✦ ── 04
127 d.C.
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LUCERYS estaba tan enamorado que rozaba lo patético. La primera vez que trató de acercarse, apenas habían transcurrido dos semanas del primer celo de Aemond. Mala decisión, porque el omega estaba demasiado alterado por el recuerdo de presentación, tanto que ni siquiera quería respirar el mismo aire que su sobrino o un par de ideas homicidas se le venían a la cabeza.
Aemond estaba tan enojado consigo mismo que apenas podía ver al niño o incluso escuchar su nombre. Como si hundirse todavía más en el ascenso al trono gracias a esos malditos bastardos alfas no fuese suficiente, ahora sus aspiraciones habían quedado truncadas con él, presentándose como omega, gracias a ese maldito enano.
Daeron era el único de los hijos de la reina que se había salvado de nacer como una yegua de cría, pero apenas era mejor, pues el muchacho era un beta.
«Al menos a él no lo van a obligar a empujar cachorros entre sus piernas para dar orgullo a un alfa despreciable» pensó Aemond con rencor mientras caminaba por los jardines. Era normal encontrar a Helaena tomando el sol en la mañana, mientras que él gastaba sus energías en el patio de entrenamiento y descansaba en las tardes estudiando en la biblioteca.
Ahora no podía pararse allí. Sir Criston lo estaba evitando a toda costa, percibió que se trataba una cuestión de respeto y darle espacio para adaptarse y controlar su olor, era peligroso para todos tener a un omega exudando feromonas un espacio lleno de alfas y betas. Pero incluso si era por su bien, Aemond lo odiaba. Detestaba que todos lo trataran con condescendencia y tanto cuidado, como si fuese una niña frágil e ingenua.
—Tío Aemond, hoy hace un bonito día.
El omega se tensó cuando lo escuchó detrás de él, por inercia cogió la daga que estaba en su cinturón de armas.
—¿Qué haces aquí? —Aemond se obligó a retroceder, no debido a que se sintiera intimidado, pero no quería que el hedor marino de ese niño volviera a afectar esa vergonzosa parte de él.
El alfa enano tuvo la decencia de quedarse donde estaba.
—Pensé en dar un paseo.
—Mmm.
—¿No te parece que hace un lindo día?
Aemond lo ignoró y siguió caminando hasta el campo abierto, reconociendo el claro como el lugar favorito de Helaena; crecía maleza y flores silvestres, no era extraño ver libélulas, sobrevolar la colorida flora.
—¡Ah, de esas flores hay Rocadragón!
No respondió, pero sí resopló contando mentalmente.
¿Lo acusarían con todo el peso de la ley si justificaba el asesinado de Lucerys con que lo estaba acosando?
—¿Te gustan esas flores, tío? ¿Tío Aemond?
Se fijó en las flores de color azul pálido que estaba mirando Lucerys, con los dientes apretados las arrancó de golpe y las lanzó al suelo.
—Oh... Supongo que no te gustan.
Aemond iba a matarlo.
—¿O no te gustan las flores en lo absoluto?
—Mmm.
Ni siquiera había tenido la oportunidad de abrir el libro que le había conseguido su madre. Era uno de los textos más completos sobre la biología omega, originalmente la reina lo pidió desde La Ciudadela en Antigua para ayudar a Aegon —razón por la que el libro apestaba agrio— pero este lo había dejado empolvarse. Ahora Aemond iba a usar el conocimiento a su favor.
Bueno, lo haría si cierto mocoso lo dejara en paz.
—... madre dice que siempre es bueno estar preparado.
—¿Vas a parar? —gruñó Aemond.
—Hablar contigo es como sacar una muela, tío Aemond —suspiró Lucerys al fin abandonando ese irritante aire de optimismo que estaba enfermando al omega—. ¿Alguien te ha dicho eso?
—Entonces déjame en paz.
Se levantó y se aseguró de empujar con fuerza al alfa al pasar, caminó tan rápido como pudo y se alejó de ese impertinente muchacho sin sentido de auto conservación.
La próxima vez que le dirigiera la palabra iba a darle una paliza.
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La siguiente vez que Lucerys intentó acercarse a Aemond fue la noche anterior a su partida a Rocadragón, solo unos días después del incidente en el jardín. La mayoría estaban cenando y pasando un momento agradable; el rey Viserys rio tanto por los comentarios de su primogénita y su hermano que le lloraron los ojos, e incluso la reina, que no podía liberarse de esa mirada de aflicción, sonrió un par de veces por las palabras amables de Lady Laena.
