solo a sexo, no quieres comparaciones odiosas que puedan dejarte en mal lugar!
—¿Lo piensas en serio?, ¿piensas que no se me pondrá dura? ¡Pues te lo demuestro cuando quieras!
Y así es cómo me mira en un descuido de la carretera.
—Ahora —confieso exaltada—, acabemos con esta tensión, Bruno, y follemos de una vez, que es para lo que de verdad quedamos tú y yo.
—¿Quieres follar, ahora? —pregunta agarrando con ansias el volante. De esta se empalma solo por darme gusto.
—Sí. Pero ¿me puedes llevar antes a un lugar en el que yo te pueda mirar a los ojos? Creo que me lo merezco al menos.
Y no responde, mete quinta para salir de la circunvalación cuanto antes, para tomar a continuación la salida del Estadio Olímpico.
No digo nada, sé a lo que se viene a la explanada de estos aparcamientos, o por lo menos a qué se venía hace quince años, cosa que nunca tuve oportunidad de hacer yo puesto que el inútil me desvirgó en mi cama y jamás lo hicimos fuera de ella.
Bruno detiene el coche cerca de otros, ya estacionados, pero lo bastante alejado para darnos intimidad bajo un árbol. Apaga el motor y exhala todo el aire que llevaba en los pulmones. Y sin saber qué hacer con sus manos, las regresa al volante.
No es consciente, pero ya me dice mucho con eso, está igual de nervioso.
Aunque no me mira todavía como le pedí.
—Vaya, eres rápido y resolutivo —digo al mirar por la ventanilla y ver el meneo que tiene más de un coche.
—Tú has querido que fuera ahora.
—Pero creí que entenderías que me refería a un hotel —digo de nuevo buscando sus ojos.
—No quise que nuestra primera vez fuese un trámite pactado y con urgencia, traté de hacerlo como algo natural entre dos personas que se gustan —se excusa él evitando mi mirada, la que le he pedido encarecidamente y no me devuelve.
—Y te lo agradezco, de verdad, pero ya no soy una cría a la que tengas que impresionar, Bruno, puedo con esto. Me pillas de vuelta y con los pies en la tierra.
Bruno enciende la luz del espejo retrovisor para mirarme a los ojos y puedo ver al fin su sonrisa, tímida, pero creo que sincera. Me acaricia la cara mientras mantenemos el contacto visual, yo necesito que no retire esa mano y la cubro con la mía.
Los cristales empiezan a empañarse, indicio del aumento de mi temperatura.
—Ese inútil parece serlo mucho si dejó escapar a una mujer como tú.
Sonrío, aceptando su extraño cumplido.
—Mejor te alegras por mí, ¿sí?, ya que ahora disfruto de tus increíbles besos.
—Eso es porque estás al otro lado, Alex —contesta sonriendo, y es cuando mis entrañas se excitan—, porque somos ese plural de dos haciendo un beso cojonudo.
—Ten cuidado con lo que dices, machote —le pido sin convencimiento alguno porque sonrío con él—, porque puede que me cojas de vuelta, a mi edad, pero todavía me haces mojar las bragas.
Bruno ríe a carcajadas y lo hace sobre mi boca, insuflando un aire que me está poniendo de veras chorreando.
—Yo hablándote de lo especiales que son tus besos y tú subiendo a tu jodida montaña rusa emocional. —Pero no puede enfadarse conmigo, más que nada porque me acaricia la cara con el pulgar y apoya su frente en la mía—. Y así llevo jodido toda la semana, yo, en mi propia noria.
—¿Tienes náuseas? —pregunto a punto de reír.
Bruno niega con una sonrisa pícara, sexi.
—Puede —dice riendo—, ando en una puta espiral contigo, Alex, en la que oigo tu nombre una y otra vez como un disco rayado.
—¿Y qué canción suena? —pregunto riendo al comprobar que, efectivamente, Bruno me humedece sin tocarme siquiera. Creo que respiro con algún que otro gemido ya.
—¿Qué?
—Has dicho disco, así que alguna canción oirías en tu cabeza al pensar en mí, ¿no?
Bruno sonríe y mueve otra vez la cabeza en una negación.
—Eso es algo que todavía no te diré.
Y en vez de besarme, como estaba deseando que hiciera, Bruno apaga la luz del retrovisor y pone el motor en marcha de nuevo, ¿es que nos vamos?
De eso nada.
Agarro su cazadora vaquera, por el borreguito del cuello, y lo atraigo hacia mí. A mi boca, junto a mis labios. No sé si acabará por funcionar lo nuestro, sencillamente porque antes debo ponerlo en funcionamiento, así gire y gire y gire hasta que acabemos asqueados el uno del otro.
Acepta mi café, y cuéntame qué te parece☕️
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