Álvaro y Yo
Dos días he esperado su llamada y ya no puedo más, dos días he tardado en decidirme.
Esta vez confío en haber acertado con la idea que he tenido, pero también diré que si falla mi plan, Álvaro será el único culpable, puesto que su mensaje de anoche fue el desencadenante de todo.
En lugar de nuestra cita habitual de los martes, solo recibí esto:
➡️NO QUIERO ROMPER NADA, ALEX, SOLO TRATO DE NO ROMPERME YO, PORQUE SÉ QUE ENTREGO DEMASIADO.
Mensaje leído, registrado en mi cerebro y almacenado en mi corazón con enorme peso de culpa por lo que le estaba haciendo. Mi egoísmo no me permitía pensar en él. Hasta ahora.
No he dormido demasiado, para disgusto, seguro, de mi madre y sus pautas daludables, y de ahí que me haya presentado en las Bodegas Bajo Guadalquivir, hoy al amanecer, antes de ir al trabajo, para ver a Álvaro entrar al suyo.
Esto tengo que arreglarlo, o al menos pegar los trozos de lo que haya roto.
Él aún no ha llegado, no diviso la moto en los aparcamientos, y como no tengo pase autorizado de entrada, me toca esperar en la calle junto al señor de la vigilancia.
Apoyada en mi coche, veo que el reloj no avanza, que Álvaro tardará en aparecer todavía.
—¿Quieres esperar dentro?, aún no amanece, y hace frío.
—Nacho, ¿verdad? —le digo como si pudiera olvidar su nombre.
Visto sin acritud de mi parte, parece un buen hombre. Si el sábado de la fiesta en el hotel me resultó un arrogante pretencioso, capaz de creerse que me pudiera quitar las bragas solo por mirarme, hoy no es más que una persona retraída y educada con la pareja de su compañero de trabajo. De hecho, él ya se ha encargado de hablar con el vigilante, que me permite ahora el paso.
No veo apropiado entrar al edificio con Nacho, puede pensar lo que no es y ahora mismo no estoy para aclararle a nadie mi vida privada con Álvaro y sus amigos, pero mira, el hombre está en lo cierto, tengo frío, y si dentro voy a estar mejor, por mí bien, entro con él.
Cuando le doy las gracias y lo sigo a la recepción, él se muestra de nuevo cortés conmigo.
—Allí tienes la máquina de café.
—Gracias —contesto sin moverme demasiado.
Lo siento, no iré a por un café como si hubiera venido a sociabilizar aunque me muera por tener la dosis de cafeína que mi madre me quita.
—Yo quería preguntarte algo —comienza a decir Nacho, muy avergonzado—. No sé qué sabes de mí y de Álvaro.
Hombre, dicho con palabras del propio Álvaro, sé que se comieron las babas hace un mes, a través de la boca de su mujer, y creo que esa es la versión que se puede contar para todos los públicos. Pero sonrío y se lo digo de otro modo menos agresivo:
—Tranquilo, Nacho, sé lo suficiente para entender que ambos fuisteis engañados y que tú no deberías victimizarte por ello.
—Yo no soy así de cretino —el pobre se excusa conmigo, y no tiene por qué, es con su compañero con quien tiene que hacerlo—, me vi de nuevo en una fiesta de las Bodegas, y esta vez era Álvaro el que llegaba, en el mejor momento de su relación, para remover toda mi mierda mental.
—¿Eso crees? —Está conversación ya me interesa más si va a ser una visión objetiva de la felicidad de Álvaro, puesto que yo estaba ahí, a su lado, formando parte de ella.
—Eso fue lo que me sacó de mis casillas, ¡joder!, la puta sonrisa que antes jamás le vi, ¡y parecía querer decirme tanto con ella!
—Tienes que hacerte mirar tus inseguridades, Nacho, porque a lo mejor la sonrisa de Álvaro solo fue eso, una sonrisa, y no queria que fuera un insulto, como tú crees.