Aemond experimentó un gran enojo por la nula dignidad que Aegon poseía al rededor de Jacaerys, ya que, al igual que Helaena, se había acabado enterando de las escapadas de su hermano mayor para desempeñarse como la perra personal del príncipe heredero de Rocadragón.
Pero incluso él debía aceptar que Helaena florecía en la compañía de sus primas, Lady Rhaena y Lady Baela, pues ambas la trataban como una hermana más.
Se marchó temprano de la cena, no quería estar un segundo más tolerando las miradas burlonas de Daemon Targaryen y fingiendo que todos era una bonita familia feliz. Dioses, todos eran unos hipócritas.
En el pasillo lo alcanzó su verdugo personal.
—Tío Aemond.
—¿Qué quieres ahora, Lucerys?
—Yo... —Aemond lo evaluó desde su lugar, feliz de verlo encogerse donde ya le llevaba al menos una cabeza de altura—. Quería disculparme.
—¿Por qué? ¿Por llegar apestando a alfa o por sacarme un ojo? —Sonrió con amargura y burla cuando Lucerys bajó la cabeza—. Dime, sobrino. Soy todo oídos.
—Yo...
—Así me dejas en paz de una vez por todas.
—No quise hacerte entrar en celo, no fue mi intención —confesó Lucerys sosteniéndole la mirada, Aemond se percató de lo verdes que se veían sus ojos esa noche—. No creí que fuera posible, todos pensamos que eras un beta. Tampoco quise avergonzarte.
—Muy tarde para disculparse.
—Por favor, acepta mis disculpas.
—¿No vas a disculparte por mi ojo? —Aemond apretó los labios cuando el olor mentolado de Lucerys se intensificó, no logró determinar la razón de aquello, pero apestaba como si el pequeño idiota estuviera marcando el lugar—. Tch... Deja de hacer eso.
—No.
—¿No?
Lucerys se aclaró la garganta y, con mayor firmeza que en todo el intercambio, expresó: —No, no voy a disculparme por eso.
Aemond podía apreciar la honestidad. Lo sabía, ese pequeño alfa no era más que un lobo en piel de oveja al final del día. Pero incluso el ínfimo grado de respeto que le albergaba por ese detalle, no cambiaba que lo odiaba y que se aseguraría de cobrar esa deuda eterna que tenía ese mocoso impertinente con él.
De nuevo, se marchó dejándole con la palabra en la boca.
Cuando la manada del Príncipe Daemon y la de la Princesa Rhaenyra se marcharon, Aemond no bajó a despedir a nadie, se quedó desde su ventana viendo a Arrax agitar sus alas para llevar a su jinete, se preguntó como si podía hacer que de alguna manera Luke se cayera de Arrax sin parecer sospechoso.
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128 d.C.
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Era un camino tumultuoso el que Lucerys estaba labrando poco a poco, con paciencia y nunca dejando que la frialdad de su tío lo desanimara. Porque él lo tenía claro, tarde o temprano, él haría de Aemond Targaryen su omega, pelearía con quien fuera necesario por eso.
Pasaron varias lunas hasta que lo volvió a ver. Él tenía obligaciones en Driftmark como futuro heredero, donde era requerido a diferencia de Jacaerys, quien era convocado a Desembarco del Rey para prepararse con su deber. Lord Lyonel Strong lo había invitado con frecuencia para que el joven príncipe estuviera al tanto de los asuntos del reino y, cuando la hora llegase, su reinado estuviera asegurado con la aprobación general del pueblo.
Ese día Aemond estaba furioso, iracundo incluso. Cuando se enojaba más allá de lo razonable, por lo general buscaba arremeter de forma física, con lo que tuviera alrededor. Pero esta vez en su interior se entremezclaban la decepción y la tristeza. Le estaba costando una vida contener las lágrimas cuando salió de las recámaras de su madre.
O más bien, de la reina. Esa no se había sentido como una conversación con su amada madre.
—Tío, ¿estás bien?
Aemond, apoyando su espalda contra la pared, inhaló profundo tratando de calmar su respiración. Grave error, a su nariz llegó un olor bastante incómodo; sus últimas lunas como omega contribuyeron a poder identificar algunas variaciones de las feromonas y no le agradó lo que percibía en el aire.
¿Qué derecho tenía Lucerys Velaryon a oler como un alfa preocupado?
