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Yo y Mi Cambio de Planes

Después de dejar a Lexi en su clase de Karate, llego puntual al Mercado del Café. Quiero que Álvaro me vea esperando en la puerta, puesto que no llegaremos a entrar esta vez. He cambiado de planes.

     Y el hombre con el que salgo, si a estas citas vespertinas con un par de besos calenturientos se le puede llamar así, no me hace esperar demasiado, es tan cronometrado como yo.

     —Vaya, vaya, Alex. —Álvaro todavía no baja de su moto, solo se ha quitado el casco, y yo me asombro de su pelo, lo tiene tan domado que sigue llevando fijador—. De todas las fantasías que he tenido contigo durante la semana, esta las supera a todas.

     —Te dije que me gustaban las motos, que entendía de ellas y que sé de lo que hablo.

     —Sí, ya… pero olvidaste decirme que tenías unos pantalones así de sexis. 

     Y otro vistazo que le echa a mis piernas, como si las diez primeras miradas, arriba y abajo, desde que me ha visto, no hubieran calentado mi cuerpo ya. Por si acaso y no me doy cuenta de sus ganas conmigo, él me coge de la mano para que me acerque a besarlo.

     Parece que el pantalón de tío le pone. Sonrío.

     —Hace frío, y si me vas a llevar en la moto… —digo con los hombros encogidos.

     —¿Y a dónde vamos? —pregunta cuando me pasa el casco de “paqueta”.

     Cuando le dije que sabía de motos, lo dije también por sus accesorios, así que me doy cuenta de que este casco no es el mismo del primer día. No digo nada para no avergonzarlo, pero sé que lo ha hecho porque me da mi sitio exclusivo junto a él.

     —¿Quieres hacerme feliz?

     —Creí que para eso tomaríamos café antes.

     Aprovecho que puedo besarlo para decirle;

     —Tus besos ya me gustan de por sí, no necesito endulzarlos.

     —Sube o no respondo. 

     Las risas, cuando me pongo el casco, todavía se nos oyen. Subo a la moto y, como le prometí, me sujeto de manera que no se sienta agobiado. Álvaro no lo permite y agarra mis manos para que las meta de nuevo en sus bolsillos sin importar que lleve hoy los guantes. Así sí, me gusta el detalle, por eso aprieto mis piernas más en sus caderas.

     El trayecto es corto, pero necesitaba hacerlo así. La sorpresa que le daré a mi hermano nos reconciliará definitivamente.

      —¿Un taller mecánico de motos? —Álvaro me habla cuando yo he bajado y piso suelo firme. Con mis manos abiertas sobre la cabeza, le muestro el edificio detrás de mí.

     —No es solo eso, es el taller “con mayúsculas” más importante de Sevilla —digo sonriendo—, y aquí tratarán a tu moto como si fuera una joya.

     —Para mí ya lo es, Alex, y no me atrae la idea de dejarla en manos desconocidas, tengo mis propios contactos.

     Me acerco mucho más a él, lo justo para echar los brazos por su cuello y acariciar su nariz con la mía. Que esté sentado aún en la moto lo hace más excitante, me coje del culo para que el contacto sea íntimo y caliente.

     —Hazla sonar, ¿sí?, y compruébalo por tí mismo. 

    Álvaro se deja persuadir por mi beso y enciende de nuevo el motor, y es cuando empuña el acelerador para abrir gas. Una, dos veces.

     Hasta que el sonido es ensordecedor. 

    Solo eso es suficiente para que Gabi salga del taller limpiando sus manos con una bayeta.

     —¿Eso que se oye es una Honda CMX? —Grita Gabi para hacerse oír por encima del ruido del motor.

     Álvaro lo apaga para bajar de la moto, al tiempo que mi hermano se acerca a nosotros, bueno más bien se acerca a la joya de la corona, la que, sin saludarme siquiera, toca, alucinado.

     —Cuidado, por favor, no hagas eso —le pide Álvaro asustado de que la pueda arañar, o algo parecido.

     —Este no sabe con quién está hablando, ¿verdad? —me pregunta Gabi, quién ya está en cuclillas admirando el color azul de la Honda.

     —Gabi, no le hables así o se lleva tu juguete —le regaño riendo.

     —¿Cómo que su juguete?,  ¡es el mío! —El otro crío, enamorado de la moto, me hace ver que es suya y no de mi hermano.

     Los presento mientras me río por la actitud infantil de ambos, consiguiendo que se den la mano, como saludo, con desconfianza en el otro. Lo dicho, son como dos niños cuando se les obliga a compartir. 

