Yo Y Mi Cita N°15
—No he llegado tarde, por si te lo planteabas. Estaba allí, observándote —me excuso sin necesitarlo, mientras señalo la mesa que he dejado libre ahora.
Me ha costado levantarme y acercarme a él, no creas, ten en cuenta que siempre les veo algo raro a estos hombres, y en este caso ha sido por no verlo precisamente. Álvaro es guapo y sexy, y creo que eso ya lo hace interesante para una primera impresión, por eso he de saber si tendrá la tara en el cerebro.
La nariz la tiene perfecta, ni larga, ni gorda, ni torcida, ni de tabique recto. Un diez más que apuntarle a su físico. Pero entonces, y afinando en los detalles, reparo en sus dientes, por ejemplo, y veo que son de color blanco, sencillamente perfectos. Y ya no hablemos de la perfección de sus manos, cuando se sirve agua de una jarra para beber mientras es él quien me observa, de arriba a abajo.
—¿Perdona?
Su cara es de asombro para estar esperando a una desconocida, ¿será que está aquí mediante algún engaño? Yo al menos confío en mis hermanos.
Ay, no, se me olvidaba.
Él traía el libro y yo hacía lo mismo con un abanico que me diferenciara, el que busco apresuradamente en mi bolso.
Lo que hace que me pregunte ahora; si estamos a doce de enero, ¿por qué mis hermanos decidieron que trajese un abanico?, y encima es de color rojo para que se me vea bien, desvariando en pleno invierno. ¡Me las van a pagar!
Dejando de lado la vergüenza, que pocas veces tengo, abro el abanico como una auténtica dama del siglo XVIII, y todo este teatro es para que me pueda identificar como Alex Muñoz, la hermana de René, y deje de mirarme como si me hubiese salido un tercer ojo en la cara.
—¿Has dibujado un pene en tu abanico?, ¿por qué?
—¿Qué? —pregunto horrorizada girando el objeto delante de mis ojos—. ¡Esto es una polla, joder!
Álvaro mira a su alrededor, pendiente de las miradas descaradas que ahora se posan en mí. Sonríe, y más que por cortesía con ellos es por diversión, por estar sentado frente a alguien que habla de “pollas” a gritos.
—Sí, así tendría que haberlo dicho yo, una gran polla —dice él cuando se da cuenta de que la vergüenza me alcanza.
¡Dios mío!, desarrollo instintos asesinos contra mis hermanos gemelos, los bromistas de la familia.
—¡Los mato!, ¡te juro que los mato!, ¡los mato! —repito al tiempo que mi cara enrojece esta vez de ira. Tengo que sentarme.
—¿A quiénes?
—A los gemelos —digo indignada como si él los conociese.
—Puedes volver al principio, si quieres. Pero sin utilizar el abanico esta vez, por favor —me pide riendo, sin importarle mi anterior saludo.
La idea de Álvaro no está mal, todavía no lo he espantado del todo porque sigue sentado.
—Soy Alex, lo siento. Ni Alejandra, ni Alexia, Ni Ale. A.L.E.X
Le ofrezco la mano, que él encantado, a juzgar por su sonrisa, toma entre la suya.
—Encantado. A.L.E.X.
—Mataré también a René. Mira que le advertí que hubiera sido mejor intercambiar fotografías, nos hubiéramos evitado este numerito.
—Ha estado bien para empezar —comenta riendo.
—Si ya es difícil convivir con cinco tíos que dicen ser tus hermanos, cada cual más payaso, imagina soportar sus bromas por ser la única chica y la más pequeña. Bueno seis, mi hermano Nico vive ahora en Londres, pero del mismo modo lo haría. A veces creo que eso de llamarme ratona, más que un apodo cariñoso, es porque les gusta oírme chillar.
—¿Quieres un poco de agua? —Y es tan educado que me ofrece un vaso.
Bebo, tengo que hacerlo, la boca se me ha quedado seca de tanto hablar. Claro, que los nervios, la vergüenza y el calor que me provoca su mirada oscura también tienen gran parte de culpa.
—¿En qué has pensado para nosotros?, ¿cómo lo haremos?, ¿hablamos, o directamente salimos de aquí para irnos a cenar?
—¿Qué? —dice de inmediato porque no dejo de mirarlo.