—Y no era por ti, imbécil, era por mi novia. —La voz de Álvaro suena a mi espalda, y ya te digo yo que el tono con el que ha dicho “novia” no solo llega a mis oídos, sino que me atraviesa el pecho—. Porque ese día supe que no quería perderla.
—Comprendo —asegura el compañero de mi novio. Y es así cómo descubro que a mí también me gusta mucho llamarlo así—. Hasta otro momento, Alex.
—Adiós, Nacho.
He sido educada con él para ganar tiempo, el que Álvaro utiliza para ponerse delante de mí.
Unos segundos de miradas sonrientes que me obligan a hablar del porqué de mi visita.
—Déjame pegar los trozos que rompí de ti, Álvaro.
Y mi confesión hace que todas mis emociones galopen en mi pecho, al ritmo de la palabra novia. Porque eso quiero ser para él.
—Has venido —afirma Álvaro, algo que es evidente—, y eso es suficiente para mí.
Me acaricia la mejilla mientras contempla mis ojos y yo me dejo envolver por la calma de los suyos.
—Sí, he venido. Y aunque no puedo decirte todavía que he tomado una decisión, voy a luchar para que seas tú.
—Alex.
Álvaro me abraza antes de hacerme ir a su despacho, se lo he pedido yo porque las miradas de todo el que entraba me estaban poniendo nerviosa.
Los cinco departamentos comerciales y de atención al cliente que se ven, están ubicados en la segunda planta, junto a marketing y contabilidad, Álvaro me explicó, mientras subíamos en el ascensor, que dirección y recursos humanos, junto a procesamiento de pedidos e inventario, están en la primera.
—La obra de René consiste en comunicar esa primera planta con la de almacenaje y muelles de carga, mediante un puente cubierto, y en aislar los laboratorios de dicho muelle.
—Una pijada más para la que no sueltan el puto dinero.
—Ya, pero la imagen comercial está por encima de todo —dijo abriendo la puerta de su despacho, y con su mano extendida, me hizo entrar.
Ante mí hay una habitación amplia, con una mesa de reuniones mucho más pequeña de lo habitual, además de la suya de escritorio. Y completan el mobiliario las sillas y el mueble a su espalda, todo lleno de libros y carpetas de archivos. A su derecha, según se sienta a la mesa, hay una ventana por la que ya despierta el alba, en cuyo alféizar, y a través del cristal, se ve una maceta enorme de geranios en el exterior. Me dirijo a ella mientras Álvaro se quita la chaqueta de cuero y deja el casco de la moto en el mueble.
—Los blancos son mis preferidos —digo al ver sus geranios rojos.
—¿Sabías que están relacionados con el dinero? —me comenta sonriendo mientras toma asiento.
—De ahí que los tengas en tu despacho, ¿no?
—Mi madre me obligó, no echará la loto, pero bien que quiere tener fortuna a cualquier otro previo.
Tras un leve silencio, yo soy la que me arriesgo, no estoy aquí para no solucionar nada.
—Yo también estoy nerviosa, Álvaro.
—¿Ah, sí? —dice como si no me hubiese entendido.
Dejo mi chaqueta en el respaldo de una silla, frente a él, y la ocupo.
—Ahora mismo podríamos hablar durante horas de cualquier tema tonto solo para evitar hacerlo de lo importante, de nosotros dos.
—Supongo que es más fácil, y así nos garantizamos futuras conversaciones que no nos aburran —dice con una bonita sonrisa.
No he sido consciente de lo que he echado de menos esa sonrisa, estos días, aunque bien que sentí el temor de no volverla a ver. Pero ahí está, haciéndome feliz por verla.
—¿Futuras? —pregunto poniendo mis codos sobre la mesa para acercarme un poco más.
—Porque no son las de ahora.
—Ya. —Finjo que me creo su evasiva con una sonrisa muy marcada.
—Siento haberme comportado como un tío caprichoso, Alex, pero ya lo he dicho ahí abajo. —Álvaro busca mi mano y la acaricia cuando se la termino de ofrecer—. Hubo un momento de esa tarde que entendí que quería todo contigo, hasta pude vernos en ese futuro.
