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11-a

—¿Dónde estamos, Esteban James? ¿Dónde están mi marido y la Dama Dios? —preguntó Mina, mirando con un poco de nervios a su alrededor. Estaba completamente oscuro y no podía ver nada excepto siluetas en la negrura; en su experiencia, nada bueno sucedía cuando estaba sumergida en oscuridad.

Esteban solo sonreía detrás de ella cuando chasqueó sus dedos y apareció una pequeña llama entre ellos, entonces la volteó, besándola. La castaña se derritió en sus brazos, devolviéndole el beso a la vez que se aferraba a su camisa.

—Estamos en un lugar lejos de esos dos —La voz profunda de Esteban era un encantamiento para cualquier mortal e inmortal—. Mina, relájate y disfruta —Al volver a mover los dedos, hubo una gran luz realizada por cuatro columnas de fuego, también apareció una gran cama—. Creé esta habitación desde que te ví; es semejante a mí casa en la dimensión de donde soy —La acunó en sus brazos y la ayudó a subir a la cama.

La respiración de la mujer se aceleró al sentir el suave colchón bajo sus manos y el aliento de su cuñado en su rostro, antes que sus mejillas se encendieran como tomates. ¿De verdad iba a tener intimidad con el hermano de su esposo? Sí, Esteban había nacido de otra Lilith en una dimensión distinta, pero eso no lo hacía más distante de Vergil. A pesar de las diferencias iniciales, ambos habían hecho las paces y aprendieron a tratarse como hermanos. Ella no deseaba romper ese lazo tan especial.

Llenando sus pulmones de aire, sacudió su cabeza a la vez que agarraba las sedosas sábanas. La conversación que tuvo con su marido acerca de las relaciones extramaritales volvió a su mente. No lo estoy traicionando, su cultura es diferente a la mía. Mientras no me acueste con un humano, no se enojará.

Mordiendo su labio, trató de sacar a Vergil de su cabeza y, de paso, controlar los latidos de su corazón.

—¿Puedes iluminar todo el lugar? Esa llamita no es suficiente —dijo, decidiendo enfocarse en la habitación donde se encontraba en vez de sus dudas.

El demonio blanqueó los ojos, como lo haría Vergil, y dio un suspiro para prender todo el llameante cuarto. Y mientras eso pasaba, James se quitaba la camisa dejando ver su cuerpo, trigueño y cicatrizado, a la vista de Mina.

Ella se quedó sin aire al ver aquel torso bien formado lleno de marcas de guerra y sus manos picaron por acariciar la piel bronceada que se exhibía ante sus hambrientos ojos. Aquellas cicatrices no le restaban belleza al demonio sino que realzaban su masculinidad dándole un aura de peligro.  Esteban merecía ser modelo para artistas con el cuerpo que tenía.

—Si quieres puedes tocar —Alzó sus cejas, invitándola para seguir y regalándole una mano—. ¿Sabes?, quisiera ver tu piel; besarte de una manera que solo un Dios lo haría.

—Yo... —Ella le devolvió la mirada y el fuego que brillaba en aquellos iris verdes la hizo estremecer—. Nunca he deseado a otro hombre desde que me casé, pero tú... Tú logras que mi cuerpo arda con solo una mirada. ¿Soy una mala esposa por desear a mi cuñado.

Al escuchar esto, solo se acercó, volviendo a dirigir los movimientos de la mujer en un beso sugerente y, susurrando, volvió a encender un poco las llamas del lugar.

—No lo eres —Besó su cuello con una delicadeza que la hacía perder la razón. Ella comenzó a cerrar los ojos cuando escuchó decir—, eres perfecta, Mina Larsa, y solo por hoy serás la consorte del Rey de los Pecados.

—¡Mierda, Esteban! ¿Por qué dices esas cosas? —gimió la pelicastaña, buscando los labios del demonio de nuevo y empujándolo a la cama mientras devoraba sus labios. Metió la lengua en su boca a la vez que trepaba su cuerpo para montarlo. Aún con toda su ropa, podía sentir el bulto de su compañero y eso solo le hervía más la sangre—. Ahora ya no soy responsable de lo que te haga.

El demonio devoró su boca al tiempo que le arrancaba el vestido para luego desabrocharle el sostén y comenzar una furiosa tortura sobre el pezón derecho de la chica antes de susurrarle:

—¡Por Sophía, no lo hagas! No te hagas responsable de nada —Se volteó para que ella y sus ojos grises quedarán justo al frente de sus pantalones que ya le estorbaban—. Quítalos —Le agarró las manos para dirigir cada movimiento de la mujer.

