Yo Y Mi Error
Álvaro sale primero de la cafetería para mostrarme el camino hacia donde tiene su moto aparcada, va hablando sobre el inesperado rumbo que ha tomado la cita, por mi propuesta para ir a cenar, cuando él no trae otro vehículo para marcharnos. Es invierno y mi ropa precisamente no me cubrirá demasiado. Que no se apure, no soy nada quejica.
—No te preocupes por mí —digo sonriendo mientras meto los bajos de mi pantalón en las botas, subo la cremallera de mi chaqueta y levanto el cuello de esta para que me cubra—. Es bueno que vayas sabiendo que no soy nada remilgada y sí muy resolutiva.
—Dos cualidades necesarias para la supervivencia, sí señor —dice riéndose de mí, supongo que por las pintas de verme abrigada.
—Ojito que quizás te hagan falta a ti para estar conmigo.
Él no evita la carcajada que le sale espontánea, la que me contagia a mí.
Y en este momento que veo la moto le haría un monumento a mi madre, por sabia e intuitiva. Gracias a ella llevo una vestimenta que me permite por lo pronto subir a ella, quedarme helada es lo de menos, puesto que no es una moto cualquiera, es una Honda CMX Rebel de 500 cuya cubierta es de color azul, al igual que su respaldo. Para que veas, yo me río de la elegancia que dijo René que necesitaba, y del rojo pasión de Luján. Esto promete.
Me he acercado a ella admirándola como si fuera una pieza de coleccionista, única y hermosa, no quiero ni tocarla, lo que hace que Álvaro sonría para decirme luego:
—Suerte que llevo otro casco, no sabía que lo utilizarías —dice mientras me lo ofrece, no pierde tiempo de sentarse en la moto.
—¿Quiere decir eso que pocas veces llevas paquetes? —pregunto antes de ponerme el casco y de que este oculte mi voz.
—¿Paquete o paqueta?
—¿Hay diferencia?
—Sí, porque creo que es pronto para que hablemos de mi vida inclusiva —dice sonriendo mientras enciende el motor y baja la visera de su casco.
Si algo he podido aprender en la última media hora es que puedo defenderme de las bromas de un desconocido, más concretamente en los últimos diez minutos fui capaz de mostrarme atrevida y todo, ¡si hasta he podido volver a coquetear después de quince años!
—No he querido ser indiscreta, lo siento. No necesito saber cuántas mujeres montas… y en tu moto, tampoco.
Adivino, por el sonido que me llega a través de ambos cascos, que Álvaro ríe dentro del suyo, su cuerpo curvado hacia atrás me indica que lo hace sin reparos y a carcajadas.
Y necesita quitárselo ahora para decirme:
—No te preocupes por eso, Alex, es nuestra cita, y hoy este será tu lugar, para que lo montes tú en exclusiva.
¿Me está provocando?
Ha puesto su mano sobre el asiento que he de ocupar. No sé cómo lo habrá adivinado, pero no solo estoy sonrojada aquí debajo del casco, me siento tremendamente acalorada, ¿se vería ridículo que usara el abanico para aliviar mk sofoco? Total, ya sé que tengo que abrirlo del revés.
No me cuesta subir a ella. Desde que tengo uso de razón, alguna que otra moto si ha habido en casa. De todos mis hermanos, Gabi es el mayor aficionado a las dos ruedas, y el que metió el veneno de la gasolina en mis venas cuando me llevaba de “paqueta” al instituto para pavonearse delante de otras “paquetas”, las que solo me hablaban por acercarse al melenas cañón que tengo por cuarto hermano. Ahora solo puedo maldecir aquellos días de adolescente enamoradiza, cuando el inútil, que era amigo de Gabi, nos acompañaba en otra moto.
Y de repente siento que Álvaro me coge ambas manos para hacerlas pasar por su cintura hasta meterlas en sus bolsillos, obligando a mi cuerpo a descansar sobre él.
No puede ser cierto. Si ya me pareció guapo tal como lo vi, dando la razón a René, con el pelo castaño claro, cortito en su estilo engominado, el rostro cuadrado y la boca pequeña y jugosa, ahora que abarco su cintura en un abrazo noto que de cuerpo está como quiere y más. Aprecio la dureza de su vientre en mis manos y de sus caderas en el interior de mis muslos. Joder, y yo que creí que pasaría frío. Para una primera cita, que nuca me ocurrió, con el error incluido del moreno, no niego que la atracción física con Álvaro es incuestionable.
