Capítulo 2: Una visita peculiar
Después de cerrar la puerta a lo único que había alegrado su día. Kad caminó hacia su habitación acompañado de un Rosh bastante alegre de por fin entrar en calor. Los días lluviosos no eran su preferido y Kad solía abrigarlo cuando entraba en casa. Así hizo, colocó una pequeña camisola ideal para el animal, que muy bien aceptó. Abrió el ventanal observando el día gris frente a ella, no había cambios en el cielo, tan monocromático como lo estaba en aquella época del año.
Tomó asiento en la cama, seguida de un Rosh altivo que se abalanzó sobre ella para estar al lado de su compañera. La joven acarició al animal con la vista fija en el ventanal, con los pensamientos nublados como aquel cielo. Su mente era un cúmulo de ideas desordenadas y desbordadas sobre otras tantas. Los susurros, escalofriantes y repetidos, no la habían abordado de manera tan intensa como ese día. Siempre estaban, pero no como ese día. Volvieron.
El dolor que le provocaba tal sensación la embargó. Recorría su cuerpo como si de su sangre se tratase. Rosh a su lado, presentía los temores de su dueña. Aullaba con el dolor carraspeando su garganta mientras los gritos de la joven se hacían más fuertes.
Cayó de bruces sobre el suelo haciéndose un ovillo, callaba cada rugido de su fuero interno contra las alfombra verdosa de su habitación. Quizá estaban para hacerla sentir mal, quizás venían de algún lugar que ella desconocía. Su interior, probablemente. Aunque ya no los quería escuchar.
Los susurros, embriagantes, la estaban llevando a detestarse, nada podía con tales voces. Nada de lo que hiciera las calmaba. Rosh, presintiendo el dolor de Kad, bajó hasta su nivel y la rodeó. Frotaba su hocico contra el rostro de la joven, tratando de calmar sus temores, su dolor. Kad aunque sintiendo el deseo de su fiel amigo, no podía hacerlo. Cada voz era más estrepitosa que la anterior. Se sentía fuera de sí, embebida por los susurros, llevada a donde ellos querían que estuviera. Creía que no lograría salir de aquella franja de sufrimiento, que nada dentro de ella lograría darse el momento de luchar contra lo que la había estado lastimando. Al contrario, como una ventisca, sus fuerzas retornaron. Su voluntad, desquebrajada, ansiaba regresar, unirse, amoldarse.
Bramó tan fuerte como su gentil voz podía conferirle. Ahogó cada sentimiento en ello, cada día en que las voces se habían tomado la molestia de atormentarla. Gruñó raspando su garganta, ahogando sus cuerdas vocales en aquel sonido desgarrador. Tan intenso y estrepitoso. Por un instante, cada mueble, objeto, pertenencia, se levantaron hasta llegar al techo y, como un soplido indisciplinado, cayeron al suelo escuchándose el estridente ruido del rebote sobre el suelo.
Los susurros desaparecieron, esfumados como si nunca hubiera existidos, dejaron de corromper la mente de la joven. Abrió los ojos lentamente sintiendo un vacío a su alrededor. Incorporándose como pudo, pues sentía sus extremidades acalambradas por la posición, observó su entorno. Alborotado, de manera en que hubiera sido ultrajada, había cajones fuera de su lugar, ropa en el suelo, objetos por todo él.
El animal se encamino a la puerta, giró a ver a la chica con esperanza de que lo siguiera. Kad suele pensar que su compañero intuye sus deseos. Quizá era así, en ese instante tan solo deseaba salir de allí a como diera lugar. Abrió la puerta luego de tomar un chaleco con qué abrigarse. Saldría a dar una vuelta a donde se sintiera mejor, puede que a la tienda del Señor Nilson, un hombre mayor que trabajaba con antigüedades o quizás a la heladería de la Señora Sanaderes. Cualquiera que fuera su opción, lo creía mejor que estar en casa.
Bajó las escaleras siguiendo a Rosh, el perro veía con esperanza cada acción de su amiga, luciendo contento de salir, pues aunque no le gustaban los días lluviosos, le agradaban las largas caminatas que hacían en algunas ocasiones.
Tomó la llave de la mesita, y se dispuso a abrir la puerta principal. Al hacerlo, un hombre de ojos azules y piel pálida alzaba la mano en un puño a punto de llamar a la puerta. La sorpresa, inesperada como es, la asustó tanto que cerró la entrada sin dar chance al hombre de decir absolutamente nada.
