XVIII
Querido Marcus:
Nos alegra haber recibido noticias tuyas, recibimos la visita de algunos Omegas cuando se desveló la identidad de mi madre en las noticias, agradecemos de corazón que nos hayas informado personalmente de esta pérdida y sentimos mucho no haber podido establecer contacto antes. No sabíamos si recibirías el mensaje, te hemos seguido la pista en alguna ocasión pero la perdimos en Nueva York, nos ha sido imposible contactarte.
No podemos decirte dónde estamos actualmente, tenemos mucha gente detrás y lo que nos traemos entre manos es importante. Hemos encontrado pistas sobre la daga Bashmelek que nos han llevado hasta estar cerca de conseguirla, sin embargo hemos llegado a un punto desde el que no podemos salir, la daga ahora debe pasar a ser responsabilidad vuestra mientras nosotros seguimos las pequeños caminos que nuestra investigación ha abierto sin quererlo.
Hemos descubierto que la daga se encuentra en el castillo de uno de los antiguos celestes, en Reino Unido, desconocemos si se trata del de Aslan o el de Edmond pero tal vez puedas encontrarlo en tu diario, seguiremos en contacto contigo.
Con cariño
McKenna y Alan
Marcus sintió verdadero alivio por primera vez en varias semanas, dejó el portátil sobre la mesa y por unos instantes se permitió respirar con calma de verdad, sin sentir las presiones que llevaban invadiéndolo durante días.
Le preocupaban McKenna y Alan y había llegado a un punto demencial en el que difícilmente podía tomarse un pequeño respiro, además de que su encuentro con el Sol no había ayudado precisamente a relajarlo. El hecho de haber contactado con ellos y que además supieran algo de la daga, no era más que un plus, algo que tenía claro que inevitablemente debía notificarle a Arthur y Altair pero no sentía ganas de hacerlo en ese momento.
Dejó el teléfono encima de la mesita de noche para mirar el techo de su habitación, era de noche y no podía dormir, sentía aquel vacío que había sentido cuando pensaba que iba a morir, el vacío de no haber sido suficiente, de no haber vivido suficiente y entonces se acordó de ella. Recordó como Leseath se negaba a unirse a ellos alegando que quería una vida en la que vivir según sus deseos, donde quería cumplir las metas que se había propuesto. Ahora en el silencio de la noche reflexionaba sobre si las metas que él mismo se había impuesto eran suyas de verdad o de alguien más. Pensó en lo estúpido y egoísta que fue, en como creyó que la mala de la historia era ella solo por querer vivir a su manera, quizás ella moriría pronto también, no era segura la forma en la que arriesgaban su vida. Y pensó, que por su culpa, si ella moría, moriría con el mismo vacío que experimentó él, porque por cumplir su misión, le impuso como habían hecho con él, los sueños y metas de otros. Ella no sería la chica que comienza la universidad en la ciudad de sus sueños, hace amigos y disfruta cada momento, por él, ahora ella sería la chica que huye con un grupo de extraños de ciudad en ciudad sin saber si va a haber un mañana.
Pensó también en Skylar e Isaac, en sí mismo, preguntándose si haciendo todo eso, estaban salvándose de verdad o solo acercándose como polillas a la luz a un inevitable final. No se sentía como un héroe, no había sido capaz de protegerse a sí mismo, tampoco a Skylar. Había tenido miedo y no había sabido manejar la situación.
Marcus se cansó del sentimiento de angustia que le comenzaba a aturdir, apretando su pecho, haciendo que cada bocanada de aire costara más y más de respirar. Se levantó para ir a la cocina a por un vaso de agua, tratando de hacer el menor ruido posible para no despertar a sus compañeros.
— Veo que tú tampoco puedes dormir —. Dijo una voz a sus espaldas, una voz de alguien que conocía bastante bien y que ocupaba algunas veces su cabeza —. Aunque dudo que sea por el calor. Eso os gusta ¿no? A los signos de fuego y todo eso.
