IV
Diciembre
—Cincuenta euros la hora— espetó Isaac al muchacho alto y moreno que corría por el parque en el que él pasaba la tarde con sus amigos por primera vez en su vida.— Es una oferta única en tu vida, no puedes rechazarla.
El chico se detuvo con una ceja alzada y algo confuso, quitándose los cascos para escuchar mejor lo que aquel desconocido le estaba proponiendo, dejando caer los blancos auriculares en cascada sobre su sudadera gris, simple y sosa, como habrían dicho sus amigos de estar en aquel lugar. La palidez del chico se acentuó aún más al mirarlo a la cara, y en ese momento el propio Isaac pensó que lo había asustado, pero no era su rostro lo que el joven observaba con tanta atención, eran sus ojos, que parecieron sorprenderlo mucho más de lo que cualquier cosa habría podido hacerlo.
El sol de San Diego estaba oculto entre las nubes de diciembre, y el chico parecía acompasar al día, con ese rostro tan solemne que parecía el de un hombre con el que no había que meterse, en ese momento, fue Isaac el que sintió miedo, miedo de haberse metido a jugar con la persona equivocada, observó el cuerpo del chico, que se veía fortalecido por un duro entrenamiento y sintió un impulso irrefrenable de salir corriendo antes de que la broma se le saliera de madres, pero por algún motivo no lo hizo.
—No me va el rollo gay— por primera vez en todo ese tiempo el hombre que tenía enfrente se atrevió a mediar palabra, cosa que no desactivo los instintos de escape de Isaac, que ya tenía una nueva vida en México, una esposa, hijos, y un bigote.
—No, a mí tampoco, es eh jugaba a verdad o reto con mis amigos— pese a que aquella fuera la verdad y a que sus amigos se estuvieran muriendo de risa en un banco cercano, Isaac seguía sintiendo miedo de aquel desconocido, no porque tuviera una pose amenazante o algo similar, sino más bien porque se lo estaba comiendo con los ojos..
—Ya, seguro— murmuró él tratando de que no se le oyera, cosa que no consiguió— oye mira, no tengo ningún problema, en serio.
O eres de una orden homófoba y ahora vienes a por mí porque te crees que soy gay, te tengo calado amigo. Pensó Isaac, sin decirlo en voz alta, buscando la ruta más corta de escape. ¿Tendría cámaras el parque? ¿Debería llamar a la policía? Sonaba peligroso, quizás si llamaba vinieran a buscarlo, o quizás tenía que llamar a la hermana superiora, dejarlo salir había sido mala idea, debían encerrarlo para siempre como a Rapunzel.
—Tengo que irme— la velocidad pasmosa con la que Isaac soltó esas palabras dejó algo atónito al chico misterioso, que se llevó las manos a los bolsillos algo confuso, acto ante el que no había prestado mucha atención, ya que a la primera de turno había salido huyendo hacia sus amigos para alejarse de aquel chico tan raro.
—Veo que no te ha durado mucho el chiste— su amigo Peter se ahogaba en sus propias lágrimas de risa— ¿no le has gustado?
—Yo diría que le ha gustado demasiado— contestó en broma, o eso quiso pensar Isaac, su amigo Fletcher.— Te ha comido con los ojos.
—Te lo puedes quedar— pasó los dedos por su cabello castaño claro de forma desenfadada, despeinándose un poco y le dedicó una sonrisa burlona a sus amigos— se que es tu tipo.
Fletcher asintió, guiñandole un ojo a Isaac.
—Yo no le haría ningún asco la verdad— el muchacho le dedicó una sonrisa, analizando a aquel joven, que ahora ojeaba un artilugio extraño similar a una brújula, cosa que pese a que a todos les pareció bastante rara decidieron ignorar— es bastante guapo.
—En ese caso cómetelo con patatas, que yo me quedo en mi convento con mis monjitas esperando a las chicas.
—Hablando de monjas— Peter señaló su reloj con el dedo, indicando que ya eran las seis y media— el cumpleañero tiene que estar en el orfanato a las siete.
—Se acabó mi momento de gloria— dramatizó Isaac, sabiendo que debía estar de vuelta a la hora porque si no metería a la hermana Mary Jude, a la hermana Guadalupe y a la hermana Mary Helen en un lío, que era lo último que quería, empezando a emprender el camino antes de que cualquiera de ellos pudiera protestar.