El hombre, incrédulo por la acción de la joven, sonrió levemente. Se extrañó por cómo actuó la chica, aunque temía algo por estilo; nunca se imaginó que le cerrarían la puerta en la cara. Kad, del otro lado, tenía el corazón en un puño, cuando se dio cuenta de su educación reaccionó. Abrió inmediatamente, encontrándose nuevamente con él.
—Perdone señor, no era mi intención cerrarle la puerta en la cara, yo… —dijo con rapidez impidiéndole al sujeto entender lo que decía.
—¡Oh! Alto. Respira un poco —Kad no lo había notado. Su respiración se había suspendido, al pensarlo se obligó a tomar una gran bocanada de aire.
—Lo siento —comentó más calmada. El hombre sonrió.
—Mi nombre es Dreon Vanet —dijo extendiendo su mano. Kad la aceptó, aunque le pareció curioso tal sujeto. Era simpático, no parecía una mala persona, pero sospechaba de su aspecto. Ataviado en un gran chaleco que lo protegía del frío del día y un traje bastante incomodo de ver—. Soy amigo de tu mamá —esbozó— Anelisse y yo nos conocemos hace mucho.
—Nunca lo ha nombrado —dijo con extrañeza. Dreon se rio levemente cabeceando un poco.
—Sí, nunca he sido muy correspondido por ella —murmuró— ¿Puedo pasar? —la chica dudó. Anelisse no estaba en casa, si él supiera ello, sabría que no tendría por qué estar ahí. Más bien, debería buscarla en las oficinas de la Administración gubernamental donde en realidad trabaja.
—Mamá no está.
—Lo sé —esbozó—, pero no puedo llegar a las oficinas y es importante que sepa lo que vengo a decirle, no esperaré mucho, así que, ¿puedes recibir mi mensaje? —a pesar de que le pareció un sujeto amable, Kad tenía sus sospechas. Dudó por momentos, por un largo momento.
—No puedo dejar pasar extraños a casa.
—Me he presentado, ya no soy un extraño —contestó afable.
Rosh, inquieto, se metió por un costado entre la pierna de Kad y el marco de la puerta saliendo del lugar. El hombre se impresionó de su presencia, sonrió un poco acercándose a él. El animal, sin ton ni son, dejó que Dreon lo acariciase, algo que a Rosh parecía encantarle. Aquello le extrañó a Kad, su rostro se torció demostrándolo. Rosh no era de los que dejase ser acariciados por extraños, al contrario, les gruñía y todo aquel que se acercase tenía que poner cierta distancia de por medio.
—Qué simpático amigo tienes —exclamó Dreon viendo a la chica. Desde su ángulo, notaba la inquietud en el semblante de la joven. Se incorporó sin dejar de contemplarla—. Oye, sé que soy un desconocido, pero no pretendo hacerte nada. Y, está bien, no me dejes entrar pero quiero saber si tomarás mi mensaje ¿lo harás?
—¿Es muy importante? —inquirió ella frunciendo el entrecejo.
—Muy importante —repitió vocalizando las palabras.
—Está bien —susurró Kad dejando pasar al hombre. Dreon quedó un poco dudoso, pues no le pareció que sería fácil entrar, creía que dudaría un poco más y, tal como se dieran las cosas, haría que diera su mensaje en la entrada.
—¿Estás segura? —preguntó. La chica se extrañó por ello, aunque prontamente lo comprendió. De todas formas, si era tan importante como él decía, no debía dejarlo fuera. Las noticias importantes se hablan tras cuatro paredes con mímicas y ojos de pez. O eso le decía su madre.
Dreon, ya dentro del hogar, observó el lugar con cierto recelo. Le parecía muy bonito, acogedora e ideal para una familia. A mano izquierda podía ver una sala de estar de fineza encantadora. Se adentró en el lugar, seguido por Kad y Rosh, quienes mantenían cierta distancia. Aunque después de un momento, el perro se abalanzó sobre el hombre como si fuera un viejo amigo que volvía a ver.
—¡Rosh! —llamó Kad amonestándolo.
—Déjalo —musitó acariciando al animal—, le agrado.
—No es normal. A Rosh no le agradan las personas.
—Entonces, yo sí le agrado —exclamó sonriente—, ¿te sentarás? —la chica aún estaba de pie en la entrada. Se acomodó frente al hombre— No me temas, no te haré nada.
—Mamá nunca lo ha mencionado —el hombre resopló. Ya había escuchado eso, sabía que aunque lo hubiera dejado pasar, ella sentía cierto temor que él odiaba. No quería que le temiera, después de todo no pretendía nada.