El trayecto de varios minutos me da para pensar. Vaya mierda de noche que voy a pasar descubriendo las virtudes de Álvaro, y digo virtudes porque me siento incapaz de encontrarle defectos a este hombre de sonrisa tierna y enigmática con cuerpo de pecado. No, espera, ¡vaya mierda de noche está siendo ya, cuando a falta de una cita a ciegas perfecta hoy he tenido dos! No me puedo olvidar de las sensaciones que me despertó el moreno, del beso que casi nos dimos, menos.
En tan solo veinte minutos llegamos a lo que es un bar de tapas en la zona del río, del lado de Triana.
Álvaro me preguntó antes y le dije que cualquiera me servía, que eligiese él. No me juzgues por mi respuesta seca, despreocupada y borde, esta cena ha sido una excusa para no estar en la cafetería despies de lo ocurrido, no quiero mezclar más sensaciones de las que ya tengo confusas por el moreno. Nuestra despedida ya fue extraña de por sí, igual de impersonal que nuestro falso encuentro, y no quiero recordar más de lo que no vaya a ser entre nosotros.
—Alex, joder… Estás helada. —Álvaro, lejos de abrazarme sin permiso, pasa sus cálidas manos por mis brazos varias veces. Y es que no me he dado cuenta, pero estoy tiritando de frío. Él mira demasiado mis labios, e intuyo que me tiemblan también aunque no lo note.
—La moto… mi ropa…
—Debimos quedarnos...
—No. —Quiero aliviar su culpa—. Fui yo la que no pensó que saldría de la cafetería y no traje abrigo.
Ya te digo que nunca salgo de ella, al menos hasta tener que irme de vuelta a casa, y lo hubiera hecho en un taxi, calentita. Tan solo en un par de ocasiones la cita acabó en cena y ninguna después de eso llegó a nada como para pensar qué tipo de ropa llevaba o que me la quitaría siquiera.
—Dame tus manos.
El calor es repentino cuando Álvaro se las lleva a la boca para darles vaho. Noto una conexión inexplicable cuando miro sus ojos, cuando él no deja de mirar los míos.
—Estaré mejor si entramos, de verdad —consigo decir sin que note mi turbación y mis escalofríos, que poco son ya por la temperatura de la calle
—Sí, habrá calefacción dentro.
Álvaro entra el primero dispuesto a poner distancias conmigo. No es que me lo esté imaginando, sé de sobra que algo nos ha ocurrido con esa intensa mirada, a mí por lo menos me ha perturbado.
Pasamos de largo de las primeras mesas libres, parece que Álvaro sabe a dónde va y no seré yo quien lo frene. Es un rincón apartado, cerca de la cocina, donde el ruido es menor de lo que cabría esperar.
El silencio entre nosotros se hace incómodo, y no era así cómo me lo imaginé con las risas del inicio, con lo que ha pasado hace un rato.
—No creo que sea tu primera cena aquí, así que, ¿qué te parece si acepto tus recomendaciones? Hay demasiado donde elegir —le pregunto ya con la carta en mis manos.
—Solo necesito conocerte antes, un poco, para poder hacerlo. —Él deja su carta y cruza los dedos por encima de ella, en la mesa, al menos la incómoda sensación de antes queda ya olvidada—. Dime un par de sabores que te vuelvan loca.
—¿Eso es que vas a jugar con mi mente?
—¿Tienes miedo de que lo haga y descubra cosas turbias?
—Para nada, lo más turbio que tengo es un ex, pero todavía no llegamos a esa charla tú y yo —le digo aceptando su reto muerta de risa.
—Dicho así, esperaré con ansias el chisme de ese hombre —contesta con guasa.
Álvaro, para ponerle más humor a la situación, pone sus dedos índice y corazón de ambas manos en sus sienes, y cierra los ojos.
No espero más.
—Roquefort —digo sonriendo.
Álvaro abre un ojo y tuerce la boca. Me gusta, le da un aire de lo más canalla.
—¿Solomillo?, ¿quieres de verdad comer ahora solomillo al roquefort? —dice él de inmediato sin poder creer mi elección.
—¿Y por qué no? —me quejo riendo—, ¿si es la tapa estrella en muchos de los bares de Sevilla? A mí me encanta descubrir como los hacen.
—Es que para pedir ese queso en nuestra primera cita, una de dos, o te gusta tanto que te da igual lo que piense de ti cuando te lo vea comer, o el que no te gusto soy yo y ya has pensado cómo mantenerme lejos el resto de la noche para que no te bese.