—Disculpa. Nunca he sabido enfrentarme a este tipo de citas y siempre pregunto para no encontrarme sorpresas desagradables. Las cenas se me indigestan si la compañía no es agradable.
—Uy, sí, una mala digestión es lo peor —dice riendo más.
—¿Verdad que sí? Esto de quedar con alguien que jamás he visto, con expectativas de empezar una relación, asusta en realidad. Los nervios se me meten en el estómago y no me dejan comer.
—¿Y por qué quedas a ciegas, entonces? —pregunta sorprendido.
—Tienes que reconocerme que es la forma más rápida y efectiva de conocer gente a nuestra edad.
—¿Ah, sí? —pregunta divertido.
—Por supuesto, no estamos para perder el tiempo, y con las redes sociales no me atrevo. —Me sincero del todo.
—¿Ah no?
—No. Tengo un hijo, y mis responsabilidades ya no son las mismas de cuando tenía veinte años o estaba soltera. ¿Sabes que había veces en las que no dormía entre exámenes y fiestas y podía seguir despierta? Ya no, el trabajo cada vez me permite salir menos porque necesito dormir, y ahorrar más, por supuesto
—Ya.
El camarero se acerca a tomar nuestros pedidos.
—Yo quiero un café con leche de soja, por favor.
Y si a Álvaro le ha resultado extraña la mezcla, no da muestra de ello. Sonríe cuando él pide un cortado*. Y cuando nos quedamos a solas le digo:
—Sigo una dieta de proteínas.
—Gracias por la información —dice riendo—, ¿es por si te invito luego a cenar?
—¿Qué? Nooo. No lo he dicho por eso, iremos solo si este café funciona. —Y lo imito con cada sonrisa, cada mirada divertida que me echa.
No sé si lo hará queriendo, pero me gustan mucho sus comentarios, a medias y puntuales. Todavía no me dice gran cosa de él, pero por lo poco que he visto es educado, discreto y me escucha, porque no ha querido cortar mi inesperada incontinencia verbal. ¡Dios!, ¡esto es nuevo para mí! Nunca fue así antes, en las citas previas yo era quien analizaba cada respuesta del otro y buscaba un resquicio por el que colarme y dar por finalizada la conversación.
Con Álvaro no, quiero seguir riendo con él.
—Debes relajarte, mujer, estaba de broma.
—Menos mal —confieso aliviada—, ya te he dicho que no me acostumbro a estas citas rápidas.
—Quizás ese es el problema.
—¿La rapidez?
—La cita a ciegas. Piensa que ya nos presentaron, no te esfuerces en verlo como una primera vez. Solo podemos ser dos amigos tomando café. ¿Quieres que te cuente yo algo de mí?
—Estaría bien para no dejarme hablar demasiado —le contesto sin sentir demasiada vergüenza. Alex Muñoz habla hasta por los codos, tendrá que acostumbrarse.
—Hay gente que ve en eso un gran atractivo.
—¿Gente que no eres tú, por ejemplo? —pregunto a la defensiva. Quizás ya sea hora de no perder mi tiempo con él.
—Así que no bromeabas cuando dijiste que irías rápido. —Y más se ríe.
—Por lo visto tú sí lo hacías cuando dijiste que me hablarías de ti —digo cruzada de brazos esperando a que hable.
Tengo entrenamiento previo con seis hermanos mayores y un hijo de cinco años, y hasta hace dos en concreto, con un marido inútil. Este tío no va a venir ahora a reírse de mí, que me pilla de regreso, porque puedo mantener la cara seria, aunque por dentro sea otra emoción la que me domine.
Álvaro se marcha hoy de aquí y no sabrá nunca lo que me hace sentir. Me inquieta su sonrisa sexi, la que me gustaría seguir viendo a partir de esta noche.
—Tienes razón, no te hago esperar más —dice revisando en el interior de su memoria—, yo no tengo más que una hermana pequeña, a la que no se me ocurre bromear si quiero seguir viviendo.
—Me caería bien, hermana pequeña y lista —interrumpo sonriendo, como él.
—También dispongo de todo el tiempo del mundo con mi trabajo y lo más parecido a un hijo que yo tengo es mi perro de tres meses.
—¿Estás comparando la importancia de tener un hijo, con la de un cachorro animal?
Hasta aquí mi postura seria.
—¿Y por qué no?, para mí tiene toda la importancia del mundo desde que decidí adoptarlo.