—Espera aquí, llamaré a los guardias.
Aemond abrió los ojos y lo agarró por la muñeca.
—No.
Obedientemente, el alfa se quedó allí de pie todavía con ese hedor a desazón saliendo de él. Aemond respiró profundo y par de veces, cuidando sus inhalaciones para hacerlas por la boca y no inundar su cabeza de Lucerys y su presencia, incluso si el insignificante toque de sus dedos contra la piel de la muñeca de su sobrino le hizo sentir reconfortado.
No. Él no necesitaba ningún alfa.
Y mucho menos un alfa tan insignificante.
Lucerys no pronunció palabra por miedo a romper la frágil paz instalada entre los dos. Las manos del omega dejaron temblar, su respiración se había tranquilizado y el tenue rosado de la sangre volvió a su rostro quintándole ese pálido fantasmal con el que Luke lo había encontrado. El muchacho nunca se sintió tan orgulloso de ser un alfa, incluso si Aemond no era consciente de eso, él había ayudado a que se tranquilizara.
—¿Te sientes mejor?
Aemond solo quería que Lucerys se marchara, tenerlo cerca era lo último que deseaba. Pero incluso así, no aflojó el sólido agarre sobre la muñeca del alfa.
El abuelo había visitado Desembarco del Rey y aquello resultó útil para llenar la cabeza de su progenitora con basura. Su propósito fue sugerir que lo casaran con un señor Lannister, por lo cual él naturalmente reclamó indignado que era injusto que lo casaran a él primero que Aegon.
—Tu abuelo y yo consideramos que Aegon no es apropiado —Mentira, Aemond sabía que lo que su madre evitaba decir era que Aegon los haría pasar vergüenza—. Tú siempre has sido ejemplar, hijo.
—Si es así, ¿no crees que merezco algo mejor, madre? —La reina no pudo contener su sorpresa cuando su hijo cuestionó su palabra con tanta dureza—. Sé las cosas que ese sir dice sobre los omegas. No me dejará entrenar y me reducirá a tener sus hijos, soy una príncipe madre, no puedes permitir que hagan eso.
—Entiende, mi amor. Él es uno de los pocos alfas...
Eso rompió el corazón de Aemond, porque su madre no se atrevía a decirlo, pero todos lo sabían. «Es uno de los pocos alfas que me aceptaría, quien querría un esperpento de omega que, sin duda, era infértil debido a su presentación tardía.»
La reina intentó ser conciliadora, pero cuando ella amenazó en estallar en llanto, Aemond no pudo soportarlo. Estaba acostumbrado a consolar a su madre, a soportar el peso de todos y mantenerse fuerte, pero estaba agotado. ¿Cómo podía servirle a su madre si él se sentía tan deshecho?
Así que se marchó, la dejó ahogada en lágrimas y así se encontró con Lucerys en el pasillo. Aemond tenía la impresión que desde su presentación no dejaba de huir de todo, era terrible la manera en su piel ya no sentía como suya.
—¿Por qué no te sientas?
Aemond lo miró mal, sin embargo, Lucerys no se dejó amedrentar y, sin despegarse del agarre del omega, se sentó en el piso de piedra como si nada, con las piernas cruzadas. Con recelo y sin decir una palabra, el omega hizo lo mismo. Cuando sus piernas descansaron se dio cuenta de lo tenso que tenía todo el cuerpo.
Gracias a los dioses, Lucerys no preguntó o dijo algo más, cuando Aemond se sintió lo suficientemente tranquilo para soltar la muñeca de Lucerys que ya sudaba por el contacto, se sacudió la ropa y dejó a su sobrino sentado como un niño regañado, en el suelo.
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Evitaría a toda costa a Lucerys después de eso, Aemond analizó todos los escenarios posibles y en cada uno, se avergonzaba más. ¿Qué habría pasado si alguien los veía siendo tan íntimos? ¿Y si su madre lo hubiese ido a buscar con sir Criston y lo veían confraternizando con ese intento de alfa? ¿Podrías Lucerys haber intentado algo en ese terrible momento de debilidad? Incluso peor, ¿y si se hubiera encontrado con otro alfa?
¿Habría podido defenderse si un alfa usaba su voz?
Aemond estaba enojado por su debilidad.
Su segundo género solo era otra adición a la interminable lista de cosas que estaban mal con él.