Dejándose guiar, Mina desabrochó los pantalones de la ricura frente a ella y fue deslizándolos bajo sus caderas poco a poco. Quería hacerlo sufrir unos momentos en retribución por hacerla perder la cabeza; además deseaba saber cuánto podía soportar el Rey de los Pecados antes que el deseo lo consumiera y se volviera una fiera.

Por el lado de Esteban y, a pesar de leer los movimientos de la mujer, el demonio cerró los ojos pues debía de tener auto control. Sabía que si la miraba se transformaría en un puto demonio y las cosas se volverían peligrosas. Pero las manos de la Chispa de Dios eran casi celestiales y, ¡o si!, eso le volvía loco. 

—¿Qué haces paloma? —La tomó de las manos, hablando con un tono de voz de necesitado—. Pretendes torturarme, ¿verdad?

Los ojos de ella se oscurecieron, imitando un cielo de tormenta, y una sonrisa traviesa curvó sus rosados labios. Siguió su trabajo sin contestar, asegurándose de bajar la ropa interior junto con el pantalón. Una vez las piezas llegaron a la mitad de sus muslos, la erección se liberó como un resorte. Mina levantó la vista hasta encontrarse con los orbes esmeralda del rey y luego la retornó al premio frente a ella. Su lengua acarició su labio inferior antes que la enrollara alrededor de el excitado miembro. El gruñido demoníaco que emergió de él fue música para sus oídos.

Cuando Esteban sintió la boca de Mina, echó la cabeza hacía atrás para ayudarla con su empuje. Necesitaba ver su semen en la mujer de su hermano; era un deseo que aumentaba en intensidad al ver cómo su cuñada atendía su pene. ¿El resultado? Con cada minuto que se encontraban en esa posición, el cuarto se volvía más y más brillante.

De repente, Esteban sintió las manos de Mina en su nalgas, dándole un par de nalgadas.

—Eres una atrevida, querida Mina —dijo con la voz ronca por la pasión mientras la observaba continuar las lamidas por algunos minutos más. Luego ella bajó por todo su pene con la lengua y masajeó sus testículos como dos bolas de pin pon, para atrapar el glande en su boca y succionar como un chupete. Unos minutos más con ese tratamiento y ella no sabría con quién se estaba metiendo—. ¡Oh Mina! Tú boca—, gritó, sujetándose de la cama para dejarse llevar por la oleada de placer que estalló en su interior. 

Un líquido espeso y blanco salió sin detenerse, llenando la boca de la mortal hasta derramarse un poco por las comisuras. Asimilando que la chica lo había hecho llegar y sintiendo la lujuria todavía consumirlo, la subió de nuevo a la cama mientras le daba un fuerte beso. Fue entonces que comenzó la tortura; se le dió muy bien besar cada pedacito de piel hasta encontrar sus puntos sensibles y hacerla retorcer en la cama. Quería dominarla sin quitarle las bragas pues él era un experto en el arte del placer y la subyugación.

—Pues entraré en ti, cuando me lo pidas Mina —Friccionaba tan fuertemente que las manos del demonio se encontraban empapadas y eso le dominaba.

—¿Tú quieres dominarme, señor demonio? —preguntó ella casi sin aliento mientras arqueaba la espalda al sentirlo rozándose contra el centro mojado que latía por ser llenado—. Eso solo me hace querer rebelarme contra tí —La media sonrisa que apareció en su rostro prometía más que solo travesuras.

—Rebélate todo lo que quieras —le mordió el cuello—, igual caerás —Eso hizo que ella gimiera con más bríos—. Serás mía.

Ella tomó una de las manos de él y la colocó sobre la fina banda negra de sus bragas, aquella que abrazaba su cadera izquierda. Se alzó para rozarse contra aquel pene demoníaco y una pequeña risa brotó de sus labios.

—Te reto a que las bajes e intentes llevarme al orgasmo con tus dedos.

—No lo haré con los dedos —anunció el demonio, haciendo que solo apareciera su larga cola—. Antes de penetrar tu ser con mi amigo, que ya probaste, quiero hacerlo con esta —Era una cola hermosa y larga—. Miremos cuántas embestidas aguantas.

Los ojos grises de la castaña se agrandaron para luego oscurecerse con deseo mientras se relamía los labios.

—Hazlo. Vergil no tiene cola así que quisiera jugar con la tuya y experimentar cómo se siente.

—¿Sabes que eres la consorte perfecta? —La amarró con sus brazos y metió la punta de la cola en la boca de Mina—. Chúpala; es para que no te haga daño.

