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4

Deambulo por el portal donde los vecinos me observan, curiosos, desde el interior de sus casas a través de la mirilla. Más de una vez los he pillado infraganti, quiero decir, cuando en alguna ocasión he caminado sin fijarme demasiado en mi alrededor, mecida por mis íntimos pensamientos, y he girado la cabeza, ¡los he visto!

"Ya no me importan."

"Ya no."

"Ya no."

"Ya no."

Subo los últimos escalones de la quinta planta, giro hacia la derecha, después camino cuatro pasos, luego volteo en el mismo sentido y, por último, piso diez veces el suelo hasta situarme delante de la puerta.

"Las llaves."

"Las llaves."

"Las llaves."

¿Tres veces? Mejor cuatro.

"Las llaves."

Palpo los bolsillos, el juego está en mi pantalón, lo saco, meto la llave adecuada en la cerradura, giro dos veces la muñeca en el sentido de las manecillas del reloj, la puerta se abre y entro.

Mamá está en la cama pues, desde la entrada, localizo las luces del salón apagadas. Me acercaría hasta su dormitorio de no ser por la gran mancha húmeda en mis pantalones que reclama mi atención. Paso los dedos por encima, los impregno de la sustancia rojiza, los acerco hasta la punta de mi nariz y aspiro su olor.

"Hierro."

6 letras.

En el primer cajón de la cómoda están las braguitas, en el segundo los sujetadores, en el cuarto los calcetines y en el quinto los pijamas limpios. El tercero está vacío, pero todos los días le paso una bayeta. Me gusta que todo esté limpio y ordenado.

A veces mi madre se queja de mis pensamientos intrusivos recurrentes sobre la contaminación, suciedad, gérmenes, limpieza y sobre mi necesidad de que las cosas estén en el orden correcto. También detesta, como ella denomina, "mis compulsiones", es decir, limpiarme las manos, ropa, casa, ordenar objetos... Pero yo la odia a ella por no entenderme, por ni siquiera esforzarse en comprender que realizo estas acciones para apaciguar el malestar que los pensamientos obsesivos me generan.

Cuando el baño se ilumina al pulsar el interruptor, visualizo ciertas manchas oscuras en las baldosas. Restriego la puntera de mi zapatilla contra el suelo, es inútil, entonces me agacho para inspeccionar las manchas desde cerca. Araño la baldosa, sea lo que sea, se ha quedado debajo de mis uñas. Sigo rascando hasta que oigo un chirrido detrás de mí. Una ráfaga de aire helado acaricia mi espalda, la puerta del baño se cierra de golpe y me pongo en pie de un salto. Giro el cuello; nada.

Inhalo. Exhalo. Inhalo. Exhalo.

Paso una mano por mi cabello moreno en un gesto nervioso y termino colocando un mechón rubio detrás de la oreja.

Inhalo. Exhalo. Inhalo. Exhalo.

Una vez tiro mi conjunto al suelo, dedico dos minutos a mirar en el espejo mi cuerpo desnudo. El color morado que adquiere la piel de mi estómago, carece de importancia si lo comparo con el gran corte que desciende por mi vientre hasta el inicio de mi entrepierna.

Sigo viva.

Corro la puerta de cristal y me adentro en el plató de ducha.
Le doy la espalda al grifo por el que cae, sin previo aviso, una cascada helada. Mientras encojo los hombros, busco a tientas el grifo con el que cambiar la temperatura. Luego cojo de la repisa la esponja rosa, echo jabón encima de esta, la estrujo y después la restriego por mi estómago. Retengo un alarido y muerdo mis labios hasta partirlos.

"Dolor."

5 letras.

Froto con más fuerza. Más. Más. ¡Más! Y la esponja escapa entre mis dedos. Y me frustro. Y grito. Y lloro. Porque los susurros sobre mi espalda regresan. Porque las uñas dentro de mis hombros regresan. Porque el monstruo me empuja contra la pared de la ducha.

Gruño, grito, y el golpeo.

"Déjame"

6 letras.

El monstruo rubio agarra mi mandíbula y zarandea mi cara.

— ¿Por qué? —me pregunta.

No respondo. No abro los ojos. No me muevo.

— ¿Por qué me dejaste tirada en el baño?

Me muevo. Abro los ojos. Respondo.

— ¿Carla?

Ella está conmigo, aquí, ahora. Es mi amiga, y aun así, ella me hace temblar. ¿Serán sus ojos sin iris los responsables de mis espasmos? ¿O tal vez su sonrisa sin dientes? De pronto, ella convulsiona.

— ¿Carla? —sollozo, en cuanto soy consciente de la abertura que se está creando en su sien—. Carla...

Echa su cabeza hacia atrás, se le descuelga la mandíbula y la sangre comienza a salir a borbotones por su boca.

Grito.

El suelo de la ducha recibe con gozo a mis rodillas. Carla se desploma a mi lado. Gateo hasta ella, acobijo su cabeza con mis manos y la planto sobre regazo. Inclino la cabeza para regalarle un beso sobre la frente, pero algo se enreda en mi tobillo. Pateo, me arrastran y alejan mis labios de la piel de Carla.

— ¡Mamá!

Y mamá entra en el baño, abre las puertas de la ducha y tira una toalla encima de mí.

— ¿Qué estabas haciendo? —me recrimina, con su imponente cuerpo haciéndome sombra—. ¿Y por qué te duchas a estas horas? ¿No podías esperar mañana?