Leseath pasó por su lado sin esperar a que él se girara a verla, vestía con una camiseta vieja mucho más grande que ella que solía usar como pijama e iba descalza, abrió la nevera y se detuvo unos segundos sin coger nada de ahí, refrescándose con el aire fresco antes de sacar una Coca Cola de la nevera.
— ¿Quieres una? — Su voz volvió a perturbar el silencio, mientras giraba un poco la cabeza para verle, fijando sus ojos que casi parecían oscuros debido a esas horas de noche.
Se sentaron juntos en el sofá, cada uno con una lata en la mano, de nuevo en un silencio cómodo donde no era necesario hablar, aunque Marcus sentía que quería decirle muchas más cosas de las que sería capaz de admitir, dónde la que más le avergonzaba se le atascaba en la garganta, con ganas de salir, hasta que fue capaz de soltarla.
— Lo siento —. Susurró en voz alta mirando al frente con un gesto pensativo. Ella giró la cabeza hacia él sin saber a qué venía eso, ni lo aliviado que Marcus se sintió al soltar aquellas dos palabras —. Siento haberte metido en esto. Sé que no era lo que querías.
Leseath se quedó callada apenas unos segundos mientras dejaba la lata en el suelo y subía los pies al sofá para poder hablar con el mejor y centrarse en él.
— Creo que no hay nada que perdonar —. Su voz se notaba sincera, hasta ligeramente sorprendida, jamás hubiera esperado una disculpa de él, al menos, no por haberle salvado la vida —. Me parece que estaba equivocada, yo solo estaba pensando en mí, no os conocía, sabía que me necesitabáis, pero, no me importaba. Ahora no me imagino que algo malo os haya pasado por mi culpa.
— Entonces ninguno de los dos lo estaba haciendo bien —. Marcus la miró, centrando toda su atención en su rostro, quedándose con cada rasgo que tenía, sus ojos, sus pestañas, sus labios —. Me parece normal que quisieras disfrutar de la vida, de vivir como te diera la gana, después de todo, el tiempo es corto ¿no? ¿Y si morimos mañana? He visto mi vida pasar delante de mis ojos como cuentan en las malditas películas y no he sentido nada de lo que sentirme orgulloso, nada que me haga levantar la cabeza y pensar que he muerto por algo, nada.
— Creo que ese es mi peor miedo ¿Sabes? —Leseath sonrío, de esa forma en la que sonríe la gente cuando está muerta de miedo, cuando se enfrenta a una situación que no puede controlar —. Tenía muchas, en serio, Marcus, muchas cosas que me hubiera gustado hacer y que yo sola me he negado porque ya sabía que iba a morir joven. Así que, me propuse disfrutar de cada minuto, quise hacer planes a corto plazo sabiendo que no iba a ser capaz de cumplir planes que me incluyeran a mi con 40 años o así. Uno de mis sueños de vida frustrados es el de casarme, tener una familia, no sería capaz de hacerle algo así a alguien. No podría casarme y saber que llegaría un momento en el que yo ya no estaría y que dejaría corazones rotos allá por donde fuera, por eso no me gustan las ataduras, de esa forma nadie me echaría de menos.
— Cualquier persona que haya tenido el placer de conocerte te echaría de menos —. Marcus puso la mano sobre el hombro de Leseath antes de atraerla hacía él, queriendo hacerla sentir mejor, sabiendo lo que sentía a la perfección —. Ya está bien de ser distante con la gente, yo mismo me decía lo mismo cuando pasé un tiempo sin hablar con mi familia, pensaba que de esa forma no llorarían cuando faltara, que no me echarían de menos porque ya habrían aprendido a vivir sin mi en sus vidas. Ignoraba el daño que eso me estaba haciendo a mi.
— ¿Y qué es lo que propones, soldado? —Ella se recostó un poco sobre él, sintiéndose mejor de ver que no era la única con miedo, sabía que Isaac era más abierto con esas cosas, con todo lo que sentía, pero ver cómo alguien tan entero como Marcus era capaz de sentirse igual, le hizo sentir que no estaba tan fuera de lugar como creía.
— Algo sencillo y a la vez no —. Exhaló con suavidad dejando que el aire abandonara sus pulmones lentamente—. Simplemente debemos vivir, da igual que no nos dé tiempo a todo, al menos no podrán decir de nosotros que no lo intentamos.