Álvaro me hace reír tanto que no vi llegar a la camarera, cuando ya está a nuestro lado con su PDA. He pedido cerveza sin alcohol, es la primera cita y no quiero tener que avergonzarme. A parte de evitar malos entendidos.
—La cerveza sin alcohol es por si me gustas demasiado y no puedo parar mis manos contigo —le digo tomando el relevo de su broma.
Él ríe mientras pide otra cerveza sin alcohol, y me dice, al quedarnos solos:
—Yo lo hago por la moto, para que pongas esa manos dentro de mis bolsillos, otra vez.
Y se queda tan fresco, como si no me hubiera dado permiso para meterle mano. Un segundo, porque es eso lo que ha dicho, ¿no?
—Siguiente sabor.
—Limón —digo sin parpadear, a lo que él responde sin inmutarse tampoco:
—Pero ¿es que tienes algo contra mí? ¿Pides limón por si el que se acerca demasiado soy yo?, claro, y como no te gusto nada en absoluto, es para poder echármelo en los ojos, ¿a que si? —Se enorgullece, riendo.
—No hagas nada por lo que tenga que echártelo y yo no me veré en la obligación de hacerlo.
Álvaro sonríe mientras niega con la cabeza levanta las manos a mi vista.
Parece sincero, pero claro, no lo conozco de nada, y podría ser que ese gesto tímido y risueño sea lo que le hace falso a él.
Atravieso el espacio de la mesa con mi mano en alto para ofrecérsela en un trato. No sé qué tiene Álvaro, que me está gustando estar sentada aquí con él, de bromas, lanzándonos tiritos de coqueteo y miradas que traspasan con su calor.
—¿Qué te parece si ambos dejamos claro el porqué hemos acudido a la cita? René no me contó gran cosa de ti.
Ni gran cosa, ni pequeña. René se va a enterar.
—Me va a costar hacerlo, no suelo acudir a esto de las citas a ciegas para conocer mujeres —dice encerrado en su hermetismo, aunque haya aceptado mi mano y quiera seguir hablando.
—Yo en cambio es lo único que hago desde que me divorcié. Es práctico.
—¿Y utilizas las aplicaciones para encontrar pareja?
—No, soy más de miradas reales y conversaciones en persona. Además, tengo seis hermanos mayores a cada cual más neurótico conmigo, y como no estoy en esa etapa de mi vida en la que tengo que dar explicaciones a nadie sobre mi vida amorosa, me relajo y dejo que ellos me ayuden.
Álvaro se inquieta ante mi explicación. Rara y escueta.
—René no me dijo nada, ¿son seis?
—¿Ves? Esa sobreprotección es de lo que hablo. La necesito. Una vez escogí sola y ha sido el mayor error de mi vida, bueno, no, porque gracias a esa cagada tengo a Lexi…
—¿Quién es Lexi?
—Pero ¿qué información nos dio René?
Álvaro ríe abiertamente, yo lo hago con él.
—Es mi hijo, tiene cinco años. ¿Tú tienes hijos?
—No, creo que aún trato de sobrevivir en la fase autodestroyer.
—¿Qué fase es esa?
—Ya sabes, la de aprender a cuidar de uno mismo antes de arruinarle la vida a nadie más.
—No exageres, si ya vives solo es que puedes hacerlo, no hay nada como la independencia para hacernos fuertes.
—¿Estaría mal si hago la comparativa con un animal al que cuido en algunas ocasiones? Se me da bien —pregunta con cara de arrepentimiento cuando se da cuenta de que quizás no era apropiado comparar niños con animales.
—¡No me jodas, Álvaro! ¡Eso es maravilloso!
—¿El qué? —No sale de su asombro.
—La gente que se hace cargo de un animal doméstico es porque sabe que necesita todos los cuidados de una persona dependiente. Eso mismo es en lo que fallan muchos, que no son conscientes de la responsabilidad.
—¿Eres de alguna protectora?
—Colaboro con alguna, sí, soy veterinaria, y no solo de profesión, sino también por vocación. Otra información que te daré en su momento.
—René no sirve para esto —comenta riendo.
—Se lo haré pagar mañana en cuanto lo vea, no te preocupes —digo con los ojos en blanco—, pero ahora dime, ¿es un gato, un conejo, un pájaro exótico…?
—No… —dice riendo al verme entusiasmada. Lo siento, que se vaya acostumbrando a que cuando se habla de animales, después de Lexi, es mi tema de conversación preferido—. Me temo que soy de lo más convencional, o bueno, mejor dicho, el dueño lo es.
Doy una palmada al aire.