Caminaron durante poco menos de media hora, el mismo camino que habían emprendido a la salida del instituto para celebrar los diecisiete de aquel chico alegre y algo hiperactivo, pero esa vez el camino no se les hizo ameno y relajado, para Isaac, el camino estaba resultando incluso estresante, pues la sensación de que alguien o algo lo estaba siguiendo no dejaba de acosarlo a cada momento.
Arremangaba su sudadera y frotaba su nuca con la mano en un gesto nervioso tratando de ocultar su piel erizada y de centrarse en el camino, sin conseguirlo, pensando inevitablemente en el chico del parque, ¿sería cierto que lo estaba siguiendo? La verdad es que lo había asustado un poco. Sintió cómo un escalofrío lo recorría al notar la mano de Peter en su hombro, tratando de captar su atención, pues estaba algo en shock, o como él mismo diría, algo empanado.
—Princeso, tu palacio te espera— bromeó el chico, tratando de calmar su cara de susto— ¿necesitas que te acompañemos?
—Ni se os ocurra— contestó él mientras acomodaba su mochila a la vez que alisaba su uniforme del colegio y se colocaba el pelo bien peinado para que, tal y como le habían dicho las hermanas, pareciera que había ido a estudiar a la biblioteca.— Gracias por todo chicos, nos vemos mañana.
Ni siquiera esperó la despedida de sus dos acompañantes, estaba demasiado asustado para eso, algo en su cabeza lo taladraba una y otra vez y fuera lo que fuere, estaba consiguiendo alterarlo pese a que era un chico bastante despreocupado. Sabía que no era una paranoia por mucho que quisiera pensar que sí, de ser algo de eso no podría sentir que lo seguían de la manera en que lo estaba haciendo, o eso pensó el chico. Quizás la mirada del chico del parque lo había alterado demasiado, no a él exactamente, más bien a algo de su interior, y no exactamente era él quien le daba miedo, más bien un concepto que de alguna manera asociaba a la presencia de ese joven que al igual que él tenía ojos galaxia, el concepto de que estaba en peligro, de que su presencia allí significaba que se acercaba algo malo, una situación o una persona, aún no lo sabía pero interiormente estaba mentalizado de que pasara lo que pasara, debía prepararse para la guerra.
Corrió a hurtadillas al interior del cuarto que compartía con otros seis niños pequeños, que como mucho llegaban a trece años, en algún caso raro, y observó que estaba vacío, tal y como él quería, lo tenía sólo para él, para calmarse y mentalizarse de que todo iba a estar bien, de que en una hora o tal vez menos debía salir para ir a cenar y mostrarse amable y alegre para que todos en el hospicio pudieran celebrar su cumpleaños y festejarlo humildemente con una tarta como todos los años.
Se tumbó en la cama boca arriba y se llevó las manos a la cara en busca de algún tipo de protección, tratando de convencerse a si mismo de que todo estaba bien, tratando de alejar sus malos recuerdos que atormentaban su mente cuando se sentía mal, como las entrevistas con gente que quería adoptar y lo rechazaba cuando era un niño, el día en que robó los datos de su madre y se escapó para conocerla, recibiendo únicamente su rechazo. Recordaba tantas cosas malas que solo quería agarrar las bolitas imaginarias que almacenaban sus recuerdos y lanzarlas lejos de él o luchar contra ellas con una escoba o algo similar, como solía hacer Mulán.
Se sentía desprotegido, incluso podía percibir que algo lo observaba, descubrió su rostro y observó la ventana que daba a la calle, desde el segundo piso podía ver perfectamente más allá de la valla que rodeaba el convento/orfanato/colegio privado, el chico del parque estaba abajo, hablando por teléfono sin despegar su mirada de la ventana, llegando a chocar con la suya en algún momento. Isaac sintió el impulso irrefrenable de agarrar un zapato y lanzárselo, pero cuando se disponía a hacerlo pareció que el tiempo avanzaba más lento a la vez que algo salía de su interior y se colocaba tras él para tomar su mano y quitarle el zapato.
Un hombre de unos veinte años y de una altura muy similar a la suya, tal vez un par de centímetros superior se alzaba tras él, con ropa similar a la de un príncipe de la edad media y un cabello oscuro tan negro como el carbón. Sus ojos también parecían contener una galaxia y su palidez, similar a la del chico que estaba en la calle, se entremezclaba con un brillo fantasmal que podría robar el aliento. Su rostro era elegante y pese a que podría tener un cierto parecido al de Isaac en el brillo rebelde de sus ojos, en ese momento estaba serio y no risueño como Isaac solía estar. Nada más verlo solo le entraron ganas de temblar por aquella aparición, temblar y rezar todas las oraciones que conocía, que no eran pocas. Como católico practicante creía en aquellas cosas, aunque le avergonzaba admitirlo, y lo primero que hizo, en un acto reflejo, fue agarrar el crucifijo que llevaba al cuello, pues el rosario que las hermanas colocaban en la cabecera de la cama le pillaba lejos, y comenzar a rezar a todos los santos que lo protegieran y salvaran de aquel tenebroso espíritu. El corazón casi se le salía por la boca al sentir como su mano, que pese a no haber logrado quitarle el zapato si le había permitido sentirlo, se apartaba de él y el hombre enfrentaba su mirada con la suya, regio e imperturbable.