— Debo admitir que me gusta este cambio que has experimentado —. Leseath soltó una pequeña risa que logró alegrar un poco el ambiente, además de sus sentimientos.
Inglaterra, Londres
— Sí, ya he llegado a casa —. Dijo Arthur por teléfono mientras entraba a su habitación después de pasar semanas fuera de su hogar. Al otro lado del teléfono su madre no paraba de atosigarlo con las cosas que debía hacer a su regreso. El hijo de cáncer solo pudo rodar los ojos, no había ni dejado la maleta en el suelo y ya tenía más tareas de las que tuvo durante su estancia en el monasterio.
— ¿Me estás oyendo? —. La voz de su madre le sacó de sus pensamientos, su mente solo podía regresar una y otra vez a aquella mujer que no pudo salvar, sentía que no estaba preparado para tal misión a pesar del tiempo que habían invertido en hacerle alguien de provecho, alguien como su hermano Killian. Sabía que nunca sería como él, pero todos confiaban ciegamente en que sí, en que en algún momento dejaría de ser él mismo para convertirse en el hombre que había llenado de orgullo al monasterio años atrás.
— Si, perdón, dices que vaya a por los mellizos a casa de la tía Kathie —. Dijo repitiendo aquello que había oído de refilón, esperando que su madre se diera satisfecha con aquello, pero solo suspiró, un suspiro que muchos le dedicaban, como si solo le tomaran por un niño al que le faltaba madurar.
— Y que te quedes allí, me han informado de que en América han habido problemas graves, te lo contaré todo cuando vaya a por vosotros hoy en la noche, ni se te ocurra ir solo a ningún lugar —. Su madre sonaba preocupada, pocas cosas solían cambiar el alegre humor de Ashley O’donnell. Él decidió tomarse la advertencia en serio ya que el recuerdo de lo que le había pasado a Agnes le volvió a la cabeza, no estaba dispuesto a ser el siguiente.
— Sí, me llevaré a Xavier —. Trató de usar un tono suave y despreocupado sin querer que su madre continuara con sus mil y una advertencias, él realmente ya se las sabía, siempre se las habían dicho, después de todo era un celeste —. Espero que te vaya bien en el rodaje, te quiero.
— Y yo a ti —. Fue lo último que oyó antes de cortar la llamada, queriendo que su madre continuara con su trabajo antes de que el director la riñera por usar tanto el teléfono en el set.
Miró a su alrededor pensando en el momento que tuviera que volver a marcharse de su hogar, quizás para siempre y sintió que no estaba preparado para ese momento. Bajó las escaleras con pesadez para descubrir a Xavier de pie al lado de la encimera tomándose un café, al verle el hombre se puso erguido y se aclaró la garganta.
— Ashley dice que vayamos cuanto antes —. La voz grave de Xavier resonó por la vacía cocina de mármol blanco, nadie la usaba si no era para preparar un café, casi nunca estaban en casa.
Él asintió y emprendió el camino a casa de su tía que era el lugar que más frecuentaba gracias a que el trabajo de sus padres los obligaba constantemente a viajar, eso y que no se fiaban ni de él ni de ningún tipo de niñera para encargarse de él o sus hermanos menores.
Observó en silencio el camino, Xavier no era un gran hablador, muchas veces si no fuera porque medía metro noventa no se daría cuenta de que estaba ahí. Le había cuidado desde pequeño, aunque no había sufrido ataques al menos durante su infancia, pero una ahora había cumplido recientemente los 16 y sabía que sería mucho más fácil localizarlo, dar con él por parte de los Omegas, por lo cual, había asumido que no iban a tardar mucho en hacer que su estancia en el monasterio fuera permanente. Esperaba que su familia pudiera seguir con lo que ellos consideraban una vida normal, pero suponía que como siempre, su condición los arrastraría.
— ¿Sabes cuándo iré a Milán de nuevo? — jugueteó con sus manos de forma inconsciente como hacía cada vez que se encontraba nervioso.