Silencio.

—Estaba durmiendo hasta que has empezado a cantar y me has despertado. ¡Podrías tener más cuidado, joder! Mañana trabajo y, ¿te haces idea de a qué hora me tengo que levantar? —se dobla por la mitad, levanta un brazo y extiende su mano—. ¡A las cinco, Zenda!

—A las cinco —repito.

—Sí, a las cinco.

Pongo las manos sobre la pared a modo de punto de apoyo y me levanto.

—Lo siento...

—Sécate y ponte el pijama.

Después de su orden, abandona el baño con un portazo.

"Genial"

6 letras.

Tardo más de la cuenta en cumplir las palabras de mi madre, quien ha regresado a su dormitorio. Yo la imito, acudiendo al mío. Arrimo la puerta detrás de mí, me dirijo hacia mi cama y quito la sábana de encima. De repente, a punto de caer rendida sobre el colchón, un recuerdo atraviesa mi mente; las medicinas. Debería ir a la cocina, tomarlas y beber un vaso de agua; en cambio, estoy paralizada y agarrando con la mano el pomo de la puerta.

— ¿Qué haces aquí? —le digo al chico que he hallado en la entrada de mi habitación.

—Estaba preocupado...

Me encojo de hombros.

—Te he visto con muy mala cara en el Mc Donald's, Zenda...

Da un paso hacia delante; yo retrocedo tres.

— ¿Cómo te encuentras? —insiste.

— ¿Qué importa, Ruben?

—Me importas.

Acorrala mi cuerpo contra la pared del dormitorio en una zancada. Hago un mohín que en su rostro es remplazado por una expresión de lastima. Recalca su gesto al posar sus dedos en mi mejilla y depositar un beso en mi frente.

—Rubén... —protesto, situando mis manos a ambos lados de su torso.

Él me toma del mentón, es cuidadoso, y entonces se pierde en mi mirada.

— ¿Por qué tuvimos que dejarlo así...?

Pide explicaciones que no estoy dispuesta a ofrecerle.

—Yo te quería, Zenda —meneo la cabeza en cuanto escucho mi nombre en su boca—. Y sé qué tú también lo hacías...

Las piernas me fallan en el momento que su aliento choca contra mi comisura. La sensación me es extraña, de hecho, quiero estudiarla por más tiempo, así que cierro los ojos y me dejo embrujar por sus muestras de cariño.

—Dime quién eres y por qué estás en mi cabeza...

Ambos nos sorprendemos por mi murmullo. Él lo refleja mediante una sonrisa; yo arrugando la frente. Y resulta que, en un descuido, he revelado que Rubén pasa más tiempo del debido navegando entre mis pensamientos.

—Contéstame, Rubén. ¡No quiero jugar más a esto! —pataleo como una cría—. ¡Estoy harta!

Sin previo aviso, envuelve mi muñeca y posa mi mano encima de su pecho. ¿Qué pretende haciendo esto?

—Tengo tantas ganas de besarte... —susurra mientras plasma dibujos abstractos sobre la piel de mi antebrazo.

Niego. Niego. Niego.

—Quiero hacerlo. Y tú también quieres.

Niego. Niego. Niego.

— ¿Por qué querría eso?

Siento mis labios resecos y la necesidad de pasar mi lengua por ellos pese a las consecuencias de mi acto.

—Porque quieres recordar cómo saben mis labios...

—Te equivocas —rebato, en vano.

—Solo te pido una oportunidad más. Por favor...

Y le concedo un último deseo.

Tengo la mente bloqueada así que, para sorpresa de Rubén, suelto toda mi rabia contra él y logro empotrarlo contra la pared del dormitorio. Menos mal que mamá se habrá dormido...

Su gemido de asombro logra darme ánimos. Ahora tengo el poder de controlar la situación. Sus mejillas sonrosadas junto a las llamas que danzan en sus ojos, me incitan a seguir con esta guerra inadecuada. Le arranco la chaqueta y la tiro sin preocupación al suelo. Estoy quemándome por el fuerte anhelo de besarle.

Pierdo mis dedos en el interior de su camiseta y le doy cariño a su vientre. Después meto una mano por dentro de su pantalón y le toco su miembro, sí, el mismo que le habré mamado el año pasado. Lo masajeo de tal manera que hago que sus párpados se cierran y eche la cabeza hacia atrás. Su pulso acelerado es acallado por los jadeos que ascienden por su esófago.

Ahí te tengo, cariño.

Quiero jugar un poco más, así que, a punto de correrse en mi mano, la saco. Desabrocho su cinturón y antes de que pueda bajarle la bragueta de los vaqueros, me da la vuelta. Me acorrala contra la pared y restriega su ardiente cuerpo contra el mío. Al separar mis piernas, aprovecha y frota su entrepierna contra mi centro. Estamos perdiendo la cabeza, y no sé si es bueno...

Antes de que pueda derretirme entre sus brazos, sin saber cómo ni cuándo, terminamos en el suelo. Nuestras ropas son impedimentos para que nuestras pieles no se deslicen. Juego con su ansiedad por poseerme, pero soy yo quien se posiciona a horcajadas de él y quien le domina. Le muerdo el hombro y él estruja mi culo.

No quiero follar. Quiero hacer el amor. Y se lo hago.

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