—Él no es el enemigo— sus palabras no sonaban amenazantes, pero Isaac parecía estar viendo lo peor que se le podía aparecer. —Tienes que confiar en mí.
—¿Que?— Pese a intentar mantener la calma articular cualquier palabra se le hacía un infierno, por lo que tuvo que tragar saliva antes de continuar— ¿Qué coño eres?
—Soy tu hermano, Isaac— el espíritu no dudó ni un segundo antes de dar su respuesta y eso casi provocó que al muchacho le diera un telele, pero procuró seguir guardando las apariencias— mi nombre es Edmond, Edmond Lestrange, hijo de Sagitario. Llevo todos estos años cuidando de tí.
—Tu eres un fantasma— murmuró el chico— y además estás loco, madre mía, yo también debo estarlo— apretó más el crucifijo entre sus manos y trató de comprender lo que le estaban diciendo, sin mucho éxito.
—Sé que no entiendes nada, pero escúchame, sólo has estado a salvo porque las monjas te han mantenido bajo su cuidado aislado en este lugar, tú no eres normal, Isaac, deberías saberlo.
—¡Claro que no soy normal!— al decir esas palabras se le escapó un pequeño gallo que trató de ignorar— ¡Estoy hablando con un fantasma que dice ser mi hermano! ¡Por lo menos debo ser esquizofrénico!
—Ni siquiera sé lo que es eso— el fantasma de Edmond hizo una mueca— pero cállate antes de que alguien te oiga y al subir te vean hablando solo, porque te advierto de que el único que puede verme eres tú.
—Eso sólo demuestra mi locura— comentó Isaac al borde de la exasperación, sintiéndose como el protagonista de una película adolescente paranormal.
—No, mira, déjame hablar, ¿vale? Somos hermanos por parte de padre, nuestro padre es Sagitario, uno de los doce zodiacales, un dios. Eres un celeste, Isaac, nacemos cada mil años y tenemos una parte celestial y una mortal, ¿comprendes? Por eso tienes esa marca en el brazo y tus ojos son como una galaxia, se vuelven así a los dieciséis, por eso dejaron de ser castaños.
—Sólo hay un único dios verdadero— contestó Isaac mientras salía corriendo hasta la cama y tomaba el rosario para luego agitarlo delante del fantasma— ¡Aléjate de mí espíritu demoníaco! ¡No te llevarás mi alma! ¡No vas a engañarme!
Edmond tan solo lo miró alzando una ceja y acarició el rosario con los dedos para observarlo con diversión, como si le resultase indiferente.
—¿Has terminado?
—Dios mío, no te afecta— el joven perdió su bronceado habitual y palideció de una manera que sólo podría verse en los dibujos animados, cosa que pareció divertir a su supuesto hermano.
—Trataba de explicarte por qué, santo Sagitario, no pensé que fueras a ser tan idiota— Edmond se sentó en la cama y palmeó un asiento junto a él, asiento que Isaac tomó despacio y sin soltar su rosario, aún con algo de desconfianza.— Vivo dentro de tí, mi alma lo hace, o algo así, de alguna manera no sé, yo tampoco lo entiendo, pero llevo toda la vida contigo, me oculto porque cuando se te pase el shock vas a notar un bajón de energía, estoy consumiendo tu energía para presentarme, pero era necesario, ibas a lanzar un zapato a uno de los nuestros.
—Entonces tu y yo somos...— comenzó a decir el chico, siendo interrumpido de nuevo por su hermano.
—Déjame explicártelo, comenzaré por el principio.
.
—He sentido su alma— bramó Malak a la vez que se levantaba de su asiento en el interior del monasterio omega, donde el sumo sacerdote lo contemplaba expectante, algo confuso por las palabras de su señor.
—¿La de un celeste?— la pregunta era algo absurda, pero quería situarse, tan sólo para estar seguro.