     Y entonces Álvaro me aparta de Gabi para decirme en privado:

     —Este favor me lo cobraré caro, Alex —dice fingiendo seriedad, y es que ha sonreído aunque no quisiera.

     —Contaba con ello desde que me viste el pantalón. —Y le agradezco que deje que Gabi toque su moto con un beso de anticipo al cobro de su favor. Tocarme a mí, después.

     De poder calificar ya los gruñidos de Álvaro cuando me besa excitado, este sería el primero de la lista que me pone tierna a mí.

     Media hora más tarde estoy sentada en las escaleras metálicas del taller esperando a que mi hermano y mi cita dejen de medírselas. Se acaban de conocer y todo son risas, buen rollo y colegueo entre ellos, que se cuentan batallitas de sus pollas, digo, de sus motos. Total, consiste en ver quién la tiene más grande y juguetona, ¿no?, ¿por qué no llamarlas así entonces?

     Sí, estoy aburrida, y sí, es una conversación de moteros en la que no me dejan participar. 

     Es de las pocas veces que tengo tiempo libre para estar perdiéndolo a su vez con el móvil, y si a eso le añadimos mi curiosidad por ver los seguidores que tiene el perfil de la protectora, hace ya media hora que no me despego del teléfono.

     Ya van por veinte los seguidores, y eso que tan solo he felicitado el año nuevo, algo atrasado, claro, con el logotipo que nos identifica; dos huellitas, de perro y gato respectivamente, formando un corazón amarillo. 

     Tengo mucho que aprender de las redes, he visto que muchos otros refugios tienen más difusión. Gabi tenía razón, necesitamos de alguien que sepa de esto, y no me refiero a los gemelos en concreto, sería mejor decir que lo necesito yo a él en particular.

     Miro a Álvaro que ríe por algo que mi hermano le dice, al menos está feliz. Y no puedo dejar de preguntarme si así es cómo sería de decidirme a ver a Bruno, ¿buscaría el momento en el que Álvaro estuviese entretenido, a gusto y sin que nada pudiera molestarlo para hablar con el otro sin sentirlo una traición? ¿O debería estar a solas para no lastimarlo aunque sea con la intención? Y eso que no sé si Bruno me atendería en mis necesidades cuando lo llame, hoy solo se tratan de los posts de Instagram, una charla y ya, pero ¿y cuando quiera verlo, tocarlo, sentirlo en mi piel?, ¿acudiría a mi llamada en cuanto yo se lo pidiera?

     De nada sirve que me haga estas preguntas incómodas si no marco su número de teléfono para averiguarlo. 

     El taller es tan grande que con solo mirar a Álvaro sé que puedo hablar sin que me oiga. ¿Qué mierda estoy pensando?, ¡si yo solo quiero que Brumo le haga unas fotos a los animales del refugio, no me lo quiero tirar!

     —Por fin me llamas —dice el fotógrafo, en cuestión, de lo más engreído.

    —Espera a saber antes qué quiero, ¿no? —le contesto con reservas.

     —Por lo pronto oigo tu voz, ayer fue todo muy frío con eso de los mensajes que me dejaste en visto.

     —Tenía que pensar. Pensar mucho —confieso con mi verdad. 

     Y creo que por llevarme toda la noche precisamente pensando, en los pros y en los contras de tener novio y amante, ahora es que no consigo hacerlo demasiado bien, cuando tengo a uno a la vista y el otro en el oído. Mi cabeza los identifica ya a ambos, cuando están más cerca de lo que parece.

    —¿Y pensaste mucho en mí?

     —Te lo diré dependiendo de la respuesta que me des ahora,  ¿qué estabas haciendo tú?

     Si he llamado solo para hablar con él, quiero saber qué me espera cuando tenga ganas de más, después de todo es lo único que él me dará, ¿no?, una visita inesperada que me satisfaga, eso de las charlas quedarán solo para Álvaro. Ni siquiera un café podremos tomarnos ya, porque, ¿dónde sería?, ¿en un hotel con servicio de habitaciones? 

     —¿Y si no paso tu prueba ahora, no nos veremos nunca?

     —No te tenía por un cobarde, Bruno, cuando ya te hiciste pasar por otra persona  —le reto dispuesta a saberlo de una puñetera vez, Álvaro me mira y me estoy poniendo nerviosa.

     —Y no lo soy —se defiende con voz seca—. No puedo decirte que esperaba tu llamada con el teléfono en la mano, Alex, ni que me arrepentía de lo gilipollas que soy contigo. Así que me estaba vistiendo para salir a tomar algo.

     El silencio entre ambos es inmediato. Yo miro a Álvaro que ahora le enseña a Gabi cómo él amarra el casco a la moto.

