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✦ ── 06

128 d.C.

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HELAENA no pensaba mal de sus hermanos, pero seguro que a veces sentía que eran poco más que un par de idiotas consumidos por sus hormonas. No expresaba ningún tipo de superioridad, sino más bien, lo reflexionaba desde el profundo afecto que sentía por su familia. No entendía como ellos mismos podían hacerse daño.

Era inconcebible que Aemond no pudiera ver lo enamorado que Lucerys estaba de él y cómo Aegon estaba seguro de que Jacaerys se aburriría de él. Amaba a sus hermanos, pero eran muy tontos.

O quizás en el fondo eran como ella y sentían que las cosas buenas no estaban hechas para ellos.

Helaena suspiró viendo a Aemond arremeter con brutalidad contra sir Criston. No le gustaban los patios de entrenamiento, el chillido del metal chocando le provocaba náuseas y el corazón se le detenía cada vez que veía la espada alzarse contra su hermano menor.

Si cerraba los ojos casi podía ver al sagaz príncipe canalla, Daemon Targaryen, atravesando a Aemond con La Hermana Oscura.

Negó con la cabeza sintiendo un nudo en su garganta. No, eso no iba a suceder. No aquí, no ahora.

Aegon y Aemond eran omegas, el abuelo estaba lejos, Lord Lyonel y sir Harwin estaban vivos.

Pero, ¿eso les aseguraba la felicidad?

Bien sabido era para los eruditos que la ausencia de guerra no es necesariamente la paz. No había seguridad en una vida llena de incertidumbres, donde todos se sostenían en un castillo de naipes que se podría desmoronar al mínimo aleteo de una mariposa.

Helaena deseaba ser feliz y, en ocasiones, lo era, pero quería que aquella felicidad no fuera algo circunstancial. Prefería la tristeza fuese algo de ocasiones, no la dicha.

—Es extraño verte aquí —comentó Aegon apareciendo a su lado.

—Tú tampoco frecuentas el patio —señaló Helaena en voz baja.

Desde que Aegon se había presentado como omega se había desentendido de sus deberes esperados como príncipe —heredero al trono según el abuelo— con la facilidad de alguien que ha esperado una señal toda su vida. Las lecciones de política fueron igual de olvidadas que su entrenamiento como caballero. Lo único a lo que Aegon se aferraba con uñas y dientes de su herencia Valyria era Sunfyre.

A Helaena siempre le parecía encantador cómo su hermano trataba al dragón con tanto cariño como si este fuera una dulce mascota como un gato y no un dragón de bastas toneladas.

—Aemond me pidió venir —gruñó Aegon—. Seguro solo quería presumir.

—Pudiste decirle que no.

—No, estamos en una especie de tregua.

—¿Es así? ¿Por qué? —Helaena lo miró con confusión, no le pareció verlos discutir. Además, hacía pocos días habían estado de visita Lucerys y Jacaerys, sus hermanos deberían estar felices al menos por unas semanas más.

—Hizo una jugada sucia, incluso para mí.

—Hermano, no puedo ayudarte si no hablas con claridad.

—Se trata de tu prometido.

Apretó los labios pensando en qué era apropiado decir o no. A menudo no entendía a Aegon, bueno, casi nunca lo entendía a decir verdad. Algunas veces sentía que él quería que ella tuviera claro la clandestinidad de su relación y que pese a eso, se casaría con ella y él «se haría a un lado para que cumplieran con su deber» otras veces sentía que él quería restregarle en su cara lo que tenía con Jacaerys.

Pero ella no iba a ser partícipe de su juego agotador.

—¿Aemond peleó con nuestro sobrino?

«Y nuestro alfa.»

Aegon se rio de esa forma fea que hacía antes de decir algo hiriente, ya fuese hacia él o hacia otros. Helaena apretó el pañuelo en sus manos.

¿La podría haber sucedido algo a Jace?

—Nuestro perfecto hermanito se le metió a la cama a Jace.

Helaena se giró con tanta brusquedad que escuchó su cuello tronar.

—¿Estás seguro de lo que estás diciendo? —susurró Helaena con cautela, preocupada de que alguien les escuchara.

—Tan seguro como que después se la chupé a Lucerys y Aemond hizo una rabieta monumental.

—Aegon —regañó Helaena—. Detente

—Ah, pero hablo en serio —rio de nuevo. Helaena se dio cuenta de que Aemond había dejado de luchar contra sir Criston y los veían a ambos desde abajo con el ceño fruncido—. Pero si nuestro tuertito nos está mirando, anda salúdalo.

Helaena solo negó con la cabeza y recogiendo la falda de su vestido dejó a su hermano para que fuese miserable solo.

Por eso ella nunca participaba en las mismas cosas que sus hermanos.

Sus insectos eran miles de veces más fáciles de comprender.