—Entiendo que no lo haga —susurró—. Diré lo necesario y me iré, ¿de acuerdo? —ella asintió.
No entendía por qué, a pesar de su cierto temor, podía sentir un poco de tranquilidad. Serían sus ojos o la forma en que se expresa, no lo sabía. Lo único que entendía es que, temía porque deseaba saber más de ese hombre. Aunque eso era más extraño aún. Dreon abrió la boca como quien intenta decir algo y la cerró al mismo tiempo. Miró a Rosh, el perro se había quedado dormido en su regazo
— ¿Hace cuánto estuvo Mariam aquí? —preguntó con la vista fijada en Rosh.
— ¿Cómo sabe que estuvo aquí? —inquirió intrigada.
—El viento me lo dijo —resopló. Se rio por un momento—. Solo me imaginé que estuvo aquí —la chica pestañeó rápidamente. Su cuerpo estaba rígido, anclado a la silla.
— ¿No tenía algo importante qué decir? —preguntó.
— ¡Oh, sí! —sopesó por un momento viéndose acorralado por Rosh. Era un animal bastante grande, básicamente había cubierto las piernas del hombre con su pelaje blanco— ¿Has escuchado los susurros? —farfulló sin despegar la vista del animal. Kad tembló ¿Cómo podía saber de aquello? Trató de recomponerse, pero no podía evitar temer.
—No sé de qué habla.
—Son un poco molestos, ¿sabes? Sobre todo una. Es una chica muy dulce. Bueno, era muy dulce.
— ¿De qué habla? —exigió.
—Pero hay otra —esperó, como si en ese instante pudiera escucharla—, es agobiante, dolorosa, casi mortífera —arrugó el rostro con solo pensarlo. La observó— ¿También la has escuchado? —Kad se levantó del mueble con la respiración entre cortada y el miedo paseando por su columna.
Cómo aquel hombre llegó a enterarse de eso no era de su comprensión, sin embargo tampoco deseaba saberlo. Estaba aterrada, no lo dejaría pasar un minuto más.
—Si eso es a lo que ha venido, por favor retírese —murmuró.
—Yo también las escucho, Kad —esbozó levantándose. Rosh se levantó viendo la escena con extrañeza—. Son muy persuasivas, pero no quieren lastimarte.
—No sé…
—Kad —la llamó. Los ojos de la joven se fundían con el suelo. El miedo se apoderaba de ella con fuerza. Él podía saber de tales voces, pero no sabía del terror que le provocaban, ¿cómo podía decir que no deseaban lastimarla? —. Son voces del viento, Kad —la chica lo miró anonadada—. Son hermosas y solo buscan darte un mensaje, no se irán hasta que las escuches.
—Llevó meses escuchándolas —él negó.
—No de la manera en que deban ser escuchadas. Has oído murmullos, susurros, palabras ininteligibles —dijo expectante—. Llévalas al aire libre cuando las oigas venir, dales el soplo que se merecen y entonces, solo entonces, las podrás escuchar —espetó ensimismado en ello. Se irguió y movió hasta la salida—. Ese era mi mensaje —sonrió. La chica lo observó intrigada, pero sin palabras, aquello resultaba más insólito de lo que creía y veía. El hombre hizo una leve reverencia. Se llevó los cuatro dedos a los labios y luego al corazón. Luego de ello, salió de la casa.
Cerró la puerta detrás de sí con una sonrisa en sus labios. Pueda que ella no hiciera caso de sus palabras o que tomara aquello como un día inusual, fuera de lo pensado, algo similar a un sueño. No lo sabía, pero quería creer que ella haría justo lo que él decía. Se alejaría de las edificaciones, de la ciudad de concreto y al aire, podría escucharlas. Con ello en mente, se desvaneció en el aire. Justo Kad abría la puerta, tenía dudas, preguntas, cosas que saber y él desapareció a su vista.
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Mariam caminaba por la fría porcelana con rapidez, el taconeo desmedido se podía escuchar en todo el lugar. Por lo general evitaba ello, pues le parecía descortés hacer tanto ruido, pero no era el caso. Lo que tenía que decir era más importante que la cortesía o la educación, las palabras atascadas en su garganta, violentas, necesitaban ser escuchadas o de lo contrario rompería su interior. Durante su viaje había guardado compostura solo por su compañero. Syras necesitaba de alguien que le diera ánimos y el valor necesario para soportar lo siguiente, aunque eso no distaba mucho de ella, también temía. Tenía pánico y, aunque esperó, ya no podía más.