—Tanto poder solo puede implicar la presencia de uno de ellos— indicó el inmortal a la vez que caminaba por la sala— de alguna manera aquello que tiende a ocultar su alma se ha separado de él, se encuentra en San Diego.
—¿Crees que es el hijo de Aries? El chico de aquel pueblo de Washington— cuestionó el anciano a la vez que se acercaba a su señor para caminar a su lado, sabiendo que las órdenes no tardarían mucho en llegar.
—Es probable, aunque quizás sea otro de ellos— Malak toqueteó su cabello y después miró a los oscuros ojos de su acompañante— necesito que vuelvas a traer a tu hijo, le cederé parte de mi poder, como hicimos hace años mis hermanos y yo. No le será difícil deshacerse del celeste, probablemente no sabrá defenderse.
—Las estrellas podrían haberlo vencido de haber estado juntas cuando poseía todos los poderes, quizás el celeste pueda vencerlo si solo tiene el vuestro y está bien entrenado, mi señor.
—Tan sólo los hijos de Virgo y Sagitario juntos pueden vencerme, él es más vulnerable pero sólo ellos neutralizarán su poder, no van a estar juntos y de estarlo serían demasiado inexpertos, deben sortear su poder para alcanzar su cuerpo mortal y poder dañarlo humanamente, pero no podrán sortear la lava, tenlo por seguro— aseguró con confianza Malak, orgulloso.
—En ese caso, alea iacta est— el sumo sacerdote sonrió a su señor y Malak, con la satisfacción de un trabajo bien hecho, se dispuso a abrir un portal con el que enviaría a su hombre a California antes de que el celeste pudiera prepararse para lo que se avecinaba.
..
—Lo tengo, sí, en el convento de Saint Francis of Assisi en San Diego— comentó Marcus nada más lograr entablar conversación con Mackenna— aún no sé de quién es hijo pero pienso averiguarlo— abrió el cajón de los expedientes y comprobó por última vez con la mirada que la puerta del despacho tuviera el cerrojo puesto.
—Dime que no te has colado en un convento franciscano— la voz de Mackenna sonaba preocupada, cosa que hizo sentir un poco mal a Marcus, no por preocuparla en sí, si no por haber hecho lo que justamente a ella le preocupaba que hiciera.
—¿Si te miento te haré sentir mejor?— preguntó algo dudoso, sabiendo la respuesta de antemano pero aún así dispuesto a preguntarlo, fingiendo una inocencia que hacía tiempo que no tenía, desde antes incluso de haber partido hace tantos meses, alrededor del mes de Abril.
—Dios mío, Marcus— la mujer lo regañó a kilómetros de distancia— sal de ahí ahora mismo.
—Solo estoy averiguando algunas cosas— removió los expedientes buscando los de los años que podrían encajar con la edad del chico que había visto aquella tarde y tomó unos cuantos, descartando los que habían sido adoptados y quedándose únicamente con uno, que permanecía en el monasterio esperando a que alguien lo adoptara, Isaac Hall. Según sus datos su madre era canadiense y lo había dejado allí a los dieciocho, el padre no figuraba, porque era una constelación, supuso, al menos eso descartaba a las zodiacales mujeres, y teniendo en cuenta que conocían a tres de los hijos de las que eran hombres, el chico debía ser Tauro, Sagitario o Acuario.
—Déjalo ahora mismo, voy a mandar a alguien, ¿Vale? Si hay algún signa en San Diego lo tendrás ahí en nada, tu haz el favor de no meterte en líos— lo advirtió.
—Si me lo pides así— Marcus abrió la ventana y salió por ella como si nada, aprovechando que estaba en la planta baja y que no quedaba nadie en el patio, pues era la hora de cenar.
Escuchó la voz de Mackenna a lo lejos, pero cuando quiso contestar se le cayó el teléfono, y lo que vió a sus pies lo dejó petrificado. El césped, que hacía alrededor de una hora estaba totalmente verde, se encontraba muerto, como si alguien lo hubiera quemado, y sintió un calor humeante rezumar del callejón que se encontraba detrás de la valla que acotaba el monasterio.
Recogió su teléfono y mandó su ubicación a Mackenna y al monasterio, para después, en un estúpido y arriesgado gesto que no sabía muy bien si era de valor o de inconsciencia, llevó su mano al bolsillo derecho interno de su cazadora de cuero y tomó una pistola que le habían entregado al partir para que pudiera defenderse. La apretó entre sus manos com fuerza y anteponiéndola a si mismo, caminó pegado a la pared en busca de la fuente de aquel calor inhumano.