Ella obedeció de inmediato, succionando la punta de flecha y lamiéndole varias veces hasta asegurarse que estuviera bien empapada en su saliva. Sin embargo, con cada movimiento de su lengua, pequeños sonidos de placer salían de ambos; como si fueran miembros de un coro lujurioso.

La cola al sentirse lo suficientemente mojada, tomó vida propia acercándose directo a la vulva de Mina y acariciando con la punta triangular toda la deliciosa cavidad de la Chispa. Cuando vio que las caderas de ella tomaron vida propia, la cola la penetró tan duro que escuchó el grito femenino por todos lados.

—Tus gritos me vuelven loco —confesó, adentrándose en ella como si la vida dependiera de eso mientras sus manos jugaban con sus pezones; necesitaba divertirse antes de que su miembro le hiciera vacilar y pedir más.

De la nada, su cola comenzó a sentirse apretada; era una señal del inminente orgasmo de Mina.

—¡Esteban! Dios que rico —gritó la chica mientras alzaba las caderas de la cama para que la cola llegará más hondo y le hundía las uñas en los brazos a su amante—. Quie... quiero más —murmuró, bajando de las olas de placer recorriendo su cuerpo.

Al sentir todo esto, la extensión masculina volvió al ruedo, haciendo que el deseo en Esteban volviera con más ímpetu. Sacando la cola de su amante humana, la volvió a esconder para que su pene fuera el protagonista.

Mirarla agitada por él era un soneto divino, tentándolo a regresar y abrir sus piernas; colocándolas en sus hombros, volvió a meterse en ella para comenzar a gemir escuchar como ella rasguñaba su espalda, como jalaba su cabello al besarlo y como los ojos grises se perdían sin delicadeza en la marea verde del Rey.

Él era un sueño, una fantasía que Mina deseaba devorar y marcar para siempre. El fuego que su cuñado había desatado en ella no tenía fin, al menos hasta que no lo sintiera derramarse en su interior con aquella semilla deliciosa suya. ¡Oh, cuánto envidiaba a Sophía en aquellos momentos! Esteban era como el vino fino bien añejado, una probada y no podías dejar de saborearlo hasta que la botella estuviera vacía.

—Más fuerte, cariño —pidió en un gemido mientras le mordía la oreja con intenciones de hacerlo sangrar—. Conviértete para mí, su majestad. Tu hermano me lo mete como demonio cuando se lo pido.

—Aquello me encanta —De una manera exageradamente rápida, Esteban dejó que la energías oscuras lo envolvieran, dejando ver una cornamenta rústica de varios y distintas tamaños, una piel tostada casi quemada y unos dientes grandes, además de sus ojos verdes y su altura habían aumentado, sin olvidar sus alas membranadas, comenzó la penetración más otra vez, dándole muchas embestidas y fuertes. Esto hacía que la humana lo envolviera más y más —¿Te gusta Mina, querida? 

—Lo adoro, cariño —respondió entre gemidos y jalones de pelo—. Usa tu cola de nuevo, baby. Jamás volveré a sentir algo tan delicioso y quiero disfrutarlo al máximo.

Fue música para sus puntiagudos oídos, la cola volvió a salir para adentrarse por atrás y de esta manera él también sentiría aún más placer, mordiendo el labio inferior de la paloma.

Ella gritó en el momento que la cola de Esteban la penetró mientras sentía más calor inundar su cuerpo. La mordida envió otra oleada de placer a su centro, logrando que le hundiera las uñas en la espalda una vez más. En pocos minutos él la siguió, mirándola fijamente a los ojos pues quería grabarse ese momento en la memoria. Prometiéndose que la protegería hasta del mismo Vergil si debía, besó a Mina Larsa y luego enredó sus piernas con las de ella.

La chica suspiró, puso un brazo sobre el pecho del demonio y se acurrucó a su lado. 

—Sé que esto fue algo de una sola vez, pero aún así te voy a extrañar entre mis piernas, Esteban James —Lanzó otro suspiro y se dispuso a acariciarle el pecho—. Ahora entiendo a Sophia. 

Eso lo hizo sonreír, tomando la mano de su acompañante para preguntar.

—¿Y eso que se debe? —Besó la frente de la chica—. Mi Reina, a veces me odia, a veces me ama —suspiró para confesarle—. Su primera vez fuí yo y esa misma noche la... —Bajó la mirada, pero Mina ya se había dormido—. Menos mal que no lo escuchaste, querida paloma.

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