—Pero ¡eso es maravilloso! —exclamo encantada mientras lo dejo sorprendido—. No alcanzo a imaginar que no se les proteja de esa manera a nuestros animales y que haya gente tan desalmada con ellos.
—Vaya, así que estoy ante una animalista.
—No al extremo de ser vegana, pero sí que me preocupo por su bienestar, ¿sabías que soy veterinaria?
—Ahora ya sí —contesta sonriendo.
—Pues alégrate, porque de haberte oído decir algo grosero de mi hijo o de tu perro te hubieras tomado mi café tú solo —amenazo sin sentido, porque sonrío al mismo tiempo.
—No, por favor, eso sí que no. ¿Soja? Me considero cafetero, y no experimento nunca con el café a menos que sea corto de leche.
No me puedo creer que todavía no haya nada de este hombre que me eche para atrás y quiera seguir sentada a su lado.
En la mayoría de las citas a ciegas que he tenido no paso de los diez minutos para darme cuenta de sus intenciones. Así fue cómo descubrí al que aceptó salir conmigo para un polvo fácil, al que quiso invitarme para que lo viesen con una mujer, y permanecer después un mes más en el armario, e incluso al que iba de padre amoroso por la vida porque ya se veía ejerciendo como tal con Lexi. Coño, ¡si hasta hubo uno que quería que yo sufragara los gastos de su negocio emprendedor! Yo, que no tengo un euro propio que no me reclame Hacienda.
Miro con disimulo su reloj de muñeca, doce minutos.
—¿Qué te parece si ambos dejamos claros ciertos términos que el otro deberá respetar? —pregunto con ganas de oírle aceptar.
—¿Algo así como elaborar un acuerdo para evitar la pérdida de tiempo en las relaciones, ahora que estamos a punto de morir a los cuarenta?
—No me vas a perdonar que hablase de eso antes, ¿verdad?
—Me ha hecho gracia, eso es todo. No soy extremadamente joven, pero tampoco soy mayor como para no conocer a una mujer con calma y sin meter la pata con ella.
Considero que hasta ahora mis preguntas han sido muy directas y que pueden espantarlo, pero sin duda son de lo más sinceras.
—Si tan fácil te resulta conocer a una mujer, ¿qué te ha traído hasta aquí entonces?, ¿qué te retiene en esa silla ya?
La mirada que cruzamos es diferente en ambos esta vez, él lo hace con ternura, y hasta puedo decir que con picardía, yo con menos delicadeza y sí mucho más descarada.
—¿Tomar café? —dice mientras mira el ajetreo de la cafetería.
—¿Ves? Para eso sería bueno llegar a consenso tú y yo —digo con ganas de reír con él.
Ya parece que recuerdo cómo se liga, las enseñanzas de inútil pasaron a la historia, porque impongo mis propias reglas del juego.
—¿Para poder gastarte bromas?
—No. —Sonrío yo—. Para que yo las entienda y pueda devolvértelas. —Y lo que llega a la mesa son nuestros cafés. Le doy las gracias al camarero y sigo—: Por ejemplo, el café.
—El que tomas con soja porque te chutas proteína, aunque también bebas leche animal porque no eres vegana.
Sonrío al comprobar que me ha estado oyendo. Creo que pocos lo hicieron antes en mis citas, por lo menos el que quería meterme mano y hacérmelo en el baño antes de salir de la cafetería, si yo se lo hubiera permitido, poco me oyó con toda la sangre de su cuerpo regando su entrepierna en vez de sus oídos.
—Ese mismo, aunque lo consideres un brebaje asqueroso —digo para que entienda que yo también lo oí a él, y lo hace, porque sonríe—. Yo necesito de dos a tres cafés diarios, y uno tiene que ser en el bar. Puedes tomarlo o no conmigo, pero no dejaré que te niegues a que yo lo haga.
Álvaro sonríe.
—Creo que lo pillo. Yo además en el bar prefiero la cerveza muy fría, y no me enfadaré si tú la quieres tomar caliente, en taza o con pan migado.
Eso es una broma. Yo también comienzo a pillarlo.
—¿Cuántos? —cuestiono riendo.
—¿Cuántos qué?, ¿bares o vasos de cerveza? —pregunta él porque se ha dado cuenta de que ya no le será fácil hacerme bromas.