— Posiblemente en unos meses —. Respondió Xavier de forma escueta y seca, si el hijo de cáncer no le conociera podría decir que estaba de mal humor, pero él simplemente era así, seco —. Tus padres no han hablado mucho del tema, van a intentar alargarlo lo máximo posible, ya lo sabes.
— Aunque eso suponga un problema para ellos —. Comentó en voz alta en un tono agrio, pensando que no debería siquiera haber dejado Italia, era lo mejor para todos, había oído de los ataques que habían sufrido sus compañeros, tanto en Europa como en Estados Unidos.
— No eres un problema, Arthur —. Xavier no apartó los ojos de la carretera pero trató de suavizar su voz sin lograrlo demasiado. Arthur no supo ver si esa era una respuesta que le había nacido decir o simplemente estaba predeterminada en su sistema como parte de su trabajo de niñera.
— Bueno, que ellos me quieran no quiere decir que no sea un problema —. Se encogió de hombros, sin entenderse, le daba miedo estar alejado de su familia, pero a la vez, estar cerca de ellos no le gustaba, sentía que eso podría llegar a causar consecuencias fatales y ninguna de las dos opciones le gustaban, simplemente quería ser como sus compañeros de clase y preocuparse por cosas más normales como estar un viernes noche en la calle con sus amigos.
En ese momento el teléfono vibró en su bolsillo derecho, interrumpiendo totalmente la conversación de Arthur y aturdiéndolo un poco, su tono de llamada no tardó demasiado en comenzar a sonar, llenando el coche con su melodía a todo volumen que sonó con insistencia durante los instantes que Arthur se demoró en coger el teléfono.
Observó la pantalla y al poco descolgó, la foto de Marcus se apoderó de su teléfono y pocos segundos después lo hizo su rostro en vivo y en directo mediante una videollamada, lucía animado, muy distinto a cómo había lucido la última vez que lo vio de camino a Olympia.
—Tengo muy buenas noticias— el hijo de Aries habló nada más se topó con el rostro de Arthur en la pantalla de su ordenador y le dedicó una pequeña sonrisa que incluso llegó a sorprenderlo, pues estaba acostumbrado a la seriedad o incluso al enfado viniendo del hijo de Aries. Su pelo estaba revuelto y de fondo podía observar su cama deshecha, sin Isaac o Skylar cerca, aunque sí con algunos mechones pelirrojos extendidos cerca de la zona de la cama que alcanzaba a ver, sin poder fijarse en mucho más por el ángulo de la cámara. —He logrado contactar con Alan y Mckenna Grace gracias a los datos que encontramos en Olympia, tienen información sobre la daga Bashmelek y aunque he tenido que buscar y rebuscar en el diario, y aún estoy en ello, he de decir, me han dicho que la daga se encuentra en el castillo de uno de los antiguos celestes, por lo que he leído creo con bastante firmeza que se trata de Aslan.
—Entonces sugieres que yo me encargue, ¿O me equivoco?— la ceja alzada que mostró Arthur al mirar la cámara frontal dejaba bien claro que la poca información que le habían dado no le hacía gracia alguna, sin embargo, permitió que su compañero continuase hablando.
—Por lo que he leído no se entendía demasiado bien la ubicación, se que fueron Einar y Katherine quienes lo ocultaron y se menciona el lugar donde Aslan desposó a Kristen, y aunque logro ubicar ese lugar en la antigüedad dudo que ahora mismo siga existiendo, estaba lleno de flores y se encontraba en Inglaterra, había agua cerca y me suena que estaba en un bosque, se sentía como un lugar mágico, no conozco los castillos que poseía Aslan pero supongo que en Gran Bretaña debe estar registrado en algún lugar. —Comentó el hijo de Aries asemejando esos hechos más a un recuerdo que a algo que hubiera podido leer. Arthur lo observó con extrañeza, sin entender muy bien cómo poseía esa información, eso que más que algo que hubiera podido leer parecía algo que hubiera visto con sus propios ojos, y por unos instantes recordó las visiones que tenía en ocasiones, las visiones de aquella mujer india que muchas veces aparecía en sus sueños y parecía acariciar su mejilla, aunque tenía claro que no era la suya, parecía el recuerdo de otra persona, de alguien a quien Arthur conocía muy bien, parecía un recuerdo de Killian, el último celeste de Cáncer antes de Arthur.