—¡Es un cachorrito!
—¿Por qué piensas que es tan pequeño?
—A ver, Álvaro, es de lo más elemental —digo acercándome al centro de la mesa—. Yo también puedo jugar con tu mente, ¿sabes?
—¿Ah, si? Me gustaría oír tu deducción.
—Allá voy. Pareces un buen tío si eres capaz de hacerte cargo de un animal que no es tuyo. Y si el dueño te confía a su perro, es porque ha de ser pequeño si necesita de tu ayuda.
—¿Solo por eso? —pregunta riendo.
—Eso, y que has seguido ahí sentado cuando he dicho que tengo seis hermanos, lo que quiere decir que eres valiente, así que podrías hacerte cargo de un cachorro sin mayor problema. Enhorabuena, campeón, ya estás preparado para ser papá.
Mis palabras caen como un jarro de agua fría sobre nuestras cabezas. Como broma puede ser pesada. Yo sonrío con cara extraña, los dientes me reventaran en la mandíbula de apretarla tanto. Tengo un hijo, sí, pero ojalá que no crea que busco un padre para Lexi. Él ya tiene uno, el pobre mío es inútil, pero no puedo descambiarlo ya después de quince años, y oye, dentro de su inutilidad sé que quiere a su hijo, con el que no lo hace del todo mal.
—Eres una chica lista, por lo que veo no voy a poder mentirte.
—¿Y por qué ibas a hacerlo? —digo conciliadora—. Creo que de eso deberíamos hablar ahora que empezamos a conocernos.
—A ver si lo he entendido. Nada de engaños entre nosotros.
Con esto me repito de nuevo al proponer un acuerdo. No tiene mucho que ver con el de hace una hora, pero se parece a la conversación que tuve con el moreno sobre la pérdida de tiempo en las relaciones a nuestra edad, ya pasados los treinta en mi caso, los treinta y cinco en el suyo. Sigo pensando lo mismo, eso no ha cambiado.
—Nada de engaños —repito—. Porque una cosa es divertirnos mientras nos sintamos atraídos y otra es traicionar al otro haciéndole creer que llegaremos lejos. O todo, o nada, una vez creí en el todo y fue un desastre.
Álvaro se mueve incómodo en su silla, quizás no pueda seguir con esto porque es hombre de relaciones esporádicas, sin compromiso, con total libertad. Que lo diga, no soy tan arcaica, eso no va conmigo, pero lo respeto.
—Entonces lo que propones es máxima sinceridad entre nosotros.
—Total sinceridad. Y disculpa si crees que soy muy directa —le digo seria, quizás esto acabe aquí—, pero estas citas a ciegas me ponen nerviosa, es como si necesitase pasarlas de nivel para no sentir que he fracasado de nuevo, ¿tú tienes esa sensación?
—No del todo, pero puedo entenderte. Me preguntaste por qué había acudido a la cita que me propuso René, y sinceramente no tuve respuesta porque es la primera que tengo, tras una relación un tanto absorbente. Pero ahora sé que son una manera cómoda de no tener expectativas durante un tiempo, te permite relajarte, como tú has dicho. Así que siempre podré echarle la culpa a él de que no seas mi mujer ideal —dice riendo feliz mientras encoge sus hombros.
—Exacto, eso mismo pienso yo, que otro se equivoque por ti ayuda bastante.
Y los dos acabamos riendo.
—Pues deberíamos cenar tranquilos mientras solo hablamos de motos, de nada que requiera el uso de palabras serias como relación, engaños y segundas citas.
Lo miro sorprendida.
—¿Te dijo René que hablar de motos es mi debilidad? —Él niega con la cabeza—. ¿Y lo has sabido por…?
—Por tu manera de subir a la moto, por cómo te has sujetado sin miedo o por cómo lo has hecho sin provocarme.
Que me vea diferente a otra “paqueta” me halaga, parece que es cierta mi exclusividad, al menos por hoy, en su moto.
Y me descubro con ganas de querer montar en ella una vez más.
—Si todavía estoy a tiempo de cambiar tu impresión de mí para no parecerte estúpida, podemos volver a empezar. Y así te enseño cómo lo hago una vez más a la vuelta —digo con una tímida sonrisa que él me devuelve igual.
—Encantado, Alex Muñoz, soy Álvaro Dávila.
Él no puede evitar reír, y yo, que no puedo dejar de mirar lo guapo que se ve así, río con él.
Lo dicho, vaya mierda de noche perfecta.
Acepta mi café, y cuéntame que te parece mi error ☕️
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