Naím era un hombre de larga cabellera plateada y ojos dorados. Su rostro perfectamente marmóreo tenía pintado en su mejilla en tono gris una delgada línea debajo de su parpado inferior, bajaba hasta la comisura de su labio y retornaba como un remolino. Estaba en el cruce de pasillos. Uno tan largo como el horizonte, blanco como la nieve, frío como ella y duro como la piedra. Hileras emergían sobre ello en forma de arcos, hasta cierto punto, donde lianas de porcelana empezaban a tejerse por sobre muros y dejaban el aire fluir. En aquel cruce, cuatro de ellas se erguían mostrando una empuñadura atascada en su interior. Frente a Naím, un pasillo terminaba en varios arcos dispuestos alrededor de una fuente donde el filo de una espada se mantenía en el aire. De un color rosa pálido, coloreaba los arcos a su alrededor.
El hombre contemplaba tal arma con recelo. Aquello era lo único que había quedado de una larga lucha y la única que, dado el momento, podría ayudarles a afrontar lo que se avecinaba.
—Es increíble que después de tanto tiempo, siga tan impenetrable como el primer día en que apareció —comentó el hombre sin despegar la vista del arma. Mariam observó a Naím y luego a la espada. No tenía dudas de las palabras del hombre, de hecho, le parecía tan hermosa y frágil que no entendía cómo seguía viéndose tan perfecta.
—No deja de ser hermosa —agregó Mariam. Su cabellera había crecido unos centímetros más. Las vestimentas se habían cambiado por un largo vestido, sellado sobre su cintura en un cinturón azul de cuero y un chaleco tan largo como su vestido, con lianas dispersas en la parte inferior, encaminadas a la parte superior—. Señor…
— ¿Cómo está Lanserys? —inquirió con voz neutral. Mariam respiró hondo, lo que su voz callaba era importante, tanto que no sabía cómo decirlo ni en qué manera pudiera ser más llevadero. Ninguno en ese lugar quería escuchar lo obvio, era demasiado para soportar pero tenía en cuenta que debían estar preparados.
—Ahogada —soltó. Sabía que Naím aceptaría su informe sin importar cómo estuviera redactado en su mente—, Bellua ha tragado el agua hasta volverse gotas, es como si la hubiera envuelto y ahora no es agua lo que toca las profundidades —sentía temor. Él le confirió una mirada amable—. Señor —negó con el miedo recorriendo su cuerpo. Se tomó de los hombros antes de soltar cada palabra que ahora ansiaban por salir de su jaula—, Iraldí está presa en Lanserys, me temo que muchos de los suyos igual y otros más, posiblemente estén muertos —él asintió. Lo esperaba, aunque no lo deseaba, comprendía que las posibilidades apuntaban a esa realidad.
— ¿Qué hay de Rankley?
—Nada, no he podido verlo. Uno de sus ayudantes dijo que se movilizó al norte. Muchos de los suyos quedaron presos en las profundidades cuando eso apareció —Naím depositó su mirada sobre la mujer a su lado. Podía sentir sus temores, algo que le preocupaba.
Mariam siempre había demostrado seguridad y entereza aún en los momentos más difíciles, sin embargo aquella no era la ocasión. La veía tan frágil como había visto a los ssaimans de Velurem.
—Mariam, no podemos engañarnos. Esto va más allá de nuestra imaginación —resopló—. Incluso yo no sé cómo enfrentarme a ello. Temo como cada vaennsy y oro a Oris cada noche —murmuró—. No puedo pedirle a los míos que no teman si yo también lo hago —comentó.
—Usted no tiene por qué temer, mi Señor, Naím. Pero yo no solo temo por eso —cabizbaja rememoraba el día al lado de su nieta—. Mi familia está en Terram, ignorantes, aún no saben lo que se avecina.
— ¿Qué dice el ministro de Terram? —preguntó alejándose del cruce. Mariam caminaba a su lado tratando de incorporarse. Entendía las palabras de Naím y eran ciertas. Estando en los altos cargos, no podía darse el lujo de temer.
—Creen que es algo que salió mal con algún tonto proyecto —Naím bufó.
—Es mejor que no lo sepan, solo crearían caos entre los suyos —contestó el hombre meditando ello.