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Se quedó en su habitación el resto de la tarde, tampoco bajó a cenar, lo que le hizo recibir una visita de su madre muy preocupada. Helaena le aseguró que solo se trataba de falta de apetito. Esperó a que se fuera para, sin molestarse en quitarse el resto de la ropa, envolverse de nuevo en las finas sábanas de su cama.

Tenía una rutina, desayunaba, paseaba por el jardín, cuidaba sus insectos, comía, recibía sus lecciones, regresaba con sus insectos, cenaba y volvía a la comodidad de su alcoba. Odiaba romper su rutina, hacía que la piel le picara y no podía dejar de sentirse inquieta.

Pero su omega se sentía peor.

Horas después de su aislamiento autoinfringido determinó la raíz de su angustia: se sentía rechazada.

Era absurdo si lo analizaba, desde que lo habían anunciado, había aceptado con gratitud y gracia el hecho de que se casaría con Jacaerys, así como Rhaena se casaría con Lucerys. Eventualmente, sus hermanos encontrarían a alguien que fuera digno de ellos. Pero ahora no estaba muy segura de eso.

Y tampoco ella deseaba ceder su futuro a Aegon, ni todo el cariño del mundo la haría tomar una decisión tan tonta, no cree que haya un alfa que pueda ser mejor para ella que Jacaerys, aunque conocía lo que pasaba a puertas cerradas entre Jace y Aegon, sabía que príncipe o no, Jacaerys era un buen hombre.

Y sobre todo, un buen alfa, no se podía decir que hubiese muchos de ellos, donde la mayoría se aprovechaban de la jerarquía y no veían a los omegas como otra cosa que una posesión bonita que daría herederos y calor a su lecho.

Tocaron su puerta y ella extrañada, por las altas horas, se acercó para escuchar algo.

—Helaena, soy Aemond.

Se alejó de la puerta y se metió devuelta a la cama, por un segundo, meditó hacerse la dormida, pero no existían ese tipo de sentimientos mezquinos en ella hacia Aemond.

—Pasa.

Su hermano cerró la puerta tras de él, más no hizo intento alguno de aproximarse o sentarse.

—Fue hace unos días, su rutina lo tomó por sorpresa.

No hubo un saludo formal o eufemismo alguno como esperaría de Aemond, él fue directo a justificar sus acciones. «Aegon le dijo todo, así que vino a disculparse. ¿Es esa una disculpa?»

—No lo sabía.

Helaena nunca sabía nada. En el pasado disfrutaba de ser distante de las habladurías planes cizañeros que se orquestaban del otro lado de su familia, mientras más lejos estuviera de todo aquello, mejor. Pero ahora veía su ignorancia como un defecto, algo que la tenía tres pasos atrás de todos y que podía comprender en esa noche de revelaciones, le frustraba.

Le generaba impotencia que sus hermanos, también omegas, tuvieran más opciones que ella.

—Y no deberías saberlo, madre no quiere que su compromiso se vea afectado si consuman el matrimonio fuera de tiempo.

Helaena apretó las manos en puños sobre las sábanas.

—Eso es... injusto.

—Hermana —suspiró Aemond infeliz del rumbo que estaba tomando la conversación, se sentó en el borde de su cama, Helaena permaneció allí con el ceño fruncido—. ¿Quieres tener intimidad con Jacaerys?

—Sé lo que sucede entre Jacaerys y Aegon, se qué ha estado sucediendo desde antes de que él y yo fuéramos comprometidos, pero...

—Podrías exigirle que deje de hacerlo. Jacaerys va a ser tu esposo, no el suyo.

No le gustó a Aemond la forma en que Helaena bufó. Su dulce hermana no era rencorosa como él, ni estaba amargada como Aegon.

—¿Debería entonces Lady Rhaena exigirte que acabes tu relación con Luke?

Aemond palideció sin creer lo que había escuchado.

—Ella no lo sabe —Aemond tragó y apestó tan mal a angustia que Helaena se sintió tentada a abrazarlo, en cambio, tomó su mano como ofrenda de paz—. Esto es horrible, hermano.

Ella tiró de él para que se sentara con la espalda apoyada en el respaldar de la acolchada cama de Helaena, quedando hombro contra hombro pero sin tocarse demasiado, aunque era una omega, no era fanática del contacto físico, así que se limitó a apretar la mano más grande. El gesto solo aumentó el sentimiento de culpa de Aemond, era horrible, no solo había dejado que Lucerys tomara su virtud, sino que había dormido con el futuro esposo de su hermanita.

—Lo es.

—Mmm.

—Deberías hablar con Jacaerys, hablar con Aegon es una pérdida de tiempo.

«Tal vez podría hacerlo. Él sabía escuchar.»

—¿Me dirías cómo es? —Aemond la miró sin entender—. Como es Jacaerys. Quisiera saber cómo se siente, cómo es él, si es gentil o...

Aemond se sonrojó tanto que Helaena dejó de fruncir el ceño para soltar una risita.

