10
Los primeros rayos de la mañana entran por la ventana de mi dormitorio. Restriego los nudillos contra mis párpados y me quito las legañas. La luz es un incordio, ¡lástima que aquí en EE.UU no tengamos persianas!
Al sentarme con las piernas cruzadas, un golpe de humedad sacude mi nuca. Sospecho que he pasado calor durante la noche, sin embargo, al tocarme la cabeza no es sudor lo que palpo. Me giro y veo la almohada cubierta de sangre.
No.
Me.
Jodas.
Cuando salgo del dormitorio, veo que papá está sentado en el sofá junto a mamá. Ambos ven la televisión, en concreto, las noticias. Como no me apetece saludarlos, atravieso el pasillo hasta la puerta de entrada, pero mis pies crujen bajo la tarima.
— ¿Zenda?
Papá se vuelve en mi dirección y me regala una bonita sonrisa. Mamá se inclina hacia delante y me saluda con la mano.
— ¿Cómo has dormido? —dice él.
Me encojo de hombros.
—Ayer te acostaste muy tarde —subraya mamá.
—Ya, tenía cosas que hacer.
A punto de marcharme, papá me detiene con su grave voz.
— ¿Tienes hambre?
Adivino que ha escuchado los rugidos de mi estómago vacío.
—Cariño, debes desayunar —ruedo los ojos—, aunque tampoco abuses porque es tarde —señala el reloj colgado encima del televisor.
—Ya sé lo que tengo que hacer, papá.
Tanto él como mamá ignoran mi tono agresivo.
—Voy a buscar a Kai.
Ellos asienten y, cuando desparezco tras la puerta de entrada se vuelven hacia el televisor.
Inspecciono nuestro jardín hasta que te encuentro en la parte trasera. Estás de rodillas por lo que supongo que estás plantando tomates.
— ¿Kai?
Levantas la cabeza, me miras y sonríes.
—Buenos días, hermanita.
Intento reanudar mis pasos y llegar hasta ti pero cuando mis hombros son empapados por la sustancia rojiza que tú provocaste, me detengo.
—Eres un cabrón.
Cuando me oyes hablar, te levantas. Avanzarías hasta mí si no fuera por tu cobardía.
—Lo siento, Zenda.
Estás llorando pero no me das pena.
Estás llorando, pero no me das pena.
—Eres un jodido monstruo —te señalo con el dedo—, sin embargo, papá confió en ti durante nuestras vacaciones por Europa
—Ayúdame, por favor...
— ¿Pretendes que te defienda cuando la noche pasada te presentaste en casa de esa pobre chica, con la pistola que le robaste al abuelo y disparaste dos veces desde fuera directamente a su dormitorio?
—Zenda...
—Un tiro impactó en la cabeza de Carla, detrás de su oreja izquierda, y el otro en la almohada.
—No sé que me pasó.
— ¡Mataste a una chica!
— ¡Ya lo sé!
Tiras el rastrillo al suelo y te llevas las manos a la cabeza.
—La madre de esa tía encontró el cadáver de su propia hija cuando fue a despertarla, ¿te das cuenta, Kai?
Veo tus temblores cuando doy una zancada en tu dirección.
—No quiero ir a la cárcel, Zenda...
— ¡Todos sospechan de ti, joder!
Soy tóxica así que te doy una patada en el estómago que provoca que te dobles por la mitad. Yo chillo un "joder" y me arranco los pelos de la cabeza mientras miro un punto fijo en el cielo.
— ¿Por qué coño la seguiste después de haber coincidido en el hospital, eh? —te abofeteo—. ¿Por qué cojones te obsesionaste con ella, imbécil? —ahora es una patada—. ¿Por qué la vigilabas y la perseguías alrededor de la ciudad, mierda? —esta vez es un puñetazo en tu espalda—. ¿Por qué hostias le rajaste el estómago?
Consigo que te desplomes en el suelo. Me subo encima de ti, intentas apartarme y te sorprendes con la fuerza de mis bíceps. Te rodeo el cuello con las manos, tratas de clavarme las garras y te rompo la mejilla con mi palma.
Papá y mamá siguen dentro de casa, viendo las noticias acerca de nuestra ciudad, Stowe, que reproducen en el televisor. Y mientras tanto, yo enredo mis manos en tu cuello. Haces el esfuerzo de golpearme con tus manos de mierda, entonces te estrangulo con mayor intensidad.
— ¡Cabrón!
Te insulto y tus mejillas se ven blancas, me palpita la sien del dolor y tienes los ojos muy salidos. Das asco. Vistes la camiseta de Guns N' Roses que te regalé por tu cumpleaños pero la tienes manchada con la sangre de Carla.
—Zen...
Te aprieto el cuello, cortando mi nombre en ru boca, y doy gracias que nuestros padres no hayan salido todavía al jardín. ¿Si te soltara ahora, confesarías tus crímenes, Kai? Me escupes los párpados, demuestras que eres una mala persona, no te mereces vivir, sin embargo, yo tampoco. Me has atado con tus cadenas al infierno.
— ¿Qué dices ahora?
Has agotado tus palabras y el silencio de tu muerte eclipsa el cantar de los pájaros. Varios huesos, cuya ubicación desconozco, crujen al mismo tiempo que un última lágrima en señal de deceso mana de tu ojo izquierdo y cae por tu piel delicada. Fijas la mirada en un lugar que aún no he tenido el placer de visitar. Eres como un muñeco de trapo que no reacciona cuando la sangre asciende por tu esófago y mancha tus labios.
—Descansa en paz, hijo de puta.
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