     —¿Alex?,  no me has dicho nada, ¿apruebas mi respuesta o no?

     —He pensado mucho en ti, Bruno. Mucho. Más de lo que debería teniendo a mi lado a un tío tan increíble como está resultando ser Álvaro. Pero yo tampoco soy una cobarde y quiero verte. Mañana, en el río,  junto a la taquilla de la noria turística, a las seis y media.

     He colgado, no me preguntes por qué. Lo que menos quería era saber que no iría a la cita. Y he elegido el río porque con él no me apetece café. 

     Mierda, y encima he colgado sin hablar del refugio ni de sus fotos para Instagram. 

     —¿Nos vamos?

    Miro la hora en el móvil cuando Álvaro me habla. Sí, en media hora Lexi estará a punto de salir de su clase de karate. Él,  que me ofrece la mano para irnos, me mira con ojitos risueños para hacerme sentir peor.

     Me levanto de las escaleras y me despido de Gabi. En el beso de mi hermano puedo notar que se ha preocupado de repente por mí, porque me dice con un susurro:

     —Recuerda, cariño, quien no es hermano, será mi enemigo.

     —¿Me estabas observado?

     —Siempre, ratona.

     Y mi hermano me da un abrazo que no termina de reconfortarme. 

     Al salir del taller, el frío de la calle se ha recrudecido con las horas, o eso parece sobre mi cuerpo porque de veras siento el gélido aire de la noche. Y en la moto aún es peor, no quiero pensar que se trate de viajar en ella, o de ir acompañada de Álvaro. 

     —Podría haberte dejado en el gimnasio de Lexi, no que ahora tienes que ir andando con el frío que hace.

     Hemos llegado a casa de mis padres, hoy dormimos aquí, porque después de que anoche mi madre me ordenase descansar no puedo decirle que regresaremos a casa pasadas las ocho de la tarde.

     —Si vamos juntos, Lexi…

     —... podría verte conmigo. —Acaba él por mí con un semblante serio.

     —Sí —no lo niego—, y estaría feo que viese a su madre hacer esto para despedirse de ti.

    Álvaro no tiene tiempo de reacción, he cogido las solapas de su chaqueta de cuero y lo he arrinconado contra el punto ciego del muro de la entrada al patio. Ese lugar que no se ve desde ninguna ventana o rendija de la casa, ni de mis padres ni de los vecinos. Luján hoy no bajará a fumar.

     Si Álvaro esperaba una simple despedida, lo lleva claro. 

     Desde que René estrenase este rincón por primera vez con quince años, todos los hermanos Muñoz nos hemos beneficiado de él,  fue algo así como un legado al adolescente que venía detrás para convertirlo en hombre o mujer sexualmente activo. Y que conste que pocas veces lo utilicé con el inútil, porque siendo amigo de Gabi él entraba en mi dormitorio desde el inicio de nuestro noviazgo.

     —¡Joder, Alex! —Ese gruñidito que hace Álvaro cuando siente mis manos frías por sus abdominales es mi sonido favorito ya. 

     —Llévame a tomar café mañana, por favor, mucho café. Mucho —mi voz, entrecortada por los gemidos, no es menos reveladora de mi excitación cuando sus manos amasan mis pechos bajo la cazadora de pana que llevo y despierta su erección contra mí.

     —Me gustaría, pero no puedo.

     Verdad, que me dijo que tenía reunión de trabajo hasta bien tarde y yo no podía dejar a Lexi con mi madre para verlo después.

     He atacado su cuello para que vea que no solo a él le gusta hacérmelo así, él tuerce la cabeza mientras sonríe para facilitarme el recorrido de la lengua que ya lo humedece.

     —Álvaro.

     —Dime. —Él sigue gimiendo al verse sorprendido por la misma mano,  esta vez por dentro de sus pantalones.

     —Mañana, por favor…

     —No puedo…

     Y entonces me detengo. Lo miro a los ojos y veo en su propia oscuridad que no son los ojos marrones de Bruno, y que lo único que busco con esto es que él me detenga mañana y no me deje ir al río.

     Álvaro es tan intuitivo que nota que algo me ha ocurrido. Me toma la cara entre sus manos y me besa con ternura la frente.

     —Tranquila, no hay prisa. 

     —¿Todo bien entre nosotros? —pregunto siendo de lo más falsa, porque soy yo la que está a punto de estropear el inicio de lo más bonito y sincero que he tenido nunca.

     —Uff —dice sonriendo—, si va a ser así siempre, todo muy bien contigo.