Le otorgó una mirada segura a la fémina. El tiempo parecía hacerse más corto para él, no obstante había mucho por hacer. Comprendía a la perfección el sentimiento de aquella mujer. Desde que Anelisse se marchó, habían tenido reiteradas conversaciones donde Mariam exponía su descontento y como podía, él buscaba darle la tranquilidad que necesitaba. Aunque esa no era la ocasión, sus consejos y pensamientos nada valían contra el peligro que caminaba por Terram.
—Naím —llamó Mariam. El hombre apretó su hombro como consolación.
—Él hará lo necesario.
La entrada a una pequeña cúpula se abría ante ellos dos otorgándole el paso a Naím. Después de que entrase, se sellaron con suavidad. Lo que estaba detrás era algo que nadie sabía. Ningún vaennsy tenía la autoridad de entrar, ni siquiera ella. Tampoco sabía lo que hacían en tal lugar, sin embargo nada de eso era relevante. Se devolvió por el mismo camino buscando una manera de ocultar sus temores, ante Naím podía mostrarse tan frágil y débil como era y él, aun aceptándolo siempre le pedía seguridad con el único motivo de que pudiera enfrentarse a lo que estaba detrás de las puertas del reino. El pueblo.
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Los audífonos en los oídos de Kad trataban por acallar las voces. Pronto se harían más fuertes. Lo sabía. Por lo que, antes de que fuese insoportable escucharlas, prefería ahogarlas en el resonar de una melodía —aunque no sirviera de nada—. Anelisse abrió la puerta de la habitación, encontrándola sentada en el suelo con la vista fijada en su cama. Caminó hasta verse frente a ella torciendo el gesto. Había visto esa actitud en innumerables ocasiones, unas veces más preocupantes que otras y aun cuando preguntase, no obtenía respuesta alguna.
—Kad —la llamó. Se sentó en la cama esperando a que la joven girase a mirarla. Lo hizo segundos después, aunque su expresión no había cambiado un ápice. Lucía distraída, ensimismada en sus pensamientos a tal punto de dispersarse dentro de ella. La chica se sacó los audífonos para escucharla, aunque no había dicho palabra alguna, más que su nombre— ¿Te encuentras bien? —preguntó. Ella asintió. Anelisse se irguió caminando hacia la puerta, luego de invitarla a bajar cerró la puerta detrás de sí, dejando a Kad en su mundo.
Si bien sentía temor por aquellas voces, la llegada de ese hombre la consternó aún más. Sobre todo porque sabía más de lo que sus familiares conocían.
La joven vislumbró a su madre sirviendo platos llenos de comida: carnes, pan y verduras. No era precisamente un banquete, solo lo necesario para llenar el estómago. Tomó asiento frente a ella, quien después de repartir todo suspiraba con cansancio. Kad no sentía apetito, de hecho su mente viajaba cual navío por el mar de los pensamientos, por lo que poco o nada deseaba probar bocado. Al contrario de Anelisse, luego de una leve pausa de orar a sus dioses, procedió a comer. Levantó la vista contemplando a su hija. Inmóvil, tal parecía una estatua sentada en la silla.
—Puedes siquiera intentar comer —murmuró cortando trozos de comida. La chica hizo caso de la petición, después de todo, al cabo de un rato tendría hambre, ¿por qué no comer? — ¿Cómo la pasaste con tu abuela? —inquirió sin querer saber. Lo imaginaba, los días al lado de Mariam eran mejores para Kad que ella en su lugar.
—Muy bien —contestó Kad observándola—, probablemente venga más seguido —la mujer pasó una servilleta de tela sobre sus labios, frunció el ceño y la observó.
—¿Probablemente?
—Se lo he pedido —comentó—. Dijo que lo intentaría, espero no haya problemas.
—Es tu abuela, puede verte cuando quiera —masculló Anelisse tratando de no darle importancia a la situación.
—Bien —farfulló en tono neutral.
—Podrías ser más condescendiente y preguntarme cómo estuvo el trabajo —la chica resopló. Estaba consciente de que las preguntas de su progenitora tenían un trasfondo. Desde hace tiempo disfrutaba de la compañía de quien fuera su abuela y no de ella, incluso se atrevió a decirle un par de secretos que ni siquiera sus amistades saben. Entendía que la frustración de su madre había regresado con todo y maletas. Respiró hondo.