Si había algo que Marcus tenía claro, era que el chico que había visto en el parque no era el responsable, y como dudaba que hubiera algún otro celeste de fuego intentando atacarlo, tuvo bastante claro que quien estaba provocando eso era alguien más bien peligroso.
Al final del callejón había un charco de un líquido rojo brillante, más tirando a anaranjado que a granate en el que se podían apreciar zonas oscurecidas en los bordes con un tono ennegrecido que se mezclaba con el yeso quemado y agrietado. El olor que desprendía resultaba insoportable, rezumaba un aroma de sustancias fundidas, destruidas, deshechas. Quiso aproximarse para captar qué era aquella sustancia de aspecto denso que desprendía aquel humo gris oscuro y espeso, aunque el olor lo echaba algo para atrás. Dio unos pasos hacia el charco y se mantuvo aún a un metro y medio del charco, aún receloso, contemplando cómo sus colores cambiaban poco a poco hacia un tono más oscuro, más negruzco, asemejándose a una especie de roca porosa.
"Lava" pensó para sí mismo, contemplando con interés el pavimento, pues resultaba imposible que hubiera algo así en medio de una gran ciudad como lo era San Diego. Bien era cierto que en California había placas tectónicas que se movían activamente cada cierto tiempo, pero eso ya se estaba saliendo de madre, era imposible que la lava saliera por sí misma y mucho menos que al salir no provocara una catástrofe, si no que se mantuviera controlada contraria a su naturaleza.
Había estudiado sobre diferentes hechos de la cultura signa, sobre sus mitos, dioses y seres celestiales y tenía perfectamente claro quién era el señor de la lava, pero le resultaba tan inverosímil que ni siquiera contemplaba la idea de que pudiera estar allí presente. No veía posibilidad a la idea de que Malak, el señor de la lava, hubiera escapado solo del encierro celestial al que sus padres lo habían condenado hacía tanto tiempo.
Marcus retrocedió aferrando con fuerza el arma entre sus manos mientras trataba de colocarse pegado a la pared para esperar a su asaltante de frente, sin darle posibilidad de que lo atacaran por la espalda o por ningún flanco, antes de conseguirlo, alguien lo detuvo, una voz grave que parecía pertenecer a un hombre de unos treinta y tantos años se escuchó detrás de su espalda y logró erizar el vello de su nuca, haciéndole sentir una sensación de temor e inseguridad que hacía mucho tiempo no sentía, se volteó con los nervios a flor de piel y vio como su asaltante, de aproximadamente la edad que había predicho y con un cuerpo totalmente fornido y musculoso, lo observaba interesado y tal vez algo fascinado, como si fuera algo similar a un juguete.
Pudo apreciar cómo sus dedos se enredaban en unos mechones ondulados de color chocolate y una sonrisa torcida algo sádica se formaba en su rostro dándole la primera pista de que algo no estaba bien en ese hombre, por si el charco de lava fuera poco. Sonrisa sádica significa peligro y que estuviera detrás de él significaba sal por patas y quémalo todo. No era algo propio de Marcus realmente, él era más de encarar el peligro, pero hasta un loco como él se daría cuenta de que con alguien que crea lava sin volcanes no se puede competir.
—No me imaginaba tan miedica al hijo de — el desconocido hizo una pequeña pausa y se llevó una mano a los labios pensativo, fingiendo una expresión dubitativa que a Marcus no hacía más que confirmarle que ese alguien estaba jugando con él. Tal vez no era Malak, pero desde luego era alguien peligroso— ¿de quién eres hijo?
—Si tanto te importa mi padre podrías ir a hablar con él en lugar de perder el tiempo conmigo— trató de entretenerlo mientras lo golpeaba en el estómago y se agachaba para derribarlo desde las rodillas.
El hombre se sostuvo en la pared con un increíble entrenamiento militar que incluso a Marcus, que había crecido así llegó a sorprenderle y aprovechó su potencia superior para cubrir el suelo de lava alrededor del hijo de Aries para después asestarle un rodillazo en la nariz que de no haber sido por sus buenos reflejos lo habría dejado literalmente muerto por incrustación de nariz en el cerebro.
Marcus trató de recomponerse observando de forma casi animal a su enemigo, frustrado por no haber llegado a ser una especie de titán en ese momento para desintegrarlo personalmente al aplastarlo entre sus manos, sentía la furia contenida e inteligentemente decidió proyectarla hacia afuera. Una voz femenina en su interior lo instaba a provocar una explosión en la tubería principal que bordeaba esa famosa pared y sin perder tiempo decidió escucharla y realizar un doble ataque, disparando a la pierna del individuo a la vez que con su mano instaba a la explosión a destruir la tubería, acto que al principio parecía que no iba a llegar nunca pero que finalmente apareció en el instante en el que el hombre prácticamente iba a aplastar su cráneo por haberle disparado, situación que vería incluso comprensible de no ser que había sido él el primero en querer matarle.