—Bashshâr asistió a la boda, creo que se trataba del castillo de Warwick, cada año hay una fiesta en honor a dos amantes que por el amor que se profesaban rompieron con la sociedad estamental y se casaron aunque ella no fuera noble, gracias a la religión Signa y a los registros sabemos que ese festival lo organizó Katherine Lancaster hace muchos años en honor a sus padres, el día es el aniversario de su boda así que es probable que el lugar también lo sea, lo confirmaré con Bashshâr— dijo Arthur rápidamente mientras pasaba la mano por su pelo con el nerviosismo que cualquiera que acabara de descifrar dónde está la daga que podría salvarle la vida tendría. —Debemos organizar una misión.
—Nos urge, no tengo claro que los Omegas no puedan tener esta misma información y salvo los detalles del diario de que estaba oculta donde ellos se habían casado... Es bastante posible que puedan llegar a varias conclusiones siguiendo los pasos que han seguido los Grace. —Lo apremió Marcus con la misma urgencia que él mismo tenía, muy distinta a la calma que había tenido esa mañana cuando había eludido sus responsabilidades para salir con Leseath, pero viéndose contagiado por la tensión que Arthur parecía mostrar.
—Yo me encargaré de todo, cuéntame lo que averigües del tema, te estaré informando. —Asintió Arthur con una solemnidad más propia de un hombre que de un chico que acababa de cumplir los dieciséis, dejando que su compañero de América colgase el teléfono y lo dejase nuevamente sólo con Xavier.
—Para un momento en el centro comercial, necesito un café— suspiró el chico frustrado, sabiendo que pese a su corta edad debía seguir lidiando con problemas que según sentía, le venían grandes.
—Ashley ha dicho...—Xavier trató de protestar, pero sin embargo, el hijo de Cáncer lo cortó con firmeza antes de que pudiera hacerlo.
—Por favor, será nuestro secreto.
El centro comercial estaba a rebosar aquella tarde, la gente se arremolinaba en las tiendas en busca de algo nuevo en las rebajas o de algo que picar en los restaurantes, Cristal en cambio, simplemente reía sentada cerca de la fuente de chorros que solía salpicar si te acercabas demasiado.
Necesitaba relajarse, llevaba días viviendo experiencias muy extrañas, y sus recién cumplidos dieciséis no habían hecho más que trastocarla más de lo que todos decían que estaba. Había salido a relajarse con unas cuantas amigas, aunque se había despistado y había terminado parando a comprar un café hasta que habían vuelto a encontrarla, siempre le ocurría, era despistada, y marcharse hablando con una señora pensando que era su madre o alguna de sus amigas no era algo que nunca le hubiera sucedido precisamente. Entonces lo vio.
Un chico rubio, bastante joven, de una edad parecida a la suya, iba acompañado de un hombre trajeado que parecía un guardaespaldas y pese a lo inalcanzable que se veía, Cristal no pudo dejar de mirarlo con la boca abierta como una tonta.
—Se te está cayendo la baba, Cris— su amiga Alice soltó una carcajada y colocó la mano debajo de su mandíbula, levantándola ligeramente. —Lo cierto es que es un bellezón, pero creo que es hasta famoso, no lo confirmaré hasta que no lleve gafas.
—¿Y por qué no le pedimos su número?— preguntó Cristal con confusión ante el comentario de su amiga, como si no lograra comprender por qué si les gustaba tanto a todas no podían simplemente acercarse y hablarle.
—Pues porque no somos Barbara Palvin, cariño— Evolet la golpeó suavemente en el brazo y acto seguido miró a Alice como si dudara si Cristal estuviera loca.
—Ella sí, es un bombón alto y rubio, somos nosotras las que somos personas normales con problemas normales, ¿Qué era lo que había pasado, Cristal? ¿Se habían movido las muñecas?— bromeó otra de sus compañeras, con algunas de las bromas internas que tenían en el grupo.