     —Llámame cuando termines la reunión. A la hora que sea, llama, por favor. —Y deseo con todas mis fuerzas que lo haga estando aún en el río y no en otro lugar con Bruno.

     —De acuerdo. 

     Y el nuevo beso, tierno, pausado y cariñoso vuelve a endulzar mi noche.

     

     —Pero ¿es que nadie va a decir nada? —la frase no puede ser dicha con más precisión al unísono por los gemelos—. ¿Cómo podéis estar tan tranquilos, ahí sentados? —dice Cruz—. Es vuestra hermana pequeña —termina Cris.

     De esta ya no me libro. Pronto tengo que tener una charla con ellos porque son los únicos que quedan por saber de Bruno, y es por eso que el resto están así de calmados, saben de mi cita con él desde esta mañana que los llamé para ponerlos al corriente. No, espera, también falta Nico, pero a él le haré una video llamada. Solo que ahora no es el momento, mis padres están a punto de llegar con Lexi, fueron a un cumpleaños de un compañero de la escuela, con él.

     Todos en el salón me miran y niegan con la cabeza porque los CC insisten en no dejarme salir sola, pero ¿por qué han tenido que madurar hoy? Esta vez no solo me reúno con mis hermanos, hasta la mujer de Gabi está sentada a su lado.      

     —CC, dejadlo ya,  Alex lo tiene decidido, no cambiará de opinión —les pide René por enésima vez.

     Antes ya se los pedí yo, que soy la implicada en todo esto, luego lo hizo Luján y Gabi, y volvió a hacerlo Luján. Y nada, que no se enteran de que saldré con Bruno sin supervisión fraternal. 

     Sola.

     —¿Alguien de vosotros lo conoce?, ¿alguien tiene algún dato que no sea: Bruno, el fotógrafo que Alex confundió en un bar, y que él se calló como un cabrón la verdad de su error? —Miro a Cris enfadada cuando escucho eso.

     —Quién además la encontró acosando por teléfono a media comunidad de veterinarios, y puede acosarla ahora a ella. —Mis ojos reclaman, enfadados, a Cruz por decir eso otro.

     —CC, escuchad —me acerco a ellos para calmarlos—. Ya no soy una niña, ¿vale? y controlo la situación. —Ahora son ellos los que niegan con la cabeza—. Además la cita será en el río, en la noria,  no es que vaya a ir a un hotel con él.

     —Ay, Alex, de verdad, ¡qué poca sensibilidad tienes a veces! —interviene Gabi poniéndose de pie junto a nosotros tres—. Nuestra hermana es una mujer adulta, eso lo tenemos claro todos, y aunque las hormonas la tengan loca,  tipo monja que acaba de abandonar el convento, —Gabi se lleva un golpe en la cabeza de mi parte—, es cierto que sabrá controlar la situación.

     Como ahora me llevo bien con Gabi, le sonrío en agradecimiento.

     —Ten conectado el móvil en todo momento —me ordena Cruz.

     —No bebas nada de lo que te ofrezca él. —Toma de ejemplo Cris con su propia orden.

     —Y arréglate un poco más, por dios, que no acabas de salir del gimnasio ahora. —Ya tardaban en decirme que no les gusta mi ropa.

     —CC, coño, ¡qué es fotógrafo!, si habiendo visto tías mejores que Alex todavía quiere salir con ella, no somos nadie para juzgar al pobre hombre.

     Amo a Gabi, eso es así, pero otra hostia que se lleva antes de sentarse con su mujer, la que está riéndose de mí.

     —Ya está bien, dejad a Alex en paz —Luján habla y me mira de arriba abajo—. Una sudadera roja hubiera sido mejor que amarilla, pero allá tú con la mala suerte.

     ¿Mala suerte, dice? De color verde me puse el otro día la chaqueta y no solo conocí a Bruno, sino que Álvaro resultó ser un hombre encantador, guapo, divertido, sensible, inteligente, exquisito en modales y con una conversación inagotable. ¡Eso sí que es mala suerte!

     Me estoy volviendo loca, es quedar con uno y no hago más que pensar en el otro, en el que no podré tener enfrente.

     —Vale —les digo a todos mientras me pongo el abrigo—. Pues como ya soy mayor, controlo mis hormonas y me he vestido para atraer a la mala suerte, no tenéis ya que preocuparos por mí.

     Ahí los dejo, alucinados con mi marcha. Al menos ya parecen acostumbrados porque no discuten sobre mis gustos en las citas, ya sean por la ropa, el sitio que he escogido para quedar o incluso por los hombres que veré.

Acepta mi café, y cuéntame qué te parece☕️

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