Sentía un inmenso dolor en las costillas que parecía querer reventarle por dentro, dedujo que se había roto alguna, más bien le habían roto, aprovechó el momento de confusión en el que el agua los ponía a caldo y solidificaba la lava para lanzarse en plancha a por el cubo de basura, donde al más puro estilo de Capitán América, claramente en una versión más morena, alta y mejorada, porque ya le gustaría al capi explotar cosas, Marcus parecía un remix de los Vengadores, tomó la tapa que cubría los residuos y la lanzó como si fuera un frisbee con toda su mala leche, sin mucho efecto porque el hombre lo derritió antes de llegar a tocarlo, pero con una gran intención.
Su neurona no daba para mucho más en ese momento, no podía dañar a su enemigo y clarísimamente no iba a dejar que este le dañara, así que como todo un caballero tuvo que optar por la opción más segura y viable y lo que hizo fue lanzarse para nada heroicamente a la carretera esperando que algún coche se detuviera antes de atropellarlo y le hiciera el favor de ponerle en un lugar seguro.
Hubo suerte, una mujer de negocios que parecía preocupada de que si lo atropellaba se le iba a abollar el coche se detuvo y al verlo tan herido casi sufrió un colapso del que tardó unos instantes en recomponerse. Pudo ver a lo lejos como el hombre cojeaba saliendo del callejón y lo miraba con rabia, sabiendo que no podía exponerse delante de los humanos o se volvería inmediatamente mediático, así que antes de que decidiera matar a la pobre señora para poder alcanzarlo tuvo que mantenerse oculto porque unas monjas del propio monasterio se habían unido a la fiesta y seguido a ellas había aparecido un cúmulo de vecinos cotillas que se preguntaban si había habido un accidente o peor, un homicidio.
Los siguientes días no fueron muy agradables, veía al hombre fuera donde fuere, en sus sueños, en su mente, lo imaginaba a cada sitio al que iba, por no mencionar que la policía casi descubre que el pequeño chico de diecisiete años desaparecido en un pueblo de Washington ya había pasado los dieciocho y casi se había muerto por un chalado volcánico en California. Sentía vergüenza de si mismo, de su fracaso, de no haber podido hacer más, ese hombre estaba suelto y mientras él se recuperaba de varias magulladuras que por suerte no habían llegado a más en la casa de una amable ancianita Signa llamada Agnes, la madre de Mackenna.
Mackenna y Allan habían pasado a verlo un día, más que por el susto para advertirle personalmente de quién había sido su atacante, un Omega al que de alguna manera Malak había transferido sus poderes, si Malak estaba encerrado o no, o cómo era posible aquello ya no lo sabían, pero las estrellas, a las que le mostraron en una videollamada para poder comentar lo ocurrido, no tenían muy buenas palabras para ese hombre, y por mucho que contuvieran sus palabras Marcus sabía que había algo más que no le habían desvelado. Fue más que una visita amistosa una reunión muy apresurada, porque claro, ahora que había un loco suelto matando celestes dejar al chico del hospicio por ahí perdido no era buena idea, así que la junta decidió que Mackenna y su esposo firmaran su adopción ya que daban el pego de matrimonio bondadoso que acoge a chicos abandonados o descarriados, vease Marcus, y un pez gordo de la religión movería los hilos para tenerlo con ellos esa misma semana, o más bien con Agnes, porque la pareja debía volver a Olympia para acomodar los preparativos del chico e iba a ser su nueva abuela la que lo cuidara hasta que hubiera podido recoger sus cosas para marcharse a Washington, lo que en realidad significaba que iba a seguir buscando celestes por California con Marcus y entrenando como un bestia para evitar una muerte súbita y tremendamente dolorosa.
No pudo ver cómo Agnes recogía al chico, no le dejó ir porque sin querer se le había escapado el detalle de que cuando el joven lo veía sentía el impulso de buscar la huída más cercana, como si Marcus veía de nuevo al loco asesino o a un grupo de hipsters, así que un día más tuvo que quedarse en casa con órdenes más que estrictas de no entrenar bajo ningún concepto, cosa que no le preocuparía tanto de no ser por la cantidad descomunal de cupcakes, galletas y postres que Agnes le proporcionaba y que iban a hacer de él la oveja más gorda del prado, véase la referencia.