Las chicas estaban acostumbradas a escucharla decir muchas cosas que no solías escucharle a la gente normal, contaba historias de brujas y muñecas que se movían que más que un hecho real podrían parecer cosa paranormal, había quien la creía en el grupo, una o dos personas, pero en general nadie nunca escuchaba esos comentarios ni se fiaba de que los objetos se movieran por los constantes despistes de Cristal, que podían jugarle una mala pasada.
La chica miró al suelo por unos instantes, decepcionada por ver cómo en ocasiones nadie podía comprenderla, en especial desde que había cumplido sus dieciséis, su constante aspecto animado y sus sonrisas amplias parecían ocultar que realmente sus historias eran reales, pero la reputación que la precedía no ayudaba ni un poco a darle credibilidad más que ante su hermano mayor, que llevaba desde Navidades fuera de la ciudad, pues cuando se graduó en Cambridge se marchó de viaje por Holanda para celebrar el fin de su carrera.
Cristal nunca había sido normal, había nacido con un símbolo similar a un tatuaje en la muñeca que su abuela siempre se esforzaba en tapar cuando era niña, ya que a los padres de los otros niños no les parecía demasiado normal, a veces comentaban que su madre había tatuado a Cristal cuando era un bebé, que aquella desconocida que abandonó a su hija con su padre, un hombre divorciado con tres hijos, era una mala madre, pero de alguna manera, ella estaba segura de que aquello era una marca de nacimiento. Ahora, la marca causaba sensación, la hacía ver guay ante otros chicos del instituto, y aunque estaba segura que ninguno se creía la verdad, se conformaba con que en su nuevo instituto ya nadie comentase nada sobre esa supuesta madre a la que nunca había conocido.
Apretó sus puños por unos instantes, haciendo que sus nudillos se mostrasen blancos y que sus tendones se marcasen con más claridad en sus muñecas, y tras observar la marca con forma de Piscis en aquel lugar por unos instantes, se armó de valor y sin la aprobación de ninguna de sus amigas marchó a pasos agigantados hacia aquel chico que por alguna razón tanto le había llamado la atención.
El guardaespaldas en un principio no parecía muy dispuesto a dejarle pasar, se mantenía frente al chico cortándole el paso mientras él recogía su café del puesto, Cristal vaciló un poco al verlo, se distrajo un par de veces mirando los menús como si fueran algo muy interesante y finalmente, cuando lo vio terminar de pagar, trató de acercarse a aquel chico rubio que caminaba en dirección a unos bancos algo apartados.
—Perdona— Cristal se armó de valor y lo interrumpió un momento mientras aquel hombre que parecía vigilarlo constantemente se oponía nuevamente ante ella analizándola de arriba a abajo como si pudiera ser una amenaza.
—Déjala, Xavier— el chico le sonrió con suavidad y le tendió la mano amablemente a modo de saludo. —Me llamo Arthur, ¿Necesitas algo?
—Cristal— contestó ella estrechando su mano con suavidad, su signo de Piscis mostrándose orgulloso sobre su muñeca. Pero, eso no fue lo que llamó la atención del chico, si no, sus ojos, de un color azul que contenían una galaxia en su iris—. Me has parecido bastante mono y bueno, no te conozco, así que venía a presentarme, hola, y a invitarte a tomar algo conmigo o ahora con nosotras, puede ser otro día si estás ocupado—Dijo ella todo lo elegantemente que pudo tratando de evitar sus impulsos de soltar un "Wow" cuando notó que el chico tardaba unos instantes en soltar su mano.
—Claro, eh...— Arthur se veía desorientado, como si la sugerencia le pillara totalmente por sorpresa. —Me encantaría ¿Qué te apetece?
—Un batido en McDonald 's sería perfecto— contestó Cristal realmente impactada de que verdaderamente su jugada hubiera salido bien y aquel chico que hacía nada les parecía inalcanzable ahora le estuviera invitando a un batido.