—Ambos. Y para ir de bares puedes contar conmigo, solo que el horario en la clínica es una locura con las guardias y no siempre podrá ser en fin de semana.
—Yo hace años que tampoco salgo los fines de semana, descuida.
—¿Cuántos años?
—Pues no sé —dice, y sigue riendo—. El secreto está en madrugar tanto cada día como para no poder llegar a las doce de la noche despierto, por mucho que sea viernes o sábado.
He detectado una incompatibilidad entre Álvaro y yo. Soy perezosa, amo dormir, nunca me planteo madrugar sin necesidad, pero no tiene por qué darnos mayores problemas si no quiere que despierte con él.
—¿Y qué haces a esas horas? Porque yo de manera habitual duermo de madrugada.
—Soy fotógrafo, y a veces tengo que hacerlo si quiero captar buena luz.
—Espera un momento, creí que conocías a René de la obra que hacen en la bodega. —Él calla por un instante y adivino su malestar. No he querido ser entrometida—. Lo entiendo, perdona no te apures. Yo he tenido la suerte de trabajar en lo que me gusta.
Mis hermanos mayores, los que tomaron el relevo de nuestro padre en su empresa de reformas, siempre han hablado de eso, de la cantidad de gente que no es profesional de la construcción porque están de paso en ella hasta poder conseguir un trabajo mejor, uno que sea menos duro y más gratificante para la cartera. Si él es comercial es porque lo necesita, y que busque una alternativa a ser fotógrafo es de premiar y no de juzgar.
Nada. Me he precipitado. Dejo la incompatibilidad de nuevo a cero. O eso es lo que quiero ver, porque Álvaro me está gustando.
—Yo podría acompañarte en esos viajes si Lexi está en el cole o con su padre. —Y a mi propuesta, Álvaro de nuevo sonríe.
—Olvidemos el trabajo y vayamos al ocio, porque tengo varias muy buenas para eso —dice rompiendo el incómodo silencio, el mismo que nos ha permitido observarnos mientras bebíamos café—. Voy a un estreno de cine una vez al mes. Como regalo no acepto menos de dos libros al año, y hablando de viajar, jamás iré de crucero en mis vacaciones, disfruto del mar desde tierra.
—Vale, yo también puedo hacerlo —digo apoyando mis codos en la mesa para acercarme a él. Sonrío abiertamente —. Tengo televisión de pago para ver el campeonato de moto GP, sin excusas. A cambio de tus libros quiero dos perfumes de regalo al año, me irían muy bien. Si no visito el mar, yo jamás haré acampada estando de vacaciones, me gusta demasiado dormir y prefiero hacerlo en una cama.
—Puedo con ello. Mi espalda de próximo cuarentón te lo agradecerá.
—Broma —digo al tiempo que lo señalo con el índice.
Álvaro se parte de la risa.
—¿Y qué destino, en esos viajes, no estarías dispuesta a sacrificar en el acuerdo? —me pregunta cuando consigue calmarse.
—París.
—Demasiado predecible, ¿no crees? Y no digas ahora Nueva York, por favor.
—Puedes reírte todo lo que quieras, sé que iré algún día antes de morir, y bajo la torre Eiffel me darán el beso de mi vida. —Me acerco de nuevo al centro de la mesa—. Así que si no quieres ser tú quien me lo dé, te pediría por favor que te alejes y no me hagas perder el tiempo.
Me he lanzado con todo y le he guiñado un ojo, Álvaro sonríe con ternura, pero no lo reconozco agradecido al aceptar mi coqueteo. En realidad para reconocerlo tendríamos que haber pasado más de veinte minutos juntos, y no es el caso. No sé si miente.
—Yo te lo daría mejor en uno de los canales de Ámsterdam, al atardecer, mientras el río mece nuestra barca. Pero si prefieres París… quizás no sea yo el afortunado.
Demasiado cerca está él, demasiado íntimo resulta todo.
—¡Joder!—exclamo encantada con la imagen que ha metido en mi cerebro.
—Lo sé —afirma sonriendo al verme los ojos abiertos que todavía no consigo cerrar—, el cine de comedia romántica nos tiene engañados.
Nos reímos sin darnos cuenta de que nos observan a menos de medio metro, de pie junto a nuestra mesa.
—¿Si? —digo con la sonrisa todavía en mi boca. Me incómoda esa nueva mirada que no se retira de mí—. ¿Puedo ayudarte con algo?