—¿Fue bueno?

Aemond asintió avergonzado, ella rio más fuerte brincando en la cama y con las mejillas rojas le pidió todos los detalles. Aemond, que nunca pudo negarle algo a Helaena, terminó compartiendo hasta los detalles más pasionales y mórbidos, tal como ella, que siempre fue mejor escuchando que hablando, atesoró cada parte de información en su cabeza.



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La próxima vez que Jacaerys llegó de visita, Helaena dejó la prudencia de lado y le invitó a volar juntos. Sus interacciones siempre eran torpes y distantes, la princesa no era efusiva ni demasiado expresiva; prefería la calma y los lugares poco concurridos, mientras que a Jacaerys lo seguía el ruido y la agitación.

También, el alfa gozaba de ser un buen observador y era plenamente consciente de lo sensible que era su prometida, sentía que con ella tenía las probabilidades en su contra.

Helaena por lo general volaba cuando los cielos estaban libres y el resto estaba en otras actividades, pero ese día, antes de que los Guardianes de dragones pudieran preparar a Dreamfyre, envalentonándose con una respiración profunda dijo:

—He pensado que podríamos ir juntos en Vermax, príncipe Jacaerys.

Jacaerys no desestimó la idea, gratamente sorprendido ante la perspectiva de compartir algo tan sagrado para ellos como Targaryen.

Helaena creyó que abrazaría al alfa desde atrás, pero Jacaerys después de que le ayudó a subir en Vermax, se acomodó detrás de ella rodeando su cuerpo para tomar las riendas del dragón. A Helaena se le aceleró el corazón cuando el alfa exhaló y su respiración acarició la tierna piel de su cuello. El alfa casi gimió de placer por el tenue aroma floral que salía de las glándulas de olor de su prometida, pero fue una extraña esencia que le acompañaba lo que le llamó la atención.

Los omegas podían oler a muchas cosas, Helaena olía como un jardín floreciendo en una tarde lluvia, en una isla como Rocadragón aprendías a apreciar aromas así, pero debajo de la fragancia floral si cerraba los ojos era como sentir la tierra mojada y el rocío de la lluvia. En su boca casi pudo saborear las feromonas de una omega complacida.

«Dioses, este va a ser un viaje largo.»

Cuando zaparon por los aires hablaron todo el camino, de puras trivialidades en las que Jacaerys le inventaba historias a los pueblerinos que lograban distinguir desde el cielo y Helaena se reía de las ocurrencias del príncipe. Podrían ser cinco minutos y no las dos horas que estuvieron sobrevolando Desembarco del Rey, pero bien dicen que el tiempo pasa volando cuando estás con la persona correcta.

Al culminar su paseo, cuando Jacaerys la escoltó hasta sus aposentos en el Torreón de Maegor, él se inclinó para hacer una reverencia con parsimonia, más que todo para que ella dejara escapar otra de esas risitas de las que se declaró fanático.

Helaena, con sus delicados dedos, levantó el mentón de Jacaerys y en un parpadeo, dejó el más leve roce sobre sus labios. Era apenas un beso, pero el alfa vio en Helaena la sangre subir hasta sus mejillas, las puntas de sus orejas, su cuello y el nacimiento de su abundante pecho. Jace deseó tanto tener destreza en las artes para capturar en un cuadro ese momento, tener la imagen fresca en su cabeza y emborracharse con ella.

Por primera vez en más de dos años, no corrió a buscar a Aegon o algo en lo que pudiera ser útil para no procrastinar y desperdiciar tiempo en el que podría estar trabajando.

No, se quedó el resto del día confundido, con la cabeza en las nubes.

Siempre vio a Helaena como un ser etéreo, le habían comprometido a ella cuando él cumplió su décimo quinto onomástico, pero nunca había visto en ella algo más que una jovencita bañada en dones y belleza, siempre había parecido intocable. No ayudaba que la culpa lo destrozaba cuando la tenía cerca y recordaba a Aegon.

Nunca se permitió ensuciar el nombre de esa dama que ahora era una preciosa mujer.

Con el cuerpo acalorado y la mente atribulada se planteó un hecho cuya preeminencia había dado por sentado: Helaena sería su mujer en un futuro próximo. Ella sería suya.

Luego apareció Lucerys para decirle que Aegon lo estaba buscando y un sentimiento horrible se instauró en la boca de su estómago, como un gran vacío.

Oh dioses, él estaba jodido.

















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NOTA DE AUTOR:

Buenas, traigo el capítulo un poco más tarde porque he estado algo malita y al menos hasta el 18 de este mes, tengo trabajo hasta el cuello. Espero este capítulo les ayude a entender un poco más la encrucijada en la que Jace se encuentra y qué siente Helaena sobre todo esto.

Por la espera larga que se viene, les dejo un fragmento del Capítulo 07:



Capítulo 07: 20 de julio.

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