Arthur no tenía mucha idea de lo que debía hacer, se sentía algo perdido con respecto a reclutar celestes, eso era más una misión de Marcus o Altair, él debía de algún modo encontrar la daga Bashmelek y llevarla al monasterio a cómo diera lugar, sus vidas dependían de ello.Había captado su marca nada más estrechar su mano, pero su ojos le confirmaron sus sospechas, eso y la extraña sensación de haberla conocido hace mucho tiempo. No tardó en darle unas cuantas vueltas al asunto, pasó la "cita" con tranquilidad tratando de enterarse de cada pequeño detalle sobre ella, analizando un poco cómo asaltarla y soltar aquella bomba de información que seguramente iba a romperle los esquemas. Era algo despistada, en parte temía que creyera que aquello era todo una historia o un guión de una película de su madre, aunque realmente pensaba y sentía que ella se esforzaba en atenderlo todo lo posible y de verse centrada.
—Me lo he pasado bien— comentó Cristal al final de una tarde que a él se le hizo de algún modo extrañamente corta, había cavilado constantemente sobre el tema, sus ojos se veían como una pequeña cúpula de un azul muy oscuro, aún no eran muy marcados, perfectamente podrían haber sido los de un hijo de una constelación menor, sin embargo, la marca tenue de Piscis que había vislumbrado en su muñeca hacía un rato bastante largo le había dejado más que claro que lo que tenía ante él no era el hijo de ninguna constelación menor, era la hija de una mismísima zodiacal, al igual que él.
—Yo también, no todos los días se conoce gente como tú— el hijo de Cáncer dedicó su mejor sonrisa a aquella chica de rasgos dulces y finos que fácilmente resultaban comparables a los de las representaciones que algunos pintores del monasterio habían hecho de Piscis. —¿Tal vez podría volver a verte?
—Bueno, yo estoy aquí todo el verano excepto un par de semanas de Agosto que me voy con mi padre y mis hermanos mayores, en principio— la chica le devolvió la mirada alegre y sonriente, se veía segura de sí misma aunque en seguida se percibió cómo se despistaba un poco al pensar en sus vacaciones, volviendo fácilmente a su primer tema.— Podrías venir un día a mi casa o podemos salir por el centro, conozco un sitio donde hacen buenos helados, puedo devolverte la jugada del batido.
—Creo que tengo tiempo mañana, tienes mi número— el rubio le guiñó un ojo suavemente con una personalidad dulce y algo divertida y se metió las manos en los bolsillos únicamente deteniéndose unos instantes a mirar la hora, viendo ya como Xavier se exasperaba y estaba a punto de sacarlo de allí a rastras por haberse retrasado un par de horas. —Espero tu mensaje.
Sintió la mano de Xavier agarrarlo de la nuca con suavidad empujando con calma hacia fuera pensando probablemente en que su retraso no era más que una chiquillada, lo cual no le agradaba en absoluto. Su ceño se fruncía ligeramente y se curvaba hacia arriba de una forma que no parecía contenta en absoluto, lo cual tampoco le extrañaba.
—Ashley no va a estar contenta de que te hayas saltado sus órdenes a la torera para ligar en un centro comercial, ¿sabes?— lo reprendió verdaderamente decepcionado negando con una mueca de disgusto mientras se pasaba la mano por el cabello luciendo definitivamente exasperado por la larga espera. —Tu tía nos esperaba hace dos horas, ¿Sabes las excusas que he tenido que ponerle para no llamar mucho la atención? Me estoy jugando el puesto por esto.
—Xavier, lo siento— lo tranquilizó rápidamente el joven mientras de una forma dulce y comprensiva, le dedicaba una mirada cargada de tranquilidad que hacía ver que pese a que también estuviera estresado con sus ocupaciones, tenía tiempo de tomarse un descanso. —Pero era necesario, he conseguido al penúltimo celeste de todos, la hija de Piscis.
Francia
—Entonces me estás diciendo que Arthur tiene a Piscis y que mi madre ha aparecido por sorpresa a salvarles la vida a Marcus y Skylar. —Aclaró Viktor mientras su ceja se alzaba poco a poco y cada vez más hasta llegar a una posición algo extraña.