Cuando lo vio entrar se sorprendió de lo feliz que estaba, parecía su hermano Thomas el día de Navidad abriendo los regalos en el salón, claro, con varios años de más porque Thomas aún estaba lejos de los diecisiete, pero con la misma esencia. Entró a la sala vestido con una camiseta blanca y unos vaqueros algo desgastados, al igual que sus zapatillas, pero con el rostro más feliz que había visto nunca y una bolsa de patatas Lays en sus manos, que supuso Agnes le había comprado.
—Isaac, este es Marcus— la anciana le dedicó una sonrisa dulce a ese tal Isaac que provocó que las arrugas de los ojos se le marcaran aún más a la par que se le achinaban ligeramente en una mueca encantadora que todo el mundo identificaría típica de una abuela dulce que te ceba a comer en Navidades.— Es alguien muy importante, espero que os llevéis bien.
El rostro del peli castaño era un poema, recordó la imágen del día que lo había pillado siguiéndolo y la expresión de desconfianza en su rostro se hizo presente, aunque la voz en su subconsciente del fantasma de Edmond, que tan amable y tenebrosamente se había presentado en su cuarto aquel día se hizo presente en su cabeza inmediatamente para recordarle que solo se trataba del hijo de Aries y no de un mortal enemigo.
—Isaac y yo hemos venido hablando en el camino— prosiguió Agnes mientras se repasaba su moño blanco como la nieve y le ponía una mano en la espalda a Isaac empujándolo con suavidad y cariño al interior de la casa, instándolo a relacionarse con Marcus y a perder esa timidez que literalmente nunca había tenido— una fuente que no me ha querido revelar le había contado ya todo y me ha confirmado que es el hijo de Sagitario, así que ya tenéis cosas en común, sois chicos de fuego, ¿cómo me habías dicho querido?
—¡This boy is on fire!— exclamó el sagitariano mientras alzaba sus brazos de forma similar al meme de Elmo y trataba de imitar de forma horrorosa, había que decirlo, el tema de Alicia Keys, cayéndole literalmente a Marcus la idea de que puede que fuera tímido de la cabeza en apenas cinco segundos, bueno, quizás no cante muy a menudo, pensó para sus adentros, equivocándose de nuevo, porque al parecer, por la experiencia que tuvo con Isaac en los días siguientes y que en ese momento no se esperaba, Isaac era una cotorra cantarina que lo único que hacía era cantar a gritos y destrozar el español, casi siempre con canciones latinas.
—Bueno.... como digas— el ariano se puso en pie dispuesto a que no le llamaran antipático y le ofreció formalmente la mano, a modo de presentación oficial— Marcus Christopher Dellaway— dijo, poniendo el segundo nombre de su padre detrás del suyo para parecer más formal, cosa que bueno, acababa de inventarse, pero no sonaba del todo mal, sonaba tan americano como él.
—Isaac William Peter Hall— mintió también el hijo de sagitario, añadiéndose no uno sino dos nombres para no ser menos que nadie, cosa de la que se arrepintió al instante porque la hermana Guadalupe le dijo que no se debían decir mentiras, por lo que rectificó casi nada más decirlo— en realidad sólo soy Isaac Hall, pero me gustan las enchiladas y estas patatas.
—Yo en verdad no soy Cristopher pero las presentaciones con dos nombres quedan más formales— se sintió idiota al reconocer aquello en voz alta pero era joven e inexperto, y además sus palabras parecían divertir mucho a Agnes, que ya los estaba asaltando con una bandeja de cupcakes blancos con perlas plateadas de caramelo que hicieron que se les saltaran los ojos a ambos chicos.
—¿Entonces somos socios?— preguntó animado su nuevo e hiperactivo compañero al tiempo que alzaba un cupcake.
—Eh supongo que sí— su momento de estupidez se había disipado y había vuelto a ser Marcus el serio y soso.
—¡Entonces yo movería cielo y tierra por tí mi amigo!— exclamó mientras tomaba un mordisco de su cupcake y le salían estrellitas de los ojos ante aquel sabor tan dulce y delicioso a la par que cremoso, que no pegaba nada con aquella cita de la película Coco, sobre todo porque entre eso y lo de las enchiladas le hacía sentir que su compañero estaba tan obsesionado con México como él con América, y eso que el chico ni siquiera era mexicano, según había cotilleado era canadiense, pero en fin, para gustos los colores.