Y para con consternación no podía deshacerse del el fantasma de la calidez del tacto de Lucerys, en su cabeza rebotaba la voz preocupada del alfa, Lucerys tenía quince años, pero la pubertad ya estaba haciendo su magia al engrosar su voz.
«Y a mí que me importa si ese mocoso empieza a sonar como hombre de una vez por todas.»
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Ninguno de los dos, ni en los más salvajes escenarios, pensó que un asesinato fuese a ser lo que les obligara a trabajar juntos. Sin embargo, se trataba de Lucerys y Aemond, no deberían estar tan sorprendidos, el caos se desataba cada vez que estaban alrededor del otro.
—Ahora tienes que ayudarme.
—¿Qué vamos a hacer? —Lucerys lo miró con los ojos bien abiertos—. Está lleno de gente, nos va a atrapar.
—Cierra la boca —chasqueó Aemond—. Si lo cargamos por este pasillo podemos sacarlo y creerán que algún campesino lo atacó.
Aemond agarró las piernas del hombre desagradable y gordo y Lucerys sus brazos, pero no pudieron avanzar más que unos metros antes de dejarlo caer, rendidos por el peso del muerto.
—No vamos a avanzar así —masculló frustrado Aemond.
—¿Por qué lo atacaste? —Luke al fin preguntó, no había sido su intención verse involucrado, pero al seguir a Aemond y atraparlo justo cuando cortaba la garganta de ese tipo, no hubo vuelta atrás—. Si te hizo algún daño, tu actuar estuvo más que justificado. ¿Te tocó? ¿Fue eso? De ser el caso, tío, le diste una muerte muy digna, debemos cortar sus manos y llevarlas con su familia para que todos conozcan el mensaje. No eres cualquier omega, tío.
La pasión del discurso de Lucerys lo dejó sin aliento, la severidad que habló le recordó que ese muchacho era el mismo que le había sacado su ojo, años atrás. Allí estaba su salvaje Lucerys, escondido debajo de ropas ornamentadas y sonrisas dulces.
—Él no me tocó —aclaró Aemond, no porque le debiera explicaciones, pero lo último que deseaba era que su virtud se viera manchada. No era un omega bonito, mínimo debía mantener su castidad para tener algún valor—. Dijo cosas que ya no quería escuchar.
—¿Entonces lo mataste?
—Pensó que quedaría impune por decirme las cosas que iba a hacer conmigo —escupió Aemond, vio los ojos de Lucerys oscurecerse y cuando el alfa empezó a oler a enfado, casi se lamió los labios. Qué diferente era cuando no trataba de ser dócil e inofensivo—. Se lo merecía.
—Sí, se lo merecía —Lucerys lo miró con los ojos entrecerrados—. ¿Crees que sería más fácil llevarlo en partes?
—¿Quieres que lo destacemos? —Aemond arrugó la nariz, su jubón ya estaba lleno de sangre, incluso el resto de su ropa negra no podría disimular el crimen.
—¡Ugh, no sé! ¿Qué se te ocurre a ti?
—¿Se te ocurre tal vez buscar una carreta? —Lucerys se rio entre dientes y Aemond puso los ojos en blanco—. ¿Es eso lo que te enseña Lord Strong? ¿Despedazar personas?
—No-oh, lo aprendí solito.
—¿A mutilar personas?
—Aemond...
Se quedaron viendo, Lucerys aún olía a alfa territorial y Aemond estaba pellizcando las palmas de sus manos porque la adrenalina y vaivén de la conversación lo estaba poniendo sensible. Ya había aceptado con horror que su estúpido omega gustaba mucho del alfa en Lucerys.
—Vamos, busquemos una carreta. Si nos atrapan, diré que tú lo mataste Luke y que te salve tu mami.
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Una vez que se deshicieron del cuerpo, se ocultaron en los cuartos de servicio de los establos para lavarse al menos un poco la sangre y luego poder escabullirse en la fortaleza sin dejar huellas rojas.
No parecía una mala idea en teoría.
Pero Lucerys vio todos los fallos en cuanto Aemond se quitó la camisa. La piel de su tío no era perfecta, marcada con pequeñas cicatrices de los años de entrenamiento, unas cuantas pecas en su espalda, pero cada detalle le hizo más llamativa a los ojos atentos del alfa, las partes enrojecidas por el esfuerzo físico hecho le llamaban a ser besadas y esa pequeña cintura...
Un gemido involuntario rompió el flujo de pensamientos de Lucerys, los labios de Aemond se separaron en sorpresa mientras apretaba la tela de su camisa.