—Básicamente, si— Altair observó algo entretenido a su compañero y se sentó en el sofá con tranquilidad frente a ambos rusos dejando que por un momento se relajaran tras una larga jornada de entrenamientos para aprender a dominar sus poderes. La cara de Avril parecía impactada, con sus ojos ligeramente abiertos de más y sus labios algo curvados hacia un lado, como si estuviera procesando la información de que sus amigos hubieran visto a una diosa. —Arthur va a ir a buscar la daga Bashmelek, los Grace nos han dado algo de información sobre su paradero y Marcus dentro de poco va a buscar una cosa que le dijo Leo que buscara, las cosas parecen no irnos tan mal como pensaba.
—Vale, muy bien y todo pero, ¿Qué es la daga Bashmelek?— la voz de Avril interrumpió por un momento el discurso de Altair, y pese a que lo pillara desprevenido que no conociera esas cosas, Avril no parecía la única que se veía perdida ante la mención de aquella importante daga que para ellos era tan prioritaria.
—Dios mío, Avril, ¿Para qué os di el manual?— el hijo de Géminis alzó los brazos y observó a ambos chicos, posando sus ojos en los de uno y finalmente en los de otro. —Pensaba que lo habríais leído.
—Lo habríamos hecho si entendiéramos tu abecedario— Viktor apoyó su mano en el sofá, justo detrás de Avril, quien se tensó ligeramente ante su cercanía. El hijo de Géminis captó el gesto, pero no dijo nada, pensando más en la daga que en la atracción que sus extraños amigos pudieran sentir entre ellos.
—Para eso tenéis el traductor, pedazo de vagos. —Los reprendió en tono suave sin estar verdaderamente muy molesto, pero sin querer dejarlos del todo a su aire en cuestiones tan importantes.— La daga Bashmelek es el objeto que va a salvar nuestros malditos culos cuando los Omegas hagan caer a nuestros adorables hermanitos, su poder es lo bastante grande como para mandarlos a su encierro de vuelta, mientras Aleph, Omega del tiempo, no caiga, tal vez tendremos una ligerísima posibilidad de ganar.
—Entonces básicamente con esa daga podemos librarnos de los Omegas siempre que no logren bajar al giratiempo humano —. Explicó el hijo de Leo mientras giraba en sus manos un libro de tapa dura de un color rojizo bastante llamativo. —¿No?
—Algo así, la daga fue creada hace muchísimos años por la mismísima diosa creadora de almas, la más poderosa hechicera, Devendra, también conocida como el cometa Halley. —Altair hizo una pequeña pausa para pensar un momento, como si esperase a que ambos hubieran procesado la información antes de poder continuar. —La daga tiene la capacidad de mandar las almas inmortales de los Omegas a un encierro en una especie de letargo del que no pueden salir de forma natural.
—Ahora mismo le daría un beso al cometa Halley, sinceramente— dijo Avril mientras se acomodaba en el sofá abrazando un cojín en un gesto desenfadado y que realmente pretendía ser de agradecimiento. —Sin ella no tendríamos ni la posibilidad de ganar, es un detalle de su parte.
—No tenemos mucho que agradecer si no encontramos la daga, si los Omegas se apoderan de ella en nuestro lugar podemos darnos por perdidos— explicó el hijo de Géminis mientras revisaba por unos instantes su teléfono en busca de alguna noticia de Marcus que seguía de viaje a Atlanta en busca de aquel libro que según Leo les sería de tanta ayuda. —Necesitamos que Arthur la encuentre, quizás tenga que ir yo también con él, Marcus tiene algo de información extra, pero aún no sabemos si la encontrará pronto, de momento solo podemos rezar para que no se nos adelanten.
—En ese caso, la suerte está echada— Viktor levantó al gato de Avril del suelo y lo colocó despacio en su regazo, acariciando su pelo con suavidad mientras por el rabillo del ojo se fijaba en lo que la mirada de Altair parecía expresar, una sensación de nervios e intriga que invadía a todos por igual y los hacía sentir algo que hacía tiempo había comenzado a ser una constante en sus vidas, miedo a la muerte.
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