Nuestras palmas se unen, encontrando la medida de sus tamaños. Respiro hondo mientras sonrío, pues yo lo que entiendo es que solo se verían completas con la de Bruno junto a las nuestras.
—Me gustaría pedirte que empecemos de nuevo, Álvaro, pero además de perder un valioso tiempo, que ya tenemos ganado, ahora no puedo ir a tomar café en el mercado —digo en plan pícaro, identificando todos nuestros primeros besos.
—Solo a ti se te ocurre negociar con eso.
Lo miro, extrañada, y no es por ver su bonita sonrisa, esa precisamente se le congela en el rostro.
Álvaro no debería saber el acuerdo al que llegué con mi madre si desde el sábado nosotros no hablamos, ¿o sí, y es otro Muñoz su fuente de información?
—¿Cuál de ellos ha sido?
Me llevo los brazos al pecho y los cruzo delante de él.
—Nico. —Y tal como gesticulo por la sorpresa, él me explica—. Me llamó ayer, estuvimos hablando de ti y de mí y fue cuando me decidí a enviarte el mensaje. También me dijo que le gustaría conocerme el sábado.
Lo más probable es que haga una llamada anónima al aeropuerto de Sevilla este viernes, en el que diga que un peligroso criminal desembarca a las dos de la tarde, con nombre y apellidos de mi hermano, por jugármela así. ¿O debería mejor presentarme allí con un enorme ramo de geranios para darle las gracias, porque por ese mensaje aquí estoy?
—¿Y piensas entonces aceptar la invitación de Gabi para su cumpleaños?
—¿Tú quieres que lo haga?
No tengo ni que pensarlo. Cuando he venido a verlo ese era precisamente el motivo, acercarlo de nuevo a mí.
—Sí, puede ser bueno para retomarlo donde se quedó.
Y con eso hago feliz a Álvaro, él suspira de alivio al tiempo que me dedica su maravillosa sonrisa.
—Podemos hablarlo cenando, si prometo que tu aporte de hierro no se verá afectado, quizás tu madre te deje salir.
—Bastará con que te presentes con un regalo para ella y le prometas, mejor a mi padre, que estaré de vuelta a las doce.
—Puedo hacerlo —afirma confiando en sus cualidades de yerno ejemplar.
—Pero tendremos que dejarlo para mañana, hoy tengo guardia.
—No me importa, cuando he despertado hoy no creí que hubiera un mañana contigo.
Álvaro habla demasiado, es bueno a la hora de conquistar con las palabras, tanto que me apetece cerrarle la boca a besos.
Espera un momento, algo parecido pensé de la boca de Bruno y sus gestos, de sus facciones sexis que me seducen.
—Tengo que irme, ¿verdad? —pregunto sin querer hacerlo.
—Más que nada porque la clínica abre en veinte minutos.
Me levanto dispuesta a despedirme, bajo su mirada divertida. Obviamente no voy a irme sin mi beso, el que quiero hacerlo especial.
—¡Qué fastidio tener que llegar a la clínica y buscar aparcamiento con el tráfico que hay a esta hora!, si conociera a alguien con disponibilidad horaria en su trabajo y que tuviese una moto, llegaría a tiempo.
—¿Qué tipo de moto?, ¿te vale una Honda? —Y hace la pregunta cuando ya está de pie con las llaves en una mano.
—Gracias por ayudarme a arreglarlo, Álvaro, necesitaba saber qué sigues ahí —digo cuando me ha sujetado la cintura para besarme. Mis manos descansan en su pecho, las suyas sostienen mi cara.
—Si acabase roto, lo nuestro, siempre podemos conservar el recuerdo de nuestros pedazos.
Lo callo con un beso que contiene tantas ganas de amarnos que al menos a mí no me bastará con cenar mañana.
Mi decisión está tomada.
CONTINUARÁ...
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