—¿Eres Alex Muñoz?
No sé de quién se trata. Por eso miro directamente al hombre sentado conmigo. Él ha dejado de sonreír.
—Sí, lo soy —le contesto, pero yo sigo mirando a quien está a mi lado, busco una explicación.
—Soy Álvaro, siento llegar tarde.
Eso es mucho decir, no solo llega tarde, lo es demasiado para nosotros porque comienza a gustarme el otro hombre.
—No importa —miento yo, comprendiendo todo al instante.
—René te habrá dicho que soy muy puntual. Quise llegar a tiempo, pero un capullo tenía otros planes para mí. Casi me caigo de la moto por las prisas
Me levanto asustada.
—Dios mío, ¿y cómo estás? —pregunto reparando en su chaqueta de cuero, ojalá que no haya necesitado que le proteja.
—Bien, ha sido más el susto y la rabia de saber que no llegaba a la hora. Te hubiera llamado, pero René insistió en que nada de teléfonos.
—Sí, ya he decidido que mataré a René, añade eso a la lista del teléfono. —Y al decirlo miro de reojo al hombre que hasta hace unos minutos creí que era mi cita a ciegas.
—¿Te apetece que vayamos a otro lugar? Podríamos cenar. —No lo veo mal plan. Yo al menos necesito salir de aquí.
—Me gustaría mucho. Déjame pagar tu café, y el de…
Por primera vez ambos hombres cruzan la mirada. No puedo saber qué piensan, pero sí que es evidente que no es nada bueno del otro.
—No será necesario —dice el moreno sentado a la mesa. Llamarlo ya Álvaro sería un error.
—Insisto, es lo menos que puedo hacer por llegar tarde a mi cita con Alex.
Uy, ese posesivo ha sonado muy territorial. Que Álvaro no vaya por ahí, porque siendo yo el terreno a mear por estos dos machitos me lo puedo tomar muy mal.
Sí, estoy enfadada por cómo ha resultado la cita, y sí, con el moreno sobre todo porque el muy cobarde todavía no me mira.
—Ahora vuelvo —dice Álvaro.
Ya a solas, como estuvimos antes, los dos lo miramos llegar a la barra.
—Yo también me voy —dice él levantándose de la silla.
Aprovecho que todavía recoge sus cosas para hacer la mayor estupidez de mi vida después de casarme con el inútil. Lo detengo.
—¿Puedes responder a una última pregunta?
Se colocaba el abrigo cuando le he hablado, pero no parece querer marcharse sin hablar.
—Mira, Alex, tu error ha estado bien, todos eso de tu entrada, tu charla... no niego que el acuerdo ha sido divertido y que…
—Olvida todo eso. —Él me mira, puedo jurar que está enfadado también—. ¿Por qué no me sacaste del error tal como me presenté?, ¿porque me dejaste hablar sin decirme quién NO eras? —pregunto intrigada.
—Pues mira, no lo sé, no sé qué me ha pasado contigo. Estabas aquí de pie soltando todo eso de tus hermanos, tu hijo, tu trabajo y tus citas que no podía dejar de mirarte, embobado.
Miro a Álvaro que ya estará a punto de regresar.
—¿Y tampoco vas a hacer nada ahora? —pregunto inquieta.
—¿Y qué quieres que haga?, ¿le digo a Álvaro que coja su maldita moto y regrese por donde ha venido porque tú y yo estábamos a punto de besarnos?
—Nooo, eso no puedes decírselo.
—Ya me parecía a mí.
—Lo siento, tengo que salir con Álvaro —digo recogiendo mi chaqueta para irme también. Pero él me detiene por el brazo.
—¿Por qué? No todas las citas a ciegas llegan hasta el final, puedes anularla en este instante.
—No. Tú me has mentido, y yo le debo una cita a él —insisto más por mí que por Álvaro. Lo que me pasa en realidad es que tengo miedo de ese beso que he estado a punto de darle yo.
—Está bien, si piensas así, soy yo el que sobra.
La mirada que intercambiamos bien podría ser de una despedida, porque se marcha tal como llegó, dejándome perpleja, esta vez mirando la puerta que ha atravesado de salida.
Acepta mi café, y cuéntame que te parece mi cita n° 15☕️
Cortado: Un café con muy poca leche.
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