—Aemond, tío, eres... —«Hermoso, magnífico, me quitas la respiración, me vas a llevar a una muerte temprana» pensó Lucerys, aturdido y jodidamente mareado por la lujuria, con el cerebro sin funcionarle para formar una frase adecuada. Lo único en lo que podía concentrarse era en la imperiosa necesidad que tenía por tocarlo, por conocer la textura de sus labios, la suavidad de su cabello y el sonido de sus gemidos—, demasiado bonito.
—No digas estupideces.
¿En serio? ¿No debería darle un golpe y marcharse?
Pero no, se quedó allí de piel, con la piel mojada, el cabello chorreando y semidesnudo. La piel se le puso de gallina, pero no se cubrió, al contario, estiró el cuello para que el alfa pudiera ver la forma en que las gotitas se deslizaron por la extensión de su lechosa piel hasta perderse en el inicio de sus pantalones.
Le gustaba la forma en que Lucerys lo miraba.
En el pasado nunca se detuvo a pensar en vanidades o la percepción que los demás tenían de su apariencia. Como beta, no se trataba de la belleza o la falta de belleza, sino de la habilidad y poder. En efecto, reflexionaba sobre cómo las cosas mejoraron en su niñez cuando reclamó un dragón y se esforzaba por compensar a puro trabajo arduo todo lo que otros obtenían en ventaja de plata. Ahora, gran parte de su estatus radicaba en cómo lo veían los demás.
Y nadie lo había visto como lo hacía Lucerys. Nunca nadie lo había visto con tanto deseo en toda su vida. Sí, varias doncellas lo miraron con ensoñación y lujuria cuando todos suponían que era un beta, pero eso se quedaba corto en comparación con el hambre en los ojos verdes de su sobrino.
Lucerys suspiró, esperó a que Aemond regresara a su labor de restregar su camisa.
—¿No me crees? —Finalmente preguntó, en voz baja y susurrada, lo suficientemente profunda como para que Aemond sintiera su agujero apretarse a la nada—. ¿Qué crees que pasa por mi mente cuando te miro, tío?
—¿Cómo podría saberlo, sobrino? —tarareó el omega, y luego—, siempre estás balbuceando tonterías a mí alrededor.
—¿Sabes lo que veo, cuando te miro? —dijo Lucerys luchando porque su voz saliera de su garganta mirando con descaro la elegante y estrecha cintura de su tío, el pecho lampiño y esos rosados pezones. Dioses, parecían una sirena como de las que hablaba el abuelo Corlys. Se obligó a ver el rostro de Aemond, el rostro de su tío también era muy bonito—. Yo...
Un relinchido rompió el momento, luego se escucharon las voces de un par de sirvientes en camino a los establos. Los príncipes se apresuraron a arreglarse la ropa para salir por puertas distintas sin siquiera dirigirse una mirada.
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Al día siguiente, cuando Lucerys se marchó con su familia, un sirviente llevó hasta la recámara del príncipe Aemond un ramo de flores y una carta. El sirviente no le dijo el destinatario, pero no necesitó que lo hiciera, eran las mismas flores del jardín salvaje e improvisado de Helaena, las florecillas azul pálido.
Aemond se sintió impuro, como un pecador, pero al mismo tiempo su corazón desbocado y su cuerpo ardiendo de anhelo lo hicieron sentir más vivo que nunca.
Dejó las flores a un lado, porque él no era una doncella sureña. Empero, después de leerla varias veces, decidió guardar la nota en medio de uno de sus libros favoritos. Solo era una tontería inocente, sin importancia alguna.
«Me disculpo por mi comportamiento inapropiado, debería poder controlarme. Pero tío, debes saber, lo que siento está mucho más allá de mi control. Sostengo lo que dije, eres la criatura más hermosa que han visto mis ojos, lo pensaba antes de que fueras un omega y lo sigo pensando ahora. Por favor, no dejes que nadie más vea las maravillas de tu piel desnuda o podría exponerme ante todos.»
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NOTA DE AUTOR:
¿He cumplido con mi cuota de Lucemond? Espero yo que sí. Es importante para mí que vayan viendo que no todo pasó así nada más por casualidad, Aemond intentó muy fuerte de resistirse a Luke. Y, como sus comentarios me hacen feliz, vengo a compartirles desde que POV vienen los siguientes capítulos: 05. Aegon y 06. Helaena.
Capítulo 05: 29 de junio.
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