—Estuviste todo el día en la oficina del Sr. Colt, porque te pidió exclusivamente para un trabajo en concreto o por solo molestar. Tuviste que desarrollar cualquier número de informes porque quienes lo hacen, carecen de la capacidad de entender las letras. Dejaste el almuerzo a medias, porque seguramente fuiste llamada por tu jefe para tomar apunte de algo supremamente importante, y que no le ves sentido. Te has enterado de algo grave, siempre te enteras de algo grave —acotó—. Dejaste al personal haciendo un trabajo que probablemente no sean capaz de cumplir y debas hacerlo por ti misma mañana ¿Puedo retirarme? —preguntó finalmente viendo a Anelisse. La mujer asintió luego de cerrar la mandíbula y tragar cada gramo de sus sentimientos en ello.
Lanzó el ultimo suspiró que podía quedarle atragantado en su garganta. Llevándose las manos a la cabeza meditaba cada acto y palabra que había cruzado con su hija. Odiaba esa sensación, el solo ser una cuidadora y no una amiga, pero cada vez que intentaba acercarse a su hija, muros de concreto la rodeaban. Sentía cierta envidia de su propia madre, sin mucho que hacer, podía atravesar las barreras de la chica y ella, queriéndolo, le permitía entrar.
Cuando la oscuridad se volvió inmensa en el cielo, Kad lo supo. Y, aun cuando temía por ser descubierta, trataría de hacer lo que aquel hombre le sugirió. Se lanzaba frases de lunática por seguir la recomendación de un desconocido, más aun por no preguntar quién era él y de dónde lo había conocido su madre. Aunque ya estaba preparada, tomó un suéter, cazadora y bufanda. La noche era más fría que el día. Abrió la ventana por donde, si tenía suerte, escaparía e iría a los bosques. Contaba con la suerte de que no estaban muy lejos. De hecho una caminata ligera acompañada de Rosh siempre la llevaba allí.
Escudriñó la distancia que había entre su ventana y el suelo. Tejas de tono azul se colocaban en forma diagonal y se reunían con un árbol joven. Usaría aquello como la vía de escape, era más seguro que dar saltos por ahí. Además, aunque fuera atlética, su sentido de seguridad se alarmaba con solo pensarlo.
Bajó hasta verse en el linde del techo, justo en frente se disponían gruesas ramas de las que se aferró. En el suelo, su amigo observaba expectante las acciones de Kad. La chica se aferró a la rama y movilizó hasta verse en el tronco. Le extrañaba no haber caído y se odió por pensar aquello. Justo en ese instante sus manos empezaron a resbalar por el tronco, aún aferrada intentaba con todas sus fuerzas mantenerse unida al joven árbol sin conseguirlo. Cayó de bruces sobre el húmedo suelo creando punzadas de dolor sobre su cuerpo. Se quejó por momentos pensando en la tontería que acababa de hacer, aunque se alegraba de saber que todas sus extremidades estaban completas, pueda que, su caída no haya sido tan peligrosa.
Levantada, se hizo de su voluntad y lo poco de valor que tenía para andar hacia los bosques. Rosh no perdía de vista a su compañera y esta, sabiendo de la buena nariz del animal, lo seguía cual guía turística. Conocía muy bien el camino a los bosques, sin embargo la espesura de la noche jugaba en su contra y en tal caso, era preferible contar con Rosh que con su sentido de la orientación.
El camino, aun cuando era largo, se vio minimizado, pues sus pasos eran rápidos y certeros. Cuando estuvieron dentro, la joven se lanzó a la grama sintiendo el aroma de las hojas, del viento y de sí misma. No sabía que tan peligrosa era estar en aquel lugar a altas horas de la noche, no obstante tampoco quería saberlo. Preparada para lo que fuera, se sentó con la vista al horizonte —aunque no veía nada en concreto—, dejó que el aire fluyera por sus pulmones como si le hubiera sido imposible obtenerlo durante su camino hacia el lugar.
Dudó un poco de lo que hacía. Estaba en el lugar por creer en un hombre del que, a menos que preguntase a su madre, no sabía absolutamente nada. Además, durante su travesía las voces habían estado ausentes, ¿sería solo alucinaciones? Si lo eran, tales alucinaciones le habían creado momentos de interminable angustia. Aun así decidió callar su temor y en pro de saber si el consejo de Dreon resultaría, aguardó. Respiro hondo varias veces. Nada sucedía.
El animal, inquieto, caminaba a su lado de manera en que se notaba su preocupación. La chica lo acercó hacia ella, acarició su hocico y le depositó un suave beso entre sus ojos. Entendía a su compañero, ella también lo estaba y, posiblemente lo estaba el doble, pero no se iría del lugar hasta que sucediera una de las dos posibilidades: desmentir a Dreon Vanet o liberar las voces.
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