Día 9: Nikolai Ivanović
*Dieciocho años después...
Un inocente bebé no tiene ni las más remota idea de cuáles fueron las circunstancias por medio de las cuales llegó a existir. Cada niño que viene al mundo ignora por completo que esa vida que le fue dada solo será un breve viaje agridulce, un tortuoso camino en donde hallará mucho más dolor que dicha. No siempre se tiene la suerte de nacer rodeado de una familia feliz que estuvo esperando con ansias tu llegada. Muchas veces, no eres más que otra de las muchas consecuencias no deseadas que trajo consigo un acto abominable perpetrado por una basura repulsiva que no merece ser llamada humana...
Hace apenas unas cuantas semanas, quien hoy sé que es mi abuela materna se armó de valor y me confesó que Fyodor y ella no eran mis padres biológicos. Formalizaron mi adopción cuando yo tenía apenas cuatro años de edad y ellos celebraban su primer aniversario de casados. A duras penas, mi querida abuela me reveló que mi mamá había fallecido pocos meses después de darme a luz. Pero cuando le pregunté qué había pasado con mi papá, cedió a las lágrimas y no fue capaz de contestar mi pregunta. Fyodor habló por ella y me dijo que yo tenía el derecho de conocer toda la verdad si eso era lo que deseaba. Entonces, me entregó un grueso sobre de manila sellado.
—Ábrelo cuando sientas que estás realmente listo para hacerlo. La información que encontrarás en esos documentos es desgarradora, pero es la historia del infierno que vivió Madeleine, tu madre —fue la advertencia que me dio, con un gran nudo en la garganta.
Pasé varios días preguntándome si de verdad quería saber lo que había sucedido hacía tantos años atrás en la vida de dos completos desconocidos. La única cosa que los unía a mí era nuestro ADN compartido. Ellos no habían estado a mi lado para cuidarme y amarme como sí lo habían hecho Fyodor e Irina, a quienes considero mis verdaderos padres. Perfectamente hubiese podido seguir adelante junto a mis seres queridos sin preocuparme por el pasado, pero no pude borrar de mi mente aquella inexplicable curiosidad que me robaba el sueño. Casi un mes después de que tuvimos la primera conversación sobre este asunto, decidí que debía leer los archivos del caso de Madeleine Petrova.
Justo antes de cerrar la puerta de mi habitación, pedí que por favor me dejaran solo por el resto de la tarde y la noche. Sabía que necesitaría algún tiempo sin compañía para digerir las duras verdades que de seguro encontraría en aquellos folios viejos. Luego me di cuenta de que nadie me hubiera podido preparar para enfrentar la espantosa pesadilla contenida entre las líneas de lo que bien pudiera haber sido una retorcida historia de terror. Cada página y cada fotografía de todas las que sostuve entre mis dedos me iban rompiendo más y más el corazón...
Mi madre era apenas una niña de dieciséis años cuando esos malditos cerdos destrozaron su inocencia y acabaron con su cordura. No me cabía en la cabeza que un padre pudiese secuestrar a su propia hija para forzarla a convertirse en una prostituta. El desprecio que sentía hacia ese depravado era casi irracional. Me alegré muchísimo cuando descubrí que había sido hallado muerto en Polonia a causa del SIDA. El desgraciado arruinó de manera permanente las vidas de cientos de jovencitas inocentes y llevó a mi mamá a la tumba. ¡Me hubiera encantado asesinarlo a golpes con mis propias manos! Pero era inútil el convertir a un muerto en el objeto de mi odio, así que todo mi rencor se concentró entonces en Adrik Petrov. ¡Ese bastardo seguía vivo!
Una comisión psiquiátrica en Rusia le había aplicado una serie de pruebas médicas mediante las que se determinó que él necesitaba recibir un tratamiento obligatorio para curar su marcada desviación sexual. Después de haber cumplido con la pena de catorce años de cárcel impuesta por el juez, además de aceptar voluntariamente la castración química y mostrar muy buena conducta, Adrik Petrov había sido puesto en libertad. Me dieron ganas de vomitar de solo pensar en que esa escoria se paseaba con total tranquilidad por las calles, como si fuese un ciudadano común y corriente. ¡No podía permitir que las cosas se quedaran así! Tenía que vengar a mi madre a como diera lugar. Ese mismo día juré que no descansaría hasta encontrarme cara a cara con ese enfermo para hacerlo pagar con su sangre por el gran daño que había hecho…
Mamá, por favor, tenme un poco más de paciencia. El glorioso momento de tu merecida venganza está cada vez más cerca…
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