La felicidad aquel día era más que visible en los ojos de Isaac, y una vez pasada su primera fase de morirse de miedo solo con ver a Marcus entró en esa etapa que tienen los niños de no callarse ni debajo del agua, incrementado además por las palabras alentadoras y cariñosas de Agnes que ya los quería como a sus nietos, aunque Isaac en parte ahora era algo así. La casa parecía una fiesta, no estaba acostumbrado a tanta alegría e hizo bien en no creerse del todo que aquella felicidad pudiera ser posible.
El olor a azufre los envolvió alrededor de las tres de la mañana, muy lejano, apenas perceptible, pero Marcus, aún con insomnio, pudo captarlo aún a aquella larga distancia. Se levantó del sofá en el que hacía zapping sin nada interesante que lo entretuviera y observó por la mirilla de la puerta sin llegar a ver nada, escuchando los pasos lejanos de alguien en las escaleras como si tratase de ocultar que subía y buscase evitar los ruidos del ascensor.
Tomó su arma de la mesa y lo primero que hizo fue salir disparado en busca de Isaac para advertirlo de que cogiera sus cosas, lo siguiente fue despertar sobresaltado a Agnes susurrando con el corazón a mil por hora que debían marcharse. Continuó corriendo por la casa en busca de todo lo que le era necesario, su brújula para encontrar celestes, más armas, algo de ropa y una bolsa donde meterlo todo, estuvo listo en apenas unos segundos, los mismos que empleó Isaac para empaquetar las pocas cosas que tenía y que aún no había sacado de su mochila y en ir con su nueva abuela para tomarla de la mano y tratar de llevarla hacia la escalera de incendios, inútilmente, pues la mujer se negaba a moverse.
—Vamos Agnes, tienes que venir— la instó Isaac mientras con la cabeza señalaba a la ventana donde Marcus ya los esperaba a punto de bajar las escaleras, más que listo para robar un coche. Agnes negó obcecada y tomó la cara de Isaac entre sus temblorosas manos, apresurandose a decirle lo que quería antes de que aquellos pasos cada vez más evidentes alcanzaran su puerta y la echaran abajo.
—Yo os protegeré, es mi deber— lo instó con rapidez a la vez que él insistía en su agarre, con los ojos algo enrojecidos porque aquella mujer había hecho que por primera vez sintiera lo que era que alguien te quisiera en su familia. Las monjas habían hecho algo similar, pero el hecho de que por primera vez alguien hubiera decidido adoptarlo a él le emocionaba más que nada en el mundo, era lo que llevaba deseando al soplar las velas de su cumpleaños durante toda su vida.
—Pero ahora eres mi abuelita— se escuchó una voz muy tenue y quebradiza, que hizo que incluso Marcus se compadeciera del chico, que ahora parecía un niño asustado.
—La familia se protege Isaac, marchate, no hagas que esto sea en vano— aconsejó en una medio regañina amable mientras tomaba el palo de la escoba como si fuera una gran protección y lo despedía con la mano, echándolo por la ventana y esperando que bajara las escaleras siguiendo a Marcus para luego cerrar los cristales, dejando que el último sonido que escapara por el hueco abierto fuera el de alguien golpeando la puerta con fuerza hasta tirarla abajo.
El chico no tuvo más tiempo de reaccionar, Marcus abrió un coche con una facilidad impactante y lo metió a presión en el asiento del copiloto, donde apenas tuvo tiempo de derrumbarse a llorar porque nada más empezar su vida fuera había comenzado a tener pérdidas, tan impactado como lloroso y tratando de procesar toda la información de lo que había ocurrido. El ariano depositó una extraña brújula en sus manos justo después de terminar de hacerle un puente al coche y arrancar, y como si estuvieran huyendo del monstruo más peligroso del mundo, no se atrevió a mirar atrás ni por un momento, debía protegerse y proteger al hijo de sagitario costase lo que costase, su vida dependía de ello. Observó de reojo a su acompañante y cuando dejó de llorar y se vio ligeramente más tranquilo, aproximadamente una hora después de haber emprendido el viaje, se decidió a preguntar por la dirección que marcaba aquel antiguo artilugio para buscar celestes, esperando haber tenido el tacto suficiente para no parecer un insensible. Él también estaba impactado por Agnes, no os confundáis, pero no le había dado tiempo a procesarlo. Esperó unos segundos la respuesta y miró con impaciencia el siguiente desvío, que cada vez se mostraba más cerca, dispuesto a decirle algo más para presionarlo, pero no siendo esto necesario porque finalmente el chico se había decidido a responder a sus preguntas.
—Al oeste, dirección Los Ángeles-San Francisco.
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